Correo Del Sur No 443

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Número 443 Junio 14, 2015

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D U DE LA T S E A? E - EL RECH DEF S N E U E A I R Y L ESC OS U NSA D V I N N L OS RIT NI DE Ó O CI A C V V O S É LU -LA LEC R, L ERS LOS E U D O T Q I A R O T V N R RE EN UT RE SO AR Ó FA O I O AM A D S: P LE IOS ¿P C I D A L TRA A F AN ÉR E LA AD DA L OD ICA D S U S U L R LA EDA RA I E TIN A U L G A I S


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CORREO del SUR

La defensa de los derechos universitarios VÍCTOR OROZCO

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os días 2 y 3 de junio se desarrolló en Madrid la reunión binacional entre la Conferencia Estatal de Defensores Universitarios de España y la Red de Defensorías de Derechos Universitarios de México. En años anteriores se habían venido estableciendo fuertes vínculos entre organismos similares de ambos países. Ahora, el objetivo primordial de la reunión fue dar un paso firme hacia la constitución de una asociación iberoamericana, en la cual se agrupen los diversos organismos dedicados a la defensa de los derechos de docentes, investigadores, estudiantes y trabajadores administrativos en las instituciones de educación superior. Se culminó con la firma de una carta de intención y la formación de una comisión coordinadora para continuar las tareas y diseñar una ruta de trabajo. Algún lector se preguntará ¿Para qué la existencia de estas defensorías en el seno de las universidades?. Antes de responder, diré que con variantes, el modelo de este tipo de instrumentos ha sido adoptado en todos los países, aunque su implantación no ha corrido con la misma suerte en cada una de las casas de estudio. Usualmente las grandes universidades europeas y norteamericanas poseen un cierto tipo de organismo de protección de los derechos de sus miembros. En México, a raíz del movimiento estudiantil de 1985 se formó en la UNAM la primer defensoría, cuyos primeros treinta años ahora celebramos, incluyendo en los festejos un billete conmemorativo de la lotería nacional. Desde entonces veinte más se han instalado en otras tantas instituciones, casi todas ellas públicas. Abundando en la cuestión planteada, debemos pensar que en las instituciones de educación superior confluyen propósitos estatales, sociales, individuales y cumplen una multiplicidad de funciones. Conservan, renuevan, producen, enseñan y difunden conocimientos. Son vitales para el despliegue de las identidades culturales e históricas de cada sociedad y sin ellas, ninguna de éstas podría subsistir en el largo plazo. Además, estas ingentes labores o misiones como se les ha dado en llamar, deben estar amparadas dentro de un espacio que les brinde libertad y autonomía. Son incompatibles con los dictados, la prevalencia de dogmas o criterios ajenos a la racionalidad. En estos centros, conviven en un complejo de relaciones miles o decenas de miles de personas, conducidas allí para investigar, enseñar, aprender y organizar o administrar los recursos disponibles. Cada uno de estos hombres o mujeres, posee derechos, unos de carácter general y otros derivados de su estatus particular como estudiantes o académicos. Son adicionales a los que les pertenecen en su carácter de ciudadanos o trabajadores, protegidos por las leyes civiles, políticas o laborales. La gama de ejemplos que pueden exponerse es amplísima, pero consideremos dos muy simples. Pensemos que a un estudiante se le evalúa de manera arbitraria por el docente, sin atender a los exámenes a los cuales ha sido sometido o bien, se le niega la calificación o la posibilidad de inconformarse con la misma e impugnarla. O, que es víctima de acoso, abusos o discriminaciones por razones de género, étnicas, religiosas o de preferencias sexuales. Consideremos ahora el caso de un docente o investigador que no le es grato a la autoridad en turno y es constantemente hostigado e incluso despedido o expulsado de la institución. Las causas de la animadversión pueden venir de la contraposición de opiniones, en los ámbitos de la política o la filosofía, de las rivalidades científicas o académicas y aún de las envidias. O el acto de autoridad, puede ser simplemente arbitrario, tan sólo porque se tiene la capacidad de decisión y ejecución. Cuando se producen estos eventos, el alumno o el profesor, se enfrentan a una estructura burocrática con mucha frecuencia inamovible e insensible, que opera haciendo valer a toda costa el principio de autoridad. Al maestro que dice: “Ya lo dije y si me equivoqué en la

calificación pues ni modo”, al funcionario que se planta en su determinación: “Esta persona queda fuera, porque así está decidido”. No importa que el primero pierda la beca indispensable para continuar sus estudios o que el segundo cancele un proyecto de vida o se le mande al ostracismo y al desempleo. La función de las defensoría, no es, por supuesto, aprobar al estudiante o impedir a toda costa la sanción extrema aplicada al profesor, sino cuidar que cada uno de ellos hayan tenido la oportunidad de mostrar sus pruebas y alegar en su descarga. ¿Qué tal si el estudiante es capaz de exhibir ante una comisión de profesores un trabajo de excelencia realizado en el curso?. ¿Y que el maestro expulsado lo fue porque mantuvo una opinión divergente a la sustentada por la autoridad o por un equívoco de ésta?. Si no se produce la intervención de un organismo defensor interno, lo más probable es que ambos, estudiante y profesor, se queden con su agravio, fuera de la institución y víctimas de un acto de autoridad discrecional o arbitrario. Es posible razonar que los universitarios afectados en sus derechos tienen los instrumentos de defensa y reparación que las leyes generales prevén para todos los ciudadanos. Pueden, así, acudir ante los tribunales federales en demanda de amparo o ante los laborales si han sido despedidos de su trabajo. Desde luego que tienen expeditas estas vías. Sin embargo, la existencia de éstas o su ejercicio, lejos de ser incompatibles con los recursos y garantías establecidas por las legislaciones internas de las casas de estudios, se complementan. Si se suprimen o se violentan estas últimas, suceden entre muchos otros, dos efectos perniciosos: ambos, estudiantes y académicos, es casi seguro que se vean enfrentados a situaciones dónde ya es imposible recuperar sus derechos. El alumno, porque perdió el semestre, quizá la beca y aún la posibilidad de continuar sus estudios. El profesor, porque en el mar de expedientes laborales de las juntas de conciliación y arbitraje, verá el suyo, con sus consideraciones académicas, sobre la libertad de cátedra o similares bregar entre los vericuetos legales durante años. Todas estas razones que se ponen de manifiesto en los ejemplos enunciados, constituyen el leit motiv de las defensorias de los derechos universitarios. Son organismos que atienden quejas de muy diversa índole, cuyas resolu-

ciones carecen de fuerza vinculante o ejecutiva, es decir, son recomendaciones dirigidas a las autoridades señaladas como responsables o que pueden hacerlas cumplir. Su poder radica en el apego a la legalidad interna de las instituciones y en la independencia de criterio, autonomía e imparcialidad con los cuales se conduzcan sus titulares. Lo peor que puede sucederles, es que éstos se conviertan en subordinados y meras pantallas institucionales. Dicho lo anterior, son comprensibles y alentadores estos esfuerzos organizativos nacionales y mundiales, para fortalecer el trabajo de las defensorías de los derechos universitarios. Se han convertido en importantes factores de equilibrio al interior de las Casas de Estudios, que compensan y buscan contrarrestar esta tendencia innata de quienes ocupan las posiciones de autoridad a ejercer ésta más allá de sus atribuciones legales o hacerlo de manera abusiva y caprichosa. Como se habrá advertido, la defensa de los derechos de los integrantes de las comunidades universitarias, va mucho más allá de los intereses personales o individuales y trasciende a los colectivos, representados en tareas claves desempeñadas por las instituciones de educación superior. Las relaciones entre los pueblos y los países, deben involucrar además de los gobiernos, a organismos sociales o políticos de variada contextura y objetivos. La historia enseña que de estos intercambios y esfuerzos comunes, han nacido transformaciones benéficas para las sociedades. No de otra manera puede explicarse la extensión de los derechos sociales y colectivos, como las jornadas máximas de trabajo, la seguridad social, incomprensibles sin la acción de las internacionales obreras. Por otra parte, la transmisión de experiencias, saberes, buenas prácticas, enriquece y hace más eficiente la labor de individuos y entidades. Es el caso que ahora nos ocupa. Esperemos que en los próximos años, veamos constituida, actuante e influyente, a una Organización Iberoamericana de Defensorías de los Derechos Universitarios, que agrupa a instituciones con historias y problemas similares. En un punto, las españolas han avanzado más que sus pares mexicanas: su instalación en las universidades es obligada por una ley general. En México, dado nuestro sistema federal, deberá establecerse este deber en la Constitución. Así lo ha demandado la REDDU y esperemos que alcance el objetivo.


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lo largo de estos últimos años se ha ido produciendo un contacto creciente entre China y América Latina, en todos los ámbitos. En la década pasada, por ejemplo, los intercambios comerciales entre ambas regiones se han multiplicado por 21. El desembarco de China en territorio latinoamericano se ha caracterizado por el desplazamiento y la absorción de firmas privadas occidentales por gigantescas inversiones de compañías o consorcios estatales chinos. Todo ello impulsado por un sistema de flujos financieros de la banca pública china, que le permite a sus empresas desembolsar grandes sumas y a los gobiernos de la región, financiar inversiones sociales e infraestructuras. Entre 2005 y 2013, según el Instituto de Gobernanza Económica Global de la Universidad de Boston, China otorgó 102.000 millones de dólares en préstamos a América Latina. A pesar de que China está comprometida con el desarrollo de un nuevo orden asiático a través de iniciativas como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, no parece que esté descuidando la cooperación Sur-Sur. Y es que China se ha consolidado como el segundo socio comercial de América Latina, solo por detrás de Estados Unidos, amenazando con restar al país norteamericano su clásico protagonismo en la región. China, la segunda mayor economía del mundo, ha encontrado en América Latina un excelente proveedor de las materias primas y los recursos energéticos que necesita para alimentar su voraz desarrollo. Así, a las importaciones del petróleo de Venezuela se le suman las del cobre de Perú y Chile y la soja de Brasil y Argentina. Además, tanto Chile como Perú han firmado tratados comerciales con China, mientras Colombia avanza en las negociaciones y Brasil ha mostrado interés en sumarse a estos acuerdos de “libre comercio”. En el período 1990-2013, la inversión total de China en los diferentes países de América Latina ascendió a 51.000 millones de dólares. Estas inversiones se han concentrado especialmente en sectores como la minería, los hidrocarburos y la agricultura: entre 2010 y 2013 el 90% de la Inversión Extranjera Directa (IED) china tuvo que ver con los recursos naturales, cuando en términos totales de IED mundial en la región

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La Ruta de la Seda en América Latina tan solo se dedicó el 25% a este sector. Hay que destacar, además, que las inversiones en petróleo y gas se realizan a través de cuatro empresas estatales, que han canalizado un flujo de inversión de 30.000 millones de dólares. También están en alza las industrias minera —con unas inversiones de cerca de 10.000 millones— y manufacturera —rondando los 2.000 millones—, un sector que va en aumento y produce la destrucción de la pequeña industria local. El comercio entre ambas regiones se produce de la siguiente manera: América Latina exporta materias primas a China —por un valor de 112.000 millones de dólares en 2013— e importa del país asiático manufacturas de baja, media y alta tecnología. En 2014, el volumen comercial chino-latinoamericano llegó a ser de 263.600 millones de dólares; el valor del comercio bilateral se multiplicó 22 veces entre 2000 y 2014. Con todo ello, China ha desplazado a la Unión Europea como el origen de buena parte de las importaciones y el destino de las exportaciones, quedando solo por detrás de Estados Unidos. Hasta la fecha, los líderes latinoamericanos han apostado por esta relación económica porque estaban cosechando superávits comerciales con el aumento de los precios de las commodities; está por ver cómo va a evolucionar dicha relación ahora que el escenario ha cambiado y países como Perú, Argentina y Colombia registran déficit. Introducción del yuan Cuatro meses después de que Pekín reuniera a los presidentes de América Latina en el primer Foro de Cooperación China-CELAC, y prometiera 250.000 millones de dólares en inversiones durante los próximos diez años, el viaje del primer ministro chino a la región intentó concretar importantes

proyectos en diferentes sectores. Durante su visita a Brasil, Colombia, Perú y Chile — estos cuatro países representaron el año pasado el 57% del volumen de comercio bilateral entre China y América Latina—, Li Keqiang abonó la influencia china en la región a través del cumplimiento de dos metas fundamentales: la transformación del mapa económico latinoamericano para apuntalar el protagonismo de la región Asia-Pacífico y el impulso del yuan en territorio sudamericano a través de Santiago de Chile como plataforma. El primer objetivo se alcanzó con los gobiernos de Brasil y Perú: se pondrá en marcha la construcción de una red ferroviaria de más de 5.000 kilómetros para conectar los océanos Atlántico y Pacífico, con el fin de aumentar los montos y la velocidad de los intercambios comerciales con China. El segundo, por su parte, se impulsará con el lanzamiento de la primera plaza financiera del yuan en América Latina. De este modo, en medio de las urgencias que imponen unos precios de las materias primas a la baja, el gigante asiático se presta a aumentar su influencia en la región gracias a su demanda de commodities, su oferta de infraestructuras y su músculo financiero. El proceso de desaceleración de la economía china, la crisis financiera global y las discusiones sobre el modelo de desarrollo en varios países de América Latina han llevado a la exploración de otras formas de relación y a plantear nuevos campos de cooperación entre ambas partes, que tienen que ver con su aplicación en el desarrollo productivo y la creación de nuevos proyectos conjuntos (joint-ventures) para producir en terceros países y para los mercados globales. Además, fuentes diplomáticas chinas sugieren que “China y América Latina deben incrementar su diálogo político sobre el devenir del mundo y el reor-

denamiento internacional, especialmente sobre los llamados bienes públicos globales, como el cambio climático, las transferencias de conocimiento, la preservación de la riqueza marina, entre otros”. ¿Nueva potencia colonial? En los últimos años ha arreciado el debate sobre el papel de la presencia de China en América Latina. Los análisis tienden a polarizarse entre la mayoría de los gobiernos y los grandes grupos económicos, que lo ven como una oportunidad, y muchos movimientos sociales, colectivos ambientalistas, pueblos indígenas y pequeños empresarios, que ven en todo ello la repetición de la actuación de EE.UU. y la Unión Europea en el continente. Los primeros se fijan, sobre todo, en el crecimiento económico registrado gracias a las materias primas, la llegada de capitales para infraestructuras y la reducción de su dependencia con respecto al mercado norteamericano, así como en que China no parece tener interés en subvertir el orden político de los países de la región. A su vez, las organizaciones que mantienen una postura crítica fijan su atención en el deterioro de la pequeña industria local debido a la competencia de la mano de obra china y la invasión de sus productos a bajo precio, que acelera procesos de desindustrialización; la excesiva especialización de la región en productos exportadores; el gran coste ambiental en deforestación, gases de efecto invernadero y uso de grandes cantidades de agua que representan muchos de estos proyectos; la conversión de sus países en altamente endeudados del crédito chino y el aumento del cultivo de productos transgénicos, entre otros. No debemos olvidar, por otra parte, que la presencia de China en América Latina va acompañada de un aumento considerable de la represión que ejercen los gobiernos sobre aquellos que osan cuestionar y movilizarse en contra de esta situación, llegando a ser acusados de “enemigos de la patria” y de estar en contra del bienestar general del país. Los casos de represión contra las poblaciones peruanas que se levantaron contra proyectos mineros y en Nicaragua contra la pretensión de un nuevo canal interoceánico así lo ejemplifican. Para estas organizaciones, América Latina corre el riesgo, además, de quedarse anclada en una especialización tradicional en bienes primarios, con pocas posibilidades de adquirir nueva tecnología y diversificar su producción exportadora, y con un alto coste en impactos sociales y ambientales que repercuten intensamente en la cultura propia de los países latinoamericanos. Así, una vez más, se plantea la necesidad de cuestionar el modelo de desarrollo que se quiere implementar, y cómo hacer compatibles los niveles de consumo e infraestructuras con la lucha contra la pobreza y la protección social y ambiental. Porque, vale la pena preguntarse, ¿es la relación de América Latina con China un nuevo modelo a seguir o es más de lo mismo.


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¿Por qué conviene estudiar la revolución rusa? JOSEP FONTANA SEGUNDA PARTE

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a guerra fría tenía el objetivo de crear una solidaridad en la que los Estados Unidos ofrecerían a sus aliados la protección contra el enemigo revolucionario, del que sólo ellos podían salvarles con su superioridad militar, reforzada por el monopolio de la bomba atómica. Detrás de este ofrecimiento de protección había el propósito de construir un mundo de acuerdo con sus reglas, en el que no sólo tendrían una hegemonía militar indiscutible, sino también un dominio económico. Mantener este clima de miedo a un choque global contra un enemigo, el soviético, que podía aplastar cualquier país que no estuviera bajo la protecciónde los estadounidenses y de sus fuerzas nucleares, era necesario para sostener este control político global, y para hacer negocio, de paso. Aparte de eso, sin embargo, la necesidad de hacer frente a lo que temían realmente, que no eran las armas soviéticas, sino la posibilidad de que ideas y movimientos de signo comunista se extendieran por los países “occidentales”, los llevó a todos a recurrir a políticas que favorecían un reparto más equitativo de los beneficios de la producción y a un abastecimiento más amplio de servicios sociales universales y gratuitos: son los años del estado del bienestar, los años en que encontramos los valores mínimos en la escala de la desigualdad social. Desde 1968, sin embargo, se empezó a ver que no había que temer ningún tipo de amenaza revolucionaria, porque ni los mismos partidos comunistas parecían proponérselo. En el París de mayo de 1968, en plena euforia del movimiento de los estudiantes, que estaban convencidos de que, aliados con los trabajadores, podían transformar el mundo, el partido comunista y su sindicato impidieron cualquier posibilidad de alianza y se contentaron pactando mejoras salariales con la patronal y recomendando a los estudiantes que se fueran a hacer la revolución a la universidad. Al mismo tiempo, los acontecimientos de Praga demostraban que el comunismo soviético no aspiraba a otra cosa que a mantenerse a la defensiva, sin tolerar cambios que pusieran en peligro su estabilidad. A mediados de los años setenta, a medida que resultaba cada vez más evidente que la amenaza soviética era inconsistente, los sectores empresariales, que hasta entonces habían aceptado pagar la factura de unos costes salariales y unos impuestos elevados, comenzaron a reaccionar. La ofensiva comenzó en tiempos de Carter, impidiendo que se creara

una Oficina de representación de los consumidores, por un lado, y abandonando a los sindicatos en la defensa de sus derechos, por otra, y prosiguió con Reagan en Estados Unidos, y con la señora Thatcher en Gran Bretaña, luchando abiertamente contra los sindicatos. Como consecuencia de esta política comenzaba de nuevo el crecimiento de la curva de la desigualdad, que se alimentaba de la rebaja gradual de los costes salariales y fiscales de las empresas. ¿Se puede considerar una simple coincidencia que la mejora de la igualdad se haya producido coetáneamente a la expansión

Y déjenme insistir: no me estoy refiriendo a la amenaza de la Unión Soviética como potencia militar, que nunca existió (las diferencias de potencial militar en favor de los Estados Unidos eran enormes, pero eso se escondía al público, que de otro modo quizá no habría aceptado tan mansamente los gastos y las restricciones que comportaba la guerra fría). Me estoy refiriendo a la amenaza, para decirlo con los términos usados para afianzar estos miedos, del “comunismo internacional”; al miedo a la subversión revolucionaria. Dejadme que cite un testimonio de

de la amenaza comunista —o, más exactamente, del miedo a la amenaza comunista— y que el cambio que ha llevado al retorno a las graves proporciones de desigualdad que estamos viviendo hoy coincida con la desaparición de este factor?

extraña lucidez que supo ver por dónde podían ir las cosas muy bien, ya en el año 1920. El testimonio es el de Karl Kraus, que escribió entonces: “Que el diablo se lleve la praxis del comunismo, pero, en cambio, que Dios nos lo conserve en su condición

de amenaza constante sobre las cabezas de los que tienen riquezas; los que, a fin de conservarlas, envían implacables a los demás a los frentes del hambre y del honor de la patria, mientras pretenden consolarlos diciendo y repitiendo que la riqueza no es lo más importante de esta vida. Dios nos conserve para siempre el comunismo para que esa chusma no se vuelva aún más desvergonzada (...) y que, al menos, cuando se vayan a dormir, lo hagan con una pesadilla”. Y es que buena parte de lo que llamamos progresos sociales, desde la revolución francesa hasta la fecha, está estrechamente asociado a las pesadillas de las clases acomodadas, obligadas a hacer concesiones como consecuencia del miedo a perderlo todo a manos de los bárbaros. La abolición de la esclavitud, por ejemplo, no se explicaría sin el pánico que produjo la matanza de los colonos en Haití durante la revolución de 1791. Que resulte que en la actualidad hay en el mundo más esclavos que en 1791 (la cifra actual de los trabajadores forzados se calcula que oscila entre los 13 y los 27 millones) obliga a hacer algunas reflexiones sobre el significado de lo que los libros de historia llaman abolición de la esclavitud. Nada comparable, sin embargo, con el pánico que provocó desde su inicio la revolución rusa, y que se ha mantenido persistentemente tanto en el terreno de la propaganda política como en el de la historia. Aún hoy los hechos de Ucrania son aprovechados para rehacer la misma historia de la amenaza al mundo libre. En un artículo de una revista erudita de historia de la guerra fría que estudia las organizaciones “stay behind”, que Estados Unidos y Gran Bretaña montaron en Europa para poder oponerse a un posible ascenso comunista, la más conocida de las cuales es Gladio, que preparaba una respuesta violenta en Italia si los comunistas ganaban unas elecciones, el autor trata de justificar que siguieran incluso después de la desaparición de la Unión Soviética y argumenta que, con la agresión rusa actual en Ucrania, tiene lógica mantener “algunos de los mismos elementos de seguridad” de la guerra fría. O sea que el anticomunismo dura incluso después de la muerte del comunismo. Nos hemos nutrido de la historia criminal del comunismo, que se nos sigue repitiendo cada día, y nos ha faltado, en cambio, conocer en paralelo una historia criminal del capitalismo que permitiera situar las cosas en un contexto más equilibrado. El estudio de la revolución rusa, como veis, es necesario para entender la historia del siglo XX, y la situación a la que esta historia nos ha llevado. http://www. mientrastanto.org/boletin-134/de-otrasfuentes/por-que-conviene-estudiar-la-revolucion-rusa#sthash.LOlkAd5i.dpuf.


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LEONARDO PADURA*

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emingway, que a lo largo de su vida dijo tantas tonterías que se han hecho célebres (como aquella historia del editor del Toronto Star que lanzaba máquinas de escribir por la ventana del periódico), también expresó algunas de las grandes verdades del oficio de escritor, sin haberse propuesto nunca (afortunadamente) teorizar sobre el arte de la escritura, sino más bien sobre la experiencia del trabajo con las palabras y las historias. Fue el autor de El viejo y el mar quien advirtió con mayor claridad del peligro que representa para el novelista, en un determinado momento de su carrera, depender del oficio periodístico, tan absorbente y devorador. Fue también quien comparó la novela con un iceberg, que apenas muestra una octava parte de su volumen, pero que debe sostenerse sobre las otras siete que están sumergidas. Y resulto ser Hemingway quien formuló, con similar certeza, una de las más dramáticas realidades del trabajo del novelista, cuando aseguró que en la medida en que el escritor avanza en su labor a lo largo del tiempo, se va quedando solo. Y no por una maldición intrínseca a su tarea, sino por una necesidad: la soledad es indispensable para el trabajo del novelista, y debe buscarla u olvidarse de lo que pretende ser. García Márquez, que solía acuñar también este tipo de frases rotundas, aunque con la levedad y la gracia de un hombre del Caribe, decía al respecto que el mejor lugar para vivir un escritor es un burdel: fiesta en la noche y silencio sepulcral en las mañanas. O lo que es lo mismo: distracción sin compromiso y soledad para el trabajo. Cuando se escribe una novela las exigencias de concentración del escritor deben alcanzar sus máximos niveles, y únicamente la soledad del estudio de trabajo pueden garantizar la satisfacción de esa necesidad. Fuera deben quedar muchas de las atracciones o distracciones del mundo, sin que eso signifique que el individuo que escribe novelas deba ser un anacoreta (como lo fue Onetti durante años), pues de su contacto con su realidad surge o puede surgir una parte de su alimento literario. En el mundo contemporáneo tal imperativo del oficio de novelista es cada vez más difícil de obtener. Los compromisos promocionales y sociales, las exigencias económicas y las peticiones personales ocupan un tiempo precioso aunque a la vez necesario para una labor que se inicia en el estudio de trabajo pero que se materializa en la librería a la que llega un lector y, entre cientos, miles de ofertas que abarrotan los estantes, decide comprar un libro determinado… ¿Cómo se llega a ese lector? ¿Quién es ese lector? Las presentaciones de libros en ferias y diversos tipos de eventos promocionales suelen colocar al escritor necesitado de soledad en un escenario donde forma parte de un espectáculo indispensable, pues si no promueve y vende sus libros, difícilmente podrá aspirar a un poco de soledad para escribir, pues tendrá que gastarse y desgastarse en otras labores de las cuales arañar el sustento. Pero esos eventos públicos suelen tener una importante gratificación –al menos así lo asumo yo-: el encuentro personal con el lector, esa posibilidad de ponerle rostro y voz a ese ser difuso y múltiple para el que, en definitiva, uno se encierra durante horas, a lo largo de meses y años, para escribir la novela que, así lo espera, será leída por… ese lector que se acerca y nos pide una firma o algo más. Cuando ese ente casi abstracto e imprescindible que es lector se materializa e individualiza frente al escritor y le elogia su trabajo, todas las semanas y meses de soledad a que ha debido someterse el escritor cobran su mejor y más amable sentido… Pero cuando ese lector, apenas dichas las primeras palabras se convierte en alguien singular (por lo que dice como lector, por lo que es como persona, por lo que representa como individuo) entonces se abre un mundo de conexiones y posibilidades a los que nunca, en la soledad del estudio de trabajo, pensó llegar al escritor. Algo así es lo que me ha ocurrido recientemente en Madrid cuando en una presentación de mis libros se me acercó una señora, ciega, y me dijo que era una gran admiradora de mis libros y que mi novela Herejes había sido la última selección del club de lectores ciegos al que pertenece. De inmediato supe que Guadalupe Iglesias no era un lector más, deseoso de un breve diálogo con un escritor, sino alguien especial… que resultó ser muy especial. De aquel breve encuentro con Guadalupe, surgió un compromiso: asistir a una tertulia con el Club de Lectura del grupo Retina Madrid (que forma parte de la Fundación Retina España) compuesto por personas afectadas por di-

El escritor, la soledad y los lectores versas afectaciones de la retina que les provocan ceguera parcial o total, como es el caso de Guadalupe. Pocas veces en mi vida de escritor –que se va haciendo larga, mientras pierdo pelo y se me oxidan las rodillas- he tenido un encuentro tan cálido y cercano como el que, en medio de decenas de compromisos y trabajos, al fin efectué con este club de lectores en el restaurante madrileño Rías Baixas. Pocas veces he conversado con lectores tan ávidos y apasionados, que han hecho de la literatura una de las formas de comunicarse con un mundo a cuyo acceso se han visto limitados por la pérdida parcial o total de la visión… Pero, sobre todo, pocas veces he estado con gentes con tantos deseos de vivir y de encontrar la plenitud del disfrute de la belleza del mundo como entre estas personas ciegas que leen libros, asisten a cines y museos, viajan por el mundo pues no se han dejado derrotar por la

adversidad de un terrible padecimiento. Si alguna vez he sentido que la soledad de mi trabajo, las dudas desgarradoras del proceso de creación, los temores de todo tipo que anteceden y preceden a mis partos literarios han tenido algún sentido, una invaluable recompensa, ocurrió en esa noche, en un restaurante gallego, con un grupo de lectores ciegos, voraces y suspicaces, que para completar el ensalmo de una noche definitivamente mágica, casi literaria, efectuaron la ceremonia de la queimada del aguardiente, con el tradicional pronunciamiento del conjuro de las brujas… hecho por una Guadalupe Iglesias vital e invencible, vestida de meiga (bruja) gallega para celebrar y brindar por la vida y por los libros. Artículo publicado el 10/6/2015 por la agencia SPUTNIK). *Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015


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La Ilustració

JOSÉ MARÍA AGÜERA LORENTE

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uando actualmente hablamos de civilización occidental damos por supuestas multitud de ideas —de las que mayormente no somos conscientes— sobre las que los europeos de hoy hacemos nuestras vidas, y que se traducen en normas y creencias que apenas se discuten; salvo en los momentos de crisis. Uno de los más significativos componentes del humus cultural en el que hunde sus raíces la civilización occidental lo constituye el legado de la Ilustración. En su Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, el filósofo alemán Inmanuel Kant escribió: «Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía del de algún otro. Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración». En efecto, esto supuso la ilustración para los intelectuales de los diversos países europeos que ya habían entrado en relación dialéctica con el Nuevo Mundo y que desde el siglo XVII empezaba a valorar la racionalidad y el conocimiento como fundamentos de la civilización y su progreso orientado al fin legítimo de la felicidad (terrenal) del ser humano. Las palabras de Kant eran la expresión consecuente de la toma de conciencia del valor de la autonomía del entendimiento humano libre ya de tutelas multiseculares, sobre todo de carácter religioso, que habían constreñido, si no censurado sistemáticamente, el libre ejercicio del pensamiento. Durante todo ese tiempo, que el llamado siglo de las luces quiere dejar atrás, la idea de progreso en la historia del saber es tabú; sólo cabe la preservación de aquellas “verdades” que cristalizaron tiempo ha en dogmas, así como la prevención ante cualquier propósito de investigación que los ponga en entredicho. El ilustrado no encuentra excusas para justificar que el hombre, en posesión de tal conciencia, permanezca en ese estado de minoría de edad a sabiendas de que eso implica el mantenimiento de tutelas ajenas a su propio entendimiento interesadas siempre en elevar su heteronomía a la categoría de idiosincrasia. Por eso concluye su texto el citado filósofo alemán con esa exhortación al uso del propio entendimiento libre de censuras autoritarias. Si hubiese que comprimir en una idea (diríase en un tuit, para estar a la moda) todo lo legado a la cultura europea por la ilustración me atrevería a afirmar que cabe en esa exhortación. De ella se han ido derivando una serie de corolarios que han tenido su asiento en las diversas parcelas de la que actualmente reconocemos como cultura occidental, verdadero epifenómeno histórico de la europea. Uno de esos corolarios, seña de identidad del ideal del Estado moderno, presente incluso en los textos constitucionales de los países más asentados en la democracia a uno y otro lado del atlántico, es la laicidad del Estado. No podía ser de otro modo, pues en lo relativo a la religión, era ineludible el conflicto desde el principio, dada su demostrada propensión desde tiempo inmemorial a la persecución del librepensamiento. Al mismo tiempo, la confusión entre poder político y eclesiástico había tenido efectos apocalípticos para la población europea con continuos episodios más o menos prolongados en los que se había llevado a buena parte de la misma a la exanguinación; piénsese, si no, en lo que supuso en los albores del Siglo de las Luces la guerra de los Treinta Años (1618-1648). El proceso europeo de laicización se consolidó políticamente cuando en 1905 la Cámara de los Diputados de la República de Francia proclamó la Ley de separación del Estado de las religiones el 9 de diciembre. Se trataba, en definitiva, de desactivar el asunto religioso como detonante de conflictos, salvaguardando la libertad de conciencia, en la que se incluye la libertad religiosa, y reservando el dominio político al

debate racional de ideas dotando así a las instituciones de las condiciones necesarias para el gobierno democrático. Es esta, no obstante, una pugna inconclusa que se halla en situación diversa dependiendo del país del que se trate; no se reconoce ni se practica igualmente la laicidad en Francia que en España. Aunque, en cualquier caso, y en los diversos países europeos en los que la Ilustración fijó su impronta, la secularización, mal que bien, se ha acabado imponiendo. Porque era lo razonable. Pero no basta con tener razón. Ésta carece del poder aglutinante que poseen todas las religiones, incluso esas religiones embrionarias que son las sectas. La razón conlleva el deber de la duda, como se hizo evidente en la filosofía de René Descartes, uno de los padres del pensamiento moderno; y la duda es un potente agente dispersor de rebaños. La modernidad ha sido tan diligente en el ejercicio de la duda que, en el último tramo del siglo pasado, dio lugar a la sospecha posmoderna que ha llegado a aplicarse, incluso académicamente, sobre la propia razón, a la que se llegó a tachar de eurocéntrica, poniendo en solfa el discurso racional, relativizándolo y colocándolo a la misma altura de veracidad que cualquier dogma. Esta deslegitimación de la racionalidad promovida desde ciertos sectores políticos e intelectuales pertenecientes, sobre todo, al ámbito de las ciencias sociales, ha ocurrido pareja a la transformación del paisaje social europeo resultante de una poderosa corriente migratoria global que ha devenido en la realidad insoslayable de la multiculturalidad, la cual ha encontrado respuesta, en el descrito contexto intelectual de acentuado sesgo relativista, en el multiculturalismo, postura que ha llegado a padecer de cierta rigidez ideológica cuando se torna ciega a su problematicidad; pues el conflicto es ineludible cuando se plantea colocar el respeto de las diversas tradiciones étnicas por encima de los mínimos que exige la convivencia cívica en el Estado democrático forjado con los ideales liberales de la Ilustración. En esta coyuntura nos hallamos en el tiempo presente: a las diversas comunidades que conforman los pueblos de Europa no les queda más remedio que dar con el modo de ser sentidas como lugares de pertenencia, como patrias para todos aquellos derivados de otras comunidades de identidades de matriz cultural distinta que no deben sentirse extraños, que tienen que sentirse vecinos que se reconocen como tales en su relación cotidiana con sus vecinos. Para lo que necesitamos fomentar un sentimiento de comunidad y forjar en los individuos un sentido identitario vinculado a la misma. Ante este desafío histórico el espíritu ilustrado ha de mostrar su temple, y desde la razón debe proyectarse más allá de la lógica abstracta a la concreción práctica. Ya tenemos experiencia en la historia europea de lo que ocurre cuando esa fuerza aglutinadora que ejercía la religión cristiana la pasa a tener el nacionalismo, el fascismo o cualquier totalitarismo, que explotan perversamente esa necesidad humana de pertenencia a una comunidad sobre la que se afianza la identidad del sujeto y que el discurso racional por sí solo no satisface en la mayoría de los que componen una colectividad cultural (¿no era Chesterton quien advertía que dejar de creer en Dios podía llevar a creer en cualquier cosa?). Son las fuerzas que llevaron al despeñadero del delirio genocida a buena parte de los pueblos de Europa —desde la península ibérica hasta la inconmensurable Rusia— en el siglo XX, cruzando ampliamente las fronteras de la demencia, desatada en todo su horror de forma conspicua por última vez —de momento— en la Guerra de los Balcanes, en la que religión y nacionalismo volvieron a confundirse. Inagotable en el número de formas que puede adoptar ahora ha mutado en ese terrorismo que ha encontrado coartada ideológica en el Islam, y que recluta a sus ángeles de la muerte entre los mismos nacidos en las mismas ciudades que habitan sus potenciales víctimas, como se ha puesto en evidencia en los crímenes cometidos en París en el mes de enero. Por eso, una vez extinto el incendio político y mediático que ha causado este como otros atentados acontecidos


CORREO del SUR

ón desvalida DOMINGO 14 DE JUNIO DE 2015

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en suelo europeo, hemos de reflexionar con rigor y desde el entendimiento, que puso en valor como principal herramienta de emancipación la filosofía de la Ilustración. Porque queda latente el rescoldo, siempre fulgen amenazantes las brasas de la barbarie, incluso en las entrañas de la civilización. Y no contribuye a enfriarlas las declaraciones de guerra de nuestros líderes desde la cubierta de un portaviones (ridículo émulo Hollande del guerrero Bush) lanzando soflamas patrioteras y maniqueas que no hacen sino sumirnos en obnubilaciones; ni son efectivos esos pactos que rezuman represión indiscriminada enmascarada de lucha contra el terrorismo, hoy por hoy una muy lábil etiqueta

susceptible de ser abducido por ese siniestro canto de sirenas que le arrastrará al martirio absurdo de la yihad será inmune a él si desde el entorno de su vida cotidiana son cultivados los vínculos de empatía que le conectan afectivamente a aquellos que, aunque profesen otras religiones o ninguna, aunque se rijan por otros valores morales, aunque en ciertos respectos muestren una sensibilidad distinta, son sin embargo reconocidos por él en la fraternidad transcultural que define la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de ascendencia ilustrada sin duda, y que es la encarnación ético-política del ideal de progreso que alumbró la razón.

para uso arbitrario del poder (¿es terrorismo un escrache, como se ha apuntado desde algún partido político?). Reconozcámoslo, pues: a nuestra civilización no le basta con tener razón; cabe decir: no le basta con la filosofía y la ciencia, no le basta con su discurso ilustrado sobre ciudadanía y derechos humanos, ni con mantener en cintura a la religión, no le basta con su crítica desmitificadora. Siendo todo ello herencia preciosa que debemos preservar a toda costa, hay quien viviendo en su seno no la aprecia, nada le dice; si no, no mataría a quien ejerce el libre pensamiento y su derecho a la libre expresión. Los que compartimos la cultura de la convivencia razonable tenemos que practicar una fraternidad ilustrada con esos que se sienten extraños a nuestro lado, demostrándoles que desde la razón cabe la compasión, ganándoselos para la civilización, impidiendo que sus almas se precipiten en el albañal sin fondo de la barbarie y el fanatismo. De alguna manera hemos de cultivar una religiosidad (en su sentido de ligazón) laica, valga el oxímoron. Recordemos en este punto las palabras de otro ilustrado reconocido, esta vez francés, Voltaire: «Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable». En efecto, como fracaso cognitivo que es, tal como lo define el filósofo José Antonio Marina, una vez instalado el fanatismo en la mente del individuo su resistencia a toda evidencia contraria a los dogmas que ordenan su conducta es inquebrantable. Por eso es decisiva una profilaxis pedagógica y ejemplar mediante el debido proceso de socialización que discurre por dos sendas paralelas y porosas: la intelectiva y la emotiva; siendo la segunda la que más íntimamente compromete la conducta de los hombres. Cualquiera que conviva con nosotros

Hay, pues, que mostrar calidez desde el corazón cívico de las sociedades europeas, quitándole argumentos a quienes predican desde el fanatismo religioso (que no hay que olvidar que no es patrimonio exclusivo del Islam) que ese espantajo llamado Occidente es Satán, que carece de alma. Y es imperativo hacerlo patente en la convivencia cotidiana, desde el reconocimiento de la igualdad fundamental que hermana a los que forman parte de las comunidades humanas; pero sin soslayar el imperio irracional de la ambición del mercado global, que corroe los lazos de esa convivencia mediante el reemplazo de los dogmas del oscurantismo por los de la religión del capital. De modo que es vital dar con la forma de situar la solidaridad en el primer lugar de entre las virtudes políticas a través de las instituciones que han de constituir una verdadera y efectiva infraestructura de la solidaridad, de tal modo que se ceda el menor margen posible a la irrupción de la anomia . Ésta es incompatible con la cohesión social — como ya advirtió el primero en definirla, el sociólogo Émile Durkheim— y sume a quienes la sufren en la más peligrosa desorientación ética. Quien cae en ella lo hace por mor de la injusticia que duele cuando uno se ve discriminado o ve maltratados a los suyos, de modo que los fines y principios colectivos que articulan las sociedades democráticas se ven como ajenos al no estar disponibles los medios necesarios para realizarlos; y así el individuo se siente alienado y dispuesto a agredir a la comunidad que ya percibe como extraña. Si, por el contrario, reconoce en ella el amparo de su propio bienestar y el de los suyos, desactivamos una de las espoletas que puede hacer estallar el fanatismo terrorista, pues nadie en su sano juicio va a sabiendas en contra de aquello que tiene por causa cierta de su felicidad. 21/2/2015


La FIFA sigue rodando E

l máximo organismo del fútbol mundial aprovecharía una cita en Rusia el mes próximo para convocar a nuevas elecciones presidenciales que se realizarán este mismo año. Michel Platini se niega a hablar de una candidatura. La era que todavía encabeza el suizo Joseph Blatter al frente de la FIFA podría culminar más pronto de lo previsto, con unas elecciones que podrían realizarse incluso este mismo año. Así lo aseguró la emisora británica BBC, que señaló que el ente rector del fútbol maneja la posibilidad de realizar la nueva elección el 16 de diciembre. Para ello el comité ejecutivo de la FIFA debe convocar con suficiente antelación a un congreso extraordinario. Un llamado que, según la agencia dpa, podría ocurrir durante julio, el mes próximo. El ejecutivo del organismo podría reunirse en concreto el 24 de julio, en San Petersburgo, durante el sorteo de los grupos de clasificación al Mundial de Rusia 2018. La fecha deberá definirse oficialmente en los próximos días, pero el escenario, lejos de la Justicia estadounidense o suiza, parece propicio para los atemorizados directivos de FIFA. “La fecha está decidida. Será antes de Navidad”, dijo el presidente de la Liga Alemana de Fútbol (DFB), Reinhard Rauball, antes del encuentro amistoso entre Alemania y Estados Unidos. Sin embargo, poco después el funcionario aclaró que sólo aludió a reportes no confirmados de los medios. El sucesor de Blatter será elegido en un congreso extraordinario de la entidad que, según afirmó el suizo al anunciar su renuncia hace ocho días, será llevado a cabo en una fecha a determinar entre diciembre de 2015 y marzo de 2016. Varios directivos del fútbol europeo ya dejaron en claro su oposición a una transición tan larga, pero los estatutos no dejan dudas. Para reunir una vez más a las 209 federaciones miembro de la FIFA en un congreso extraordinario se debe hacer la convocatoria al menos con tres meses de anticipación. Sin embargo, hasta entonces pueden pasar demasiadas cosas. No sólo por el desarrollo de las investigaciones judiciales en Estados Unidos, sino también al interior de la propia FIFA. Por lo pronto, el ente rector ya anunció que postergará el proceso de postulación de candidaturas para el Mundial de 2026, una cita demasiado lejana en el tiempo en comparación con las urgencias que rodeaban a Rusia 2018 y Qatar 2022.

“En este momento no tiene sentido empezar con el proceso”, afirmó el secretario general del organismo, el francés Jérôme Valcke, en una rueda de prensa en Samara, una de las sedes de Rusia 2018. La FIFA tenía previsto anunciar hoy el cronograma exacto para aquellos países interesados en organizar el Mundial de 2026. La elección de la cita se realizará en el congreso de la entidad de Kuala Lumpur en 2017, fecha que sí fue ratificada por el rector. Valcke, que se fue involucrado en un cuestionado pago de diez millones de dólares que hizo Sudáfrica a la Concacaf previo al Mundial de 2010, defendió a su vez su inocencia y apuntó a la prensa por las críticas que recibió. “Han decidido que después de Blatter es mi cabeza la próxima que debe ser cortada. Bonito... pero poco responsable”, señaló el francés. El secretario general de la FIFA rechazó además la posibilidad de quitarle el Mundial de 2018 a Rusia. “Durante el proceso no pasó nada lo suficientemente grande como para decir que la decisión final estuvo fuera de regla. A esta conclusión llegó también Michael Garcia”, argumentó, haciendo alusión al ex fiscal estadounidense que llevó adelante una investigación independiente en la comisión de ética de la FIFA. En el otro extremo de Europa, el francés Michel Platini, uno de los grandes candidatos a suceder a Blatter, se mostró en un ambiente más festivo al dar inicio a la venta de entradas para la Eurocopa de 2016. “Invito a todos a ser parte de lo que promete ser una gran celebración del fútbol. Los preparativos marchan muy bien y los estadios son magníficos, vamos a vivir una verdadera fiesta del fútbol en el verano de 2016”, afirmó Platini en París, a un año exacto del inicio del torneo continental. Pero se negó a responder preguntas sobre asuntos más serios, como por ejemplo una posible postulación suya a la FIFA. “Muchos de ustedes probablemente tengan preguntas sobre los eventos (de la FIFA) y sobre mi futuro. Todo llegará a su tiempo, pero éste no es el momento ni el lugar”, dijo enigmático el francés. En tanto, la FIFA entregó nuevos documentos, en formato digital, a la Justicia suiza que serán analizados en el marco de la investigación del escándalo de corrupción y la concesión de los mundiales de 2018 a Rusia y 2022 a Qatar.

CORREO del SUR Director General: León García Soler

Suplemento dominical de Director: Adolfo Sánchez Rebolledo

Diseño gráfico: Hernán Osorio


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