Correo Del Sur No 462

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Número 462 Octubre 25, 2015

Quedan avisados

Argentina: Lecciones aprendidas / El gobierno brasileño falla en el diagnóstico / Cataluña: Tiempos de confusión y de espera / De hipster a hacker: la invasión de los extranjerismos / Ucronias parece que fue ayer / Filosofía básica para automóviles inteligentes


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Argentina

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Lecciones aprendidas Washington Uranga

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n estos días previos al acto electoral, en los que se cierran las campañas y se clausuran los debates electorales, es propicio reflexionar sobre las lecciones aprendidas hasta ahora en el camino de la democracia argentina que, por más que ya lleva más de treinta años, sigue siendo joven y, quizás también por ello, incompleta. Vale la pena entonces pensar en lo bueno, en lo no tan bueno, en las dificultades y también en los errores cometidos. Lo que sigue no es un listado completo (¡quién podría presumir de completar semejante tarea!) de algunas de esas lecciones surgidas de la propia experiencia democrática y que podrían enriquecer el futuro de la convivencia ciudadana. Seguramente habrá otras muchas que brotaran de la experiencia de cada lector y lectora, como motivación o no de estas líneas. En cualquier caso será siempre positiva la reflexión. En la enumeración no hay tampoco un orden de prioridad o de importancia. -Los derechos conquistados no se resignan. La experiencia democrática –en general–, pero en particular las últimas gestiones, han permitido a la mayoría de los argentinos ampliar la base de sus derechos sociales, económicos, políticos y culturales. Este es un balance fácil de hacer aún medio de los debates de cierre de campaña. Hasta los candidatos opositores han tenido que modificar sus discursos para terminar admitiendo que no se irá para atrás en “lo que se hizo bien” o que no se quitarán los derechos a nadie. Más allá de la relatividad que estas afirmaciones puedan tener en el torbellino de los discursos de campaña, es claro que en ello hay un reconocimiento de que la mayoría de ciudadanos/as no están dispuestos a resignar aquello que han conquistado. Y es importante tener en cuenta que tales derechos fueron “conquistados” por la ciudadanía, obtenidos como resultado de sus luchas políticas y reivindicativas, y no son ni por asomo una concesión dadivosa del poder. No menos cierto es que si bien es verdad que los derechos no se resignan, los mismos pueden ser avasallados (y la historia demuestra que así ha ocurrido en muchos tramos de la historia) desde el poder autoritario (en cualquiera de sus variantes y sin restringirlo únicamente a la dictadura). Pero en la coyuntura actual quien pretenda transitar por la senda estrecha del retroceso político, económico, social y cultural, deberá tomar cuenta precisa de las resistencias que se van a provocar, de las estrategias de defensa que ensayarán los hoy titulares de derecho. Porque quien se sabe acreedor de los mismos seguramente no se cruzará de brazos mientras asiste de manera impertérrita a que le quiten lo que es suyo. -No hay límites para las aspiraciones a la mejor calidad de vida. Está directamente relacionado con lo anterior. No hay un “techo” para la mejora de la calidad de vida. No está fuera de lugar que, habiendo establecido un piso, se aspire siempre a más. Sobre todo cuando existen datos fehacientes que indican que hay margen para tomar decisiones de gestión que permitan avanzar hacia una sociedad más justa y más equitativa para todos. Casi ninguna demanda –siempre y cuando esté referida a la restitución y vigencia plena de derechos– debería ser considerada fuera de lugar. El único miramiento que cabe es que la misma se ajuste a criterios de viabilidad política y factibilidad práctica y operativa, tarea que le corresponde particularmente a los responsables de la gestión. Es de sentido democrático que toda decisión

en la materia sea suficientemente fundada y comunicada para la mejor comprensión de la ciudadanía. -Las organizaciones sociales enriquecen la democracia. El escenario participativo de la Argentina también se ha modificado. La participación no está limitada hoy a los partidos políticos. Siendo aún importantes, las estructuras partidarias han sido ampliamente rebosadas (y desbordadas... cuando no ignoradas) por multiplicidad de organizaciones (formales e informales) de diverso tipo y con objetivos disímiles. Es un resultado y una necesidad de la democracia. La mayor riqueza de una sociedad radica en la existencia de organizaciones útiles (en tanto generan intercambios productivos en todos los niveles). Con organizaciones actuantes y eficaces se multiplican las posibilidades de encontrar soluciones alternativas a los conflictos que son inherentes a la convivencia entre personas que tienen intereses y necesidades diferentes. Sin organizaciones la vida democrática se empobrece y los conflictos pueden derivar en crisis y en caos. Lejos de constituir un obstáculo o un impedimento para quienes tienen la responsabilidad política de gestionar el Estado, la presencia (así sea demandante y reivindicativa) de las organizaciones sociales en el marco de la democracia, enriquecen el sistema, sirven para garantizar los derechos conquistados para proyectar horizontes de superación. Es verdad que no pocas veces tales acciones reivindicativas pueden provocar inquietud o molestia en parte de estos dirigentes y de la ciudadanía. El activismo organizacional, para ser más valioso, tiene que ser ejercido también con responsabilidad y respeto por quienes lo practican y con inteligente calma (¿agradecimiento?) por parte de los dirigentes y funcionarios políticos. Quizás estas últimas referencias deberían incluirse todavía en el rubro de las “lecciones no aprendidas” por nuestra joven democracia. Hay mucho para construir en esta materia. -Los votos sólo les pertenecen a quienes los emiten. Nadie puede disponer de los votos de otro. Y si bien existen métodos de coacción para restringir la libertad ciudadana de los votantes, los hechos también han dejado en evidencia que, afortunadamente, la conciencia política entre los argentinos y argentinas ha crecido en forma suficiente como para ponerle límite a tales abusos. En el mismo sentido a nadie le asiste ni la capacidad ni la posibilidad de “adueñarse” ni siquiera de un puñado de votos para torcer la voluntad de los ciudadanos. Descreo que las personas voten por alguien porque han sido “mandadas” a hacerlo. Descreo que ningún dirigente pueda presumir de tener en sus manos votos “cautivos” para disponer con discreción a favor o en contra de quien deben inclinarse. Ya no hay ciudadanía “boba” aunque estamos lejos de la madurez política total. -Nadie vota contra sus intereses. La elección –cualquier elección– puede leerse como una manifestación de intereses coincidentes. Cuando alguien emite un sufragio por un candidato está adhiriendo a sus perspectivas y, al mismo tiempo, está concediendo

que tal persona gestionará lo público atendiendo a los intereses y las necesidades que el propio votante considera como propios. Nadie vota por alguien a sabiendas de que tomará iniciativas que le perjudicarán. Nadie se “suicida” tampoco en un acto comicial. Y esto vale para todas las personas. Tanto para los pobres, como para los ricos, para los trabajadores como para los empresarios. Lo anterior no libera de los errores que cometemos todos. -Derecho a la comunicación. Los argentinos y las argentinas hemos aprendido el valor del derecho a la comunicación y a la libertad de

expresión. El Estado garantiza totalmente la expresión libre de ideas, también la de quienes trasponiendo elementales normas éticas calumnian e insultan con impunidad, o de quienes abusando del poder y de subterfugios legales se atrincheran en privilegios para ir en desmedro de la democracia comunicativa plena. En democracia muchos nuevos actores aprendieron a pelear por su derecho a comunicar, a hacer oír su voz. Seguramente todavía se necesita de un Estado más activo en materia de política pública comunicacional para terminar de equiparar las posibilidades de toda la ciudadanía en materia de derecho a la comunicación. En este último capítulo habría que incluir un debate muy puntual y calificado acerca de los medios públicos, su función y su modo de gestión. -Asumir las equivocaciones es signo de madurez política. Aun en medio de la crueldad y del salvajismo de ciertos escenarios de la política siempre es mejor asumir la responsabilidad por las equivocaciones, los errores cometidos y las contradicciones en las que caen sobre todos los responsables de la gestión pública. Quienes proceden de buena fe no están exentos de equivocaciones que deben ser advertidas y subsanadas. Y quienes no actúan con esa rectitud tienen que ser no solo enjuiciados y castigados, sino severamente repudiados por todos los actores ciudadanos. La democracia no debería dejar espacio para que se perpetúen corruptos y malintencionados. En ello va la salud, la coherencia y la credibilidad del sistema. -El pueblo tiene memoria. Considerado en términos históricos el pueblo (podría decirse “el sujeto popular”) tiene memoria, aunque coyunturalmente pueda equivocarse. Tiene memoria para lo bueno y para lo malo; sabe en qué ha sido beneficiado y conoce las traiciones. También en términos históricos el pueblo reconoce, crítica, evalúa y enjuicia a sus dirigentes. No es fácil engañar a la conciencia colectiva de una sociedad. Se le puede mentir, se puede lograr que se confunda. Pero finalmente, la verdad siempre aflora... y el juicio también.


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El gobierno brasileño falla en el diagnóstico de la situación internacional y sus efectos Diego Rubinzal Carlos Aguiar de Medeiros, entrevistado por Cash, suplemento económico de Página 12, conversó sobre la realidad brasileña y la emergencia de China como nuevo centro cíclico global. Él es licenciado en Ciencias Económicas, Magister en Ingeniería Industrial por la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp). Medeiros.

-E

l delicado panorama del Brasil se manifiesta en dos planos diferentes (político, económico) que se van retroalimentando. ¿Qué fue lo que gatilló ese escenario? ¿La crisis política prima sobre la económica o a la inversa? –La desaceleración económica brasileña es una realidad desde 2010 y eso fue provocando un creciente malestar social. En 2013, la población se manifestó masivamente en las calles reclamando por la deficiente calidad en la prestación de los servicios públicos. Las tensiones económicas se intensificaron al año siguiente debido al incremento de la tasa de inflación. A eso se sumaron las quejas por el entramado de corrupción alrededor de Petrobras y la creciente polarización electoral entre el PSDB y el PT. Así llegamos a las elecciones adonde Dilma Rousseff resultó electa por un margen relativamente pequeño de votos. –En ese escenario, Lula defiende la

aplicación de un ajuste “expansivo” similar al ejecutado durante el primer año de su mandato. ¿Las modificaciones operadas en el contexto internacional no son analizadas? –Está muy claro que el gobierno falla en el diagnóstico de la situación internacional y de cómo eso incide (e incidirá) en el desempeño de la economía brasileña. El PT acepta acríticamente la equivocada perspectiva de que la devaluación y el ajuste fiscal provocarán incremento de la inversión, de las exportaciones privadas y, por ende, de la actividad económica interna. –¿Se puede decir que Dilma aplica el plan económico ortodoxo por convicción o por “necesidad”? –La implementación del paquete de ajuste no es una necesidad impuesta, por ejemplo, ante una crisis externa. En la actualidad, la “restricción externa” no es un problema acuciante porque el nivel de reservas internacionales es bastante elevado. El ajuste tampoco responde a alguna otra causa estrictamente económica. En realidad, el gobierno esta cediendo a las presiones de los mercados financieros y de los principales medios de comunicación. Lo que intenta la administración Rousseff es revertir la caída en los índices de aprobación gubernamental. La estrategia sería incrementar los niveles de adhesión fundamentalmente de aquellos sectores medios que votaron al candidato opositor en las últimas elecciones presidenciales. –Los funcionarios sostienen que el ajus-

te es necesario para conservar el “grado de inversión” debido a las exigencias de las calificadoras de riesgo para mejorar las cuentas fiscales. ¿Qué explicación tiene la aplicación de medidas de ajuste que provocan un círculo vicioso que culmina con mayores déficits fiscales? –Lo que está claro es que el daño provocado en la economía brasileña es autoinfligido. ¿Cómo explicarlo? En mi opinión, las principales causas del ajuste hay que buscarla en las presiones del poder económico. Éste entiende que hay que ponerle un tope al incremento de los salarios reales y del gasto social. Es un poco la idea de aquello que planteaba el economista polaco Michel Kalecki referido a que los capitalistas podrían estar dispuestos a aceptar una rebaja de las ganancias a cambio de recuperar el control social, la disciplina laboral y la estabilidad política. La lógica del ajuste solamente puede ser entendida en ese sentido. –¿Qué alternativa de política económica es realista y posible para enfrentar el complicado contexto internacional? ¿El PT está en condiciones de liderar ese cambio de rumbo? –La situación actual podría resumirse de la siguiente manera: Brasil tiene un mercado interno importante y la economía internacional crece a tasas muy reducidas. En ese contexto, la opción es clara: hay que expandir la demanda interna con una fuerte inversión en materia de infraestructura económica y social. Lamentablemente creo que esa política ya no

podrá ser ejecutada por el PT. El partido liderado por Lula tiene un espíritu redistribucionista pero no puede ser calificado como desarrollista. –La burguesía paulista muchas veces a sido resaltada como modelo de burguesía nacional. Sin embargo, su rol político-económico parece alejarse de esa mirada complaciente. ¿Cuál es su opinión al respecto? –La exaltación de la burguesía paulista es una equivocación. La idea de la existencia de una “burguesía nacional” brasileña virtuosa es un mito. Ese sector empresarial está muy lejos de contar con un proyecto nacional de país. Los posicionamientos políticos del empresariado local hablan por sí solos. –Usted viene estudiando en detalle la emergencia de la economía china como nuevo centro cíclico global. ¿Qué implicancias tiene esa cuestión para América latina? ¿Existe el peligro de reproducir el viejo esquema centro-periferia en materia de intercambios comerciales? –Ese fenómeno ya está sucediendo. Lo que hay que tener claro es que el problema no radica en China sino en la inexistencia de un proyecto de industrialización coherente y consistente en América latina. El desafío para nuestros países será negociar con inteligencia en distintos niveles (Mercosur, entre gobiernos) con el gigante asiático. Lo que es evidente es que China tiene claros cuáles son sus intereses y trabaja en ese sentido. http:// www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/44-8844-2015-10-16.html


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Cataluña: Tiempos de confusión y d Jordi Borja*

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on tiempos de confusión y de incertidumbres. Hay agitación en el escenario político y judicial, no tanto en la calle pero si en los ánimos. Se vive en una tensa espera, por lo menos una parte importante de los catalanes, a ver si pasa algo, lo que sea. Se mezclan ilusiones y desilusiones, abatimiento y rabia, melancolía por lo que pudo ser y no fue, de cinismo y de chalaneo (a veces parece quetodos mienten, nadie se engaña. Y muchos, desde posiciones distintas, están aburridos pues en realidad no pasa nada y arrastran canancio histórico. Solo las provocaciones de los gobernantes del PP y de vez en cuando del PSOE excitan al personal. ¿Por qué esta obsesión en negar el carácter nacional de Catalunya. Afortunadamente los del CUP introducen propuestas surrealistas siguiendo la senda de André Breton: Transformar el mundo cono quería Marx y cambiar la vida como proclamó Rimbaud. A pesar de todo las esperanzas más o menos utópicas renacen cada día aunque no sabemos muy bien cuales son. Se acercan una elecciones y venimos de las “plebiscitarias”.Como siempre todos han ganado, o casi todos (yo formo parte de éste casi). Losindependentistas han ganado triunfalmente las elecciones pero no del todo, lo cual les dificulta considerablemente considerarse legitimados para hacer una declaración unilateral de independencia. En confianza, creo que debe (o debiera) haberlos tranquilizado. Con una mayoría contundente de votos deberían intentarlo lo cual creo que a muchos de ellos les supondría un gran susto. Y seguramente acabaría muy mal. Los antiindependentistas también lo consideraron un triunfo. Dos razones importantes, aunque discutibles. Una, las elecciones plebiscitarias no las ganaron los independentistas, por poco pero se acercaron al 48%. Precisaban como mínimo más del 50 o 55% , que es lo que corresponde a un referéndum. Y dos, los antiindependentistas les encanta proclamar que Catalunya se ha fracturado en dos como ya preconizó Aznar, siguiendo la estela de Calvo Sotelo “Antes una España roja que una España rota”. Todos tienen razones, nadie tiene la razón. Veamos tres cuestiones. Se trata de unas elecciones para elegir un Parlamento y un presidente. Y constituir gobierno. Una candidatura, Junts pel Sí, con un programa monotemático y un poco tramposo (los discursos creaban un ambiente que todo era posible y pronto) y un candidato destinado a ser presidente aunque agazapado en el puesto 4. Creo que en el fondo nadie se lo acababa de creer pero muchos se hicieron grandes ilusiones. Era público desde antes de las elecciones cual era el candidato a presidente No tiene sentido ahora discutirle la presidencia. Obtuvo casi tres veces más diputados que la segunda candidatura, cuatro la tercera y seis CUP. Sería lógico que los opositores se abstuvieran, por lo menos los partidos que asumen el derecho a decidir, la coalición CSQP y según el día el PSC. El presidente y su gobierno deberán gobernar, no tanto para el futuro y más para el presente. No se trata de substituir a CUP, que parece destinado a jugar a ser el ratón que importuna al gato, sino por lógica democrática y catalanista. Hay que dar una oportunidad a los ganadores y

crear un conflicto artificioso sol conduciría a debilitar al movimiento catalanista que todos los citados defienden No hay evidencias de una fractura en la sociedad catalana. En una democracia la diversidad de opciones y las relaciones conflictuales son propias de su naturaleza. Hemos convivido bien dentro del Estado español. Podemos continuar en él igual que ahora (parece que solo una minoría lo quiere), o en él de una forma distinta, o fuera. En ningún caso hay indicios que ello significara una confrontación civil. Actualmente parece que hay una gran mayoría por un referéndum, una mayoria relativa pero casi absoluta en favor del independentismo pero veríamos si hubiera

un cambio de actitud del gobierno español se mantendría. La otra mitad es casi imposible de determinar pero se sabe que en este magma hay posiciones muy diversas. No se puede sumar el electorado de CSQP con el del PP. Mientras no se realice un referéndum legal no sabremos a que atenernos. El escenario político va a cambiar mucho. No inmediatamente, hasta las elecciones generales no pasará nada. Excepto retórica. Pero luego todo se moverá. El bloque principal, Junts pel Sí, difícilmente podrán mantenerse unidos pues el proceso independentista va para largo y la política concreta de gobierno acentuará diferencias y con-

tradicciones. CUP puede mantenerse, su discurso ha arraigado en un sector de la ciudadanía y rechaza asumir cualquier tipo de responsabilidad de gobierno. El PSC algún día será PSOE o será PSC. Y nos queda el estrépito fracaso de CSQP una fuerza histórica, sólida y razonable,ICV-EUiA, aliada con una fuerza nueva, emergente y prepotente, Podemos.Merece un comentario. La campaña electoral de CSQP fue absurdamente mal planteada y luego muy mal ejecutada. Hubieran podido representar una alternativa catalanista popular a la vez sensata y combativa, por la autodeterminación y el derecho a decidir, centrar la confrontación con el gobierno


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de espera De hipster a hacker: la invasión de los extranjerismos* John William Wilkinson

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del PP y su naturaleza nacionalmente represiva y socialmente reaccionaria, plantear el carácter nacional de Catalunya como algo irrenunciable y proclamar su rechazo radical al status actual. La campaña se situó fuera de juego desde el inicio y la participación de Podemos y una candidatura improvisada acabó de contribuir al desastre. Una coalición sin amor y sin confianza quizás puede restar más que sumar. Algo a reflexionar a la hora de presentarse a las elecciones de diciembre. Atención, en tiempos de tribulación no hacer mudanza dijo Ignacio de Loyola. Pero ¿no hacer mudanza es mantener la coalición o volver a ser lo que son? *Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso Fuente: www.sinpermiso.info, 17 de octubre 2015

ingún extranjerismo es malo por el solo hecho de serlo. Al contrario, los extranjerismos suponen una inyección de savia nueva muy de agradecer en la lengua receptora, siempre y cuando no se abuse de ellos. Antes eran los galicismos los que más y mejor enriquecían el español; pero en la actualidad predominan los anglicismos. La españolización de los galicismos se llevó a cabo con relativa facilidad (¿quién diría que palabras tan aparentemente españolas como «jardín» o «jamón» son de origen francés?). Sin embargo, con los anglicismos, al menos al principio, ha sido más problemático. Acaso porque el inglés es una lengua germánica, por no hablar de su enrevesada pronunciación y errática ortografía. No debe de haber profesional vivo, por muy excelso que sea su nivel de inglés, que no se haya quedado perplejo ante alguno de ellos. Aun así, una vez debidamente adaptados, son muchos los anglicismos que han encontrado acomodo entre los hispanohablantes. Hasta después de la Segunda Guerra Mundial ninguna persona medianamente ilustrada podía imaginar que el francés pronto sería eclipsado por el inglés como lengua internacional de la cultura o la diplomacia. El hecho es que el inglés ha devenido tan decisivo, tanto en estos como en otros muchos campos del conocimiento, que resulta difícil imaginar que un día pudiera –como le pasó a su antecesor galo– verse súbitamente superado por otro idioma igual de arribista. En un artículo aparecido en 1938 en News of the World (el centenario periódico sensacionalista al que el magnate Rupert Murdoch tuvo que echar el cierre definitivo en el 2011 por el escándalo de los «pinchazos»),Winston Churchill cuenta que cuando le preguntaron a Bismarck en su lecho de muerte cuál consideraba el factor decisivo de la historia moderna, el canciller contestó: «El hecho de que los norteamericanos hablen inglés». Porque no necesariamente tenía que ser así. El moribundo canciller evidenciaba con esta cita que en los Estados Unidos había a la sazón suficientes inmigrantes de habla alemana como para plantarle cara al inglés. Las dos guerras mundiales, ambas perdidas por Alemania, contribuyeron a borrar en gran parte las huellas de esa rica presencia lingüística. Sin ir más lejos, fueron muchos los alemanes que anglicanizaron sus nombres y apellidos. Al cabo de cinco años, en 1943, cuando aún no se sabía si los aliados vencerían a Hitler, Churchill incluyó la misma sentencia del anciano Canciller de Hierro en el discurso que dio en Harvard, esta vez sutilmente tuneada para cumplir con los requisitos del momento. Dice así: «Se cuenta que, poco antes de morir, el gran Bismarck observó que el factor más potente de la sociedad humana a finales del siglo xix era que los británicos y [norte]americanos hablaban la misma lengua». Lo cierto es que, sin el poderío de los Estados Unidos, es más que improbable que el inglés hubiera llegado a convertirse en la lengua franca global que es ahora. Otra observación del dramaturgo irlandés George Bernard Shaw es igualmente relevante: «Inglaterra y los Estados Unidos son dos países separados por una lengua compartida». Y es que no existe una única lengua inglesa, sino tantas como hablantes tiene. Es más, ni siquiera cuenta con una Academia de la Lengua para imponer un poco de orden. Ni falta que le hace, dirán la mayoría de anglohablantes. Durante la reciente crisis griega, los miembros del Eurogrupo y los mandatarios helenos llevaron a cabo las negociaciones mayormente en inglés. Todos se entendieron a la perfección; tal vez porque no había presente ningún británico, puesto que el Reino Unido no pertenece a la eurozona. Ahora bien, el referéndum que el premier David Cameron ha prometido convocar antes de que finalice el 2017 permitirá a los británicos decidir de una vez por todas si quieren seguir dentro de la Unión Europea o bien continuar por su cuenta. Si saliera vencedora esta segunda opción, se produciría una de las más estrambóticas ironías lingüísticas de la historia. Porque, de pronto, la República de Irlanda sería el único país miembro con el inglés como lengua oficial, privilegio que comparte y continuaría compartiendo con el cooficial irlandés o gaélico.

Además, en una hipotética UE sin el Reino Unido, ¿seguiría siendo el inglés la lengua franca en Bruselas y Estrasburgo? Es improbable que la poderosa Alemania dejara de aprovechar la marcha de los ingleses para imponer su propia lengua, puesto que desde al menos los tiempos de Bismarck este siempre ha sido su objetivo. De presentárseles esta oportunidad, empezando por la canciller Merkel, los alemanes tendrían que hacer un esfuerzo titánico para renunciar a salpimentar casi todas las frases que pronuncien con sabrosos anglicismos. Claro que este escenario solo se produciría si la mayoría de los británicos votasen a favor de abandonar la UE. Pero decidan lo que decidan en las urnas, la lengua inglesa igualmente tendrá que despabilar si no quiere ceder terreno a alguno de sus ambiciosos competidores. En el caso de que el inglés bajara la guardia en el campeonato mundial de los pesos pesados, el chino, el árabe, o incluso el ruso, estarían más que dispuestos a darle una buena tunda. Por otro lado, de un tiempo a esta parte se está produciendo en las américas –se diría que por osmosis– un fecundo intercambio entre el inglés y el español que, una vez se haya superado la etapa del spanglish, podría acabar en una feliz simbiosis. Mientras persista el indiscutible dominio norteamericano en áreas tan diversas como la informática, los medios, la cultura, las redes sociales o las ciencias, el español –amén del alemán y demás lenguas– continuará enriqueciéndose a base de anglicismos, como los doscientos reunidos en este libro. AWARD Cada año se entregan los premios de la Academia de Hollywood, los Academy Awards, popularmente conocidos como los Óscar, llenos de famosos, glamour y mucho escote. Lo que nos lleva a hacernos la siguiente pregunta: ¿qué distingue un award de un prize? A pesar de que es habitual traducir ambas voces como «premio», sí hay diferencias entre ellas. Un award se refiere a una condecoración (en el caso que nos ocupa, una estatuilla), que se otorga en reconocimiento del trabajo del galardonado, mientras que un prize es más bien cosa de loterías y concursos. Entonces, ¿por qué se dice Nobel Prize y no award? Pues quizá porque el señor Nobel, aquel filantró pico inventor de la dinamita, antepuso la importancia de la cuantía del premio en metálico al reconocimiento de la valía de la labor del premiado. Pues ahí ya podéis ver cómo funciona el asunto. Igual que en los Óscar. AWESOME Y ASSHOLE (CON PERDÓN) La red social (en inglés se tituló The social network), la película de David Fincher, narra la historia de la concepción, el accidentado alumbramiento y el casi instantáneo y abrumador éxito de Facebook. En la versión original destacan dos palabras. La primera, awesome, significa «pavoroso» o «impresionante», y en el inglés americano, sobre todo entre jóvenes, se emplea con el sentido de «formidable» y «genial». De modo que cuando Mark Zuckerberg (encarnado por Jesse Eisenberg) explica su última ocurrencia a Cameron y Tyler Winklevoss, los altaneros gemelos que acabarán disputándole la paternidad de Facebook, estos, asombrados ante tamaño desparpajo, no pueden sino repetir la palabra de moda en la universidad de Harvard: awesome. En la versión doblada al español, probablemente por eso de tener que respetar las exigencias de la sincronización labial, quedó en un simple «súper». La otra palabra es asshole, un eufemismo muy extendido en Norteamérica formado por ass (asno) y hole (agujero), en vez de arse (culo) y hole. Se suele traducir por estos pagos como «gilipollas», y así se hizo en la versión doblada. Hacia el final de la película, cuando el despiadado Zuckerberg ha eliminado a sus socios, una abogada le suelta: «No eres un gilipollas (asshole), Mark, aunque te esfuerces por serlo». Terrible frase en un mundo en el que solo vale ser el winner, el «ganador», al precio que sea. Por cierto, en los premios Óscar de ese año ganó El discurso del rey. Awesome! *Gracias a Idiomas Pons publicamos las primeras páginas de De hipster a hacker, del periodista y poeta John William Wilkinson. http://lamentable.org/panorama-despres-de-la-batalla/


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Ucronias

parece que fue ayer La ucronía es un género que, subiendo la apuesta de las utopías, retrocede hacia una encrucijada de la historia y le cambia el rumbo. Podría fecharse el punto de partida en 1962, cuando Philip K. Dick dio a conocer El hombre en el castillo, obviamente después del triunfo alemán-japonés en la Segunda Guerra Mundial. Ahora, la editorial de la New York Review of Books revitaliza totalmente el género lanzando y rescatando textos donde Kingsley Amis imaginó un mundo en el que Martín Lutero llegó a Papa, Simon Leys hizo fugarse a Napoleón de Santa Helena y Jan Morris, la historiadora y exquisita escritora de viajes, construye una tierra a la medida de su placer.

Sergio Kiernan

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i la broma interna de escribir algo y llamarlo “utopía” es que el sustantivo quiere decir “no hay tal lugar”, escribir una ucronía es una manera de subir la apuesta. En griego (cuándo no en griego), se está anunciando que “no hay tal tiempo”, que viene un aterrizaje en algo bastante más complicado, metafísico casi. Nuestros cerebros entienden sin mayores tormentas los manejos geográficos pero, como demuestra el jet lag, los cambios de horario no son nuestro fuerte. Por eso un género literario que se basa en negar alguno que otro siglo es tan complicado de cultivar como de leer. Los resultados pueden ser un deleite en buenas manos y una caricatura penosa en otras, un cuestionamiento de lo que asumimos natural y lógico, o una confirmación solapada de que no todo pasado fue mejor, apenas el nuestro. Esto ayuda a explicar que la utopía -entendida no como se hace hoy como un objetivo ideal, un mundo mejor, sino como apenas uno alternativo- sea un género ya tradicional y asentado, genuinamente literario. Aunque Thomas More lo sancionó desde el título y Jonathan Swift lo usó para la insidia política, el instrumento fue forjado mucho antes. La Odisea es una suerte de catálogo de utopías, de lugares imposibles habitados por reinas hechiceras, cíclopes, comedores de lotos y sirenas, que le otorgó una legitimidad perenne al género. El descubrimiento, o la moda, de literaturas antiguas de otros orígenes –de Gilgamesh a las Upanishads– confirmó las raíces del recurso. Ni siquiera el hecho de que la ciencia ficción se basara prácticamente en este repertorio, reemplazando islas y comarcas por estrellas y planetas, cíclo-

pes por marcianos, alcanzó para desprestigiarlo. Pero la ucronía tuvo que esperar bastante más para tener su modelo fundamental. De hecho, el concepto aparece recién con los primeros atisbos de sociedad de masas, con una novela de 1836 llamada Napoleón et la conquête du monde, de un francés perfectamente olvidado llamado Louis Geoffroy. Por fecha y por título, el libro se entiende como una suerte de consuelo nacional, una fantasía en la que Francia no pierde su guerra mundial, invade Gran Bretaña con éxito, arrasa Rusia, llega a la India y luego transforma a China en un protectorado. El guiño es tan claro que hacia el final del libro, el Emperador hace algo inexplicable en su contexto: navegando de vuelta a casa, para la flota en la ignota isla de Santa Elena y la vuela a cañonazos, poseído de una furia súbita e irracional. Geoffrey escribe, entonces, la primera ucronía pero no acuña la palabra. Es otro francés, Charles Renouvier, que la inventa en 1857 como un neologismo crítico en una discusión sobre géneros fantásticos. Como para que lo entiendan, en 1876 publica una novela llamada Uchronie, L`Utopie dans l`histoire que explica el concepto desde el título. El libro es una curiosidad escolástica, muy aburrida, y tuvo una reedición apenas en 1988 en una colección académica. Con lo que el real comienzo de la ucronía como género es en 1962, cuando Philip K. Dick publica El hombre en el castillo, una historia del mundo a pocos años del triunfo alemán y japonés en la Segunda Guerra Mundial, la conquista de Europa y el nuevo reparto económico y territorial del planeta. El escaso lapso de tiempo ucrónico, menos de una generación, le agregó al libro un claro contenido político, un lado muy de Dick que pocas veces es tenido en consideración, ni al hablar de libros como Radio Albemuth Libre, una suerte de manifesto contra el Estado

autoritario y espión que se adelantó décadas a Assange. Dick no es, por supuesto, el primero moderno en escribir sobre cómo sería el mundo si tal cosa no hubiera pasado o hubiera pasado de otro modo. La ciencia ficción no pudo resistir la idea y la usó, en general mal y por suerte poco. Robert Heinlein fue el más exagerado y desprolijo inventando un safari en el tiempo en el que un turista chambón pisa una mariposa, cambia completamente la evolución del mundo por millones de años, y regresa a un presente donde Estados Unidos es fascista (una fantasía que también sobrevuela La conjura contra América de Philip Roth, donde la derrota de Theodore Roosevelt acelera un viraje antisemita y pro nazi). Semejante non sequitur, arbitrario y pobretón, hizo que en un telefilm rasposo le cambiaran el efecto a algo más ecológico: la Tierra sigue siendo un trópico de pájaros dinosáuricos y rapaces donde los humanos corretean esquivando ataques. Este uso y abuso explica que la ucronía sea un género muy menor en el concierto de la literatura mundial, y uno afectado de la mersa de la revistita adolescente. Con lo que es una agradable sorpresa y una tarea de bien público que una de las mejores editoriales literarias de este mundo, la New York Review of Books, haya reeditado o estrenado tres piezas de primer orden de escritores mayores. Son tres novelas de marca de agua, divertimentos con la firma del inglés Kingsley Amis, la galesa Jan Morris y, casi por sorpresa, el sinólogo belga Simon Leys. Cada uno usa una escala de tiempo y geografía diferente, y apunta para un lado completamente distinto, con lo que el trío termina demostrando la potencia de la ucronía como bisturí. Primera parte resumida del texto publicado en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-5694-2015-10-16.html


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Quedan avisados

Zygmunt Bauman

P

or lo que se refiere a la crisis y a sus desastrosas consecuencias, ni usted ni yo podemos aducir que no nos lo advirtieron. Sólo Simón el Estilita, que se pasó la vida encaramado en lo alto de una columna, lejos de las masas desenfrenadas, donde no podía oír sus chácharas (en el supuesto de que una hazaña similar fuera concebible en un planeta entrecruzado por las autopistas de la información; los seguidores contemporáneos de Simón el Estilita, si hubiera alguno, difícilmente se sacarían del bolsillo el iPhone antes de subirse a la columna), podría aducir ignorancia; pero no nosotros, que llevamos artilugios inteligentes donde se nos ofrece, al alcance de la mano, todo el conocimiento conocido. Por ejemplo, sabemos muy bien que estamos sentados sobre una bomba de relojería ecológica (a pesar de que los signos de ese conocimiento reflejados en nuestra conducta diaria son pocos y espaciados). Se nos dice una y otra vez que estamos sentados sobre una bomba de relojería demográfica («somos demasiados, o mejor dicho, “son”, quienquiera que sean los que sobran»). O una bomba de relojería consumista («¿cuánto tiempo puede soportar nuestro pobre planeta esos millones de personas que llaman a nuestra puerta, mendigando, con la esperanza de que los invitemos al festín?»). Y unas cuantas bombas más, cuyas cifras no cesan de crecer, lejos de mostrar el menor signo de reducción. De modo que no le sorprenderá la advertencia de que, entre todas esas bombas, hay una, de tictac no menos ominoso, que nos llama menos la atención. Hace unas semanas tuvimos ocasión de oír una de esas advertencias (pero ¿cuántos quisimos escuchar?) sobre la bomba de la desigualdad, que probablemente estalle en un futuro no muy lejano. Un informe de las Naciones Unidas sobre los actuales desarrollos urbanos, basado en un estudio sobre 120 grandes ciudades del mundo, advertía que «los elevados niveles de desigualdad pueden acarrear consecuencias sociales, económicas y políticas que tengan un efecto desestabilizador en las sociedades»; «crean fracturas sociales y políticas que pueden provocar inseguridad y malestar social». Las diferencias entre ricos y pobres son cuantiosas y profundas, y todo parece indicar que serán duraderas, pues la célebre teoría del «goteo» contribuye a que los ricos sigan enriqueciéndose, pero claramente no favorece a quienes se hallan en situación de pobreza. En la mayor parte del mundo, los efectos del rápido crecimiento económico hasta ahora han ido inextricablemente asociados a un rápido aumento de la riqueza total y «media», con una no menos rápida proliferación de las insoportables privaciones que sufren las masas de desempleados y de trabajadores temporales e informales. Para muchos de nosotros, puede ser una noticia escandalosa, aunque cómodamente atenuada por la distancia, pues nos llega (si nos llega) desde países lejanos. Sin embargo, no diga que no se lo advirtieron. De lo que estamos hablando no es de los campesinos de ayer, hacinados en las conurbaciones de crecimiento desordenado, caóticas, infradotadas, mal gestiona-

das, sin servicios, en el África subsahariana o Latinoamérica. La ONU señala que Nueva York es la novena ciudad más desigual del mundo, mientras que otras grandes ciudades prósperas de Estados Unidos, como Atlanta, Nueva Orleans, Washington y Miami, presentan un nivel de desigualdad casi idéntico al de Nairobi o Abiyán. Sólo unos pocos países, particularmente Dinamarca, Finlandia, los Países Bajos y Eslovenia, parecen haber eludido la tendencia hasta ahora universal. Para la opinión general, lo que está en juego aquí es la desigualdad del acceso a la educación, a las vías profesionales y los contactos sociales, y, en consecuencia, la desigualdad de las posesiones materiales y las oportunidades de disfrute de la vida. Sin embargo, como recuerda oportunamente Göran Therborn, eso no es todo, y ni siquiera representa la parte más notable y trascendente de la cuestión. Al margen de la desigualdad «material» o de los «recursos», existe lo que denomina «desigualdad vital». La esperanza de vida y la probabilidad de morir mucho antes de alcanzar la edad adulta varían enormemente según las clases y los países: «Un empleado de banca o de seguros británico jubilado tiene una esperanza de vida siete u ocho años mayor que un empleado jubilado de Whitbread o Tesco [cadena de supermercados] ». Las personas con menor renta per cápita en las estadísticas británicas oficiales tienen cuatro veces menos probabilidades de alcanzar la edad de jubilación que todas las personas situadas en el nivel más alto. La esperanza de vida en el barrio más pobre de Glasgow (Calton) es veintiocho años menor que en el área más privilegiada de la misma ciudad (Lenzie), o que en los prósperos distritos londinenses de Kensington o Chelsea. «Las jerarquías del estatus social son, literalmente, letales», concluye Therborn. Y añade que hay una tercera faceta de desigualdad: la desigualdad «existencial», la que «afecta a la persona», «restringe la libertad de acción de determinadas categorías de personas» (por ejemplo, las mujeres tenían vedado el

acceso a los espacios públicos en la Inglaterra victoriana, pero hoy ocurre lo mismo en muchos países; o los londinenses del East End hace cien años, sustituidos en nuestro tiempo por los moradores de las banlieues francesas, lasfavelas latinoamericanas o los guetos urbanos norteamericanos). Las víctimas de la desigualdad existencial son aquellas categorías a las que se les ha denegado el respeto, descalificadas como inferiores, humilladas y despojadas de una parte esencial de su humanidad, como los negros o los amerindios (o «pueblos indígenas», como exige que se les denomine la hipocresía o la corrección política) en Estados Unidos, los pobres inmigrantes, las «castas bajas» y los grupos étnicos estigmatizados en todas partes. El gobierno italiano recientemente ha codificado la desigualdad existencial en la legislación del país, de modo que cualquier intento de atenuar las diferencias es un delito punible: la ley ahora exige que los ciudadanos espíen y denuncien a los inmigrantes ilegales, y los amenaza con penas de cárcel si ayudan a esas personas o les ofrecen refugio. Therborn, junto con otros muchos observadores, no tiene dudas acerca de las causas y las mórbidas consecuencias del actual auge explosivo de la desigualdad humana: La transformación de las finanzas capitalistas en un gran casino global es lo que ha provocado la actual crisis económica, lo que ha dejado a cientos de miles de personas desempleadas y ha suscitado peticiones de miles de millones de libras de los contribuyentes. En el sur del planeta, la crisis trae más pobreza, hambre y muerte. […] La reducción de la distancia social entre los más pobres y los más ricos disminuye la cohesión social, lo que a su vez supone más problemas colectivos —como la delincuencia y la violencia— y menos recursos para resolver todos los restantes problemas colectivos, desde la identidad nacional hasta el cambio climático. Y eso no es todo. El descontento social, los disturbios urbanos, la delincuencia, la

violencia, el terrorismo… son perspectivas truculentas que auguran males para nuestra seguridad y la de nuestros hijos. Pero hay, por así decirlo, síntomas externos, estallidos espectaculares e intensamente dramáticos de males sociales, desencadenados por la adición de nuevas humillaciones a las ya existentes, y por desarrollos que acrecientan todavía más las desigualdades. Existe otro tipo de daño causado por toda esa desigualdad en auge: la devastación moral, la insensibilidad y la ceguera ética, la adaptación a la visión del sufrimiento humano y al daño causado a diario por humanos a humanos, una erosión gradual —pero incesante, paulatina y subterránea, hasta el punto de que pasa desapercibida y no ofrece resistencia— de los valores que dan sentido a la vida, hacen viable la convivencia humana y posibilitan su disfrute. El tristemente fallecido Richard Rorty conocía bien lo que estaba en juego cuando nos lanzó este llamamiento a todos sus contemporáneos: Debemos educar a nuestros hijos para que consideren intolerable que a quienes nos sentamos delante de una mesa y tecleamos en un ordenador nos paguen diez veces más que a aquellos que se manchan las manos limpiando nuestros baños, y cien veces más que a quienes fabrican nuestros teclados en el Tercer Mundo. Debemos procurar que se preocupen por el hecho de que los países que se industrializaron antes tienen cien veces más riqueza que los que todavía no lo han hecho. Nuestros hijos deben aprender, desde muy pronto, a ver las desigualdades entre sus fortunas y las de otros niños, no como la voluntad de Dios, ni como el precio necesario de la eficiencia económica, sino como una tragedia evitable. Deben empezar a pensar, lo antes posible, en cómo cambiar el mundo de forma que nadie pase hambre mientras otros nadan en la abundancia. Ya va siendo hora de que dejemos de decir que no hemos oído las advertencias. O de preguntar por quién doblan las campanas, cada día más estruendosas.


Filosofía básica para automóviles inteligentes

Fabricio Caivano*

E

l automóvil sin piloto es una realidad. Google lo ha desarrollado y ya lo tiene por ahí circulando en pruebas, o sea aún con copiloto de carne y huesos. Su uso generalizado enfrenta la toma de decisiones ante conductas alternativas y, en consecuencia, plantea dilemas morales. Es una turbadora metáfora de la veloz emigración de la inteligencia tenida por humana a los múltiples cacharros tecnológicos. Máquinas cada vez más inteligentes para ciudadanos cada vez más imbéciles; con todo respeto se dice aquí: etimológicamente imbécil viene de in baculus, aquellos que no se valen por sí y deben apoyarse en bastones. Esa transferencia de inteligencia a las máquinas no es nueva. Primero la fuerza muscular y la prodigiosa arquitectura de

la mano y del ojo se incorporaron a las máquinas. Piénsese como ejemplo en el cambio de una nave taller de la SEAT de los años sesenta a una fábrica actual, un quirófano que opera en un ballet celular de cámaras y robots articulados. La nanotecnología ha permitido esa rápida transferencia y ha supuesto el correspondiente debilitamiento, por falta de uso laboral, de las múltiples competencias que implicaban el viejo y esforzado aprendizaje escolar de la memoria, el cálculo, la lectura o, más simplemente, la fertilidad cognitiva y emocional de una mirada lenta sobre el mundo y los otros, que eso es el aprendizaje. Se ha ejecutado el anunciado fin de la artesanía (léase El Artesano, Richard Sennet. Anagrama). La velocidad procesal y analítica de las llamadas “máquinas inteligentes” ha supuesto también una general disminución

CORREO del SUR Director General: León García Soler

de las facultades clásicas del espíritu humano y ha conllevado su propio cuadro patológico de entrada y salida en ese escenario tecnificado: hiperactividad infantil y desmemoria senil. ¿Cuántos números de teléfono memorizaba usted hace diez años y cuántos retiene ahora? A medida que las habilidades de la inteligencia humana pasa a ser software de las máquinas, eso que denominamos su “inteligencia”, a los humanos nos va quedando poco más que el cultivo del hardware: el cuerpo. Quizá por eso el cuerpo sea el último ídolo de nuestro tiempo: deporte y sexo son las funciones primordiales y hasta redundantes. Una vez desecado el cultivo laborioso del espíritu, la libertad postmoderna sólo nos permite jugar como niños y divertirnos hasta morir. En esa transferencia espiritual lo lúdico vence a lo lúcido, el ocio al negocio. Por eso

las “máquinas inteligentes” nos interpelan con sus dilemas humanos, sea un dron, un coche o un frenético juego virtual. EL Tío Google se plantea contratar a filósofos y moralistas titulados para cargar con precisión los algoritmos de sus auto – móviles con respuestas simples a dilemas del tipo: ¿atropello a la viejecita temblorosa del paso de peatones o la evito y embisto al racimo de alegres escolares … ? ; ¿escapo al choque frontal y mato al ciclista?; ¿me tiro al barranco o le envío a usted a él en su coche estúpido? Disyuntivas morales y libre albedrío para automóviles. Son dudas que debe resolver el coche inteligente, usted ya no pinta nada por imbécil, como queda afablemente dicho. http://lamentable. org/f ilosof ia-basica-para-automoviles-inteligente/#more-25784 *Periodista

Suplemento dominical de Director: Adolfo Sánchez Rebolledo

Diseño gráfico: Hernán Osorio


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