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La Guardia

Hoy te toco a vos. Si a vos, una vez más tenés que asistir en el dolor. Es tu día de franco y tenias pensado otra cosa, habías comprometido con tus afectos una comida, un paseo o simplemente descansar. Vos sabes como es esto, la parca no tiene horarios. Es tan maleducada que entra a los hogares sin pedir permiso. Vos estas ahí, en la oficina preparando papeles, en la carroza, yendo hacia el destino final, en la ruta sabiendo que los dolientes te esperan o en la sala brindando un café. Tal vez estés muy cansado o cansada y quieras ir a tu casa con tu gente, quitarte la ropa, darte una ducha, comer algo y simplemente tirarte a dormir. Nuestra profesión funeraria tiene eso, responsabilidades, cansancios y la pasión misteriosa que solo pocos comprenden. Tiene la magia de poder sentirnos útil a quien hoy llora, secando su lágrima, dándole el calor de un abrazo, ser tal vez su única compañía. Tiene la adrenalina de que cada servicio brindado es un aprendizaje que nos obliga a analizar en la balanza de valores, situaciones de nuestra propia historia.

La bendita profesión funeraria es como un teatro donde en se presentan las escenas de la vida cotidiana. Y vos desde lugar que ocupes sos un actor más como yo. Cada función Me alisto. Lustro mis zapatos y me pongo mis mejores ropas. Vestimos de negro por mascaradas, pero detrás de ella, esta un profesional con una familia y diferentes problemáticas a resolver. El negro es el vestuario para nuestra entidad como profesionales. Vestimos de negro con honor. Somos “Los hombres y mujeres de Negro”. Nuestra vida tiene otro color.

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20 Las 9 lápidas NEGRAS del

Mayo de 1980. Son las seis y media de la madrugada en Carcarañá. La niebla encubre al colectivo que estaciona justo enfrente al edificio comunal. Apaga las luces y espera. En su interior, nueve ataúdes, igual cantidad de lápidas negras y el nacimiento de una leyenda urbana. Los empleados comunales llegan a su trabajo. Observan con curiosidad al extraño colectivo. El chofer se baja con unos papeles en las manos y solicita hablar con la encargada del cementerio. Giogi Calcamuggi se acerca. Vilma Bras también “Traigo un regalo para ustedes, chicas. Suban”. Hay cajones, lápidas y placas. Nueve de cada uno. “Son para ser depositados en los nichos que el señor Aguirre compró hace unos días atrás.” Efectivamente, en abril de ese mismo año, apareció en el pueblo una persona mayor, de baja estatura, pelado, que se presentó con el nombre de Pablo Silvestre Aguirre y que quería comprar once nichos, todos juntos. Le comentan que en la Galería N, ingresando por la entrada principal, en la segunda galería a la izquierda, la que va hacia el panteón de la Sociedad Italiana, arriba a la izquierda, disponen de esa cantidad, uno al lado del otro. Compra esa línea de nichos superiores y confiesa que son para traer a todos sus familiares fallecidos, porque siempre fue deseo de la familia que su destino final sea Carcarañá, su lugar de origen, y que debido a que se les vencía el arrendamiento de un panteón de La Recoleta, Buenos Aires, entonces creía que era el momento de volver. Unos días más tarde, llegan los féretros al cementerio, todos juntos, en un colectivo común, verde oscuro o gris oscuro, al que evidentemente le habían quitado los asientos para la ocasión. Los ataúdes son depositados detrás de lápidas negras, todas iguales, con las mismas placas dobles que incluyen la fecha de fallecimiento y la edad al momento de la defunción, sin fotos, sin floreros, sin nada. Todas personas relacionadas con un mismo apellido, Aguirre. Al año siguiente, en mayo del 1981, aparece otro ataúd y otra lapida negra. El mismísimo Pablo Silvestre Aguirre, quien había hecho la compra el año anterior, había fallecido y su cuerpo era remitido a Carcarañá. Quedaba un nicho vacío en el cementerio y un colectivo negro en la memoria del pueblo.

Un par de años después, el país empieza a hablar de desapariciones, de genocidio. Las tumbas negras comienzan a llamar la atención. Nunca más nadie paso a dejarles una flor, a persignarse ante ellas. “Un apellido demasiado común que no se recuerda en Carcarañá. ” Algunos empiezan a enhebrar la teoría de que eran “desaparecidos” por el proceso militar, que las autoridades locales habían participado inhumando restos. Otro “no tuvo mejor idea que ponerle todos escuditos y banderitas argentinas bajo las placas” . Fue el mismo que supuestamente le pidió al padre Alberto Pezzetta que vaya a darles santo responso porque “no descansaban tranquilos”. Paso el tiempo y el mito seguía in-crescendo. El actual responsable de la oficina del Cementerio, Pablo Mingo, no recuerda con exactitud el año, “tal vez 2005 o 2006”, a raíz de una denuncia en el Juzgado Federal de la ciudad de Rosario, se abre una investigación para determinar si esos restos pertenecían a desaparecidos o no. El personal del cementerio es llamado a declarar, se realizan constataciones, “previo a eso y viendo que podían seguir la investigación, como no se encontraban las licencias de inhumación, que son las que autorizan a inhumar los restos y que certifican que esos restos provienen de algún lado y que son personas fallecidas con todo el respaldo legal, hago una consulta a la Dirección de Cementerio de Buenos Aires, ya que supuestamente venían de allá, le doy las fechas de fallecimiento y la fecha de traslado, que eran los únicos datos que tenía. Al tiempo, como medio año, o más, me comunican que esos restos nunca habrían salido de Buenos Aires. No sé si ha sido una mala búsqueda o una búsqueda errónea o si realmente no los encontraron, ya que acá, para ese momento, ya habían aparecido todas las licencias, documentación de respaldo y demás.” “Traté de rastrear a algún familiar de estos Aguirre con los pocos datos que tenía: un domicilio en calle Córdoba de Buenos Aires, y otro en calle Santa Fe, desde el que se habían hecho los trámites del trasladó. Nunca nadie apareció, nunca nadie dio respuesta. Tenía un número de teléfono viejo; tampoco. ”Los investigadores de la justicia federal siguieron el caso, que “si mal no recuerdo estaba

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