Correo Del Sur No 388

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Número 388 Mayo 25, 2014

El capital del siglo XXI de Thomas Piketty

Abre nuevas puertas al entendimiento de la desigualdad / El porqué de las desigualdades

Los rarámuris: una larga historia de despojos Angela Davis: qué significa ser radical en el siglo XXI


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ENTREVISTA

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Angela Davis: qué significa ser radical 45 años después de que sus primeros bolos académicos atrajesen la ira del gobernador [de California] Ronald Reagan, Angela Y. Davis vuelve al campus este semestre como profesora del departamento de estudios de género de la Universidad de California en Los Ángeles. Su discurso del jueves pasado en el Royce Hall sobre feminismo y supresión de las cárceles resume parte de su trabajo, pero no todo, una larga carrera académica con su activismo radical en paralelo. El presidente Nixon la llamó “peligrosa terrorista” cuando fue acusada de asesinato y conspiración tras un tiroteo mortal en un juzgado en 1970. Fue absuelta y, desde entonces, esta mujer nacida en el campo de minas de la segregación racial de Birmingham, en el estado de Alabama, ha escrito, enseñado y dado clase por todo el mundo. Su emblemático pelo “afro” se ha transformado desde su silueta de 1970; su intensidad, no. La entrevista la realizó Patt Morrison, conocida comentarista de Los Angeles Times.

ste semestre vuelve usted a la UCLA [Universidad de California en Los Ángeles], el campus del que el gobernador Ronald Reagan hizo que le expulsaran. -Era una oferta que no podía rechazar. Los estudiantes son muy diferentes de los estudiantes de 1969, 1970. Son mucho más sofisticados en el sentido de que tienen preguntas más complicadas. -Cuando considera hoy el feminismo, ¿cree que las mujeres han retrocedido, salvo, si acaso, cuando se trata de la sala de juntas? -Se puede hablar de múltiples feminismos; no se trata de un fenómeno unitario. Hay quienes asumen que el feminismo significa ascender dentro de la jerarquía en puestos de poder, y eso está bien, pero no es lo que mejor sabe hacer el feminismo. Si las mujeres que están en la base se mueven hacia arriba, el conjunto de la estructura se mueve hacia arriba. -La clase de feminismo con el que me identifico es un método

de investigación, pero también de activismo. -Stokely Carmichael solía bromear diciendo que la posición de las mujeres en el Student Nonviolent Coordinating Committee del movimiento de derechos civiles era “boca abajo”. ¿Son las mujeres participantes plenas de la política de hoy? -Tal vez no del todo, pero hemos hecho muchos progresos. Respecto a cómo pensamos sobre los movimientos del pasado, animo a la gente a mirar más allá de las heroicas figuras masculinas. Si bien Martin Luther King es alguien a quien reverencio, no me gusta dejar que lo que representa borre las aportaciones de la gente corriente. El boicot de los autobuses de Montgomery en 1955 tuvo éxito porque hubo mujeres negras, trabajadoras domésticas, que se negaron a tomar el autobús. ¿Dónde estaríamos hoy si no hubieran actuado así? -¿Apoya usted el libre control de la natalidad y el aborto, que se denuncia entre ciertos sectores como genocidio?

A veces en lo que podrían parecer afirmaciones estrafalarias, descubrimos que puede haber un grano de verdad. Aunque nunca sostendría que el control de la natalidad o el derecho al aborto constituyen genocidio, he de tomar en consideración de qué modo se ha impuesto la esterilización a la gente pobre, sobre todo a la gente de color, y que alguien como Margaret Sanger [precursora de la planificación familiar en los años 20] sostenía que [el control de natalidad] era un privilegio para las mujeres acomodadas, pero un deber en el caso de las mujeres más pobres. -¿Qué piensa del primer presidente negro del país? -Hay momentos de enormes posibilidades, y su elección fue uno de esos momentos. En todo el mundo la gente tenía la impresión de que nos movíamos hacia un mundo nuevo. Por breve que fuera esa sensación de euforia, se trata de algo que no olvidaremos. Eso nos permite comprender qué posibilidades podría reservarnos

el futuro. [Pero] mucha gente ha tendía a depositar tantas aspiraciones en individuos singulares que no han conseguido — no hemos conseguido — realizar esa labor de sacarle más partido a ese momento. La gente fue a las urnas y dijo “Ya hemos hecho nuestro parte” y le dejó el resto a Obama. -¿Es la democracia un buen chasis sobre el que erigir un sistema político? -Creo profundamente en las posibilidades de la democracia, pero la democracia necesita emanciparse del capitalismo. Mientras vivamos en una democracia capitalista, se nos seguirá escapando un futuro de igualdad racial, de igualdad de género, de igualdad económica. -En 1980 y 1984 se presentó como candidata del Partido Comunista a la vicepresidencia; ¿significaba eso que tenía fe en el proceso democrático? -Se trataba de sugerir que hay alternativas. Nadie creía que fuera posible ganar, pero en los años 80 se produjo el ascenso de la globalización del ca-

pital, del complejo penitenciario-industrial, y era importante proporcionar algunos análisis políticos alternativos. -¿Qué piensa ahora del comunismo? -Todavía mantengo un vínculo, [pero] ya no soy militante. Abandoné el partido porque tenía la impresión de que no estaba abierto al tipo de democratización que nos hacía falta. Creo que el capitalismo sigue siendo el género de futuro más peligroso que podamos imaginar. -¿Por qué falló el comunismo en lo que falló? -Eso exigiría una larga conversación. Puede que haya habido democracia económica, que es lo que nos falta en Occidente, pero sin democracia política y social, lo cierto es que no funciona. No creo que tengamos que tirar el bebé con el agua del niño, sería important ver qué es lo que verdaderamente funcionaba y lo que no. -¿Como que no hubiera libertad de expresión? -Sí. -En 2016 se cumplirá el 50 aniversario del partido de las Panteras Negras; fue usted miembro del mismo durante algún tiempo. El movimiento de derechos civiles tendía a centrarse en la integración, pero había quienes decían: “No queremos asimilarnos en un barco que se hunde, de modo que cambiemos totalmente el barco”. El surgimiento del Partido de las Panteras Negras marcó un momento de ruptura y todavía estamos en ese momento. El partido tenía dos tipos distintos de activismo: el activismo de base que contribuyó a crear instituciones que todavía hoy funcionan, por ejemplo, el Departamento de Agricultura dispone ahora de programas de desayunos gratuitos. Por otro lado, está la posición de defensa propia y de control de la policía. Si se le echa un vistazo al programa de 10 puntos del partido, cada uno de sus puntos resulta tanto o más pertinente 50 años más tarde. El punto décimo incluye el control comunitario de la tecnología. Eso fue muy pro-


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en el siglo XXI fético. Se trata de usar la tecnología en vez de que permitir que nos use a nosotros. -Alguna gente todavía debe ver en usted a la joven que apoyaba la violencia contra la policía, la violencia de los movimientos políticos. -Es importante comprender las diferencias entre esa época y ésta. Nuestra relación con las armas era muy diferente y se centraba en buena medida en la defensa propia. Hoy en día, cuando hay del orden de 300 millones de armas en el país y hemos experimentado estos horrendos tiroteos, no podemos adoptar la misma postura. Estoy completamente a favor del control de armas, de eliminar las armas no sólo de los civiles sino también de la policía. -Se utilizaron pistolas de su pro-

piedad en el secuestro y el tiroteo del Marin County Civic Center en 1970. Fue absuelta de todas las acusaciones. He leído que había comprador las pistolas para su propia defensa. -Sí, y comenté la circunstancia de que mi padre tenía armas cuando yo era pequeña; nuestras familias tenían que protegerse del Ku Klux Klan. [Hoy en día] tenemos leyes contra el odio, hacia las que tengo una actitud ambivalente, porque a veces acaban usándose contra la gente que era inicialmente víctima. La legislación contra

linchamientos se dirige más hacia los niños negros y las llamadas pandillas. A veces las herramientas contra el racismo se ponen al servicio de una especie de racismo estructural. -El documental Free Angela and All Political Prisoners destaca mucho su relación con George Jackson, el activista de las cárceles muerto en la prisión de Soledad. ¿Demasiado? -Yo habría puesto el énfasis en otra parte. Si hablas con la directora, Shola Lynch, comprobarás que estaba trabajando dentro de géneros convencionales; ve la película como un drama político, un thriller criminal y una historia de amor. Aun así, la investigación que llevó a cabo fue realmente asombrosa. Entrevistó a uno de los agentes del FBI que me detuvieron y gracias a esa entrevista descubrí cómo me atraparon. Me impresiona cómo ha afectado la película a la gente joven. Puede ayudar a conversaciones entre generaciones de las que aprenda yo algo y aprenda algo la gente más joven. -¿Qué pasó con la forma de escribir radical, personal, de enfrentamiento de la década de los 60 y 70? -Es una pregunta interesante. En muchas cosas dependíamos de nosotros mismos. Esos experimentos son importantes, porque sin movernos a terrenos de los que uno no sabe nada, nunca habrá ningún cambio. -Supongo que hay gente que le dice: “Si no le gusta Norteamérica, ¿por qué se queda?” -He vivido en otros países, pero este es mi hogar, y me siento comprometida con la transformación de este país. Así lo he sentido desde que era niña. Mi madre era una activista que creía en las posibilidades de transformar el mundo. Y eso es algo a lo que todavía no he renunciado. Angela Davis (1944), legendaria activista afroamericana de los años 60 vinculada al movimiento de derechos civiles, los Panteras Negras y el Partido Comunista norteamericano, por el que fue candidata a la vicepresidencia en los años 80, fue discípula de Herbert Marcuse en la Universidad de California, San Diego. Profesora jubilada de la Universidad de California, Santa Cruz, enseña actualmente en la de Syracuse, en el estado de Nueva York. Su trabajo teórico se ha centrado, entre otros temas, en el análisis de lo que denomina el “complejo penitenciario industrial” en los Estados Unidos.

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La neutralidad de la red en peligro, una vez más Amy Goodman y Denis Moynihan

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ichael Powell es el hijo del General Colin Powell. El mayor de los Powell conoce bien los asuntos de guerra. Como es bien sabido, fue él quien el 5 de febrero de 2003 expuso ante la Asamblea General de Naciones Unidas los argumentos en defensa de la invasión a Irak, basándose en pruebas erróneas de la existencia de armas de destrucción masiva. Powell considera ese discurso como una dolorosa “mancha” en su trayectoria. Por lo que resulta particularmente sorprendente que ahora su hijo presagie que el Gobierno de Obama enfrenta la amenaza de una “Tercera Guerra Mundial”. Michael Powell es el presidente de la Asociación Nacional de Cable y Telecomunicaciones (NCTA, por sus siglas en inglés), que constituye el principal grupo de presión de la industria de la televisión por cable. Es también ex director de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés), el organismo encargado de dictar las normas de telecomunicaciones del país. Su actual blanco de destrucción es la neutralidad en la red. El campo de batalla es en Washington, D.C., dentro del cuartel general de la FCC. Los mayores proveedores de servicios de Internet, compañías como Comcast, Time Warner Cable, AT&T y Verizon, aúnan fuerzas para terminar con la neutralidad de la red. Millones de ciudadanos, junto a miles de organizaciones, otras compañías, artistas e inversores intentan salvarla. ¿Qué es la neutralidad de la red? Es el principio fundamental de que cualquier persona en la red puede acceder a cualquier otra, de que los usuarios pueden acceder con la misma facilidad a un pequeño sitio web lanzado desde un garaje que a uno de los principales portales de Internet como Google o Yahoo. La neutralidad en la red es el amparo contra la discriminación con el que cuenta Internet. Y entonces, estos grandes proveedores de servicios de Internet, ¿para qué querrán eliminar algo tan bueno? Por codicia. Los principales proveedores de servicios de Internet ya obtienen inmensas ganancias. Pero si se les permite crear una Internet de varios niveles, en la que algunos proveedores de contenido paguen más para que sus páginas o sus aplicaciones web se carguen más rápido, podrían obtener ganancias extra. Recordemos que los usuarios ya pagan para acceder a Internet. Ahora, compañías como Comcast pretenden cobrarles también a quienes se encuentran al otro lado de la conexión de Internet, con lo que recaudarían miles de millones de dólares provenientes tanto de los usuarios como de los proveedores de contenido. De eliminarse la neutralidad de la red, los principales proveedores de contenido, ya consolidados y con vasto capital, pagarán por el privilegio de que sus contenidos sean accesibles a través de una “vía rápida” en Internet. Los sitios web más pequeños y las nuevas aplicaciones no tendrán el mismo acceso, y quedarán atascados en los carriles de circulación más lenta. La era de los nuevos emprendimientos austeros impulsores de innovación llegará abruptamente a su fin. Ya no se fundarán compañías de alta tecnología en dormitorios de residencias estudiantiles. Llevará más tiempo cargar esos sitios que los ofrecidos por las grandes compañías. La Comisión Federal de Comunicaciones es una típica agencia reguladora “cooptada” por las empresas a las que debería supuestamente regular, y cuyos funcionarios suelen alternarse

entre la función pública y el trabajo para esas empresas. El actual director de la FCC, nombrado por el Presidente Barack Obama, es Tom Wheeler, que previamente fue presidente de la Asociación Nacional de Cable y Telecomunicaciones, cargo que hoy ocupa Powell, y luego encabezó el grupo de presión de la industria de las comunicaciones inalámbricas. Básicamente, Tom Wheeler y Michael Powell intercambiaron posiciones el uno con el otro. Lamentablemente, ambos llevan adelante la misma tarea: representar los intereses de las grandes empresas. Fue durante la dirección de Michael Powell que la FCC declaró a la industria de la banda ancha “servicio de información”, limitando así el alcance de las regulaciones en dicha industria. En su reciente discurso de apertura de la asamblea anual de la Asociación Nacional de Cable y Telecomunicaciones, Powell calificó esta medida como “un cambio hacia una normativa más laxa”. Sin embargo, la elevada retórica de Powell no pasa el test de la risa. El servicio de banda ancha en Estados Unidos, en promedio, es de una calidad muy inferior a la de otros países, y mucho más caro. Los activistas pretenden que la FCC vuelva a declarar a la banda ancha como servicio público, tal como lo es el servicio telefónico. Imaginemos lo que sucedería si a las compañías telefónicas se les permitiera reducir la calidad de nuestras llamadas porque no pagamos extra por un servicio de primera clase. O imaginemos lo que sucedería si el agua que sale de nuestros grifos fuera menos pura que el agua del vecino, porque ellos sí pagan extra por agua de mayor calidad. Estos servicios están regulados. Todo el mundo accede al mismo servicio, sin discriminación. El pasado mes de enero, un tribunal federal anuló la normativa de la FCC para una “Internet Abierta”, argumentando que si bien la FCC tiene la facultad de regular Internet, sus normas no seguían ninguna lógica. Al declarar apropiadamente el servicio de Internet como servicio público, la FCCpuede regularlo, legal y sensatamente. Casi dos millones de personas ya se han pronunciado a favor de la neutralidad en la red y están exhortando a la recategorización del servicio de Internet. Ese es el acto que según Michael Powell provocaría la “Tercera Guerra Mundial”. Michael Powell puede amenazar con iniciar una guerra a causa de ciertas políticas, pero debería tener cuidado con lo que desea. Como director de la FCC, allá por el año 2003, lideró los esfuerzos que hubieran permitido una mayor concentración en los medios, lo que provocó una fuerte reacción pública. Finalmente, las normas permisivas que él propuso fueron derrotadas. El Congreso aprendió la lección tras las manifestaciones contra las leyes para la regulación de Internet conocidas como SOPA, Ley de Cese a la Piratería en Internet, y PIPA, Ley de Protección de la Propiedad Intelectual. El clamor en su contra fue mundial e implacable. Ahora, el centro de atención es la Comisión Federal de Comunicaciones. Tom Wheeler tiene la oportunidad de escuchar a millones de ciudadanos preocupados y corregir los errores del pasado. O puede seguir las órdenes de Michael Powell y su ejército de presión. Si lo hace, en su trayectoria quedará también una mancha indeleble. © 2014 Amy Goodman Traducción al español del texto en inglés: Fernanda Gerpe. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org


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UN LIBRO DE ECONOMIA DE MAS DE

El capital del siglo XXI, de T nuevas puertas al entendi Bruno Susani*

Thomas Piketty, profesor de la Ecole d’Economie de Paris, acaba de publicar un libro importante sobre la desigualdad en la distribución del ingreso. Le Capital au XXIème Siècle, Ed. Le Seuil, 2013, apareció hace dos semanas en los Estados Unidos bajo el mismo título, Capital in the Twenty-First Century, Harvard, University Press, 2014. Paul Krugman señaló que esta obra cambiaba completamente la forma de abordar el problema de las desigualdades del ingreso en la teoría económica. La gran editorial universitaria de los Estados Unidos, que habitualmente brilla por la circunspección de las carátulas, cedió a la tentación e inscribió la primera palabra del titulo, “Capital”, en letras rojas y enormes que recordaban otro libro famoso.

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omencemos, ante todo, rindiendo homenaje al autor, ya que este libro de más de mil páginas en la edición francesa, 696 en la versión inglesa, con 160 gráficos y cuadros estadísticos es un libro de consulta, un trabajo gigantesco de compilación y tratamiento de datos sobre la distribución del ingreso en las economías de 26 países, de lo que resulta una suma estadística, una obra monumental antes que un best-seller. Thomas Piketty es, en la actualidad, el economista francés más prestigioso. Fue recibido el 15 de abril en la Casa Blanca, por el Council of Economic Advisers del presidente Barack Obama, y por el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Jack Lew. Al día siguiente, el autor participó en el Graduate Center en un debate en Internet (economistsview.type pad.com) y el sitio Amazon y The New York Times lo ubicaron, el 26 de abril de 2014, en el “top” de las ventas, con 60.000 ejemplares, bastante más que Games of Thrones. En términos teóricos, recordemos que Simon Kuznets, Premio Nobel en 1971, uno de los padres, a la vez, de la introducción de la estadística en economía y de las cuentas nacionales, había observado en su libro Economic Growth and structure, que en los Estados Unidos, y en los países más industrializados de Europa durante la primera mitad del siglo, la parte del producto bruto captada por el último decil –el 10 por ciento de la población que gana más– había sensiblemente disminuido a partir de 1914. Piketty

muestra en su libro que a partir de 1980, se observa un incremento de la parte del ingreso captado por ese sector de la población y que sobre el siglo que va desde 1914 al 2012, la parte del ingreso del 10 por ciento que gana más tiene una forma de U, baja entre 1914 y 1980 y vuelve a aumentar a partir de esa fecha. En la primera fase la disminución de la parte del ingreso percibida por el 10 por ciento de los que ganan más no había, sin embargo, modificado un parámetro esencial: que el ahorro y la inversión eran realizados, como lo señaló Kuznets, solamente por el 5 por ciento más rico de la población. Eso hacía que la mejora de la distribución del ingreso, una disminución del coeficiente de Gini, no impidiera que hubiera una continuidad en la concentración del patrimonio en el sector más rico de la sociedad. Piketty muestra en este sentido que después de los años ’80, la parte del ingreso total que obtiene este sector, como así también el patrimonio, se ha incrementado, gracias a la disminución de los impuestos directos –vale decir, al ingreso– y a los derechos sucesorios. Es muy probable que dicha evolución haya sido similar en Argentina; que la parte del ingreso global obtenido por el 10 por ciento de los argentinos que ganan más, luego de disminuir durante el gobierno peronista, haya vuelto a incrementarse después del golpe cívico-militar de 1976, volviendo así a recuperar varios –quizás una decena– puntos porcentuales que había perdido durante el gobierno peronista.


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E MIL PAGINAS ES LA SENSACION EDITORIAL DEL AÑO

Thomas Piketty, abre imiento de la desigualdad La tesis Piketty muestra y recuerda a los norteamericanos que los Golden Sixties fueron los años en los cuales las desigualdades sociales de patrimonio y de ingresos eran menos importantes que lo que son hoy. Si la parte del ingreso nacional que recibe el 10 por ciento que gana más bajó a partir de los años ’30, fue el resultado de la crisis y de las leyes rooseveltianas sobre los impuestos a la herencia y a las ganancias, cuando la tasa marginal de este último llegaba al 91 por ciento. Los editorialistas económicos ortodoxos de Buenos Aires lo considerarían hoy “confiscatorio”, lo cual conviene recordar es también la narrativa de la ultraderecha norteamericana, la cual parece gozar de una gran simpatía en las elites modernas y “democráticas” argentinas. Pero está bastante claro que en la Argentina si los medios hablan mucho de la pobreza es porque no desean hablar de la concentración de la riqueza ya que, obviamente, si hay muchos pobres es porque los ricos lo son demasiado. Si el libro del iniquity gurú ha tenido ese éxito en los Estados Unidos es justamente porque los norteamericanos comienzan a comprender que los homeless no surgen de la nada. Los análisis realizados por Piketty y Emmanuel Sáez, profesor de la Universidad de Berkeley, muestran que las desigualdades no sólo se manifiestan en los ingresos cada vez más elevados del 10 por ciento que gana más, pero llegan a niveles escandalosos en el “top 1 por ciento”, el 1 por ciento formado por directivos de empresas y bancos que ganan fortunas. La existencia de estos ingresos estrafalarios plantea interrogantes importantes a los economistas que van más allá de los debates emblemáticos sobre la justicia en una democracia. En primer lugar, surge el interrogante sobre la vigencia de las instituciones políticas democráticas, ya que éstas pueden verse alteradas y envilecidas por el dinero y el poder que éste otorga y así dejen de poseer su rol estabilizador. En segundo lugar, la concentración de la riqueza limita el crecimiento económico y de los ingresos, son un freno al crecimiento económico en la medida en que éste está asociado a una distribución del ingreso que permita la expresión de una demanda elevada. La vulgata liberal justifica la existencia los altos niveles de ingresos de por lo menos dos maneras: por un lado, sostiene que los sueldos exorbitantes que se asignan a sí mismos los CEO de las grandes empresas y de los bancos son una remuneración normal habida cuenta de sus capacidades para dirigirlos, ya que logran los mejores resultados para los accionistas. Pero los estudios realizados no permiten ratificar este aserto y mues-

tran que, muy a menudo, ocurre lo contrario. La crisis financiera de 2008 lo ha demostrado ampliamente. En segundo lugar, se sostiene que las altas ganancias de las empresas y las remuneraciones de los accionistas y de los dirigentes permiten invertir e incrementar la producción y el empleo y que, en última instancia, favorecen al conjunto de la sociedad. Esta es la justificación del capitalismo, pero la historia reciente muestra que tampoco es así. Las tasas de crecimiento en los países industriales son más bajas en el período post-1980 que aquéllas de la década de los años 1960, cuando la distribución del ingreso era menos injusta, lo cual muestra que las performances del capitalismo tienen poco que ver con las remuneraciones de los dirigentes y los accionistas o con una distribución muy desigual del ingreso. La injusticia social genera ganadores, los que son los favorecidos, y perdedores, los que la padecen. Las desigualdades siderales en la distribución del ingreso pueden ser a veces condenadas porque son moralmente injustificables y es normal que la gente de buena voluntad se indigne frente a ellas, que generan a menudo situaciones atroces. Sin embargo, la condena moral de aquellos a quienes esto beneficia no es suficiente, ya que la teoría económica ortodoxa afirma que la distribución del ingreso es el resultado del “libre juego de las fuerzas del mercado” y que ésta es, siempre, la más adecuada y además la única solución eficiente y óptima, puesto que asegura el pleno empleo de los factores. Argumento que permite a los editorialistas económicos de los medios sugerir que las desigualdades son el precio que una parte de la sociedad (los pobres) debe pagar para asegurar una mayor eficiencia que favorece al conjunto de la misma. Keynes demostró que este postulado es falso, puesto que el equilibrio existía en múltiples casos en los que hay factores de producción desempleados y que era más común encontrar los múltiples casos de equilibrios con desempleo que un equilibrio con pleno empleo. Evidentemente, la injusticia social no es una condición para la eficacia económica sino todo lo contrario. La tesis de Piketty es que, actualmente, en Estados Unidos y en los países europeos, en materia de distribución del ingreso, una parte significativa de los salarios va a los detentores del capital y su tendencia no sigue, como lo afirma la teoría ortodoxa, la evolución de la productividad del trabajo. Existe una relación evidente, que raramente es enseñada a los alumnos de la licenciatura en economía, que es bastante simple. Los agentes económicos que tienen los mayores ingresos poseen

además los patrimonios más importantes. Piketty muestra en su libro que la concentración de los ingresos en estos últimos años está acompañada por una concentración de los patrimonios. Si se analizara el caso argentino con la metodología de Piketty-Sáez, esto explicaría una parte del estancamiento económico argentino en las décadas de los ’80 y los ’90. Actualmente, en Argentina, con un PIB de alrededor de 500 mil millones de dólares y un patrimonio global que incluye las fábricas, los haberes en dólares, las cuentas corrientes en Argentina y en el extranjero, joyas, activos financieros, parque inmobiliario, la tierra, las maquinarias, etc., se puede estimar en 1,5 billones de dólares. Para que el 10 por ciento más rico obtenga el 30 por ciento del PIB, como aparece en la encuesta de hogares, la tasa de rendimiento del patrimonio tiene que ser del 10 por ciento, lo cual es una enormidad. Como lo señala Piketty, en los países industriales el crecimiento del patrimonio del 10 por ciento de los que ganan más es espectacular, pero no así el crecimiento económico. Vale decir que una parte significativa de estos ingresos excesivos no son invertidos sino esterilizados en gastos suntuarios o en bienes no directamente productivos. El autor sostiene que esto último es una indicación de que se ha salido de un capitalismo empresarial que produjo el extraordinario crecimiento económico durante el siglo XX y estamos entrando en una suerte de capitalismo patrimonial que recuerda aquel del siglo XIX. La desigualdad El incremento de la concentración del ingreso en el 10 por ciento que gana más y la tendencia a la concentración patrimonial tienen una gran importancia en la evolución económica, que había sido ya señalada por Harrod cuando formuló, en 1948, el primer modelo de crecimiento económico. El modelo, llamado del “filo de la navaja”, debía su nombre a la inestabilidad provocada por las variaciones de la demanda efectiva que, como lo explicaba Keynes, tiene que ver con la concentración del ingreso. Los que ganan más ahorran más y un exceso de ahorro, al que se le agregan expectativas negativas de la inversión, conduce a la caída de la demanda. En teoría económica pura, bajo ciertas condiciones e hipótesis, la evolución económica se puede describir a través de la igualdad g=r, donde g es la tasa de crecimiento y r la tasa de crecimiento del capital en el sentido indicado como conjunto del patrimonio. Piketty sostiene que esta igualdad ya no se verifica, ya que actualmente g<=”” p=””> *Ex Consejero Regional de Ile de France (Grupo Socialista). http://www.eset.com


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El porqué de las UNA CRÍTICA DEL LIBRO THOMAS PIKETTY

Vicenç Navarro*

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a publicación de la traducción al inglés del libro de Thomas Piketty, profesor de Economía Política en la Universidad de París, (originalmente escrito en francés hace un año) ha sido un fenómeno en sí. Nunca antes en los últimos treinta años un libro económico había creado tanto interés a los dos lados del Atlántico Norte, llegando incluso a ser un best seller en la lista del New York Times. Escrito de una manera amena, el libro explica y documenta la enorme concentración de la riqueza, es decir de la propiedad de capital, que ha existido durante estos últimos treinta años, alcanzando niveles prácticamente sin precedentes. Con una narrativa fácilmente accesible, explica de forma detallada las características de esta concentración en los países capitalistas más ricos, dando abundante información sobre la evolución de las distintas formas de propiedad, señalando que el nivel de concentración de esta riqueza, así como el nivel de la riqueza, han alcanzado tales dimensiones que garantizan su propia reproducción, pasando de padres a hijos, estableciéndose una nueva oligarquía sostenida por los poderes del Estado que aseguran su continuidad en el escenario económico, político y social de cada país. Su enorme éxito se debe a varios factores. Uno de ellos es que el nivel de tolerancia popular hacia la existencia de las desigualdades ha alcanzado un nivel de desaprobación elevadísimo. En los países de la Unión Europea, por ejemplo, el porcentaje de la población de sus países miembros que consideran que las desigualdades son demasiado elevadas es un 78%, un porcentaje sorprendentemente casi idéntico al de EEUU (72%). La gente está har-

ta de los súper ricos. Y lo que es peor para los súper ricos es que la gente no cree que la jerarquía social esté basada en la meritocracia. Es decir, la gente no se cree que los súper ricos merezcan ser súper ricos, pues no están donde están debido al mérito (es decir, que se lo ganaron), sino a toda una serie de circunstancias que no tienen nada que ver con su mérito, entre ellas el haber nacido ya súper rico. No es sorprendente, pues, que, junto a la alabanza

casi unánime por parte de autores y creadores de opinión progresista (entre ellos, el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman), haya habido ataques furibundos de los portavoces de los súper ricos, como el Wall Street Journal (el instrumento del capital financiero en EEUU), que lo han definido como un “panfleto comunista”. Predeciblemente, algunos gurús neoliberales, con o sin chaqueta llamativa, también han añadido sus críticas con mayor o menor estridencia. Dejo en manos del autor el responder (en caso de que escoja hacerlo) a esas críticas, fáciles de hacer, por el escaso valor argumentativo y poca densidad intelectual que tienen. Pero el hecho de que sea un libro de un enorme interés (lo aconsejo y también utilizo en mi docencia) no excluye la necesidad de hacerle una crítica, no tanto por lo que dice, sino por lo que no dice el libro. En realidad, lo que no dice limita la comprensión y, por lo tanto, la utilidad del libro. Y voy al grano directamente. El problema del libro es que parece no percibir que no se puede entender el mundo del capital sin entender el mundo del trabajo, ni tampoco como los dos se relacionan entre ellos. Ahí está el punto flaco del libro (Por cierto, hay también otras críticas, más bien de carácter metodológico –como la de la definición del capital-, que han hecho autores como James Galbraith, a las que no voy a hacer referencia. Mi crítica no es metodológica, sino conceptual y empírica). El crecimiento del capital: ¿qué capital? Existe un amplio acuerdo acerca de que un elemento muy importante de este crecimiento de la riqueza se debe, en gran parte, al crecimiento de la actividad especulativa del capital financiero. En esta actividad, el dinero genera di-

nero, sin que haya ninguna actividad productiva de por medio. Cuando una persona juega en un casino, puede hacerse millonaria sin que se produzca nada con aquella actividad. Es el “capitalismo del casino”, que ha alcanzado niveles muy elevados, sustituyendo al capitalismo productivo. En este capitalismo especulativo, la relación del capital con el mundo del trabajo no es directa, sino indirecta. Así, el elevado crecimiento del capital especula-

tivo se genera, en parte, como consecuencia de la escasa rentabilidad del capital productivo, resultado de la escasa demanda causada por la disminución de los salarios. De ahí que el gran crecimiento del capital financiero se deba a la necesidad de endeudarse de las familias, resultado del estancamiento o descenso de los salarios. Por otra parte, la baja rentabilidad del capital productivo es lo que genera el crecimiento de la inversión financiera especulativa. Donde la relación entre el mundo del capital y el del trabajo es más directa es en el capital productivo. Los beneficios del capital (ya sean los que obtienen los accionistas de las empresas o bien sean sus gerentes y directores) dependen, entre otros factores, de los costes de producción, entre los cuales los salarios juegan un papel importante. Ahí está uno de los silencios del libro de Thomas Piketty. El elevado crecimiento del capital (vía beneficios empresariales) está directamente relacionado con el estancamiento y descenso de los salarios. En realidad, en los últimos treinta años, como porcentaje de la renta nacional, las rentas del capital han ido creciendo, mientras que las rentas del trabajo han ido descendiendo. Y esto no es mera coincidencia. Las primeras han subido a costa de que las segundas han ido descendiendo. Es lo que Karl Marx llamó, con razón, explotación de clase, explotación que existe, aunque usted, lector, no la descubrirá leyendo los mayores medios de información y de persuasión. En realidad, esta explotación ha alcanzado niveles récord, que se han ido acentuando durante la crisis. Durante el periodo 1993-2000 (la época Clinton), el 45% de la riqueza creada en EEUU fue a parar al 1% de la población, un porcentaje que subió durante el periodo 2001-2008 (era Bush) al 65%, alcanzando el 95% desde

entonces (era Obama) (ver “The Origins of Inequity” por Jack Rasmus, en CounterPunch 13.05.14). El conflicto capital-trabajo como elemento central para entender el comportamiento del capital Thomas Piketty hace un buen trabajo al documentar a dónde va a parar esta riqueza. Una parte va hacia los instrumentos del capital como, por ejemplo, las accio-


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desigualdades:

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CAPITAL IN THE TWENTY-FIRST CENTURY nes o hacia instrumentos especulativos como los derivados, y así un largo etcétera. Como Thomas Piketty señala, hoy existe claramente un exceso de capital y, para complicarlo más, este está demasiado concentrado. Ahora bien, otra parte de la riqueza que se está creando va a parar a los salarios y compensaciones a los gerentes del capital, salarios y compensaciones que no tienen ninguna relación con su productividad, pues la mayoría controla los consejos de dirección de las instituciones que dirigen, asignándose retribuciones elevadísimas, incluso cuando las empresas tienen pérdidas. El caso más claro es el de la banca, incluyendo la española. Hemos visto como dirigentes bancarios tenían unas compensaciones obscenamente altas, mientras que su banca estaba en dificultades (Banco Sabadell, Catalunya Caixa, etc.). Los banqueros españoles están, por cierto, entre los mejor pagados del mundo. Esto es importante, por varias razones. Una de ellas es que estos salarios y compensaciones elevadísimos desdibujan y hacen confusos los datos sobre la situación de los salarios en general, pues son tan altos que, cuando se suman a todos los salarios, elevan el valor promedio de una manera muy marcada. Si se sacan estos salarios de los ejecutivos y gestores de las empresas financieras y productivas, entonces el estancamiento y descenso salarial es incluso más marcado de lo que señalan las estadísticas que toman los promedios de crecimiento salarial.

cierto, que no tiene ningún objetivo social y que, se mire como se mire, es intrínsecamente negativo. En cuanto al segundo –el sector de la economía productiva-, el crecimiento de estos beneficios no se ha basado en el crecimiento de las ventas ni en el aumento de los precios, sino en la enorme reducción de los costes de producción, y muy en especial del precio del trabajo, es decir, de los salarios. Hay abundante evidencia que apoya esta lectura del crecimiento de la rentabilidad en el sector productivo, situación que ha alcanzado ahora sus mayores niveles. Es ahí donde el término explotación define mejor que cualquier otro lo que está ocurriendo, término que Thomas Piketty ni siquiera toca. Ya indiqué en otro artículo reciente, “La explotación social como principal causa del crecimiento de las desigualdades”, en Público, 01.05.14, que el crecimiento de la productividad ha repercutido en el aumento de los beneficios empresariales a costa de los salarios (según el cálculo de Lawrence Mishel y Kar-Fai Gee, entre 1973 y 2011 la productividad por trabajador en EEUU creció un 80.4%, mientras que el salario por hora promedio solo creció un 4%. Un tanto semejante ocurrió en la Eurozona).

La silenciada y ocultada explotación En resumidas cuentas, los beneficios del capital derivan de la actividad financiera de carácter especulativo, una actividad que ha ido creciendo espectacularmente,

¿Qué debería hacerse? De este análisis se deriva que las recomendaciones que Thomas Piketty hace en la última parte de su libro son insuficientes. Thomas Piketty cree que la solución al enorme crecimiento de las desigualdades es gravar el capital a nivel internacional, impidiendo esta concentración de capital. El hecho de que él proponga que haya un impuesto mundial sobre el capital ha generado escepticismo acerca de que, con las coordenadas de

decir, no solo se necesita gravar el capital (y de las rentas superiores, detalle, este último, que Thomas Piketty apenas cita) e incluso el control público de este capital (que Thomas Piketty tampoco cita), mediante la nacionalización o regulación, sino también el incremento de las rentas del trabajo, algo que Thomas Piketty tampoco toca. Estos silencios y su desatención al contexto político que define este conflicto capital-trabajo son puntos débiles del libro, que limitan la comprensión de lo que ocurre. Y es ahí donde Thomas Piketty es también limitado. Varios autores hemos subrayado que en la base de la crisis actual está el conflicto capital-trabajo, enfatizando que el capital ha estado ganando la lucha de clases diariamente, creando la crisis financiera, económica y social que se conoce como Gran Recesión (Ver mi artículo “Capital-trabajo: el origen de la crisis actual”, Le Monde Diplomatique, Julio 2013). Pues bien, la solución pasa por revertir esta lucha de manera que los que ahora ganan pierdan y los que ahora pierden ganen. Pero es el tema político sobre el cual Thomas Piketty no dice nada, lo cual es sorprendente, pues en su introducción al libro hace una crítica excelente del conocimiento económico enseñado en la academia de EEUU (y yo diría que también en Europa), vacío y desnudo del contexto político y social que lo determina. Los llamados problemas económicos son, en realidad, problemas políticos, y por mucho que se intente silenciar, la lucha de clases continúa siendo, como bien dijo Karl Marx, el motor de la historia. Como esta lucha de clase toma lugar, y a través de que instrumentos, es el mayor reto del análisis de la realidad con el fin de cambiarla. Thomas Piketty ha dado un paso en esta dirección pero sus silencios deberían rellenarse para poder entender, incluso mejor, como

como resultado, en parte, de la baja rentabilidad de la inversión productiva (en comparación con la actividad especulativa),y también de la desregulación del capital financiero. La otra fuente de beneficios empresariales ha sido la actividad productiva, es decir, la producción de bienes y servicios que se consumen en la sociedad. El crecimiento desorbitado del primero ha sido la mayor causa de la inestabilidad financiera, crecimiento, por

poder existentes en el mundo, ello sea factible. No me distancio de esta propuesta. Ahora bien, a nivel estatal, sí que creo necesario y factible que las rentas del capital se graven, al menos, al mismo nivel que las rentas del trabajo, una propuesta realizada periódicamente por las izquierdas y raramente ejecutada. Pero la reducción de las desigualdades necesita no solo la bajada de lo alto, sino también la subida de lo bajo. Es

esta lucha toma lugar hoy en los dos lados del Atlántico. http://blogs.publico.es/dominiopublico/9967/el-porque-de-las-desigualdades-una-critica-del-libro-thomaspiketty-capital-in-the-twenty-first-century/ 15 mayo 2014 *Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University


Los rarámuris: una larga historia de despojos Víctor Orozco

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asi siempre que en alguna ciudad se le pregunta a un rarámuri de dónde es, responde con sequedad: “de Baquiachi”. Es bastante improbable que la respuesta sea verdadera en el grueso de los casos, pero quizá su uso se haya extendido por el fastidio de los interrogados ante la impertinencia de los preguntones como yo. Me viene a la memoria esta impresión por la nota periodística leída en la semana. Se informaba de la recuperación de tierras por los indígenas de San José Baquiachi después de ochenta y seis años de litigio. Esto también me llevó a repasar en grandes trancos, la prolongada historia de los despojos sufridos por los rarámuris. Hasta 1767, año en el cual los miembros de la Compañía de Jesús fueron expulsados del imperio español, el grueso de los que se asentaron en poblaciones, abandonando el nomadismo estacional, lo hicieron en las misiones jesuitas, donde eran protegidos por la poderosa compañía frente a los agresivos vecinos hispanos o criollos de los pueblos. El tal proteccionismo era engañoso, sin embargo, pues se les sujetaba a un sistema servil, en donde asumían de por vida la condición de menores de edad. Los jesuitas mantuvieron boyantes a sus haciendas y misiones, con incomparable celo y capacidad de trabajo, pero “sus indios” -quienes recibían de su parte muestras de amor y terribles castigos al mismo tiempo-, debilitaron cada vez más su capacidad para defenderse por sí mismos. Se hicieron huidizos, tímidos y sumisos. Parecidas circunstancias obraron en el caso de las feligresías del clero secular,

pues los curas doctrineros, o bien se dedicaban a explotar ellos mismos las tierras de los indios o bien facilitaban a los vecinos el que se apropiaran de las tierras pertenecientes a las comunidades indígena, bajo el pretexto de mantener a los indígenas cerca de su iglesia. De hecho, una vez que los rarámuris se sometieron a los hispanos desde finales del siglo XVII, cuando protagonizaron las últimas grandes rebeliones, fueron uncidos por dos yugos, el de la opresión ideológica y el de la material. Con plausibles pero improcedentes medidas, el flamante estado mexicano surgido después de la independencia, procuró entregar tierras en propiedad a los rarámuris, para hacer de ellos hombres libres, a la manera occidental. En contra de estos buenos deseos, conspiraban las centurias de servidumbre y trato discriminatorio. Van algunos ejemplos de estas políticas públicas, como hoy les llamaríamos. La temprana ley de colonización del estado de Chihuahua, promulgada el 6 de mayo de 1825 y el reglamento interior de los pueblos, disponían la reducción a propiedades privadas de todas aquellas tierras pertenecientes a los indígenas y que se hallaren despoblados. Estas tierras podrían repartirse a otras personas si la comunidad tuviere suficientes. El asunto ofrecía varios problemas: primero determinar si efectivamente estaban despobladas, luego, si pertenecían a los pueblos de indios. En la práctica los vecinos tomaban posesión de dichas tierras como fuere. El 10 de enero de 1833 el Congreso de Chihuahua expidió una curiosa ley de Agrimensoría, mezclando materias de índole diversa, entre ellas el reparto de las

CORREO del SUR Director General: León García Soler

tierras pertenecientes a las comunidades. Este ordenamiento cumplía además otros varios propósitos: en primer término, procurar fondos para una exhausta hacienda pública, promover el poblamiento del territorio, establecer la oficina del agrimensor para levantar la estadística y el plano del territorio estatal, deslindar los terrenos baldíos y enajenarlos a los particulares, así como delimitar y titular terrenos poseídos por éstos. Tales objetivos se correspondían con dos de los problemas centrales enfrentados por la flamante entidad de la federación mexicana: la penuria económica y la despoblación. Sin embargo, otros de sus efectos conspiraban a favor de los grandes latifundistas, quienes eran los mejor ubicados para aprovechar las ventajas brindadas. Su redacción, permitía ejecutar despojos sin fin a quienes no pudiesen acreditar con títulos válidos sus posesiones o propiedades. El artículo 17 disponía: “Si algún particular o pueblo tiene que alegar propiedad o posesión antigua a un terreno solicitado conforme al artículo 12, concurrirá a los puntos que indiquen los avisos con sus títulos o testigos el día en que se deban comenzar las medidas,…” Puede advertirse en esta legislación estatal un claro antecedente de las famosas compañías deslindadoras puestas en marcha por el gobierno federal en los años del porfiriato. La ley ordenaba al agrimensor dividir las tierras de las comunidades en un número de suertes equivalente al doble del número de indígenas. La primera mitad de las parcelas se entregarían en propiedad a cada uno de los indios y la segunda se vendería a los vecinos concurrentes a los remates o

bien se arrendaría si no hubiere postores. Por una vía insólita –la de medir los terrenos- de hecho se desarrollaba la expropiación de la mitad de las tierras comunales. A más, sancionaba con la privación temporal o definitiva a los indios que dejasen de cultivar la parcela por más de dos años consecutivos, prohibiéndoles la venta de la tierra antes de los seis años transcurridos desde el momento de la adjudicación. En estas condiciones, el proyecto del nuevo gobierno de convertir a los indígenas en propietarios, iniciado desde los primeros años de la república y que se mantendrá durante todo el siglo, estaba destinado al fracaso. Hay incontables documentos en los archivos municipales en los cuales se da cuenta de cómo cada vez que se repartían las tierras comunales, se repetía el círculo vicioso: los nuevos dueños pronto eran convencidos o engañados por los vecinos de los pueblos o los grandes propietarios para vender su recién adquirido patrimonio. Estos indígenas casi de inmediato regresaban a su inveterada condición de parias en sus propios lares. Las flamantes leyes republicanas, presuponían ilusoriamente el tránsito del estatus de sirvientes al de ciudadanos por la sola declaración normativa. En los informes del gobierno sobre las tierras de los rarámuris y otras etnias de la Tarahumara, se traslucía una mezcla de conmiseración, menosprecio y frustración ante un pueblo cuya actitud no podían comprender los funcionarios. En la memoria sobre la administración pública de 1833, el secretario de Gobierno, por entonces encargado de rendir ante el congreso este informe anual, daba cuenta de los fraudes, despojos y abusos generales de que eran víctimas los indígenas por autoridades y particulares. Al mismo tiempo, constataba: “Sabida es la pereza y disipación de esta clase de seres aún para su propia conservación, de manera que parece nacieron para ecsistir (sic) para siempre como bajo curatela” . Tales palabras expresaban muy bien las complejas contradicciones que enfrentaba la construcción de una nación moderna, entrampada entre las añejas ideas sobre los indígenas sustentadas sobre todo por los misioneros y evangelizadores hispanos y las nuevas concepciones que pretendían convertir en propietarios libres a quienes se les había impuesto e inculcado la servidumbre durante siglos. Por último, un interesante contraste: los apaches también eran pobladores americanos originarios, es decir, anteriores a los europeos en estas tierras. Sin embargo, el juicio que de ellos tenía el mismo funcionario, era muy distinto a sus parientes de la Tarahumara. Veamos: “Su carácter feroz y asesino, su connaturalización a toda intemperie, su habitud a cubrir las necesidades con raíces y carnes caballares, su vida en todo montaraz y ejercitada en la caza, su táctica desconocida en el arte común de la guerra y el pleno conocimiento que han tomado ya de todo el terreno en los días de paz…estas circunstancias comparadas con las actuales de nuestras gentes y de nuestras armas, dan a estos enemigos sobre nosotros, notables ventajas” Tales conceptos fueron compartidos por hispanos y mexicanos a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Y, ¿Cuál era la diferencia entre ambas naciones indígenas?. Una decisiva: los rarámuris habían sido derrotados y sometidos, mientras que a los apaches ni soldados ni evangelizadores pudieron reducirlos al vasallaje.

Suplemento dominical de Director: Adolfo Sánchez Rebolledo

Diseño gráfico: Hernán Osorio


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