JESÚS TERÁN
E di torial
Suplemento sobre Estudios Internacionales para La Jornada Aguascalientes Abril
2019
No. 73
Coordinadores: Aurora Terán Fuentes Soren Héctor de Velasco Galván
Un piloto ruso entrega un modelo a escala de un bombardero estratégico Tu-160 a un oficial venezolano. Diciembre de 2018. Imagen disponible en: www.eng.mil.ru
SOREN HÉCTOR DE VELASCO GALVÁN
Aeropuerto “Simón Bolívar”, Maiquetía, Venezuela. 23 de marzo de 2019. Procedentes del aeropuerto militar de Chkalovsky, cerca de Moscú, Rusia, un par de aviones de carga y pasajeros se posan sobre la pista de aterrizaje. De sus enchapados abdómenes, descienden una centena de soldados y especialistas técnicos. Entre los militares rusos destaca uno por dos cuestiones: primero, sus arqueadas cejas y fría mirada le dan el aire de un águila esteparia; segundo, su rango, pues es el subcomandante de las fuerzas terrestres de la Federación Rusa. Es decir, el general Vasilii Tonkoshkurov. Este es el segundo despliegue militar ruso en Venezuela en menos de seis meses: el primero ocurrió el 10 de diciembre de 2018, cuando dos bombarderos estratégicos Tu-160 –conocidos en la jerga castrense rusa como Cisne Blanco- volaron hacia el país caribeño. La llegada de los albos y esbeltos aviones supersónicos era un mensaje de advertencia a la Administración Trump. Por primera vez desde el fin de la Guerra Fría, América Latina es el campo de batalla en el cual las grandes potencias –China, los Estados Unidos y Rusia- están dirimiendo las cuestiones inherentes a la supremacía mundial. Por lo tanto, el Suplemento Jesús Terán dedica su edición de abril de 2019 a examinar la lid geopolítica que tiene lugar en Latinoamérica.
José de Jesús Campos Meza dedica su artículo a tratar de dilucidar quién será “la mano que mecerá la cuna”. Es decir, cuál potencia o potencias ocuparán la primacía en nuestra “América mayúscula”. La colaboración de la experta en asuntos de América Latina, Anthea McCarthy-Jones, se centra en explicar por qué Venezuela es el punto de choque entre la Unión Americana, por una parte, y China y Rusia, por otra. Finalmente, el especialista francés en América Latina, Jean-Jacques Kourliandsky, aporta su visión europea respecto a la posibilidad de que América Latina devenga en un teatro de operaciones en lo que aparenta ser una nueva Guerra Fría. Por último, Aurora Terán y el escribano agradecen a nuestra casa editorial, La Jornada Aguascalientes, creer en el Suplemento Jesús Terán y permitirnos su publicación.
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La mano que mece la cuna JOSÉ DE JESÚS CAMPOS MEZA
Licenciado en Derecho
“Quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado” Fidel Castro y Nikita Kruschev beben vino tinto georgiano, 1963. Imagen disponible en: www.rarehistoricalphotos.com
George Orwell
El día 27 octubre de 1962, el mundo entero se mantuvo en un suspiro, la atención de todo el globo terráqueo había concentrado su mirada en un pequeño país insular del Caribe llamado Cuba. ¿La razón? Era ese el momento más ríspido de la llamada “Crisis de los misiles” de lo que podía ser el inminente comienzo de la Tercera Guerra Mundial, dado que en aquel día los dos líderes de las potencias mundiales envueltos en el conflicto de la Guerra Fría, John F. Kennedy, por los Estados Unidos, y Nikita Jruschov, por la Rusia soviética, optaron por la buscar una solución diplomática para así evitar una catástrofe de mayores magnitudes, excluyendo de la negociación a Fidel Castro y retirando los misiles del país caribeño. Han pasado ya cinco décadas de aquel conflicto y, desde entonces, el mundo no ha vuelto a ver –al menos no tan de cerca- una posible tercera conflagración planetaria. Claro está que el panorama mundial de hoy en día también es diferente, la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) dejó de existir como un bloque geopolítico, cayó el muro de Berlín, Estados Unidos fijó su mirada en Medio Oriente, Cuba decidió dar un paso para estar más cerca de la democracia y América Latina pareció dejar de tener la atención de las potencias mundiales. En todo este tiempo los retos que ha enfrentado América Latina han sido muchos y en diferentes frentes, puesto que hoy la crisis de derechos humanos que afronta ha llegado a cifras que eran impensables hace unas décadas, un suceso que naturalmente ha producido consecuencias, tales como las caravanas migrantes centro americanos hacía el país vecino del norte, pasando por nuestro país. Derivado de ello, Estados Unidos de la mano de Donald J. Trump ha reforzado los esfuerzos de una de sus mayores promesas de campaña: construir el muro en la frontera con México. Así mismo, está la situación actual de Venezuela, que, a raíz del Chavismo, siempre fue un tema latente para Estados Unidos, pero que después de la muerte de Hugo Chávez y el ascenso de Nicolás Maduro la tensión ha ido en incremento. Cuando llegó el año 2017 se creó el Grupo de Lima conformado por 14 países con el único objetivo de dar seguimiento y
buscar una salida pacífica a la crisis en Venezuela, exigiendo la liberación de presos políticos y elecciones libres. América Latina volvía a colocarse en el ojo mundial, pero la noticia que sacudió al mundo vino el 23 de enero del presente año, cuando el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela Juan Guaidó, se juramentó como presidente encargado de Venezuela y, para sorpresa de muchos, fue reconocido inmediatamente por Estados Unidos, por el secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), el Parlamento Europeo y los gobiernos de países como: Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, España, Francia, Guatemala, Perú, Paraguay y Reino Unido. Ese mismo día, en paralelo, Rusia y países como Bolivia, Nicaragua, China, Irán y Turquía, hicieron público su apoyo al régimen de Nicolás Maduro. A partir de entonces, la situación ha sido ardua en todo sentido, Rusia y Estados Unidos han tratado de meter las manos en lo que parecía una olvidada América Latina. Por un lado, Rusia, de la mano de Vladimir Putin, ha sostenido algunos encuentros con los enviados de Maduro y, por el otro lado, Estados Unidos ha buscado no quedarse atrás, desde la llegada Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil, Trump sabía que tenía un aliado ideológico en el hemisferio que podría aprovechar por la extensión del territorio de ese país. Así pues, vemos como una vez más, las grandes potencias del mundo son las encargadas de decidir a través de su poderío militar, político y económico el destino de una nación, que sería la entrada para asumir un control en la región de toda América Latina. La historia nos sirve para revisar las lecciones del pasado, donde por mucho tiempo, las naciones de Latinoamérica han sido consideradas por unos como el patio trasero de Estados Unidos, y hay otros, quienes no ven un progreso real sin la ayuda de éste. América Latina estuvo mucho tiempo en pañales, como un pequeño infante, mientras vio como sus padres tenían disputas de toda índole, imponiendo presidentes, ideologías y dictaduras. Hoy, no nos queda más que esperar, después de esta situación, quien de los dos será la mano que mece la cuna.
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Venezuela y la geopolítica de América Latina
ANTHEA MCCARTHY-JONES Doctora en Política Latinoamericana Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia
La escala de la actual crisis económica, política y social de Venezuela es tan severa que es difícil de comprender: la hiperinflación ha diezmado la moneda nacional y estropeada la economía. La producción de petróleo –la cual representa el 95 por ciento de sus ingresos de exportación- se ha reducido a la mitad desde que el presidente Nicolás Maduro tomó el poder en 2013 y la industria se ha debilitado más por el colapso del precio del petróleo en 2014. En 2018, la economía se contrajo un 18 por ciento y para el fin del año el porcentaje de inflación se había elevado en un millón por ciento. El Fondo Monetario Internacional ha predicho que el porcentaje de la inflación se incrementará hasta en diez millones por ciento para la segunda mitad de 2019. A lo largo del país, hay cortes de energía, escasez de alimentos y medicinas, un incremento en los problemas de seguridad interna, elevado índice de homicidios y malnutrición extendida. A principios de este año, la proclama de Juan Guaidó de que él asumía la posición de presidente interino de Venezuela recibió rápidamente el apoyo de la Administración Trump pero también la vertiginosa condena de China y Rusia. Así, ¿Cómo la grave crisis humanitaria en Venezuela se convirtió velozmente en un punto muerto geopolítico entre las tres grandes potencias? La respuesta a esta pregunta se encuentra al mirar hacia atrás al período cuando Hugo Chávez era mandatario de Venezuela. En 2004, el presidente Chávez delineó un nuevo mapa estratégico para Venezuela. Un objetivo clave de este nuevo plan se enfocaba en perseguir un novel sistema internacional y multipolar, lo cual marcaba un giro distinto en la propuesta y enfoque de su política exterior. En el nuevo mapa estratégico, Chávez identificó lo que él consideró ser los cinco distintos polos de poder que existían en el sistema internacional. Estas agrupaciones eran: Asia, África, Europa y América del Norte y América del Sur. Como Chávez arguyó “en el momento muchas cosas importantes están sucediendo en Europa y otras partes que podrían ser favorables para nuestro propio proceso revolucionario o, cuando menos, contribuir a neutralizar otras amenazas contra nosotros”. Importantemente, el “mapa” introdujo una radicalización de la política exterior venezolana apuntada en romper el dominio histórico de las relaciones bilaterales con los Estados Unidos. Este hecho cambió fundamentalmente las bases del marco de la política exterior venezolana y abrió grandes oportunidades para países como China y Rusia para comenzar a invertir en Venezuela.
Vladimir Putin conversa con Nicolás Maduro, diciembre de 2018. Imagen disponible en: www.commons.wikimedia.org
En 2007, el presidente Hugo Chávez anunció el primer acuerdo de petróleo para préstamo con China. Desde entonces, Venezuela ha sido el receptor de empréstitos por más de 60 mil millones de dólares siendo la mayoría de esos fondos provistos por el Banco de Desarrollo de China y el Banco de China. Si bien la tráquea de los préstamos apuntaba a incrementar la producción petrolera, la inyección frecuente de dinero chino a la economía de Venezuela sólo trabajó para tratar los síntomas y no las causas raíz de los problemas de Venezuela. También Rusia ha tomado ventaja de los problemas de la economía de Venezuela para incrementar su influencia en América Latina. Desde 2013, Rusia ha provisto casi 15 mil millones de dólares en inversión extranjera directa a la industria petrolera de Venezuela, primariamente a través de la compañía estatal rusa Rosneft. Esto ha asistido a la compañía estatal PDVSA para reestructurar sus arreglos de bonos. Esto es importante notar porque el proceso de reestructura es el mecanismo que ha permitido a Nicolás Maduro acceder a los fondos necesarios para continuar pagando los salarios de las fuerzas armadas de Venezuela. Este punto explica cómo Maduro se las ha arreglado para mantenerse en el poder en Venezuela a pesar de la naturaleza aguda y prolongada de las crisis económica, política y social del país. Estos desarrollos han disgustado a sucesivas administraciones estadounidenses pues ellas han batallado para retener el mismo nivel de influencia y poder en Venezuela y en la región que alguna vez disfrutaron. No es coincidencia que los Estados Unidos han usado el reto de Guaidó a la legitimidad de Maduro como una oportunidad para reafirmar su presencia en Venezuela para balancear la influencia de jugadores relativamente nuevos como China y Rusia. Las posibilidades son sombrías para Venezuela. Mientras que, tanto China como Rusia, continúen protegiendo sus inversiones en Venezuela, lo cual también permite al presidente Maduro comprar el apoyo de elementos importante del aparato estatal tales como el Ejército venezolano, es difícil ver cómo este estancamiento será roto. Mientras tanto, si las tendencias actuales continúan, las cosas se agravaran para Venezuela antes de que tengan una oportunidad de mejorar.
Traducción de Soren Héctor de Velasco Galván
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América Latina: ¿Están volviendo los tiempos de la Guerra Fría? JEAN-JACQUES KOURLIANDSKY
Doctor en Historia Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS) Director del Observatoria América Latina, Fundación Jean Jaurès, París, Francia
El conflicto regionalizado e internacionalizado de Venezuela moviliza en 2019 Estados Unidos y Rusia, en campos opuestos. Como en los mejores tiempos del pulso que existía entre el Este y el Oeste. Las apariencias conducen a concluir que el mundo responde a dialécticas cíclicas. Por lo tanto, se trata de apariencias que necesitan una revisión crítica. El muro de Berlín que separaba dos Bloques de Estados liderados, uno por Estados Unidos y el otro por la Unión Soviética, cayó en 1989, hace más de 30 años. Poco tiempo antes, Argentina y Uruguay habían recobrado libertades y democracia. Unas semanas después lo hizo Chile. Acabaron a continuación las guerras internas de Guatemala y El Salvador. La Unión Soviética desapareció. Y con ella el apoyo de Moscú a Cuba. Desde Estados Unidos aclararon en 1996 que Cuba no representaba entonces un peligro para su seguridad. En 2000 por primera vez en su historia democrática hubo alternancia política en México. La tendencia no era solo hemisférica. Terminaron los conflictos del sur de África, -en Angola, Mozambique y Namibia. Rodesia puso un punto final a la dominación blanca. Mandela fue liberado y con él la mayoría negra de África del sur. En Europa Alemania se reunifico. Los países bálticos, como los del Cáucaso, sometidos a Moscú desde los años 1920, recuperaron su independencia. Se habló entonces del nacimiento de un mundo distinto. Privilegiando la cooperación, entre los países y los hombres. Un mundo orientado hacia la gestión multilateralizada de sus contradicciones. Lo que se tradujo en América con la creación de organismos de concertación e integración como, AEC, ALENA, ALBA, CAN, CELAC, CARICOM, MERCOSUR, SIECA, UNASUR. Y la negociación de acuerdos intercontinentales: UNASUR/Liga Árabe; UNASUR/África negra; la participación de Brasil a los grupos BRICS e IBAS; la firma de tratados Unión Europea-América central, Brasil, Chile, Cuba, México. La concretización entonces de una utopía soñada y nunca concretizada, el fin de la historia. Francis Fukuyama vendió con éxito mundial esta teoría en los años 1990. Tuvo muchos lectores. Pero no necesariamente seguidores. Al contrario, en 2019, América Latina, como otras partes del mundo, está padeciendo una ola de violencias inesperadas. Se muere bastante, mucho, más que en las guerras que oponían partidarios del Este a los del Oeste antes de 1989. Se muere sin ideología, por afán al dinero. Sea movilizándose en grupos delincuentes: carteles, comandos, mafias, maras, milicias. Cada país, tiene sus denominaciones. Sea de forma individualizada, artesanal, en la calle. Hubo en 2018, 30,000 homicidios por ejemplo en México, 62 000 en Brasil. 18 000 en Venezuela. La paradoja es más evidente cuando uno mira la instrumentalización internacional de esta realidad. Estados Unidos y Rusia se oponen nuevamente, ciertamente menos en Cuba hoy día, pero más en Venezuela. China que sigue,
Vladimir Putin, Nicolás Maduro y Xi Jinping. Imagen disponible en: www.infobae.com
a pesar de los cambios, comunista, tiene más presencia, en 2019 que, en 1989, en todos los países de América Latina. Estamos delante de una situación que parece repetir los juegos antagonistas del pasado. Repetición acaso engañosa. Parece un teatro de espejismos, validado más por la actuación principal hoy día de los países que fueron en su tiempo líderes de los bloques antagonistas de la Guerra Fría. Pero los unos y los otros, que son todavía como ayer potencias centrales no defienden, actualmente, ni lo intentan, una ideología liberadora, el comunismo y el liberalismo. Entraron en disputas muy materiales para extender su influencia y sus intereses. América Latina es uno de sus espacios de conflicto. Por otra parte, no se puede sino percibir una especie de regreso a un mundo westafaliano, que ve enfrentarse las potencias mayores. No sólo una o dos con las otras. Participan a este mercado abierto, Corea del Sur, Emiratos, India, Irán, Israel, Japón, Turquía, y algunos europeos. Desarrollan políticas activas de presencia competitiva en y por América Latina en lo cultural, en lo diplomático, en lo económico como en lo militar. Pueden juzgar elementos coyunturales que den la impresión de volver brutalmente al pasado. Como efectivamente desde 2016 lo transmite con aparente evidencia la diplomacia intrusiva norteamericana, basada en un egoísmo nacional reivindicado por Donald Trump, presidente de la potencia mayor del Oeste antes de 1989, potencia todavía mayor en 2019. Pero la dinámica agresiva de los Estados Unidos refleja más un cambio de ritmo, que una ruptura de partitura. El mundo pos-guerra fría progresivamente volvió y volvía a los conflictos de intereses anterior a la Primera Guerra Mundial. Compiten para controlar la riqueza y los espíritus de las mayorías periféricas los más potentes. En América Latina, le toca a Venezuela ser el terreno privilegiado de este conflicto mundial regresivo. China, Estados Unidos y Rusia se mueven en el tablero venezolano y latinoamericano de manera activa: China usa prioritariamente palancas diplomáticas, comerciales y financieras; Rusia de su diplomacia, de sus capacidades de crédito y de la venta de sus armas. Estados Unidos actúa en oxímoron. Presionan a todos los países latinoamericanos. Les consideran competidores comerciales desleales para unos, factores de inseguridad por sus exportaciones de droga para otros, o facilitadores de flujos migratorios ilegales. Pero aprovechando la ilusión ideológica de los nuevos líderes de la derecha latinoamericana, especialmente, los de Brasil, Chile o Colombia cuyos presidentes pretenden revivir la Guerra Fría, decidió atarles ofreciéndoles el último reducto ideologizado del mundo de ayer, Venezuela, como terreno de amenaza global. Armaron con la intermediación del “go-between” canadiense unas alianzas, el Grupo de Lima, y Pro-Sur, denominadores comunes de un sistema de obediencia voluntaria suscrito por 12 gobiernos latino-americanos. Sólo México y Uruguay intentan ofrecer alternativas y compromisos no alineados respondiendo a una coherencia multilateralizada.