CRÍTICA / PODER Y CIUDADANÍA La Jornada Aguascalientes / Aguascalientes, México. ABRIL 2019 / Año 10 No. 153
El poder
del cuarto poder Ramón López Rodríguez
“E
l medio es el mensaje”, decía el comunicólogo canadiense Marshall McLuhan, y con estas palabras, él anticipaba en los años sesentas y setentas el advenimiento de la “aldea global”. Con una lectura visionaria desde los mass media como la de McLuhan, es posible entender cómo las nuevas tecnologías de la comunicación y del entretenimiento, que abrumaron al imaginario colectivo con un constante bombardeo de sonidos e imágenes desde finales del siglo XIX y principios del XX, han sumido a las sociedades post-industrializadas actuales en el éxtasis de la representación de lo real. A decir del sociólogo Niklas Luhmann, los medios de comunicación masiva no sólo representan la realidad, sino que incluso la reconstruyen, produciendo “versiones alternas” o algo parecido a lo que Immanuel Kant llamaba ilusiones trascendentales. Según el teórico francés Guy Durandin, alrededor de los medios de masas se filtran formas de “mentira” con la edición maliciosa de los hechos y la desinformación intencionada, principalmente en la política, donde la publicidad y la propaganda tienden a unificar sus técnicas de captación de auditorios y generación de necesidades superfluas. Además, como dice la comunicóloga argentina Delia Crovi, los medios de comunicación son actores fundamentales en la construcción social de la incertidumbre que envuelve a las sociedades contemporáneas, creando atmósferas de peligros y riesgos potenciales que ellos mismos van suministrando en sus noticiarios o en sus programas de opinión y debate. Por si fuera poco, los mass media se han convertido, sobre todo a finales del siglo pasado y comienzos de éste, en inmensas productoras de espectáculos auditivos y visuales que han coadyuvado a, lo que podríamos llamar, “la pulverización” de la unidad cultural impuesta en los siglos XVIII y XIX por el mundo occidental ilustrado: así nacientes videoculturas, tecnoculturas, subculturas, contraculturas, culturas “populares”, culturas de masas, culturas urbanas y, últimamente, ciberculturas, ponen en crisis la legitimidad, el sentido y el entendimiento sobre la estructura del mundo social, no necesariamente para bien, como implicaría el cambio a una sociedad plural e incluyente de formas de pensamiento diverso y divergente, sino anticipando la derrota del pensamiento moderno y de su ideario racional, quedando la sociedad con-
temporánea abandonada en la adolescencia y el consumismo perpetuo. En su obra La sociedad del espectáculo, Guy Debord define “espectáculo” como aquella relación social que está mediada exclusivamente por imágenes. Ya no son cosas, como decía Marx, lo que establece el tipo de intercambios que se dan entre los hombres. Guerras simbólicas, colonialismos de la imagen, establecen nuevos tipos de relación social, cuyos significados llegan a caer en el absurdo, pues encontramos inversiones entre lo público, lo privado y lo íntimo que dan un nuevo sentido al precepto berkeleyano de “ser es ser percibido”. Así, por ganar audiencia y altos niveles de raiting, las personas, las instituciones, la vida misma se transforma o, mejor dicho, “se espectaculariza”, como parecen sostenerlo Zygmunt Bauman en La sociedad sitiada o Paula Sibilia en La intimidad como espectáculo. Por ejemplo, estas transformaciones por los media son muy visibles en la cultura política, donde la forma sustituye al fondo y, como dijimos, las barreras entre la propaganda y la publicidad se difuminan, reduciéndose la vida pública a una mera exhibición de la individualidad mercantilizada. Todo es talk show, reality show, serie de acción, espectáculo filantrópico o telenovela, de tanta aceptación en la Latinoamérica de nuestros días, donde el itinerario de los mass media, en muchos casos consecuente con el modelaje norteamericano neoliberal y del mundo globalizado, implicó fases de expansión inusitada en sectores como los del entretenimiento y el ocio, quedando rezagadas las asignaturas de la transparencia informativa y la opinión sin censura, principalmente cuando los medios son utilizados para la descarga de propaganda estatal en forma de comunicación social, o en la promoción de acciones personales o grupales de sectores políticos, intelectuales, científicos como toma de posición pública sobre algún problema: violencia, desigualdad, pobreza, globalización, imperialismo, identidad, etc. Sin embargo, la capacidad que tienen los medios de masas para influir en un auditorio no es un tema definido ni acabado. Las primeras investigaciones sobre ello, entre los años treinta y cuarenta del siglo XX en los Estados Unidos, advertían el tremendo poder que tenían estos sistemas para alterar nuestros deseos más íntimos. Entre los años cincuentas y los setentas, la tesis sobre la omnipo-
• PÉNDULO21 / 1 / ABRIL2019 •
CONTENIDO:
El poder del cuarto poder RAMÓN LÓPEZ RODRÍGUEZ
Ética, ciudadanía y opinión pública CAROLINA SÁNCHEZ CONTRERAS
Pluralidad ciudadana WALKIRIA TORRES SOTO
Hacia un concepto ampliado de ciudadanía ALEJANDRA REYES LIZAMA
Hacia un concepto ampliado de ciudadanía ALEJANDRA REYES LIZAMA
tencia de los mass media se matizó, asumiéndose que ellos sólo tenían la capacidad de potenciar intereses, deseos y creencias que ya estaban latentes en el auditorio. En los ochentas y noventas, como lo ve el teórico italiano Mauro Wolf, vuelve a ser necesario discutir sobre el poder que se arrogan los medios de masas, del llamado cuarto poder, para influir en un público. Si ya no es posible sostener la omnipotencia de los medios como hace más de medio siglo, de su inmenso poder para embrutecer o idiotizar, de crear consumidores sin conciencia, votantes sin alma, ¿de qué poder hablamos? Es la teoría que dice que los medios no nos dicen qué pensar, sino sobre qué pensar, es decir, que ellos fijan agendas (agenda setting), proponen temas, estructuran escenarios, atmósferas, la que quizá podría explicar el verdadero poder que ellos sostienen. Pero aún hay mucho que decir sobre el caso de los mass media y de su extraño poder.