CRÍTICA / SOBRE EL AMOR Y OTRAS DERIVAS La Jornada Aguascalientes / Aguascalientes, México. FEBRERO 2018 / Año 9 No. 140
El amor romántico:
Crónica de una infidelidad aceptada Pável Zavala
E
l amor es una de esas palabras polisémicas que pueden ser aplicadas a una miríada de hechos y experiencias, disimiles e incluso contradictorias entre ellas: nombramos amor al afecto que prodigamos a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros amigos o a nuestra pareja; incluso hablamos de amor al referirnos a conceptos tan abstractos como la patria, la nación o dios. Tal miríada de usos lingüísticos nos muestra la complejidad misma del concepto de “amor”, ya no digamos sobre la experiencia que podamos tener de él. Esta multiplicidad de usos nos habla también de la compleja y sinuosa evolución del concepto, y nos puede llevar hacia una dolorosa revelación: nuestro concepto actual de amor comenzó como algo completamente distinto a lo que nosotros experimentamos como tal. No se hablará aquí del amor de los padres hacia los hijos, ni hacia la patria o dios, sino del amor romántico, por ser el que muestra de manera más clara las señales del cambio que ha experimentado a lo largo de la historia de la humanidad. Si bien es cierto que hoy en día, el amor romántico es uno de los elementos de lo que se considera como una vida deseable por la sociedad, y que además suele asociarse al matrimonio y a la familia, sus comienzos fueron completamente otros: en un principio, el amor era una pasión rebelde y transgresora, que de hecho subvertía los cánones sociales y rompía con ellos. El amor es una pasión rebelde y transgresora. Así fue como se presentó en los dos momentos en los que se conformó y definió como parte de la experiencia humana: entre los siglos XI y XIII, en las cortes de amor de los príncipes de la Francia medieval, y en el siglo XIX con el movimiento romántico alemán. En ambos momentos, su existencia se manifiesta en las obras artísticas e intelectuales de la élite letrada, y no a partir de la vivencia cotidiana del hombre común; y en ambos momentos el amor iba en una dirección muy diferente a la que seguía el matrimonio. Dos personajes históricos son centrales para el amor cortés: Eleonor de Aquitania y su hija, María de Champaña. Ambas ejercieron una enorme influencia a pesar que su condición de mujer las excluía de la vida política: la primera gobernaría el condado de Aquitania, se casaría con el rey de Inglaterra y sería la madre del célebre rey Ricardo Corazón de León. La segunda, casada con el duque de Champaña, educaría en su corte a las mujeres nobles, quienes encontrarían en el amor la forma de instruir y guiar a los caballeros, soldados violentos que se divertían en torneos y en la seducción de mujeres, que les servía como entrenamiento para
las futuras conquistas territoriales: las mujeres eran el campo de juego de los soldados. ¿Y el matrimonio? La mujer noble tenía que permanecer virgen para poder asegurar la legitimidad de los hijos de su esposo: la virginidad tiene un valor jurídico, no uno moral. El hombre podía tener cuantos hijos bastardos le dieran sus conquistas. ¿Puede hablarse de amor entre los caballeros, sus esposas y sus conquistas? Parece poco probable: el caballero se une a la primera para tener descendencia legítima, para acrecentar su patrimonio y para hacer alianzas con otras familias nobles; se une a las segundas movido por el deseo sexual y el afán de mostrar su vigor y su astucia. Es este deseo sexual al que las obras literarias de la época llaman amor. El amor adquiere un carácter místico y un código de comportamiento en la corte de María de Champaña, y la infidelidad femenina recibe una permisión reglamentada. Pues el amor cortés se desenvuelve como el medio de la mujer para ser infiel sin ser repudiada. Así aparece en una de las historias más representativas de la época: Tristán e Isolda. El relato tiene varias versiones con puntos divergentes e incluso contradictorios, pero coincidentes en un punto esencial: el triángulo amoroso entre Marc, Isolda y Tristán. Muchos de los gestos, actitudes y acciones que aparecen en las diferentes versiones de Tristán e Isolda serían repetidos por la nobleza: el caballero corteja a la dama, generalmente casada, hablando de su amor y su desdicha por no poseerla; ésta le regala una prenda que le autoriza a seguir con sus galanteos, tras lo cual el caballero tiene que demostrar su valor, pero también su virtud: debe abstenerse, como Tristán, de tomar a otras mujeres, y lograr grandes hazañas militares; la unión final de los amantes es más que la satisfacción del deseo sexual, es una unión mística. Hablar del romanticismo no es sencillo, pues en la actualidad la cultura popular entiende algo completamente diferente a su significado original. Caso idéntico del amor cortés, del cual se conserva la fidelidad y los galanteos del caballero hacia la dama, pero se omite el que la dama era mujer casada y que sus amoríos eran ilícitos. Del romanticismo se conserva el predominio de los sentimientos sobre la razón, la exaltación del amor, y que el matrimonio tiene a este último como única causa. Pero se dejan de lado su añoranza por el pasado, especialmente por la Edad Media; su desconfianza ante la ciencia y la tecnología; su ensalzamiento de la creatividad artística; su gusto por lo obs-
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curo y la noche; en fin, su actitud rebelde y transgresora. La figura del romántico no está encarnada en el joven que lleva flores, chocolates y serenatas a la mujer amada, cosa que ni los caballeros medievales hacían. El personaje romántico por excelencia nació mucho antes del propio romanticismo, en el poema de un piadoso hombre de letras inglés: el Satanás de El Paraíso Perdido. El poema narra la guerra que emprende el más bello de los ángeles contra Dios y su derrota ante este. Satanás es expulsado del cielo y condenado al infierno. Al ver sus nuevos dominios, en lugar de clamar por el perdón divino, exclama: “Aquí podemos reinar con seguridad, y, según mi parecer, reinar es digno de ambición, aunque sea el infierno; vale más reinar en el infierno que servir en el cielo.” Nada más rebelde y transgresor, ni más romántico, que el ángel caído renegando de dios. Los románticos habrían de recuperar esa imagen del ángel caído y la habrían de ensalzar como su máximo héroe, al lado de Prometeo, otro gran rebelde. Como ellos dos, los románticos también habrían de buscar realizar misiones imposibles: viven buscando lo sobrenatural y divino en un mundo que la ciencia ya ha secularizado y naturalizado; viven deseando volver a un pasado idílico, dominado por valores religiosos y la comunión del hombre con dios: por eso la Edad Media deja de ser vista como una edad oscura y comienza a ser vista como la época en la que el hombre y lo divino convivían día a día. El amor aparece como una pasión que desborda al sujeto, que lo lleva incluso a la muerte: Werther, el héroe de Goethe, decide suicidarse antes que renunciar a su amor por una mujer casada. Una acción poco recomendable, si bien muy romántica. El amor romántico es aquél que crea sus propios rituales y formas, sus propias manifestaciones y expectativas: el amor romántico, como el amor cortés, transgrede y se rebela a la tradición, al matrimonio, la sobrepasa, va más allá de ella. No sólo la rebeldía, sino también la creatividad es una característica esencial del romanticismo.
CONTENIDO: El amor romántico: Crónica de una infidelidad aceptada PÁVEL ZAVALA Bitácora de ausencia NANCY GARCÍA GALLEGOS Nacer árbol JANETH MARTÍNEZ SALAZAR De las posibilidades del amor y su imposible definición DAVID ERNESTO GUTIÉRREZ GUTIÉRREZ Sobre el amor YADIRA GARCÍA MONTERO Y JUAN MANUEL GARCÍA MARTÍNEZ