Número 440 Mayo 24, 2015
La crisis de la izquierda y la decadencia de Europa y EU
BB King La extraña levedad de la historia Las corporaciones y su secreta toma del control
¿No nos representan?
Un episodio lejano, a propósito de Dios
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CORREO del SUR
La extraña levedad de la historia Boaventura de Sousa Santos
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ay gente demasiado pequeña para ser humana. Tal vez siempre haya sido así, pero desde que la modernidad occidental se expandió por el mundo gracias al colonialismo y al capitalismo la contradicción entre la igual dignidad de todos los seres humanos y el trato inhumano dado a algunos grupos sociales tomó la forma de una fractura abismal. Una fractura por la que corrió mucha sangre y se destiló mucha hipocresía. Las zonas de subhumanidad fueron teniendo varias poblaciones (salvajes, indígenas, mujeres, esclavos, negros) pero nunca fueron clausuradas; por el contrario, se renovaron con nuevas poblaciones que ahora sustituyen a las antiguas. La zona más reciente es la de los inmigrantes indocumentados. Por eso, la sangre derramada en el Mediterráneo viene de muy lejos, tanto en el tiempo como en el espacio. Y no es casualidad que hoy se vierta tanto en el extremo norte como en el extremo sur del mismo continente, en Sudáfrica. Las zonas de subhumanidad son zonas de no ser, donde quien no es verdaderamente humano no puede reclamar ser tratado como tal, es decir, ser sujeto de derechos humanos. A lo sumo, es objeto de discursos de derechos humanos por parte de los que viven en las zonas de humanidad. A éstos no les pasa por la cabeza que las zonas donde viven no serían lo que son si no existiesen las
zonas donde los “otros” “subviven” y de las que quieren salir desesperadamente movidos por la escandalosa aspiración a una vida digna. Y no les pasa por la cabeza porque la historia no les pesa; por el contrario, les confirma que sólo los emprendedores victoriosos (individuales y colectivos, pasados y presentes) merecen la humanidad de la que disfrutan. La filantropía les hace bien, pero no tienen deudas que saldar con nadie. Sólo que no hay historia de vencedores sin historia de vencidos y éstos, a menudo, no perdieron por ser humanamente menos dignos, sino sólo por no saber o poder defenderse de las atrocidades y saqueos a que fueron sometidos. En la sangre que corre en los dos extremos de Africa hay mucha injusticia histórica y muchas historias entrelazadas. El colonialismo europeo no terminó con la independencia de muchos de los países de los que huyen los inmigrantes. Continuó bajo la forma de controles militares y económicos, de fomento de rivalidades entre grupos étnicos para garantizar el acceso a las materias primas o para asegurar posiciones en la Guerra Fría. Muchos de los estados fallidos fueron activamente producidos como fallidos por los poderes occidentales. El caso más reciente y trágico es Libia. ¿No era Libia una de las fronteras más seguras al sur de la Unión Europea? ¿Mereció la pena destruir un país para garantizar más fácil acceso al petróleo y servir a los intereses geoestratégicos de
Israel y Estados Unidos? Pero la historia del colonialismo europeo es mucho más compleja de lo que se puede imaginar y sólo esta complejidad puede ayudar a explicar lo que está sucediendo en Sudáfrica. ¿En qué medida los colonizados aprendieron con los colonizadores la arrogancia de racismo? Formalmente, un país independiente, Sudáfrica fue, desde el inicio del siglo XX y hasta 1994, gobernado por una de las formas más crueles de colonialismo interno, el régimen del apartheid. El racismo institucionalizado, mucho más allá de una relación de poder basada en la inferioridad inherente de los negros, se convirtió en una forma general de ser y saber (racismo cognitivo) que insidiosamente se fue liberando de las grandes diferencias del color de la piel para ejercerse. ¿Es por eso que los negros sudafricanos son considerados el pueblo más intolerante de Africa hacia los extranjeros pobres y negros? ¿Acaso ellos, que se liberaron del apartheid, no se liberaron totalmente del régimen de ser y saber en el que se basaba? ¿Será que, como es propio de la ideología racista, un tono más oscuro de piel corresponde a un grado más bajo de humanidad? ¿Es que la solidaridad de mozambiqueños y zimbabuenses en la lucha contra el apartheid es una parte de la historia que los sudafricanos no quieren recordar para no tener que pagar deudas? ¿O acaso los sudafricanos corren el riesgo de ser europeos fuera de lugar?.
Crónica fotográfica de los indignados Carlos Sppotorno
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rimera gran manifestación de indignados en la Plaza de Sol, Madrid. En mayo de 2011 miles de personas se reunieron en la plaza para protestar contra todo el sistema que llevó a España y a otros países a la crisis actual. Se adoptó el término “indignado” al igual que el título del libro homónimo escrito por el intelectual francés Stéphane Hessel. El libro versa sobre las injusticias que estamos viviendo y cómo las generaciones más jóvenes van a reaccionar contra la dictadura financiera. Las personas ocuparon la plaza durante semanas, desafiando a la policía, que trató de disolver la ocupación con el argumento de que ningún acto político estaba permitido 24 horas antes de unas elecciones. La ocupación continuó durante y mucho después de las elecciones regionales. (El próximo domingo se celebrarán varias elecciones autonómicas y municipales en muchos lugares de España, incluyendo la capital, Madrid, cuna de los indignados. Pero esta vez el panorama es muy diferente. A las urnas acuden nuevos contingentes, entre ellos los herederos directos de aquellas movilizaciones. Todas las fotografías provienen de Crónica21. http:// www.spottorno.com/web/indignados Correo del sur).
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Las corporaciones y su secreta toma del control J oseph Stiglitz
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stados Unidos y el mundo están imbuidos en un gran debate sobre los nuevos acuerdos comerciales. Tales pactos solían ser llamados “acuerdos de libre comercio”; en los hechos, eran acuerdos comerciales gestionados, es decir, estaban adaptados a la medida de los intereses corporativos, que en su gran mayoría se encontraban localizados en EE.UU. y la Unión Europea. Hoy en día, con mayor frecuencia, tales tratos se denominan como “asociaciones”; por ejemplo, el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP). Sin embargo, dichos acuerdos no son asociaciones entre iguales: EE.UU. es quien, de manera patente, dicta los términos. Afortunadamente, los “socios” de Estados Unidos están cada vez más obstinados. No es difícil ver por qué. Estos acuerdos van mucho más allá del comercio, ya que también rigen sobre la inversión y la propiedad intelectual, imponiendo cambios fundamentales a los marcos legales, judiciales y regulatorios de los países, sin que se reciban aportes o se asuman responsabilidades a través de las instituciones democráticas. Tal vez la parte más odiosa – y más deshonesta – de esos acuerdos es la concerniente a las disposiciones de protección a los inversores. Por supuesto, los inversores tienen que ser protegidos contra los gobiernos defraudadores que incautan sus bienes.
Sin embargo, dichas disposiciones no se relacionan a ese punto. Se realizaron muy pocas expropiaciones en las últimas décadas, y los inversores que quieren protegerse pueden comprar un seguro del Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones, una filial del Banco Mundial; además, el gobierno estadounidense y otros gobiernos proporcionan seguros similares. No obstante, EE.UU. demanda que se incluyan tales disposiciones en el TPP, a pesar de que muchos de sus “socios” tienen sistemas de protección de la propiedad y sistemas judiciales que son tan buenos como los propios estadounidenses. La verdadera intención de estas disposiciones es impedir la salud, el cuidado del medio ambiente, la seguridad, y, ciertamente, incluso tienen la intensión de impedir que actúen las regulaciones financieras que deberían proteger a la propia economía y a los propios ciudadanos de Estados Unidos. Las empresas pueden demandar en los tribunales a los gobiernos, pidiéndoles recibir compensación plena por cualquier reducción de sus ganancias futuras esperadas, que sobreviniesen a consecuencia de cambios regulatorios. Esto no es sólo una posibilidad teórica. Philip Morris ha demandado judicialmente a Australia y Uruguay por exigir etiquetas de advertencia en los cigarrillos. Es cierto, que ambos países fueron un poco más allá en comparación con EE.UU., ya que obligaron a los
fabricantes de cigarrillos a incluir imágenes gráficas que muestran las consecuencias del consumo de cigarrillos. El etiquetado está logrando su cometido, ya que es desalentador para los fumadores y disminuye el consumo de cigarrillos. Así que ahora Philip Morris exige indemnizaciones por la pérdida de ganancias. En el futuro, si descubrimos que algún otro producto causa problemas de salud (por ejemplo, pensemos en el asbesto), los fabricantes en lugar de enfrentar demandas judiciales por los costos que nos impone a nosotros las personas comunes, podrían demandar a los gobiernos porque dichos gobiernos estuviesen tratando de evitar que se maten a más personas. Lo mismo podría suceder si nuestros gobiernos imponen regulaciones más estrictas para protegernos de los efectos de las emisiones de gases de efecto invernadero. Cuando presidí el Consejo de Asesores Económicos del presidente Bill Clinton, los grupos anti-ambientalistas intentaron promulgar una disposición similar, denominada “expropiaciones regulatorias”. Ellos sabían que una vez promulgada, las regulaciones se frenarían, simplemente porque el gobierno no podía permitirse el lujo de pagar las compensaciones. Afortunadamente, tuvimos éxito y ganamos la batalla: hicimos que esta iniciativa retrocediese, tanto en los tribunales judiciales como en el Congreso de Estados Unidos. No obstante, ahora los mismos grupos están intentando realizar una triquiñuela para pasar por alto los procesos democráticos mediante la inserción de tales disposiciones en las facturas comerciales, ya que el contenido de las mismas se mantiene, en gran medida, en secreto para el público (pero no para las corporaciones que están presionando para conseguir dichas inserciones). Es sólo a consecuencia de fugas de información, y mediante charlas con los funcionarios del gobierno que parecen estar más comprometidos con los procesos democráticos que llegamos a conocer lo que está pasando. Es fundamental que el sistema de gobierno de Estados Unidos cuente con un poder judicial imparcial y público, con normas legales construidas a lo largo de décadas, que se basen en principios de transparencia, precedentes y en las oportunidades que otorgan a los litigantes para que apelen las decisiones desfavorables. Todo esto está siendo dejado de lado, ya que los nuevos acuerdos exigen que las partes se sometan al arbitraje, que es un proceso privado, no-transparente, y muy caro. Es más, esta forma de administración de justicia está a menudo plagada de conflictos de intereses; por ejemplo, los árbitros pueden ser “jueces” en un caso y defensores en un caso relacionado. Los procesos judiciales son tan caros que Uruguay ha tenido que recurrir a Michael Bloomberg y a otros estadou-
nidenses ricos, quienes están comprometidos con la salud, para poder defenderse en el juicio planteado por Philip Morris en su contra. Y, si bien las corporaciones pueden demandar, otros no pueden. Si hay una violación de otros compromisos – en lo referido a las normas laborales y ambientales, por ejemplo – los ciudadanos, sindicatos y grupos de la sociedad civil no tienen recursos legales mediante los cuales puedan apersonarse para plantear juicios. Si alguna vez en la historia hubo un mecanismo de solución de controversias que sólo toma en cuenta a una de las partes y que viola los principios básicos, este es dicho mecanismo. Es por esto que me uní a líderes expertos en asuntos legales en EE.UU., incluyéndose entre ellos a profesionales de las Universidades de Harvard, Yale y Berkeley, en el envío de una carta al presidente Barack Obama explicándole cuán perjudiciales son estos acuerdos para nuestro sistema de justicia. Los partidarios estadounidenses de tales acuerdos señalan que EE.UU. han sido demandado solamente un par de veces hasta ahora, y no ha perdido un solo caso. Las corporaciones, sin embargo, apenas están empezando a aprender cómo utilizar estos acuerdos para su beneficio. Y los abogados corporativos de alto costo en EE.UU., Europa y Japón probablemente superen a los deficientemente remunerados abogados de los gobiernos, quienes intentan defender el interés público. Peor aún, las corporaciones de los países avanzados pueden crear filiales en los países miembros a través de las cuales invierten nuevamente el dinero en sus países de origen y posteriormente plantean demandas judiciales, lo que les brinda un nuevo canal para bloquear las regulaciones. En caso de que hubiera una necesidad de mejorar la protección de la propiedad, y en caso de que este mecanismo privado y caro para la resolución de controversias fuese superior a un poder judicial público, deberíamos estar cambiando la ley no sólo para las adineradas empresas extranjeras, sino también para nuestros propios ciudadanos y pequeñas empresas. Pero nada indica que este sea el caso. Las reglas y regulaciones determinan en qué tipo de economía y sociedad viven las personas. Dichas reglas y regulaciones afectan el poder de negociación relativo, con importantes implicaciones para la desigualdad, que es un problema creciente en todo el mundo. La pregunta es si debemos permitir que las corporaciones ricas usen disposiciones ocultas en los llamados acuerdos de comercio para dictar cómo vamos a vivir en el siglo XXI. Espero que los ciudadanos en EE.UU., Europa, y el Pacífico respondan con un rotundo no. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
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La crisis de la izquierda y la decadencia de Europa y Estados Unidos ROBERTO SAVIO
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a derrota del Partido Laborista en las elecciones británicas del 7 de este mes es otra señal de la crisis que enfrentan hoy las fuerzas de izquierda, al margen de la cuestión de cómo, bajo el sistema electoral británico, los laboristas que en realidad aumentaron su número de votos, redujeron su número de escaños en el nuevo Parlamento, 24 menos que los 256 de la anterior legislatura. Si el sistema británico fuese proporcional y no uninominal, el Partido Conservador con sus 11 millones de votos no habría obtenido sus 331 escaños, sino 256, muy por debajo de la mayoría absoluta de 326 necesaria para gobernar. En el otro extremo, el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), que con casi cuatro millones de votos obtuvo solo un asiento, habría logrado 83. Estos resultados, difíciles de imaginar en otro país, son un ejemplo de la insularidad británica Estas elecciones reflejan cierta similitud con las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2000, cuando el candidato demócrata, Al Gore, superó en más de medio millón los votos populares del candidato republicano, George W. Bush, pero no obtuvo la mayoría de sufragios del colegio electoral, la base del sistema estadounidense. El resultado fue ocho años de gobierno de George W. Bush, la guerra en Iraq, la crisis del multilateralismo y la parafernalia del “destino excepcional de Estados Unidos”. El análisis político que expongo a continuación provocará seguramente reacciones adversas por parte de los politólogos tradicionales. En la actualidad, se acepta ampliamente que el desmembramiento de la Unión Soviética dio luz verde a una suerte de capitalismo sin control, marcado por una supremacía sin precedentes de las finanzas que, en términos de volumen de inversiones, supera abrumadoramente a la economía real o productiva. La ofensiva del pensamiento neoliberal sorprendió a la izquierda totalmente desprevenida, porque parte de su función había sido la de ofrecer una alternativa democrática al comunismo, que de repente había dejado de ser un amenaza.
En este cuadro, la reacción de la izquierda consistió en imitar a los vencedores, en lugar de tratar de constituir una alternativa al proceso de globalización neoliberal. Desde el comienzo de la crisis financiera mundial en 2008, con su coste de rescate hasta ahora de más de cuatro billones (millones de millones) de dólares, la izquierda no ha ofrecido ninguna respuesta válida para ella. Desde la revolución industrial, la identidad de la izquierda se había basado en la lucha por la justicia social, la igualdad de oportunidades y la redistribución de los ingresos. La derecha en cambio, ponía el acento en los esfuerzos individuales, en la reducción del papel del Estado y en el éxito como motivación. Siguiendo esta extrema simplificación, hay que añadir que la izquierda, desde Karl Marx a John Keynes, estudió siempre la forma de promover el crecimiento económico y la redistribución de los ingresos, Marx aboliendo la propiedad privada y los socialdemócratas mediante el sistema de impuestos progresivo. Lo que nunca se analizó fue la alternativa de una planificación progresista en caso de una crisis económica como la que ahora enfrentamos: desempleo estructural, jóvenes obligados a aceptar cualquier tipo de contrato, nuevas tecnologías que están haciendo desaparecer el concepto de clases y convirtiendo a los sindicatos-otrora poderosos actores en la lucha por la justicia social- en irrelevantes. Es un hecho sin precedentes que los 25 principales gestores de fondos especulativos recibieran un premio de 11.620 millones de dólares en 2014. Sin embargo, ni el presidente estadounidense, Barack Obama, ni Ed Miliband, el líder laborista británico que dimitió tras la derrota electoral de este mes, pensaron que había motivos para denunciar este nivel obsceno de codicia. Entretanto, el proyecto político europeo está en total desorden, al enfrentar un “Grexit” en el sur y un “Brexit” en el norte. En el caso de un “Grexit” (posible abandono de la Unión Europea (UE) de Grecia), Atenas enfrenta la perspectiva de tener que hacer concesiones sustanciales al bloque, lo que significaría alejarse de las promesas de Alexis Tsipras, elegido primer ministro en enero como una expresión de rebeldía contra años de des-
mantelamiento de las estructuras públicas y sociales impuestas en nombre de la austeridad. Lo que está en juego es el modelo neoliberal de Alemania, apoyada por aliados como Austria, Finlandia y Holanda y que ha levantado un muro en contra cualquier indulgencia, junto con los países que aceptaron recortes dolorosos y donde los conservadores están en el poder, como España, Irlanda y Portugal. Todos ellos consideran una inaceptable debilidad hacer concesiones a la
izquierda. Un “Brexit” (el posible abandono de la UE por Gran Bretaña) es un asunto diferente. Es un juego orquestado por el primer ministro británico, David Cameron, para negociar un acuerdo con Bruselas más favorable para Londres. A finales de 2017, en Gran Bretaña, se celebrará un referendo. Los cuatro millones de votantes del UKIP y los llamados “euroescépticos” amenazan con empujar a Gran Bretaña fuera de la UE,
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especialmente siCameron no logra obtener algunas concesiones sustanciales de Bruselas. Entretanto, mientras Europa se encuentra en estado de confusión, Estados Unidos tiene un grave problema de gobernabilidad. El analista Moisés Naím, identifica algunos ejemplos de cómo esto se ha traducido en daños por su propia mano. Uno de ellos se refiere a China, que estableció un fondo alternaA PÁGINA 6
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“¿No nos representan?” Discusión entre Jacques Rancière y esto Laclau sobre Estado y democracia
ERNESTO LACLAU
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ay algunos temas clave que en otras ocasiones hemos discutido entre nosotros y que si pudiera resumirlos alrededor de un tema, yo diría que es la relación entre democracia y representación. Es ahí donde yo creo que hay un matiz diferente entre el análisis que hace Jacques y el que yo he tratado de hacer. ¿Cuál es el problema, para
mí, de la representación? La cuestión es la siguiente: si la democracia y la representación se oponen es porque se piensa que la democracia representa una identidad popular de la cual los mecanismos representativos están esencialmente excluidos. Rousseau mismo pensaba que la única forma real de democracia era la democracia directa. Estaba pensando en la Ginebra de su tiempo, de la cual tenía de todos modos
una idea bastante utópica. Pero la condición de los grandes Estados hacía aparecer el momento de la representación como algo ineludible. Entonces la cuestión que se abre ahí es la siguiente: ¿es el principio de la representación un principio necesariamente oligárquico? Es decir, algo que se añade como un mal menor a un principio democrático que representaría una voluntad popular homogénea. Yo creo que esto sólo
sería así si la voluntad popular pudiese ser enteramente constituida por fuera de los mecanismos representativos. Y es ahí donde yo establecería una distancia. Yo creo que sin el tránsito a través de los mecanismos representativos no hay posibilidad de constituir tampoco una voluntad democrática, una voluntad popular. ¿Por qué? Porque el proceso de representación es un proceso doble. Jacques ha señalado muy bien que el principio de representación implica la posibilidad de un poder oligárquico. Pero puede representar también algo diferente. Si al nivel de las bases sociales de un sistema encontramos sectores marginales con escasa constitución de una voluntad propia, los mecanismos representativos pueden ser en cierta medida aquello que permita la constitución de esa voluntad. El otro día, en la discusión que mantuvimos con Jean Luc Melenchon [líder del Frente de Izquierdas] aquí en Buenos Aires, decíamos que el problema de las formas de democracia anárquicas que vemos hoy en día (por ejemplo, el movimiento de los indignados en España) es que si esa voluntad no tiene traducción en efectos de una reestructuración del sistema político eso conduce a una dispersión de esa voluntad. O sea que yo pensaría que no hay un principio democrático opuesto al principio de representación, sino una construcción política que corta transversalmente el momento de constitución básico de la voluntad popular y el momento representativo. Si nosotros pensamos en la forma en que la cuestión de la universalidad y la totalidad se ha planteado en la teoría política, vemos que Hegel pensaba que el Estado es el único punto en el cual la universalidad de la comunidad se constituye. Porque la sociedad civil es el terreno de las lógicas de lo privado, de lo que él llamaba “el sistema de necesidades”. Habría entonces un corte absolutamente claro entre el momento de la totalidad (estatal) y el de la dispersión (privada). Marx respondió a eso: no es verdad, el Estado es el campo de la particularidad porque es el instrumento de la clase dominante y sólo si emerge una clase que es en sí misma y por sí misma el universal -es decir que emerge al nivel de la sociedad civil- esta fragmentación y particularismo puede ser superado. Para Marx esto implicaba el fin de la política y la extinción paulatina de las for-
mas estatales. Si nosotros pensamos en Gramsci, vemos un punto intermedio que para mí es el comienzo de una política adecuada en relación con esta cuestión. Gramsci decía que Marx tenía razón en decir que la sociedad civil también es un punto de construcción de lo universal, pero Hegel tenía razón en pensar que ese momento de lo universal es un momento político. Y por eso Gramsci hablaba del Estado integral. El problema de la democracia para mí en este sentido, aceptando en parte argumentos de Jacques pero con diferencias, es que son necesarias formas de mediación política que atraviesen la distinción Estado/sociedad civil. Todo lo que sea radicalizar la distinción entre estos dos términos conduce, o bien a un parlamentarismo socialdemócrata inane, si se enfatiza el momento puramente estatal, o al ultra-libertarismo de una voluntad popular mítica constituida enteramente fuera del Estado. Yo creo que de alguna manera las democracias latinoamericanas que están en elaboración en la actualidad son un intento de trascender estas tensiones y quizá son la mejor forma de ejemplificar aquello que estaba contenido fundamentalmente en las intuiciones gramscianas acerca de la guerra de posiciones, la hegemonía, el Estado integral. Bueno, con estas pequeñas provocaciones te dejo, Jacques, para que respondas al punto y luego dejamos paso a la voluntad general del público (risas).
JACQUES RANCIÈRE
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claro antes que nada algún punto de cara a la discusión. Para mí no se trata en absoluto de plantear el principio de la democracia directa como A PÁGINA 6
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tivo, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), tras hartarse de esperar durante cinco años a que el Congreso legislativo estadounidense, dominado por los republicanos, autorizase el aumento de su participación en el Fondo Monetario Internacional, del ridículo 3,8 ciento actual a seis por ciento. La cuota de Estados Unidos es de 16,5 por ciento. Washington intentó bloquear el BAII presionando a sus aliados, sin lograrlo. Primero Gran Bretaña y después Italia, Alemania y Francia anunciaron su participación en el banco, que ahora cuenta con 50 países miembros y Estados Unidos no está entre ellos. Otro ejemplo fue el intento del Congreso para acabar con el Banco de Exportaciones e Importaciones de los Estados Unidos (Exim Bank), que desde su fundación por el presidente Franklin D. Roosevelt en 1934, desembolsó 570.000 millones de dólares para respaldar a los exportadores estadounidenses. Tan solo en los dos últimos años, China ha apoyado a su sector exportador con 670.000 millones de dólares. Moraleja: las empresas estadounidenses estarán en clara desventaja. Como señaló el gran defensor de la hegemonía estadounidense Larry Summers, “Estados Unidos perderá su capacidad de dar forma al sistema económico global.” El último desdén al papel de Washington como líder mundial provino de cuatro jefes de Estado árabes que desairaron una cumbre con Obama en Camp Davidel 14 de mayo, convocada por Obama para tranquilizar a los estados del Golfo sobre las negociaciones con Irán para un acuerdo nuclear. El mandatario estadounidense garantizó que un acuerdo con Irán no afectará la alianza de Washington con esos países. Pero los gobernantes de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Omán y Bahrein desertaron de la cumbre. Sin embargo, no hay ejemplo más ilustrativo de una decisión errónea que el esfuerzo conjunto de Estados Unidos y la UE para colocar entre la espada y la pared al presidente ruso, Vladimir Putin, por su intervención en Ucrania, imponiendo duras sanciones a Moscú. Todo indica que no hubo reflexión sobre la sensatez de cercar a un líder paranoico y autoritario, pero que cuenta con un fuerte apoyo popular y que progresivamente puede ir arrastrando también a otros países de Europa Central y Oriental. El resultado de este cerco es que China acudió en ayuda de la asfixiada economía rusa mediante una potente inyección de dinero. China invertirá alrededor de 6.000 millones de dólares en la construcción de un ferrocarril de alta velocidad entre Moscú y Kazány financia un gasoducto de 2.700 kilómetros para el suministro de 30.000 millones de metros cúbicos de gas ruso por un período de 30 años, además de otros proyectos, incluyendo el establecimiento de un fondo común de 2.000 millones de dólares para inversiones y un préstamo de 860 millones de dólares al banco ruso Sberbank. El resultado evidente es que Rusia ha sido empujada fuera de Europa, a los brazos de China y Beijing y Moscú están comenzando ahora maniobras navales y terrestres conjuntas. ¿Es este el interés de Europa? Al fin y al cabo, el declive de Europa y de Estados Unidos tal vez se reduce a una disminución de visión política, con una democracia que está siendo sustituida por la plutocracia, mientras el estadista de antaño es reemplazado por líderes políticos de menor nivel. Todo esto se está desarrollando en medio de un creciente descontento con la política, que ahora se dedica básicamente a tomar decisiones administrativas, facilitando la corrupción. Al menos esto es lo que parece pensar alrededor de un tercio de los electores europeos cuando se les pregunta si creen que pueden lograr alguna un cambio mediante el voto. Y esto también explica por qué un número creciente de personas abandonan las urnas. 21/05/2015 *Roberto Savio es periodista italo-argentino. Co-fundador y ex Director General de Inter Press Service (IPS). En los últimos años también fundó Other News.
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una voluntad popular homogénea. Yo no me coloco en realidad desde el punto de vista de esta búsqueda de voluntad popular homogénea, ni tampoco exactamente de la oposición entre representación y democracia directa. Fundamentalmente, lo que me he planteado en mi trabajo es la pregunta de qué es un poder político y por qué un poder, para ser político, está obligado a integrar en alguna medida el principio democrático de la igualdad. Siempre hubo poder y hay muchas formas de poder que no son políticas: el poder del jefe, el del maestro, el del patrón, el del amo... Son poderes privados, poderes de relación de autoridad que funcionan socialmente. Lo que me interesa es pensar cómo se puede fundar de modo general la idea misma de lo político. Y lo que me interesa verdaderamente es el modo en que el principio democrático funciona en sí mismo siempre como un desafío con respecto al principio estatal. Porque el principio estatal, a pesar de todo, siempre funcionó como un principio de confiscación y privatización del poder colectivo. Para pensar el tema de la representación hay que partir del hecho de que hoy, quizá sea muy distinto y formidable en Argentina pero al menos en los países europeos es así, el principio representativo del Estado está totalmente integrado en los mecanismos de una oligarquía que se reproduce. No funciona en absoluto como una mediación para una construcción de voluntad popular. Quizá fue así en el pasado de los Estados europeos, pero desde luego ya no es el caso. La representación está casi vacía. Este sería el primer punto. En segundo lugar, otro aspecto importante es que estamos de acuerdo en este aspecto doble o bifaz del sistema representativo, pero hay que ver de qué lado va a caer la balanza. Desde luego, yo prefiero un sistema representativo a otro, un sistema en el que los mandatos sean cortos, no sean renovables, ni acumulables, etc. Y si hablamos de democracias latinoamericanas, yo no puedo concebir un régimen democrático si cada seis años tenemos que elegir al mismo presidente [en referencia a Venezuela]. Creo que un presidente demócrata es el que hace su trabajo y se va. Y entrega el poder a otro que no sea sí mismo porque si no estamos ante una privatización del poder.
Por último, me pregunto si hay que continuar pensando en este esquema de Estado/sociedad civil. En esta lógica hegeliana donde, por un lado, está la sociedad civil (lo privado) y por otro el Estado universal, etc. Esto ya no funciona así. En alguna medida tu mismo lo has dicho: a pesar de todo, el Estado es cada vez más un principio de privatización y el Estado absorbe la representación. No se trata de oponer a la representación la presentación directa de la gente en la calle. Lo que ocurre es que el único medio de oposición a esta privatización estatal permanente son efectivamente las formas de manifestación autónoma del pueblo, una presencia autónoma del pueblo. El único modo de que no sólo exista el Estado, de que no sólo exista el modo representativo absorbido por el Estado, es que haya formas de existencia autónomas de otro poder. No diría una multitud reunida por una voluntad homogénea, sino un movimiento fuerte de acción que encarne un poder que es el poder de todos y de cualquiera. Ese el principio mismo de la existencia de la democracia y de la política. Y para mí eso es lo que hoy es fundamental. Es perfectamente claro que todo el mundo puede ocupar la calle y hemos visto grupos que tratan de imponer desde ahí intereses privados. Yo no digo que cuando uno ocupa la calle es el pueblo o que todo lo que se dice desde la calle está bien. Hay una especificidad en algunos países de América Latina por la cual los Estados tratan de tener el control sobre algunas palancas económicas y yo no estoy en contra. Pero lo que a mí me parece fundamental es discernir si el Estado se limita a tomar medidas correctas o si realmente da en sentido amplio los medios para otra expresión, para una expresión otra. Sólo así saldríamos del juego de la pelea entre grupos con poder y el Estado como únicos actores de la política. Pero es cierto que hay especificidad en América Latina con respecto a Europa, donde hay una integración casi total entre poder político (Estado, representación parlamentaria) y poder financiero. ¿Qué significa el poder de cualquiera? Significa orientar una acción según el pensamiento de una capacidad que verdaderamente es de todos, de cualquiera. Si se baja a las calle para defender los derechos del grupo Clarín, no se baja a la calle en nombre de ese principio democrático, sino en nombre de otros principios: que hay quien sabe informar y quien no, etc. No quiere decir que cualquiera que baje a las calles va a tener la razón. Hablar de poder de cualquiera es tomar partido por lo universal. El poder de cualquiera quiere decir que hay una capacidad que no puede ser acaparada por ningún grupo que diga que le pertenece. Ni por la oligarquía ni tampoco por la “clase obrera”. Ningún grupo representa la capacidad universal, la política. Hay principios de discriminación para pensar ese cualquiera. ¿Cuál es el principio de la acción que se está desarrollando, aquí y ahora? Pues hay que poner en marcha una serie de formas de investigación y de balance para poner a prueba este discriminante, para discernir si ese cualquiera es una figura de lo universal o representa intereses privados. A lo que podemos llegar en el futuro, no tengo la menor idea. La cuestión para mí es pensar que el presente abre o cierra futuros, pensar el presente como aquello que abre y cierra futuros. Están los que piensan, como Tiqqun o el Comité Invisible, que sólo una especie de catástrofe puede permitir la liberación. Está Toni Negri, por su lado, que piensa que el mismo proceso de trabajo en condiciones capitalistas crea las condiciones del comunismo futuro. Hay grupos que dicen que tienen que madurar las condiciones objetivas, que hay que crear instancias de vanguardia y que en unos cinco mil años vendrá la revolución buena de verdad. Etc. Yo a todo eso digo no. Insisto en esta presencia popular alternativa con respecto a la confiscación del poder de todos por parte del Estado o de poderes vinculados a poderes financieros. La primera condición de otro futuro es que ampliemos aquí y ahora esferas de iniciativa de un pensamiento compartido, de modos de decisión compartida, de focos de autonomía que den poder a cualquiera. ¿Dónde están las condiciones de otros futuros que no sean la reproducción del presente? En el presente. ¿Dónde va a llevar esto? Yo no lo sé. Lo que sí sé es que lo que puede llevar a otra cosa distinta al presente es la constitución de otros focos de poder y expresión autónomos, de otras formas de uso de las capacidades de los anónimos. Es decir, que mantengamos o renovamos las formas de existencia de un poder que no es un poder oligárquico. *Retomanos la parte medular del artículo publicado en eldiario.es en el que se transcribe el debate de los autores celebrado en Buenos Aires, Argentina, al calor del surgimiento de los indignados en Madrid. Fuente: http://www.eldiario.es/interferencias/democracia-representacion-Laclau-Ranciere_6_385721454.html
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Un episodio lejano, a propósito de Dios Víctor Orozco
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uando estudiaba el primer año de la carrera de Derecho en la Universidad de Chihuahua mi amigo Alberto Sáenz Enriquez, quien era profesor de Filosofía en la escuela Preparatoria, autor de un libro para principiantes de esta rama del saber y un bibliómano consumado (Por entonces me regaló el voluminoso Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano) convocó a un debate sobre la existencia de Dios. De seguro que hoy parecería insólito, pero en 1965 corrían vientos de libertad y los jóvenes nos apasionábamos por discutir hasta estas enredadas cuestiones. En el antiguo Teatro de Cámara de la UACH, que lució abarrotado, tres o cuatro estudiantes, –no recuerdo el número- nos pusimos a exponer nuestros argumentos. Una parte de los asistentes estaba forma-
da por católicos que venían a refrendar su fe y si era necesario a defenderla a como diera lugar de los “comunistas”. Otra, la integraban curiosos que deseaban escuchar cómo alguien combatía o dudaba de la existencia del ser supremo. Una minoría, se componía por atrevidos y hasta insolentes que polemizábamos sobre todo lo habido y por haber en los salones, en los pasillos, en los jardines de la Universidad o en las cantinas de la ciudad, las cuales no se llamaban todavía bares o antros. (Había una donde el viejo cantinero tenía listo un grueso diccionario enciclopédico bajo la barra, para resolver en el acto cualquier disputa. ¡La prehistoria antes del internet!). Poco antes, me había picado la duda sobre la divinidad, así que estaba en el bando de los “ateos”. A riesgo de ser abucheado en el mejor de los casos o sacado a patadas en el peor, expuse mis razones,
toscas unas y otras no tanto. Llevaba una ventaja sobre mis contrincantes. No desde luego debida a la inteligencia o a la ilustración, sino porque ellos iban a defender una certidumbre, a repetir argumentos adquiridos en la iglesia o en sus familias, pero con escaso discernimiento. Por mi parte, tenía por lo menos dos años que me devanaba los sesos en largas caminatas a lo largo de la Avenida Juárez, cerca de la cual se ubicaba la casa de asistencia donde residía, propiedad de Doña Eva Morales, una generosa matrona batopilense y en cualquier ambiente que encontraba inspirador, como los atardeceres silenciosos de mi pueblo. Me había formado como casi todos en la fe en Dios y hasta le rezaba por las noches. Pero comencé a preguntarme y a preguntarme. Le di vueltas a la cuestión considerando todas las aristas que pude imaginarme. Discutí con Sáenz quien era en ese tiempo quizá un deísta y seguí con mis cavilaciones. Con este bagaje me presenté en el debate. Inicié mi intervención con algunas paradojas muy simples -o simplonas me dijeron-, pero irrebatibles. Si Dios es omnipotente ¿Puede suicidarse?. ¿Puede construir un objeto que él mismo no pueda destruir?. En cualquier caso el razonamiento llevaba a demostrar que la divinidad o no existía o no era omnipotente y entonces no era tal Dios. Mis quebraderos de cabeza, me condujeron de cualquier manera a cuestiones más complejas. ¿Es posible que el espacio y el tiempo puedan dejar de existir?. Es más, ¿Es posible siquiera concebir que no existan?. ¿Que sucede si el tiempo se detiene?. ¿No seguirá transcurriendo?. Y si no existiera el espacio, tendríamos que suponerle unos límites, pero ¿Que habría más allá de esas fronteras?. Necesariamente otro espacio. Es decir, ambos, espacio y tiempo son infinitos y no pueden ser creados. Por lo pronto, pues, ninguno debe su existencia a Dios. Son imprescindibles, pero éste no lo es. Puedo olvidarme de la divinidad, es decir, pensar que no existe. Del tiempo y del espacio no puedo hacerlo. Pero luego, razonaba, espacio y tiempo sólo tienen sentido asociados a la materia. Es en ella donde se expresan. Luego, también la materia es increada, incausada, infinita y no prescindible. Y de allí para adelante, todos los cambios hasta el origen de la vida y del mismo hombre pueden ser explicados. No se necesita a la divinidad. El otro asunto que se ventilaba en el debate era el de los valores. Éstos, argumentaban mis interlocutores son eternos y dictados por Dios. Es él quien separa lo justo de lo injusto, lo bueno de lo malo. Mi replica caminaba por preguntarles: ¿Y si no existe quien aprecie la belleza o la justicia?. ¿Había valores en la época de los dinosaurios?. Si Dios es el origen de todo, ¿Con cuál propósito creo el mal? ¿No será que nuestro sentido del bien es independiente de la creencia en Dios? (Como ahora lo reconoce afortunadamente el Papa Francisco) Muy a la medida, César Durán, un amigo desde la secundaria y formidable ajedrecista, supo de la ironía de Bertrand Russell
y me la pasó: viendo como está el mundo, seguramente fue creado por el Diablo, en un descuido de Dios. Mi conclusión era que los famosos valores se labraban en el curso de la historia de los hombres, donde se modificaban. Ponía de ejemplo a la esclavitud, ahora reprobada, pero tenida por buena en la antigüedad. Por este camino tampoco se llegaba a la existencia de Dios. Menos aún servía la senda de las religiones, cuya versión es un Dios igual al hombre, con pasiones, odios y amores, como el iracundo Jehová de la Biblia. (Conocida por mi gracias en gran parte a mi tía Chepa, anciana y bondadosa hermana mayor de mi abuelo, de quien se contaba que había leído el famoso libro varias veces. Por cierto, algo advirtió en mis preguntas de niño, porque un día me regaló su gastado ejemplar). Así que también cuestionaba a los polemistas: si la Biblia es la palabra de Dios, entonces debían estar allí frutos de toda la creación, ¿Por que no habla de los incas, los mayas o los chinos o de los animales y las plantas americanas?. ¿Jesucristo supo de estas civilizaciones o del maíz, de los bisontes o de las llamas?. La respuesta era sencilla: la Sagrada Escritura, al igual que el Corán de los musulmanes o el Talmud de los judíos, reunía leyendas, mitos, reglas morales, saberes, de comunidades o pueblos cuyos alcances apenas iban más allá del Medio Oriente y el norte de África. No había allí palabra alguna dictada por la supuesta divinidad. Y, agregaría ahora, la historia es imprevisible. En estas colectividades, dónde nunca brillaron manifestaciones elevadas del pensamiento y la creación artística, como en Grecia y en Roma, se desarrollaron en cambio cultos religiosos que andando el tiempo se sobrepusieron y subyugaron a los primeros. Sus dioses, únicos, celosos e intolerantes acabaron por imponer la oscuridad de la intolerancia y el fanatismo. La filosofía es “sierva de la religión”, se proclamó de manera triunfante durante mil años. Pero no sólo, también la ciencia, el arte, el Estado y la vida íntima de las personas fueron colocados bajo el dominio de los administradores de la confesión. Quizá haya sido ésta la mayor tragedia de la civilización occidental, pues a pesar de las rupturas y emancipaciones que llevan siglos, todavía las sociedades siguen cargando con las lozas de creencias brotadas en estos pueblos primitivos. Pero, sobre todo con la opresión de los poderosos intereses y organizaciones que las promueven y las usufructúan. Volviendo al debate, diré que terminó como otros parecidos. Cada quien se llevó sus razonamientos sin modificar y con seguridad sin convencer a nadie. Probablemente alguno se fue con la duda, como las que a mí me taladraban. A la salida y en la parada del camión, un fervoroso compañero, con quien después entablé amistad, me espetó: “Supe que andas dudando de la existencia de Dios y te voy a partir la madre”. “Pues, a lo mejor me la partes o a lo mejor yo te la parto, pero en ningún caso resolveríamos la cuestión”, le respondí.
BB KING LEYENDA DEL BLUES (1925-2015)
MIKE HOBART
B
B King, que ha muerto a los 89 años, fue el músico de blues con más éxito de todos los tiempos. Creció en la pobreza en el Mississippi rural, donde templó su guitarra y su voz en medio de la segregación racial hasta alcanzar fama mundial. Sus continuas giras le hicieron sinónimo de blues, pero su influencia se extendía mucho más allá del género. Obtuvo 15 Grammys de blues, más que cualquier otro artista de blues, así como un premio a su trayectoria. King, cuyo éxito más conocido fue “The Thrill is Gone”, dijo una vez: “No tocamos rock and roll, el blues es nuestra música, directa desde el delta”. Sin embargo, en 1987 fue incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll. En su mejor momento, King fustigó multitudes hasta alcanzar el éxtasis; su música era un alivio para quienes vivían con el sudor de su frente. Esos salones de baile y esos bares ya no existen, pero la energía de King se mantuvo, empapando su blues con angustia y alegría. Hacia el final, le gustaba recordar el pasado en el escenario, como si hablara su propia leyenda. Pero una vez que la banda comenzaba a tocar con el látigo chillón de su metal, los poderes curativos del “rhythm and blues” de King lo llenaban todo. Nació Riley B. King el 16 de septiembre de 1925 en el seno de una familia de aparceros del delta, cerca de Indianola. El joven King cantó en un coro baptista, absorbió los gritos de los trabajadores del campo y se enamoró de los discos de blues de su tía abuela. Sus primeros instrumentos fueron hechos a mano - un alambre y un palo de escoba eran suficientes. A los 12 años, King consiguió su primera guitarra, aprendió a tocarla solo y trató de imitar a Blind Lemon Jefferson y Lonnie Johnson. En su adolescencia, King fue tractorista, un trabajo que recordaba con cariño porque le permitía conocer a chicas cuando conducía de un lado a otro. Tocó la guitarra en el Famous St John’s Quartet, un grupo de gospel, y como era muy joven para poder entrar en los bares de Indianola se quedaba en la puerta, tratando de oir la música. Comenzó a tocar en la calle y aprendió que aunque el gospel era respetado, el blues era lo que daba dinero. Cuando se licenció del ejército después de la Segunda Guerra Mundial, King hizo autostop hasta Memphis, donde vivía su primo Bukka White, también guitarrista
de blues: “Mi universidad fue tocar todos los días en la calle Beale”, dijo en radio PBS años después. Hacia 1948 hacia de DJ regularmente, como Sepia Swing, en la estación de radio negra WDIA. Fue en Memphis donde conoció a Count Basie, Louis Jordan y su principal influencia en la guitarra, T-Bone Walker. Una noche King estaba tocando en el circuito de lo-
cales segregados a los que tenían acceso los músicos negros, el “Chitlin` Circuit”, cuando se produjo un incendio: dos hombres que se peleaban por una mujer habían volcado de una patada el cubo con queroseno que era la única iluminación de la sala de baile. Escapando a la carrera, King se olvidó su guitarra acústica de 30 dólares y volvió a buscarla. La pelea fue por una mujer llamada Lucille, y desde entonces bautizó así todas las guitarras que toco en su vida; el éxito le asoció para siempre con la marca Gibson.
CORREO del SUR Director General: León García Soler
King firmó contratos con las casas de discos RPM, Modern y Kent y en 1952 consiguió su primer número 1 en las listas de R & B, con una versión de “Three O’Clock Blues”. Al que siguieron 25 canciones de éxito, incluyendo clásicos de repertorio que compuso como “Woke Up This Morning”. Algunos fueron grabados en los estudios Sun, donde conoció a Elvis Presley. King recordaba en su autobiografía de 1996, Blues All Around Me, (dedicada a sus 15 hijos) que Presley “siempre me llamaba « señor ». Eso me gustaba”. King fue un melodista excepcional y un maestro de la luz y la sombra, que podía cambiar en un santiamén de entonar con dulce lirismo a rasgar con su voz la música. Duro, jacista y arraigado en el delta, King fue la figura dominante del “rhythm and blues” en la década de 1950, tocando más de 300 conciertos al año. A mediados de la década de 1960, los gustos musicales de los jóvenes afroamericanos fueron cambiando a favor del soul; King fue abucheado cuando compartió cartel con artistas como Sam Cooke y Jackie Wilson. Pero después de que John Lennon dijese que le gustaría poder tocar la guitarra como BB King, su situación mejoró. Eric Clapton fue su discípulo; los Rolling Stones le alabaron, comenzó a abrir sus conciertos. En 1968 tocó en San Francisco Fillmore West, y King recordaba una audiencia de “gente blanca de pelo largo. . . Me dije a mí mismo: ‘¡Oh, Dios!, ¿qué hago aquí? “ El nuevo manager de King, Sid Seidenberg, continuó elevando su fama y su apretado calendario de giras se hizo mundial. En 1970 “The Thrill is Gone” fue un gran éxito en todos lados. Consiguió nuevos fans y nuevos mercados con colaboraciones con músicos de rock blancos como Clapton y U2. King también prestó su nombre a la cadena de establecimientos BB King Blues Club and Grill. Durante más de 30 años, King volvió a Indianola para el festival anual “King Homecoming”, dedicado a la memoria del asesinado activista de derechos civiles Medgar Evers. “Me hace sentirme bien poder hacer algo por los chicos, lo que no hicieron con nosotros cuando crecíamos”, dijo. En junio de 2014, King tocó en la que anunció que sería su última aparición en Indianola. Mike Hobart es saxofonista, director del Urban Jazz Collective y crítico de jazz del Financial Times. Traducción para www.sinpermiso.info: Enrique García
Suplemento dominical de Director: Adolfo Sánchez Rebolledo
Diseño gráfico: Hernán Osorio