Correo Del Sur No 475

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Número 475 Enero 24, 2016

¿Cuándo se atoró el cambio? 2016: Un año para que la economía viva peligrosamente Tres razones por las que “Star Wars” representa un universo neoconservadora Una lectura oportuna Viaje a las profundidades del Estado


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¿Cuándo se atoró el cambio? Jorge Javier Romero

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a sensación dominante hoy en México es de que algo se atascó en nuestro proceso de inclusión en la esfera del desarrollo. Desde los tiempos de la consolidación del régimen del PRI, la idea compartida fue la de un país que gradualmente iba alcanzando estadios superiores de organización social, con mejor acceso al bienestar gracias al crecimiento económico y a la estabilidad política —lo que no quiere decir otra cosa que la contención de la violencia endémica y la creación de certidumbres para el desempeño económico. La sociedad mexicana compartía, mal que bien, un horizonte de progreso continuo que la llevaría eventualmente a mayores grados de prosperidad y equidad. Si bien desde la década de 1960 se manifestaron múltiples descontentos con las formas concretas de ese progreso, a partir de la reforma política de 1977 la esperanza de construir un orden social cada vez más abierto y participativo brindó a los diversos grupos disidentes una perspectiva que permitió mantener el espejismo del futuro promisorio a pesar de los reveses económicos que marcaron el final del llamado milagro mexicano: la democracia estaba a la vuelta de la esquina y una vez que los votos contaran y se contaran, la competencia entre diversas fuerzas políticas obraría el efecto mágico de desatar los nudos del atraso nacional. También desde la perspectiva económica se apostó, sobre todo a partir de la gran crisis de la década de 1980, a que la magia del libre mercado nos abriría las puertas de la Arcadia. Bastaba con eliminar las protecciones y barreras al intercambio de mercancías para que la mano invisible nos transportara al reino de la felicidad idílica. De acuerdo a esa eutopía, comúnmente llamada neoliberal, el problema era un Estado que impedía el libre desarrollo de la iniciativa empresarial y la apertura comercial al mundo. Se emprendió, así, un proceso de reformas económicas que se suponía permitirían que México aprovechara plenamente sus ventajas competitivas en el mundo. Cuando las cosa seguía sin funcionar, ya fuera por un crecimiento mediocre o por evidentes retrocesos, se argüía que faltaban “reformas estructurales”; es decir, faltaba que el Estado le siguiera cediendo espacio a la libre empresa. El hecho es que finalmente se alcanzó un nuevo arreglo en la política que permitió la competencia entre diversos partidos y gradualmente se fueron eliminando los espacios de control estatal de la economía y, sin embargo, las cosas parecen estar peor que antes de que se emprendieran los cambios políticos y económicos que nos conducirían irremediablemente al campo de los países capaces de alcanzar una prosperidad sostenida. La violencia se ha descentralizado de una manera desconocida desde los tiempos de la revolución, el crecimiento económico ha sido cuando mucho mediocre y México no se acerca a los países con mayor producto interno per cápita ni, mucho menos, ha logrado atemperar su ancestral desigualdad económica. ¿Por qué ni la democracia ni el libre mercado lograron cumplir sus pretendidas promesas? La respuesta requiere perspectiva histórica. Desde una visión de más largo plazo, el problema es que México no ha completado su transformación de un Estado natural a un orden social de acceso abierto, para usar la terminología desarrollada por Douglass C. North, John Joseph Walls y Barry R. Weingast en un libro, Violence and Social Orders, publicado en 2009. El equipo encabezado por el premio Nobel de economía de 1993 plantea que la diferencia entre los países que han logrado crecimientos relativamente estables en el largo plazo y han aprovechado con ventaja el cambio tecnológico desatado por la segunda revolución económica de la historia humana —en curso desde hace unos dos siglos— y aquellos que siguen atrapados por ciclos de arranque y frenazo radica en el tipo de orden social existente en ellas. Mientras que en las primeras se han desarrollado órdenes sociales abiertos, en las segundas —la inmensa mayoría de los países del mundo— el orden social sigue correspondiendo a la manera tradicional de organizar el poder, la que ha predominado desde la primera revolución económica de la historia de la humanidad —asociada al desarrollo de la producción de alimentos que comenzó más o menos hace ocho milenios— y que se caracteriza por la existencia de coaliciones de poder estrechas que distri-

buyen beneficios sólo entres sus integrantes. De acuerdo con este marco analítico, el régimen del PRI sería la forma más acabada que alcanzó en México el Estado natural, cuyo rasgo distintivo es que soluciona el problema de la violencia endémica a través de la formación de una coalición dominante cuyos miembros poseen privilegios especiales. En esa forma de Estado, las elites –los integrantes de la coalición dominante— aceptan respetar los privilegios de cada uno, incluidos los derechos de propiedad y el acceso a los recursos y actividades. Al limitar el acceso a esos privilegios sólo a los miembros de la coalición dominante, las elites crean incentivos creíbles para la cooperación, en lugar de luchar entre ellos. El sistema político de un Estado natural manipula el sistema económico para producir rentas que aseguren el orden político. Se trata de un arreglo estrecho y excluyente en el que quedan incluidas únicamente las organizaciones económicas, políticas y sociales apoyadas por el Estado, por lo que no existen incentivos para que buena parte de la sociedad despliegue sus posibilidades. Se trata de sociedades de acceso restringido a la distribución tanto de bienes políticos como económicos. Son sociedades de amigos y de cómplices en las que los incluidos pueden sacar enormes ventajas a cambio de la inestabilidad económica y la marginación de buena parte de la sociedad. El rentismo y las protecciones encuentran en ellas el mejor ambiente para su reproducción, mientras la pobreza y la exclusión se mantienen endémicas. La ilusión de cambio que se mantuvo en México a lo largo de los últimos 20 años suponía que México transitaría en el corto plazo a un orden social abierto, sin barreras para la entrada a la competencia tanto política como económica. El orden tradicional, sin embargo, ha mostrado ser más resistente de lo esperado. En lo político, se apostó

a que la mera existencia de elecciones competitivas produjera la democracia. Empero, el establecimiento de elecciones no produce de manera inherente la democracia. Además de comicios se requiere de instituciones y organizaciones juntos con creencias y normas antes de que se produzca un acceso abierto a la competencia por el poder político, indispensable para modificar las consecuencias distributivas del orden político estrecho. En cuanto a la economía, sin reglas claras y equitativas para el ingreso a la competencia, sólo pueden sacar ventaja aquellos con las protecciones políticas adecuadas —desde luego bien pagadas—, a costa del crecimiento de largo plazo. México se encuentra atorado en medio del cambio de un tipo de orden al otro. La ampliación de la coalición política, propiciada por el pacto de 1996 no dio el paso completo hacia un sistema político abierto, pues sólo se pasó del monopolio del PRI al oligopolio de tres partidos y fracción, sin que se modificaran los mecanismos de acceso al empleo burocrático y con un acceso muy restringido a la competencia electoral. Así, las prácticas de reparto de rentas características del Estado natural no se modificaron, sólo se ampliaron los incluidos en el sistema distributivo. En cuanto a la economía, tampoco se ha reducido su alto grado de politización, pues para hacer negocios siguen siendo necesarias las protecciones políticas sólo accesibles para unos cuantos. Mientras tanto, para empeorar las cosas, la ruptura del equilibrio de la coalición de poder de la época clásica del PRI ha provocado la descentralización de la violencia y su resurgimiento endémico. Es el momento de impulsar un nuevo proceso de apertura, con restricciones claras a la utilización particularista de la política, si se quiere detener la mortandad y reencauzar el desarrollo. Fuente: Sin Embargo.


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2016: Un año para que la economía viva peligrosamente Larry Elliott

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as previsiones económicas son un esfuerzo inútil. Una cosa que hemos aprendido de la crisis financiera y la Gran Recesión es que hasta aquellos equipados con los modelos más sofisticados se equivocan, y a veces de modo espectacular. De manera que trataré de cumplir con humildad e inquietud una promesa que hice la semana pasada y haré previsiones sobre lo que va a pasar en 2016. Con toda honestidad, el futuro es incognoscible y quien diga otra cosa miente. De modo que, con esta prevención, esto es lo que yo creo que podría pasar. En algún momento, la recuperación levantada sobre los florecientes precios de los activos, un crecimiento débil en ganancias y una deuda personal en aumento va a llevar a otra enorme crisis financiera, pero no en los próximos doce meses. Por el contrario, 2016 será un año para vivir peligrosamente, tapar grietas y ganar tiempo antes de que reaparezcan los viejos problemas. He aquí por qué. La gran historia del mes pasado ha sido el derrumbe de los precios del petróleo, que ha rebajado el precio del crudo a niveles que no se veían desde 2004. Esto tiene dos efectos beneficiosos para la economía global. Proporciona un poder adquisitivo adicional a hogares y empresas que consumen energía y presiona a la inflación hacia abajo. Siempre hay un poco de demora entre la caída de los precios del petróleo y la ele-

vación del gasto como respuesta a ello, en parte porque la gente quiere estar segura de que durará la rebaja de costes. Hace, sin embargo, 16 meses desde que el precio del crudo empezó su declive, desde su máximo de agosto 2014 a 115 dólares el barril, y hay bastantes posibilidades de que caiga todavía un poco más desde su actual nivel, oscilando entre los 30 y 40 dólares el barril. Sin que haya señales de que el cártel petrolífero, la OPEP, tenga voluntad política de acordar un recorte de la producción, es bastante posible que los precios puedan caer por debajo de los 30 dólares el barril en los primeros meses del año. Las repercusiones de esto consistirán en mantener la inflación más baja de lo que tienen previsto cualquiera de los principales bancos centrales del mundo. Los responsables de la Reserva Federal norteamericana, el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo (BCE) insisten en que “miran al través” las alzas y caídas del petróleo y otras materias primas, y elaboran sus dictámenes sobre los tipos de interés sobre la base de lo que le está sucediendo al núcleo de la inflación, lo que excluye la energía y el precio de los alimentos. Pero resulta más difícil elevar los tipos de interés si, por la razón que sea, la inflación sigue comportándose de modo distinto a las previsiones oficiales. Lo que es más importante, hay pruebas de que la caída de la inflación provocada por el petróleo más barato tiene efectos sobre la negociación salarial. Cuando en los años previos a la crisis, la inflación británica

coincidía de manera regular con el objetivo del 2% del gobierno, los patronos solían ofrecer indemnizaciones del 4%. Ahora que la inflación es cero, no ven razón para ofrecer más de un 2%. Eso tiene su importancia, porque los bancos centrales andan a la busca de señales de que la inflación salarial remonta como resultado de años de crecimiento regular y caída del desempleo. Si no sube la inflación salarial, hay menos razones para que suba el coste de pedir un préstamo. De modo que la predicción número uno para el año que viene es que tanto la inflación como los tipos de interés seguirán bajos durante más tiempo del actualmente previsto. La Fed subió los tipos de interés por primera vez en casi una década a principios de este mes, pero será extremadamente cautelosa con su próxima medida. El Banco de Inglaterra se demorará en su primera medida. El dinero barato impulsará tanto la petición de préstamos como –por algún tiempo- el crecimiento. El siguiente tema de 2016 será China, donde la cuestión no es si aflojará el ritmo de crecimiento sino en qué medida. La opinión de los expertos difiere acerca del estado de la segunda economía del mundo. Algunos analistas dicen que Beiying lo tiene todo controlado, otros que el país sufre ya un duro aterrizaje de años de sobreinversión en plantas manufactureras improductivas y bienes inmuebles especulativos. Es difícil saber exactamente qué es lo que está pasando en China, un país gran-

de con una reputación de estadísticas económicas poco fiables. Los datos oficiales dicen que la economía está creciendo en un 7% anual, pero los datos de consumo de electricidad y carga ferroviaria sugieren que la cifra real está por debajo. Pero mientras que los tipos de interés oficiales están a cero o en valores semejantes en los principales países desarrollados de Occidente, en China están todavía por encima del 4%. Esto le da margen al Banco Popular de China para recortar el coste de pedir préstamos si quiere estimular el crecimiento, un margen al que ciertamente recurrirá si el gobierno cree que la economía se está ralentizando demasiado rápido. El tipo de cambio puede también recortarse para abaratar las exportaciones chinas, y el país tiene asimismo la opción de elevar el gasto público. El riesgo, por supuesto, es que China arregle el desaguisado causado por una burbuja que revienta hinchando otra, que es lo que hizo Alan Greenspan en los EE.UU. a principios de la década del 2000. He aquí, por tanto, una segunda previsión. China se ralentizará en 2016, pero las medidas políticas de alivio impedirán el desplome. En los últimos seis años, la eurozona ha demostrado una infalible capacidad para arrebatar la derrota de las fauces de la victoria. Cada vez que parecía terminar la crisis, ha ocurrido algo desagradable. En 2016, ese “algo” podría ser Grecia, atrapada en una trampa de deuda y austeridad, podría ser una España sin timón o una Francia moribunda. Hay un par de razones, sin embargo, por las que la eurozona podría dar un traspié hasta 2017 antes de topar con nuevos problemas. La primera es que se beneficiará del retraso en la política de ajuste en los EE.UU. y el Reino Unido, y de las medidas en pro del crecimiento en China. La segunda es que el BCE seguirá recurriendo a la expansion cuantitativa con la esperanza de que el aumento de la provisión de dinero haga que los bancos presten. El BCE es también aficionado a hacer bajar el valor del euro para impulsar las exportaciones, aunque esto pueda resultar más dificil si la Reserva Federal sube los tipos de interés con más lentitud de lo que esperan actualmente los mercados. Hay muchas posibilidades de que el dólar caiga en lugar de apreciarse frente al euro. El mayor riesgo inmediato para la economía global proviene del mundo emergente, especialmente de esas partes afectadas por el crac en el precio de las materias primas. Brasil es el país del que hay que estar pendientes. Es la mayor economía de América Latina y se encuentra en serios problemas. La economía se está contrayendo a un ritmo que es el más veloz desde la década de 1930, la inflación está por encima del 10%, la moneda se ha desplomado y ha dimitido el ministro de Economía. Puede que se haga inevitable una visita del Fondo Monetario Internacional. Este es uno de esos casos en los que la historia se repite, porque el preámbulo a la crisis de 2008 crisis se inició en la periferia de la economía global. Así que está es mi prevision final: no habrá explosión en 2016, pero se encenderá la mecha.


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Tres razones por las que representa un universo neoconservador

MICHAEL MCKOY

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urante años, muchos fans y muchos críticos han considerado las películas de “Star Wars” [“La guerra de las galaxias”] como alegorías acerca de los peligros del Imperio Norteamericano. Su creador, George Lucas, ha declarado que la Guerra de Vietnam inspiró la trilogía original acerca de una rebelión de insurrectos presuntamente perdedores que derrota a un poderoso imperio tecnológicamente superior. Las “precuelas” incluyen pullas a la administración de George W. Bush. El malvado canciller Palpatine utilizó como excusa ataques terroristas para centralizar cada vez más el poder, de una forma que recuerda a la Patriot Act. Anakin Skywalker, después de pasar al Lado Obscuro, le dijo a Obi-wan, “Si no estás conmigo, es que eres mi enemigo”, haciéndose eco de la declaración de Bush tras el 11 de septiembre “O estáis con nosotros o estáis con los terroristas”. Y la resonante ovación que obtuvo como respuesta puede haber inspirado la observación de la senadora Naboo de que la libertad muere “con una ovación cerrada”. Muy recientemente, los trailers de “The Force Awakens” [“El despertar de la

Fuerza”] parecían sugerir a muchos que se trataría de una fábula con moraleja acerca de las dificultades del cambio de régimen y la contrainsurgencia. Varios neoconservadores han respondido a estos ataques implícitos al Imperio Norteamericano adhiriéndose al Imperio Galáctico. Jonathan Last, en un artículo en el Weekly Standard titulado “The Case for the Empire” [“Una defensa del imperio”], escribió: “Lucas confundió a los malos con los buenos. La lección profunda es la que el Imperio es bueno”. Sonny Bunch, en una columna del Washington Post, defiende la destrucción de Alderaan como “la menos mala de todas las opciones disponibles”. No hace falta decir que hay otros que no están de acuerdo. Pero al igual que los rebeldes de Endor, los neoconservadores han caído en una trampa. Pese a lo que muchos piensan, “Star Wars” respalda de modo resonante varios principios promovidos desde hace mucho por los neoconservadores. He aquí tres. 1. El universo de Star Wars se divide explícitamente entre el bien y el mal Si bien el “Star Wars” original era una reprimenda a la guerra de Norteamérica

en Vietnam, también era una andanada contra lo que George Lucas consideraba como cinismo y ambigüedad moral del “Nuevo Hollywood”. “Star Wars” presentaba héroes valerosos que luchan contra toda esperanza contra los nazis del espacio que denominaban a su arma última “Estrella de la Muerte”. El primer avance publicitario del “El despertar de la Fuerza” incluye a un narrador al que no se ve, que proclama el permanente conflicto entre “el lado obscuro y la luz”. Lucas consideraba “Star Wars” y su anterior film, “American Graffiti,” como cintas que volvían a prestar atención a tiempos más antiguos de claridad y simplicidad morales. Al igual que “Rocky” y “Jaws” [“Tiburón”], a estas películas se les reconoció el mérito o el baldón —dependiendo de la perspectiva que ustedes tengan — de acabar con la era posterior a Vietnam y el Watergate, y con el Nuevo Hollywood de películas moralmente desafiantes, si no cínicas, como “Taxi Driver,” “Chinatown” y “Dog Day Afternoon” [“Tarde de perros”], y marcaron el inicio de la edad del taquillazo. Muchos halcones liberales de la era posterior a Vietnam compartían la perspectiva de Lucas. Rechazaban lo que consideraban como relativismo moral de

la “nueva izquierda”, que trataba a los Estados Unidos y a la Unión Soviética como entes igualmente malvados. James Mann encuentra en esto la razón principal de que varios halcones liberales, entre ellos Jeanne Kirkpatrick y Paul Wolfowitz, se dejaran llevar del Partido Demócrata a la administración Reagan, adhiriéndose al remoquete de ‘neoconservadores’. Dieron la bienvenida a la creencia inequívoca de Reagan en la batalla entre la ‘ciudad de la colina’ norteamericana y el ‘imperio del mal’ soviético. George W. Bush adoptó un lenguaje semejante, pero también eran reflejo de ello. Si Obi-wan creía que “Sólo Sith trafica con absolutos”, tenía que mirar al espejo (y buscar la palabra ‘ironía’). Para empezar, el deseo de traficar con absolutos fue una razón primordial por la que Lucas creó “Star Wars”. 2. Sólo la fuerza (¿la Fuerza?) puede derrotar al mal. El compromiso lleva al desastre Los neoconservadores creen que sólo mediante la fuerza se puede derrotar a los dictadores malvados; el compromiso siempre acaba de mala manera. Según ellos, el compromiso aliado con Hitler y Mussolini llevó a la II Guerra Mundial; la


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“Star Wars”

fuerza de los Aliados condujo a la Victoria. El compromiso de Franklin D. Roosevelt con Stalin llevó a la division comunista de Europa. La inquebrantable actitud de Reagan condujo al derrumbe comunista. El rechazo de Bush padre a derrocar a Sadam llevó a una década innecesaria de oppresión y sanciones ineficaces; la invasion de Bush hijo acabó con el régimen en materia de semanas. Si bien hay muchos que hoy consideran un error la Guerra de Irak, los neoconservadores creen que el mayor error fue no enviar tropas suficientes y han criticado del mismo modo la política de Obama en Libia. “Star Wars” cuenta una historia parecida. El compromiso de Anakin con el mal fue lo que en última instancia destruyó la primitiva República. Anakin está dispuesto a pasar por alto el deseo de poder ilimitado de Palpatine mientras Palpatine pueda salvar a su mujer, Padmé. Anakin pone de modo ingenuo y peligroso la vida de una persona — tres, si se cuenta a sus mellizos — por encima de la de millones en la galaxia con catastróficas consecuencias. Y con todo, Padmé muere. Luke, sin embargo, se niega a llegar a un compromiso con el mal. En “El imperio contraataca”, Darth Vader suplica a su hijo que se pase al Lado Obscuro y

“acabe con este conflicto destructivo”. Luke se niega rotundamente a ello. En “El retorno del Jedi”, Luke rechaza de nuevo los intentos de persuadirle del Emperador. Dos veces arriesga Luke la muerte antes que llegar a un compromiso con el mal, y por dos veces salva esto la galaxia. “El despertar de la Fuerza” continúa esta lección, aunque este aspecto se ve complicado por la confusa relación entre la República, la Resistencia y la Primera Orden. Los libros publicados luego revelan que la Nueva República firma un acuerdo de paz con la Primera Orden naciente (¿‘paz en nuestro tiempo’? [lema del primer ministro británico Chamberlain tras el acuerdo de Munich en 1938]), en vez de destruir por completo todas sus fuerzas imperiales. Sólo Leia reconoce la amenaza y pide a la República que ataque, es la Winston Churchill de Star Wars. Y a cambio de sus compromisos y medias tintas, Hosnian Prime, capital de la República, acaba como Alderaan. “Star Wars” no podia haber retratado mejor los miedos neoconservadores a un Irán nuclear. 3. Sentimientos encontrados respecto a la democracia misma Ni los neoconservadores ni “Star Wars”

acaban de decidir qué sentimientos tienen respecto a la democracia. Ambos aprecian exteriormente la democracia como ideal. La importancia de la “libertad” [“freedom” o “liberty”] fue un estribillo constante de las administraciones de Reagan y Bush padre. Los personajes de las “precuelas” mantienen de modo persistente que la democracia es la mejor forma de gobierno. Pero los acontecimientos sugieren otra cosa. El corrupto e ineficaz Senado nada puede hacer por frenar la invasion de Naboo por parte de la Federación del Comercio. La reina Amidala declara a la cámara del Senado Galáctico: “¡No me eligieron para ver sufrir y morir a mi pueblo mientras debatís en un comité sobre esta invasión!”. La fuerza militar, y no el proceso democrático, es lo que libera Naboo, aunque fuerza militar no signifique en este caso más que un ejército de gunganos y un niño de diez años en piloto automático. Cuando Anakin le cuenta luego a Amidala que no funciona el sistema, ella discrepa con vehemencia, pero tiene dificultades para explicar por qué. Los neoconservadores se muestran de modo semejante escépticos respeto a cuánta democracia funciona de veras

cuando hay que enfrentarse a una amenaza. Jeanne Kirkpatrick sostuvo, en lo que llegó a conocerse como Doctrina Kirkpatrick, que las dictaduras de derechas suponían un baluarte mayor que un gobierno democrático contra insurgentes comunistas internos. Esa es la razón por la que los neoconservadores apoyan la ocupación a largo plazo tras el derrocamiento de un régimen: para garantizar que los países lleguen a ser democracias estables y pronorteamericanas, en lugar de caer en manos de los comunistas o los islamistas. Jonathan Caverley sugiere que la inherente debilidad de las democracias es la razón misma por la que los neoconservadores apoyan su extension en el extranjero, para mejor conservar a los Estados Unidos en una posición superior. Sea como sea, a la democracia se la considera como algo débil e indigno de confianza, y que requiere una sólida guía de los EE.UU. Dicho de otro modo, a los neoconservadores no les hace falta abogar por el Imperio. La saga misma de “Star Wars” ya aboga ella misma por el imperio de la ‘ciudad sobre la colina’ norteamericana y no la de una galaxia muy muy lejana.


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Una lectura

Federico Novelo U. “Una manera en que a veces se resume la transición (epidemiológica) es diciendo que las enfermedades salen de los intestinos y del pecho de los infantes y se meten en las arterias de los viejos”. Angus Deaton (2015), El gran escape. Salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad, FCE, México, p. 49.

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xisten muy pocas razones para leer y, además, recomendar un libro de economía, especialmente si se ubica en la corriente dominante (la neoclásica con sesgo neoliberal), entre otras cosas y como plantea Fernando Escalante, porque: “Buena parte del esfuerzo de los economistas

en los últimos cien años se ha dedicado a elaborar explicaciones que no dependen del contexto. Es decir, se ha dedicado a buscar fórmulas de validez universal, que no dependan de si se está en México, en Indonesia o en Noruega” . Desde Keynes hasta Ha-Joon Chang, pasando por Carlos Tello y Robert Skidelsky, entre numerosos economistas heterodoxos, la gran falla de la teoría dominante es el empleo abusivo de supuestos no realistas. La otra circunstancia de que se dispone para evitar este tipo de lecturas se encuentra en la soberbia de la propia disciplina, la aspiración por convertirla en la más exacta de las ciencias sociales, con arreglo a un proceso de permanente sofisticación formalizadora, la fuga técnica a la que aludió J. K. Galbraith,

sin novedades visibles en el cuerpo teórico propiamente tal. De tales características del llamado mainstream, deriva la grata (y múltiple) sorpresa que encierra la lectura de El gran escape, de Angus Deaton, Premio Nobel de Economía 2015. Un texto rebosante de evidencias extraídas de las realidades que contempla y contagiado de la necesaria humildad disciplinaria sin la que no se puede abrir el camino hacia la interdisciplina; es un trabajo que cobija, en permanente interacción, a la historia, a las ciencias de la salud y a la economía, para describirnos, con rigor, los procesos que originan la enfermedad, la desigualdad y la muerte. La oportunidad de la lectura no sólo es relativa al texto que se recomienda,

sino al proceso mismo de la lectura profunda que, en la muy calificada opinión de Nicholas Carr, tiende a la desaparición. Para este autor, el dominio indiscutible de la red está generando un costo muy elevado que es, ni más ni menos, la pérdida de concentración por la sobrecarga de información que cada vez significa menos comprensión. La analogía de nuestra memoria de largo plazo con una tina y la de nuestra memoria de corto plazo (o memoria de trabajo) con un dedal, con el que habrá de llenarse la tina a lo largo de la vida, permite apreciar que el llenado del dedal con muchos grifos abiertos por la red, produce derrames, superficialidad por falta de concentración y una afición creciente


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oportuna

por la distracción, causando problemas al procesamiento cerebral de la propia información, aunque se adquiera mayor velocidad en ojos y dedos. En este tema, el funcionamiento ocular aplicado a la lectura, también se transforma, de manera que –a lo largo de una página- la atención del lector online adquiere la forma de una F (por Fast), poniendo mayor atención en las primeras líneas y casi ninguna en las últimas. De todo ello resulta que, como en los tiempos muy idos del nomadismo, volvemos a ser cazadores y recolectores de… datos . Esta lectura nos conduce a contemplar, en el establecimiento del sedentarismo agropecuario, el origen de las enfermedades infecciosas, por medio de

la interacción fecal-bucal y, también, el origen de la propiedad y, con ella, de la desigualdad, males que pudo evitar toda comunidad cazadora-recolectora, por ser, simultáneamente, nómada e igualitaria. El empleo de la perspectiva histórica, ilustrando –por ejemplo- el papel del crecimiento demográfico que, por reducción notable de la tasa de mortalidad, acompañó a la Revolución Industrial (y le proporcionó un relevante impulso), también se observa en el desarrollo y difusión de los avances en el estudio y combate de los microbios y las bacterias, después de la Segunda Guerra Mundial. El enorme avance mundial que representó el combate exitoso a las enfermedades infecciosas, que ya no son la variable

explicativa global de la muerte, salvo en África, se hizo acompañar de una muy considerable ampliación de la esperanza de vida, a la que ahora es muy difícil prolongar y que se ve amenazada principalmente por las enfermedades crónicas –particularmente las cardiovasculares- y, en segundo término, por el cáncer. Sobre el advenimiento de las enfermedades crónicas, Deaton recorre la historia, y describe los efectos, del tabaquismo. Percibido como un satisfactor barato, promotor de cierta sociabilidad, y de disfrute inmediato, el tabaquismo es un gusto adictivo de muy difícil erradicación y, en el imaginario social sobre sus efectos, fuente de cierta confusión. Quienes se abandonan a este placer de muy corto plazo y con especial intensidad, que en su propia combustión ilustra a gran velocidad la identidad marxista entre consumo y destrucción, tienden a suponer que su más pernicioso efecto será la aparición del cáncer pulmonar, cuando dicha posibilidad se ubica entre el 1 y el 2 % del total posibilidades, en caso de suprimir tal consumo o de no hacerlo, respectivamente. Será en el espacio de las enfermedades cardiovasculares, las que encabezan el proceso de transición epidemiológica, de las infecciosas a las crónicas, donde el tabaquismo muestre sus más cruentos efectos. Hay que añadir que, la del tabaco, ha sido la industria con más alta productividad y, junto con la farmacéutica, la de mayor éxito en la manipulación de los consumidores. El texto aborda temas que, por mucho tiempo, se consideraron incorrectos (como la importancia histórica del tamaño de las personas); y acerca interpretaciones relativas al mejor desarrollo de quienes han alcanzado las mayores estaturas, por cuanto, en un proceso histórico, son beneficiarios del gran escape de la desnutrición. Quienes sobrevivieron con pocos satisfactores y, también históricamente, adaptaron sus organismos a esas estrecheces, no pudieron lograr el desarrollo pleno de sus potencialidades y se quedaron chaparritos. El tema lo ilustra con las estaturas de las mujeres inglesas, de un lado, y de la India, por otro, calculando en alrededor de 200 años el plazo que deberá transcurrir para que las segundas alcancen la estatura promedio de las primeras. Deaton enfatiza el efecto de los diversos avances económicos, tecnológicos, políticos y sociales, como variables explicativas de nuevos procesos que harán visibles nuevas desigualdades. El carácter cíclico de estos resultados coloca al autor en la lógica de proponer un Estado muy activo en la dotación de los servicios de salud (y de educación), como el único mecanismo de mitigación y eventual superación de las desigualdades que, desde siempre, ha cobijado y amplificado la economía de mercado. En esa lógica, destaca la terrible paradoja de la insuficiencia, enormes costos y débil cobertura, de la atención a la salud en la economía más poderosa del planeta que opera en la sociedad más individualista y desigual. Un razonable optimismo, y grandes reservas frente a la eficacia de la ayuda internacional y los acuerdos comerciales, caracterizan a las conclusiones del texto.

El optimismo descansa en la histórica capacidad humana para afrontar y resolver sus grandes desafíos, aunque asume que el actual –el cambio climático- es de proporciones seguramente bíblicas y parcialmente desconocidas; la ayuda internacional excesiva, y decidida sin participación de la nación “favorecida”, puede atender las prioridades de quien la proporciona y/o ponerse al servicio de gobiernos poco aficionados a las prácticas democráticas (asunto muy frecuente en la estrategia de los Estados Unidos, durante la Guerra Fría). Sobre los acuerdos comerciales, la reflexión nos incluye, como país, muy claramente: “Los países pequeños y pobres con frecuencia se encuentran en desventaja cuando negocian tratados de comercio bilateral con los grandes países ricos. Estos últimos están mejor pertrechados con abogados y cabilderos, incluidos los cabilderos farmacéuticos, cuyo interés no es proteger la salud del país pobre. Sin duda, la medicina del Primer Mundo ha agudizado las desigualdades en la salud local de los países pobres. En ciudades como Nueva Delhi, Johannesburgo, México y Sao Paulo los ricos y poderosos se tratan en instalaciones médicas típicas de los últimos avances en el Primer Mundo, en ocasiones a la vista de personas cuyo ambiente de salud no es mucho mejor que el de la Europa del siglo XVII” (pp. 176-177). El autor incluye el tema de la fuerza de la participación política, enlistando el tipo de intereses que, por edad, pueden orientar a los electores presionando por mayores o menores gastos en seguridad social, sin que la alineación de estas fuerzas esté suficientemente informada o derive de un debate democrático. La evidencia que ofrece, a partir de los estudios, medicamentos o cirugías que ordenan los médicos sin que sean absolutamente necesarios, demuestra que un mayor gasto no es necesariamente un mejor gasto; y el alto costo, que podría ser menor, es el primer argumento de los enemigos de la seguridad social. Asumiendo que no está disponible un recetario para aplicarse indiscriminadamente a las naciones que se han rezagado, Deaton considera redundante el debate entre crecimiento económico y bienestar social, no tan nueva derivada del falso debate entre mercado y Estado, para aclarar que el crecimiento es tan necesario como insuficiente y que el bienestar requiere de una mano gubernamental eficiente y eficaz, capaz de hacer bien las cosas y capaz, también, de hacer lo correcto. Cuando, por los efectos del Gran Escape que consigna la historia socioeconómica global posterior a la Segunda Guerra Mundial, quienes ya llevamos algún tiempo en la tercera (o cuarta) edad, comenzamos a jugar un significativo, y creciente, papel demográfico entre la población del planeta, la lectura de este libro resulta, por lo menos, oportuna. Fernando Escalante G. (2015), Historia mínima de el neoliberalismo, Colegio de México, p. 57. Cfr. Nicholas Carr (2015), ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? Superficiales, Taurus, México, pp. 143-176.


Viaje a las profundidades del Estado EDUARDO CRESPO

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n el más reciente ensayo de Carlos Tello, La economía política de las finanzas públicas se recoge un esfuerzo sostenido por años para conocer y reconocer los laberintos del Estado mexicano que surgió de la Revolución de 1910. La saga arranca con Estado y desarrollo económico. México 1920-2006, editado por la Facultad de Economía de la UNAM en 2007, y se despliega en lo que va del presente siglo en ensayos, conferencias y artículos dirigidos a perfilar, cada vez con mayor detalle, los mecanismos políticos y los vectores institucionales que dan sentido a las relaciones, muchas de ellas en apariencia caóticas, entre la política y la economía arbitradas o recreadas por el Estado frente a las coyunturas históricas más variadas. Lo que La economía política de las finanzas públicas ofrece no es sólo otra visita al papel del Estado en la economía y su expansión a lo largo del siglo XX, así como a sus implicaciones sobre la conducción pública de la economía y sobre su marcha. En este caso, aparte de la descripción ilustrada sobre la forma como han evolucionado las finanzas del Estado donde que, como insiste en recordarlo el autor, se resume toda la historia política, económica y hasta social del país, Tello se ha planteado algo más ambicioso. Lo que ha intentado nuestro amigo, es desentrañar la madeja de relaciones y complejidades, contradicciones y tensiones, que determinan o condicionan, las decisiones que desde el corazón del Estado se toman para afectar la balanza fundamental de los ingresos y los gastos del reino. Es decir, para recoger o modificar las relaciones de fuerza y poder que, al final de cuentas, se expresan en la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos de la Federación. Cómo y por qué los gobernantes deciden los montos

y las asignaciones de los recursos públicos; cómo y por qué los supuestos o reales encargados de “cuidarle las manos al soberano”, como reza la conseja clásica sobre el Parlamento y las finanzas públicas, aceptan o cuestionan los planes de gasto y financiamiento que los gobiernos les proponen año con año con el objetivo de encauzar, impulsar o controlar el desempeño económico general; cómo y por qué la sociedad civil y sus varios contingentes, donde se cuecen en el subsuelo las relaciones del poder social y económico, reciben de buen grado, aceptan o rechazan, dichas decisiones sobre el uso y acopio de recursos financieros, humanos y materiales en manos o al alcance del Estado, son algunas de las preguntas de fondo que inspiran a nuestro autor y nos remiten al poliédrico juego de la economía política; la que tiene que ver con el reino y el soberano, pero también con los súbditos que se oponen o apoyas sus decisiones. Éstas, propone Tello, son cuestiones que pueden responderse apelando a las experiencias y postulados de nuestros clásicos pero, sobre todo, mediante el uso de las metodologías e hipótesis que son propias de la economía política. Es decir, de la convicción de que no hay economía en abstracto, distanciada o blindada de las relaciones de fuerza y de la lucha por el poder del Estado, sobre el territorio y la población y los recursos de que ésta dispone en un momento dado. Tampoco, como de diversas maneras se muestra en el libro, hay una economía política separada de la o las ideologías, en especial de las que se han apoderado de los sentimientos y las pasiones de la época y del poder y de quienes lo ejercen. Puede parecer paradójico, pero en este tiempo en que se cantan las glorias de un liberalismo económico despojado de los lazos e imposiciones de la política y del Estado, es cuando más se ha impuesto y adquirido poder una ideología y un modo de ver y

CORREO del SUR Director General: León García Soler

entender el mundo y los reflejos de quienes lo habitan. A esto, por cierto, dedicó nuestro autor otra oportuna y pertinente investigación. Los primeros capítulos de La economía política se dedican, como lo ha hecho en otras entregas Tello, a hacer un detallado recuento del desarrollo nacional, identificando sus fases y crisis. Esta vez busca destacar y poner de relieve las proverbiales renuencias de la población y de las elites a pagar impuestos y, por otro lado, la singularidad de las relaciones entre los diferentes órdenes de gobierno que dan cuerpo a nuestro peculiar federalismo. La nueva visita al “desarrollo estabilizador”, cuyo estudio iniciara Carlos Tello hace muchos años con La política económica en México 1970-1976 (México, Siglo XXI Editores, 1979), es particularmente útil e interesante, tanto para el memorioso como para el desmemoriado. De igual forma, revisten especial atractivo sus enfoques, juicios y alcances en las páginas que dedica a examinar el crucial periodo 1970-1982 así como las implicaciones que sobre la economía y el Estado tuvo la ola de expansión del gasto público financiada de manera creciente por la deuda externa. De las opciones interpretativas propuestas por nuestro autor, pueden derivarse ricas sugerencias para hacer una revisión a fondo de este momento decisivo de nuestra historia económica y política contemporánea. Fue entonces que se tejió la estrategia de cambio estructural en clave neoliberal, la cual habría de ponerse en práctica al calor de las crisis económicas y financieras desencadenadas por la crisis de la deuda externa que estallara en 1982. Encarar la tristemente célebre “leyenda negra” del desarrollo industrializador dirigido por el Estado, es una asignatura crucial en estos tiempos de revisión de lo hecho y de búsqueda de alternativas conducentes a un nuevo curso. Este capítulo en particular, es de gran utilidad y contribuye a darle al debate sobre aquellas decisiones una perspectiva histórica indispensable. Las conclusiones a que nos invitan este apartado y el libro en su conjunto, sin duda contribuirán a darle a la reflexión política otros enfoques y otra visión, más constructivos que el cansino “más de lo mismo” que quiere imponerse como pensamiento único. En los dos capítulos finales: las finanzas públicas en el periodo neoliberal: 1983-2014 y los comentarios adicionales, Carlos Tello pone en juego su sensibilidad analítica y sus reflejos historiográficos, así como sus destrezas críticas y polémicas. No debe dejar de señalarse aquí que lo que sobresale de la narración son las disonancias profundas entre el hálito renovador, revolucionario dirían algunos, del que presumían los dirigentes del Estado en el gobierno y el Congreso, y la querencia conservadora, cuando no regresiva, del espíritu y la forma que gobernaron las decisiones y gestión de las finanzas públicas en ese tiempo que, por desgracia, llega hasta hoy. En este viaje hacia las profundidades del Estado a que nos invita este espléndido volumen, habrán de encontrarse mil y una paradojas y no pocas ironías de la política íntima de los corredores del poder. El vaciamiento del corazón de la economía política mexicana, que ha sido el del Estado nacional revolucionario, difícilmente puede celebrarse por nadie que guarde en el alma una pizca de conciencia histórica y de reflejos sobre la centralidad que en la vida de las sociedades modernas tiene la noción de interdependencia. Ambas fueron avasalladas por tanto cambio sin soporte moral e institucional, así como abrumadas por la pérdida del sentido de la historia que siempre es, tiene que ser, el sentido de la política y del Estado, así como el del ejercicio del poder.

Suplemento dominical de Director: Adolfo Sánchez Rebolledo

Diseño gráfico: Hernán Osorio


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