Muy Historia - II G.M. Episodios más oscuros

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Con una de las tasas de mortalidad más altas entre los campos de concentración del Tercer Reich, al horror austriaco de Mauthausen llegaron miles de presos en 1940. Entre ellos se encontraba Francisco Boix, un español que dio testimonio de cuanto allí pasó a través de la fotografía. Por María Fernández Rei

Rompehuesos

A

sí denominaban los oficiales de las Schutzstaffel (SS) a Mauthausen, el campo matriz de todos cuantos se instalaron en la Austria ocupada por Hitler. En 1938 el jerarca del Tercer Reich Heinrich Himmler decidió construir un campo de concentración junto al pequeño pueblo así llamado, en la Austria recién anexionada. El dirigente nazi se había fijado en las productivas canteras de granito de la zona y pretendía explotar a los prisioneros haciendo que trabajaran en ellas. Las piedras debían servir para pavimentar las calles de Viena y embellecer la cercana ciudad de Linz, situada a menos de 100 kilómetros de la localidad natal del Führer. El campo fue erigido paso a paso durante años por los propios prisioneros, por lo que la estampa que encontraron los primeros de ellos, llegados en agosto de 1940, fue muy diferente a la que vieron quienes arribaron en los albores de 1942. La alambrada electrificada que rodeaba Mauthausen fue siendo sustituida, metro a metro, por muros de granito. Se alzaron nuevos edificios y se habilitaron áreas anexas. El campo no dejó de crecer hasta el mismo momento en que fue liberado por las tropas estadounidenses. En la foto, los primeros prisioneros soviéticos –que llegaron a este infierno en octubre de 1941– aguardan en formación frente a los barracones las instrucciones de los temidos oficiales de las SS, en la Apellplatz de Mauthausen.

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