GJ abril

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la jornada aguascalientes / suplemento mensual / número 9 / abril 2010 http://lajornadaaguascalientes.com.mx/guardagujas

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“fiesta de las emociones que nos piensan y de las inteligencias que nos emocionan” juan josé macías

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“Dibujé por primera vez, con perfecto descuido, el círculo de la infinita compasión” javier acosta

la joven del arete

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marco antonio campos

Qué hiciste, Muy Señor? Muchos creemos que cada siglo por una vez te apropias del alma y los ojos de un pintor o viceversa. En el siglo XVII fue en Delft. Puedo imaginar ahora, desde mi cuarto de Amberes, mirando plaza Bolívar, cómo tomas su mano, esparces los pigmentos, y con pincel sorpresivo converges líneas, combinas amarillos y azules de milagro, la luz que da más luz porque es el alma. Cualquiera y donde quiera y como quiera habla del cuadro con puntos de admiración: tres cuartos de la cara de la niña mariana de veinte años perfilada hacia atrás: labios entreabiertos, nariz recta, mirada gris azul, el arete platea lo que no miro… Aquí entre nos, en ese tiempo ¿a quién no le gustaba la muchacha? Pero Señor ¿el afán tuyo o el de Vermeer fue cortar

de hoja en ramajes de hayas los pájaros parados de un disparo? ¿Por qué esa perfección que hiere la mirada y nos hace pensar en Delft en esos años, ah esos años del ’64 y del ’65, ah en esos años? Me gusta evocar aquí en Amberes cuando tú y yo la nombrábamos y nos íbamos bebiendo la ginebra por bares y tabernas de La Haya, o multiplicábamos pasos a orillas del Schie en el verano pálido de Delft, o mirábamos tus manos en las manos de la niña desde el ref lejo de oro de las obras maestras de la basílica de Maastricht. Y al salir de la basílica, volvía la vista hacia arriba para mirar a la niña del arete, la mariana niña de veinte años, y frente a ella, miraba pintándola a Vermeer.

Del libro inédito Dime dónde en qué país, que ganó el XXXI Premio Internacional de Poesía de Melilla, España (2009)


la ciudad del arcano sin número erika mergruen

L

ejos de cualquier superstición, de cualquier creencia en el poder adivinatorio o de cualquier connotación religiosa, disfruto contemplar y aun coleccionar mazos del Tarot. Imagino cada carta como un ojo de agua donde se reflejan arquetipos, alegorías y metáforas que sintetizan la civilización de Occidente. Acaso las cartas representan la posibilidad de nombrar de otra forma lo ya nombrado. Así ocurre con la palabra escrita y con ciertos libros: se nombra lo que ya ha sido nombrado pero con sonidos y vocablos que nos muestran aquello que no hemos sido capaces de aprehender. Como si un alquimista reinventara el esperanto. En el tarot existen veintidós arcanos mayores y cada uno encierra un universo. Si decidiera guardar La ciudad imaginada de Alberto Chimal en un arcano mayor eligiría el arcano sin número, el loco. Los amigos y seguidores del autor sonreirán complacidos pues pensarán: claro, Alberto es ocurrente, locuaz, imaginativo, creativo y exaltado. Y los enemigos y detractores del autor sonreirán complacidos, pues pensarán: claro, Alberto es demente, irreflexivo, disparatado e imprudente. Y de amigos y enemigos obtendríamos un rico listado de sinónimos de la locura. Sin embargo, todos se llamarían a engaño, pues la alegoría elegida es para la obra, para este libro, más allá de lo que es o no es Chimal persona, Chimal autor.

II

El arcano sin número suele estar representado por un vagabundo, a veces ataviado de bufón, otras de mendigo. Lleva sobre uno de sus hombros un fardel en el que guarda lo más preciado, aquello que sabe necesario para su viaje. A sus pies un perro, un gato y a veces un cocodrilo, según el diseño de la carta, trata de detener su marcha. El Loco, indiferente, sigue su camino, aunque a ciencia cierta no sabemos qué lo impulsa: su valor, su pasión o su espíritu temerario. Se dice que el arcano sin número contiene todo aquello que está en potencia, es el recipiente de toda la energía. Esta carta puede impulsar a las otras cartas. Es una carta de nacimiento y renacimiento. Es la carta de los iniciados. Las cartas La ciudad imaginada está hecha de un puñado de cuentos, la cantidad justa para cargar en un del tarot no fardel y llevarla como compañero de camino. contienen Cada uno regala al lector la energía necesaria para transformar diversos puntos de vista de tal verdades forma que comprender el entorno se vuelve una absolutas. tarea grata. Tampoco las La voz narrativa de este libro sólo puede ser la del loco, libre de sus ataduras pasadas, del deobras de arte. ber ser, de las normas o de los dedos índices que Tan sólo son ojos indican qué es bueno para leer. La voz del loco conserva la candidez de un niño, pero es enaltede agua donde cida por la comprensión de quien ha recorrido nuestro niño ha un largo camino y está a punto de iniciar otra de buscar los travesía. Con ello, la obra logra ser la belleza descarnada de lo humano. reflejos de la

imaginación, como vía cognoscitiva.

III

El personaje del arcano sin número suele ser representado sobre un camino o al borde de un

precipicio. Por un momento sentimos que el loco está en peligro, que en cualquier momento se despeñará. Pero recobramos el aliento cuando contemplamos el paisaje iluminado del fondo. Abajo, en las profundidades, se encuentra lo desconocido. El loco no tiene miedo, el loco intuye lo que esconde el corazón del barranco. Me gusta imaginar que ahí, abajo, se erige una ciudad donde se conserva la biblioteca perdida de Alejandría, mientras los traunseuntes ahogados de la Atlántida contemplan las hermosas fachadas diseñadas por los arquitectos de todas las Utopías. Esto es posible porque el loco nos regala la esperanza, la promesa de que los inicios son infinitos, y la posibilidad inextinguible del asombro. Dentro del desfiladero de La ciudad imaginada de Chimal habitan la sirena Fidelina, Quica y su mesa océano, la mejilla de Jintao y los vinos del Terminátor. Los amigos y los enemigos del autor pensarán que estos personajes corresponden al género fantástico, que son el fruto de su imaginación. Esto es cierto. Pero debo aclarar que la imaginación de Chimal no es el escondite del que intenta evadirse de la cotidianidad. La imaginación que ha hecho posible este libro es aquella que nombró S. Tomás de Aquino en cuanto que posee dos funciones: la de conservar lo que ha recibido de los sentidos y la de presentarlo al entendimiento. Así La ciudad imaginada es una pieza de traducción.

IV

Al nombrar a los arcanos es inevitable hablar de dualidad. Como hay día, hay noche; como hay luz solar, hay luz lunar. El arcano sin número contiene un lado aciago, puede transformarse en energía devastadora o en ausencia de ésta. En tal caso, es el icono perfecto de la nada, la mancha voraz del sci-fi, el agujero negro. En La ciudad imaginada la devastación está presente. Y no sólo la que el autor recrea con su ficción, sino la que es producto de la imaginación; es la que ha visto, la que ha vivido, la que respira en sus días y deja ese sabor a ceniza en la garganta. Esta sombra no vive sólo en los folios del libro sino que es la que nos acompaña día tras día. Y sus amigos y enemigos deberán reconocerla y enfrentarla, pues en este libro la posibilidad de cerrar los ojos ante lo que nos desagrada no es una opción sino la continuidad de la pesadilla.

V

En el principio la imaginación en el niño es sustancialmente lúdica. La realidad y la fantasía son una. El elemento que ayuda a la separación de ambas es precisamente el cuento. En su desarrollo, el niño abandona paulatinamente su mundo de irrealidades para asumir conciencia de la realidad. Sin embargo, la realidad no es la plenitud. El adulto crea fantasías de deseos y de compensación, las más de las veces en los valores más nimios, asegurando un pasaje a la vacuidad. Nosotros, adultos cuerdos, nos guardamos en las instituciones, en lo práctico, en las reglas, sin cuestionar todo aquello que nos brinda estabilidad, aunque ésta sea sólo un espejismo. Nosotros, adultos cuerdos, elegimos la tibieza y los grises, y nos asimos a las explicaciones lógicas y evitamos cualquier cosa que perturbe nuestra tierra firme. Nosotros, adultos cuerdos, nos burlamos de el loco. Y negamos que nuestra reacción la provoca el miedo.

VI

Las cartas del tarot no contienen verdades absolutas. Tampoco las obras de arte. Tan sólo son ojos de agua donde nuestro asombro niño ha de buscar los reflejos de la imaginación, como vía cognoscitiva. Ha dicho Esquilo que “parecer estar loco es el secreto de los sabios”. Tras leer La ciudad imaginada de Alberto Chimal deseo que todos sean locos, que elijan su disfraz de bufón o de mendigo. Que guarden en su fardel lo que tiene valor, mas no por su brillo. Y así, con nuestra locura, logremos materializar la ciudad que la imaginación de Alberto ha visto y que todos negamos en nuestro andar cotidiano. Vayan, lean, imaginen.

(La ciudad imaginada y otras historias, Alberto Chimal. Editorial Libros Magenta, 2009)

editores

edilberto aldán / joel grijalva

consejo

adán brand /beto buzali / alberto chimal / luis cortés juan carlos gonzález / rodolfo jm / paloma mora / josé ricardo pérez ávila norma pezadilla /jorge terrones / gustavo vázquez lozano guardagujas@lajornadaaguascalientes.com.mx

Elaborado por Servicios Editoriales de Aguascalientes S. de R.L. de C.V. para La Jornada Aguascalientes. No se responde por originales no solicitados.


imágenes y versiones de isadora

H

ace años que la observo, atravieso la Avda. 9 de Julio, me asomo a la plaza junto al Teatro Colón. Ella habita esa plaza. Puedo verla sumergiendo sus ropas en la fuente, friega que te friega, quitando manchas que nunca se borran. En el siguiente viaje, la ropa flameará como bandera en las ramas de los árboles. Ella, en el borde de la fuente, de espaldas a la ciudad. Dicen que fue bailarina, lo confirman su figura esbelta, su cuerpo de mimbre, la elegancia de sus rasgos, sus sombreros, sus gorros, sus turbantes. Algunas veces atraviesa las aguas, se queda así, inmóvil, varios minutos y después un leve movimiento, una reverencia aristocrática flexionando la rodilla, y emerge su brazo como ala zigzagueante. Nunca me ha mirado a pesar de que a veces estuvimos muy cerca, casi rozando su brazo, venciendo la tentación de abordarla porque la simple curiosidad siempre me pareció un motivo perverso.

adriana agrelo A veces me he sentido culpable de este acecho. Nunca se me ha ocurrido ayudarla, ni monedas, ni comida, ni ropa. Escribir una historia sobre ella es ya de por sí un motivo egoísta. En realidad temo muchísimo su rechazo y mi decepción. Prefiero recoger las historias que me va soltando la gente o imaginar. Dejé de verla cuando cercaron el perímetro de la fuente, el banco donde solía sentarse, el ombú y sus raíces, las ramas de los árboles. No era estética tanta pobreza libertaria viviendo en los márgenes de la avenida. La perdí por un tiempo, hasta que una mañana, ya casi olvidada de su recuerdo, la vuelvo a descubrir. Camina entre los autos. Temo que intente acabar con su vida, que alargue la mano pidiendo limosna, que se entregue por primera vez a la piedad de los otros. Pero no. Con aire altanero y resuelto, vestida con restos de esplendor, la veo envolverse en una bandera roja, brillante. Arquea la cintura, eleva los brazos, el sol cayendo sobre su rostro iluminado, la ciudad se detiene un momento y la 9 de Julio se transforma en un gran escenario.

un blog es nuestra casa y las redes sociales son los bares dorismilda flores márquez

P

ocas cosas me asombran tanto como la capacidad de los humanos para sorprendernos frente a lo que pensamos “nuevo”, para insertarnos con gran velocidad en la conversación acerca de tal “novedad” y atribuirle todo tipo de bienes (o de males). Así ha ocurrido con el cine, la radio, la televisión, los teléfonos celulares, las computadoras e internet; así ocurre ahora con eso que en el habla común se llama “redes sociales”. Éstas han ganado visibilidad tanto por el crecimiento en el número de usuarios, como por la utilización de estos recursos en situaciones de crisis políticas —como en Irán, Honduras y más— y desastres naturales —como en los casos del tsunami en el Pacífico Sur o el terremoto en Haití—. En medio de esta repentina visibilidad, se habla a la ligera de “redes sociales” y con mucha frecuencia este concepto se reduce a sitios como Facebook y Twitter. Así, abundan las notas donde se habla de que “redes sociales vigilan hábitos de consumo”, “redes sociales reemplazan al e-mail”, “Google adquiere una red social” o hasta de que “Twitter nos quiere matar de miedo”. Las redes, sin embargo, no se limitan a los medios técnicos que posibilitan la creación de un perfil personal y cierto tipo de interacción; en sentido antropológico, las redes sociales existen desde siempre, y son entendidas como campos constituidos por relaciones entre sujetos, donde cada uno es un nodo con vínculos con los otros. Autores como Raymond Williams, Assa Briggs y Peter Burke, así como Pablo Fernández Christlieb, han documentado las antiguas prácticas de comunicación oral y escrita en redes que solían construirse en casas y lugares públicos, tales como cafés y plazas. Obviamente, la sensación de red también se produce en espacios virtuales, como ya lo plantearon Rheingold y otros autores desde principios de los noventa. De hecho, en inglés suele hacerse la distinción entre social network site de social networking, es decir, una cosa son los sitios de redes sociales y otra es la práctica en sí misma. Qui-

Reducir la comunicación a las tecnologías o los medios es tan deformador como pensar que ellos son exteriores y accesorios a (la verdad de) la comunicación. Jesús Martín-Barbero

zá la principal diferencia que plantean los blogs, el micro-blogging, los sitios de redes y los juegos de roles en línea, frente a las otras redes, tiene que ver con la posibilidad de visualizarlas, a partir de los contactos, los comentarios, las menciones y más, que son como el rastro observable de las relaciones entre los humanos. Se aprecia una tendencia creciente de superposición entre las redes —entendidas, como decía líneas arriba, en tanto relaciones—, muchas personas son usuarios activos de blogs, Twitter, Facebook, Flickr, YouTube, Buzz y otras; éstas, además, con frecuencia se conectan de modo automático —actualizaciones de estado en Twitter que se reproducen en Facebook y en los blogs, actualizaciones de todo que aparecen súbitamente en Buzz— o manual —usuarios que comentan en Facebook que han agregado una nueva entrada en su blog o que han encontrado un video buenísimo en YouTube—. Los contactos —o amigos o seguidores— pueden no ser los mismos en distintos espacios, pero al estar interconectados la discusión se diversifica: gran sorpresa para quienes pronosticaban el fin de los blogs con el surgimiento de Facebook o la muerte de éste último con el de Twitter. Si bien la base de la interacción en redes virtuales es la existencia de afinidades, de intereses comunes, es posible identificar distintos sentidos para distintos espacios. Dice Octavio Rojas (@octaviorojas) que dice Álvaro Ortiz (@furilo), que “un blog es nuestra casa y las redes sociales son los bares” —de ahí el título de este escrito—. Los usuarios atribuyen a sus blogs sentidos de “lugar propio”, como si fuera una casa, porque es algo fijo, que puede ser personalizado y que los otros pueden visitar; mientras que el sentido principal de participar en Twitter, Facebook y más, no es tener un lugar, sino encontrarse con los otros, estar juntos, compartir el espacio, aunque haya miles de kilómetros de por medio, aunque en México sean las 2 de la tarde y en Eslovaquia anochezca. La magia de las redes, creo, no está sólo en lo técnico, sino en la posibilidad de construirse sobre otras coordenadas.


javier acosta, peregrino sedente juan josé macías

T

erminaba la carrera en Derecho, acumulaba lecturas, comenzaba a escribir poesía, era tímido y un poco sentimental. Decidió, entonces, exponer sus poemas a la crítica colectiva de un uni-versitario taller literario. A él se integró, y le fue bien. Ahí le conocí y leí sus primeros textos. Poemas en los que hablaba de la abuela Minga y en los que mostraba una obsesión por los Zeppelines y un apetito feroz por los Kentucky Fried Chiken’s. Confieso que experimenté la misma gustativa extrañeza ante los potajes de pollo de Acosta como ante el ajonjolí y la canela de López Velarde y el apio y la cebolla de Neruda: vocablos que por vías distintas han dotado de un exótico vigor balsámico y vitamínico a cierta poesía. II. Brindó homenaje al padre de la Beat Generation. Allen, tómate una tableta de eucalipto, es el título de su primera publicación, un cuaderno en el que ya se presiente el convencimiento de Acosta por recuperar el poder de escribir sin estándares, límites o códigos preestablecidos; de redescubrir el signo y el fonema, merced a transformarlos en un medio de auténtica libertad y nueva cultura; el convencimiento de recuperar lo excluido y lo rehusado, lo admitido y lo omitido y, por adición, el convencimiento de que el poema y la escritura, no son únicamente un vehículo de conceptos o la representación gráfica de una lengua, sino que, además, son un lenguaje cuyos signos saben expresar artística y poéticamente toda forma de contenido posible. III. Experimentó viajes que de tan reales parecen imaginarios, desde Ítaca hasta el pie del monte Fuji. Viajes al Tíbet, a Roma o a una isla del frío norte de México. Viajes interiores en los que Acosta reconoce una cosa feroz que tiene su raíz en mi vida secreta. Viajes en los que se acompaña de mujercillas decrépitas, muchachas japonesas, varoniles mancebos, gentiles caballeros, celebridades, fantasmas o de un ser constipado, llamado Javier, que no alcanza a comprender /si tiene frío en los pies o se quedó sencillamente muerto. Estos y otros lugares, estos y otros personajes y otras hierbas desprendidas de un jardín en Liberia, conforman el repertorio referencial de Melodía de la i, el segundo de sus libros. Un libro panteísta mediante el que, el poeta, trata de estar en todo lugar y en cada cosa que nombra. Aunque sería mejor decir, un libro límite en tanto que ambiciona, temáticamente, abarcarlo todo: de la botánica a la astrología. Bien puede uno tomarse a pie juntillas las “Instrucciones para pasar la vida a solas” y redactar un largo telegrama/ con la sintaxis implacable del desastre; o bien los “Poemas para perderle el miedo a las embolias” y no escribir un poema para hacer un poema, como lo señala correctamente Acosta. Cierto, quizá uno debería escribir únicamente cuando no hay ocasión, sin permanecer en guardia, sin buscar establecer alianzas a ultranza con la voluntad. El poeta nunca se observa cerca de sus pensamientos, él intuye que los únicos pensamientos que realmente valen son los que bajan de muy alto, los que vienen de muy lejos.

IV. Animó un boletín de poesía, ilustrándolo con antiguos grabados: en el mayor de los casos de zoología fantástica. Duró poco la publicación; no significa que no haya existido. Leía entonces, y traducía, a poetas norteamericanos: Richard Brautigan, William Matthews, Charles Simic, Robert Pinsky, Billy Collins. Escribió, además, un largo ensayo, alrededor de un verso del poeta, pintor, ensayista y dramaturgo e.e. cummings: «nadie, ni siquiera la lluvia, tiene / manos tan pequeñas». V. Creyó en la consolación de la filosofía, viajó a España, procreó un hijo y se integró a la docencia en su estado natal. Los estudiosos no se ponen de acuerdo en cómo, después de todo, llegó a escribir este poema: En el espacio / que hay / entre un instante / y otro// estuvo en mí cantando/ esa larga canción/ de una palabra. La escasez de datos o más bien los informes tan insólitos desautoriza, a los especialistas, realizar alguna conjetura. El caso es que lo escribió, revelándose desde entonces, para sus amigos, como un poeta camino hacia lo lejos, al descargarse sin atrición del puro valor retórico, muy apreciado y sobrevalorado en nuestros tiempos. No se olvidan, sin embargo, aquellos primeros poemas suyos que se nutrían de metáforas holgadas, la imagen enrarecida y depositaria de un humor a veces negro y a veces tierno, a través de anécdotas domésticas y simpáticas: la abuela Minga en todas ellas, como ya se dijo. Poco a poco, sin abandonar del todo lo vivencial, la referencia directa a la vida, su poesía fue adquiriendo mayor tensión enunciativa, con valor de cosa en sí: poemas breves donde dos realidades, más que asimilarse, fugazmente se tocan. Hoy es esa su virtud: su poesía se relaciona más con una manera de ver que con una manera de hacer. Ver: desplazamiento en posición sedente (¿Debo peregrinar sin pausa /por esta lejanía /en la que estoy sentado?), porque seguro ha de ser bueno detenerse a mirar —sentarse a mirar— lo que conviene ser pensado. Que la poesía se quiera confundir todavía con una virtud verbal sin contenido, con un hablar en lenguas como derramamiento del Espíritu Santo, o del subconsciente según el expediente clínico de los surrealistas, es querer hacer del poema algo cada vez más accesorio que accesible: algo más «objetivo», si por objetividad entendemos lo que se relaciona con el objeto y no con el sujeto, es decir, no con el yo que crea el poema. Para mí, un poema es más que una cosa verbal, es más que un objeto construido sólo de palabras, y un poeta, tal y como lo veo en Javier Acosta, alguien que sabe otorgarle significado a las palabras, peso a la vez que levedad, esto es —y hay que decirlo ahora y siempre—: sentido, en lo que doblemente significa: dirección y conmoción. El poema, sentenció Paul Valéry, debe ser una fiesta del sentimiento y del intelecto. Yo agregaría: una fiesta de las emociones que nos piensan y de las inteligencias que nos emocionan. VI. Escribió uno y otro y otro libro. Ganó uno y otro premio. Pero nunca perdió el piso. Se me revelaron desde un principio, con Javier Acosta, las verdaderas cualidades de un poeta: sencillez, honestidad y decoro. Fórmula muy simple pero compleja en rigor, si se considera que para volar se necesita de alas, no un de plumaje vistoso y colorido. Y, en muchas ocasiones, más que de alas. De los pavorreales se sabe que no vuelan: por pesados, como su nombre lo indica. Hace días lo vi pasear por la avenida Hidalgo, o me lo pareció. «¿Es o no es?», me pregunté. Resultó ser un pensamiento que se materializaba de un diálogo de Hamlet, segundos antes de doblar la esquina.


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Premio de Poesía Aguascalientes 2010

libro del abandono tercera lectura: el maestro javier acosta i Dirigí otra vez la saeta al dragón. Salió desviada, como siempre; pero fue a dar ahora justo entre los ojos de una mosca que fastidiaba sin piedad a un venerable anciano. El maestro me azotó ese día con esmero inigualable, por tan craso error. ii Destapó todas las botellas de vino que tenía en la casa. Mientras lo hacía, me dijo que para él eso [creo que se refería a la poesía] era como su esposa, a la que todos los días estaba a punto de abandonar, desde hacía treinta años. «Quizá en articulo mortis», dijo mientras derramaba el vino de media botella sobre la mesa. En ese instante su esposa me mandó un beso, a sus espaldas, desde la cocina.

vi

«Todo se puso más oscuro que nunca. Buscas mi mano, has visto que soy ciego y te parece que estoy familiarizado con la oscuridad, piensas que puedo conducirte; pero tampoco hay en mi oscuridad alguna dirección. «Nada te dice nada; ya no encuentras palabras adecuadas para nombrar ningún objeto. Piensas que yo te puedo conducir al silencio; no sé nada del iii silencio al que uno se conduce, no sé callar. «Piensas que puedes aprender algo de mi paciencia, piensas que puedes Llevaba casi media hora tratando de abrir la última botella; ahora lo inten- aprender a esperar a mi lado, taba con el sacacorchos. Me dijo a larguísimas pausas: mi vida está ya en «No veo nada diferente, no me dirijo a ningún lugar secreto, no cultivo la su declive y cada vez son más los poemas por escribir. No tengo ya imagi- espera; sólo estoy aquí porque al fin me apiadé de este lugar bajo mis pies, nación, carezco de ingenio; cada vez más pesada la losa, cada vez mejores y vacío.» más grandes mis pendientes. Por qué no comienzas ahora mismo, maestro —le pregunté. Me dijo que todo era más difícil porque ya no tenía nada [Él puso las comillas] que aprender. Me dijo que cada nuevo poema volvería a los anteriores inútiles, improcedentes. En ese momento el corcho se trozó y salió la mitad. vii El maestro sonrió por primera vez en toda la noche. Lo llevé a orinar, luego lo dejé dormido, sobre su costado izquierdo, en el piso. El maestro caído en su torbellino: iv

«Cada día escribo menos palabras. Cada día más seguido. Perdía el maestro la paciencia, pero aún me ayudó a sujetar el pincel co- Cada vez más rrectamente. Dibujé por primera vez, con perfecto descuido, el círculo de despacio.» la infinita compasión. «Tu mano cabe en mi mano, tus huellas en las mías, tus palabras en mi voz, en mi corazón el tuyo. Varias veces mi alma en el [escrito en un papel muy pequeño, lleno de infinitos espacios en blanco] círculo blanco del vacío» — el joven monje piensa. viii v «Ay, era ésta mi última oportunidad para callarme» Disparó esta vez la saeta con impecable lentitud. Pudo viajar la f lecha el tiempo suficiente para que el dragón diera tres vueltas en torno de nosotros, antes de recibirla su valiente corazón. [Nota encontrada al vaciar los bolsillos del maestro] Del Libro del abandono, con el cual Javier Acosta obtuvo el . El jurado estuvo integrado por los poetas Antonio Cisneros, Tomás Segovia y Juan Domingo Argüelles, quienes señalaron que es“un libro inundado por un cierto misticismo curiosamente escéptico; posee una originalidad y una alta expresión poética, caracterizada esta por un uso hermoso y eficiente del lenguaje. Asimismo, revela una gran sinceridad y coherencia entre lo que quiere decir y cómo lo dice”.


el imposible jardín de moloch óscar aparicio

...d

espués de hacer el amor con furia matutina, M y yo dejamos la habitación azul. Tomamos el camino de piedras de río, que nos llevó a una calzada atemporal, que por un lado asemejaba una villa en Praga o quizás uno de los callejones de Guanajuato, pero poseído de una extraña proporción rectilínea. Demasiada simetría para una calle novohispana. A cada lado de la calzada se erigían edificaciones de no más de dos pisos, con piedras rojizas, tapizadas de motivos moriscos, alabastros demencialmente simétricos. Como si cada lado de la empalizada fuese el reflejo inusitadamente normal -Con la demencia habitual del espejo del otro. En esa avenida perpendicular, tapizada por el sol de mediodía que ruborizaba la piedra, una procesión de mujeres cubiertas de negro con la impresión de ser monjas. O más bien de ser deudos de un funeral imprevisto que choca con la belleza de la estampa descrita. Esta procesión de mujeres o cuerpos cubiertos de telas negras arrojaban más dudas que certezas sobre su sexo. Por asociación y por el gesto de sumisión que se veía sutilmente a través de las capas de tela, la formación y el orden de la marcha, pensé que eran mujeres de una orden religiosa. Mudas, sus ropas hablaban de un rito mucho más sereno que la muerte misma, pero sin su aroma salado y taciturno. Las mujeres del velo negro lo mismo me parecían momias marciales que adeptas a ritos desconocidos para mí. Miraba y ellas me miraban como quien mira al hereje poner sólo un pie en el templo con una mezcla de azoro y duda. Las mujeres cargaban una serie de cajas oblongas sin inmutarse por el peso de las mismas. —No toquen esas cajas —exclaman las voces— ¡Aléjense! —Dentro de las cajas hay demonios muy poderosos. Respeten el rito, y por favor, vayansé de aquí. No queremos dañarles- decía quien parecía ser la líder. —Pero no haremos daño, sólo queremos saber que hay dentro —decía M, al pretender convencer con sonrisas a estas mujeres —No, no las abran, sigan su camino —terció una de ellas. En ese momento, una de las cajas se apartó de la formación. Era una caja de ángulos imposibles, que a mayor seña podría parecer un ataúd de forma pentagonal de aproximadamente un metro y medio de alto y un ancho de un metro. A medida que nos acercábamos al ataúd-sarcófago, las proporciones cambiaban de manera ¿caleidoscópica? A ratos era hexagonal, o pentagonal, las distancias parecían no respetar las leyes de la proporción y los ángulos —insisto en ello— eran caprichosos de una manera líquida. No sé en que forma, ya sea fortuitamente o por impaciencia, la caja oblonga —de un negro casi violeta— acabó por abrirse, más por propia voluntad que por nuestros vanos esfuerzos. De la caja de ángulos imposibles, surgió una figura que dudaré en llamar humana. Parecía sostenerse en algo semejante a piernas, pero al mismo tiempo, se desplazaba como si flotara o rodará sobre su propio eje. Era semihumana, del color de la piedra de la empalizada, pero formada por varias capas de piedras anchas,

encimadas una sobre de otra hasta culminar en una especie de cabeza ancha y chata. Sus proporciones eran, al mismo tiempo, ridículas, dadas las advertencias demoníacas de las mujeres. La cabeza parecía fija con un gesto de pétrea estoicidad. Y esto lo digo sin caer en metáfora. Era algo semejante a un golem de carbón con un gesto agreste, pero desprovisto de furia. Pensé —en el sueño, si es posible— en un Gilgamesh sumamente reducido o un Buda petrificado. Diremos que era un Gólem de carbón: Soplaba y a cada exhalación brotaban plantas, hiedra, arbustos. Un valle, una línea de flores fulgurantes aparecían espléndidas en donde hasta hace poco sólo había piedras. Soplaba y surgían abetos, florestas, enredaderas y girasoles de los colores mas extravagantes. Los aromas eran intoxicantes. El cielo tornábase eléctrico, del azul que sólo se observa en el Bósforo. Centernares de estrellas multicolores hacían implosión en la bóveda celeste que celebraba el rito de esta demencial y artificial primavera. La imagen era tan hermosa como indescriptible. M. se paraba frente a él, soplaba en su hombro y poco a poco sus brazos eran las ramas de un árbol, los gestos eran la corteza del mismo, su cuerpo se volvía un inmenso árbol: —Árbol eres y en árbol te convertiras —decía el pequeño golem negro que tan sólo reía. Su voz era al mismo tiempo tronante y delicada. Adentro, en su boca, infiernos veloces trabajaban. Al poco, desperté.

todas tus noches y las suyas fernando acevedo

E

s como presenciar una mañana nublada que da paso a un horizonte verde, húmedo de rocío, cuando el viento fresco trae consigo la transparencia que toma su lugar. Así comienza, temerosa pero firme; su voz baja, como si no supiera de antemano, palabra por palabra, lo que está a punto de narrar. Cuando llegas la encuentras esperándote. Paradoja: eres tú quien desea su presencia. La invocas. Quien acude no debe esperar, pues es quien invoca el que espera a quien acude. Si acude. Y ella está. Como esperándote. Apenas nota tu presencia comienza a narrar. No antes. Entreteje palabras que nunca recuerdas pero sabes maravillosas, fantásticas. Está por ti y para ello. Narra. Tu día transcurre con el único fin de escucharla. La referencia obvia es frecuente en tus pensamientos. Pero tú no la mantienes viva por y para ello. Es

ella quien parece mantenerte vivo con la voz, con el producto de su imaginación. Dones que no posees pero aprecias. Y ciclo es. Invocas durante el día todos los días. Esperas que ella espere tu llegada. Ella no espera y comienza. Tú llegas siempre a tiempo creyendo que ella espera. Y cuando te vas a transcurrir de nuevo el nuevo día, en alguna otra parte el suyo termina. Te invoca y es por eso que te espera cuando llegas. Eres viento fresco que barre su horizonte, perla de rocío su prado, hace temblar su voz que duda, como si no supiera de antemano, palabra por palabra, lo que está a punto de narrar. Para que tú lo escuches. Pues ella narra palabras que entreteje, maravillosas, fantásticas, que tú nunca recuerdas pero aprecias y sabes escuchar. Don que ella necesita. Todas tus noches y las suyas.


uno

hipocampo

—O

dio dormir. —Interesante. ¿Por qué? (Y también odio a los psicólogos. El mío no entiende nada: cree que el pavor a la oscuridad es herencia de los gritos que salían por las noches del cuarto de mis padres, aunque, como le he dicho, es obvio que el miedo proviene de la pecera que había en mi cuarto, de los caballos de mar que me observaban dormir para (lo sé) intentar matarme. Por eso —no para evadir a mis padres— pasé la adolescencia obsesionado con documentales donde se decía que algún animal, casi siempre siniestro y marino, evolucionaría hasta esclavizarnos. Mi problema es clarísimo como el agua, estuve a punto de pensar: parece que me estoy volviendo loco, pero en realidad me estoy preparando para la Gran Invasión. Y este doctorcito sigue pensando que quiero matar a mi papá. Lo cual es cierto, pero por otros motivos: mi padre es un delfín encubierto) —Siempre sueño lo mismo. Estoy en un café, o en el metro, o en la fila del súper, cuando aparece: primero veo la punta un tentáculo arrastrándose junto a mi pie. Lo sigo con la mirada hasta el pantalón de alguien, a quien no le alcanzo a ver el rostro: en cuanto subo los ojos, la boca se ha desdoblado, los ojos cuelgan de dos hilos finísimos, y por entre los dientes ya sale una cabeza puntiaguda, gris, un ojo redondo que se me clava. El cuerpo se arruga primero, y luego se rompe, y los tentáculos brotan de todas partes: una alfombra de cuerpos que parecen calcetines se tiende debajo de un ejército de calamares con máscaras de oxígeno y pistolas. En cuanto el primero jala el gatillo, despierto, y por un instante veo tatuados en lo negro los ojos inmóviles de los caballitos de mar que dejé de tener el día en que mi padre se los llevó de casa con el resto de sus cosas. —Interesante. ¿Y te angustia? (No: me encanta. Igual que tenderme a hablar en el diván sin verte el rostro.) —Sí. —Pero es sólo una pesadilla, ¿no? —Sí. —Y estás seguro, ¿no? (Intento voltear la cabeza para verlo, pero no lo consigo: siento el frío viscoso de siempre rozándome la pantorrilla. Antes del ¡pum! busco caballos de mar por todas partes. No los encuentro).

alejandra m. vázquez

¿

te conté alguna vez, querido, de aquel sueño en el que cuatro muros me acechaban mostrándome los rostros de mi padre mientras alguien buscaba mi reflejo en un gesto incomprensible, un vestido amarillo de florista, el pelo corto de mis catorce años y un cuerpo que dolía incansablemente por la huída, porque el tiempo era frágil como el nido que nunca abandonamos, pero al final lograba articular estas mismas palabras con las que me despido para que la expiación me encontrara hecha de carne y me dijera al oído, nuevamente, que es todo necesario?

un sueño real amparo vázquez

N

unca me ha gustado soñar y sin embargo los sueños me acompañan más de lo que yo quisiera y les tengo miedo porque en una mayor parte de las veces suelen ser premonitorios de malos aconteceres. Tal es por eso por lo que me gusta soñar despierta y poder soñar lo que quiero. Me gusta entornar los ojos y ver las pequeñas hadas viviendo entre las flores que adornan mi terraza o dejarme guiar por seres intraterrenos que desde el Machu Pichu me llevan a Teotihuacan a través de túneles que cruzan el Planeta en todas las direcciones comunicando los continentes sin que los que están arriba puedan imaginar la vida fantástica que se mueve en el subsuelo. He conocido los mundos atlantes y los habitantes de Lemuria y me han calentado los rayos del Sol interno de nuestra Gaia, viajando en mi duermevela a través de los sueños. Quien esto lea es posible que se ría de esos sueños míos o tal vez piense que la edad me está acercando a ese enemigo del cerebro llamado Alzehimer. ¡No! Y lo grito bien fuerte, no son alucinaciones, son vivencias producto de la ensoñación querida y dirigida porque desde bien pequeña mi mente ha ido por estos derroteros y todavía, después de muchos años, cuando veo una lucecita moviéndose en el cielo, me asusto igual que cuando veía esa misma luz acercándose hasta ponerse a la altura de la terraza de casa de mis padres y se quedaba allí quieta hipnotizándome. De lo que pasaba nada recuerdo; pero algo dentro de mí dice que aquella pequeña nave plantada frente al balcón, algo de mí quería. Ése es el misterio de mi vida, el que al recordarlo hace que el corazón vaya más deprisa y una cierta inquietud me haga abrir los ojos y decirme: sólo ha sido y es un sueño.

ciclos

sergio gaut vel hartman

P

ara poder salir del encierro se acostó a dormir. Durmió, en efecto, y soñó. Sus sueños tenían una textura vaporosa, por lo que pudo atravesar fácilmente los muros. Lo que no había previsto era el cansancio; atravesar los muros de la cárcel cansa mucho, se dijo, por lo que se acostó a dormir y soñó que estaba encerrado nuevamente. Y seguía muy cansado, así que decidió acostarse en el mugriento camastro en el que pasaba las horas. Se durmió. Soñó que cavaba un túnel; tardó veinte años en abrirse paso del otro lado del muro. Ahora, al cansancio se le sumaba un permanente dolor intestinal, producto de la ingesta de toda la tierra que sacaba del túnel. Finalmente pasó del otro lado, pero por entonces estaba tan infinitamente cansado que se tiró a dormir sobre la hierba. Allí lo encontraron los guardias y se lo llevaron prisionero. Compareció ante el juez, que lo condenó a muerte por fugas reiteradas. Él se rió de la condena y el juez lo contempló, perplejo. —¿De qué se ríe? —preguntó finalmente. —De que me voy a despertar en cualquier momento y ya no voy a ser un condenado a muerte. Pero no se despertó.

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ruy feben


libros y niños

tripulación marco antonio campos / poeta, narrador, ensayista y traductor. El Forastero en la tierra incluye su obra poética de 1970 al 2004. Ha obtenido diversos reconocimientos internacionales, el más reciente en España. erika mergruen / editora independiente, imparte talleres de literatura. Su libro más reciente es La piel dorada y otros animalitos. adriana agrelo / (Buenos Aires, Argentina) licenciada en Letras, fundadora de la Asociación CREARTEDUCA (Creatividad, Arte y Educación), trabaja en la Biblioteca del Congreso de la Nación realizando actividades de promoción de la lectura y talleres de capacitación dorismilda flores márquez / licenciada en Comunicación Medios Masivos y maestra en Comunicación de la Ciencia y la Cultura. Es integrante del Colegio de Estudios Sociales de Aguascalientes AC. Su línea de investigación es cultura, comunicación e internet. dorisfm.wordpress.com juan josé macías / poeta, coordina el taller de crítica y creación literaria de la Universidad Autónoma de Zacatecas y es subdirector de la revista universitaria Funes. Ha obtenido los premios de poesía Ramón López Velarde y Efraín Huerta

sofía ramírez

S

iempre me han gustado los libros para niños. No sé específicamente por qué, si por las ilustraciones, los temas, los personajes, los autores, las colecciones. Quizá por todo esto y porque además son muy accesibles: en precio y en lectura. Me confieso fanática de “El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica”, “La peor señora del mundo”, “Diario de un gato asesino”, “Miedo, el mundo de al lado”, “Los casi bandidos que casi roban el sol”, “El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza” y de muchos, muchos más. Considero que es una fortuna ser niño en esta época, en la que podemos encontrar libros y más libros que abordan temas universales en donde los protagonistas son héroes actuales –o antihéroes, pero no por eso menos significativos-, que se mueven en espacios conocidos, casi propios, en tramas que no importa si se resuelve o no el conflicto, incluso si éste no existe, en donde las moralejas, típicas de los primeros acercamientos a la literatura para niños, no tienen cabida y el aprendizaje se da a partir de las experiencias personales y la recepción individual de los textos. Actualmente, la oferta de libros para niños es muy amplia y podemos darnos el gusto de navegar entre diversos ejemplares para elegir uno, el que más nos convenza, el que nos llame la atención por todo su contenido –desde la portada hasta las páginas blancas que algunos libros contienen para escribir nuestro propio final o hasta la recreación del libro fuera de éste a través de todas las expresiones artísticas: dramatización, dibujo, cómic-, es

decir, entre el vasto universo de la literatura para niños podremos localizar ese ejemplar, al que desde el momento de su elección llamaremos “El Libro”. En algún sitio leí “leyendo hemos vivido tantas vidas…”, frase con la que comulgo porque considero que la literatura es una alternativa para vivir la realidad o una realidad alterna para vivir la vida, tomando como punto de partida los cuentos de hadas que los adultos narraban a los niños en el pasado, con la intención de otorgárselos como “amuletos verbales” que les ayudaban a afrontar las experiencias futuras, como el amor o la muerte. He aquí, pues, una pequeña lista de libros para niños –títulos que puede localizar en las bibliotecas públicas o adquirirlos en la librería de Casa Terán en Aguascalientes-, para que ellos los lean o algún adulto lo haga por ellos; o bien, querido lector, léalos usted, regálese un momento infantil, como cuando come un helado ensuciándose el rostro y la ropa –¡qué delicia!-. “Un hombre de mar”, de Rodolfo Castro “Hotel Monstruo. ¡Bienvenidos!”, de Verónica Murguía “El hombrecito vestido de gris y otros cuentos”, de Fernando Alonso “Nadie te creería”, de Luis María Pescetti “Ana ¿verdad?”, de Francisco Hinojosa “Un abrazo”, de María Baranda “De que se puede, se puede”, de Margarita Robleda Moguel “La vaca que se creía mariposa”, de Emilio Ángel Lome

javier acosta / poeta, con su obra Libro del abandono obtuvo el Premio de Poesía Aguascalientes. óscar aparicio / agente radical, su obra está dispersa en diversos comentarios de facebook. Vive en Puebla, eso explica algunas cosas. fernando acevedo / diseñador web, traductor y corrector de textos; ha publicado textos propios y traducciones de autores italianos en suplementos y sitios en la red. www.magogris.com ruy feben / escritor cabezadura. Ha publicado mucho en internet, pero apenas se estrena en el papel. Escribe su primera novela (en un blog secreto) y afianza un libro de micro ficciones en elclaxon.arts-history.mx alejandra m. vázquez / docente y escritora. Integrante, desde 2005, del Círculo Poético Finisterra. Su blog: http://cuadernosmenard.blogspot. com amparo vázquez / (El Masnou, Barcelona) escribidora, hace teatro y cuentos en bibliotecas, colegios y donde se lo pidan. Coordina talleres de escritura creativa a profesores y grupos de la tercera edad. sergio gaut vel hartman / cuentista, editor, fundador y director de las revistas Sinergia y Parsec, creador del Taller 7, Comunidad CF y Planeta SF. Compilador de antologías y ensayista, cuentosgvh.blogspot.com/ sofía ramírez / poeta, licenciada en Letras Hispánicas y maestra en Literatura Mexicana. Coordinó la revista de creación literaria infantil Letritas Grandes. La sonrisa de un condenado a muerte y La casa callada son dos de sus libros iván trejo / poeta, su libro Silencios fue reconocido con el Premio Nuevo León de Literatura y el Premio Regional de Poesía Carmen Alardín se le otorgó a su poemario Los tantos días.

ilustraciones: vanessa romero (2, 3, 6, 7), jorge medina (4, 5, 8). portada: La belleza, Edith Bertha Aldana

animalia iván trejo

E

sta colaboración es un ejercicio desprovisto de justificación, pero no de poesía, me he dado a la tarea de preguntarle a diversos poetas su perspectiva particular sobre si es posible llegar a un símil entre poeta y animal, las respuestas que ya caen a cántaros son diversas y disfrutables. Comencemos este nuevo viaje. ¿Qué clase de animal es el poeta? Ali Chumacero (México, 1918) El poeta es un animal que no percibe bien las cosas, como adormecido, medio pendejo, pero tiene antena arriba que capta las cosas que los demás no captan, o que no pueden transformar el sonido en palabra, cuando un hombre correcto entiende un poeta es que coincide con la frecuencia y quisiera esas palabras para pasarlo del impulso al mármol. Christoph Janacs (Austria, 1955) No sería nunca un león, quizá podría ser una mofeta. Jesús Munárriz (España, 1940) Un bicho raro, tiene que ser a la fuerza un bicho raro. Iván Oñate (Ecuador, 1948) Un animal metafísico. José Kozer (Cuba, 1940) Un caballo desbocado.

Jotamario Arbeláez (Colombia, 1940) El animal más irracional de todos. Juan Gelman (Argentina, 1930) Bueno, como alguien dijo en México, el poeta es mi animal preferido. Alvaro Solís (México, 1974) El poeta es un animal solitario en el fondo de una cueva, sabe que pronto morirá de pena, aún así no busca compañía. El poeta es un animal solitario. Nervinson Machado (Venezuela, 1976) Un gusano que se alimenta de los muertos. Juan Manuel Roca (Colombia, 1946) El poeta insumiso, que es el que a mí me gusta, es un animal poco doméstico, no es ni debería ser de la estirpe del perro que vive batiendo la colita en busca de amo, tendría que ser un perro gruñón que muerde permanentemente, creo más que si buscáramos un emblema entre los llamados animales domésticos, debería ser un gato, que es ladrón, misántropo, baudeleriano, un anarquista de los tejados. En cuanto a un animal mítico yo creo que debería ser el pájaro Piji, que es un pájaro que invento Apollinaire, que es un pájaro que sólo tiene un ala, por lo tanto debe viajar en pareja.


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