ARTE Y CULTURA
V
iajero, creador, artista autodidacta y pintor destacado que tiene en su haber más de 1800 obras y que ha expuesto no sólo en México, sino en diversos países y lo que falta, Diego ha llegado hasta donde está porque a muy temprana edad, con 13 años, tenía clara cuál era su vocación: “Hacer cosas, crear, pintar”. Si bien en ese momento no sabía que se convertiría en artista y viviría como tal, fue el comienzo de un viaje que lo llevaría por el camino del arte. De hecho, el viaje comenzó hace 30 años en un lugar tan lejano como Alaska, el parteaguas necesario para encontrarse a sí mismo y atreverse a hacer eso que tenía guardado en su corazón. “Cuando decido irme, fue porque me encontraba totalmente insatisfecho con las decisiones que había tomado”, recuerda este artista originario de la CDMX. Al principio pensó en un lugar como Cancún, pero su sentir lo llevó en la dirección contraria, a miles de kilómetros fuera del país, lo que significó un cambio radical en su vida. Alaska representó un viraje de rumbo, una experiencia inolvidable, pero sobre todo mucho, mucho, trabajo con jornadas de hasta 12 horas diarias que, literalmente, le permitieron perder el miedo al trabajo físico extremo y, a la larga, adquirir las herramientas para desarrollar una seguridad personal muy útil en su vida. De esta manera, dominando todo tipo de actividades mecánicas, un año resultó en muchas horas de introspección,
en ‘tiempo de sobra’ para pensar y divagar sobre aspectos cruciales de su vida, lo que quería hacer, sus gustos, etcétera. Entonces, la búsqueda terminó, era el momento de atreverse y regresar a México para hacer lo que su corazón dictaba: dedicarse al arte. “Con el dinero que ahorré compré todo el material que pude y regresé a México”, comparte Diego desde su hogar que, sobre todo, es su estudio y taller. Desde entonces su obra está compuesta por piezas que manejan todo tipo de temática, pero que en ocasiones se centran en la figura humana de “un ser o personaje muy típico y característico de mi personalidad”, aclara Diego. Aunque admite que le gusta pintar animales y a veces combinar a ese humano con el mundo animal, en general le gusta explorar y pintar “lo que quiere”; eso sí, tanto geometría como trazo confluyen hasta encontrarse en un punto intermedio. Lo cierto es que sus piezas plantean la idea de equilibrio, utilizando elementos geométricos y colores sólidos que para él representan la parte racional del ser humano, mientras que, por otra parte, es ‘libre’, haciendo alusión a su lado espiritual. Y es que para este artista el equilibrio entre ambas fuerzas, que muchas veces son antagónicas, lo es todo. Así, la gente que conoce su trabajo, le reconoce en su obra sin importar el tema que plantee, porque su trazo, dicho equilibrio o el manejo del color negro son su marca distintiva y única.
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