Correo Del Sur No 354

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NĂşmero 354 Septiembre 29, 2013

En un universo extraĂąo / El conflicto Capital-Trabajo hoy / Escenas de Nueva York / Alvaro Mutis in memoriam


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CORREO del SUR

En un universo extraño Rafael Poch

“E

l futuro es un país extraño”. Así tituló su último libro-epílogo de una historia mundial del pasado medio siglo el historiador Josep Fontana. Confieso que ese título me desconcertó un poco. Ahora, examinando la actualidad, no podría encontrar otro mejor. Hubo un momento en el que parecía que la sociedad europea, por lo menos aquella más azotada por la estafa neoliberal, despertaba. Islandia, Indignados, Bepe Grillo, Ocuppy, Portugal… En Francia parecía que el Front de Gauche disputaba cierto espacio de malestar y de reacción nacional republicana al Front National. Ahora la sensación es que todo aquello fue poco; en algunos casos débil y disperso, en otros demasiado despolitizado, y en todos insuficiente. Solo Grecia con sus 17 huelgas generales en dos años, mientras Syriza ascendía hacia posiciones cercanas a las de primera fuerza política, ha dado la talla, sin desmerecer la alargada e inquietante sombra del “Amanecer Dorado”. Pero solo Grecia no alcanza para que Bruselas, Berlín y el establishment global que determina la gran política, tengan miedo y aflojen. Hacían falta tres o cuatro Grecias para empezar. Mucha más desobediencia y legítima ilegalidad. No se ha llegado a ello, ni hay, de momento, perspectiva. ¿Qué es lo que falla? ¿Por qué una juventud sin futuro se limita a gesticular? Esta involución ha venido para quedarse y tiene consecuencias y tendencias políticas muy claras, porque un mundo tan desigual, unas sociedades tan injustas y desesperanzadas solo pueden ser gobernadas con métodos e ideologías en sintonía con ello. Y eso es lo que asoma. En Francia la muerte del joven Clément Méric, el 5 de junio a manos de un mamporrero de extrema derecha, ha evidenciado que ya hay que pelear hasta por el consenso antifascista que fue firme en la segunda mitad del siglo anterior. Se ha presentado al valiente adolescente de 18 años, un alumno brillante admirado por sus profesores, una persona frágil que acababa de superar un cáncer, como un “extremista”. Se ha explicado que fue él quien empezó labagarre. Se reduce a mera bronca, a “pelea entre bandas” una reacción que se creía rodeada de una elemental legitimidad: reaccionar y no tolerar que gente violenta con esvásticas tatuadas en el cuello se paseen por una ciudad que deportó a decenas de miles de judíos y que se creía vacunada por aquella vergüenza contra ese tipo de símbolos. Eso ya no es así. La República está en horas bajas, confusa y postrada en todos aquellos valores que la hicieron grande e importante para Europa, con su derecha empresarial loando el “modelo alemán” y su extrema derecha -que podría barrer pronto a la derecha tout court- explotando el descontento nacional y el rampante euroescepticismo sin que nadie le tosa. El timorato presidente Hollande se ha mostrado completamente incapaz de abanderar una vía alternativa a la medicina de Bruselas/Berlín y se limita a esperar los intrascendentes cambios de acento que, eventualmente, resulten de las elecciones alemanas del 22 de septiembre. Sí, es un buen momento para releer La Agonía de Francia que Manuel Chaves Nogales (para quien comunismo y fascismo eran equidistantes, una idea que hasta los ochenta era vista como reaccionaria y que hoy vuelve a ser celebrada) dedicó a la nación

colaboracionista de 1940. Sí, en el fenómeno actúa una prensa tóxica (hay que hacer un gran esfuerzo para recordar que hace unos 30 años Le Monde todavía era un gran periódico con una visión del mundo diferente a la anglosajona), pero lo fundamental es otra cosa: que el antifascismo ha perdido el apoyo mayoritario que tuvo en la sociedad francesa. Lo alarmante es ese cambio de sentido común. Un claro aviso de que a Europa le están asomando las viejas orejas pardas. Esa degeneración es parte del legado que treinta años de disciplina neoliberal abrazada por la socialdemocracia deja al continente: una sociedad desorientada que no distingue ya los valores humanistas y de solidaridad de la basura retrógrada, que adopta el lenguaje de los fachas (ese “buenismo”, acuñado por Goebbels y desempolvado por neocons, que hoy forma parte del vocabulario habitual de los tertulianos) contra la emigración, contra los sindicatos y contra la izquierda, perdón, contra “el populismo”. Treinta años de penetración reaccionaria en un terreno de juego que no conoce el vacío y que la izquierda institucional abandonó por rendición incondicional. El resultado es esa extraña amorfía social. Es también el legado de esa “Europa” y sus instituciones (el euro y el Banco Central Europeo entre ellas, antes “la Comisión”, “Bruselas”) con la que el establishment, siempre con el apoyo de la misma socialdemocracia, ha colado en el viejo continente la mundialización portadora de involución socio-laboral, retroceso de los Estados, privatización y avance de los monopolios, por la puerta trasera y superior de la “construcción europea”, eludiendo así los obstáculos nacionales arraigados en los diferentes países. El resultado: sociedades aún más capitalistas, gente aún más colonizada en sus vidas por la lógica y la antiética depredadora del capitalismo. Todos los actos a los que he asistido en los últimos dos meses como observador, sea en Alemania o en España, relacionados con la crisis y sus respuestas, han estado claramente dominados por un público de más de cuarenta años. ¿Dónde están los jóvenes? Jóvenes sin trabajo ni perspectiva de tenerlo que adoptan el discurso de su enemigo con una naturalidad escalofriante. Sociedades de marcianos compuestas por generaciones de pelados y tatuados aún más vitalmente colonizadas, despolitizadas y embrutecidas por el compulsivo consumismo low cost, idiotizadas por el narcisismo y el exhibicionismo individualista, imbuidas en ese también extraño encierro de masas alrededor del ordenador, con su pasiva socialización de encadenados intercambios on line y tesis de 140 caracteres, a través de redes controladas por la NSA o cualquiera de sus versiones nacionales. Ríase usted de la generación de la televisión. Esto sí que es un universo nuevo y extraño. Confrontado a las virtudes de esta gran liberación tecnológica, retengo, sobre todo, que en este maravilloso mundo de comunicaciones virtuales, las ventanas físicas y reales, por las que circula el aire y los espacios se ventilan, están cerradas en estáticas inmovilidades de hecho que favorecen cierta obesidad, física e intelectual. Transformar todo este mundo nuevo en un movimiento social, coloca al observador en un universo extraño y en una larga perspectiva en el mejor de los casos. Parece que no va a haber reacción social a la 1848, sino un largo e incierto proceso en el que se recogerá lo que se siembre, lo que se consiga arrebatar y ganar. De mo-

mento es obvio que la oligarquía se ríe de la calle. Su goleada es total. Le basta y sobra con la guardia urbana. Por eso sus trucos y discursos se repiten con una desvergüenza insultante. Y esa desvergüenza dice mucho de lo sobrada que va. En España un “comité de sabios” dictamina sobre las vías para reducir las prestaciones de las pensiones. Como en Alemania, ocho de estos doce “sabios” resultan estar inocentemente vinculados al sector bancario y de los seguros que se está forrando en todo el mundo con el desarrollo del seguro privado en el que las cotizaciones de las pensiones se colocan en la bolsa. En la bolsa del mismo casino que quebró en 2008 y ante cuyo altar se sacrifica el Estado del bienestar. Estamos ante un sistema ladrón con estructura de círculo vicioso. Su desvergüenza se asienta sobre la pasividad de la mayoría que consiente y no ejerce su legítimo derecho a desobedecer al robo. En consecuencia, las mentiras no se renuevan, ni siquiera necesitan ser repintadas para volver a ser vendidas: en Siria el gas Sarin toma el relevo a las “armas de destrucción masiva” de Sadam para justifi-

Las mismas preguntas son síntoma del gran retroceso de la consciencia social experimentado en las últimas décadas. A un nivel superior, ahora con llamadas de teléfono, emails, Facebook y demás redes “sociales” de nuestro nuevo sujeto, se repite la mentira de la guerra fría, cuando en el “mundo libre” se controlaba, por ejemplo en Alemania, todo lo que iba y venía hacia y desde el Este, en nombre de la misma “seguridad nacional”, mientras se denunciaban los intolerables controles de aquellas Stasi y Kgb. Como ahora, aquellos controles era completamente ilegales e inconstitucionales, pero la exclusividad de la maldad la tenían los otros. Ahora el público desinformado creía que el líder del control de las redes sociales era… China. Cuantas veces nos arrullaron con su “Gran Muralla de fuego” y sus policías dedicados a censurar el Internet, sus pleitos con Google etc. Mientras tanto, ellos iban perfeccionando el verdadero big brother de orejas globales. No es una cuestión de maldad, sino de capacidad tecnológica y en ello Washington Londres y Bonn/Berlín, siempre fueron por delante de Moscú, Pekín o Teherán. Al plantearse las sensaciones del momen-

car mayores intervencionismos militares. El mundo se entera con sorpresa de que el derecho fundamental al secreto de las comunicaciones no existe, pero el tipo que denuncia ese enorme delito pasa a engrosar la lista de los héroes de nuestro tiempo, los Assange, Manning y demás, perseguidos o encarcelados por ello. Un periodismo tóxico se pregunta si estos personajes son héroes o villanos, lo que nos regresa al tema de la bagarreparisina y del cambio de sentido común que hay detrás del ¿quién empezó?

to, esa confusión en distinguir los puntos cardinales, la dificultad de separar lo provechoso de lo negativo, lo rebelde del más estéril exhibicionismo, se acaba aterrizando sobre esa idea de que el futuro es un país extraño, que da título al libro de Fontana. Perplejos ante el nuevo sentido común, perdemos hasta los contornos de lo que nos espera, ignoramos lo que el sistema nos tiene preparado para los próximos años y décadas. Y nos preguntamos, ¿pero qué está pasando? Publicado en 2013/09/24


CORREO del SUR Vicenç Navarro[1]

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El conflicto Capital-Trabajo hoy

na de las causas de la crisis financiera y económica que ha recibido escasa atención ha sido la evolución de la distribución de las rentas entre las derivadas del capital y las derivadas del trabajo, a lo largo del periodo post II Guerra Mundial. El conflicto capital-trabajo, al cual Karl Marx dedicó especial atención, hasta el punto de considerarlo como el hilo conductor de la historia (“la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”) , ha perdido visibilidad en los análisis de las crisis actuales, sustituido por los análisis de los comportamientos de un sector del mundo del capital, es decir, el capital financiero, sin dar suficiente importancia al conflicto del capital (y no solo de su componente financiero) con el mundo del trabajo. Los datos, sin embargo, continúan acentuando la importancia de la relación capital-trabajo en la génesis de las crisis económica y financiera que están ocurriendo en estos momentos. Durante el periodo entre el fin de la II Guerra Mundial y los años setenta (definido como la época dorada del capitalismo), el Pacto Social entre el mundo del trabajo y el mundo del capital (en el cual el primero aceptaba el principio de propiedad privada de los medios de producción a cambio de aumentos salariales -condicio-

el 72,9%. En Alemania, el porcentaje era 70,4%, en Francia 74,3%, en Italia 72,2%, en Gran Bretaña 74,3% y en España 72,4%. Al otro lado del Atlántico Norte, en EEUU, era 69,9% (European Commission, ECFIN, Statistical Annex, Table 32, Autumn 2011). Esta situación creó una respuesta por parte del mundo del capital que revertió la distribución de las rentas. Las políticas iniciadas por el Presidente Reagan en EEUU y la Sra. Thatcher en Gran Bretaña iban encaminadas a favorecer las rentas del capital, debilitando y diluyendo el Pacto Social. La generalización de estas políticas determinó una redistribución de las rentas a favor del capital, a costa de las rentas del trabajo. Como consecuencia de ello, la participación de estas últimas disminuyó considerablemente de manera que en 2012 era el 65,2% del

de la reunificación alemana en 1990 y el enorme crecimiento del gasto público resultado de las políticas de integración de la Alemania Oriental en la Occidental, que se financiaron con un gran crecimiento del déficit público alemán, que pasó de estar en superávit en 1989 (0,1% del PIB) a un déficit de 3,4% del PIB en 1996. Este crecimiento del gasto público tuvo un efecto estimulante de la economía alemana y, por lo tanto, de la economía europea, dentro de la cual la alemana tenía y continúa teniendo un peso central. El segundo hecho que ocultó el impacto negativo que la disminución de la participación de las rentas del trabajo tenía sobre la demanda privada fue el enorme endeudamiento de las familias y de las empresas que ocurrió en paralelo al descenso de las rentas del traba-

nados al aumento de la productividad- y del establecimiento del estado del bienestar) dio como resultado un aumento muy notable de las rentas del trabajo que alcanzaron su máximo nivel en la década de los setenta. La participación de los salarios (en términos de compensación por empleado) en la renta nacional alcanzó cifras récord entonces. En los países que serían más tarde la UE-15 (el grupo de países más desarrollados económicamente en la Unión Europea), este porcentaje era

PIB en Alemania, en Francia el 68,2%, el 64,4% en Italia, el 72,7% en Gran Bretaña y el 58,4% en España, el porcentaje más bajo entre estos países y por debajo de la UE-15, cuyo promedio era 66,5%. Esta disminución de la participación en el PIB de las rentas del trabajo creó un enorme problema de escasez de demanda privada, origen de la crisis económica. Esta escasez pasó, sin embargo, desapercibida debido a varios hechos, de los cuales uno de ellos fue el impacto económico

jo. Este endeudamiento fue facilitado por la creación del euro que tuvo como consecuencia la tendencia a hacer confluir los intereses bancarios de los países de la eurozona con los de Alemania. La sustitución del marco alemán por el euro tuvo como resultado la “alemanización” de los tipos de interés. España fue un claro ejemplo de ello. El precio del dinero nunca había sido tan bajo, facilitando así el enorme endeudamiento privado que tuvo lugar en España. Mientras que

el sector público estaba en superávit, el privado tenía un enorme déficit que pasó desapercibido debido a su gran endeudamiento (consecuencia de la disminución de las rentas del trabajo). Esta situación, aun siendo muy acentuada en España y otros países periféricos de la eurozona, ocurrió en todos los países de la eurozona. El crecimiento anual medio salarial en los países de la eurozona descendió de un 3,5% en el periodo 1991-2000 a un 2,4% en el periodo 2001-2010, en Alemania de un 3,2% a un 1,1% y en España de un 4,9% a un 3,6% (European Commission, ECFIN, Statistical Annex, Table 29, Autumn 2011). El notable crecimiento del endeudamiento está basado, en gran parte, en esta realidad. Por otra parte, la elevada rentabilidad de las actividades especulativas en comparación con la de las de carácter productivo (afectada, esta última, por la disminución de la demanda) explica el elevado riesgo e inestabilidad financiera, con la aparición de las burbujas, entre ellas, la inmobiliaria. La explosión de estas burbujas sobre todo en EEUU dio origen a la percepción de que la crisis financiera se inició e iba a estar limitada a EEUU, sin apercibirse de que la banca europea, y la alemana en particular, (incluyendo las cajas) estaba entrelazada con la estadounidense de manera tal que la crisis financiera estadounidense afectó inmediatamente al capital financiero europeo y muy especialmente al alemán. La banca alemana (Sachsen LB, IKB Deutsche Industriebank, Hypo Real Estate, Deutsche Bank, Bayern LB, West LB, DZ Bank, entre otros) tuvo que ser rescatada con fondos públicos, incluidos por cierto, fondos procedentes del Banco Central de EEUU, el Federal Reserve Board. Esta banca y cajas alemanas estuvieron también afectadas por el estallido de la burbuja inmobiliaria española, que generó la petición de rescate de la banca española (que incluyó a las cajas) que significó, en realidad, un rescate al capital financiero alemán, que tenía invertido en entidades españolas casi 200.000 millones de euros, que intenta ahora recuperar a partir del rescate a la banca española, rescate que acabará siendo pagado con fondos públicos españoles, tal como señalan los últimos datos. La redistribución de las rentas a favor del capital y a costa del mundo del trabajo ha creado este enorme problema de escasez de la demanda (causa de la crisis económica) y del gran crecimiento del endeudamiento y de la especulación (causa de la crisis financiera). Tal conflicto capital-trabajo ha jugado un papel clave en el origen y reproducción de las crisis actuales, mostrando que Karl Marx (además de Keynes) llevaba razón. Publicado en 2013/09/26 Sociología crítica Artículos y textos para debate y análisis de la realidad social [1] Catedrático de Políticas Públicas en la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Public Policy en la Johns Hopkins University


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Jack Kerouac

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i madre vivía sola en un departamentito en Jamaica, Long Island; trabajaba en una fábrica de zapatos y esperaba que yo volviera a casa para hacerle compañía e ir con ella al Radio City una vez al mes. Siempre tenía listo para mí un minúsculo dormitorio: ropa limpia en el armario, sábanas limpias en la cama. Era un alivio después de tantas bolsas de dormir, literas y tierras del ferrocarril. Y era también una oportunidad de quedarme en casa y escribir. Yo siempre le daba a mi madre el dinero que me sobraba del sueldo. Entonces me instalaba, dormía mucho, meditaba todo el día en casa, escribía y daba largas caminatas por la amada Manhattan, que estaba a media hora de metro. Vagaba por las calles, los puentes, Time Square, las cafeterías, el puerto... Me juntaba con mis amigos, los poetas beatniks, y caminábamos juntos. Tenía romances con chicas que conocía en el Village. Todo lo hacía con esa alegría loca, algo delirante, que uno siente cuando vuelve a Nueva York. En Nueva York, mis amigos y yo teníamos una estrategia especial para pasarla bien sin gastar mucho y, lo más importante, sin que nos molestaran algunos personajes con sus tediosos compromisos como, digamos, un baile en la casa del alcalde. No nos hace falta andar dando la mano como diplomáticos, no necesitamos citas de ningún tipo y nos sentimos muy bien. Damos vueltas por las calles como chicos. Vamos a las fiestas, contamos lo que hicimos y la gente cree que es pura jactancia. Dicen: “¡Los beatniks, los beatniks...!”. Pensemos, por ejemplo, en una noche típica. Al salir del subte de la Séptima Avenida en la Calle 42, se pasa delante del baño de hombres, el baño más castigado de Nueva York –nunca se sabe si está abierto o no; por lo general hay una gruesa cadena con un cartel que dice “Clausurado”; otras veces se ve salir algún monstruo decadente de cabello blanco; es un baño por el que pasaron los 7 millones de habitantes de Nueva York–, se deja atrás el local nuevo de hamburguesas al carbón, los vendedores de Biblias, los jukeboxes, un puesto de revistas y libros usados pegado al negocio de maníes que les da su olor característico a las galerías del subterráneo –ahí se puede encontrar algún ejemplar usado de Plotino contrabandeado entre libros de textos de colegios secundarios alemanes–, se venden también hot dogs de aspecto dudoso (no, mentira, en realidad son excelentes, sobre todo si no se tienen los quince centavos que cuestan y se consigue alguien que los preste en la cafetería de Bickford). En la tabaquería, con cantidad de teléfonos públicos, de la 42 y la Séptima, pueden hacerse innumerables llamadas mientras se mira el movimiento de la calle y uno se siente protegido ahí dentro cuando llueve y entonces la conversación se prolonga. ¿Y qué se ve? ¿Equipos de básquet? ¿Entrenadores de básquet? ¿Toda esa gente que anda en patines? ¿Muchachos del Bronx que buscan acción, un romance? ¿Extrañas parejas de chicas que salen de los cines porno? ¿Las viste? O más bien hombres de negocios un poco borrachos, con el sombrero ladeado en la cabeza encanecida, que miran las carteleras en el edificio del Times, frases sobre Khrushchev, el crecimiento demográfico en Asia, y siempre quinientos puntos después de cada oración. Hasta que aparece un policía patológicamente preocupado y les ordena a todos que se vayan. Este es el centro de la ciudad más grande que el mundo ha co-

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Escenas de


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nocido jamás y esto es lo que los beatniks hacen aquí. “Quedarse parado en una esquina sin esperar a nadie, eso es el Poder”, dijo el poeta Gregory Corso. Crucemos la calle para ir a lo de Grant, nuestro restaurante preferido. Por sesenta y cinco centavos ofrecen un enorme plato de almejas, papas fritas, una porción de ensalada de coliflor, salsa tártara, salsa para el pescado, una rodaja de limón, dos rebanadas de pan de centeno fresco, manteca y, por otros diez centavos, un vaso de rara cerveza de abedul. ¡Qué fiesta es comer ahí! Españoles que mastican hot dogs, de pie, un poco inclinados hacia los tarros de mostaza. Diez mostradores diferentes con diez especialidades distintas. Sandwiches de queso de diez centavos, dos bares apocalípticos de licores y mozos indiferentes. Y policías que comen gratis en la trastienda, saxofonistas borrachos, linyeras solitarios de la Calle Hudson que toman la sopa sin hablar con nadie. Veinte mil clientes diarios, cincuenta mil los días de lluvia, cien mil cuando nieva. Abierto las veinticuatro horas. Privacidad suprema al amparo de la luz roja que alumbra la conversación. Toulouse-Lautrec, deforme y con bastón, dibuja en un rincón. Uno puede engullir la comida en cinco minutos o demorarse cuatro horas en delirantes conversaciones filosóficas con los amigos. ¡Comamos un hot dog antes de ir al cine! Pero estamos fumados y no nos movemos A PÁGINA 6


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de ahí porque es más divertido que un programa de televisión sobre Doris Day y sus vacaciones en el Caribe. Hay en Times Square una considerable población flotante que convirtió a Bickford en su cuartel general, de día y de noche. En los viejos tiempos de la beat generation, algunos poetas se reunían ahí para encontrarse con Hunkey, personaje famoso que iba y venía con impermeable negro y boquilla a la caza de alguien que le diera un recibo de empeño –máquina de escribir Remington, radio portátil, impermeable negro– a cambio de una tostada (o dinero) para ir a los suburbios a enredarse en una pelea con la policía. También iban gangsters tarados de la Octava Avenida –y acaso vayan todavía–, aunque casi todos los de la primera época deben estar en la cárcel o muertos. Ahora los poetas van a fumar una pipa de la paz, persiguen el fantasma de Hunkey y sueñan delante de una taza de té. Los beatniks aseguran que si uno va ahí noche tras noche, todas las noches, se puede empezar una temporada dostoievskiana en Times Square y se puede hablar con los canillitas sobre el trabajo, las familias y las penas, fanáticos religiosos que podrían llevarte a sus casas y, en la mesa de la cocina, darte un larguísimo sermón acerca del “nuevo Apocalipsis” e ideas semejantes: “Mi pastor bautista de Winston-Salem me dijo que la razón por la que Dios inventó la televisión fue porque cuando Cristo vuelva a la Tierra lo crucificarán aquí, en las calles de Babilonia, y tendrá las cámaras apuntándole a Él y todos verán la sangre que correrá por las calles”. Si uno se quedó con hambre, puede ir a la Cafetería Oriental, también “lugar de elección para la cena” con vida nocturna – barato– en el sótano que hay enfrente de la terminal de ómnibus de la Calle 40, y comer por noventa centavos cabezas de cordero con arroz a la griega. Y escuchar melodías orientales en el jukebox. Todo depende de lo fumado que uno esté, suponiendo que se haya optado por alguna de las esquinas, por ejemplo, la de la Calle 42 y la Octava, cerca de la gran farmacia de Whelan: hay allí otro lugar solitario apropiado para observar gente, prostitutas negras, damas que se quiebran por la psicosis de la benzedrina. Enfrente se puede ver el principio de las ruinas de Nueva York –el Hotel Globe ya demolido, un agujero en la Calle 44– y el edificio verde de McGraw-Hill que se eleva hacia el cielo, mucho más alto de lo que podría siquiera imaginarse, solitario, en las inmediaciones del río Hudson, donde los cargueros esperan bajo la lluvia la piedra caliza que llega de Montevideo. Mejor volverse a casa. Se está haciendo tarde. O: “Vayamos al Village o a Lower East Side y escuchemos en la radio a Symphony Sid –o pongamos nuestros discos indios– y comamos bifes puertorriqueños –o bofe–, o veamos si Bruno anduvo rompiendo coches en Brooklyn; aunque Bruno se volvió afable, así que por ahí escribió

CORREO del SUR algún poema nuevo”. O miremos televisión. Programa de la noche: Oscar Levant habla sobre su melancolía en el show de Jack Paar. El Five Spot, en la Calle 5 y Bowery, tiene al pianista Thelonious Monk y hay que ir. Si uno conoce al dueño, puede sentarse gratis en una mesa y tomar una cerveza; si no, no queda más remedio que colarse, quedarse parado al lado del ventilador y escuchar. El lugar está repleto los fines de semana. Monk medita en una fulminante abstracción, clonc, el pie gigantesco marca delicadamente el tempo en el suelo, la cabeza gira hacia un lado para escuchar y parece meterse en el piano. Lester Young tocó ahí antes de morir, entre entrada y entrada; le gustaba sentarse en la cocina. Mi amigo el poeta Allen Ginsberg fue una vez a verlo, se arrodilló delante de él y le preguntó qué haría si cayera una bomba atómica en Nueva York. Lester le dijo que iría corriendo a romper la vidriera de Tiffany’s para llevarse algu-

nas joyas. También preguntó: “¿Qué hace de rodillas?”. No se daba cuenta de que era el gran héroe de la generación beat y que conservamos ahora su memoria como una reliquia. El Five Spot está mal iluminado, tiene mozos extravagantes, siempre buena música; a veces John “Train” Coltrane inunda el recinto con el sonido erizado de su saxo tenor. Los fines de semana, la gente del suburbio organiza fiestas; no le importan a nadie. O, durante un par de horas, en los Jardines Egipcios del West Side Chelsea, el distrito de los restaurantes griegos. Vasos de ouzo, licor griego y mujeres hermosas que bailan la danza del vientre con trajes de lentejuelas; Zara, la incomparable, sigue con su cuerpo en la pista los misterios de la flauta y el ritmo griego: cuando no baila, se sienta entre los músicos de la orquesta y toca el tambor contra su vientre; ojos so-

ñadores. Multitudes de parejas de los suburbios aplauden sentados a sus mesas al ritmo oriental. Si uno llega tarde, tiene que quedarse de pie, cerca de la pared. ¿Ganas de bailar? El Garden Bar en la Tercera Avenida. Se arman ahí fantásticos bailes a la media luz del salón del jukebox, en el fondo; es barato y los mozos no molestan. ¿Ganas de conversar? El Cedar Bar de University Place, punto de encuentro de todos los pintores y el lugar en el que un muchacho de dieciséis años estuvo toda una tarde tratando de que un chorro de vino tinto saliera de una bota española y cayera en las bocas de sus amigos, y no lo logró... Los boliches de Greenwich Village, el Half Note, el Village Vanguard, el Café Bohemia y el Village Gate también programan jazz (Lee Konitz, J. J. Johnson, Miles Davis), pero son muy caros, aunque lo peor no es que haya que pagar mucho sino que la atmósfera comercial está matando al jazz y el jazz se está matando a sí mismo, porque el jazz pertenece a locales alegres donde la cerveza vale diez centavos, como era al principio. Hay una gran fiesta en el departamento de cierto pintor; el flamenco suena fortísimo en el fonógrafo; de pronto, las chicas son puras caderas y puros talones y el resto trata de bailar entre el re-

voleo de las cabelleras. Los hombres se enloquecen y empieza la pelea: vuelan objetos de una punta a otra de la habitación, algunos agarran a otros de las pantorrillas y los levantan un metro del suelo, pero nadie sale lastimado. Las chicas se sientan en las rodillas de los hombres, se les levantan las polleras y quedan a la vista los encajes sobre el muslo. Por fin todos se visten y se vuelven a casa y el anfitrión dice, perplejo: “Parecen todos tan respetables”. O alguien tiene un estreno de algo, o hay una lectura de poesía en el Living Theater, o en el Gaslight Coffee, o en la Seven Arts Coffee Gallery, a la vuelta de Times Square (un lugar increíble, en la Novena Avenida y la Calle 43) (empieza los viernes a la medianoche), desde donde todos van después a algún barcito. O puede ser también una fiesta en la casa de Leroi Jones. Leroi tiene un nuevo número de la Yugen Magazine, que imprime él mismo en una máquina con manijas y palancas y que publica poemas de todo el mundo, de San Francisco a Gloucester, Mass, y cuesta nada más

que cincuenta centavos. Editor histórico y hipster secreto del comercio, a Leroi lo cansan un poco las fiestas; muchos se sacan la camisa y bailan; tres chicas sentimentales canturrean algo encima del poeta Raymond Bremser; Gregory Corso, mi amigo, discute con un periodista del New York Post y le dice: “¡Usted no entiende el llanto del canguro! ¡Cambie de rubro! ¡Váyase a las islas Enchenedias!”. Salgamos de ahí; es demasiado literario. Vamos a emborracharnos al Bowery o a comer esos fideos larguísimos y tomar té en vaso de vidrio en el Hong at de Chinatown. ¿Por qué estamos siempre comiendo? Caminemos por el Puente de Brooklyn para abrir el apetito. ¿Y qué te parece en Sands Street? Sombras de Hart Crane. Pero volvamos al Village y quedémonos en la esquina de la Calle Ocho y la Sexta Avenida y miremos pasar a los intelectuales. Periodistas de AP que vuelven agitados a sus casas de los sótanos de Washington Square; las editorialistas que pasean con enormes perros de policía atados con cadena; anónimos expertos en Sherlock Holmes de uñas azuladas corren a sus habitaciones a tomar escopolamina; un joven musculoso en un traje gris barato de corte alemán le explica algo intrincado a la gordita que lo acompaña; importantes periodistas se inclinan educadamente para retirar la edición matutina del Times que acaban de comprar; robustos operarios de empresas de mudanza salidos de una película de Charlie Chaplin de 1910 vuelven a sus casas con bolsas llenas de chop suey (para alimentar a toda la familia); el arlequín melancólico de Picasso, que es ahora dueño de una imprenta y un taller de marcos, piensa en su esposa y en su hijo recién nacido mientras para un taxi; rollizos ingenieros de grabación circulan con sombreros de piel; artistas mujeres de Columbia con problemas típicos de D.H. Lawrence buscan algún viejo de cincuenta años; otros viejos metidos en otros problemas; y en el espectro melancólico de la cárcel de mujeres de Nueva York, que resplandece en la altura y se pliega al silencio de la noche –las ventanas parecen naranjas en el ocaso–, el poeta e.e. cummings compra pastillas para la tos a la sombra de esa monstruosidad. Si llueve, uno puede quedarse debajo del toldo del Howard Johnson y contemplar la calle desde la vereda de enfrente. En el supermercado, que está cinco puertas más allá, el ángel beatnik Peter Orlovsky compra bizcochos Uneeda (el viernes pasado a la noche), helado, caviar, jamón, pretzels, gaseosas, TV Guide, vaselina, tres cepillos de dientes, leche chocolatada (sueños de un lechón asado), papas de Idaho, pan de pasas, repollo –aunque por error– y tomates frescos y estampillas violetas. Después se vuelve a casa sin un peso, pone todo sobre la mesa, saca un libro muy grueso con los poemas de Mayakovski, pone una película de terror en el televisor de 1949 y se va a dormir. Y ésta es la vida nocturna beat en Nueva York. © 2000-2013 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados. Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.


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Al creador de Maqroll el Gaviero “…rendimos homenaje a uno de sus más grandes creadores. Al creador de Maqroll el Gaviero, uno de los personajes más reveladores de las profundidades del alma humana. Aventurero que la crítica universal ha puesto a la altura de los más entrañables personajes de Dickens, de Melville, de Stevenson, de Conrad”. Del editorial de El Tiempo de Bogota.

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rente al estudio de su casa en la calle Hidalgo, en Ciudad de México, Álvaro Mutis sembró hace muchos años una mata de plátano que encargó de Colombia. Una mata de plátano que le recordaba a su país, pero en especial a esa “tierra caliente” en la que se desarrolla buena parte de su obra. Esas fincas cafeteras como la de su familia en Coello (Tolima) y que fue su paraíso en la Tierra. Álvaro Mutis, el único escritor colombiano que ha recibido el Premio Cervantes (la más alta distinción literaria para un hispanoparlante), falleció el domingo pasado a la edad de 90 años, pero sigue y seguirá viviendo gracias a una obra que exaltó la colombianidad y que llevó muy lejos y muy alto el nombre del país. Habría que decir, en honor a los protocolos, que Colombia está de luto por su muerte. Pero si atendemos su propia recomendación, de pasar por encima de las convenciones que distraen y desvían del verdadero propósito que se quiere y que se busca, más bien habría que decir que los colombianos, con motivo de su muerte, rendimos homenaje a uno de sus más grandes creadores. Al creador de Maqroll el Gaviero, uno de los personajes más reveladores de las profundidades del alma humana. Aventurero que la crítica universal ha puesto a la altura de los más entrañables personajes de Dickens, de Melville, de Stevenson, de Conrad. De ancestros paisas y santandereanos, Álvaro Mutis nació en Bogotá y pasó sus primeros años en Bélgica, donde su padre era diplomático. En las vacaciones cortas viajaba a París, donde desarrolló un amor inmenso por la literatura francesa –allí mismo, años más tarde, llegaría a ser el escritor más leído en lengua extranjera y premiado con el codiciado Médicis Étranger–, y en las vacaciones largas

cruzaba el Atlántico para regresar a sus raíces. Esos viajes en barco y su reencuentro con el trópico constituían su mayor fascinación, y es allí precisamente –en el mar y en el paisaje cafetero– en donde se desarrolla la mayor parte de su obra. Es allí donde Maqroll se enfrenta a sus más profundas dudas sobre la vida y el ser humano, donde les da vida a sus más hondas reflexiones, mientras desafía los ríos traicioneros, mientras cruza cañones, corona montañas, soporta vendavales. Y también, por supuesto, mientras conoce mujeres que lo seducen, mientras descubre personajes que viven siempre al margen de la ley, mientras contempla la lluvia que golpea los techos de zinc, mientras admira las bellas y empinadas palmas de cera o las coquetas matas de plátano, como la que tuvo frente al estudio en el que escribió todas sus novelas, en una vieja máquina de escribir Smith Corona. Mutis recibió más premios: el Xavier Villaurrutia en México, el Nonino en Italia y el prestigioso Príncipe de Asturias en España. Amigo entrañable de Gabriel García Márquez, primer lector de sus novelas y cómplice en el exilio, inspiró obras suyas como El general en su laberinto y colaboró con la redacción de uno de los discursos que pronunció en Estocolmo. Motivo de orgullo para los colombianos, Álvaro Mutis deja una obra hermosa, profunda e intemporal, a la que vale la pena acercarse. Poemas como la Oración de Maqroll el Gaviero, relatos como El último rostro y novelas como La nieve del almirante, Ilona llega con la lluvia o Un bel morir son buenas disculpas para iniciar un fascinante recorrido por la obra de uno de los autores más significativos de la literatura hispanoamericana en el siglo XX.

Domingo 29 de septiembre de 2013

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Alvaro Mutis IN MEMORIAM

Nocturno La fiebre atrae el canto de un pájaro andrógino y abre caminos a un placer insaciable que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra. ¡Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas donde las mujeres ofrecen al viajero la fresca balanza de sus senos y una extensión de terror en las caderas! La piel pálida y tersa del día cae como la cáscara de un fruto infame. La fiebre atrae el canto de los resumideros donde el agua atropella los desperdicios. De “Los elementos del desastre”

Nocturno 2 Respira la noche, bate sus claros espacios, sus criaturas en menudos ruidos, en el crujido leve de las maderas, se traicionan. Renueva la noche cierta semilla oculta en la mina feroz que nos sostiene. Con su leche letal nos alimenta una vida que se prolonga más allá de todo matinal despertar en las orillas del mundo. La noche que respira nuestro pausado aliento de vencidos nos preserva y protege “para más altos destinos”.

Nocturno 3

Pinturas: Roger von Gunten

Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales. Sobre las hojas de plátano, sobre las altas ramas de los cámbulos, ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima que crece las acequias y comienza a henchir los ríos que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales. La lluvia sobre el cinc de los tejados canta su presencia y me aleja del sueño hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego, en la noche fresquísima que chorrea por entre la bóveda de los cafetos y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes. Ahora, de repente, en mitad de la noche ha regresado la lluvia sobre los cafetales y entre el vocerío vegetal de las aguas me llega la intacta materia de otros días salvada del ajeno trabajo de los años.

Oración de Maqroll Tu as marché par les rues de chair René Crevel, Babylone

De “Los trabajos perdidos”

No está aquí completa la oración de Maqroll el Gaviero. Hemos reunido sólo algunas de sus partes más salientes, cuyo uso cotidiano recomendamos a nuestros amigos como antídoto eficaz contra la incredulidad y la dicha inmotivada. Decía Maqroll el Gaviero: ¡Señor, persigue a los adoradores de la blanda serpiente! Haz que todos conciban mi cuerpo como una fuente inagotable de tu infamia. Señor, seca los pozos que hay en mitad del mar donde los peces copulan sin lograr reproducirse. Lava los patios de los cuarteles y vigila los negros pecados del centinela. Engendra, Señor, en los caballos la ira de tus palabras y el dolor de viejas mujeres sin piedad. Desarticula las muñecas. Ilumina el dormitorio del payaso, ¡Oh, Señor! ¿Por qué infundes esa impúdica sonrisa de placer a la esfinge de trapo que predica en las salas de espera? ¿Por qué quitaste a los ciegos su bastón con el cual rasgaban la densa felpa de deseo que los acosa y sorprende en las tinieblas? ¿Por qué impides a la selva entrar en los parques y devorar los caminos de arena transitados por los incestuosos, los rezagados amantes, en las tardes de fiesta? Con tu barba de asirio y tus callosas manos, preside ¡Oh, fecundísimo! la bendición de las piscinas públicas y el subsecuente baño de los adolescentes sin pecado. ¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento. Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro. Amén.

CORREO del SUR Director General: León García Soler

Suplemento dominical de Director: Adolfo Sánchez Rebolledo

Diseño gráfico: Hernán Osorio


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