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julio 2014, n° 104
eduardo sabugal daniel bencomo alejandra eme vĂĄzquez
foto
roberto guerra
dos
El cascarón cenizo Ahora, aquí, con los testamentos de la calle torcida la transparencia del mezcal resbala, sopla el olvido sin la sal de la tierra sigo sentado en el hueco baldío abro el sonido como una lata de conserva, escucho las balas dejan un ojo de polvo en la piel del viento en el patrimonio de la humanidad un perro husmea la televisión estira sus cuernos de rabia sobre el sol el vidrio roto grita como ángel su vocación en el muro entre los hoteles turísticos hay humo de barro Oaxaca es una raíz ardiendo y la raíz es una frase dicha con sangre mineral en el nicho rupestre dicen que los movimientos están intoxicados pero la oscuridad es un ojo y esta noche es un mirar ayer la ciudad ardía, onda colosal en la calle un autobús ardiendo ronronea su estertor de cuervo mañana esto será una pira, paredes y verdades caen mañana habrá que mudarse o enmudecer mudarse o enmudecer, el miedo nos oprime como uvas las palomas de Santo Domingo se convierten en papel y los árboles se protegen de su propio follaje vencido ahora, aquí, las manos recogen letras en el agua negra y el nudo del miedo se posa rabioso en esta mesa rota.
Ruinas Entre ruinas, en medio de escombros, sentimos miedo cada catacumba de frío en autobuses carreteros cada playera estampada con un rostro desconocido y tu vieja perla clínica gravitando como piedra todo, parece infundir miedo, inyectarlo hipodérmicamente máscaras de bufón; una bolsa de plástico llena de cráneos las suturas de una víspera erótica y piromaniaca hilvanando mentiras en sus altares de simulación fiebre de templos que ahora lucen en ruinas yo tracé olvidos en aspirinas poéticas anti-rituales ahora te llamo desde una llamada perdida pero la liquidación muda permanece en cada mirada hay animales con barba y bebidas con cafeína sólo queda respirar la espora maligna del miedo respirar sofocado como un asmático del miedo toser la polución milenaria del encostramiento insomnio de poesía bioquímica también con miedo declararnos este miedo a nosotros mismos como ultimátum agrietada entre las cosas ruinosas hay una mano de piedra un jokerman toma una infusión especial para olvidar los olvidos flotan en la tela cruel del agua circular como caso clínico como ejército que arrastra los pies miedo de estas manos, de estas palabras sin aliento miedo a los mismos pasos y al himno nacional a esa sintaxis marcial, salivero de ancianos reptiles pero entre ruinas y rectores inmorales, un sol se extinguirá y el miedo, aun siendo miedo, también se irá.
tres poemas de sudario eduardo sabugal
Balas de goma Dicen que se alinearán planetas y habrá nuevos pronombres que el sol pondrá reflejos en las paredes aún erguidas pero sólo hay destrucción; las grietas de la mano son de muerte hemos entrado ya en el mareo circular de la historia el galope violento sólo traerá facturas y fracturas descargas y demoliciones, la piel que no resiste nada balas de goma, de vidrio, de hojas secas balas de médula ósea, de piedra, de corteza estamos solos y solos vemos una exposición de masa encefálica solos vemos saltar globos oculares de su sitio y solos asistimos al desprendimiento de retina no podremos recordar este primero de diciembre ni nuestras últimas llamadas; no habrá memoria ni masas lejos de aquí alguien llora a su muerto hospitalizado San Molotov danza su viejo ritual incendiario habrá cédulas de identidad y poemas insípidos solos dormiremos y solos pasaremos el control policiaco no más un nosotros, sólo islas, vasos desechables incomunicados un cuerpo sin cintura escapular ni pelvis risas lacrimosas y sabremos que estos antiguos delirios eran sombras solos y desnudos miraremos por horas un letrero anónimo rómpase en caso de incendio solos, rodeados de miles, iremos a los ministerios públicos a los hospitales y a las escolleras de gases pimienta ayer no pudimos dormir; hoy despertamos sin ojos con miedo, acorralados, mirando atreves del humo endorfinas que aceleran su eje central toletes, escudos, barricadas, calles fuera de foco en el pavimento hay caras dibujadas con sangre vidrios que aletean su ironía y su transparencia Starbucks, Sanborns y Banamex; ventanas a la nada las mesas del Wings, la puta rabia exponencial solos hipnotizados y sodomizados por la televisión solos llorando como idiotas, enlutados, solos entre solos solos observando Bellas Artes y las bellas entrañas de goma.
tres
un pájaro de otro mundo o un círculo hacia el dónde daniel bencomo Estamos aquí, en algún punto incierto del radio. Esto no es una fiesta de libros. O es una fiesta de libros donde alunizan palabras. Palabras sobre palabras sobre palabras caen sobre otras palabras. Las palabras se acumulan y caen desde el pecho hasta el pecho, hacia una isla de plástico que las acoge como una nave nodriza. O es que las palabras son una lluvia de meteoritos ante un ojo molusco que no sabe cerrarse. Ante un ojo que pasa y se transforma en hoyo negro. No lo sé. Pienso con frecuencia en esto y no lo pienso. Ahí hay un exceso del que vuelvo tras leer un poema, tras leer un no-poema.
tan el pasado donde ya no hay nadie, ni aquel Homero que murió por no encontrarle respuesta a un enigma; más atrás sólo queda conjeturar el habla, el habla como una condición especulativa. Pero es así que Homero, personaje de sí mismo, preñó y parió a Occidente con su épica. Y de él y hacia él volvieron, para perderse en su garganta oscura, personajes que también han proliferado hacia el presente. Así estamos ahora, en la ausencia de héroes, en la ausencia de metarrelatos sólidos, y a pesar de exégesis, conjeturas y teorías de lenguaje, autores y personajes siguen escribiéndose unos a otros.
Pienso también en un personaje. Pienso desde la imposibilidad de no-serlo. Pienso la idea de posesión de una lengua, de una serie de gestos que den cuenta de mí. Es imposible. Nada me pertenece. Estoy anclado a cosas que desconozco. A sondear mi pasado más allá de una primera página, una primera página que no existe porque nadie tiene conciencia de su origen. De tenerla, de ocurrir, se/me autodestruiría. La personalidad, como la de un personaje, es siempre fragmentos de otras personalidades. Somos, de acuerdo con Clément Rosset en Lejos de mí, como un espejo pegado a partir de miles de espejos quebrados. Sentirse parte de un árbol conjetural y ser fruto de una fronda que acabará por pudrirse, puede dar pie a literatura. Todo eso claro, oscuro y en potencia, pero entonces el acto queda lejos, abierto, siempre expulsándome de mí.
Quizá los pensamientos anteriores tengan muy poco qué ver con la intención que Cruz-Grunerth tenía. Pero es así que nadie controla nada y por supuesto, un personaje se deforma en una experiencia lectora, se proyecta sin patrones definidos en una comunidad de lectores y vuelve, en un acto que sigue sin resolverse, a aparecer una vez más en otra experiencia de escritura. La escritura narrativa plantea un mundo y un personaje debe cumplir con una condición de inmanencia a ese mundo, debe ser leal a esas cotas. Cuando un personaje vuelve y roza con su aliento el aliento de quien lo escribe, brotan chispas de paradoja, recordemos al viejo Borges cuando se encuentra consigo mismo junto al río. Cuando el estado elemental de la materia narrativa se trastoca, aparecen estrías en lo contado; se muestra, como se muestra un fósil de reptil al paleontólogo, una poética.
“Círculo que se cierra” texto inicial y homónimo del libro de Gerardo Cruz- Grunerth, propone al lector la siguiente intuición, desde un personaje que (se) narra en primera persona: “Yo he muerto tantas veces y, como atado a una verdad budista, francamente sin querer que fuera así, he renacido una y otra vez. Fui un hombre que murió en las calles de Lisboa después de cruzar en una noche el África desde el Madagascar [...] Ahora que estoy aquí, en este punto, podría jurar que este día es el mismo día de mi primera vida, como un circulo que se cierra: una vez más me encuentro hecho letras de un escribano”. Y he ahí que he leído este libro tras la pista de ese personaje escrito que es todos y es ninguno y arde en el lenguaje desde aquel Minotauro, encontrado en las tablillas micénicas del siglo XVIII a. C., que es el Dionisos consorte de Ariadna, y luego aparece en versiones posteriores del mito como el monstruo al que habrá de vencer Teseo para, otra vez, derrumbarse al interior del devenir, deformarse para ser otro, siempre otro en un oleaje que destroza barcos y tablillas y que no, no es de agua salada y sí de cantos de sirena. ¿Y de dónde surge aquel Minotauro? No lo sabemos. El origen del mito es tan oscuro como el probable origen del lenguaje. Narrador y personaje se extravían y remon-
Creo que Círculo que se cierra está escrito en la misma tradición que el cuento “Pao Cheng” y el libro El grafógrafo de Salvador Elizondo; pero también en el cauce del cuento “El Otro” del ciego porteño. En ellos se revela el nexo entre autor y personaje, cómo es que ambos caminan simétricos, cada uno en dirección distinta del espejo quebrado, como esos carritos que reciben por corto eléctrico la energía para impulsarse. Plantear lo anterior vuelve al circuito narrativo una geometría diferencial, que acerca al escritor/escrito a un punto, a un aliento mínimo cercano al del poema. Es el punto indescubrible, móvil al infinito, donde el círculo cumple su circunferencia. Los textos del libro de Cruz-Grunerth se condensan en una extensión no mayor a tres cuartillas, en la mayoría de los casos apenas alcanzan dos. Distingo en ellos una escritura sobria, pulida en sus artificios retóricos y sintácticos, que no hace eco de ejercicios superficiales o de tonos y veleidades de moda. Cada uno alcanza su tensión desde distintos mecanismos, perspectivas de lo narrado, brotes de humor o reflexivos: en el texto “El ilustrador”, un hombre que escribe sobre Henry Lee Lucas, descubre con pasmo la desaparición de su mujer y la aparición de un dibujo con su imagen en su libreta de apuntes; en “¿Eres un hip-
notista?” se narra, con humor y ternura, cómo un niño descubre que los poderes de la sugestión no siempre hacen efecto en donde uno planea. La voz narrativa, así como las atmósferas y los tonos de los textos varían; el aparente realismo de “Matlapa” da como resultado un texto que parece dialogar o rendir homenaje al rulfiano “Es que somos muy pobres”; en el otro extremo, la construcción experimental de “Recurrente rompecabezas”, nos presenta un estado de delirio donde quien habla cruza las fronteras entre la vida y la muerte. Pero también hay pequeñas prosas donde pareciera que el lenguaje se libera del sujeto que la enuncia, y en esas ocasiones hay que decir que está más cerca del poema que de la mini-ficción. En su conjunto, Círculo que se cierra procura llevar al lector hacia esas zonas oscuras del mundo narrado, donde las leyes del contar son llevadas a un límite, donde el límite es transgredido y quedan residuos de tal acto en la materia narrada, como en la glosa que hace Borges, en “El otro”, de Coleridge: “Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor.” Y esto a su vez me hace pensar en unos versos del también argentino Jorge Leónidas Escudero: ¿Será eso un pájaro de otro mundo que de pronto pasó por mi conciencia? Puede que sea porque pasó cuando yo andaba como queriendo saltar el cerco hacia no sé dónde. Conozco el trabajo narrativo de Gerardo Cruz-Grunerth desde hace algunos años y he sido testigo de cómo ha madurado en referencias, densidad, condiciones de verosimilitud y problematización de la escritura. Me congratulo de que su prosa decante y lo haga en estas coordenadas, donde sirve para cuestionar las condiciones del lenguaje narrativo y desde ahí genera interesantes objetos de ficción. No sé hacia dónde lo lleven sus siguientes incursiones narrativas, pero esperemos que sean nuevos pájaros que cruzan la conciencia, que nos lleven a saltar un cerco hacia no sé dónde. Siglos y siglos pasan y la condición originaria de la escritura demuestra siempre ser indescifrable, incluso en nuestra época donde la uncreative writing, la escritura no-creativa, se afirma como una reacción ante la acumulación de signos y signos, palabras sobre palabras que alunizan, en islas de plástico, en libros de plástico, en naves nodrizas, en libros que serán como platillos voladores, que alguien cree observar una vez y nunca puede comprobar lo sucedido. Círculo que se cierra, Gerardo Cruz-Grunerth, De lo Imposible Ediciones, 2013, 106 pp.
cuatro
¿y la familia?
verde y humilde
alejandra eme vázquez
Todos tenemos códigos personales, y qué belleza. Nuestro mundo individual de referentes comienza a alimentarse desde antes de tener conciencia, y por eso a veces podemos sorprendernos a nosotros mismos recordando algo que ni sabíamos que sabíamos, o reaccionando inesperadamente ante estímulos casuales o inducidos cuyo poder puede a veces llevarnos a sitios específicos de nuestra historia con todo y los sentimientos “originales”, que suelen conservarse intactos.
vertientes reconocibles en “lo mexicano”. Seguro que Carlos Monsiváis ya lo dijo mejor en algún sitio que aún no he leído y seguro también que los Burrón ayudan a explicar ese tono entre populachero y culto que usaba nuestro cronista por antonomasia, admirador como era del irresistible universo burroniano. Porque la diferencia entre ésta y otras historietas es justamente la idea de familia que desarrolla: un núcleo alrededor del cual se ramifica un modo de ser que transforma todo lo que toca. A tal grado, que si Borola y compañía van a visitar a la tía rica en París, por ejemplo, los franceses se adaptarán al lenguaje, las referencias y el universo del Callejón del Cuajo. Lo escribo y me parece chovinista hasta la médula, pero ¿cómo negar que la propuesta de hacer que todos se adapten a nuestros códigos resulta irresistible, al menos como un desliz de la conciencia global que el mundo actual nos obliga a tener?
Por ejemplo, yo no puedo evitar emocionarme casi a punto de la lágrima cuando escucho la “Sinfonía Marina” de Piero, las canciones de María Elena Walsh o a Les Luthiers. Puedo traer a colación una frase de Mafalda o de Astérix a distintas situaciones, como si la hubiera leído apenas ayer. Hay olores que me recuerdan claramente la casa de alguna tía, unas vacaciones o el día que nació mi hermana; y aunque no pueda recordar absolutamente nada de la trama, tengo instaladísima en la memoria la voz del narrador de “Los duques de Hazzard”. Me cuesta trabajo ser crítica ante estas cosas que parecen parte de mi código genético. Los Burrón me activan esos Pero una cosa son los recuerdos que parecen agazaparse ojos que los devoraban cada semana sin pensar si los roles para salirte al paso en cualquier momento y otra distinta ahí planteados eran o no cuestionables; lo único que sé es son los referentes que no dejan nunca de estar presen- que aprendí con ellos a pensar en el espiral que significa tes, hagas lo que hagas. Cosas de las que sabes tanto sin ser una familia en México, por lo pronto. En cada cómic esfuerzos, que te cuesta trabajo darte cuenta de que no se contaba una historia de principio a fin que casi siemtodo mundo las conoce como tú: tan naturales te son. Así pre resultaba mal, pero que en resumidas cuentas dejaba me pasa a mí con la Familia Burrón, piedra angular de mi a los personajes en el mismo sitio en el que me los había infancia y por tanto, referente obligadísimo para explorar encontrado al inicio. Un poco como ahora podemos enuna parte de mí. tender a Los Simpson o a cualquier narrativa familiar que traigamos a la memoria: para funcionar, debe haber un Qué tanto me habrán determinado los Burrón mi idea de punto de partida al cual regresar. país, de familia, de clases sociales, es algo que no alcanzo a descifrar, pero estoy segura de que ahí está. Su universo Ese punto de partida es la idea de familia, una comunitiene un rango amplísimo que pasa por todos los estratos dad que se quiere pese a las condiciones adversas y las socioeconómicos e incluso llega hasta el Inframundo con diferencias de caracteres. No creo que la conclusión neel genial conde Satán Carroña y compañía; hay historias cesaria sea que debamos revalorar y repetir el modelo del truculentas como la de Ruperto Tacuche y “artistas con- matrimonio Burrón-Tacuche, cuyos estereotipos no la sagrados” como Alubia Salpicón o el (anti)poeta Avelino librarían ya tan bien ante la diversidad que hoy hemos alPilongano, mi ejemplo a no seguir. Entre tantos, tantos canzado; en todo caso, lo que yo me quedo de sus andanotros. zas es la extraordinaria sensación de tener un universo al Ahora mismo me sorprende que los nombres, las genea- que puedo entrar cuando lo quiera o necesite, con un lenlogías y las anécdotas me broten con tantísima facilidad guaje propio, una cohesión ideal y una bienvenida peral momento de escribirlo. No necesito repasarlo ni hacer manente. Ahí está lo realmente familiar, y hay momentos memoria: podría quedarme todo el guardagujas y aun en que uno desea reconciliarse con la idea de que pase lo toda La Jornada hablando de ello. Lo más bonito de todo que pase, hay lazos que te hacen único. es que comparto esos referentes justamente con mi familia más cercana: no dudamos en usar frases y alusiones La nostalgia por la pura nostalgia es absurda, porque ata a que no necesitan explicación, y el vocabulario Vázquez lo que ya ni siquiera existe. Yo no quiero volver a leer a los debe mucho a la historieta de Gabriel Vargas. Mi madre Burrón como cuando era niña; intenté hacerme de los lipuede llamarnos “Macuca” a mi hermana o a mí cuando bros que los recopilan, pero desistí a la primera: yo ya no salimos con ella; cualquier signo de excesiva sumisión leo igual, resulta forzado, “ya no es lo mismo”. Si se intennos recuerda a Gamucita y así, interminablemente. ta revivir algo es porque en principio ya se ha dado por muerto, así que lo mejor que podemos hacer con el reHay algo en la Familia Burrón que es muy nuestro, de cuerdo es dejarlo en ese estado, usarlo como herramienta todos, incluso de quienes no la conocen. No sólo es to- que nos ayude a darnos nuevas explicaciones a lo actual marse con humor la pobreza, es la idea de instaurar refe- y sobre todo, agradecerlo. Así que gracias, burrones, por rentes propios que parecen explicar, o modelar, algunas darle tanto a mi código personal. Y qué belleza.