EL ATAQUE A PISAGUA A principios de la Guerra del Pacífico, Chile obtuvo el dominio absoluto del mar con la captura del blindado Huàscar. Podía iniciar sin sorpresas el transporte de tropas y pertrechos para la invasión del Sur de Perú, a fin de tomar posesión de los territorios que estaban en poder del ejército aliado.
Se decidió aislar al ejército enemigo que ocupaba Iquique y Pisagua, desembarcando en este último puerto, que se ubica unos 70 Km al Norte de primero. De esta forma se le cortaban sus abastecimientos del Norte, se capturaba el ferrocarril que existía y los pozos de agua dulce, objetivo importante si se tiene en cuenta que se operaba en el desierto más árido del mundo. Esta operación militar presentaba serios inconvenientes, ya que se debía desembarcar bajo fuego, con una topografía que permitía al enemigo disparar parapetado, desde las rocas de la playa y plataformas del ferrocarril que existía en aquel tiempo, desde varios niveles. Además, la pequeña playa es muy estrecha, por lo que los defensores del lugar podían hacer fuego desde
muy cerca a los botes y hombres que trasportaban. Éstos, debieron enfrentarlos a pecho descubierto. Si bien Chile disponía de 9.000 hombres en la expedición, contra 1.400 de los aliados, las primeras oleadas de desembarco se enfrentaron a un enemigo más numeroso y parapetado. La primera fue de solo 450 hombres y recibió refuerzo después de 45 minutos de combate, ya que los botes a remo debían regresar a los barcos, embarcar más tropas y regresar. Solo con la tercera oleada se tuvo la supremacía numérica. El desembarco era apoyado por los cañones de la escuadra que traía al ejército expedicionario, pero el bombardeo se debía interrumpir para permitir el desembarco de los combatientes, manteniendo solo los disparos más alejados de la playa. Por la inexperiencia en aquellos años en este tipo de operación militar, se cometieron errores, pero estos fueron compensados por el valor del soldado chileno. A pesar de la feroz lucha, solo murieron 58 soldados chilenos y 175 heridos (Encina), cifra que se puede considerar relativamente baja para este tipo de operación. Por desconocimiento de la costa, también se desembarcaron 2.110 hombres en Junín, a fin de atacar por la retaguardia, pero esta caleta era inadecuada, y tras un lento desembarco y marcha nocturna, estas tropas llegaron solo al día siguiente a Pisagua, cuando ya se había tomado este puerto. Estas tropas muy difícilmente hubieran podido desembarcar si Junín hubiera tenido una defensa. Más acertado habría sido hacerlo en Pisagua Viejo que, según algunos historiadores, lo propusieron ciertos personajes en medio del fragor del combate, pero aparentemente Junín tenia el apoyo de algunos políticos y el ministro Sotomayor prefirió enviar esta división a Junín, a fin de conciliar opiniones. El 20 de Noviembre de 1879, El Mercurio de Valparaíso publica parte de una carta de un combatiente, que participó en la operación.
Alto de Pisagua, Noviembre 6 de 1879 Querido amigo: Después de cinco días de estancia en Pisagua, puedo ahora escribir dos palabras. Ya sabrá usted con detalles la toma de Pisagua; todo lo que lea u oiga decir del heroísmo de nuestros soldados es poco, y todo lo que le digan de la imbecilidad del estado mayor y cuartel general, es todavía menor.
Desde luego, el punto elegido para el desembarco era precisamente el peor de todos; nos llevaron frente por frente a tres corridas de trincheras colocadas a 20, 40 y 100 metros de altura, en la línea férrea que viene a este alto de Pisagua, de modo que cada paso que avanzábamos sobre el escarpado cerro era un combate separado, contra posicione que pueden llamarse inexpugnables. Puede usted formarse idea de la torpeza inaudita de los jefes y del heroísmo sin ejemplo de los soldados, pasando su vista por el corte tosco, pero exacto, que le trazo en seguida del cerro de Pisagua:
Los botes, en número de 18, se aproximaron primero a la playa, y desde sus embarcaciones hicieron nuestros soldados un fuego nutridísimo, para desalojar al enemigo desde entre las rocas A, que ocultándolo a la vista de los nuestros, les permitía disparar a mansalva y como si estuviese en un ejercicio de tiro al blanco. Le bastará comparar con la simple vista las posiciones respectivas para comprender que 50 hombres resueltos, parapetados en esas breñas, habrían podido impedir por completo el desembarco de un ejército. Pero, se lo digo sin orgullo, los que atacaron eran chilenos, y después de algún tiempo, habiendo recibido el refuerzo de una compañía de Zapadores, se lanzaron a la playa, treparon por las rocas, se apoderaron de ellas y obligaron al enemigo a guarecerse en la primera fila de trincheras. Principió entonces un nuevo combate, y para que usted se forme idea del coraje sobrehumano de nuestras tropas, debo advertirle que las fuerzas enemigas eran superiores a las nuestras. Desde la roca A, nuestros soldados principiaron a remontar el cerro, dejando la pendiente sembrada de cadáveres.
Ya en el primer ataque desde los botes había muerto el aspirante Isaza. El alférez José A. Erràzuriz había conseguido desembarcar algunos hombres en un botecito en que había colocado una ametralladora. Casi todos los tripulantes murieron y Erràzuriz fue providencialmente respetado por las balas; pero la pequeña embarcación hacía ya tanta agua, que tuvo que volverse precipitadamente a los buques, después de tres horas de combate. En otro de los botes, ¡no quedó más que un solo tripulante vivo! Las lanchas no podían llegar a la arena, y los soldados recibían en ellas las descargas de cien soldados que convergían a un solo punto, y no había, por consiguiente bala perdida. Durante más de una hora hemos sostenido el ataque únicamente con heridos, porque no había un solo soldado que no lo estuviese, y aún estos con el agua de mar hasta la cintura. Yo mismo vi al capitán Fuentes, del Buin, y al teniente Ortiz, completamente mojados, casi náufragos, dirigiendo a su tropa de heroicos heridos. Dos subtenientes, Cordovez y Arteaga, fueron heridos gravemente por balas que le atravesaron el pecho. El subteniente Iglesias murió al bajar de la lancha. La primera parte de la jornada fue sostenida por los Zapadores y cuartas compañías del Buin y Atacama. Luego desembarcaron las compañías del 2º cerca de la estación que ardía; ahí se defendieron los bolivianos con energía, pero fueron vencidos. Alcanzaron también a desembarcar dos compañías del 4º. Por fin, como ya lo he dicho, después de largas y sangrientas horas de combate, conseguimos apoderarnos de la roca A. La primera jornada se repitió con sus mismos episodios, menos el agua, hasta apoderarnos de las primeras trincheras. Los enemigos se parapetaron entonces tras de la rocas B. Nueva ascensión, nueva carnicería, y después de una hora tres cuartos conseguimos llegar a la rocas B. En fin, amigo, cada uno de estos asaltos, que había bastado por sí solo para poner a prueba la resistencia y el empuje de un ejército, lo repitieron sucesivamente nuestras tropas en cada una de las posiciones fortificadas que el enemigo iba ocupando sucesivamente t1, t2, t3, t4. Durante la hora tres cuartos que nos disputamos la roca B, a los nuestros se les acabaron las municiones por tres veces consecutivas, ¡y llegaron hasta a cargar a la bayoneta contra las rocas para escalarlas! Otros se agarraban de las piedras para trepar, pero rodaban abrazados con ellas cuesta abajo. A las 3.30 PM los nuestros se habían apoderado al fin del campamento alto, y podían ver al enemigo huyendo en todas direcciones y desordenadamente, algunos con rumbo a Tiliviche, otros a San Lorenzo, a Jaspampa, Dolores, Agua Santa, difundiendo por todas partes el pánico. Durante el combate, la escuadra hacía fuego constantemente sobre la población, que ha quedado reducida a escombros. Los bolivianos se retiraban
hacia el alto, y la O’Higgins les mandaba algunas granadas que les hacían mucho daño. La Covadonga apagó los fuegos del fuerte 18 de Abril, que está en la punta Norte de Pisagua, y el Cochrane los del fuerte Sur. Mientras tanto el estado mayor se dormía sobre la sangre y el heroísmo de nuestros soldados, y se negaba a todo lo que pudiera ser un auxilio o una medida de salvación. Nuestros heridos, sin un solo médico que los atendiese, expiraban en medio de los dolores y del abandono, sin que esos señores se tomaran siquiera la “cortesía” de aceptar los servicios de los cirujanos de la armada, que se ofrecían con solicitud. ¡No se trajo ni una ambulancia, ni un solo cajón con hilas! La artillería no fue desembarcada ese día, ni el siguiente, y la de campaña solo hoy está subiendo el cerro. Faltó el agua, habiéndola buena y en abundancia en la quebrada de Pisagua Viejo, y teniendo bombas y bombines para extraerla. Se daba a los soldados una mezquina ración de charqui y galletas, con retardo y disminuidas las porciones, cuando con los víveres tomados al enemigo y con los utensilios traídos por el ejército, había como hacer un buen rancho. Ninguna de las medidas dictadas en la orden del día para el orden del desembarco fue obedecida. En fin amigo, parece que el estado mayor hubiese querido tenazmente y por todos los medios posibles hacer pagar cruelmente a nuestros soldados su heroísmo. Se les dejó con hambre y con sed, y para colmo de brutalidad, no se restañò siquiera una gota de sangre en los heridos que agonizaban en medio de atroces dolores. Por cerca de tres horas mortales de angustia, desde las diez hasta las doce tres cuartos, creímos imposible nuestro triunfo; el desembarco desordenado, el abandono de los jefes, la falta de municiones, y las posiciones inexpugnables de los enemigos, no nos dejaban mas perspectiva que la muerte segura, ya que nuestras tropas no piensan ni obedecen a la voz de retirada. No nos permitieron desembarcar ni una pieza de artillería al principio, y cuando desembarcamos dos piezas de a 4 de montaña, no pudimos utilizarlas por ser demasiado tarde. En la maestranza del ferrocarril encontramos tres locomotoras y varios carros; dos de las máquinas estaban en mal estado, pero la otra nos ha servido para la conducción de todo lo que necesitamos en este alto, es decir, lo que necesitamos con más urgencia para no morirnos. No tenemos una hila, ni una pinza; los equipajes están perdidos; no hay médicos, debido todo al señor coronel Sotomayor, que lleva su torpeza hasta la crueldad. A uno de los jefes del ejército le oía yo decir que si Santiago, o Chile todo, pudiesen ver el estado de nuestros campamentos, llamaría a juicio a los directores de la guerra, preguntándole dónde están las ambulancias que la generosidad y el patriotismo de los chilenos han mandado, las carpas que han regalado, las materias alimenticias que han enviado, los fondos destinados al
acarreo de agua, las carretas y carretones para el transporte del parque, y en fin, todas aquellas cosas que nuestra sociedad ha dado, como madre solícita, a sus soldados del ejército, y que éstos agradecen sin haberlos visto. Nada aparece por aquí, todo se ha perdido; ni siquiera sabemos si existe intendencia. Al día siguiente de la toma de Pisagua, al recorrer el campo de batalla, me he convencido que no son menos de 250 los nuestros que han caído. El día que Salvo nos trajo agua de Dolores, hacía mas de 24 horas que la mayor parte de la tropa no bebía una gota … ( Hasta aquí está publicada esta carta )
Vista de Pisagua actual, visto desde el Sur
Pisagua Viejo
FOTOGRAFIAS HISTORICAS
NOTICIAS ADICIONALES El Mercurio de Valparaíso
(20 de Noviembre de 1879)
BALAS EXPLOSIVAS Se ha sabido positivamente que en el hospital del Salvador de Valparaíso, se han extraído de algunos heridos chilenos balas explosivas con que fueron dejados fuera de combate en el ataque de Pisagua. Algunos de estos proyectiles han salido enteros: parece que se va a levantar una información judicial sobre el asunto. La bala explosiva causa necesariamente la muerte y está proscrita de la guerra de las naciones civilizadas.
PRENSA DE SANTIAGO El penúltimo convoy.- De Antofagasta se nos escribe una extensa, de la que creemos conveniente copiar algunos párrafos, referentes al viaje del último convoy de tropas enviado al Norte desde Valparaíso. La relación de ese viaje viene a corroborar lo que en días anteriores dijimos sobre las malísimas condiciones en que viajaron las tropas a causa de una culpable imprevisión. Creemos ampliamente excusable hacer comentario alguno sobre este doloroso asunto; dejaremos hablar a los hechos cuya elocuencia es en este caso una verdadera acusación, que debe caer entera sobre los culpables. Dice así: “Antofagasta Noviembre 11 de 1879.- El viaje de Coquimbo se efectuó tan despacio, porque el Maranhense, que no anda mucho, no podía hacer más de cinco millas remolcando al Norfolk. Por fin el remolque fue tomado por el Blanco y se anduvo más ligero. Pero lo verdaderamente espantoso era el estado en que venía la tropa en el Norfolk. Ese buque fue contratado para conducir a 800 hombres. ¿Y sabe usted lo que llevaba a bordo? El batallón Valdivia, el Caupolicàn y 200 artilleros; es decir, 1.500 personas incluyendo los músicos y las mujeres. Todavía pareció esto poco y se metió al mismo buque ¡nada menos que 250 caballos de los Carabineros de Yungay! … En Valparaíso protestaron de esto los comandantes de batallón y muchas otras personas; el almirante no lo hizo porque solo una hora antes de la partida recibió la orden de zarpar y tuvo conocimiento de los buques que iban en convoy. Pero aún hay más, el buque había sido guanero; y desde el primer día el olor a amoníaco empezó a asfixiar a la gente y sobre todo a los caballos que iban en el último entrepuente, lo que ocasionó la muerte de algunos de éstos. Añádase que los caballos iban en un espacio en el que difícilmente cabían, y se comprenderá que no pudieron sacarse los cadáveres; estos entraron en putrefacción y con esto la atmósfera se hizo insoportable. La tropa, que venía en el entrepuente, para huir de las asfixia subió casi en su totalidad a cubierta; esta se llenó de tal manera, que la gente estaba toda de pié e imposibilitada para moverse de un punto a otro, por lo que los soldados, en un trance mas que difícil, se vieron en la dura precisión de satisfacer ahí mismo algunas exigencias que no admiten espera … Ya usted comprenderá que aquello se convirtió en una cloaca infecta, y desde el Blanco, a 200 metros de distancia, se aspiraban las emanaciones que despedía el Norfolk.
Tampoco ese buque tenía departamentos donde hacer de comer a tanta gente, porque los encargados de prever el caso de que los soldados debían tener hambre, no pensaron semejante cosa; de ahí resultó que más de la mitad de la tropa se quedó sin comer. Una vez en Coquimbo, se trató de buscar otro buque para transportar la tropa, y como no se consiguiera, el almirante tomó sobre sí la responsabilidad y dejó en tierra al Valdivia, para ser traído a Antofagasta cuando se pueda. El segundo batallón del Lautaro se embarcó en el Blanco y salimos para el Norte en la tarde del 8. Antes de hacerlo, hubo que embarcar en lanchas tropa de la Norfolk, y se mandó a bordo gente del Blanco para asear el buque. Hecho esto, se sacaron los caballos de la bodega y se les dio mejor localidad. De Coquimbo a Antofagasta hubo seis o siete casos de viruela que felizmente no se propagó. Esta mañana a las ocho fondeamos aquí, y ya se ha desembarcado toda la tropa y parte de la caballada. En Coquimbo tuvimos la primera noticia de la toma de Pisagua, y aquí obtuvimos datos exactos. Desde el primer momento se comprendió que algo malo había cuando se efectuaba un desembarco ahí y no en Junín; pero se dieron las órdenes al revés y se atacó a Pisagua a las seis de la mañana y a Junín a las tres de la tarde. Claro está que en Pisagua se encontraron con una resistencia con que no se contaba; y a no ser por el valor de los soldados y marineros, la cosa habría andado muy mal. Las tropas desembarcadas en Junín llegaron a Pisagua al siguiente día por la mañana. En resumen, esto ha sido mucho peor que Calama, y la sangre de los hombres que se ha perdido ha caído irremisiblemente sobre … ya podrá usted suponer sobre quienes. La lancha del Cochrane tenía que remolcar hasta tierra a las lanchas con tropas; pero en aquello estaba el coronel S … y en cuanto empezaba a estar al alcance de las balas, largaba el remolque y dejaba abandonada las lanchas, las que tenían que seguir su camino a paso de buey, en medio de una lluvia de balas; algunas no pudieron resistir las corrientes y fueron llevadas contra las rocas, en donde los que no murieron a bala se ahogaron miserablemente. Ya en tierra casi no hubo combate y aquello fue solo una carnicería; por lo menos 5/6 partes de las bajas fueron hechas en los botes y las lanchas, y de allí el gran número de marinos y marineros que cayeron en proporción a la tropa perdida. Sigue una nómina de los muertos y heridos, igual a la que conocen nuestros lectores y termina:
<< En el ejército tratan de descargarse sobre Simpson, y parece que en efecto algo pudiera achacársele; pero si en la conducta de ese jefe hubiera algo reprensible, no igualará jamás a los desaciertos cometidos por otros jefes que no creo del caso nombrar. En el ejército de los 10.000 hombres no se llevó una sola ambulancia, porque el coronel Sotomayor dijo en Loncomilla y Cerro Grande no se llevaran ambulancias. Se dio por disculpa la falta de local a bordo, y entre tanto iban en el convoy no menos de 150 cucalones. Hoy acaba de llegar la noticia de que nuestra caballería ha entrado a Pozo Almonte; pero eso es un error; el punto tomado es solo Sal de Obispo, Pampa Negra u otro de por ahí. Aquí solo se espera la llegada del Loa, que fue a Caldera a dejar heridos, para que zarpe con al O`Higgins y el Blanco llevando el regimiento Esmeralda y algunas ambulancias a Pisagua. >> Como hemos dicho al principio, no necesitamos agregar una palabra a la carta anterior. Solo haremos notar que el asunto relativo a las ambulancias, coincide exactamente con los datos que se tienen en la comisión sanitaria, donde se han recibido varias notas a ese respecto. NOTICIAS EN PRENSA EXTRANJERA La Libertad de Buenos Aires (20 de Noviembre de 1879) La ansiedad pública que reinaba con motivo de las operaciones ofensivas emprendidas por Chile, y sobre las cuales tanta reserva se guardaba, han desaparecido por las noticias que hoy temprano empezó a transmitir el telégrafo trasandino. Esas noticias no pueden ser más tristes para los aliados. Al par que el enemigo invasor se posesiona de Pisagua, que a pesar de su poca importancia por ser de poca población, en la actualidad lo es estratégicamente considerando, la tea de la discordia se enciende en el ejército aliado, y el general Flores por un lado y la guerra civil por el otro, estalla y amenaza conflagrar al Perú. Patria Argentina ( 8 de Noviembre de 1879) Otra victoria de Chile.- Las últimas noticias recibidas ayer de Chile no pueden ser de mayor trascendencia. Como se verá por los boletines repartidos ayer que a continuación publicamos, los chilenos, tras el fuego de sus buques de guerra, desembarcaron en Pisagua, desalojando al enemigo de sus terribles posiciones e izaron el estandarte chileno a trescientos metros sobre el nivel del mar.
Esta nueva victoria de Chile ha enardecido de nuevo a esa nación. Avanza sus divisiones al interior de Perú y pone ya sus ojos sobre Lima. Dominador de las aguas además, lleva por añadidura esta considerable ventaja a sus adversarios.