Número 393 Junio 29, 2014
En medio de la tragedia de Irak, escuchemos a las voces por la paz // Piketty y los buitres // Claudio Magris: Europa: “La lumpemburguesía se ha brutalizado” // La redefinición del conflicto de clases // El ambiente de la pobreza
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CORREO del SUR
En medio de la tragedia de Irak, escuchemos a las voces por la paz Amy Goodman y Denis Moynihan
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os artífices de la desastrosa invasión y ocupación de Estados Unidos en Irak no tardaron en aparecer ante las cámaras para hablar en los programas de noticias de la televisión por cable. El grupo insurgente conocido como Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS, por sus siglas en inglés) está arrasando en Irak. Una tras otra, está tomando el control de las ciudades del país y se acerca a Bagdad, en lo que ha sido calificado de “avance relámpago”, que incluyó la ejecución sumaria de varias personas. El ISIS surgió como consecuencia del agravamiento de la guerra civil siria, y explotó eficazmente la inestabilidad reinante en dicho país, así como la debilidad del Gobierno del Primer Ministro iraquí, Nouri al-Maliki, conocido por su corrupción. Con tan solo unos miles de soldados armados, el ISIS logró derrotar al ejército iraquí, que cuenta con cientos de miles de soldados entrenados y equipados por las fuerzas estadounidenses de la ocupación, todo esto financiado con dinero de los ciudadanos de Estados Unidos. Dick Cheney, Paul Wolfowitz, William Kristol y Paul Bremer, entre otros miembros de la pandilla de George W. Bush, tuvieron amplio espacio en las cadenas de televisión y en la prensa para arremeter contra el Presidente Obama y culparlo de la actual crisis en Irak. Estos políticos y opinólogos profesionales no están menos equivocados hoy en día de lo que estaban cuando nos quisieron vender la guerra de Irak en 2003. Una persona que conoce bastante bien la situación en la región y a quien no se le ha dado mucho espacio en los medios de comunicación estadounidenses es Lakhdar Brahimi. Brahimi renunció recientemente al puesto de enviado especial de las Naciones Unidas y la Liga Árabe para Siria. Desempeñó el cargo durante dos años, durante los cuales se encargó de supervisar las negociaciones de Ginebra que tienen como finalidad lograr la paz en Siria. Renunció tras haber reconocido el fracaso absoluto del proceso de paz. En una entrevista realizada esta semana en el programa de noticias “Democracy Now” reiteró una advertencia que viene realizando hace tiempo: “La situación en Siria es como una herida infectada: si no se la trata adecuadamente, se esparcirá. Y eso es lo que está sucediendo”. A los 80 años de edad, Brahimi es un hombre con mucha experiencia. Luchó por la independencia de Argelia, contra la ocupación francesa. Más tarde fue nombrado ministro de
Asuntos Exteriores de Argelia, y luego se desempeñó como enviado de las Naciones Unidas en varias zonas de conflicto, como Haití, Sudáfrica y Afganistán. Es miembro de “The Elders” (Los Mayores), un grupo de diplomáticos jubilados formado por el ex Presidente sudafricano Nelson Mandela para trabajar por la paz mundial. Le pregunté a Brahimi cuál pensaba que había sido el peor error de Estados Unidos en Irak desde la invasión en 2003. Me respondió utilizando el cuidadoso lenguaje de un diplomático de carrera: “El error fue invadir Irak. Tras la invasión de Irak, quizá sea muy injusto al decir esto, pero me inclino a afirmar que cada vez que tuvieron la oportunidad de elegir entre hacer las cosas bien y hacerlas mal, muy pocas veces se optó por hacerlas bien”. Brahimi está de acuerdo con muchos críticos que afirman que el Gobierno de Bush se equivocó al disolver el ejército iraquí después de derrocar al Gobierno de Saddam Hussein. En los diez años siguientes, Estados Unidos ha vendido, alquilado o cedido al Gobierno iraquí decenas de armas y equipamiento militar por miles de millones de dólares. La información pública sobre la venta de armas está desperdigada en diferentes sitios web del Gobierno de Estados Unidos e incluye el envío urgente de 300 misiles Hellfire, además de los acuerdos existentes para el envío de armas de bajo calibre, municiones, vehículos blindados Humvee, helicópteros de ataque Apache y el primer envío de aviones de combate F-16 para ser utilizados por Irak. Todas estas armas se están enviando al Gobierno de al-Maliki, que es objeto de condena por aislar a la población suní de Irak, lo que genera sectarismo y conflicto. El Presidente Obama ordenó el envío al Golfo Pérsico del portaaviones USS George H.W. Bush y de dos buques destructores equipados con misiles dirigidos. Si bien en un principio afirmó que no enviaría soldados estadounidenses a Irak, al menos 275 militares fueron enviados para proteger la embajada de Estados Unidos en la denominada Zona Verde de Bagdad, además de 100 soldados de operaciones especiales. El Gobierno de al-Maliki solicitó también a Obama que lanzara ataques aéreos contra las fuerzas del ISIS. Sami Rasouli es otra de las voces que no es escuchada con frecuencia en los medios estadounidenses. Es iraquí, pero se radicó en Estados Unidos en la década de 1970, donde puso un restaurante en la región de Minneapolis-St. Paul, en Minnesota, al que se dedicó durante años. Cuando la ocupación estadounidense de Irak empeoró hasta llegar al caos en 2004, vendió su restaurante y regresó a Irak, donde fundó el grupo Muslim
Peacemaker Teams (Equipos de Musulmanes por la Paz) para ayudar a reconstruir su país. Desde Nayaf, en Irak, me dijo acerca de las fuerzas armadas estadounidenses: “Creo que deberían irse de la zona, que no deberían intervenir y que deberían poner fin a la guerra en Afganistán. Deberían retirar a sus fuerzas y dejar que los árabes y los países de la zona resuelvan sus problemas. No será fácil. Llevará tiempo, pero finalmente hallarán la forma de lograrlo”. Las voces de los iraquíes que están en Irak y de los activistas por la paz en Estados Unidos nos dan lecciones importantes. En 2001, la representante demócrata de California, Barbara Lee, fue la única congresista que se opuso a la guerra como medida de represalia contra los ataques del 11 de septiembre: “El 11 de septiembre cambió el mundo. Nos acechan nuestros más profundos temores. Sin embargo, estoy convencida de que la acción militar no impedirá que se cometan otros actos de terrorismo internacional contra Estados Unidos. Es un asunto muy complejo. Ahora se aprobará esta resolución, pero todos sabemos que el Presidente puede iniciar una guerra sin nuestra aprobación. Sin embargo, por más difícil que sea esta votación, algunos de nosotros exhortamos a mantener la cautela. Nuestro país está de luto. Algunos de nosotros debemos decir: tomemos distancia por un momento, detengámonos a pensar un momento y reflexionemos sobre las repercusiones de las medidas que adoptaremos hoy para que la situación no se salga de control. En la ceremonia de homenaje a las víctimas, que fue muy dolorosa, pero a la vez muy emotiva, un miembro del clero dijo de manera muy elocuente: ‘Al actuar, no nos convirtamos en el mal que deploramos”. Esta semana, la representante Barbara Lee publicó en Twitter: “Seamos claros: Estados Unidos está cansado de la guerra. No existe una solución militar al conflicto sectario en Irak”. Y también están las voces nuevas. Su colega, la congresista de Hawaii Colleen Hanabusa, de filiación budista, presentó una enmienda para impedir las operaciones de combate en Irak. Al respecto, escribió: “Me he opuesto a la invasión y ocupación de Estados Unidos en Irak desde 2002 y creo que una mayor intervención militar carece de un objetivo definido y de un final claro”. El propio Presidente Obama se opuso a la guerra de Irak. Hoy debería recordar aquella decisión.21 de junio de 2014 © 2014 Amy Goodman Traducción al español del texto en inglés: Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org.
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buitres
Piketty y los
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Esteban Actis*
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a decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos de no hacer lugar al pedido de apelación de la Argentina en la causa con los denominados “fondos buitre” ha sido cuestionada por diversos actores por las implicancias negativas que tiene la vigencia de la sentencia dictada por el juez Griesa para el sistema financiero internacional. Dicho fallo tiene un “riesgo sistémico”, dado que la opción de reestructuraciones de deuda soberana para futuros default deja de ser atractiva para cualquier inversionista. No obstante, cabe destacar –de manera colateral y secundaria– que el hecho de uno de los tres poderes del Estado de los Estados Unidos (la Justicia en sus tres instancias) falle de la forma que lo hizo dice mucho sobre el funcionamiento actual del sistema capitalista y de nuestras sociedades democráticas. Para analizar dichas implicancias es necesario vincular lo decidido en Washington con el reciente libro del francés Thomas Pike-
tty El capital en el siglo XXI. Dicha obra ha sido elogiada y reconocida por gran parte del mundo académico mundial y sin lugar a duda ya es uno de los textos de economía (y de las ciencias sociales) más importantes del presente siglo. Piketty analiza el incremento de la desigualdad en las sociedades occidentales y la relación con las metamorfosis del capital desde el siglo XIX hasta nuestros días. El economista señala que las actuales democracias occidentales están volviendo – como fue la experiencia europea del siglo XXI– a transformarse en sociedades patrimoniales en donde el ascenso social está atado a la renta (principalmente financiera) y a las herencias. Como bien argumenta el economista francés, el problema radica en que nuestras democracias descansan en una visión meritocrática del mundo, en una creencia social en la cual las desigualdades están basadas más en el mérito y el esfuerzo (trabajo) que en la herencia y en la renta. Ese tipo de sociedad fue la que deslumbró y enamoró a otro pensador francés, Alexis de Tocqueville, cuando
viajó a los Estados Unidos a mediados del siglo XIX y escribió la clásica obra La democracia en América. Piketty puntualiza que la palabra “renta” y “rentistas” tuvieron una connotación peyorativa durante el siglo XX y desaparecieron del ideal democrático y de los valores meritocráticos que ese sistema promulgaba. El siglo XX fue, a comparación con el siglo XXI, la época del ascenso social y de la igualación de las oportunidades en muchos lugares del mundo, principalmente en el Occidente desarrollado. La decisión de la Justicia, y en definitiva del Estado, de los Estados Unidos ha corroborado la legalidad y legitimidad de un capitalismo basado en la renta financiera que se transformó en hegemónico desde fines del siglo XX. Ese capitalismo está erosionando, de acuerdo con Piketty, los fundamentos democráticos modernos, los mismos fundamentos que posibilitaron que los Estados Unidos fueran considerado un “nuevo mundo” en el 1800. Con la justificación del “respeto en los contratos”, los supremos norteame-
ricanos avalaron una práctica que permite una ganancia extraordinaria (1600 por ciento de la inversión en seis años) de poderosos rentistas cuyas riquezas se acrecientan día a día. Como sostiene Piketty, al igual que en el siglo XIX este tipo de riqueza está alejada de nociones como “labor”, “mérito” y “esfuerzo”. Cabe señalar que en cualquier lugar del mundo el retorno de la inversión esperada en una actividad productiva es del 10-20 por ciento anual. En definitiva, más allá de cómo se resuelva la disputa entre la Argentina y los fondos buitre, lo que ha sido sentenciado y derrotado en la Corte Suprema de los Estados Unidos ha sido, paradójicamente, un tipo de democracia que emanó desde Norteamérica a todo el mundo occidental. “El capital en el siglo XXI” cada día más se aleja de ciertos valores democráticos fundacionales. La Justicia norteamericana no hace más que confirmar la tesis de Piketty. *Licenciado en Relaciones Internacionales. Docente de la UNR. Becario Doctoral Conicet.
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-Es cierto que los confines de Europa, hacia el Este, serían efectivamente aquella Galitzia austrohúngara, tan rica en escritores. Y, más en concreto, yo diría que en relación a Ucrania, los verdaderos confines, la frontera simbólica, sería Rutenia. Ucrania y Rutenia quieren decir lo mismo. Sólo que los rutenos eran los ucranianos austrohúngaros. Los actuales ucranianos formarían parte de una Europa centro-oriental, pero Europa a fin de cuentas. Es decir, el espíritu, el trasfondo histórico del que vienen es particular: un tipo de cultura austrohúngara, una serie de tradiciones, de costumbres, también de desilusiones políticas, de servidumbres. Aunque, evidentemente, hay que tener cuidado con esto. Nada cierra nada. Además, literariamente hablando, tenemos casos como el de Turgueniev, un ruso, a la vez ferviente europeísta. Pero no se trata de hablar en términos estrictamente literarios. “El mundo tiene que ser administrado y cambiado” En lo que se refiere a una determinada civilización, al aspecto sociopolítico e institucional, a la relación entre el ciudadano y el estado, con todos los límites de las generalizaciones, se puede decir que sí, que aquella Galitzia significaba simbólicamente los confines de Europa. Desde luego en el caso de Galicia es mucho más fácil, porque a fin de cuentas la frontera es el mar. Pero aquello es mucho más ambiguo. “Leopoli, tomba di popoli” —es decir, Lvov, la antigua Lemberg alemana— cantaban cuando partían los soldados triestinos, enrolados por Austria, bajo cuyo dominio estaban, en la Primera Guerra Mundial. No me refiero a los voluntarios que se habían
Claudio Magris: Europa:
“La lumpemburguesí "El mundo tiene que ser administrado y cambiado” "La caída de la utopía totalizante es una liberación” "La unanimidad no es democracia” Texto: Mercedes Monmany Fotografías: Gloria Nicolás
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no de los escritores e intelectuales europeos más respetados y escuchados de nuestros días, Claudio Magris (Trieste, 1939), germanista de formación y autor de una variada obra que va desde el ensayo (Utopía y desencanto, La historia no ha terminado, Trieste, una identidad de frontera, El anillo de Clarisse, Itaca y más allá), la novela (Otro mar, A ciegas), el teatro (La exposición, Así que usted comprenderá) o libros fascinantes e inclasificables como El Danubio, que lo dio a conocer en todo el mundo, es asimismo, desde hace años, candidato permanente al Premio Nobel de Literatura. Colaborador desde muy joven de la prensa italiana, y de otros muchos medios
internacionales donde se recogen habitualmente sus lúcidos e incisivos artículos, sus contribuciones semanales en el Corriere della Sera suscitan siempre numerosos y apasionantes debates, como el que ha tenido lugar recientemente acerca de su inclusión, no solicitada, sin él saberlo, en la red social Facebook: “Reclamo mi derecho, defendido por la Constitución, de no formar parte de ninguna asociación; al mismo tiempo reivindico mi absoluto derecho a la incapacidad digital ”. Magris recordaría que a todos, hoy, se les exige leer los mismos libros, discutir acerca de los mismos problemas, participar en los mismos eventos: “El que no lo hace es clasificado inmediatamente de asocial y se le reconduce a la norma, aunque sea en contra de su voluntad, como un clochard al que se le obliga a ponerse un smoking”.
-En una ocasión, recuerdo que en un coloquio estuvimos comentando que Europa está de algún modo encuadrada entre dos Galicias: la Galicia del Finisterre europeo, al oeste, y en el lado oriental, la antigua Galitzia austrohúngara, patria de tantos escritores míticos, desde Joseph Roth a Bruno Schulz. Si nadie duda sobre las fronteras occidentales de Europa, la cuestión sobre dónde acaba, hacia el este, siempre ha estado en discusión. Ahora, curiosamente, este debate histórico que viene de lejos vuelve a estar sobre el tapete con el drama ucraniano. Un drama que no plantea si no una nueva paradoja: mientras en el oeste florecen los euroescépticos, los euronegacionistas, y algunos países y sobre todo grupos populistas quieren salir como sea de la Unión Europea, en el otro lado la gente soporta temperaturas de 20 grados bajo cero porque quieren entrar aunque les cueste la vida. Recientemente, el magnífico escritor Yuri Andrujovich, cabeza de serie absoluto de las últimas generaciones literarias ucranianas, ha lanzado una llamada desesperada a sus amigos y colegas del resto de Europa: “¡Piensen en nosotros! ¡Muestren su solidaridad!”.
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ido a combatir por Italia contra Austria, sino a los ciudadanos austriacos de entonces que eran enviados a Galitzia, a unas terribles y masacrantes batallas.
-Este año, con enormes fastos y homenajes a caídos de todos los bandos, con publicaciones y revisiones históricas múltiples, se conmemora el inicio de esta Primera Guerra Mundial de la que hablas. ¿Cuáles son los fantasmas y retos aún pendientes, las posibles lecciones a las que se enfrenta la Europa actual desde aquella devastadora tragedia, de proporciones apocalípticas, con la que en realidad dio comienzo el siglo XX?
-En mi caso particular estoy implicado precisamente en un proyecto alrededor de esta conmemoración. Voy a hacer para la televisión italiana una serie con cuatro capítulos. En cada una de las partes estará presente un diálogo con un personaje determinado. La primera parte, la principal, la llamo El sueño de Adán. Y empiezo con Adam Wandruszka, un gran historiador austríaco, nacido a finales del 14. En una ocasión vino a Trieste a buscar en el cementerio austríaco la tumba de su padre, que había caído como oficial en los montes del Carso, junto a Trieste, combatiendo contra los italianos. Adam me dijo que se llamaba así porque cuando su padre se fue a la guerra su madre estaba embarazada, y su padre decidió que si era niño se tenía que llamar, sin lugar a dudas, Adam. Por una simple razón: porque esta sería la última guerra de la historia y luego se nacería a un mundo de paz, a un “nuevo Adán”. Este sueño increíble recorría en aquel entonces todo y a todos sin excepción. Sucedía, por ejemplo, con la poesía rusa que soñaba con el hombre nuevo, y en tantos otros casos. Todos creen que surgirá algo nuevo y diferente. Pero al final resultó que la guerra no sólo dejó tras de sí una masacre espantosa, sino que, muy al contrario, nada quedó solucionado: el problema de las fronteras
quedó aún más abierto, el problema de las nacionalidades se incrementó…
-¿Cómo vivieron la cruda realidad de la guerra todos aquellos jóvenes que iban directamente al matadero, de forma alegre en ocasiones, sin ser conscientes?
-Hay una frase del Papa Benedicto XV, el único que en aquellos días, junto a algunos socialistas, realmente llegó a comprender y ver claro lo que estaba sucediendo, que dice así: “Inútiles masacres y suicidio de Europa”. Porque con aquella guerra, Europa, que durante 2.000 años había sido el centro del mundo, se hundiría en lo peor.
na, en ocasiones muertos prematuramente, como Scipio Slataper y Carlo Stuparich, caídos en el frente durante la Guerra del 14. Elody Oblath, una de las amigas de Slataper, el mítico autor de Mi Carso —que escribiría con tan sólo 24 años—, quien más tarde se casaría con el Stuparich sobreviviente, con Giani, dijo sobre aquellos días del inicio de la guerra: “Estábamos dispuestos a morir y en el fondo —y esto lo dice con un profundo sentido de culpa— estábamos igualmente dispuestos a pedir la muerte de millones de hombres”. Es decir, encuentras a muchos que se van a la guerra con un
quedaron totalmente fuera de juego porque no entendían a las masas. El fascismo y el comunismo las entienden perfectamente. Yo diría que el fascismo, al menos en un primer momento, las entiende incluso más. Además, no olvidemos que países como Italia no deseaban la guerra, el Parlamento no la quería, fue la plaza —la calle, por así llamarla— la que la impuso. Con lo cual se produce un fenómeno extremadamente peligroso. En ese sentido es una época que hace acabar efectivamente ese “mundo de ayer” y abre paso a la Segunda Guerra Mundial que, con todos sus espantos espe-
ía se ha brutalizado” Esto es interesantísimo cuando lo vemos desde nuestra perspectiva actual: cómo se es incapaz de imaginar lo que vendrá más tarde. Cuando se produce el atentado de Sarajevo, es decir, el comienzo de la guerra en sí, ninguna potencia entonces creía que se llegaría a ella. Piensan: les daremos alguna que otra bofetada como mucho, durará cuatro días… Y de repente estalla esto monstruoso que para los militares sería incluso peor que la Segunda Guerra Mundial. Entendámonos: la Segunda es horrible para los civiles, además está la atrocidad de la Shoah, pero para los militares aquello sería algo apocalíptico, nunca visto. Muchas posturas de aquellos días son realmente llamativas, y no sólo en lo que se refiere a los ultranacionalistas belicosos, sino también en lo que se refiere al campo de los demócratas de aquellos momentos, por así llamarlos. Ellos también compartían esta fe absoluta en ese mundo nuevo del que hablábamos. “La caída de la utopía totalizante es una liberación” Nos han llegado testimonios impresionantes, por ejemplo, a través de aquella joven y brillantísima generación perdida triesti-
sentido de la aventura, de las experiencias emocionantes, y luego, inmediatamente, llegan Verdún, Galitzia, el Carso, lugares en los que, para ganar un espacio que sería como ir desde aquí hasta el fondo de aquella escalera, tienen que caer doscientos hombres, y al día siguiente otros doscientos. Son necesarias todas aquellas terribles matanzas para que por fin se lleven las manos a la cabeza horrorizados. Es realmente sorprendente. Porque yo, que he tenido la suerte de no haber estado en ninguna guerra, no tengo necesidad de que nadie me meta una bayoneta en la barriga para imaginar que es algo espantoso. Es algo extraordinario esta imprevisión, este pillar por sorpresa. Luego está otro fenómeno de enorme importancia que aparece con esta Primera Guerra, que es la aparición de las masas en toda Europa, con lo que el mundo cambió radicalmente.
-Se cancela en cierto modo aquel “mundo de ayer”, de seguridad, con sus pautas, sus problemas enquistados, pero también sus rutinas, del que hablaba Zweig.
-Cambian muchas cosas, en efecto. En la posguerra del 14, todas las fuerzas políticas que antes habían dominado los países —los liberales, los republicanos, etc.— se
cíficos, sus horrores, en el fondo no es más que una continuación. Pero lo que hace bascular todo, el verdadero big bang del nuevo mundo, incluyendo en esto tanto lo bello como lo nefasto, es la primera. Sin la Primera Guerra Mundial, sin el suicidio de Europa, probablemente los pueblos coloniales, por ejemplo, no hubieran podido más tarde emanciparse. Aquel de entonces es un proceso que, a mi entender, aún no ha terminado. Lo que una vez fue un orden, con tantos aspectos discutibles, algunos incluso tremendos, estalló de repente.
-Llama la atención la tremenda inocencia con la que algunos se enfrentaron a este auténtico fin del mundo antes nunca conocido, como decías.
-Hay casos realmente llamativos, conmovedores. En la tercera parte que he escrito para esta serie de televisión hablo sobre la literatura y la guerra mundial. Por un lado, está la literatura de exaltación, de género nacionalista, y por otro la demócrata. Están los que la denuncian, los que la aceptan —como sería el caso de Stuparich, de Carlos Emilio Gadda— y también, claro, los pacifistas. Luego están los que, como A PÁGINA 6
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Jünger, continúan creyendo que la guerra es “una gran escuela”. Yo, naturalmente, estoy en contra de Jünger, pero tengo que decir que entiendo mejor a alguien como él, que desde el principio sabe lo que es la guerra y por tanto no se sorprende, que a aquellos que van a la guerra como a una aventura y luego dicen “¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?”. Hay una maravillosa historia judía que me contó en una ocasión el escritor triestino Giorgio Voghera, que es la historia de un judío austríaco que es llamado a filas. Él está en contra de la guerra pero va. Le fastidia, pero hace los ejercicios reglamentarios, las maniobras, aprende a disparar. Por fin lo mandan al frente y él va obedientemente. Una noche, dan la orden de salir de las trincheras y atacar las posiciones rusas. Él va de mala gana, pero se arrastra por tierra para ir avanzando y, en un momento dado, los rusos lanzan unas bengalas que iluminan la llanura y comienzan a disparar. Y él de repente se pone a gritarles: “¡Pero qué hacéis! ¿Estáis locos o
CORREO del SUR seguir intentando mejorar el mundo, es decir, haciendo intentos una y otra vez, siempre de manera imperfecta, democrática, conciliadora, de repente esta caída parece que hubiese llevado a la gente a no creer en ninguna solución. “La unanimidad no es democracia” Hay una frase de aquel cabaretista genial del que Brecht aprendió mucho, Karl Valentin, que dice: “Hubo una vez en que el futuro fue mejor”. No el presente, porque se trataba de un presente horrendo. Es decir, hasta un cierto momento de la historia bastante reciente, había existido la idea de construir un futuro mejor, un proyecto para un futuro. Yo, por ejemplo, que nunca compartí la utopía comunista, sigo creyendo que este cinismo actual es un error. Lo que sucede es que la humanidad, en estos momentos, se muestra verdaderamente inmadura, en el sentido de que o bien quiere tener las revelaciones como en el Sinaí, con unas tablas de la ley dadas por Dios a través de las cuales se sabe todo inmediatamente, o bien, en lugar de esto, en el otro lado, no existe nada en absoluto. Todo se tiene que construir trabajosamente, con una mezcla de pasión, pero también de cierto escepticismo, con vistas a un mundo no perfecto sino simplemente mejor. Creo que es importante que sigamos creyendo que el mundo no sólo tiene que ser administrado, sino también cambiado.
-Los populismos y grupos xenófobos han crecido de forma espectacular en estos últimos años en muchos países europeos, desde Francia y Holanda, hasta Grecia, Hungría o Noruega. ¿Lo ves de una manera preocupante?
qué? ¡Aquí hay gente!”. Y en ese momento cae fulminado por una bala.
-Has hablado mucho de las utopías en tus libros, en novelas como A ciegaso en ensayos como Utopía y desencanto. Después del siglo de las utopías por excelencia, el siglo XX, de su desmoronamiento tras la caída de los regímenes totalitarios de un signo y de otro, ¿qué ha quedado? Parece que con ellas se fueron también un gran número de ideas sociales justas, legítimas, y comenzó poco a poco un declive de los partidos tradicionales de izquierda en Europa. Ahora, de norte a sur, de este a oeste, parece sólo reinar un gran cinismo, escudado en una dramática crisis, que no es sólo económica, sino también de las ideas, de los valores, de ilusiones que se asesinan antes incluso de tener la oportunidad de enunciarse. Además se aplica el término de “radical” enseguida a todo aquel que reclama simplemente cambios en este estado de cosas.
-Yo creo que la caída de las utopías, ya no digo totalitarias, sino totalizantes, aquellas que tenían la idea de construir un futuro perfecto, de tener la receta para construirlo, el hecho de que estas utopías cayeran, no tiene por qué significar en modo alguno una desilusión, sino que tiene que ser vivido como una liberación. Lo trágico es que en vez de sentirse libres de soluciones equivocadas y autoritarias, y por tanto libres para
-Sí, claro que es preocupante. Yo, hace algún tiempo, inventé una palabra: lumpemburguesía. Marx hablaba de un lumpemproletariado, es decir, de un proletariado perdulario, marginal, en el sentido de tan explotado y tan cautivo que no tenía conciencia alguna de sí mismo, ninguna característica especial, y por tanto estaba listo para ser utilizado por los populismos más reaccionarios. Lo que ha sucedido en estos veinte años últimos, grosso modo, es la formación de una lumpemburguesía, una burguesía de clase media, que moralmente, culturalmente, está brutalizada. Que ha perdido cualquier principio de dignidad, de decoro, incluso de hipocresía, que era uno de los valores que la sustentaban, algo que significaba un freno de algún modo. Es decir, si yo soy un antisemita pero estoy callado por miedo a que la sociedad en torno a mí me mire con reproche, sería una pésima señal para mí, pero una buena señal para la sociedad. Si, por el contrario, soy antisemita, y mando — como recientemente ha sucedido, en el día de la conmemoración del Holocausto— un montón de cabezas de cerdo a la Sinagoga de Roma, sin que ello comporte ningún tipo de censura, sería una pésima señal no sólo para mí sino para el mundo en el que vivo.
-¿Qué tipo de solución ves a todo esto, a esta desmoralización creciente de una buena parte de la sociedad europea?
-Yo diría que lo que no se consigue ver por ningún lado hoy día son las fuerzas políticas que puedan llevar a cabo las reformas necesarias. Creo verdaderamente que la única solución es un Estado euro-
peo fuerte, federal, respetado, en el que estén integrados los estados individuales de ahora, incluyendo en esto las regiones, las provincias, con sus diferencias y sus características propias, pero sin negar la pertenencia a este Estado fuerte europeo, con unas leyes compartidas por todos. La emigración, por ejemplo, es un problema europeo, es ridículo tener leyes diferentes en Italia, en Francia o en Holanda. Sería como tener leyes distintas en Florencia o Bolonia. Esto es muy difícil, por supuesto, y más que nada en estos momentos, obviamente, en que la crisis económica ha traído consigo numerosos pasos atrás. Y hay que recordar también que es muy complicado construir una casa común entre muchos. Si bien he escrito mucho sobre la necesidad de integrar a todos por igual, tanto los que vienen del este —considerados muchas veces de segunda categoría— como los que ya están en el oeste, es necesario, antes de incluir a demasiados países, que el proyecto originario se consolide de un modo sumamente sólido y a él luego se unan todos lo que deban unirse. Y cuando digo demasiados no quiero que se me entienda mal. Por supuesto no quiero decir que Rumanía tenga menos valor que España. Pero hay que consolidarlo antes de forma conveniente, en ocasiones reformando lo ya existente. Es decir, probablemente habría que abolir, en cada uno de los campos, el principio de unanimidad. Porque la unanimidad no es democracia, sólo los regímenes autoritarios fingen tener esa falsa unanimidad. Es imposible funcionar veto tras veto. “La lumpemburguesía se ha brutalizado” Debido al peso tremendo de esa elefantiasis burocrática, está sucediendo en Europa lo que sucede en mi universidad, en la que sólo se convocan reuniones para discutir lo que se tiene que hacer. Aún así hay que recordar que en la construcción de Europa, por primera vez en la historia del mundo, se intenta construir un complejo entramado que desemboque en un estado pluriestatal no con la guerra sino a través del acuerdo. Hasta ahora todas las grandes operaciones en Europa se hacían a través de las guerras. Los romanos no les pidieron permiso a los galos para invadirlos, tampoco el Imperio austrohúngaro pedía permiso para tomar el Banato.
-El Danubio, el libro con el que se te conoció en muchos países, apareció en 1986. En cierto modo, ha contribuido enormemente a esta difícil construcción europea de la que hablabas, a sentir más cercanos, anormalizarlos, a un gran número de países que antes eran mirados como extranjeros. Desde la perspectiva actual, ¿cuál dirías que fue la espoleta de salida para aquella obra tan particular, que conectó con tantos lectores, y que fundó casi un género, se podría decir, mitad reportaje, mitad relato histórico en torno a la civilización danubiana, mitad novela con personajes y relato autobiográfico encubierto?
-Naturalmente, sin todos los años previos, en los que había estudiado una parte al menos de la civilización danubiana, no hubiera podido escribir el libro, es evidente. Porque, lo mismo que si me hubiera puesto a escribir sobre el Mississippi o el Volga, me habría faltado familiaridad. Este viaje del conocimiento al no conocimiento —porque finalmente uno acaba también por no entender nada—, el haber escogido el Danubio, partía de esa premisa. Luego estaba, por supuesto, el hecho de que el Danubio es un río que no se identifica sólo con un país, como sucede con el Volga. Es decir,
atravesando pueblos, culturas, sistemas políticos, lenguas, enseguida se convertía en un símbolo de la Babel del mundo, de la necesidad y de la dificultad también de atravesar fronteras. Y, por supuesto, cuando digo fronteras no me refiero sólo a las nacionales, sino a las culturales, a las religiosas, a las que llevamos dentro de nosotros, etc. Un mundo en el que, conforme avanzaba, más familiaridad perdía. Aunque luego tuvo lugar un momento especial, como siempre sucede con mis libros, aparte del tema de fondo que puedan tener, en que se produjo un suceso, un clic que lo desencadenó. “Una causa próxima”, como decía Aristóteles. El Danubio nace, por así decirlo, un día de septiembre de 1982, en que con Marisa Madieri, mi mujer, y con algunos amigos, habíamos planeado ir a Eslovaquia, que entonces aún seguía siendo Checoslovaquia. Estábamos aún en la frontera de Austria y era un día bellísimo, esplendo-
roso, en el que compartíamos realmente esa sensación de abandono, de amistad, de estar en armonía con el fluir de la vida. En aquel momento, señalado con una flecha, vimos: Museo del Danubio. Era algo extrañísimo. Era como si los enamorados en los bancos de los parques descubrieran de repente formar parte de una exposición sobre el amor en los bancos públicos, como la canción de Brassens Les amoureux des bancs publics, sin ellos saberlo. Pues entonces nos sucedió lo mismo, el Danubio apareció con una flecha que señalaba “Danubio”. En ese momento Marisa, mi mujer, dijo: “¿Y si continuásemos hasta llegar al Mar Negro?”. Justo entonces tuve la idea de escribir el libro. De todos modos, hasta que no tuve un tercio acabado no sabía de qué tipo sería: si sólo reportajes, si sería yo el personaje, con mi propio nombre, como cuando firmo mis artículos del Corriere della Sera, o si se convertiría en un personaje total o parcialmente inventado. Revista Luzes es un revista mensual en papel y en gallego, dirigida por Manuel Rivas y Xosé Manuel Pereiro. Publicado como “Claudio Magris: La única solución para Europa es un Estado fuerte, federal y respetado”, No. 4, 7 de junio, 2014 http://blogs.publico.es/revista-luzes/
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La redefinición del conflicto de clases Vicenç Navarro*
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n realidad, la categoría “clase social” había desparecido del léxico analítico en la mayoría de estudios que tratan sobre la distribución de poder en esas sociedades. La mayoría de los análisis se han centrado en los últimos treinta años en categorías de poder, como género, raza y nación, entre otros, estudiando las causas y las consecuencias de que los hombres tengan más poder que las mujeres; que los blancos tengan más poder que los negros; o que ciertas naciones tengan más poder que otras. Excelentes trabajos académicos se han centrado en estos temas y seguro que seguirán produciéndose más, pues su necesidad es clara, debido a las desigualdades de poder basadas en estas categorías. La “clase social” dejó de ser un tema de interés (en parte por el declive del marxismo como manera de entender la sociedad). Bajo la hegemonía del pensamiento dominante (resultado de su triunfo en la Guerra Fría), centrado en el establishment académico-político-mediático estadounidense, el término “clase social” desapareció. En EEUU hablar de clase capitalista y clase trabajadora, o en Europa hablar de burguesía, pequeña burguesía, clase media y clase trabajadora, pasó a percibirse como una manera “anticuada” de ver la sociedad. Ni que decir tiene que una consecuencia (deseada) de esta percepción es que nadie hablaba de lucha de clases, algo ya más que anticuado. Esta expresión se consideraba una blasfemia. Hablar de estos conceptos y categorías implicaba que al que los utilizaba se le definiera peor que “anticuado”. Se le consideraba un ideólogo, inmune a la realidad que le rodea. En esta realidad, configurada por la sabiduría convencional, el progreso económico y tecnológico había eliminado o disminuido a la clase trabajadora, sustituyéndola por la clase media, considerada como la clase a la cual pertenecía la mayoría de la población. La estructura social quedaba, pues, constituida por los ricos (la clase alta), la clase media, y los pobres (la clase baja). Esta categorización llega a niveles extremos en el Estado español, que divide a los españoles en clase alta, clase media alta, clase media media, clase media baja y clase baja, a lo cual yo sugeriría irónicamente al Estado que pusiera otra categoría que se llamara “clase baja baja”. Para apoyar esta categorización, se realizaban constantemente encuestas en las que se preguntaba a la ciudadanía si pertenecían a la clase alta, a la clase media o a la clase baja. Y, puesto que la mayoría de la ciudadanía no se considera ni rica ni pobre, la gente respondía “clase media”. De este tipo de encuestas se concluye que la mayoría de ciudadanos eran y se consideraban clase media.
Errores y falacias de la sabiduría convencional No hacía falta que apareciera el conocido libro de Piketty Capital in the Twenty-First Century para observar que el capitalismo en sí, siguiendo su propia lógica de optimizar la acumulación del capital a fin de aumentar los beneficios, llevaba, no una reducción de las desigualdades con una mayor redistribución de las riquezas (como asumían los apologistas del sistema capitalista), sino, al contrario, a un crecimiento de la concentración del capital. Es decir que los ricos y súper ricos eran cada vez más ricos y súper ricos, creciendo su riqueza (derivada de la propiedad del capital) más rápidamente que la asignada al mundo del trabajo, vía salarios. El hecho de que esto no ocurriera durante y después de la II Guerra Mundial (la llamada “época dorada del capitalismo”) se debió a causas políticas y, muy en especial, al poder de la clase trabajadora, que presionó para que hubiera una redistribución de la riqueza. Fue precisamente esta presión la que creó un gran aumento del nivel adquisitivo y del bienestar de la clase trabajadora, a costa de un descenso de la concentración de la propiedad del capital y de sus rentas, conseguido, en parte, a través de intervenciones públicas (de carácter fiscal). El nivel de imposición al capital y a las rentas superiores alcanzó en EEUU, incluso el 91% (sin que ello afectara, por cierto, al crecimiento económico, como los economistas neoliberales siempre claman que ocurrirá si los impuestos del capital y de las rentas superiores aumentan). Como consecuencia de ello, los dirigentes de las mayores compañías industriales de EEUU nunca ganaban una renta 30 veces superior a la de los trabajadores. Por otro lado, el salario de la General Motors era (en dólares de hoy) de 50 dólares por hora (contando las prestaciones sociales). Es interesante subrayar que en aquel momento (1945-1978) poco se hablaba de la clase media, a pesar de que la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora era mayor entonces que ahora. El eje central que marcaba el nivel salarial era el trabajador de la manufactura. El neoliberalismo, que se promovió a partir de 1978 (con la reforma laboral y tributaria en la Administración Carter, y con mayor ahínco por parte del Presidente Reagan y la Sra. Thatcher, era la respuesta de la clase capitalista a favor de sus intereses, rompiendo el pacto social que había existido durante el periodo 1945-1978. El neoliberalismo fue, y es, la doctrina e ideología que tenía como objetivo derrotar a la clase trabajadora, mediante bajadas salariales, el desmantelamiento de la protección social y la privatización de los servicios públicos del Estado del Bienestar. Este debilitamiento del mundo del trabajo (su derrota en la lucha de clases que se realizó en
todas las dimensiones de la sociedad) era esencial para recuperar el poder que había perdido la clase dominante en la época anterior. Y lo ha conseguido. Hoy, en EEUU, la mayor empresa no es la General Motors, sino la cadena de supermercados Walmart, conocida por su hostilidad a los sindicatos, que paga 10 dólares por hora sin apenas prestaciones sociales. Los impuestos sobre el capital y las rentas superiores han bajado a un 23% y los directivos de las mayores empresas ganan 350 veces más que sus trabajadores. La reducción de la supuesta clase media es, en realidad, la bajada de salarios de la clase trabajadora mejor pagada y la precarización del mercado de trabajo, así como lo que ya algunos indicamos en su día: “la proletarización de los profesionales”, es decir, la pérdida de autonomía de los profesionales (incluyendo los licenciados universitarios), el deterioro de sus condiciones de trabajo y la bajada de la remuneración de la clase profesional (médicos, ingenieros, licenciados universitarios) que ha caracterizado estos treinta años. ¿Por qué la sustitución del término “clase trabajadora” por el de “clase media”? Este cambio era enormemente importante para hacer creer a la clase trabajadora que el punto que les unía no era el trabajo y su relación con el tipo de trabajo, sino que era el consumo y nivel de renta, sin analizar el origen de esa renta. Era también la manera de individualizar y atomizar la respuesta, que hasta entonces había sido colectiva. Según este mito, la mayoría de ciudadanos estaban en el medio (aunque claramente el medio iba bajando y bajando). El descenso era consecuencia del descenso de los salarios y de la pérdida de poder de los sindicatos. El enorme crecimiento de la riqueza se distribuía entre los propietarios del capital a costa de los recursos que se asignaban a los trabajadores. Ahora bien, esta situación ha creado un enorme potencial de alianzas de cla-
se, pues a la clase trabajadora, que continúa existiendo con una gran variedad de componentes, se suman las clases profesionales que históricamente tenían como función gestionar, supervisar y dirigir (bajo la supervisión del capital) a la sociedad, grupos que se están polarizando, con grupos muy remunerados, próximos a las élites gobernantes (tanto financieras y económicas, como políticas y mediáticas), y el resto, la mayoría de profesiones que están siendo masificadas en condiciones que tienen muchas similitudes con el mundo del trabajo más tradicional. Ello explica que, de una manera creciente, la lucha de clases sea más y más la lucha entre los propietarios y gestores del capital y sus sirvientes en la reproducción de su poder (el 10% de la población) y la gran mayoría de la población (el 90%) que está expropiada por el primer grupo, que además controla el poder político y mediático del país. La lucha de clases es hoy mucho más amplia y es el conflicto de los de abajo frente a los de arriba o, en otras palabras, de la mayoría (el 90% de la población) frente a la minoría (el 10%). El gran éxito del movimiento 15-M en España y del Occupy Wall Street en EEUU y, más recientemente, del movimiento y Partido Podemos, ha sido precisamente dar voz a esta realidad que inmediatamente se ha extendido al resto de la población. Hoy la legitimidad del Estado está por los suelos, con amplias posibilidades de rechazo hacia el sistema actual, que no puede limitarse a realizar reformas puntuales –típico comportamiento parlamentario- sino que debe hacer un cambio más sustancial del sistema político mediático actual. El número y extensión de los movimientos contestatarios está aumentando de una manera muy notable, señalando el agotamiento del neoliberalismo y de las instituciones políticas que lo han estado reproduciendo. *Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
El ambiente de la pobreza Bjørn Lomborg
A
pesar de los avances en la esperanza de vida, el mayor acceso a la educación y los menores índices de pobreza y hambre, falta mucho por hacer en el planeta para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Casi mil millones de personas siguen acabando la jornada con hambre, 1,2 mil millones viven en la pobreza extrema, 2,6 mil millones carecen de acceso a agua potable e instalaciones sanitarias, y casi tres mil millones deben quemar materiales dañinos dentro de sus hogares para combatir el frío. Cada año, diez millones de personas mueren a causa de enfermedades infecciosas como la malaria, el VIH y la tuberculosis, además de la neumonía y la diarrea. Se estima que la falta de agua e instalaciones sanitarias causa al menos 300.000 muertes al año, mientras que la desnutrición provoca al menos 1,4 millones de fallecimientos infantiles. La pobreza es uno de los factores que más mata. Es la razón de que los niños no reciban una nutrición adecuada y vivan en zonas con aguas sucias e higienización inadecuadas. Y explica por qué una enfermedad completamente prevenible como la malaria mate cerca de 600.000 personas al año; muchos son demasiado pobres como para comprar medicamentos y mosquiteros para camas, al tiempo que los gobiernos carecen de presupuesto para erradicar los insectos que transmiten la enfermedad ni tratar los brotes epidémicos de manera oportuna. Sin embargo, algunos de los problemas más letales tienen que ver con el medio ambiente. Según la Organización Mundial de la Salud, cerca de siete millones de muertes se deben cada año a la polución del aire, la mayoría como resultado de la quema de ramas y estiércol dentro de los hogares. Se estima que el uso por parte de generaciones anteriores de plomo
en pinturas y gasolina causó casi 700.000 muertes al año. La polución del ozono de superficie mata a más de 150.000 personas al año, mientras que el calentamiento global provoca otras 141.000 muertes. El radón radioactivo, que se encuentra en la naturaleza y puede acumularse al interior de los hogares, da cuenta de la muerte de cerca de 100.000 personas cada año. Aquí también la pobreza tiene un papel desproporcionadamente grande. Nadie enciende una fogata dentro de su casa por diversión, sino por carecer de la electricidad necesaria para cocinar y mantenerse sin frío. Si bien la polución del aire exterior se explica en parte por la industrialización incipiente, representa un término medio temporal en beneficio de los pobres: escapar del hambre, las enfermedades infecciosas y la polución del aire al interior de los hogares para estar en mejores condiciones de acceder a una buena alimentación, atención de salud y educación. Cuando los países alcanzan niveles de riqueza suficientes, pueden permitirse tecnologías más limpias y comenzar a aplicar leyes ambientales que reduzcan la polución del aire externo, como vemos en Ciudad de México y Santiago de Chile. Una de las mejores herramientas contra la pobreza es el comercio. China ha logrado sacar a 680 millones de personas de la pobreza en las últimas tres décadas gracias a una estrategia de rápida integración a la economía global. Es probable que la mejor medida para combatir la pobreza que puedan llevar a cabo las autoridades esta década sea ampliar el libre comercio, especialmente en el ámbito agrícola. También resulta reconfortante el que se esté destinando más dinero a ayudar a los pobres del mundo: la ayuda para el desarrollo se ha casi duplicado en términos reales en los últimos 15 años, reforzando recursos para ayudar a quienes sufren de malaria, VIH, desnutrición y diarrea.
CORREO del SUR Director General: León García Soler
Y si bien los datos son un poco inconsistentes, no hay duda de que el mundo está destinando más recursos al medio ambiente. Los aportes para proyectos ambientales se han elevado desde un 5% de la ayuda bilateral en 1980 a casi un 30% hoy en día, con un total anual de cerca de $25 mil millones. Suena fenomenal. El mundo puede centrar cada vez más su ayuda en los problemas ambientales más acuciantes (la polución del aire exterior e interior, junto con la polución del ozono y el plomo) que causan casi todas las muertes relacionadas con el medio ambiente. Lamentablemente, no está pasando así. Casi toda la ayuda ambiental (cerca de $21,5 mil millones, según la OCDE) se destina al cambio climático. No hay duda de que el calentamiento global es un problema que debemos enfrentar de manera inteligente (si bien nuestro historial hasta el momento no da pie a mucho entusiasmo). Pero para hacerlo se necesita energía renovable barata, especialmente en el mundo desarrollado, no destinar dinero a reducir las emisiones de gases de invernadero como el CO₂ por parte de los países en desarrollo. De hecho, hay algo fundamentalmente inmoral en el modo en que fijamos nuestras prioridades. La OCDE estima que el mundo gasta al menos $11 mil millones del total del dinero para el desarrollo en reducir las emisiones de gases de invernadero. Gran parte de ello a través de energías renovables como la eólica, hídrica y solar. Por ejemplo, Japón otorgó hace poco $300 millones de su ayuda para el desarrollo a subsidiar energía solar y eólica en India. Si la totalidad de esos $11 mil millones se destinaran a la energía solar y eólica en la misma proporción que el gasto global actual, las emisiones globales de CO₂ se reducirían en cerca de 50 millones de toneladas al año. Si se simula en un modelo climático estándar, ello bajaría las temperaturas de manera tan trivial (cerca de
0,00002ºC en el año 2100) que equivaldría a posponer el calentamiento global para fines de siglo algo más de siete horas. Por supuesto, los abanderados del cambio climático podrán aducir que los paneles solares y las turbinas eólicas darán electricidad (si bien de manera intermitente) a unos 22 millones de personas. Pero si ese mismo dinero se destinara a la generación de electricidad mediante gas, se podría sacar a casi 100 millones de personas de la oscuridad y la pobreza. Más aún, esos $11 mil millones se podrían utilizar para dar respuesta a problemas incluso más acuciantes. Los cálculos del Consenso de Copenhague demuestran que podrían salvar casi tres millones de vidas al año si se utilizaran en la prevención de la malaria y la tuberculosis y en el aumento de la vacunación infantil. También se podrían destinar a elevar la productividad agrícola, salvando a 200 millones de la inanición en el largo plazo, al tiempo que se aliviarían los efectos de los desastres naturales mediante sistemas de alerta temprana. Y todavía quedarían fondos para ayudar a desarrollar una vacuna contra el VIH, distribuir medicamentos para tratar ataques cardíacos, proporcionar una vacuna contra la Hepatitis B al mundo en desarrollo y evitar que 31 millones de niños mueran de hambre cada año. ¿Realmente es mejor posponer siete horas el calentamiento global? Incluso si seguimos gastando $11 mil millones para retardar cien años el aumento de los gases de invernadero, postergaríamos el calentamiento global menos de un mes para fines de siglo, un logro sin efectos prácticos para nadie en el planeta. ¿Por qué el mundo escoge a propósito vivir de manera tan ineficaz? ¿Podría ser que porque la ayuda para el medio ambiente no apunta tanto a ayudar al mundo como a sentirnos con la conciencia un poco más tranquila?
Suplemento dominical de Director: Adolfo Sánchez Rebolledo
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