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MOVERSE EN BICICLETA La Jornada Aguascalientes / Aguascalientes, México. ABRIL 2017 / Año 8 No. 130

La fructífera ligereza del pasear Cynthia Ramírez Félix

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esde tiempos antiguos los grandes pensadores y artistas aducen como fuente de inspiración y modo de reflexión una serie de prácticas que les permitían experimentar su realidad y existencia. Desde los griegos, por ejemplo con Aristóteles una de las prácticas más deseadas para aprehender y entender la realidad fue a través de largas caminatas, de hecho su escuela recibió el nombre de peripatética (peripatêín, que significa pasear). Según cuenta la tradición, el filósofo griego convocaba a sus discípulos a dar largos paseos por el jardín de la escuela, cuyo propósito era poner en movimiento no sólo el cuerpo sino el pensar mismo. De igual manera, el filósofo alemán Nietzsche alude que es necesaria una dinámica que incorpore tanto al cuerpo como a la mente para que la reflexión pueda darse. Tenía la costumbre de salir cada mañana y recorrer grandes distancias sobre la montaña, distinguía los pensamientos que se tienen en estado de reposo y los pensamientos caminados, el ritmo de los pasos marcaba también el movimiento del pensar. El hábito de salir a pasear, de deambular ya sea por la gran ciudad o adentrarse en los caminos que nos brinda un paisaje natural representa para el hombre una renuncia a los deberes y actividades cotidianas que son propias del hombre citadino, la ociosidad manifiesta una libertad en el juego del pensamiento que exalta la individualidad y la reflexión acerca de su propia existencia. Sin embargo, con la llegada del automóvil, tal parece que el hombre ha olvidado esta práctica, ya sea por necesidad, pero también por comodidad, la modernidad ha encontrado en el volante y en un cómodo asiento, el único medio para llegar de un lugar a otro. Desde finales del siglo XIX, la mayor parte de la población ha privilegiado la velocidad y la comodidad como una de las principales cualidades para transportarse. Dicho confort crea una notable distancia entre el camino que se recorre, puesto que instaura un aislamiento entre el sujeto conductor y la propia urbanidad circundante. La urbanidad resulta para el hombre moderno una nueva naturaleza, las calles asfaltadas, la luz artificial que cubre el destello del cielo y el implacable ruido proveniente de los motores ofrecen un nuevo paisaje que se convierte 1

Walter Benjamin, Libro de los pasajes, Akal, ediciones Rolf Tiedeman, Madrid, España, (M5, 6).

en el hábitat natural. Es por ello que el bullicio exterior y el contacto con el otro se ha convertido en un torbellino de marea humana y en un torrente de nuevos sentidos que agobian, envuelven y empujan al paseante a andar con precaución y a seguir las reglas de la ciudad. La marcada división entre la vida de la ciudad y el campo manifiesta también la división del trabajo, desde el inicio de la revolución industrial el ser humano expresa su actividad dentro de un mundo capitalista, cuyo imperativo se basa en una economía y productividad del tiempo disponible, esto conlleva, como lo menciona Benjamin, un cambio sociológico de las grandes ciudades, donde la relación con el otro se caracteriza por una “acentuada preponderancia de la actividad de la vista sobre el oído”2. Benjamin alude al gran cambio que se produce cuando se instaura el transporte público, en donde la gente que pasa varias horas de su día no tiene ocasión de hablarse, sólo mirarse. La lucha por mantenerse activo y productivo ha creado que la manera en que recorremos nuestra ciudad se caracterice por una implacable prisa e indiferencia hacia el otro. Ante la insuperable realidad urbana, ¿será posible salir del apretujamiento y de las nubes de polución que coronan el tráfico automovilístico? El poeta Charles Baudelaire ya desde el siglo XIX nos muestra que podemos crear una distancia psicológica que nos permita no ser alcanzados (al menos no todo el tiempo) por el tumulto de las grandes masas y las pobladas vialidades que se vuelven casi inescrutables laberintos. El poeta se consideraba a sí mismo como un gran paseante, un flâneur, que deambula por las calles para poder extraer de éstas las características que pasan desapercibidas bajo el yugo de la eficiencia del tiempo. Dicho “paseante” ha adoptado formas innumerables en la sociedad contemporánea y en nuestras modernas ciudades. Una de ellas es el andar en bicicleta. Ésta permite que el paseante con su pedaleo aprecie los contornos de 2

Ibid., (M8 a , II).

CONTENIDO: La fructífera ligereza del pasear. CYNTHIA RAMÍREZ FÉLIX Una mirada a la ciudad hidrocálida sobre dos ruedas. WALKIRIA TORRES SOTO Paisaje sonoro de madrugada. JANETH MARTÍNEZ SALAZAR Cine al aire libre. YARVICK LOERA Viaje descrito por el cielo. JULIETA LOMELÍ BALVER

• PÉNDULO21 / 1 / ABRIL2017 •

Loro Caron, Bicilctea-yu-estrella

El flâneur es el observador del mercado. Su saber está cercano a la ciencia oculta de la coyuntura económica. Es el explorador del capitalismo, enviado al reino del consumidor.1

la ciudad en una nueva sensibilidad, más próxima a aquellos detalles que pasan desapercibidos delante de un volante. La bicicleta como esa forma de pasear, de recorrer la urbanidad permite una reivindicación del hombre urbanizado con la gran ciudad, este medio de transporte amigable con el medio ambiente y con una forma saludable de vivir, nos hace ver que la eficiencia de un medio de transporte no debe ser medido por imperativos propios del captitalismo como la nocion de eficiencia para acortar el camino, sino que representa una alteridad no sólo en el modo en que nos transportamos también una alteridad en la lógica del sistema consumista, en donde el precio o éxito de una persona se mide según los bienes obtenidos, entre ellos el auto más lujoso y rápido. La bicicleta representa no sólo un modo alterno de transportarnos sino también una nueva manera de experimentar nuestra realidad para la mayoría de las personas dentro de una gran urbe motorizada. La ciudad puede crearnos nuevos estímulos a nuestra forma de percibir la realidad, de experimentar la cercanía del otro, y de crearnos con ello una mayor empatía hacia los problemas que son propios de estas ciudades revestidas de asfalto.


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