guarda gujas
ía navarro cecilia eudave erika mergruen omegar martínez édgar omar avilés norberto de la torre
noviembre 2011, n° 38
juan francisco pizaña morones
http://lja.mx/guardagujas
norberto de la torre
Navegación Doy algunas vueltas alrededor de un lunes como un insecto áptero. Zarpé como a las ocho y diez de la mañana en un barco de paja,
Volados
con un timón de vidrio; mis remos son las manecillas de un reloj cansado y arribaré seguramente al martes con una canción triste,
Con un escolio al margen de la vida
y un pájaro sediento sobre el hombro. En mar o en tierra velaré
celebro el matrimonio del vaso con la fruta
mis armas como los viejos caballeros que de manera estúpida
(manzana no, porque la manzana es un señuelo
entregaron su pecho a las espadas. Pero qué manera de perder
que utiliza con pericia la serpiente).
el tiempo pastoreando palabras en un campo herido de sequía,
Celebro, sí, la huella de tus ojos en el vaso,
como si engordar palabras fuera la tarea más pertinente para un
el sol de medio día y ese tuyo estar tan lejos,
hombre solitario y su desahucio. Soy un viejo capitán que navega
más allá de mi vista y más allá...
sobre los siete días de la semana y que intuye la fuerza que guardan
Algo habrá que celebrar, faltaba más,
las mareas y la probable presencia de sirenas ebrias. Se ha dado
antes de que lleguen las tormentas,
el caso de que un capitán investido de profeta es incapaz de interpretar
justo cuando el gato se aleja entre las sombras
sus propias profecías y sólo puede proferir, con su voz incomprensible,
y el mundo es un guijarro en pleno vuelo.
el final de las palabras como si fuera el eco. Así, me acerco a la playa
Hay que hacer algo, a no dudarlo, para guardar
de un lunes que declina, regresaré otra vez al pastoreo de flacas
el olor de las violetas, algo como lanzar
palabras que agonizan y dejaré hacia el final del día un acerbo
un beso al aire para jugar con él a los volados.
discurso que se burla de la solemne soberbia de fabricar poemas.
tres poemas ía navarro Un nombre que se me ocurre No sé por qué se me ocurre tu nombre clavado en el canto de la llovizna entre el vaho trepado en las ventanas. Se me ocurre que me mira traslúcido que mientras crece el musgo me lima los dientes de lengua en lengua. Se me ocurrió tu nombre desde el alboroto de mercado frente a las fresas hacinadas y un hombre pesado que las amasaba con sus manos rojas. Pensé en su caricia en cómo sería besarle los dedos y sentir mi aroma entre el tinte de la pulpa viva. También se me ocurrió tras el pelo turbio de un viejo que encontré un día en el malecón,
halaba su barba de pez hambriento y me ofrecía cervezas. Quise pensar en su aliento robusto en la gris turbulencia de su cara contra mi pelo negro. Y se me ocurrió en la mirada de escote y el ceño liso de un adolescente de banca. Deletreé tu nombre con sus labios y le hablé de entrar apurado, dilatándose en mí desde sus diez y tantos para yacer ingrávido en la circularidad de los ojos de mi blusa. Y así vas plagando de tu nombre a todos los hombres que conozco. Se me ocurre bajo el olor de sus brazos amplios que recogen sin causa mi vehemencia enmohecida de encontrarlo en todas las bocas.
http://lja.mx/guardagujas/ guardagujas@lajornadaaguascalientes.com.mx editores: edilberto aldán / joel grijalva
T
odas las butacas del teatro escolar están ocupadas. Tras el desafinado recital de guitarra y el torpe baile de tango, llega el momento de Jonathán, quien se presenta ataviado con una capa de terciopelo y sombrero de copa que envuelven más que vestir su cuerpo esmirriado como chorrito de agua. Siempre ha sido un chico solitario, retraído en sus libros y sus fantasías: es la forma en que lucha por la vida. Aquella presentación es un esfuerzo mayúsculo en la que insistió mucho en participar. A sus padres y a su hermano Bernardo no les quedó sino apoyarlo, sabiendo que en pocos meses ya no estará con ellos. Bernardo tiene veinte años, casi cinco más que Jonathán, y no sabe qué hará cuando su hermano muera, siente que se le acaba toda la fe que pueda tener por la vida, que ahora le parece miserable, injusta y breve. En una ocasión, Jonathán le dijo que la vida es un misterio y que los misterios a veces traen cosas buenas. Bernardo le respondió que es un misterio de mierda, y lo abrazó. Ahora, al verlo vestido de mago, sólo atina a recordar que hace cerca de diez años ocurrió lo de las canicas y los pollos. Él tenía cinco y yo casi diez años. Recuerdo que hacía la tarea cuando de pronto escuché muchos pollos piando como locos. Me incorporé de la silla y fui a la planta alta, donde estaban las habitaciones. Pasé por el cuarto de mis padres, donde también dormía Jonathán, y aproveché para ver si no se encontraba por ahí jugando, pero no estaba. Cuando llegué a la puerta de mi cuarto, no me cupo ninguna duda: los piídos provenían de ahí adentro. —Jonathán, abre el cuarto… ¡Ahora! –le dije, con toda mi autoridad de hermano mayor. Pero por respuesta sólo escuchaba los piídos enloquecidos. Empecé a forzar la cerradura, temiendo por mi colección de escarabajos, mis rompecabezas y mis canicas. De seguro papá cometió la tontería de comprarle más pollos de colores o tal vez los compró con lo que ahorraba de los domingos del abuelo, pensaba mientras forzaba la cerradura, cada vez más cansado, cada vez más rojo de coraje y espanto, temiendo que los pollos ya hubieran llenado de excremento mis tesoros. Estaba a punto de gritar como loco, cuando tuve una iluminación: recordé que mamá guardaba copia de las llaves de todas las cerraduras de la casa en un cajón de la cocina. Corrí tan rápido como pude. Al regresar, ya sólo se escuchaban unos piídos dispersos, muy lejanos. La última llave que probé fue la buena, y la puerta del cuarto se abrió. Entonces vi cumplida una de mis peores pesadillas: Jonathán sentado en el suelo, un martillo a su lado y mis hermosas canicas partidas a la mitad. Estaba a punto de lanzarme sobre él, pero volteé a todas partes… —¿Dónde están los pinches pollos? —Libres, libres, Bernardo…
jonathán edgar omar avilés Jonathán saca un pañuelo del sombrero. Dentro del pañuelo hay un hámster. El roedor se le escapa y tiene que perseguirlo por todo el escenario. La carcajada general hace que la pálida cara de Jonathán se ruborice. Bernardo mantiene la vista al frente, apoyando a su hermano, pero de reojo ve que, un par de filas adelante, murmuran los chicos que siempre han molestado a Jonathán. Le encantaría partirles la cara, pero su hermano nunca se lo ha permitido. Luego de atrapar al hámster, saca un juego de naipes. Empecé a buscar bajo la cama, en los cajones, aun en lugares tan improbables como entre las sábanas. La furia fue dando paso a un asombro mezclado con miedo. Desconcertado, volteé a ver a Jonathán. —¿Qué pasó? —No podía dejar que… que los torturaras… ¡Son mis amigos! –había mucha valentía en sus titubeos. Se refería a doce pollitos pintados con anilina de colores que papá le había comprado en el mercado. Mamá se enojó mucho, porque aseguraba que esa pintura era una crueldad, pues al poco tiempo morirían. Pero murieron más pronto de lo que pensamos: bebieron del líquido que mamá usaba para lavar el baño. Jonathán y yo los encontramos retorcidos entre vómitos de sangre y trigo del que les dábamos de comer. —Jonathán, escúchame –le dije con mucha seriedad-: ¡era broma lo de los aztecas! No se puede encerrar el espíritu de los pollos de colores en las canicas de colores… -ya desde niño creía que uno se muere y todo termina, así que el asunto de los espíritus de los pollos me parecía una tontería que se me ocurrió de pronto. —¿Sabes?, los pollitos, cuando son espíritus, vuelan muy bien –me respondió sonriente, aludiendo a una discusión que tuvimos donde él afirmaba que los pollitos sí podían volar, sólo que les daba flojera–. Ahora ya no sufrirán cuando las agites o pongas las canicas al sol… Los espíritus de Cloe, Brandy, Maguncio, Cerdoriclo, Platipus, Chiripa, Pico, Juanipo, Corazón de topo, Tíboli, Memo y Barano se fueron agitando sus alitas, libres, volando por la ventana, piando bien contentos… Necesitaba que Jonathán no me delatara por haber roto el cenicero favorito de papá. Entonces recordé que la vez que los encontramos muertos yo traía mi frasco de canicas. Así que le dije que en aquel momento, utilizando magia azteca, había encerrado el espíritu de sus pollitos, y mientras le decía eso, hacía muecas y ruidos
de dolor para darle mayor dramatismo. Funcionó a tal grado que, cuando quería que me trajera un sándwich o que me cubriera de otra mentira, bastaba que torturara un poco las canicas calentándolas en la estufa o llenando el frasco con orina para que él, aterrado, cumpliera mis órdenes. En aquel entonces yo sólo sabía por pláticas veladas entre mis padres que sus pulmones se marchitaban, y que creerían todo lo que él les dijera. Luego del tercer intento no adivina la carta que el maestro de matemáticas ha sacado del juego de naipes. El acto es francamente malo, aún más malo que el recital de guitarra y el baile de tango. Por los nervios, Jonathán se ha equivocado en todo. Se nota que está a punto de echarse a llorar, pero toma aire para contenerse, para no desmayarse, para no parecer una niñita frente a toda la escuela. Bernardo gira la cabeza, evitando por un segundo compartir la vergüenza. Entonces ve de reojo que los chicos que siempre han molestado a su hermano sacan una bolsa con huevos. Al unísono, lanzan una ráfaga de ellos. —Te pagaré todas tus canicas, todas. Tengo mucho ahorrado de lo que el abuelo me da los domingos para que vayamos a rezar… –me dijo asustado, juntando los pedazos de canicas y poniéndolos en el frasco, tomando distancia de mí, temeroso de que le respondiera con un golpe. Pero yo miraba para todos lados, desconcertado. En algún momento me asomé por la ventana que daba al patio, para ver si no había pollitos, ya fuera corriendo o muertos por la caída. No había nada. —Te compraré unas más bonitas. No les vayas a decir a papá y a mamá, me van a castigar dándome más pastillas… –me dijo por último, mientras salía del cuarto. —No, no les diré… –le contesté casi con un hilo de voz. Los huevos vuelan en dirección a Jonathán. Bernando no ha podido evitar esa primera ráfaga, pero se incorpora para destrozarles la cara antes de que avienten una segunda. Los huevos al romperse están huecos, vacíos, pero del interior de cada uno brotan aplausos, tantos que pareciera que los metieron a presión. Los aplausos que contenían los huevos son secundados por los de la concurrencia, que vitorea el bello e inesperado acto final. Jonathán se inclina con torpeza, agradeciendo. Asustados, dejan caer los huevos que tenían dispuestos para las siguientes ráfagas. Bernardo suelta a uno de los chicos al que estaba a punto de cruzarle la cara con su puño y los dos observan a Jonathán que sonriente se despide del público mientras sacude los restos de cascarón de su capa de terciopelo. Mientras mira el sonriente rostro cadavérico de su hermano, Bernardo piensa que luego de la muerte, quizás, suceda algo hermoso.
Este cuento pertenece a Cabalgata en Duermevela, recientemente publicado por Ed. Tierra Adentro. Libro ganador del Premio Nacional de Cuento Joven “Comala” 2011.
hiperbrevemente hablando…
E
l cuento en México resulta actualmente una de las formas más atractivas de lectura. Es muy cierto que aún en este tiempo es visto como un género menor en comparación con la novela y la poesía. Acusado, falsamente por algunos, de no ser portador en su estructura del largo proceso creativo de perfiles y situaciones complejas -dominio de la narrativa novelada- el universo del cuento se nos aparecía como un producto sinónimo de la inmediatez, la irreflexión y la fugacidad. Sin embargo, una feliz evolución en los lectores y un mayor trabajo de difusión en las redes sociales cibernéticas, han sido factores importantes para que el cuento vuelva a contraatacar como mejor lo sabe hacer: dando más brevedad a lo breve, creando espacios propios de reflexión y desarrollo; liberando la experiencia polisémicas, para malestar y pesar de las muchas acartonadas editoriales… Entonces, qué mejor revancha que el cuento hiperbreve, o ultracorto, o brevísimo, o micro ficción, o instantáneas, o como quiera llamar a este fenómeno donde hay pocas líneas y mucho se impacta. Ficción súbita que trae consigo nuevos códigos de apreciación, una propuesta diferente y aire fresco a la literatura contemporánea -aunque la brevedad se practica desde siempre-. Podemos deducir que el éxito y la fuerza que ha adquirido el cuento hiperbreve en México, responde a los parámetros de una sociedad que deja poco tiempo al individuo para el ocio y el placer que proporciona la lectura. Siendo tan pocos los momentos de abandono a los libros, el cuento brevísimo proporciona una
dosis de gozo que trae consigo la audacia de lograr, en una líneas escasas, la sensación de ser seducido por el contacto próximo de una situación, de un sentimiento, de una anécdota, de un suceso, de una confesión, de la construcción de un mito, de una parábola, de una fábula o leyenda, que con creatividad ilimitada, nos invita a penetrar ese mundo de ficción donde -aún en la brevedad o gracias a ella- todo es posible. Y la lección es simple: son universos bajo cero, donde toda la magnitud está dada por la imaginación, por la reflexión que congela el momento, por la quemadura silenciosa de la sorpresa. Y nos helamos ante la rápida intromisión del texto en nuestras vidas cotidianas, quedando ahí con toda la complejidad digna de cualquier macrocosmos que nos brinde múltiples y entretejidas salidas. Las micro ficciones son como laberintos construidos con rigor, con economía de elementos, y que lejos de hacerlo simple o llano, lo vuelven una pieza limpia, directa, que se completa con la mira del lector y su propia vivencia. Ojala las editoriales acartonadas, con una visión limitada, que apuestan a lo conocido, se arriesgaran a abrir sus puertas a estás propuestas súbitas, extremas y llenas su furor. Ojala entiendan que en la brevedad también existe una compleja puesta en escena de la condición humana…
A
carne
l presionar el botón la ve: su antigua novia de la universidad en un video porno. Es ella, no cabe duda. El cabello quebrado y castaño, las pecas en los hombros y en las mejillas, el lunar alargado a la mitad de su pierna derecha. Es Clara, sólo que en la pantalla tendrá unos treinta años, ocho o diez años después de que la viera por última vez, sí, pero es ella. Y cómo se le ven los ojos mientras… Jaime se tiene que sentar, sobre todo porque el escalofrío que le recorre la espalda le quita las fuerzas de las piernas. Mira la pantalla unos segundos más; el hombre se acomoda para montarla, las piernas de ambos en posiciones extrañas para que la cámara pueda verlo todo. Reacciona y busca la funda del video, esa que le había llamado tanto la atención. Examina la carátula y se asombra a sí mismo, porque la mujer que aparece en uno de los recuadros le había recordado a Clara y por eso le dio morbo, pero nunca pensó que fuera la misma Clara la que actuase en el video. Un gemido lo hace voltear. Yeah y more le dice Clara a la cámara en un inglés que no suena para nada como los esfuerzos que hacía ella antes por hablarlo, cuando la esperaba afuera de la academia de inglés a que terminara su clase para llevarla al cine. Claro, es que está actuando, piensa Jamie, y se detiene: ¿se le puede llamar actuar a esto?, mientras mira cómo el hombre acomoda la espalda de Clara sobre una tumbona de playa. Esto último hace dar un brinco a Jaime, quien apaga la televisión de golpe. El silencio invade la habitación, Jaime mira de nuevo la carátula del video y se levanta a quitarlo del reproductor. Se da cuenta de que tiene la erección más grande, visible y hasta dolorosa que ha tenido en años. Jaime pasa horas interminables de insomnio en la noche y de desesperación en su trabajo durante el día, hasta que logra salirse temprano e irse a ver otra vez el video. Lo pone desde el principio, un poco con miedo de que haya sido su exagerada imaginación la que lo hubiese hecho ver a Clara donde no estaba. Pero no, sí está, y otra vez se abre de piernas y dice yeah y more y like that, y otra vez la tumbona en la playa. Pero Jaime no detiene esta vez el video sino que lo sigue mirando, casi como si en realidad no estuviera ahí. Recuerda perfecto la primera vez que se acostaron. Clara llevaba el vestido aquel de rayitas tan corto y todos los hombres de la fiesta se habían pasado la noche mirándole el trasero. Tenían apenas un par de semanas saliendo y él no esperaba acostarse con ella aún. Fue Clara la que lo sorprendió invitándolo a pasar a su casa, aquella madrugada al terminar la fiesta, cuando le dijo que sus papás estaban de viaje. Ninguno de los dos eran vírgenes, pero sus experiencias sexuales eran escasas. Las primeras veces no tuvo demasiado éxito haciendo que ella lo disfrutara, hasta que descubrió su secreto: Clara sólo se venía cuando estaba arriba. No de lado, no enfrente; sólo arriba, con las piernas de los dos entrelazadas. En la pantalla Clara gime una y otra vez. Jaime la mira debajo de aquel hombre y sabe que está fingiendo, pero no puede evitar estar tan excitado que se le nubla la vista y se le acelera la respiración. La siguiente vez que tiene la oportunidad de ver el video, Jaime adelanta la escena de Clara. Le siguen cuarenta minutos de porno común y corriente, Clara no vuelve a aparecer ni un segundo. La película que compró incluye sólo una acumulación de escenas, sin argumento ni introducción alguna, y, lo peor de todo, sin crédito alguno. Ninguna indicación fuera del nombre del director,
Y
ahí estaba yo, en el sueño, perdida enmedio de una selva y con la prisa de regresar a casa. Trataba de encontrar una vereda que me acercara al desfiladero. Estaba segura que vislumbraría la forma de llegar a la colina, pero llegué al borde de lo que temí fuera un precipicio insalvable. Me equivoqué. Lo que vi difuminó todas mis angustias. Había descubierto el Golfo del Territorio de mis Sueños. A la izquierda, se encontraba un inmenso edificio de vidrio opaco que irradiaba luz desde su interior el cual no visitaría ni entonces ni ahora; a la derecha, la selva virgen se estrellaba contra el desfiladero buscado. No oí llegar al explorador, estaba ensimismada tratando de entender quién había arrojado aquél trozo hermoso de urbanización en medio de la nada. El hombre me saludó, tenía cara de extranjero, de esos que reniegan del primer mundo para internarse en tierras inhóspitas. Era el cliché del aventurero. Le dije que estaba perdida, que necesitaba regresar a mi casa antes del anochecer y que ignoraba cómo había llegado ahí (como suele ocurrir en casi todos mis sueños). Me tranquilizó, me señaló que el camino que buscaba estaba abajo, del lado izquierdo de la ribera. Lo seguí sin titubear, él exhibía una sonrisa franca y desparpajada. Me gusta creer que, según los cánones, aquel personaje era uno de los oniros quien trataba de darme algún mensaje. Aunque también me gusta creer que el mentado oniro se pudo ahorrar todo el desplante escénico para decirme que yo siempre sería glotona
los nombres de los actores (que no esperaba fueran reales), la compañía productora y 1992, apenas un año antes. La carátula llena de fotos tampoco ayuda. Apenas trae el título: Sexo en serie 3. Las imágenes de la escena de Clara le queman la mente, como la creciente obsesión de encontrarla, de saber cómo llegó hasta ahí. Sobre todo de saber si su memoria lo engaña, y calmar las ganas volverla a ver, pero en vivo, aun cuando sabe que han pasado veinte años desde la última vez. Para evitar suspicacias, Jaime llama a sus antiguos compañeros universitarios con excusas laborales muy fingidas y luego empieza a hablar sobre viejas anécdotas de la época universitaria, para ver si alguien le habla de Clara. Son pocos los que no le cortan la conversación a los pocos minutos: la mayoría de sus conocidos de entonces apenas lo recuerdan. Entre los que acceden a hablar con él unos minutos más y ponerse al corriente sobre los divorcios, los hijos y hasta los primeros nietos, hay muy poca información: nadie la menciona, tal como si no existiera. ¿Y cómo preguntar, cómo explicar el video porno? Ante el fracaso, esa misma tarde, mientras aprovecha un tiempo entre sus ocupaciones para ver una vez más el video, se decide a ir a la casa de los padres de ella, para salir de dudas. La madre de Clara, una señora a todas luces acabada por la edad, tarda unos segundos en reconocerlo y lo invita a pasar, pero le advierte que no puede hablar con él demasiado tiempo. Él le hace la única pregunta que quiere hacer: ¿dónde está Clara? La madre lo mira un instante y se pone a llorar, inconsolable. —¿Sabe que desde hace años se dedica al porno? La madre guarda silencio, se seca las lágrimas y abre la puerta de la calle, invitándolo a salir. Él se vuelve sobre sus pasos y, justo al salir escucha que ella le dice: —Estás enfermo Jaime, sabes perfecto que está muerta… ¡está muerta, desde hace veinte años! ¡Iba contigo el día del accidente! La luz de la calle lo sorprende casi tanto como la puerta azotándose: la fecha de producción del video… Mientras la mira retorcerse observa sus manos retorciéndose también. Tiene apenas dinero para invitarla al cine y tal vez un café. Ha visto el video tantas veces que ya se sabe cada respiro, cada ángulo: ha llegado a ver el video a dos cuadros por segundo. La ve salir del edificio y se abrazan y se besan. Mira la videocasetera, toma un desarmador y la abre. La tarde está soleada mientras suben al autobús fuera de la academia de inglés. La escena sigue corriendo: ahora puede ver cómo la cinta pasa por la cabeza reproductora. Alcanza a ver cómo un taxi viene a toda velocidad. El aparato despide calor, la imagen en la pantalla… ¿dónde sale la chispa? El autobús vuelca: él sale despedido y mira cómo Clara pasa como por entre la cinta magnética y el pavimento… ¿De dónde viene el color de la carne?, pregunta mientras acerca sus temblorosos dedos al correr de la cinta y ve cómo todo queda extendido en la calle y su piel empieza a fundirse con el correr del magnetismo. Tal vez, con suerte, por un segundo, antes de que el corto circuito funda la subestación eléctrica de su barrio, antes de que la tarde termine de golpe, Jaime logre fundirse en la pantalla, en la cinta, donde siempre queda la posibilidad de rebobinar, para siempre.
omegar martínez
la oniromancia
y andaría siempre buscando un camino. Tras encontrarnos, en el sueño, caminamos un trecho. Me contó que se dedicaba al estudio de las aves típicas del lugar. En ese momento decenas de pájaros invadieron el ambiente, volaban veloces. Parecía como si una mano invisible lanzara pinceladas de color contra los verdes de la selva. Eran pequeños, parecidos a los gorriones llaneros de la ciudad, pero muy coloridos. Los había verdes, rojos, azules y amarillos. Le dije que aquellos pájaros me recordaban a los periquitos australianos. Él rió ante mi ignorancia, me dijo que mi comparación era pobre y atroz, porque sus aves, ademas de colorear el paisaje, eran un manjar exquisito. Llegamos a una choza; su fachada se resumía a una puerta hecha con tablones y un letrero deslavado en el que se adivinaba una guirnalda de flores magenta y las palabras “aves coloridas”. Por fuera parecía estrecha, pero al entrar el espacio se tranformaba convirtiéndola en un gran galerón. Sobre un plato de porcelana blanquísima, yacían los cuerpos de tres avecillas. Aunque desplumadas, y muy similares a una codorniz, la carne conservaba el otrora color del plumaje. La mujer que nos atendía nos acercó una charola con varias salseras: ¿qué combinación quiere? El oniro explorador me explicó que las salsas, de colores varios, se debían combinar
con los colores de las carnes. La paleta culinaria ofrecía distintos sabores al paladar. La mesera decidio por mí, vertió salsa roja sobre la carne azul, amarilla sobre la carne verde, y azul sobre la carne roja. Los diminutos montículos de proteína eran tornasoles. Probé, comí, devoré. Sólo por falta de confianza, o por una anquilosada educación, no pedí más. Aquellas avecillas parecían fusionar, en uno solo, todos los sabores deliciosos que había paladeado y que acaso paladearía en mi vida. Satisfechos, el explorador y yo partimos hacia el desfiladero. Yo tenía que regresar a casa. Todavía hoy tengo la sensación de estar siempre extraviada, y en el transcurso de mi vida onírica he conocido a muchos oniros; pero jamás he vuelto a ver al que se disfrazó de explorador. Aunque sí logré regresar al improvisado restaurante, sólo una vez: estaba desierto, abandonado. El letrero había desaparecido. Dentro, las mesas rústicas estaban polvosas, y la selva había devorado ya parte del lugar. Supuse que la gente se había marchado o, qué se yo, tal vez las avecillas habían emigrado o se habían extinguido ante la voracidad de los moradores. Debería intentar acostarme con hambre, despues de un ayuno de tres días, para ver si así puedo regresar una vez más, por si acaso todo a regresado a la normalidad en aquel paraje. Confieso que el no poder retornar al lugar de las aves coloridas me provoca gran nostalgia. Y confieso que el horror verdadero no es la certeza de que andaré siempre sin rumbo, sino la posibilidad de olvidar el sabor del ave azul en salsa roja.
presentación del libro
rápidas variaciones de naturaleza desconocida Cecilia Eudave Godofredo Olivares Edilberto Aldán
Noviembre 9 Miércoles Literarios Ex Convento del Carmen Guadalajara, Jalisco 20:30 horas
día nacional del libro
aguascalientes
lectura colectiva de la obra de
Jose Emilio Pacheco
Viernes 11 de noviembre CIELA Fraguas
Allende 238, Centro 17 horas
tripulación
Norberto de la Torre (México, D. F.; 1947) escritor y maestro mexicano, radicado en San Luis Potosí. Ejerce la docencia en la Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Es director del Museo Othoniano dependiente de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de San Luis Potosí. Es autor, entre otros, de El juego de la oca (Climent y Boldó Editores) y Ciudad por entregas (Verdehalago). Ía Navarro (Aguascalientes). Poeta. Publicó por primera vez en 1997 en la revista Tierra Baldía. Es autora de La Brasa Húmeda. Está incluida en la antología El surco y la palabra. Édgar Omar Avilés (Morelia, Michoacán. 1980). Maestro en filosofía de la cultura, licenciado en comunicación social y diplomado en la SOGEM. Autor de Luna Cinema, Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí; Embrujadero, Premio de Cuento Xavier Vargas Pardo; La noche es luz de un sol negro; y de la novela Guiichi. Becario del FONCA 20092010 y 2011-2012). Cecilia Eudave (Guadalajara, Jalisco). Doctora en Lenguas Romances (Montpellier, Francia). Es autora de los libros: Técnicamente humanos, Invenciones enfermas, Registro de Imposibles, Países Inexistentes y Bestiaria vida, entre otros. Actualmente es profesora e investigadora en la Universidad de Guadalajara. Omegar Martínez (Ciudad de México, 1979). Escritor y editor. Ha publicado en diversos diarios, revistas y antologías. Es autor de los libros Con subtitulos en inglés (Eón, 2004) y Las porterías de la Pensil (UIA-Deleg. Miguel Hidalgo, 2005). Desde 2006 labora en el Fondo de Cultura Económica, donde actualmente se desempeña como Editor de Literatura. Erika Mergruen (Ciudad de México). Ha publicado los poemarios Marverde; El Osario y El sueño de las larvas; los libros de cuento Las reglas del juego y La piel dorada y otros animalitos, así como La ventana, el recuerdo como relato con el que obtuvo el premio Autobiografías, Diarios y Testimonios de Mujeres Mexicanas, DEMAC 2001-2002. La fotografía de portada es de Juan Francisco Pizaña Morones.