R/N. Revista de narrativa. Número 2, volumen 1. 2017. Relatos con ánimo de miedo I

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R/N. Revista de narrativa NĂşm. 2, vol. 1 / 2017 ISSN 2605-3608

Relatos con ĂĄnimo de miedo I (Cuentos por Halloween)



R/N Revista de narrativa Número 2, vol. 1 / 2017 ISSN 2605-3608 Relatos con ánimo de miedo I (Cuentos por Halloween) Edición y prólogo José Eduardo Morales Moreno


R/N. Revista de narrativa Número 2, volumen 1. ISSN 2605-3608 Relatos con ánimo de miedo I (Cuentos por Halloween)

Diciembre, 2017

Colegio San José Espinardo (Murcia)

Edición, diseño, ilustración de portada y maquetación: José Eduardo Morales Moreno

Licencia Creative Commons

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La emociรณn mรกs antigua y mรกs intensa de la humanidad es el miedo, y el mรกs antiguo y mรกs intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido. Howard Phillips Lovecraft



ÍNDICE

Prólogo ........................................................................................ 11 Hacía frío, por Jorge Valdés Menárguez ......................................... 13 Viaje de vuelta, por Irene Xue-Feng Lope Mateo ........................... 16 La tormenta, por Pablo Esturillo Lorente ........................................ 23 Invasión apocalíptica, por Abraham García Ibáñez ........................ 29 Tenebris, por María Lapaz Toledo ................................................. 33 Muddle, por Daniela Bayona Jiménez ............................................ 39 El armario, por Cayetano Bayona Pacheco ..................................... 46 El asesino del espejo, por María José Muñoz Manzanares .............. 51 El recuerdo de aquel día, por Diana Carolina Paniagua Gómez ...... 54 El pacto, por Antonio Guevara Sánchez.......................................... 61 El asesino del ajedrez, por Juan José Peláez Gaona........................ 63 Fear at the end of the street, por Iria Vicente Rocamora ................ 65 Poseído, por Jesús Alarcón Quijada ................................................ 67 Mariscada, por David Cacciato Salcedo ......................................... 69 Una pesadilla en Nashville, por Laura Alcaraz Caparrós ............... 72 El galeno, por Javier López Andrés ................................................ 74 La casa del piano, por María Sánchez Riquelme ............................ 78 Las cuatro ovejas, por Anaís Lastra Soriano .................................. 81 Un sueño terrorífico, por Alicia Jia Xin Sun .................................. 83

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El asesino cocinero, por Javier López Ballesta ............................... 85 El camino de bolas blancas, por Mireia Fuentes Quereda .............. 88 El regalo maldito, por Marta Fernández Ballester ........................... 91 Ángel de amor, por Crismel Jaelka García Suazo ........................... 93 Te toca a ti, por Mª Elena Fernández Pelluz.................................... 98 El libro maldito, por Beatriz Nicolás Sánchez .............................. 101 El Centro, por Beatriz Gallego Gutiérrez ...................................... 104 El misterio del cuadro fantasma ................................................ 108 El regalo maligno, por Alejandro Caravaca Ruiz.......................... 111 Ojos claros, por Laura Mª Fernández Pelluz ................................. 114 El pacto con el diablo, por Carmen María Cárceles Gómez .......... 117 El payaso del terror, por Daniel Martínez Cañete ......................... 120 La bestia de transformador nº1, por Jonathan Gómez Villaescusa 123 El suicidio, por José María González Orenes ................................ 126 Una noche para olvidar, por Belén Ortín Hernández .................... 129 Eres especial, por Erika López Andrés ......................................... 131 Gracias por todo, amigo, por Marta Sánchez García .................... 134 La ruta, por Víctor Iglesias Stiles ................................................. 139 Lluvia temprana, por Álvaro Hidalgo Jiménez ............................. 142 El señor de la mansión, por Miguel Ángel Gómez Fernández ....... 144 La noche tenebrosa, por Álvaro de la Ossa de Moya .................... 147 El pacto incinerado, por Antonio José Ballesta Serrano ................ 150 ¿Qué habrá?, por Julia Hernández Egea ....................................... 153 El alienígena, por Miguel Ángel Lozano Mateos .......................... 157 The primitive world, por Aarón Almagro Pérez ........................... 160 8


Nunca abras la puerta, por Mª Magdalena Cano Sánchez ............. 162 Terror en la noche de Halloween, por Antonio Martínez Sánchez 165 Testigo de guerras peores, por Anatoliy Lioutikov Gómez ........... 168 La comisaría fantástica, por Ramón Ojeda Calabria..................... 171 Lucy, por Brenda Suárez Flores.................................................... 173 Pequeños secretos, por Julia Drozdz ........................................... 175 La casa encantada, por Elisa Cárceles Gómez .............................. 178 El fin de semana en el lago, por Mirela Plamenova Pelovska ....... 180 Meryland, por María Zapata García ............................................. 190 Azul chillón, por Marta Soler Amat ............................................. 192 La muerte más aterradora, por Cristina Guirao Botía ................... 197 Encerrado en el presente, por Miguel Llop Benito ....................... 199 La casa de Emir, por Enrique Martínez Fenoll ......................... 203 Señor X, por Daniel Rodríguez Martínez .................................. 206 Georgie y Halloween, por Carlos Jesús Calle Rodríguez ......... 210 Hospital sangriento, por Irene Sánchez Arana .......................... 212 ¿Terror?, por José Luis Fuster Reche ........................................ 214

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Prólogo

El terror siempre ha estado presente en las sociedades humanas: el miedo a lo desconocido, a la posibilidad de que algo fuera de lo habitual o alguien ajeno a lo natural irrumpan en unas vidas que se rigen por rutinas y formas de comportamiento automatizadas, ha generado mundos de ficción tan asombrosos como espeluznantes. La literatura que desarrolla el tema del terror tiene una larga tradición en nuestra cultura. Aunque se consagra su nacimiento con relatos como El hombre de arena de E. T. A. Hoffmann o El castillo de Otranto de Horace Walpole, se encuentran personajes sometidos a encantamientos y hechizos en textos de la antigüedad clásica como La Odisea, donde Circe convirtió en cerdos a algunos de los hombres de Ulises, o El asno de oro, cuyo protagonista, por aplicar mal el ungüento de una bruja que iba a enseñarle el arte de la magia, se convierte en asno. La propia mitología grecolatina, con la presencia del inframundo, del barquero Caronte, del río Leteo y de la laguna Estigia, de las Parcas o de las Erinias, instituye una serie de elementos que serán recurrentes en esta literatura, cuyas máximas expresiones se encuentran en la obra de, entre otros, Edgar A. Poe, Howard P. Lovecraft, Bram Stoker, William P. Blatty, S. King, Anne Rice… Los escritores han dado respuesta con sus creaciones a las inquietudes que desde épocas atávicas han atenazado a la humanidad: esta, desconocedora inicialmente de las leyes físicas que rigen nuestro mundo, imaginó formas sobrenaturales de expresión que justificasen lo que le resultaba incomprensible. Tales vías irracionales y mágicas de conocimiento pasaron a formar parte del inconsciente colectivo y todavía afloran en ciertas personas y en 11


determinadas ocasiones como argumentos para explicar determinados hechos de la realidad. Siguiendo con esta tradición de la literatura de terror, con motivo de la fiesta de Halloween, en el Colegio San José hemos aprovechado para que, como el curso pasado, los alumnos escriban cuentos en los que desarrollen esta temática. En este número 2, volumen 1, de R/N. Revista de narrativa, bajo el título Relatos con ánimo de miedo I (Cuentos por Halloween), se reúne un centenar de textos de alumnos de segundo ciclo de Educación Secundaria y de Bachillerato que pondrán al lector los nervios como escarpias, o como cuchillos, quizá como gritos. Basándose en la literatura que conocen y en las películas que han visto, muchos de estos jóvenes escritores demuestran que tienen una gran competencia en el arte de narrar: entre sus creaciones, se hallan versiones del mito fáustico, de muñecos diabólicos, de apariciones y espectros, de emplazamientos fatídicos, de sucesos apocalípticos, de la locura que posee y domina a los hombres, de criaturas extrañas, de casas embrujadas y construcciones malditas, de leyendas que se hacen realidad… Todo un repaso por los lugares comunes de esta ficción literaria. Invitamos al lector a que se adentre, sin mirar atrás, en los relatos de estos alumnos y que disfrute del miedo que se contiene en sus párrafos, en sus líneas, en sus puntos suspensivos… José Eduardo Morales Moreno Profesor de Lengua y Literatura

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Hacía frío Jorge Valdés Menárguez (1º Bachillerato)

Perdí la noción del tiempo en aquel barco soviético. Hubiese jurado que llevaba allí meses. El barco era bastante pequeño para la cantidad de personas que éramos, esto sumado a las condiciones y las enfermedades era una locura. Parecía un barco de muertos vivientes, lleno de lamentos y llantos. El olor a putrefacción y muerte ahondaba más en mí cada día. Nunca había comida para todos, y encima los guardias nos trataban a golpes. Borrachos del diablo… Uno de esos malditos me dejó cojo tras una paliza. En fin, que no parecían estar transportando personas, más bien malas bestias u objetos. El día que alcanzamos tierra se veía a lo lejos una fortaleza, una especie de castillo que parecía estar abandonado desde hacía al menos dos siglos. Todos sabían más o menos lo que nos esperaba, sabíamos por qué estábamos ahí. Al llegar, la mitad había muerto. Quizá más. Los vigilantes empezaron a tirar los cadáveres por la borda, mientras los demás, débiles y exhaustos, nos limitábamos a mirar impotentes cómo aquellos con quienes habíamos compartido el poco pan existente sucumbieron al frío y al hambre. La gente lo intentaba todo, aunque las posibilidades no fuesen más que ínfimas. Yo les entendía, incluso les daba fuerza con la mirada con la esperanza de que tomásemos aquella miseria de sitio, convirtiéndonos de presos en amos, de sirvientes en señores. Soñaba con coger uno de esos fusiles que llevaban las nenazas de Stalin y hacerles recordar a cada uno de ellos por qué merecían

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que les metiese el cañón hasta el estómago. Soñaba tanto que me evadía de la cruda realidad, y de que eso no iba a ocurrir. La faena era que cuanto más idealizaba una realidad utópica e inalcanzable, más me gustaba. Dejé de vivir en ese mundo lleno de dolor y sangre y explanadas de blanco hasta allá donde moría el horizonte para crearme el mío propio. Anduve perdido durante un tiempo. Creo que no podía aceptar que estuviera pasando eso… Hacía frío. Tenía hambre. Estaba cansado. ¿Por qué me había pasado esto? ¿Realmente había sido un mal hombre y merecía estar ahí? ¿Justicia divina? No… Dios no estaba conmigo. Un día como otro, en el frío infierno, fuimos a las puertas de la fortaleza, esperando, como siempre, nuestra harina, de la que nos alimentábamos como cien hormigas de un trocito de hoja. No salió nadie. No había comida. Yo fui el primero en asumirlo, pero los demás se volvieron locos, empezaron a pelearse entre sí, echándose las culpas unos a otros como si estuvieran convencidos de ello. Aquel día… empezó todo. Entre las mil disputas que ahí se armaron empezaron a engancharse, gastando las pocas energías que les quedaban en desahogar su furia, su ira, su impotencia contenida, traspasándola a personas que estaban en su misma condición. De pronto, mientras yo reflexionaba, como siempre, una de esas almas perdidas empezó a gritarme. Se acercaba a mí y me gritaba. Yo no le entendía, pero sentí toda esa furia animal que con su mirada me traspasaba. Hice como que no le escuchaba, nunca he sido un camorrista, siempre he pasado de asuntos así, pero ese hombre que veía delante de mí había dejado de ser persona hacía rato. Me gritaba, sonidos inentendibles propios de un alce en época de apareamiento, y de pronto, mientras miraba cómo me gritaba iracundo y rabioso, comencé a sentir un asco existencial hacia él y hacia todos los que me estaban rodeando. Nunca sabré qué me pasó en la cabeza.

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Tampoco sabré por qué me lancé hacia él y empecé a desgarrarle la cara hasta que se convirtió en un amasijo de carne sanguinolenta sin sentido. Todos los que en ese momento estaban discutiendo, peleándose entre sí, se paralizaron. Cuando me levanté todas las miradas estaban fijas en mí, preguntándose qué, pero a su vez entendiendo la situación. Eché a correr hacia el gran bosque, no quería que hubiese gente. Quería estar solo. Reflexionar acerca de lo ocurrido. Yo nunca hubiera sido capaz de matar a un hombre, y menos de tal manera. ¿Qué estaba pasando? Adentrándome en el bosque observé que había varios cadáveres de los nuestros. Era increíble lo bien que se conservaban a tal temperatura. Si no fuera por la palidez, diría que acababan de caer al suelo. Y los rostros… Rostros de nada. No me decían nada. Solo me hacían recordar el frío. Y que la grasa era un gran aislante. Y que los cadáveres tenían grasa, piel… Podía hacerme una especie de chaqueta. Sí, sí, la hice. Aunque me costó desollarlos con la rigidez que el frío había otorgado a sus tejidos. Y allí dormí esa noche, con mi nueva adquisición. Los tejidos grasos me sirvieron para enchufar un fuego, y para cocinar la poca carne que pude sacar de los cuerpos desmembrados. De repente lo entendí. Por qué no sentía remordimiento, sino todo lo contrario. Yo era yo, y ellos eran ellos. Animales sin sentido alguno, sucumbidos a la locura que este lugar te causaba más tarde o más temprano. Se les oía gritar a lo lejos…, pobres diablos. Bueno, y esta es mi historia, la historia de cómo me convertí en señor y autoridad de este insólito lugar. También de cómo le cogí gusto a la carne humana y aprendí a sobrevivir cubriendo todas mis necesidades así. Ahora que yo era el señor y ellos los presos, presos de su existencia y de mi hambre. Presos de lo que había pasado y de lo que pasaría. Presos de mi fémur-machete. Y yo, al fin, era el rey. 15


Viaje de vuelta Irene Xue-Feng Lope Mateo (3ºA ESO)

Miró el reloj. Se prometió a sí misma que esa sería la última pregunta que contestaría. Era ya tarde y había dedicado demasiado tiempo a aquella exposición. No contestaría ni saciaría más la curiosidad de aquellos estudiantes incansables. Llevaba más de diez horas exponiendo sobre “Tratados de economía en la Europa medieval”. Se esforzó en contestar sin detalle y directamente dio por terminada la sesión. Con la voz más aguda de lo normal soltó un cortante “muy bien, esto es todo. Muchas gracias por vuestra atención”. Estaba cansada y tenía ganas de llegar a casa. Sentir el calor y el confort de su salón recién reformado y disfrutar de su sofá nuevo, limpio, mullido, recién adquirido en aquella tienda de muebles que a ella tanto le gustaba. Parece que los estudiantes habían entendido la señal. Todos empezaron a removerse en sus asientos recogiendo sus cosas. Algunos con más rapidez que otros. Eran las diez de la noche, una noche de invierno fría y húmeda. Se había librado por poco de las previsiones de una nevada en la zona en los próximos días. Sí, quería volver a casa. Se dirigió con decisión a la puerta, casi sin mirar a nadie, para evitar que alguno se le acercara con una duda o comentario de última hora y le retrasara la huida. Ni siquiera quería agradecimientos. Solo quería irse a casa y descansar. Recorrió el pasillo mientras cargada con sus pesadas carpetas rebuscaba en el bolso las llaves del coche. Tenía un largo camino a casa. Una hora y media aproximadamente. No quería perder ni un minuto. El camino hasta el parking se le hizo largo. Si bien era un edificio nuevo y equipado con todos los servicios propios de un centro de negocios, reuniones, congre16


sos y un largo etcétera, a esas horas resultaba solitario y misterioso. El silencio era brutal, no se oía nada ni a nadie. Sus pasos se marcaban en la moqueta. Pudo sentir en su espalda un pequeño escalofrío. Paró un segundo. Silencio. Nada. Decidió reanudar el paso. No le gustaba esa soledad. Pudo coger el ascensor que se encontraba al final del pasillo. Los mecanismos del montacargas se oían con absoluta nitidez. Llegó al sótano. Apenas se encontraban ya coches aparcados. Lógicamente la mayoría del personal estaba ausente. La soledad era enorme. No tenía miedo, pero la escena sí le daba cierto respeto. Localizó su coche a lo lejos. Se animó sola. “¿Qué puede pasar? Aquí no hay nadie”. Con un paso rápido, como de carrerilla, metió la llave y, soltando bruscamente las carpetas en el asiento del copiloto, se apresuró a cerrar la puerta y, acto seguido, pulsó el botón de cierre automático. Ya estaba a salvo. El coche resultó ser su protector en ese sótano solitario. Entonces emprendió la marcha y un contenido suspiro de alivio salió de sus labios. No le costó mucho salir de la ciudad. A esas horas el tráfico era casi inexistente. Todo brillaba. Las luces de las farolas y los semáforos se reflejaban en el suelo bañado por la suave llovizna que había estado presente todo el día. “Ojalá la fluidez del tráfico fuera siempre así”, se decía. Nunca le había gustado la idea de depender tanto del coche para llevar a cabo su trabajo, pero esto era lo que había. No era posible ni coger el tren de cercanías ni el autobús por el horario. El interior del vehículo estaba frío, por lo que decidió poner el climatizador y la radio. ¿Por qué no? Buscaría alguna emisora en la que pusieran música. Nada que le hiciera pensar ni preocuparse. Siempre le había gustado el paisaje del camino. La carretera llena de curvas rodeada de altos árboles era intimidante y al mismo tiempo maravillosa. Sintió la soledad en la más absoluta oscuridad. Todo a su alrededor estaba negro. Algo no iba bien. El acelerador no respondía. El coche, a pesar de pisar el pedal, no aumentaba la velocidad. Algo estaba ocurriendo. Un sonido extraño que provenía del motor auguraba lo peor. Se quedó quieta en el asiento. Notaba que 17


el calor del interior estaba escapándose. Volvió a sentir un escalofrío que se deslizaba desde su nuca y se desplazaba poderosamente hacia su espalda. Miró a los lados a través de las ventanas. Todo era oscuridad, todo era abismo, como si tras esos cristales no hubiera absolutamente nada. Estuvo dudando por un momento qué hacer. ¿Salir? ¿Gritar? ¿Salir y correr? ¿Salir y gritar? ¿Salir, correr y gritar? No, había otra salida. Se giró hacia el asiento derecho y lanzó sus manos nerviosas al interior del bolso con el único propósito de encontrar su móvil. Lo agarró y trató de encender la pantalla. Había cierto temblor en sus manos. La ansiedad le impedía atinar con el uso del aparato. Cuando después de varios segundos pudo hacer que la pantalla se iluminase, un sudor frío surgió de todo su cuerpo haciendo que se estremeciera. No había cobertura. Este era el momento. Debía salir del coche. Mirar si a lo lejos se acercaba algún coche o tratar de encontrar cobertura moviendo en el espacio el móvil con el objetivo de conseguir algo de señal. De repente, cuando su mano se encontraba sobre el dispositivo de apertura de la puerta, notó un golpe seco. En el mismo asiento gritó y se revolvió echándose las manos a la cara. “¿¡¡¡¡Qué demonios había sido eso!!!!!?”. La lluvia caída se había acumulado en el cristal del parabrisas y solo se apreciaba una sombra oscura deforme. Decidió salir del vehículo para ver lo que era. Se detuvo en el lateral y pudo ver con bastante alivio que el cuerpo deforme era una rama de grandes dimensiones. Se apresuró a retirarla. Mientras estaba llevando a cabo la tarea observó unas luces lejanas que se acercaban a velocidad. “Por fin un poco de suerte”. Quienquiera que la viera se detendría y podría ayudarle. Se quedó parada, impasible, quieta como si la realización de un sólo movimiento hubiese hecho que aquellas luces desaparecieran. Era su oportunidad. La de ir a casa y olvidar el mal rato que estaba pasando ahí sola, en medio de la oscuridad más profunda. Sin embargo todas las esperanzas se fueron cuando el coche, pasando de largo, hizo revolotear su pelo a 18


pocos centímetros. Cuando ya estuvo alejado unos treinta metros se detuvo en seco iluminando la carretera con las luces rojas de freno. Como un resorte echó a correr moviendo los brazos y gritando, llamando su atención, pero justo cuando se encontraba a poco más de dos metros un acelerón brusco hizo que rodaran las ruedas chirriando en la calzada y levantando el polvo del camino. Y de la misma manera que apareció se fue. No se fijó en la matrícula y apenas pudo reconocer el modelo. De nuevo reparó en que estaba en medio de la oscuridad y llevándose las manos a sus brazos sintió otra vez el frío. Pero esta vez no solo era el aire gélido del invierno sino la sensación de que no estaba sola en aquel lugar. Decidió volver al interior y resguardarse hasta que se le ocurriera algo para poder salir de ahí. Había pasado una hora aproximadamente sentada en el asiento del piloto. El sueño, el hambre y el frío empezaban a hacer mella en su ánimo y en su cuerpo. Su única esperanza era que alguien –un vecino, un compañero de trabajo– sospechara que le había pasado algo por no poder comunicarse con ella y mandara a buscarla, pero a esas horas sabía que era difícil. No quería quedarse dormida así que, para mantenerse en vela, decidió armarse de valor otra vez y abrir el capó del coche para ver si había algo que pudiera hacer, aunque sus conocimientos de mecánica eran nulos. Abrió la puerta y cuando ya tenía medio cuerpo fuera oyó un ruido de ramas que provenía de la otra parte del arcén, miró y sintió una presencia oscura y grande que a su paso tumbaba los árboles. Su instinto le hizo meterse de nuevo en el coche y cerrar la puerta de golpe, sin miramiento. Esta vez no era la esperanza de una ayuda, sino la certeza de algo que amenazaba su seguridad. Los cristales del coche por dentro estaban empañados, pues el frío fuera era mayor. Se revolvió girando de un lado a otro en el asiento intentando encontrar ese ser amenazante. Oyó un fuerte golpe que vino de la parte del maletero. Trató de mirar por los espejos retrovisores, pero se movía con rapidez. Nada. Luego siguieron los golpes y zarandeos. No había duda, eso, lo que fuera, tenía 19


mucha fuerza. Golpeó la ventanilla desquebrajando el cristal. “¿Qué era aquello?”. Ahora a través del cristal delantero vio una silueta gigantesca con lo que podía ser una cabeza y brazos unidos a un torso descomunal. De repente el coche empezó a inclinarse por la parte delantera haciendo que sus rodillas chocaran con el salpicadero y que, irremediablemente, se deslizara hacia la parte trasera del vehículo. No podía dejar de gritar horrorizada por la situación. Cuando ya pensaba que el coche iba a rodar sobre sí mismo notó el vacío cayendo de nuevo al suelo. La sacudida fue tan fuerte que su cara chocó contra el volante. Sintió que sangraba por la nariz. De nuevo se hizo el silencio y la oscuridad. Temblaba como una hoja. Sentía en todo su cuerpo el miedo. A través de los cristales intentó mirar lo que había fuera y cuando giró la cabeza hacia la ventanilla de su asiento pudo ver un rostro blanquecino de ojos rojos como rubíes y una boca enorme con dos colmillos tan blancos que hicieron por segundos sentir que se iluminaba el cristal. Apoyaba sus manos huesudas en el bordillo de la ventanilla, parecía llevar una especie de capa de tela negra. Nunca había visto una criatura semejante. Un grito agudo, ensordecedor, salió de su garganta y las lágrimas se mezclaron con la sangre que había salido de su nariz instantes antes. Pensó que irremediablemente moriría en aquel lugar, sola y muerta de frío. Aquel ser monstruoso volvió a desaparecer de su vista, pero su presencia se notaba porque se oía rozar su cuerpo contra la chapa. Esperaba otra embestida, esta vez estaría preparada. Así que en un movimiento ágil saltó hacia los asientos traseros, pero sus cálculos fallaron. Esta vez el coche se levantó por el lateral derecho haciendo que rodara hasta la parte izquierda y de nuevo soltó con fuerza. Sintió un golpe seco en la cabeza contra la puerta. Trató de incorporarse y a través del cristal trasero pudo ver unas luces que se acercaban muy a lo lejos. Un sueño profundo se apoderó de ella. Cayó inconsciente.

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Abrió los ojos. Todo era blanco a su alrededor y sorprendentemente luminoso. Un rostro apareció delante de ella. —Buenos días, Amanda —porque ese era su nombre según la documentación que encontraron los servicios de emergencia en su coche—. ¿Cómo se encuentra? —Preguntó lo que parecía ser la enfermera a juzgar por su uniforme. —¿Cuánto tiempo llevo aquí? —Respondió dudosa. —Ha estado dos días dormida debido a los calmantes por las contusiones que sufrió. Parece que le atacó un oso. En estos últimos tiempos salen a la carretera nacional para buscar alimento. Ya han provocado incidentes en otras ocasiones, pero sin duda su ataque ha sido el más fuerte. Suerte que estaba dentro de su coche. Podía haber sido algo peor... Resuelta y mirando hacia todas partes como si se dejara algo, la enfermera salió de la habitación. Por un instante quedó paralizada mirando la pared blanca que estaba frente a la cama. Sintió que el corazón le latía con más fuerza. Y recordó. Pasó por su mente aquel momento que sin duda le marcaría para siempre y de alguna manera haría que cambiara su vida. Repasó cada momento de lo que vivió esa noche y una lágrima resbaló por su mejilla. Había sentido el miedo. Sobre todo recordó el rostro que asomó por la ventanilla agarrado a su coche. Se tapó despacio con la sábana para protegerse y pensó que aquello que vio no fue un oso. Que ese rostro blanquecino de ojos rojos no era el rostro de un ser de este mundo. Pasaron los meses, las semanas, los días; y todo había cambiado. Por más que había hablado con los vecinos, familiares, amigos, incluso testimonios que había dado a la policía local, nadie le creía. Todos se miraban extrañados o bajaban la mirada incrédulos, probablemente pensando que era una pobre loca con una historia increíble fruto de su imaginación. Había dejado su trabajo. Nunca volvió a pasar por aquel lugar. Asomada a la ventana desde un séptimo piso, todas las noches miraba la negrura que ha-

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bía más allá de la ciudad, allí donde terminaban las luces de la farolas que iluminaban las calles. Sentía de nuevo el frío y el miedo repitiéndose a sí misma: “No fue un oso”.

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La tormenta Pablo Esturillo Lorente (1º Bachillerato)

Esto fue lo que ocurrió. La noche del 11 de abril en que por fin se abatió sobre Yecla la peor tempestad que recuerda la historia de la Región de Murcia, toda la zona noroeste fue azotada por la tormenta de mayor violencia que haya visto en toda mi vida. Vivíamos en Calle del Salzillo, y vimos, poco antes del anochecer, la llegada de la primera tormenta, que avanzaba hacia nosotros fustigando las cosechas del campo. Ese día merendamos a las cinco y media, en el porche que da al patio trasero, a base de chocolate y bollería. A nadie parecía apetecerle beber otra cosa que no fuese Coca-Cola, que guardábamos en el frigorífico. Terminada la cena, Jorge se metió en casa a jugar a la consola en su habitación. María y yo nos quedamos un rato más en el patio, fumando, sin contarnos nada del otro mundo, con la mirada puesta en el campo. Unas cuantas motos zumbaban por el camino de delante de casa. Hacia el oeste las nubes de tormenta iban formando torreones según se agrupaban. Los rayos relampagueaban en su interior. En la casa de al lado vimos a los vecinos saliendo con el coche, supongo que para huir de la tormenta que se avecinaba. María soltó un suspiro y se abanicó el pecho con la mano. No sé si refrescaría mucho, pero, desde luego, no parecía calmarla. —No quiero asustarte, pero creo que se avecina una tormenta de cuidado Me miró con expresión de angustia.

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—Anoche tuvimos nubes como esas, Pablo, y también anteanoche, y terminaron por disiparse. —Hoy no pasará lo mismo. —¿Tú crees? —Si la cosa se pone fea de verdad, iremos al sótano. —¿Tan mal lo ves? —La verdad, no lo sé —respondí con sinceridad—, no ha habido tormentas de esta magnitud en Murcia, al menos que yo sepa. Pero el viento atraviesa, a veces, el patio como un tren bala. Algo más tarde salió Jorge, quejándose de que la consola no funcionaba porque se había ido la luz. Le revolví el pelo y le di otra Coca-Cola. De algo tienen que vivir los dentistas… Conforme se acercaban, las nubes iban tapando el azul del cielo. No había duda de que la tormenta era inminente. Jorge se sentó entre su madre y yo y se quedó mirando el cielo, fascinado. El estallido de un trueno atravesó el vecindario retumbando lentamente. El nublado se retorcía. Poco a poco se fue extendiendo sobre toda Yecla, y vi descender de él un fino velo de lluvia, todavía lejos. El aire se puso en movimiento con sacudidas que levantaban el toldo. La temperatura bajó rápidamente, refrescando el sudor de nuestros cuerpos y luego helándolo. Jorge se levantó del sitio. —¡Mira, papá! —Exclamó con sorpresa. —Entremos —dije, y le rodeé los hombros con mi brazo. —Pero ¿lo has visto, papá? Es enorme. —Tienes razón. Entremos en casa. Tras dirigirme una mirada de sobresalto, María ordenó: —Venga, Jorge. Haz lo que dice tu padre. Corre. No pierdas tiempo. Entramos por la puerta de cristal que da a la cocina. Cerré a nuestras espaldas y me giré para echar otra ojeada. La lluvia había inundado dos tercios de las cosechas. 24


Estaba situada casi encima de nosotros cuando cayó un rayo, tan brillante que durante treinta segundos todo el paisaje se quedó grabado en negativo en mis retinas. Al volverme, vi a mi mujer e hijo asomados a la ventana que nos da visión del patio. Por un momento me imaginé el momento en que estallara con un seco golpe y acribillara con flechas de vidrio a mi familia. Rápidamente les aparté de un empujón. —¿¡Qué hacéis ahí!? ¡Quitaos de la ventana! María me observó asustada. Jorge se limitó a abrazarla fuerte. Los conduje al salón. Y entonces llegó un viento aún más fuerte. Era un silbido ruidoso, que entraba hasta lo más profundo de tu oído. —Bajemos al sótano —le pedí a María cogiéndola del hombro. Encima justo de casa estalló un trueno. Jorge se agarró a mi pierna. —¡Ve tú también! —Dijimos María y yo al unísono. Tuve que desprender a Jorge de mi pierna. —Ve con tu madre. Tengo que ir a por linternas y velas para no estar a oscuras. Se secó las lágrimas y fue con su madre. Revolví los cajones del mueble del salón, apartando facturas, cartas del día de la madre y del padre de Jorge y las fotos que nos hicimos María y yo que siempre se le olvidaba poner en el álbum. Encontré cuatro velas largas y tres pequeñas junto con la linterna que compramos ese mismo año. Oí en el sótano cómo Jorge se echaba a llorar y un sonido que provenía de fuera de casa. No le di demasiada importancia y bajé corriendo al sótano cerrando la puerta. Jorge corrió a mi encuentro diciéndome que no me fuese más: le agarré la cabeza y acaricié su pelo para que se tranquilizase. Al cabo de diez minutos escuchamos cómo alguien llamaba a la puerta del sótano. María me agarró del brazo y me pidió que no

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abriese mientras sentaba a Jorge e su lado. Los golpes a la puerta fueron acompañados de unas palabras de esa persona misteriosa. —Abrid, malditos, sé que aquí hay alguien —a medida que aporreaba la puerta, con más agresividad hablaba. —Si no abrís os mataré. Juro por Dios que lo haré. Por fin cesó su insistencia y dejamos de escucharle. Encendimos primero las velas pequeñas que encontré para ahorrar pilas de la linterna. Nos miramos las caras a la oscilante luz de las velas y escuchamos los rugidos y los embates de la tormenta contra nuestra casa. Al cabo de unos veinte minutos oímos el desgarrado crujido de uno de los árboles cercanos a casa, que cedió ante la fuerza de la tormenta. Luego hubo una tregua. —¿Ha pasado ya? —Me preguntó María. —Puede ser. Pero solo por un rato. Subimos, cada uno con una vela, como si fuese una procesión. Jorge sostenía la suya orgullosamente. Mirar la llama de la vela le hacía olvidar su miedo. Estaba muy oscuro para ver qué daños había recibido la casa. Aunque ya hacía rato que Jorge debía estar en la cama, ni su madre ni yo hablamos de acostarle. Nos quedamos en el salón, escuchando el viento y mirando los rayos en la lejanía. Aproximadamente media hora más tarde, vimos cómo se formaba de nuevo la tormenta y nos dirigimos al sótano otra vez. En uno de los destellos que producían los rayos vi la puerta de cristal de la ventana atravesada por un tronco en una de cuyas ramas había algo de color rojo. Con las prisas supuse que sería sabia del mismo y olvidé el tema. La segunda tormenta no fue tan violenta, pero oímos cómo la casa se rajaba. —Aguanta, campeón —lo tranquilicé. Me dirigió una sonrisa nerviosa.

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Poco después Jorge escuchó entre las cajas del sótano un gemido y fue a investigar. Me levanté de un salto al escuchar un desesperado grito de Jorge. Dirigí mi vista hacia el sonido y vi a un hombre agarrando a Jorge del cuello con su brazo, con un trozo de cristal apuntándole a la cara. —¡Siéntate o se lo clavo ahora mismo! —Gritó en ese instante. Nada más escuchar eso me senté y tanto María como yo reconocimos su voz. Era el hombre que aporreaba la puerta. —Al final os atrevisteis a dejarme ahí fuera —dijo entre jadeos—. Por vuestra culpa voy a morir, pero no sin antes hacéroslo pagar. María, muy angustiada, me agarró con desesperación del brazo. —Suéltalo, él no ha hecho nada. —No, no, no. Todos sois culpables por no dejarme entrar y ahora es el momento de que paguéis. Jorge se intentó separar del hombre y él le agarro más fuerte, no sin dejar al descubierto una herida que tenía en su abdomen. —¡Tú! Coge esos alicates y arráncate la uña del pulgar —me exigió. Cogí los alicates y le miré nuevamente. —Hazlo ya —dijo mientras clavaba ligeramente el cristal en la mejilla de Jorge. Los agarré con fuerza y me dispuse a hacerlo. Miré a Jorge a la cara y le dije: —Tranquilo, campeón. Me cogí la uña con ellos y tiré con toda mi fuerza. Al sentir ese dolor se me saltaron hasta las lágrimas, aunque lo hice demasiado flojo por el miedo que sentía. Pero debía hacerlo por mi hijo. Con un seseo arranqué lo que quedaba de uña y me sumergí en un dolor profundo. 27


María fue incapaz de aguantar la mirada. —Recomponte, que esto no ha terminado. Ahora tú, mujer, vas a coger esa vela y vas a tirarle toda la cera a la uña —dijo mientras reía. Las manos de María temblaban. Con mi otra mano se las cogí y le dije: —Es por Jorge. Le dirigí una mirada mientras María se preparaba y vi a Jorge mirar el fuego de la vela con unos ojos decididos, el miedo había desaparecido. Raudo, saltó de golpe sin que ese hombre se lo esperase. Nada más ver eso corrí hacia él al tiempo que Jorge iba hacia los brazos de su madre. Se intentó poner de pie, pero la herida de su estómago se lo impedía. Me abalancé sobre él y estiró su brazo para intentar clavarme el cristal, yo puse mi mano entre medias y me atravesó la palma de la mano, rompiendo el cristal. Con mi otra mano formé un puño y se lo arrojé con las fuerzas que tenía en el mentón, dejándolo inconsciente. Durante este acontecimiento no nos dimos cuenta de que la tormenta paró y minutos después vinieron vecinos a ver cómo nos encontrábamos. Las caras de asombro de la policía y de los de la ambulancia que vinieron luego fueron lo de menos cuando vimos cómo se llevaban al hombre que intentó acabar con mi familia. Dos días después el oficial nos contó que era un traficante famoso de la zona y que murió a causa de la herida de su abdomen. María me dijo que quizá nada habría pasado si no me hubiese detenido cuando fui a abrir la puerta. —Puede que sí, puede que no. La cuestión es que ya estamos bien y todo ha pasado. Jorge no parecía afectado pero sabíamos que esto le marcaria de por vida.

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Invasión apocalíptica Abraham García Ibáñez (4ºB ESO)

6 DE MARZO DE 2198 El Explorer98 llevaba ya 128 días fuera del sistema solar. Desde la sede de la NASA en Houston, Texas, todos los operarios estaban expectantes a la vez que nerviosos. Hasta ese momento, la expedición iba según lo previsto pero estaban a punto de hacer una maniobra arriesgada. Iban a pasar cerca del planeta v391 Pegasi b, un planeta “similar” a la Tierra. Y no exactamente por su apariencia física, sino por su historia. Está previsto que La Tierra arda en cenizas en unos 5000 millones de años debido a la fase de estrella gigante roja por la que pasará el Sol; y es que Pegasi b ya ha pasado por esa etapa. Es por eso por lo que querían observar el planeta de cerca y ver cuáles habían sido las consecuencias. La nave estaba tripulada por el astronauta e ingeniero Jerry Smith, la ingeniera Alice Porter y el doctor Nikolai Vasiliêv. Era una expedición que llevaba muchos años intentando hacerse, y las dos potencias más interesadas en realizarla eran la estadounidense y la rusa. Para llevarla a cabo se necesitaban las tecnologías más novedosas y eficientes. Apenas 20 años antes se había inventado la supervelocidad, que funcionaba con un gas de un elemento químico artificial, por lo que era muy inestable y peligroso, pero a la vez necesario para viajar a distancias tan alejadas; y es que el Pegasi b está a 4500 años luz de la tierra […]. Habían recibido la orden de acercarse a aquel exoplaneta cuando la nave recibió una fuerte sacudida, pero su rumbo no se modificó. Sin embrago no pasó ni un minuto cuando la nave se

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tambaleó otra vez y comenzó a caer. La fuerza de la gravedad del planeta era demasiado fuerte y la nave no podía retomar el vuelo. Caían en picado. Los tripulantes mandaban mensajes de auxilio a los centros espaciales pero sabían que eran en vano. La distancia con la Tierra era tan grande que la señal podía tardar hasta tres horas en llegar. La gran nave caía sin cesar ante un gran desierto rojo devastado por el fuego ardiente de su estrella. Estaban a unos tres kilómetros del suelo cuando el astronauta ruso se desmayó y la ingeniera Porter no paraba de vomitar; sólo quedaba Smith, que intentaba de todas las formas posibles elevar la nave, pero era inútil, no respondía. 2 km, 1 km, 500 m, 100 m, 0. La nave había quedado intacta, de alguna forma se había amortiguado el golpe. Los tripulantes estaban ilesos, aunque Nikolai seguía inconsciente. El comandante Smith quiso salir al exterior para ver cuáles habían sido los daños de la nave. Se puso el traje espacial y salió a inspeccionarla. Pero nada más salir, aparecieron del suelo una serie de animales extraños con cabeza ovalada y dos patas, dos filas de dientes y color negro que atraparon al astronauta y se metieron en la nave. Despegaron y salieron de aquella gran bola roja. 25 DE ENERO DE 2203 La nave había pasado el cinturón de asteroides. La base estadounidense de Marte estaba alerta por un posible ataque de los extraterrestres. Tenían toda clase de armamento preparado para disparar tras la orden, pero el plan A era capturar a los alienígenas para examinarlos. La señal con la nave la habían perdido desde el momento del impacto en el planeta Pegasi. No sabían qué había estado pasando en el interior del transportador. Pensaban que los monstruos sabían ir a la Tierra porque había un gran mapa del Sistema Solar en la nave.

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En el interior del vehículo espacial se encontraban los alienígenas. Pero no dos o tres, sino cincuenta. No se reproducían como los seres humanos, se reproducían mediante mitosis, y no eran más porque no cabían en la nave. Tenían una gran cabeza translucida que dejaba apreciar la forma del cerebro y muchas conexiones sensoriales. La nave llegó al planeta rojo tan conocido por las personas, Marte, donde vivía aproximadamente el 30% de la población de seres humanos. La Tierra se había quedado sin recursos para abastecer a todos y tuvieron que ideárselas para mudarse a otro planeta. Los alienígenas bajaron y no vieron a nadie alrededor. Habían amartizado en un pequeño cráter en la cara opuesta a aquella en la que se encontraban las personas. Salieron los 50 invasores e iniciaron su búsqueda de carne fresca. Pero a medida que avanzaban, se iban multiplicando en número. Su fase reproductora no tardaba más de 20 minutos y cuando llegaron a la civilización, ¡ya eran 1000! Las fuerzas estadounidenses abrieron fuego, sin ningún resultado destacable. Consiguieron vencer a algunos centenares pero eran demasiados y se abalanzaron sobre ellos. La mayoría de los soldados fueron degollados por las grandes zarpas. Los Pegasianos cogieron las armas y se subieron a todos los cohetes que había en la gran base. Despegaron y pusieron rumbo a la Tierra con la intención de terminar con la raza humana como ya habían hecho en Marte. 22 DE JULIO DE 2203 La gran flota de naves se acercaba a la Tierra. Los alienígenas ya eran 100.000, y además, los heridos se habían recuperado porque podían regenerar las partes del cuerpo siempre y cuando conservaran el cerebro.

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El mundo estaba llegando a su fin. Cuando las naves aterrizaron, los defensores abrieron fuego pero no tenían nada que hacer. Los invasores usaron el armamento que habían recogido y poco a poco fueron terminando con la vida de las personas. Finalmente, a los 51 días terminaron con la vida de la Tierra. Se montaron en las naves y dejaron atrás aquel planeta azul. Esa especie superior intelectualmente había arrasado todo a su paso y ahora seguía su camino por el Universo. Pero antes de morir, alrededor de veinte humanos consiguieron escapar sin ser vistos por el enemigo y pusieron rumbo a un nuevo sistema planetario, que repoblarían y empezarían de nuevo. Eso si conseguían no ser vistos…

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Tenebris María Lapaz Toledo (3ºA ESO)

Y aquí estoy yo sin saber qué hacer, qué decir, cómo reaccionar ante esta situación. Siento que mis piernas tiemblan cual huracán arrasando una gran ciudad, como si mi vida estuviese en una balanza. Hasta que finalmente me desvanezco. Henrik fue mi primer amigo cuando llegué al colegio. Nos acabábamos de mudar a Holanda porque a mi padre lo habían trasladado allí. Aquella mañana de otoño, mi madre me había hecho aquellas coletas tan monas que a mí me gustaban tanto, tenía que causar buena impresión. El señor Dower me acompañó a clase. Todos se quedaron mirándome, a pesar de que a mí no me gustaba ser nunca el centro de atención. Las niñas comenzaron a reírse y murmurar sobre mí. En ese momento, creía que aquella clase de primero de primaria era la más cruel del mundo. Sin embargo, en la hora del recreo, Henrik fue el primero que se me acercó y que se convertiría en mi amigo incondicional el resto de mi vida, o por lo menos hasta que sus padres tuvieron el horrible accidente. Los días pasaban y yo me sentía totalmente integrada en aquella comunidad junto a Henrik y los hermanos Adele y Tom, que vivían dos calles más abajo. Los cuatro éramos invencibles. Los años pasaban felizmente para nosotros. Y por fin ¡acabábamos la ESO! Se acercaba el verano y pronto nos graduaríamos. Aunque no nos importaba demasiado porque seguiríamos todos juntos en el mismo instituto. Pero la vida en ocasiones puede ser muy traicionera.

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Al llegar a casa, mi madre me estaba esperando en la puerta. Su cara, empañada de lágrimas, no hacía presagiar nada bueno. Me cogió dulcemente por el hombro y me llevó al salón, pues tenía que darme una noticia que cambiaría por completo el rumbo de mi vida. —Siéntate, cariño, tengo que decirte algo muy importante. Apenas tenía un hilo de voz. Yo no sabía qué era aquello tan terrible que tenía que decirme, hasta que, armándose del valor que solo las madres poseen, me desveló la cruel noticia. —Esta mañana, cuando Johan y Mary salieron del trabajo, tuvieron un brutal accidente de coche. No pudieron reaccionar y… Y han fallecido. En ese momento me quedé helada y lo primero que me vino a la mente fue mi amigo Henrik. ¿Lo sabría ya? ¿Cómo estaría? Por un momento me quedé inmóvil, petrificada, no podía creer que los maravillosos padres de Henrik hubiesen muerto. Creí que lo mejor que podía hacer era ir a visitar a mi amigo. Me abrió la puerta su prima Elisabeth. Su cara reflejaba el dolor que sentía aquella familia tras el espantoso suceso. Henrik estaba en el salón, rodeado de parientes: tíos, primos, abuelos… Dirigió la vista hacia mí. ¡Dios mío, cuánto dolor reflejaban sus ojos! Su rostro era blanco, cual copos de nieve cayendo en un suelo no muy húmedo. Rápidamente se acercó a mí, yo no me podía mover, jamás lo había visto acercarse con tanta ira: —¿Qué haces aquí? Lárgate a tu casa con tu encantadora familia, aquí no pintas nada. No me lo podía creer, sabía que tendría que estar pasando unos momentos muy duros, pero pensaba que mi amistad podría ayudarle a pasar ese doloroso trance. Salí corriendo y no paré hasta llegar a mi cuarto. Me tumbé en la cama llorando como nunca lo había hecho. Aquella situación me superaba, pero, sobre todo, la cólera con la que se dirigió hacia mí. 34


Al día siguiente, en el funeral, no me separé de mis padres. Henrik siempre estaba rodeado de personas. No le vi derramar ni una sola lágrima. Solo veía sus ojos llenos de rabia cuando nuestras miradas se cruzaban. Pasaron tres meses y llegaba nuestra graduación. Durante ese tiempo, Henrik jamás se acercó a mí, si veía a Adele y Tom hablando conmigo pasaba de largo, y si era él quien estaba con ellos y me acercaba yo, se iba. Esta situación era insostenible. Mis amigos me contaron que Henrik era otra persona desde el accidente de sus padres. Se había hecho amigo de un grupo de chicos de bachiller un tanto peculiares, se decía que adoraban todo lo relacionado con el diablo. Por fin llegó el gran día, aunque yo no estaba tan emocionada como había imaginado. Mis padres, llenos de orgullo, me acompañaron al evento. Allí estaban también los padres de Adele y Tom, aunque cada uno en una punta distinta de la sala, ya que estaban separados y su relación era todavía peor que cuando estaban casados. Y llegó Henrik acompañado por sus abuelos. Estos vivían en México, pero se habían quedado con su nieto hasta que terminase el curso y en verano este se trasladaría a vivir con ellos. Tras la ceremonia de graduación, mis compañeros salieron a celebrarlo, pero yo decidí no ir, pues me sentía muy mal por la indiferencia de mi amigo de toda la vida y sabiendo que en pocas semanas se marcharía para siempre. A la semana siguiente ocurrió algo sorprendente. Henrik me llamó por teléfono. Quería que nos reuniéramos todos en su casa para poder despedirse y disculparse por su manera de actuar en los últimos meses. No me lo podía creer, en un par de días volveríamos a reunirnos todos, los invencibles. Las horas se convertían en minutos, los minutos en segundos, y los segundos en mi modo de morirme de aburrimiento lentamente. Estaba deseando que llegara el gran día, con mucha más ilusión que el día de mi graduación.

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Por fin llegó. Puntual como un reloj, creo que incluso me adelanté unos minutos, me planté frente a la puerta de Henrik. Este la abrió y me sonrió como siempre lo había hecho, en ese momento me sentí pletórica. Mientras él cerraba la puerta yo le pregunté si había llegado el resto del grupo. —Sí, también se han adelantado un poco, están en el sótano, haremos la fiesta allí para no molestar a mis abuelos —dijo mi amigo. A mí aquella decisión me pareció muy adecuada y me encaminé hacia el lugar. Me sabía muy bien el camino, ya que habíamos pasado muchas horas de pequeños jugando allí. Bajé las escaleras, Henrik bajaba detrás de mí. Al llegar al último peldaño le pregunté dónde estaban los demás. Tras mi pregunta solo recuerdo un terrible dolor en mi cabeza. Y aquí estoy yo sin saber qué hacer, qué decir, cómo reaccionar ante esta situación. Siento que mis piernas tiemblan cual huracán arrasando una gran ciudad, como si mi vida estuviese en una balanza. Hasta que finalmente me desvanezco. Cuando me desperté estaba sentada en una silla con manos y pies atados. Abrí los ojos y Henrik no estaba. No podía creer lo que estaba viendo. En una de las paredes había algo escrito con sangre: “Tom ha muerto aquí”. Miré hacia otra pared y había otra inscripción: “Adele ha muerto aquí”. Todavía aturdida por el golpe que Henrik me había dado intentaba entender qué estaba sucediendo, cuando, al sacudir mi cabeza un par de veces y recobrar por completo el sentido, pude ver los cadáveres de mis amigos. —¿Qué ocurre aquí? —Comencé a gritar con angustia. De pronto, oí unos pasos, era Henrik que se acercaba a mí. Su mirada había cambiado, su ropa estaba cubierta de la sangre de nuestros amigos. Yo estaba completamente desconcertada, no entendía nada, por un momento creí que estaba dormida y tenía una terrible pesadilla.

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—¡Hombre, mirad quién se ha despertado! Su voz era siniestra, su mirada… diabólica. —Henrik, ¿qué ocurre aquí? ¿Qué les ha pasado a Adele y Tom? Dios mío, Henrik, ¿qué te pasa? Yo no entendía nada, de pronto comencé a chillar y a llorar desesperada. Había matado a nuestros amigos y yo sería la siguiente. Me tapó la boca con un pañuelo y se sentó frente a mí. —No puedo soportar que seáis tan felices. Tú y tus maravillosos padres, Adele y Tom con los suyos, no tan perfectos… pero los tienen, y yo… me tengo que marchar de la ciudad con mis abuelos —decía Henrik enfurecido—, esta vida no es justa. No puedo soportarlo. Acabaré contigo y luego con mi miserable vida. Acto seguido me clavó un cuchillo. En la primera puñalada, en el brazo, solo podía ver en sus ojos una mirada penetrante e intimidante, la segunda fue al corazón y después de esa ya no recuerdo más. Después de un largo sueño, mis ojos comienzan a despertar pero no puedo evitar abrirlos lentamente, ya que hay una resplandeciente y blanca luz que me impide hacerlo con total normalidad, por un segundo pienso que estoy en un quirófano, con lo cual mi débil corazón late a mil por hora. Cuando veo que no estoy en un quirófano ni en un hospital, mi corazón empieza a calmarse poco a poco. Pero la luz desaparece y de repente me encuentro en la oscuridad. Mi cuerpo está intacto, no siento nada. Todo son sombras, mi mundo ha desaparecido y ese lugar es frío y sombrío. ¡Me siento tan sola! —¿Y mis padres? Necesito a mis padres. Este sitio es muy frío, necesito el calor de mis padres. Estoy sola en la más fría oscuridad ¿qué puedo hacer? Sin más dilación creo que lo mejor es ir a buscarlos. Sin saber muy bien cómo, aparezco en casa, no he caminado por la calle, ni he cogido el autobús, ¿dónde estoy? Es una sensa37


ción que nunca antes había experimentado. Quería estar en casa y mi alma simplemente se encuentra allí. Mis padres ven una película en el salón. Entro en la cocina y cojo un cuchillo de un maravilloso juego que mis padres habían comprado y me acerco hacia donde ellos están. —¡Jamás volveré a estar sola!

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Muddle Daniela Bayona Jiménez (3ºC ESO)

El relato comienza un 31 de octubre por la noche; cuando empieza a brotar una planta en la mansión de Neferet (cuyo significado procede del egipcio y significa “bella mujer”), la más fea, cruel, temida y poderosa bruja de todo Chesterfield. Ese mismo día nació Robert, un niño curioso y muy miedica. Pasaron los años y la planta creció de una forma muy extraña: tenía una especie de cabeza y... un cuerpo; aunque no tenía ni piernas ni pies pero parecía que le iban a crecer. Robert también creció, pues habían pasado 12 años. Él, como todos los días a las ocho y cuarto de la mañana, se iba al colegio, pero, cuando volvía, sentía una extraña sensación. Cada día que pasaba, las calles estaban más vacías; y él escuchaba gritos, como de gente pidiendo socorro; además, escuchaba una vocecilla que le decía: —¡Ayúdales! Le preguntó a su amigo Simmon: —¿Oyes eso? —Y Simmon le dijo que no. También sentía como si alguien le persiguiera; cada vez que se giraba veía una sombra y le entraban escalofríos. Simmon le preguntaba: —¿Estás bien? —¡Sí, sí, no es nada! —Pero en realidad, estaba muerto de miedo. Un día, mientras estaba jugando al frisbee en el parque, se desmayó; perdió el control de su cuerpo y se cayó. Lo llevaron al hospital. Allí estuvo en coma como unas dos o tres horas y de repente se despertó. —Todo perfecto —le dijo una enfermera. Simmon le dijo: 39


—¡Menudo susto nos has pegado! ¡Fue como si te hubieran electrocutado! Sus amigos sabían que era muy miedica y siempre se burlaban de él. Días antes de Halloween le dijeron: —¿A que no te atreves a ir a la mansión de Neferet? —Y Robert, como se estaban burlando, se quiso hacer el valiente y aceptó. Llegó la noche del 31 y él y sus amigos se fueron a pedir caramelos y después irían a la mansión de Neferet. Llamaron a la primera casa y nadie abrió la puerta. Llamaron a la segunda casa y tampoco contestó nadie. Hasta que... al llamar a la tercera casa, la puerta se abrió sola y a pesar del miedo que les dio entraron. La casa estaba a oscuras y se escuchaba a alguien trajinando en la sala de estar. Nadie se atrevía a mirar allí, así que, los demás empujaron a Robert. Cuando se asomó, vio a un hombre encapuchado y se asustó. Robert se quiso ir sin hacer ruido, pero al girarse, presintió que el hombre le estaba mirando. Para comprobarlo se quiso girar otra vez y vio cómo le miraba una capucha andante; porque no se le veía ni el cuerpo ni la cabeza, solo se veía que tenía piernas y pies. Robert estaba temblando tanto que parecía gelatina, no le dio tiempo ni a gritar porque, de repente, el encapuchado salió corriendo a la velocidad de la luz. Todos estaban asustados y asombrados ante lo que acababa de pasar. Por eso se fueron rápidamente a sus casas y se olvidaron de ir a la mansión de Neferet. Nadie podía dormir pero Robert sí se durmió, aunque un poco asustado. Entró en un sueño profundo, en el que soñaba con una planta, si bien no le dio tiempo a más, porque poco a poco se iba despertando al oír otra vez esa voz que decía: —¡Ayúdales! ¡Están en peligro! —Pero esta vez además dijo:— Soy yo. El de la casa. Cuando se despertó, tenía delante la cara de un ser raro, una planta con cabeza y cara y... Se pegó tal susto que el corazón le

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iba a mil. Se levantó de la cama rápidamente y se aprisionó contra la pared. Él no podía creer lo que estaba viendo, una planta con aspecto humano y ¡la planta le estaba hablando!, pero... además, sin mover la boca. Le estaba hablando como con la mente. Robert hiperventilaba e iba a chillar pero la planta se dio cuenta, le tapó la boca y lo tranquilizó diciéndole: —Cálmate; ya sé que soy una planta con aspecto humano pero soy inofensiva. No te haré daño, solo quiero que me ayudes a ayudarles. Robert le hizo muchas preguntas: —¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué clase de planta eres? ¿Por qué leo tu mente? ¿Cómo sabías que podía hacerlo? Él le respondió: —Soy una enredadera y no tengo nombre. Vengo de la mansión de Neferet, ahí es donde nací, en ese jardín tenebroso sin ninguna planta. Soy una planta mágica y nacimos el mismo día, ¿no? —¿Sí? —Respondió Robert. —Por eso puedes entenderme —dijo la planta. —Conque eras tú; y dices que no tienes nombre... ¡Te llamaré Muddle! —De acuerdo —respondió la planta. —¿Y qué era eso que decías de ayudarles? —Ven y te lo enseñaré —dijo Muddle (que significa lío o desorden) susurrando. Robert llamó y reunió a todos sus amigos y se los presentó, diciendo: —Chicos, este es Muddle —mientras, Muddle se quitaba la capucha. Y, al igual que Robert, todos se asustaron. Robert les explicó que venía de la mansión de Neferet, que era inofensiva y solo venía a ayudar; que a él también le resultaba difícil de creer. Simmon dijo: —¿A ayudar a qué? 41


Robert le dijo al oído: —Verás, ¿recuerdas que hace tiempo, mientras subíamos a casa, te pregunté si escuchabas eso y tú me preguntaste si me pasaba algo? —Sí. —Pues resulta que escuché gritos y sentía que alguien me perseguía; y el de la casa era él. Así que creo que tengo pistas, como esas, para saber qué pasa o qué me pasaba. Pusieron rumbo a la mansión de Neferet. Tuvieron que pasar un bosque oscuro. Se escuchaban cuervos, había niebla y los árboles hacían un camino: también parecían tener cara y seguirlos con la mirada; la luna iluminando el camino con su luz... Todas esas cosas lo hacían aún más terrorífico. Pasó una hora hasta que llegaron. Todos iban juntos y pegados los unos con los otros del miedo que tenían. Muddle se escondió y ellos llamaron a la puerta, pero antes de llamar se escuchó una risa malvada de bruja. Simmon dijo: —¿Estás seguro de esto? —Y Robert respondió: —¡No me hagas cambiar de opinión! —chillando de lo nervioso y aterrorizado que estaba. Al llamar, les abrió la puerta una mujer vieja, arrugada, bizca y con artrosis, tanto que parecía tener pelotas de ping-pong en las manos. Todos echaron a correr hasta no poder más; corrieron hasta salir del bosque. A todos les faltaba el aliento. Se pusieron a hacer recuento y ¡Simmon no estaba! Robert no se lo pensó y volvió corriendo al bosque a rescatarlo. Él no lo sabía pero le estaba haciendo frente a sus miedos. Muddle también fue y entre los dos sacaron a Simmon, que estaba siendo absorbido por el cieno. Tuvieron que ingeniárselas para sacarlo. Utilizaron como palanca un árbol caído hacia el pantano donde estaba Simmon: él se subió en un extremo y Robert y Muddle en el otro. Al día siguiente sus amigos no paraban de presumir de que habían ido a la mansión de Neferet, cuando ni siquiera entraron.

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Robert no hacía más que preguntarse qué era lo que pasaba y si tenía algo que ver con Neferet. Por ello fue al cobertizo y buscó libros sobre brujas, hechizos... (porque a su madre le gustaba mucho leer y siempre había querido predecir el futuro). Mientras, Muddle apareció de repente: —¿Qué haces, Muddle? Robert dio un respingo. —¡Qué susto! ¡Si no quieres que me muera, no hagas más eso! Estoy informándome. —¡Te ayudaré! —Dijo Muddle—. ¡Aquí hay uno que te puede interesar! —Encontró uno que decía “luna llena”. Y decía que era cuando las brujas solían hacer sus conjuros... Robert no dudó en buscar en el calendario cuándo era el siguiente día de luna llena; miércoles 1. “¡Esta noche!”, se dijo en su mente. Robert se preparó su mochila, metió un bolígrafo y una libreta, una botella de agua, unas linternas, una cuerda por si pasaba algo, etc. Llamó a Simmon para que le acompañara y sobre las ocho y media de la noche se fueron a la mansión. Entraron por la puerta trasera que Muddle le dijo a Robert que había. La puerta estaba en el suelo y tenía puesto un candado, así que tuvieron que buscar la forma de abrirlo. Probaron con el bolígrafo, una rama fina que había al lado de la puerta, un clip..., pero no se abrió. Así que Simmon le estuvo dando vueltas al asunto y dijo: —Chicos, si la casa es de una bruja, a lo mejor está protegida con magia, ¿no? —¡Eso es, Simmon! —Dijo Robert —¡Podíais habérmelo preguntado a mí! —Añadió Muddle. Como Robert se trajo el libro de hechizos de brujas de su madre, probaron. —A ver, a ver… Hechizo para abrir candados... ¡Aquí está! Pero necesitamos una varita. —No pasa nada, podemos utilizar la rama que cogimos antes —dijo Simmon. 43


—Muy bien. ¡Gracias, Simmon! —¡A la una, a las dos y a las tres, el candado se abrirá, ya lo ves! —Conjuró Robert. El candado se abrió y entraron, pero había un campo de fuerza que impedía pasar a Muddle, él se quedó fuera intentando romperlo. Había unas escaleras hacia abajo y la puerta estaba en el suelo, o sea, que tendrían que bajar al sótano. En efecto, abrieron y había muchos trastos, todo estaba lleno de polvo. —¡Eh, Robert, mira esto! —Robert miró y, como sabía que era Simmon con una careta, no se asustó. —¡Vamos, sé que eres tú! Ya no me asustas —dijo Robert. —¡Jo, me gustaba más antes cuando te asustabas! —Dijo Simmon en broma. De repente, se escucharon pasos que venían de la habitación de arriba y descendían hacia el sótano. —¡Escóndete, Simmon! —Dijo Robert. Y se escondieron detrás de un montón de cajas apiladas. —¡Quédate ahí, mengajo asqueroso! —Dijo Neferet. —¡No me hagas nada, por favor! Y es que Neferet había encerrado a alguien en el sótano. Encendieron la luz y era un niño. —¿Cómo te llamas? —Le preguntó Simmon. —¡Me, me, me llamo Arthur! —Dijo el niño tartamudeando. —Y ¿qué haces aquí? —Le dijo Robert. —Nos tiene cautivos, a mí y a mis amigos. Vinimos el día de Halloween a pedir caramelos y desde entonces no nos ha soltado, ni creo que nos suelte. ¡Nos quiere matar! —Tranquilo, nosotros venimos a ayudar—dijo Robert. —¡Ah, sí! La planta nos dijo que iba a buscar ayuda. —¡Ah! ¿Ya la conocéis? ¡Pues ahora se llama Muddle! —¡Estupendo! —Bueno, nosotros iremos arriba, tú quédate aquí —dijo Simmon

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—¡No! ¡Yo iré con vosotros! ¡No quiero que esa bruja me mate! —Vale, vendrás con nosotros. Mientras tanto, Muddle seguía intentando romper el campo de fuerza: tiraba piedras, ramas grandes y pesadas, intentaba traspasarlo haciendo fuerza, pero nada, no funcionaba. Subieron arriba y, como el suelo chirriaba, por poco los pillan, pero se hicieron invisibles con el hechizo que había estado practicando Robert, porque sabía que le iba a ser muy útil. Espiaron a la bruja desde detrás de unas mesas con experimentos en probetas, tubos de ensayo... Y esperaron a las diez de la noche. A esa hora el techo se desplegó y se veía la luna llena. Neferet cogió a uno de los amigos de Arthur y lo sentó con las manos y los pies atados a la silla de madera, la boca también se la tapó. Neferet conjuró un hechizo, y con ayuda de la luz de la luna absorbía la energía del amigo de Arthur. Robert intentó impedirlo echándole un cubo de agua que había, pero lo único que consiguió es que el agua cayera en los cables de la luz y se quedaran a oscuras. Nada la paró, Neferet seguía absorbiendo la energía de su amigo. Neferet parecía una bombilla azul de la luz que desprendía y cada vez se hacía más joven. Arthur estaba tan nervioso que no podía parar de moverse y sin querer tiró todos los experimentos de la mesa. Fue como a cámara lenta. Robert gritó: —¡Cuidado, Arthur! Y después Neferet exclamó: —¡No! Todos los experimentos se mezclaron y formaron una explosión. Los científicos creyeron que murieron todos pero hubo un superviviente: Yo, Robert Wilson Smith. Y sobre Muddle no se volvió a saber nada; pero entre dos ladrillos quedó una pequeña semilla... ¿Qué pasará el próximo Halloween…?

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El armario Cayetano Bayona Pacheco (4ºB ESO)

Objetos. Muebles. Cosas. Cosas… Esas cosas que están ahí por algún motivo... Y yo sé cuál es. Me llamo Andrew Smith, vivo en la calle Roble número 12, segundo piso, la tercera a la derecha. Vivía solo y eso me hace ver, sentir, y oír cosas que los demás no pueden. Desde hace un año estoy obsesionado con los muebles; ¿los colecciono? No lo sé. ¿Los guardo para que no les pase nada? No lo sé. ¿Son mis únicos amigos ya que estoy solo en mi casa y estoy empezando a perder la cordura? ¡¿ME ESTÁS LLAMANDO LOCO?! Perdón, a veces pierdo los estribos pero no pasa nada. Sé que no puedes pensar en eso puesto que tú eres mi amigo y estás conmigo. Por cierto, ¿desde cuándo nos conocemos? ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que nos conocemos? El caso es que te he despertado, amigo mío, porque he visto que la puerta del armario número 23 se ha movido 45 grados y eso no me gusta, ya lo sabes. Debería ir a echar un vistazo pero primero quería que lo vieras tú también. Sé que no te gusta que te despierte en plena noche pero a mí tampoco y eso me ha despertado. No, no han sido imaginaciones mías. Sabes que yo creo mucho en lo que veo y no lo discuto. Bueno, vamos a verlo. ¡Pero no te quedes ahí parado! Levántate ya. …

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Vale, me dispongo a cruzar, desde mi habitación, el pasillo, pasar al lado del baño, cruzar el salón y mirar el armario número 23. También me está acompañando mi buen amigo Nomini Tuo. Si resulta que no salgo bien de esta solo quiero decir que yo siempre tuve razón. A la de tres: una… dos… ¡TRES! Puerta. Mesa. Armario. Cómoda. Puerta. Archivador. Cajón. Puerta de baño. Silla. Sillón. Armario. Mesita. Sofá. Archivador. A este paso no llegamos, más rápidoooo. Estantería. Armario. Sill… ¡Ahhhhh! ¡MIERDA! La mesita, ¡¿cómo se me habrá pasado?! No todo es mala suerte, solo estamos a dos metros y no hay moros en la costa. Ya casi… Din don… ¿Qué? ¿Pero quién llama al timbre en plena noche?, ¿qué hora es? ¡Las cuatro de la tarde! No puede ser. Abriré las cortinas. Pues sí que son las cuatro. ¿Por qué no me lo habías dicho? Din don… Que sí, que ya voy. —¿Quién es? —¡Policía! Es la policía, qué querrá. ¿Sabrá que tengo muchos armarios y me los querrá quitar? ¿O ha venido para llevarme porque piensa que estoy loco? ¿O sabe que hay algún ser por aquí en mi casa y…? —¡Que abra de una vez! ¿Qué? Ah, sí. —Voy. ¿Sí, agente? Buenas tardes. —Buenas tardes, estoy aquí porque dicen que se oyen gritos de por aquí. ¿Es así? ¿Va todo bien? —S…Sí, va todo… perfecto. No pasa nada, agente. —Vale, de todos modos no parece que viva usted en unas condiciones muy buenas. 47


—¿Qué dice? Si mi casa está genial. —Dentro de unos días vendrá un equipo para que le cambien de casa y lo recojan todo. Señor, estas no son condiciones para vivir. —Vale, adiós. ¡Pum! Ese no sabe lo que dice, ¿Que no vivimos en las mejores condiciones solo por tener algo un poco desordenado? ¿Tú que dices? Bueno, déjalo. ¿Por dónde íbamos? Ah sí, estábamos con la puerta del armario… que ahora está cerrada… ¡NO ME VENGAS CON EL AIRE! Ahí hay algo y se está moviendo por la casa a sus anchas y ¡ESO NO ME GUSTA! Y vamos a impedírselo. Dejaremos que haga lo que quiera durante tres días porque no hay tiempo, ya has visto que nos van a desalojar de aquí, después de esos tres días le atraparemos. … ¿Qué querrá de mí? ¿Por qué estará aquí? ¿Qué va a hacer? … ¿Qué es esto? ¿De qué me siento culpable? ¡No! ¿¡Por qué!? … Yo no quería, me obligaron ellos… ¡AHHHH! Solo era un sueño… ¡Qué! ¡Despierta! Mira… Ahora están todas las puertas de los armarios abiertas. ¿Qué me querrá decir? No puedo aguantarlo más, aunque no haya pasado el tiempo que dije, voy a averiguar qué es lo que quiere. Esto lo acabamos ya. Saca la ouija. Si no tenemos dibújala en el suelo. ¿Hay alguien entre nosotros? … ¿Se ha movido al sí! Eso ya es algo, bien. ¿Qué es lo qué quieres? … 48


T U ¿Yo? ¿Qué estará diciendo? ¿No me querrá a mí? L A Tú la… ¿sabes a lo que se refiere? No, qué va. M A T A S ¡BIEN! ¡Se acabó! Quema esa tabla AHORA. … Pasan los días y esa cosa no nos deja… parece que cada día está más fuerte. Y el hombre que dijo que volvería no parece que lo haga. Ya ha pasado un mes. … Hey, amigo, tras estar cerrando puertas y demás me he encontrado esto, es una pistola y venía con una bala. No recuerdo haberla comprado ni haberla visto nunca. ¿Sabes algo de esto? ¿O es nuestro amiguito? … 1 MES DESPUÉS —¿Qué dice la forense? —Fue esa la causa de la muerte, sí. Un suicidio normal y corriente. —¿Le pasaba algo especial a este hombre? —Sufría esquizofrenia pero eso es todo. Seguro que sería esa la causa de la muerte. También le hemos identificado y es An-

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drew Smith, ya sabes, el que mató a su madre y se largó después de haber dejado la casa… —Sí, me acuerdo, desde luego, qué sádico fue eso. —No podría más con la culpa hasta el punto de suicidarse. Cuando haces algo mal lo mejor es solucionarlo cuanto antes, el peso de la culpa es cada vez más y más grande.

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El asesino del espejo Mª José Muñoz Manzanares (2º Bachillerato)

Reconocía que tenía un mal carácter, pero últimamente sentía que se le había acentuado. Durante el día experimentaba sensaciones de odio hacia todo el mundo, prefería estar en la más absoluta soledad que tener que pasarlo acompañado de gente que solo le producía malestar y le volvía cada vez más y más agresivo. Todos los días al llegar a casa se encerraba en su cuarto y allí pasaba la noche en vela imaginando cómo le gustaría aliviar sus instintos reprimidos. Desde que sufrió aquellos horribles tratos por parte de su padre, no se fiaba de nadie y tendía a alejarse de todo el mundo, sobre todo de su propia familia, a la que detestaba desde entonces. El encarcelamiento de aquel hombre no fue suficiente para él. Lo veía por todas partes, en sus profesores, sus compañeros, incluso en el nuevo esposo de su madre, quien se había convertido en su padrastro. En un principio pensó que aquella forma de ser acabaría al superar, poco a poco, el mayor trauma de su vida, pero, en lugar de esto, tomaba cada vez más fuerza y control sobre él. Acudió a psicólogos, su madre pidió ayuda de todo tipo para consolar a su hijo, pero este no experimentó ningún tipo de mejora. Incluso se mudaron de ciudad para cambiar de aires y poder comenzar una vida nueva, pero nada era suficiente. Esto supuso que perdiese los pocos amigos que conservaba en su ciudad y que aspirase a una soledad absoluta. Cuando alguien nuevo se acercaba a él, huía al instante por el carácter antisocial al que se adaptó,

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y de forma voluntaria o no, cayó en la más profunda de las depresiones. Una noche, mientras dormía, se despertó sobresaltado. De pronto escuchó un fuerte golpe en la casa. Se levantó confundido cuando aquel golpe volvió a sonar. Procedía del baño de su madre y su nuevo marido. Al entrar a su habitación, le extrañó que ellos no se hubiesen despertado con el estruendoso ruido. Estaba asustado, y su mal humor comenzó a surgir. Una sensación de agobio le inundaba. Al asomarse se encontró con la sorpresa de que todo estaba bien, nada se había roto y todo estaba en orden. Miró el reloj. Eran las 3:33 a.m. Decidió entonces volver a la cama con la intención de conciliar el sueño. Era la primera vez tras muchas noches en vela que conseguía dormirse y descansar un poco. En el fondo a él no le gustaba ser así. Desde pequeño había sido buen chico, siempre estaba muy feliz y le gustaba mucho estar con su familia y amigos. Pero la paliza que le dio su padre repetidas veces hasta dejarlo inconsciente, lo cambió y le hizo ver que por muy bueno que fuese y por muy bien que actuase frente a los demás no valía para ganarse el amor y respeto del hombre que le había dado la vida, y decidió entonces no merecer nada. Cuando al fin consiguió dormirse de nuevo, aquel desagradable golpe volvió a escucharse en el baño de su madre y su padrastro. Sin miedo y con decisión de averiguar qué causaba ese sonido, fue corriendo hacia allí. Ellos dormían. El pulso se le aceleró cuando, al encender la luz, encontró el espejo roto con enormes grietas. Entonces se sobresaltó. Tras los trozos del cristal roto, no podía creer lo que veía reflejado. Su padre estaba detrás de él. Se paralizó completamente, no conseguía articular palabra ni mover un solo músculo. Se sorprendió aún más cuando el espejo le mostraba a alguien que empezó a pegar a su padre: puñetazo tras puñetazo, la cara de aquel hombre sangraba y sangraba sin parar. ¿Era todo producto de su imaginación? Viendo esas imágenes sentía una sensación de satisfacción mezclada con miedo. No po52


día parar de mirar, disfrutaba al ver cómo aquel chico le daba la misma paliza que le había dado a él algún día. Cuando el reflejo mostraba a su padre inconsciente y con una continua pérdida de sangre, consiguió ver el rostro del autor. Era él mismo. Comenzó a hiperventilar cuando, al apartar la mirada del espejo, se miró las manos y estaban llenas de sangre. Sobresaltado, se dio la vuelta y encontró a su padrastro en el suelo. No cabía duda, estaba muerto. Él lo había matado. De nuevo, había visto la figura de su padre en otra persona. Y así siguió pasando, su instinto seguiría traicionándole hasta el final de sus días. Sabía que solo había una solución, y decidió ponerla en práctica para evitar hacer más daño a la gente. Buscó el edificio más alto de la ciudad y maldiciendo al hombre que le había arruinado la vida y le había convertido en lo que ahora era, reunió el valor para lanzarse al vacío. No sintió miedo, solo odio, pero esta vez hacia sí mismo.

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El recuerdo de aquel día Diana Carolina Paniagua Gómez (1º Bachillerato)

Estaba oscuro, intentaba decir algo pero no me salían las palabras. —He vivido con esto desde que era pequeño —dije tras un largo intento. Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir palabra me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no me dejaría. Ella me sonreía, me prometía cosas, pero no entendía qué era, se acercaba a mí y cuando me tocaba… —Buenos días —dijo una alegre voz—, ya es por la mañana —decía mientras me destapaba. —¿Qué hora es? —Contesté mientras me levantaba. —Tarde, venga, llegarás tarde a la escuela —exclamó saliendo de la habitación. Otra vez ese extraño sueño, todos los días igual, no lo entendía, pero me daba dolor de cabeza cada vez que me ponía a darle vueltas al tema, así que simplemente intentaba olvidarlo cada mañana. Bajé a desayunar, mi madre estaba preparándome las tostadas de cada mañana, por lo que yo mientras me puse a hacer la mochila. —Mamá, ¿has visto mi libro de…? —Dije mientras me giraba a mirarla. Mi madre no estaba, caminé hacia la encimera y vi las tostadas tiradas en el suelo, me extrañé muchísimo y empecé a llamarla, no sabía qué estaba pasando, caminé hacia el pasillo y vi un rastro 54


rojo, me asusté, se me paró un segundo el corazón, seguí aquella línea de gotas que me llevaba al salón; pasaron mil cosas por mi cabeza en aquel momento y cuando entré allí lo presencié. Me quedé perplejo y asustado, ella estaba ahorcada y mutilada en el salón, las gotas caían una a una, haciendo una melodía, se apagó la luz de repente, no veía nada. ¿Qué estaba pasando? Se oía una voz, una voz melódica, avisándome, diciéndome que tuviese cuidado, yo cerré los ojos y grité. —Cariño, ¿qué sucede? —Tocándome el hombro. Me giré muerto de miedo gritando y vi a mi madre. —Se te va a enfriar el desayuno —dijo con voz dulce. La miré fijamente, me volví y estaba todo normal, no había nada allí; mis manos temblaban, pero no quise decirle nada a mi madre sobre lo que había visto y solamente la abracé, pensé que no había dormido bien aquella noche, por esos extraños sueños que no me dejaban tranquila. Desayuné rápido y salí, no soportaba estar dentro de casa, cogí mi bici y me puse a pedalear dirección al instituto. Había vivido muchos años en este barrio, creo que fue en primer curso de primaria cuando me mudé, antes vivía en una casa más grande, siempre venían mis amigos a jugar, me acuerdo de que fue en ese entonces cuando me enamoré por primera vez de una niña preciosa, tenía unos ojos que siempre me miraban fijamente, a veces me ponía nervioso aquella intimidante mirada, pero había algo que me gustaba en ella. Me puse a sonreír y solté una risa llena de nostalgia recordando aquellos tiempos hasta que una horrible imagen vino a mi cabeza; cuando me di cuenta, estaba en el suelo. —Llamad a una ambulancia —resonó entre el silencio—, está sangrando. —¿Qué ha pasado? —Pregunté inquieto—. Llego tarde al instituto.

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—Chico, ¿no recuerdas lo que te ha pasado? —Preguntó un anciano mientras me ponía un pañuelo en la frente. Me dolía mucho por todo el cuerpo, no era capaz de moverme, vi a mi lado mi bicicleta, y entonces me cogieron en una camilla y me metieron en la ambulancia, unos señores empezaron a hacerme preguntas, pero al no entender nada, me empezó a doler la cabeza y fue entonces cuando me desmayé. —¿Te acuerdas de mí? Sé que no me has olvidado —sonaba en mi cabeza—, sé que lo ves, siempre lo has visto. —¿Por qué no me ayudaste, por qué? —Alguien gritaba dentro de mí—. Me olvidaste. Solo oía gritos, ¿quién gritaba? Vi una silueta acercarse a mí, levantaba su brazo y lo ponía en mi hombro, me quedé sin respiración en ese momento, me apreté el cuello intentando liberarme de lo que fuese que no me dejaba respirar, intenté dar aliento pero algo me ahogaba por dentro, empezaba a marearme, y terminé cerrando los ojos. Cuando me desperté estaba en una camilla del hospital de la ciudad, tenía la muñeca vendada, mi madre entró, empezó a preguntarme si estaba bien, pero en realidad no tenía respuesta, me contó lo que le habían dicho que me había pasado y me ayudó a levantarme, me habían dado el alta, ya que no era grave lo que me había pasado, solo me habían puesto un par de puntos en la barbilla y tenía algunos rasguños en la cara, además de un esguince en la muñeca. Tras terminar el papeleo, me cambiaron la gasa de la barbilla y nos fuimos. Mi madre me llevó a clase, ya que hoy tenía un examen pendiente; junto con el parte médico me dejó en la puerta y quedamos a una hora para recogerme. Entré rápido al instituto, en la entrada no había nadie, así que pasé sin firmar el retraso, caminaba por los pasillos, ya estaba todo el mundo en clase, pensé mientras subía las escaleras del primer piso, y me adentré en el ala B del instituto, al final del pasillo

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vi a una chica rubia caminando hacia las escaleras que acababa de subir, tenía unos bonitos andares y el uniforme le quedaba muy bien, tenía un aire muy dulce, me quedé enamorado, cuando se me cruzó olí su perfume y vi en mi cabeza su imagen, me paré un segundo, me quedé en blanco, la imagen que me vino a la cabeza era de ella muerta. Me giré corriendo por si era verdad, pero ya había desaparecido. Me puse a hacer el examen intranquilo, no me quitaba eso de la cabeza; además, me dolía mucho todo, no sabía qué hacía en el instituto después de todo lo que había sucedido esa mañana. Terminé rápido el examen y sin decir palabra a nadie salí a la hora exacta a la puerta para que mi madre me llevara a casa, no podía más con el día, solo quería llegar y descansar. Estaba oscuro, intentaba decir algo pero no me salían las palabras. —He vivido con esto desde que era pequeño —dije tras un largo intento. Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir palabra me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no me dejaría. Ella me sonreía, me prometía cosas, pero no entendía qué era, se acercaba a mí y cuando me tocaba… Otra vez el mismo sueño, pero me levanté extrañado, ¿por qué el otro día vi aquella imagen de esa preciosa chica?, ¿tenía algo que ver con estos sueños? Salí de casa sin desayunar para llegar temprano al instituto, necesitaba verla, subí las escaleras y me puse a pensar en cuál sería su clase, entré en el ala B como el otro día pero no la vi. Sonó el timbre y tuve que irme a mi clase. El día se puso lluvioso, y yo estaba nervioso por no haber encontrado a aquella chica, a última hora empezó a diluviar, menos mal que había cogido un paraguas. Cuando sonó el timbre salí rá57


pido de clase, me dirigí al pasillo y entonces la vi, la chica que buscaba estaba al otro lado del pasillo, caminando tranquilamente con su paraguas y su mochila colgada, me intenté acercar a ella pero cuando levantó la mirada miró a mi lado y se quedó parada, asustada, salió corriendo hacia las escaleras que bajaban por el otro lado del pasillo, corrí en su dirección pero a ella, sin querer girarse, al llegar al primer escalón algo la empujó. Cayó por las escaleras, con su paraguas en la mano, que a mitad de camino se abrió, y que al llegar al final de las escaleras le atravesó el cuello, intentó decir algo pero ya se había desangrado, me puse a vomitar, no me creía lo que había visto: aquella imagen del otro día, aquel susto inocente que me dio mi cabeza inventándose cosas, había ocurrido. —Esto es un aviso, pensaba que solo me querías a mí —gritó una voz enfadada sonando por todo el pasillo—, hoy te arrepentirás de lo que hiciste. Salí corriendo de allí asustado, tiré mi paraguas en el pasillo por miedo a que me pasara a mí también lo mismo y salí del instituto mojándome con la lluvia y con mi bici, pedaleé rápido hasta casa. Al llegar a la esquina un coche paso rozándome. —¡Chico, lleva cuidado! —Me gritó el conductor del coche. Tiré la bici y corrí hacia la puerta, tenía mucho miedo, no se me quitaba la imagen de la chica muerta de la cabeza, abrí la puerta y entré, encendí la luz, pero se volvió a apagar, cogí una linterna entonces, llamaba a mi madre a gritos pero no me contestaba. —Mamá, por favor, contesta —gritaba llorando—, ¡mamá! Me temblaba todo el cuerpo, entré al salón esperándome lo peor y la vi otra vez allí colgada, mutilada brutalmente. Me acerqué y la toqué, esta vez era real, mi mano estaba llena de su sangre. ¿Por qué todo esto? —Esto es culpa tuya —dijo algo detrás de mí—, todo es culpa tuya.

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Giré la cabeza corriendo —¿Por qué? —Grité dejándome el aliento en ello. Me estaba volviendo loco. —Sufrirás el dolor que siente la gente, la gente que ves morir pero que no salvas —dijo ella acariciándome la cara. Me quedé perplejo, todos los recuerdos vinieron a mi cabeza, era ella, la tenía delante… —Kyle, Kyle —dijo Menma—, mira qué piedras he cogido. —Menma —contesté—, son muy bonitas, pero si coges tantas no vamos a poder llevárnoslas. En ese momento la vi, la vi en mi cabeza, bajando por el río. Mis ojos empezaron a soltar lágrimas. —¡Menma, vámonos! —Exclamé preocupado—. Vámonos de aquí. —¿Qué pasa? —Sonrió—. ¡Es muy divertido! Su pelo era negro y largo, el flequillo le tapaba casi los ojos pero dejaba entrever sus preciosos ojos verdes, me miraban fijamente, tanto que eran capaces de entrar dentro de mí, no podía seguirle la mirada, pero me seguía llamando la atención, éramos pequeños pero aun así sabía que la quería. —Voy a coger unas pocas más —dijo mirándome enfadada—, quiero llevarme más para regalárselas a todos. —No seas idiota, Menma, vámonos —dije inquieto por lo que había pasado por mi cabeza. La cogí de la mano y tiré, pero al hacerlo le tiré las piedras al suelo, me miró con sus ojos penetrantes con odio y salió corriendo gritando: —¡Cogeré piedras preciosas para todos, ya verás! Me sentía mal porque se le cayeran por mi culpa, pero además ya estaba oscureciendo y sólo sabíamos salir de aquel bosque por un pequeño camino por el que solíamos venir todos, me puse a recoger sus piedras, la verdad es que sí eran bonitas, me guardé 59


una y las demás las fui recogiendo, en verdad me gustaba cuando me las regalaba. Quería, cuando fuésemos mayores, poder regalarle yo una piedra preciosa como las que se daban los mayores en un anillo para demostrarse su amor. Cuando me di cuenta, había estado un rato soñando despierto, corrí hacia donde se había ido, y pensé lo peor, grité y grité pero no me contestaba. Vi el río tras unos árboles y cuando me asomé la vi, vi su pelo negro bajando por el río, me quedé paralizado un segundo y, asustado, salí corriendo. —¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me dejaste allí? Abrí los ojos y la vi encima de mí, estaba todo oscuro y lleno de agua y me hundía la cabeza en el agua mientras me gritaba mirándome con aquellos enormes ojos, ahora rojos, que eran capaces de hacerme sentir miedo, terror y, sobre todo, agonía, me dejaba sin respiración mientras me ahogaba en el recuerdo. —He vivido con esto desde que era pequeño, lo siento, Menma —dije tras un largo intento. Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir palabra, me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no me dejaría, morí ahogado en el recuerdo de aquel fatal día y el recuerdo de las premoniciones y sueños que no me dejaban vivir tranquilo, ahora viviré eternamente con mi amada Menma sufriendo por todos para toda la eternidad, morí el mismo día que la dejé morir a ella…

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El pacto Antonio Guevara Sánchez (2º Bachillerato)

Jamie estaba explorando el ático de la casa que acababan de comprar sus padres en Savannah, Georgia. Le fascinaba qué objetos podrían guardar todas aquellas cajas, envueltas con tiras y tiras de cinta adhesiva, procurando esconder algo en su interior. Indagando más al fondo hubo un baúl que le llamó la atención al chico, pero un candado le impedía abrirlo y se acercaba la hora de comer. —¡Jamie! —Exclamó la madre del pequeño—. ¿Dónde estás? Tienes la comida en el plato. Tu padre y yo estamos esperándote para comer. —Ya voy, mamá —le respondió aquel chico, que no medía más de 1.70, con un pelo rubio y largo que descansaba sobre sus hombros, mientras se abría paso cajas a través. La madre de Jamie, Bárbara, había preparado la comida preferida de su hijo, estofado de carne. No quería que la mudanza se le hiciera más pesada de lo que era y pensó que preparándole un plato a su gusto se haría todo más ameno... Pero no sabía que algo había despertado la curiosidad de Jamie en el ático. De hecho, no sabía ni que había entrado en él. Mientras tanto, el más pequeño de la casa no paraba de darle vueltas a aquel baúl cerrado y quería ver lo que contenía en su interior a toda costa. Terminó de comer, se levantó y fue directo al garaje, donde su padre disponía de un arsenal de herramientas. Agarró la cizalla y anduvo por su casa lo más disimulado posible hasta llegar de vuelta al ático y vio ese candado, que se interponía entre el interior y él. Sus ojos relucían despampanantes, abiertos como

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platos. Se acercó al candado y ¡clac!, ya no había ninguna frontera. —¿Qué es esto? —Se preguntó a sí mismo mientras leía una frase grabada en una tabla de madera, de cuyo significado no tenía ni idea: You’ll morietur in inferno. Levantó la tabla y allí se hallaba una pata de mono con todos sus dedos estirados. Ahí fue cuando se extrañó de verdad. Jamie había visto en una película hacía tres meses cómo un chico de su edad pedía deseos que posteriormente eran cumplidos, pero tenía un alto precio: vender su alma al demonio. Agarró la pata y en un intento por reproducir aquella escena y reírse para sí mismo, formuló una petición. Desde chico había soñado con tener un monopatín pero sus padres se negaban a regalarle uno por el peligro que acarreaba. —Quiero un monopatín —pronunció el chaval. De pronto, una caja volcó, abriéndose, y de ella rodó el monopatín que tanto ansiaba. No podía creerlo, y menos lo que iba a suceder después. Aquella mano parecida a la de un humano pero con el doble de pelo cerró uno de sus dedos, pero Jamie no hizo caso a qué repercusiones le traería andar jugando con aquellos artilugios. Su inocencia mezclada con su codicia no permitieron a su cabeza pensar y cayó en el error de seguir pidiendo deseos, cada cual más ambicioso que el anterior. Hasta que pidió el último: un bol de palomitas. Ya tenía todo lo que quería: juguetes, dinero, un monopatín y hasta una consola, pero no sabía en qué gastar el último dedo del mono. Su vista se nubló, cada vez veía con menos claridad hasta llegar al punto de la oscuridad absoluta. Las últimas palabras que escuchó fueron: —El pacto está cumplido. Un placer recibir a alguien tan joven aquí abajo. ¿Había sido mera casualidad o el destino ya le tenía asignado un nuevo hogar al inquilino?

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El asesino del ajedrez Juan José Peláez Gaona (1º Bachillerato)

Hace mucho tiempo, en un pueblo llamado Birmingham, vivía un joven escritor de veinticinco años llamado Arturo. Además de su gusto por la escritura, también trabajaba de fotógrafo. Un día su editorial le encargó que escribiera una historia de terror. Arturo no conocía muy bien el género, por lo que se puso a leer el periódico para ver si encontraba algo interesante que le diera alguna idea a partir de la cual poder inspirarse para escribir su novela. De repente, una noticia le pareció interesante. En ella se mencionaba un misterioso caso en el cual la noche anterior, a las 12:15, un fiscal había sido asesinado de camino a su casa. Este iba en un coche blindado cuando, de pronto, una bala le atravesó el cráneo. Las ruedas del coche también habían sido manipuladas, provocando el descontrol del vehículo, el cual a causa de esto se estrelló a modo de accidente. La noticia comentaba que aunque la bala que lo mató vino de frente las cámaras no detectaron a ningún tirador. Al leer esta noticia, Arturo se propuso investigar y resolver el misterio, así que fue al lugar de los hechos a ver si conseguía alguna pista de quién había podido ser el autor de semejante asesinato. Una vez allí encontró en el parachoques la bala clavada, pero nada más rozarla se convirtió en polvo, desvelando en su interior una nota con una frase que decía así: Primer movimiento, el juego acaba de empezar. Al leer esto Arturo decidió hacerle una foto antes de irse, pero, cuando se dispuso a hacerlo, la nota quedó carbonizada. Decidió volver a su casa a descansar para después seguir investigando y atrapar al misterioso asesino antes de que muriera gente inocente. 63


A la mañana siguiente, al despertarse e ir a desayunar, encontró en la pared de su salón un papel clavado con un cuchillo ensangrentado que decía: Abandona este caso; de lo contrario, morirás. Al ver este mensaje del asesino se planteó dejarlo, pero en vez de eso continuó la investigación decidido a atraparlo. Se dirigió a la comisaría y contó lo que le había sucedido. Sin embargo, a pesar de las fotos, las pruebas que tenía eran escasas, por lo que no solo no le creyeron, sino que además sospecharon de él. Más tarde fue a la biblioteca para intentar encontrar algo de información. Mientras leía distintos tipos libros en busca de respuestas vio en una tele que decían en las noticias que se habían producido doce asesinatos más desde entonces. Los asesinados habían sido políticos, abogados y fiscales. Sus muertes habían ocurrido de manera misteriosa con arma de fuego durante una reunión de asunto confidencial. Tras la noticia decidió ir al lugar donde se habían cometido los asesinatos recientemente con la esperanza de encontrar la pista definitiva para localizar y parar los pies a ese asesino en serie. Al llegar observó concienzudamente la sala y, tras varias horas buscando, encontró una pequeña nota bajo la mesa que decía: Solo queda un movimiento para conseguir el jaque mate. Esa misma noche cuando llegó a su casa se encontró la puerta abierta. Entró despacio y sin hacer ruido, pues algo no iba bien. Inesperadamente, el asesino apareció por su espalda y se lanzó contra él intentando apuñalarlo, pero Arturo se dio cuenta a tiempo y lo esquivó, acto seguido corrió hacia el jardín donde noqueó a su asesino cuando estaba desprevenido con una pala que se había olvidado allí el día anterior. Tras atarlo y quitarle la máscara lo llevó ante la policía, los policías lo llevaron a un juicio en el que le cayó condena de cárcel de por vida, aunque durante el juicio el asesino dijo que él no había escrito ninguna nota.

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Fear at the end of the street Iria Vicente Rocamora (2º Bachillerato)

Todo comenzó aquella noche de tormenta cuando de repente las luces se apagaron, empezamos a escuchar unos ruidos muy raros, nunca se habían escuchado en aquella casa vieja y abandonada que usábamos para juntarnos la pandilla del barrio. Desde aquella noche, nuestras vidas dieron un giro inesperado, todo cambió en la pandilla y el barrio no fue el mismo desde que apareció una de las chicas de la pandilla ahorcada de uno de los árboles que había junto a la casa. El motivo sigue sin saberse a día de hoy. Este incidente fue muy traumático para nosotros, sus amigos, y sobre todo para toda su gente. Tras unos meses de reflexión e intentos de asumir la situación, los chicos y yo decidimos volver a la casa en busca de hallazgos que nos llevaran a descubrir qué fue lo que sucedió, así que nos pusimos de acuerdo. Cogimos todos nuestros bártulos y nos dirigimos al final de la calle, donde se encuentra la misteriosa y tenebrosa casa. Andábamos sin cruzar palabra, solo mirándonos las caras con preocupación, no podíamos ni imaginar lo que nos depararía aquella noche. Al fin llegamos al final de la calle, allí nos encontrábamos ante la casa, sin saber muy bien qué hacer, si continuar con el plan establecido o volver sobre nuestros pasos. El mayor del grupo fue el que dio el primer paso, el que tomó el liderazgo, poco a poco le fuimos siguiendo todos. Las bisagras de la puerta chirriaban, el suelo crujía y se oían diversos sonidos extraños. Nuestro miedo aumentaba y con ello nuestras ganas de salir corriendo y desaparecer de aquel lugar lo más pronto posible; pero había algo dentro

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de nosotros que nos empujaba a seguir adelante sin mirar atrás ni un instante. Continuamos avanzando y solo se escuchaba nuestra respiración agitada y aquellos extraños ruidos que no cesaban ni un momento, lo que nos provocaba más angustia y deseo de marcharnos, pero ninguno se atrevía a dar el paso de irse porque sabía que volvería solo a casa. De repente, un ruido muy fuerte nos alarmó, venía del salón, nos acercamos y el reloj de péndulo estaba en el suelo, ¡qué extraño! ¿Cómo se va a caer ese reloj tan grande, con lo que pesa, al suelo solo? Solo había una opción, alguien lo tenía que haber hecho, pero ¿quién? Ninguno de los chicos pudo ser porque todos permanecimos juntos en todo momento, lo que nos llevó a la conclusión de que no estábamos solos en la casa. Alguien se encontraba en aquel lugar haciéndonos compañía sin ser visto. Una voz tras nosotros nos alertó, nos miramos y nos dimos la vuelta a la vez como si formáramos una peonza. Ante nosotros se encontraba un hombre muy pálido, con diversos arañazos en la cara y cortes en los brazos; en su mano derecha sujetaba algo puntiagudo, cortante quizás, pues no podíamos observarlo bien ya que solo llevábamos un par de linternas, las cuales enfocaban a la cara del hombre. Este se echó sobre nosotros, y ese fue el detonante para salir corriendo de aquel lugar y no volver más allí, y así fue, todos salimos corriendo sin mirar atrás. Siempre en nuestra conciencia quedará la pregunta sin respuesta: ¿Qué fue lo que ocurrió aquella noche cuando nuestra amiga apareció muerta? Y siempre con la duda de qué sucede en la casa del final de la calle. Esa noche nos marcó a todos, dormíamos menos y hablábamos menos, esto último provoco la separación de la pandilla poco a poco; y el no querer saber nada más de aquel sitio de por vida.

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Poseído Jesús Alarcón Quijada (4ºB ESO)

El 25 de diciembre de 1990, el padre de cinco hijos mató a su mujer delante de ellos, los asesinó y se suicidó. A partir de ese día, se registraron casos muy parecidos y todos coincidían en dos cosas: que las familias tenían más de dos hijos y que siempre se producían el 31 de diciembre de cada año. Las investigaciones policiales solo encontraron esas similitudes, pero no se les ocurría ninguna razón por la que se produjesen esos asesinatos. A uno de los agentes que llevaba la investigación se le ocurrió ir a preguntarle sobre el caso a una vidente, que aparte de adivinar el futuro entendía sobre temas demoníacos. Este agente se llama Gonzalo. El lugar donde se encontraba la vidente estaba a las afueras de la ciudad en un callejón oscuro y sin salida. Cuando Gonzalo entró la vio hablando sola con un crucifijo en la mano y le hizo unas cuantas preguntas sobre los asesinatos ocurridos en los últimos años. La señora respondió a todas ellas con una sola respuesta, le dijo que había un siervo del diablo llamado Azrael y su objetivo era poseer a algún miembro de una familia para matar a todos sus familiares y luego suicidarse. Pero esto lo haría solo cada vez que se recordara el nacimiento de Jesús (25 de diciembre), por eso los asesinatos tenían ese orden y la única manera de parar esto era invocarlo y matarlo. De repente, la habitación donde se encontraban empezó a temblar y se fue la luz. La vidente encendió una vela y se podía distinguir una silueta parecida a una persona con cuernos y una cola. La silueta desapareció y volvió la luz. La señora le dijo al agente que era un aviso y que tuviera cuidado. Gonzalo llegó a la comisaría un poco asustado y les contó a sus compañeros todo lo que le había pasado y lo que tenían que 67


hacer para resolver el caso. La verdad es que no se lo creyeron pero como no tenían otra opción decidieron que iban a hacer la invocación. Los demás agentes eran Jorge, Lucas y Juan. Esa misma noche, cuando Lucas llegó a su casa se encontró a su mujer, Lucía, con un cuchillo en la mano y con un demonio perfectamente reconocible al lado de ella. Su esposa se dirigió hacia él corriendo para matarlo pero justo antes de que lo apuñalara sacó la pistola y le disparó en la pierna. Como si nada, Lucía levantó la cabeza, le preguntó qué había pasado, se desmayó y el supuesto demonio ya no estaba ahí pero le dejó una nota avisándole de lo que le iba a pasar si intentaban matarlo. A la mañana siguiente, a todos les habían pasado cosas parecidas a la que le ocurrió a Lucas y tenían la misma nota que le dejó el demonio. Todos se pusieron de acuerdo y quedaron esa misma noche para matarlo. Se hizo de noche y todos habían llegado ya al lugar donde estaba la vidente. Pusieron unas velas formando un círculo en el suelo y dibujaron un símbolo dentro del círculo que formaban las velas. La adivina empezó a citar unas frases que tenía en un libro de otro idioma. Empezó a temblar el suelo y se escuchó una voz terrorífica diciendo que los mataría si no paraban la invocación. Del círculo que formaban las velas salió el demonio Azrael y mató a la señora, atravesándole el pecho con su brazo. Después, se dio la vuelta y fue a matar a Gonzalo, cuando Jorge se puso en medio y lo mató a él. Lucas le pegó un tiro en la cabeza y lo dejó inconsciente pero no murió. Gonzalo fue rápidamente a coger un crucifijo, cuando el demonio despertó y le cortó la cabeza a Lucas, pero Gonzalo fue por detrás y, mientras estaba despistado, lo atravesó con el crucifijo. A la semana siguiente, cuando Gonzalo estaba en el funeral de sus difuntos amigos, escuchó una voz que le decía: Gracias.

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Mariscada David Cacciato Salcedo (2º Bachillerato)

Érase aproximadamente treinta minutos, la madre de un niño denominado Facundo Montesinos le avisó de que tenía que hacer un cuento. Facundo, tonto y despistado, no se acordó en todo el tiempo que había tenido, y decidió ponerse a prueba: intentó escribirlo con su móvil, aun sin tener ni idea de cómo hacerlo. Así, Facundo comenzó su aventura entre las tenebrosas sombras de su habitación, alumbrada tan solo por la luz lunar, tenue y muchas veces odiada por Facundo, porque no le dejaba dormir. Mientras escribía el cuento, oyó un ruido extraño: “ολα, σοι ελ καρτερο ι βενγο εν σον δε παθ”, decía ese ruido (porque a los ruidos a veces les da por hablar). Facundo se asustó tanto que saltó por la ventana, cogió el tranvía de la madrugada para llegar hasta el monte, gritó a los 28 vientos Tengo sueño, pero soy fuerte como un oso en su etapa adulta joven, volvió a su cama, y prosiguió escribiendo su cuento, a pesar de las criaturas del averno que le acechaban, escondidas tras un manto nocturno. Pasadas 28 horas y -27,9 horas, Facundo se consideraba lo suficientemente fuerte como para darle un hilo narrativo lógico a su historia, y así lo hizo. He aquí su resultado: Érase una vez un niño llamado Pepito, al que su madre le dijo algo de un cuento, y Pepito, somnoliento, decidió ignorarla e irse a dormir. Y soñó. Soñó cosas muy feas. En su sueño había un niño llamado Abd Al-Rahman I, al que se le daba bien romper lazos políticos con califatos bagdarianos, y por eso se comió un sándwich de jamón con queso y mantequilla y aceite y amor y mucho más aceite y conjunciones coordinantes por todos lados y aún más amor. Tras esta pesadilla tan escalofriantemente escalofriante, Pe69


pito se fue a por Facundo, a exigirle una indemnización por daños morales, lo que le sirvió a Facundo de inspiración para irse a por el autor de esta historia. Quince minutos después de estas catástrofes, el autor de esta historia decidió hacerse un vaso de leche, sin miedo alguno. Y así es como acaba el relato, lo que nos hace preguntarnos: ese Facundo del cuento, ¿es el Facundo escritor, o es alguien más? ¿Y a quién se refiere con “el autor de esta historia”, a él mismo de nuevo o a un ente superior aburrido? Tantas preguntas sin respuesta dan miedo, un miedo digno de cuento de terror. Entre tanto lío, el Consejo de Monos decidió golpear el universo con su mazo de la justicia, haciendo de esta obra inútil y sin sentido una obra de la que se hablaría durante milenios, como mínimo. Por tanto, se creó una nueva obra dentro de esta obra, introducida esta nueva de esta forma tan sutil, pero aun así válida, porque el Consejo de Monos son monos y no saben cómo introducir correctamente historias, no les va el rollo narrativo: Una bruja por su casa quería comerse a su gato, pero el gato quería comerse a la bruja: la paradoja del tostador, por todos conocida. La bruja se fue a por un palo, el gato a por un cepillo. Nació la escoba. Sangre por el suelo. Terror gratuito insertado aún más gratuitamente. Esta historia da miedo, quien diga que no, no tiene alma. El Consejo de Monos, nada satisfecho con su trabajo, decide destruirlo e intervenir en la historia original, otorgándole a Facundo unas dotes de escritor infrahumanas, τενγο συενιο ι αμβρε, περο σοι φυερτε κομο υν οσο εν συ εταπα αδυλτα τεμπρανα. El Consejo de Monos vio que las capacidades infrahumanas no eran del todo útiles, por lo que se las arrebataron a Facundo sin piedad, a la par que le absorbieron el alma con una aspiradora de última generación. Ahora, con un escritor sin alma y un Consejo de Monos despiadado y descontrolado, le toca entrar en escena al creador del

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creador de universos: Yo, más conocido como Yon Piernas Locas. Yon, que de escritura de misterio y terror no tenía ni idea, no dudó en pasarle el trabajo a su hermano Tú, mayoritariamente conocido como Tutankamon el Dueño de los Huertos de Lechugas de las Altas Torres del Alba Invernal Allá por Torremolinos. Tutankamon iba a escribir su nombre entero para comenzar un cuento de verdad, pero le dio toda la pereza del mundo y se fue a un universo paralelo. Tantos fracasos iban a dejar al mundo sin su cuento de terror. Es entonces cuando el universo se da cuenta de algo. La humanidad intenta prever todo aquello que puede pasarnos en el futuro y cómo solucionarlo, sin apenas hacer caso a los problemas del presente. El verdadero significado del miedo es, por tanto, la inseguridad de no saber la verdad, no saber qué ocurre en nuestro presente, pero aun así preocupándonos por un futuro incierto. Un miedo que se intenta suprimir aparentando que todo está bien, y pensando que podemos hacer que el futuro también lo esté. Lo que todo el mundo sabe, y a la vez nadie, es que nada está bien, y ese es el verdadero miedo. Nunca saber por qué todo no funciona como debería. El terror no se encuentra en este cuento, sino en la propia vida de las personas. Una vida que no sabemos aprovechar por ese mismo miedo que nos impide ver qué funciona mal. Un miedo que nos impide vivir realmente. Un miedo que estará ahí para siempre, hasta que aprendemos a aceptar que hay que arreglar las cosas, y mirar siempre a un lado concreto, aun estando prácticamente ciegos.

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Una pesadilla en Nashville Laura Alcaraz Caparrós (3ºC ESO)

Nashville había sido una ciudad muy tranquila desde que Natalia nació, no había problemas, era una ciudad muy pacífica, sin embargo esta ciudad escondía un gran secreto. Un día cualquiera Natalia fue junto con sus amigos Shaw y Jenny a la biblioteca, pues tenían que realizar un trabajo sobre Halloween y fueron a buscar libros de los que sacar información. Después de un largo tiempo de búsqueda y rebuscando entre libros viejos encontraron uno acerca de la historia de Nashville, así que decidieron usarlo para su trabajo. Cuando empezaron a leerlo se sorprendieron ya que parecía que no estaban leyendo acerca de esa pacífica y tranquila ciudad, pues hablaba de desapariciones, catástrofes naturales, asesinatos… y algo más que no se podía leer del todo claro: “Tras 223 años de descanso la bestia que arrasó con el egoísmo de los humanos regresaría el día de Halloween y no dejaría a nadie sin castigo”. Tras leer esto varias veces y de forma detenida, los chicos no daban crédito y no sabían si de verdad era real lo que estaban leyendo… ¿Una bestia? ¿Castigos? ¿El día de Halloween…? ¡¡¡Era imposible!!! Los chicos corrieron por toda la ciudad contándole lo que habían leído a la gente pero nadie les creía, así que decidieron enseñarles la prueba, el libro con la profecía. Sin embargo, cuando volvieron a la biblioteca su sorpresa fue que el libro había desaparecido, ni tan si quiera la biblioteca tenía constancia de la existencia de ese libro. Sorprendidos por esto decidieron prepararse por si fuese verdad. Sin embargo cuando se rindieron de avisar a la gente un anciano llamado Barry les dijo que él sí les creía y que 72


eso iba a suceder. Los niños, sorprendidos, preguntaron al anciano pero él solo les dijo que a las 00:00 del día 30, es decir, el comienzo de Halloween, todo empezaría; los niños, que no daban crédito a lo que estaban oyendo, volvieron a preguntarle al anciano, pero este ya no volvió a hablar y se marchó. Pasaron los días y los tres chicos estuvieron buscando información sobre este tema y cómo protegerse, pero fue en vano puesto que parecía que esta historia era más difícil de encontrar que una aguja en un pajar. El día 29 de octubre los niños estaban muy asustados y volvieron a la biblioteca, buscaron el libro y, vaya sorpresa, este estaba encima de una mesa abierto por la página 3110, leyeron: “La única forma de lograr un mundo en equilibrio y lleno de paz es castigando a los culpables y empezando de cero”. ¿Qué significaba empezar de cero? ¿Un mundo en equilibrio…? Nada tenía respuesta… El día 30 a las 23:50 los niños se presentaron ante el reloj de la ciudad, allí encontraron a Barry, el anciano, que al igual que ellos estaba esperando a lo que parecía ser el fin del mundo. Pasaron los minutos y cuando el reloj dio las 23:59, los tres chicos comenzaron a temblar… Cuando el reloj dio las 00:00 el cielo comenzó a teñirse de color rojo, una niebla comenzó a aparecer entre ellos y se escuchaba una risa que provenía de todos sitios. Se escuchaban gritos de dolor por toda la ciudad, los chicos y Barry parecían estar protegidos en la plaza, sin embargo escucharon una voz que provenía del cielo y al mirar se sorprendieron… La luna tenía dibujada unos ojos y una boca roja, parecía el demonio, y les dijo que el mundo comenzaría de cero, que el juicio final había llegado y no había solución, y que ellos serían los últimos en sufrir por meterse en lo que no debían. Tras devastar la ciudad y el mundo, la niebla se dirigía hacia los chicos pero Barry se interpuso sacrificándose por ellos. Tras esto la niebla cesó y amaneció pero…, tras buscar por toda la ciudad destruida no había nadie, todo el mundo había desaparecido… 73


El galeno Javier López Andrés (4ºA ESO)

Basado en Assassin’s Creed II Florencia, 1476. Era una noche oscura y fría como cualquier noche de invierno, las calles, desiertas y tenebrosas albergaban un mal antiguo que pocos han tenido el valor de investigar. La guardia personal de los Medici patrullaba los alrededores de la mansión cuando, de entre la maleza, surgió una extraña figura con forma de espíritu errante. Los guardias al percatarse de tal figura fueron en su busca, debido a que no era común ver a nadie deambulando por la oscura y profunda noche. Uno de ellos se adelantó para investigar por su cuenta mientras el otro vigilaba. Pasaron varios minutos y no apareció el guardia, pasó una hora y seguía sin aparecer; asustado, el otro guardia dio la voz de alarma y salieron todos los demás en su busca, buscaron y buscaron durante horas y al final apareció, pero lo que contemplaron los guardias fue a su compañero degollado y colgado en cruz en una farola con un mensaje en su ropa: Prepárate, Florencia, pues he llegado. Varios años antes en la tenebrosa ciudad de Monteriggioni había una leyenda sobre una familia de banqueros poco común. Era la familia más rica de toda Monteriggioni pero una de las tragedias más horribles de la historia la asolaría en pocos años. La vida tal y como la conocieron los Orsi pronto tocaría su fin. La vida en la Toscana era una vida sencilla, sobre todo para un joven Dante Orsi da Monteriggioni, el cual era bastante conocido en el pueblo por sus travesuras y por ser el hijo del banquero más exitoso de la

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zona. La gloria y el prestigio de que gozaba la familia Orsi sería lo que en un futuro le acarrearía la mayor de sus desgracias, debido a que en una ciudad como Monterigionni el éxito de unos era la envidia y el odio de otros. Cierta noche sobre las dos de la madrugada se oyeron ruidos de golpes y cristales rotos cerca de la villa Orsi, su propio ejército se estaba amotinando contra la familia y pedían sus cabezas a toda costa. Entraron en la mansión buscando a la familia cuando estuviera dormida pero los ruidos alertaron a los familiares, los cuales corrieron hacia las catacumbas que estaban bajo la villa, a través de pasadizos secretos lograron llegar al alcantarillado de la villa y lograron escapar. Los Orsi lo habían perdido todo y aún más: habían perdido el honor del apellido, que en algunos casos era peor que la muerte. ¿Os acordáis de que antes os he dicho que la gloria de unos es la envidia de otros? Pues ese es el caso de Emmanuelle Barbarigo, un banquero florentino el cual había llegado a Monteriggioni en busca de fama y fortuna pero se veía pisoteado por la riqueza de los Orsi. Una noche fría y oscura de invierno Emmanuelle sobornó al capitán del ejército personal de los Orsi para que atacara la villa y matara a la familia, pero sus planes se vieron arruinados al desconocer las catacumbas de la villa, lo cual les dio la huida a los Orsi. Ya de nuevo en Florencia, tras pasar cuatro años en el exilio, la familia Orsi con solo 4000 florines en la bolsa tenía que sobrevivir en una ciudad tan grande como esta. Las desgracias fueron de mal en peor para nuestros queridos aunque desgraciados amigos: la madre de Dante, Catalina, murió contagiada por la peste en 1474 y su hermana Aurora fue asesinada por una banda de ladrones conocidos como la Volpe, los cuales mataban en la oscuridad al amparo de la noche sin dejar rastro alguno. El padre Giovanni abandonó a su hijo Dante con solo doce años para casarse con una prostituta veneciana llamada Arabela. El pobre Dante se encontraba a merced de las calles florentinas de un Renacimiento más 75


que oscuro a la par de glorioso, con solo 12 años Dante asesinaba a la luz de luna más por placer que por necesidad, era un muchacho trastornado y traumatizado por todas las desgracias que le habían ocurrido durante estos años. Varios meses después Dante conoció a un galeno anciano también conocido como Dottore Peste en aquella época. El galeno se llamaba Lucino y era un viejo sádico que llevaba años causando el terror entre los barrios bajos de Florencia, Venecia y Roma, este individuo le enseñó a Dante todo lo que debía saber para ser un maestro del terror y, lo más importante, del miedo. Por fin había ocurrido: el aprendiz superó al maestro y pasó a llamarse Il Dottore Peste, más conocido como el Galeno. Dante se había perdido en las tinieblas y no regresaría jamás: tras años sembrando el terror como el Galeno, nuestro amigo decidió crear el mayor de los crímenes, el cual sería recordado por maestros del mal en el futuro. Una noche, aprovechando el carnaval de Florencia, ya en 1478, el Galeno sabía que todo el ejército de Florencia estaría en el desfile y que la casa de su viejo conocido Emmanuelle Barbarigo, también conocido como Gonfanloniere, estaría sin vigilancia. A las tres de la mañana exactamente comenzaron los fuegos artificiales del desfile, momento exacto para romper las ventanas de la mansión, así es como el Galeno se adentró en lo que sería su mayor venganza. Observó durante minutos a Emmanuelle y a su esposa mientras dormían y a continuación fue a por sus hijas, a las cuales apuñaló y desmembró sin contemplaciones; alertado por los gritos de sus hijas, Emmanuelle corrió en su busca pero para cuando llegó era demasiado tarde, ya habían sido brutalmente asesinadas. Después se oyeron pasos cerca de su dormitorio, donde dormía plácidamente su mujer, por poco tiempo, ya que murió degollada al instante mientras su esposo corría a por sus armas. Dentro de la habitación Emmanuelle se paró junto al cadáver de su esposa cuando, de repente, una figura fantasmagórica se abalanzó sobre él, comenzaron a forcejear y tras un empujón con76


tra la pared del cuarto Emmanuelle le clavó su daga al Galeno, creyendo que lo había matado, pero lo que no sabía es que el Galeno lo había matado hacía diez minutos con un veneno lento mientras dormía. Antes de poder reaccionar, el Galeno, con las pocas fuerzas que le quedaban, logró saltar por la ventana hacia el río y, como la niebla desapareció, nuestro querido amigo Emmanuelle murió a los pocos segundos. El Galeno despareció ese día. ¿Realmente murió? No lo creo, pero, como se suele decir, amigos míos, eso ya es otra historia.

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La casa del piano María Sánchez Riquelme (4ºA ESO)

Como todos los años, en verano nos marchábamos al campo a casa de mis abuelos de vacaciones, a mi hermano y a mí nos encantaba ir y poder correr al aire libre, por todo el bosque, pero, de todo, lo que más nos gustaba eran las historias que nos contaba mi abuelo. Algunas de ellas eran reales, de hecho nos contó una que pasó allí, en el mismo pueblo dos generaciones antes de nacer él. Decía que había una familia adinerada que tenía dos hijas, pero que nunca salían de casa. Una de ellas estaba impedida en una silla de ruedas, la madre estaba mal de los nervios y el padre casi siempre estaba fuera por negocios. Vivían en una casa tipo mansión, enorme, con muchas habitaciones, la cual todavía se mantenía en pie, a pesar de estar abandonada durante muchos años. La hija impedida siempre estaba tocando el piano y su hermana le acompañaba para no dejarla sola, no salía a jugar con otras niñas. Tenían un profesor que iba a darles clases a su casa, pues la madre no quería que su hija impedida saliese a la calle. Un día, cuando el padre volvió de viaje, su mayor desgracia fue encontrarse a sus dos hijas apuñaladas. La impedida estaba caída encima del piano, el cual estaba todo ensangrentado, y la otra hija tirada en la escalera, toda llena de puñaladas. La casa estaba bañada de sangre, las paredes manchadas, las alfombras del salón y todo el suelo. El padre comenzó a gritar y a llamar a su esposa, la cual no le contestaba, corrió subiendo a la planta de arriba y encontró a su mujer colgada en la lámpara de su dormitorio. La madre había asesinado a sus hijas y después se había ahorcado.

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Desde entonces, decía mi abuelo, por las noches se oían voces dentro de la casa y alguna gente había visto por las ventanas a la niña impedida sentada tocando el piano, una música celestial. Mi abuelo nos aconsejó que no nos acercásemos nunca por los alrededores de la casa, pues daba un poco de miedo. Esa noche mi hermano y yo nos acostamos un poco temblorosos pensando en la historia que mi abuelo nos había contado. A la mañana siguiente mi hermano y yo decidimos acercarnos a la casa solo por curiosidad. Tenía una reja y una puerta muy grande de hierro toda oxidada, el jardín estaba seco y lleno de maleza, en medio de la entrada había una fuente de agua rota, llena de matorrales, casi no se veían las figuras que tenía, las ventanas tenían algunos cristales rotos. De repente mi hermano se apoyó en la reja y se abrió, no tenía cerradura ni cadena alguna para impedir la entrada. La curiosidad fue tan fuerte que decidimos entrar y acercarnos por el camino hasta llegar a la fuente de la entrada de la casa. La verdad, se te ponían los pelos de punta de ver cómo estaba todo. Mi hermano se acercó a una de las ventanas que tenía un cristal roto y rápido me llamó para que mirase dentro y vi que había un piano en medio del salón principal tapado con una sábana, igual que el resto de los muebles, yo me acerqué a la puerta y la empujé para ver si estaba abierta o cerrada y de repente al empujar se abrió, mi hermano me grito: “¡No, no pases!, ¡la casa está encantada!, y si nos pasase algo el abuelo se enfadaría con nosotros”. Yo le contesté: “No pasa nada, no tengas miedo, solo voy a mirar”. De repente, al abrir, algo se cruzó entre mis piernas, mi hermano y yo salimos corriendo gritando sin mirar, después nos dimos cuenta de que tan solo era un gato que estaba encerrado. Esa mañana nos marchamos a casa y estuvimos pensando en lo que habíamos visto. Después supimos que las apariciones y la música solo sucedían a medianoche. Fue cuando decidimos escaparnos e ir a la casa para comprobar si era verdad la historia contada por la gente del pueblo. 79


Cuando llegamos otra vez la reja estaba abierta, pensamos que la habíamos dejado abierta por la mañana al salir corriendo. Todo estaba muy oscuro, solo el sonido de los grillos y de los pájaros nocturnos nos hacían ir mucho más despacio. Al llegar a la fuente le dije a mi hermano: “Demos la vuelta y marchémonos”, pero de repente se abrió la puerta de la casa como si nos estuviese invitando a pasar, yo di un paso para atrás pero mi hermano insistió en que entráramos. Nada más poner un pie dentro empezamos a oír un pequeño susurro como de risas y voces de niños, intenté volver y salir pero la puerta se cerró de un portazo y nos quedamos dentro encerrados. Yo le dije a mi hermano que saliésemos por cualquier balcón de arriba, pues abajo había rejas. Así, sin más, mis piernas empezaron a temblar y no me salían las palabras, mi hermano empezó a llorar y yo para tranquilizarlo tuve que subir el primero para intentar salir de allí. Al llegar al piso de arriba había todo un pasillo lleno de puertas que se abrían y cerraban solas, sin pensarlo entré en la primera puerta, estaba todo tan oscuro que solo se veían trozos de cortinas viejas, y una voz que nos decía: “Por favor, no marcharos, que no os va a pasar nada”. Me di la vuelta y se me apareció una de las niñas con un vestido blanco pidiéndome ayuda para salir de la casa, yo le dije que no me hiciese nada, mi hermano salió corriendo hacia abajo y yo, muerto de miedo, detrás de él. Al llegar al salón empezamos a escuchar una música de piano, era ella, la niña que iba en silla de ruedas, y una voz que le decía: “Sigue tocando, sigue tocando, no dejes nunca de tocar”. Era la madre, que daba vueltas y vueltas en medio del salón. Nosotros no sabíamos qué hacer, pero de inmediato pudimos salir corriendo sin mirar atrás. Fue la noche más larga de mi vida, y allí juré a mi hermano no volver jamás a ese lugar.

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Las cuatro ovejas Anaís Lastra Soriano (4ºB ESO)

Érase una vez, en un pequeño pueblo de Inglaterra llamado Cotswolds, una encantadora familia que vivía en una apartada casa en la colina de un monte cercano. Estaba formada por un padre que trabajaba en la mina del pueblo y una madre ama de casa, los cuales tenían un hijo llamado Jonas. Este era un niño antisocial que se pasaba la mayor parte del tiempo en un descampado detrás de su casa. Como no le hacían caso, nadie sabía a qué jugaba en ese apartado lugar, solo aparecía su padre de vez en cuando para pegarle palizas, las cuales le fueron dejando secuelas en su memoria. Un día llamó a la puerta de Jonas una muchedumbre enfurecida. Reclamaban al niño, ya que era el único sospechoso de la muerte de cuatro ovejas calcinadas que aparecieron cerca del descampado donde solía jugar. El padre sacó al niño fuera y ante toda la gente lo castigó, dándole golpes con palos y piedras hasta que este perdió el conocimiento. Se levantó días más tarde en la cama de su habitación, con los ojos todavía ensangrentados y unas agujetas insoportables de la paliza, y lleno de rabia se escapó. Él no era el culpable de la muerte de esas ovejas y eso no iba a quedar así. Se escondió en un bosque cercano y ahí permaneció sin que nadie supiera nada de él durante años. Aprendió a sobrevivir con las dificultades de la naturaleza y se convirtió en una máquina de matar. Cuando el tiempo pasó y nadie se acordaba de él, volvió al pueblo y sin ser visto fue ejecutando sus venganzas. Primero mató a todo el ganado del pueblo, incendió cosechas y asesinó a un

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granjero. Todo el mundo estaba desconcertado, en un pueblo tan pequeño donde la gente conectaba tanto empezaba a fluir la inseguridad. El chico siguió permaneciendo oculto y aterrando al pueblo, en el cual cada vez se respiraba más el miedo. Empezaron a producirse más y más altercados y la gente no quería salir de casa, ya que se sentían inseguros por si les pasaba algo, aunque Jonas fue casi directamente a por los suyos. Ahorcó a su padre y secuestró a su madre para llevarla a lo alto de la colina. La ató a un tronco y la decapitó, prendió el tronco en llamas y lo tiró colina abajo, rodando este hasta la plaza del pueblo. La gente se quedó patidifusa, el caos empezó a reinar en el pueblo y los habitantes perdían el control; asustados y temiendo por sus vidas comenzaron los asesinatos entre vecinos. Jonas continuó quemando el campanario del pueblo y el fuego se fue extendiendo a todas partes, devorando casa por casa todo el vecindario y matando lentamente a los habitantes. Mientras, este disfrutaba del panorama y colgaba una cuerda a la rama de un árbol centenario del descampado donde jugaba. Cuando el fuego consumió el pueblo, y después de muchas horas de terror, ató la cuerda a su cuello y se ahorcó dejando atrás una vida de complejos y temores provocados por la mala gente de su entorno.

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Un sueño terrorífico Alicia Jia Xin Sun (4ºA ESO)

En un sábado de verano en el que hacía buen tiempo la familia de Estela se fue de excursión a un bosque templado que había cerca de la ciudad en la que vivía. Mientras iban paseando por el bosque se puso a llover fuerte y tuvieron que buscar un refugio, hasta que encontraron un castillo que parecía abandonado, que por fuera se veía viejo, a medio construir: parecía que se iba a derrumbar. Al entrar al castillo se sorprendieron al encontrarse con una parte muy diferente a la que se veía por fuera, se veía antiguo pero muy colorido, como si alguien hubiera estado viviendo ahí. Empezaron a ver todo lo que había dentro del castillo, era inmenso, podía tener cientos de habitaciones y de cocinas. Cuando vieron el comedor se sorprendieron de lo grande que era y la mesa, que estaba hecha para cenar, era muy larga y estaba llena de platos llenos de comida, y se notaba que habían pasado varios años sin tocar por toda la clase de polvo y de telarañas que rodeaban la mesa. Con el tiempo la lluvia cesó, Estela y su familia decidieron quedarse por un tiempo en aquel castillo, salieron a ver los jardines. Al llegar al final del jardín se encontraron con un panteón lleno de tumbas, mientras iban mirando los nombres de las tumbas se encontraron con uno muy particular llamado Damon Mikaelson, que llevaba muerto miles de años, a diferencia de los demás, que llevaban muertos años. Al anochecer se encontraron con un hombre raro de piel muy blanca, de pelo largo y negro, con una mirada que daba miedo, parecía viejo pero tenía pinta de ser bastante fuerte, imponía solo 83


con mirarlo. No sabían qué pensar al ver a ese hombre que por donde pasaba dejaba un rastro de miedo. Padre de Estela.— ¿Quién es usted? Damon.— Me llamo Damon Mikaelson, iba andando por el bosque y me he perdido y he llegado a parar a este gran y viejo castillo. La familia, extrañada, se dio cuenta de que era el hombre de la tumba no solo por el nombre sino por la foto que había en ella. Pasaron la noche con miedo, ya que en una de las habitaciones de ese gran y viejo castillo dormía él, que podría ser un asesino. A media noche Estela empezó a escuchar ruidos que provenían de la habitación de Damon; salió de su habitación, mientras iba andando por el pasillo seguía escuchado aquellos ruidos, hasta llegar a la puerta de la habitación de Damon. Cuando iba a abrirla se encontró con unas sombras y al hombre lleno de sangre en la esquina, con ojos muy abiertos y blancos, con una respiración muy agitada. Estela empezó a chillar y salió corriendo hacia su habitación para llamar a sus padres, mientras iba corriendo deprisa se tropezó con la alfombra que había en el suelo y rodó por las escaleras, Damon aprovechó la caída de la niña para asesinarla, se bebió cada gota de sangre de Estela. Los padres de Estela se despertaron por el chillido de su hija, en todo el castillo no se escuchaba ni un alma, al pasar por las escaleras vieron sangre, se asustaron y fueron bajando en busca de ella. No la encontraban por ninguna parte del castillo hasta llegar a los jardines, fueron al panteón, hacia la tumba, y se encontraron con lo peor que se podían haber encontrado en su vida: su hija muerta llena de sangre sobre la propia tumba de su asesino. De repente apareció de nuevo el hombre y fue a por los padres de ella, en ese instante Estela despertó con miedo, llena de sudor, todo había sido un sueño: en su imaginación los vampiros existían y era víctima de uno de ellos.

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El asesino cocinero Javier López Ballesta (3ºA ESO)

Corría el año 1945 después de la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos, en esos tiempos el hambre reinaba entre toda la población. John, un hombre de gran estatura y muy delgado, estaba hambriento y desesperadamente buscaba algo con que alimentarse, fueron pasando los días y este perdió la cordura, en un acto de locura le arrebató la vida a una joven que caminaba por los fríos y oscuros callejones. John arrastró a la mujer hacia su casa, y acto seguido le rebanó todas las extremidades una por una, manchando toda la casa, la cual estaba un poco derruida. Sin pensárselo dos veces, empezó a cocinar un brazo de la chica y acto seguido se lo comió sin ningún tipo de escrúpulo; después le cortó todos los dedos uno por uno, comiéndoselos crudos, saciando así su hambre, y tuvo una idea: el último día de cada semana mataría a una persona. Su técnica era esconder el cuerpo en el garaje, comérselo y, cuando terminara, enterrar sus restos en su propio jardín. Fue pasando el tiempo y, casi sin darse cuenta, ya había mutilado y matado a 47 personas, incluyendo a tres inocentes niños. Pronto la noticia se extendió y la gente empezaba a tener miedo, cada vez había más personas desaparecidas... Pasado un tiempo, sus vecinos empezaron a sospechar de él, ya que cada domingo salía de su casa a la misma hora, volvía con una gran bolsa, la cual tenía forma humana, y cerca de allí empezaba a oler a podrido, como si hubiera una gran acumulación de basura.

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Un día, una persona que normalmente pasaba por delante de la casa de John, y siempre olía ese olor putrefacto, decidió llamar a la policía. Las sirenas empezaron a sonar por el final de la calle, John al escucharlas huyó despavorido, cruzó la carretera rápidamente y corrió por el bosque, intentando no ser capturado por aquellos coches de policía, los cuales ya estaban llegando a su casa. Empezó a llover, borrando así las pocas huellas que había dejado en su huida, resultó imposible rastrear al criminal y logró así esquivar a sus perseguidores. Pasaron unos años en los cuales John sobrevivió todo el tiempo comiendo frutos de los arbustos, cazando y pescando lo que pillaba, pero un día, cansado de vivir en tan malas condiciones, volvió a la ciudad ansioso de seguir la matanza que años atrás había comenzado y tuvo una gran idea: primero se reencontró con un antiguo conocido, el cual al ver a John vivo quedó muy sorprendido. Este le propuso la idea que había tenido: hacer un restaurante en el que se servirían hamburguesas, pero no todo tipo de hamburguesas, sino que se harían con carne humana. Abrieron el restaurante en la casa de Peter, que era el amigo de John, y pronto empezó a ser conocido por sus grandes hamburguesas y lo agradable que era el trato de sus dueños. Día tras día, los dos mataban a personas inocentes para hacerlas comida, hasta que un día, en un cumpleaños de un niño pequeño, se quedaron sin carne, y decidieron cerrar las puertas de la casa e ir matando a todos uno por uno. Enloquecieron por completo. La sangre estaba por todas partes, solo se escuchaba el sonido de los niños inocentes y los de algún padre, que cometió el error de quedarse dentro de la casa. Finalmente quedaban escondidos el niño que cumplía años y su padre, ocultos en el garaje; sin querer el pequeño hizo un ruido al tropezar con llaves inglesas, este sonido les delató e hizo que los dos asesinos fueran lentamente al

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garaje. El padre desesperado tuvo una idea: cuando los asesinos llegaron, cogió un bote de disolvente y se lo tiró a la cara a los dos, seguidamente cogió una cerilla y quemó a los asesinos. Ambos comenzaron a arder, pero John antes de morir apuñaló al padre, y mirando al niño con una sonrisa tenebrosa le dijo: “¿Quieres ser parte de la siguiente tanda?”.

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El camino de bolas blancas Mireia Fuentes Quereda (4ºB ESO)

Siempre he sido un niño muy reservado, no me gusta relacionarme con gente de mi edad. Mi familia se piensa que tengo un problema pero ¿qué mejor que estar con uno mismo y escuchar lo que te dice tu cabeza? Mi madre estaba preocupada por mí pero yo estaba bien, aunque no entendía por qué hablaba solo o me encerraba en mi habitación a hablar con la pared, ¡ja! Si ella supiera... Pues bien, no paraban de insistir durante todo el año en apuntarme a un campamento para hacer amigos, pensé que sería una buena idea para desconectar mi mente y, lo más importante, para saber lo que quería Phoebe. El campamento duraba un mes, con muchísimas actividades, tanto deportivas como intelectuales, pero lo que más me apasiona es la noche, la oscuridad, leyendas de terror e imaginar a criaturas monstruosas rondando por tu cabeza e incluso alrededor de ti. El primer día fue la presentación, yo tenía alguna esperanza de encontrar a alguien con mis mismos gustos pero... ¿y si Phoebe se enfadaba? No, mejor no. Cuando llevábamos dos semanas de campamento estaba deseando terminar, pero lo bueno que sacaba es que estaba conociendo más a la sombra que siempre me ha acompañado desde esa noche; después de visitar a mi padre en el cementerio, al pasar por delante de la tumba vecina, me extrañó ver grabado el apodo de mi padre, Phoebe, y observé la foto de ese difunto hombre, tenía una mirada sádica y maliciosa, me quedé mirándola fijamente durante unos minutos más y me di cuenta de que la fecha de su muerte estaba tachada con arañazos. En ese momento me vino un escalofrío por detrás y escuché una voz tenebrosa dentro de mi 88


cabeza: Te estaba esperando, me dijo. Entonces me di cuenta de que por más que corriese o huyera estaba acabado, no podía alejarme de él, se había metido en mi cabeza y era parte de mí. A la mañana siguiente me desperté ansioso, con falta de oxígeno y aliviado de pensar que todo fue una pesadilla, así que fui al baño y cuando vi mi rostro tras el espejo, vi su reflejo detrás de mí, no era una pesadilla, de verdad estaba pasando. Yo me sobresalté al ver que su cara estaba magullada y descompuesta pero no podía verle los ojos, intenté escapar pero algo me lo impedía, no podía mover ninguna articulación y de repente sentí una fuerza sobrenatural en mi cuello, la cual me estaba ahogando poco a poco y escuché en mi cabeza: Si quieres jugar yo te enseñaré cómo hacerlo. Ahí reflexioné y decidí que era mejor hacer lo que dijera Phoebe. Día tras día me acostumbré a estar acompañado de una sombra tenebrosa, no sabía lo que quería pero sí sabía que iba a llegar hasta el final. La última noche de campamento escuché un ruido fuera de la tienda de campaña y vi una sombra pasar, era él, quería algo. Me dispuse a salir y me percaté de un camino lleno de bolas blancas viscosas, algo muy extraño, pero no le presté atención. Conforme iba siguiendo ese camino, veía cómo cada vez me iba adentrando más en el bosque y sentía la escarcha de la noche aún más helada sobre mi piel, no había escuchado nada de Phoebe en mi cabeza ni su presencia a mi alrededor. Empecé a tener la respiración entrecortada debido al miedo y al mal olor que iba viniendo. De repente llegué a un charco de sangre con bolas blancas, eran ojos. Ahí estaba, de espaldas, mirando hacia varias cuerdas colgadas de las ramas de los árboles, le pregunté qué quería de mí y cuando se apartó un poco me quedé aterrado al ver a todos los miembros de mi familia colgados y descuartizados en los árboles, todas las personas que me querían, e incluso compañeros del campamento que quisieron alguna vez acercarse a mí para entablar alguna conversación. Entendí su mensaje, me quería solo para mí y ese sentimiento 89


me resultó familiar, así que le pregunté quién era y me dejó mirarle a los ojos, lo entendí todo, esos ojos no se me olvidarán jamás: los de mi padre.

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El regalo maldito Marta Fernández Ballester (3ºC ESO)

Hola, mi nombre es Matilde y hoy vengo aquí para contaros mi experiencia con un regalo que le hicieron a mi hija por su cumpleaños. Era el día que cumplía siete años, como todos los años el día de su cumpleaños la despertaba temprano para disfrutar al máximo, lo primero que hice fue darle su regalo, le preparé su desayuno favorito. Su padre no estaba en casa, por motivos de trabajo siempre estaba viajando, no era la primera vez que se perdía el cumpleaños de Emily. Después de un rico desayuno, fuimos a comprar todo lo necesario para la fiesta. Habíamos invitado a un gran número de amigos; no teníamos suficiente espacio en casa, por lo que decidimos celebrarlo en el parque de al lado. Todo estaba preparado, los primeros invitados comenzaron a llegar, Emily estaba muy contenta. La fiesta fue marchando genial, todos se lo estaban pasando muy bien, llegó el momento de entregar los regalos. Cada niño le dio su regalo, pero sobró uno: una caja misteriosa que no era de nadie. Emily la abrió, era una preciosa muñeca de ojos grandes, claros, y con un brillo extraño; a Emily le gustó tanto que se pasó todo lo que quedaba de día jugando con ella. A mí no me cuadraba la situación, no sabía cómo había llegado esa muñeca tan extraña ahí, no entendía nada. Al llegar la noche, y ya en casa, mientras preparaba el baño, escuché cómo Emily hablaba sola, no le di importancia, estaba jugando. En la cena hablamos de lo bien que nos lo pasamos, que

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le encantaba su regalo sorpresa, decía que le gustaba mucho hablar con ella y también que le pedía que hiciera cosas. Yo le pregunté qué tipo de cosas, miró a la muñeca y me dijo que era un secreto. A la mañana siguiente Emily fue al colegio como de costumbre, yo regresé a la casa y sentí un cambio de temperatura brutal y pensé: “¿Me habré dejado el aire acondicionado puesto?”. Fui al comedor y no estaba puesto. “¡Que extraño!”, pensé. Fui a ordenar la habitación de Emily. Mientras lo hacía sentía que alguien me estaba mirando, me giré y la vi a ella, me observaba, parecía que estaba viva. La puse en una esquina mirando hacia la pared, fui a la cocina a desayunar, el cajón de los cuchillos estaba medio abierto, me giré y la vi. Estaba inerte pero con un cuchillo en la mano. No entendía qué pasaba, la cogí y la metí en una caja dentro del armario. Fui a por Emily al colegio, llegué a casa, terminé de hacer la comida y escuché a Emily gritar. ¡La muñeca había salido del armario! Fui corriendo a ver qué pasaba, y le pregunté: “¿La has sacado tú?”, y me dijo que no. Estaba donde la había dejado esa mañana. En ese momento fui consciente de que algo no iba bien. Llegó la hora de dormir y esperé despierta a que Emily se durmiera para coger esa maldita muñeca y tirarla a la basura. Cuando fui a su cuarto a la mañana siguiente, estaba allí de nuevo…, pero mi hija no.

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Ángel de amor Crismel Jaelka García Suazo (4ºA ESO)

OCTUBRE DE 2017 En realidad hay muchos tipos de ángeles, existen los ángeles demoniacos y ángeles bendecidos por la mano de Dios, a ese tipo de ángeles yo los llamo ángeles celestiales pero yo os voy a hablar de uno cuyo ser es todo angelical, bondadoso, cariñoso, amoroso y lo más bello, se llama Ángel… Él es mi padre. Mi nombre es Crismel, Cris para los amigos, vengo de una familia de lo más bella. Mi madre, Melania, es una preciosidad de mujer, inteligente, culta y, sobre todo, una buena madre, para mí la mejor. ¿Y qué puedo decir de mi padre? Es simplemente brillante, se dedica a trabajar de conserje en una comunidad de propietarios en pleno corazón de Murcia. Desde muy pequeña me ha gustado destacar en todo y ser el punto de atención en mucha gente, soy muy feliz, pero como siempre y por desgracia en aquella primavera de 2016, en aquel fatídico día todo se torció, oh, sí…, sin darme cuenta me vi sumergida en un pozo, tan profundo y oscuro que hoy en día en la soledad de la noche duermo con la luz encendida: un día de mala suerte, una sorpresa inesperada, una noche de puro terror y, creedme, amigos, no siempre los verdaderos miedos son aquellos de monstruos y apariciones, sino aquellos accidentes que tenemos en nuestra vida: un lugar equivocado a una hora equivocada fue lo necesario para caer en un pozo, tan ancho y profundo que te sentías morir de puro miedo. Esta es mi historia.

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ABRIL DE 2016 Todos estábamos eufóricos, después, claro está, de dos semanas de exámenes, ya era la última semana que pasábamos en clase, puesto que teníamos las vacaciones de Semana Santa para nosotros; oh, primavera, dulce primavera…; así que después de unas dos semanas agotadoras, por fin las vacaciones, llegó la hora de despedirme de todos mis amigos de clase pues, sin duda, era la última mañana que íbamos a pasar juntos. Siempre que nos levantamos por la mañana sabemos lo que nos puede pasar, pero nunca lo que sí va a pasarnos y de hecho me pasó, vaya si me pasó. Aprovecho un gran descampado para ir y venir de clase, un descampado algo largo y tenebroso, pues en verano te asas de calor al borde de darte una insolación y en invierno el frío es insostenible. Vivo a tan solo ocho minutos de mi colegio, en una urbanización llamada Joven Futura. Llena de alegría y euforia. Como de costumbre atravesé ese descampado pero, no sé por qué, quise pasar por la maleza en vez de pasar por el asfalto, que hubiera sido más fácil y normal en lo que a mí respecta, con tan mala suerte que caí en un pozo, no me percaté y en una fracción de segundo me vi metida en un agujero oscuro y húmedo y, para colmo, con una pierna rota, en concreto la derecha. Más tarde supe que eran las fosas sépticas que la empresa Aguas de Murcia estaba construyendo para hacer alcantarillados subterráneos. No pude soportar el dolor, totalmente a oscuras, solamente veía una luz al final del pozo, mientras fuera de día. El dolor era tan intenso que temía desmayarme, había algo de agua, claro está, teniendo en cuenta que era el mes de abril. El agua me llegaba por las rodillas y no porque la viese, pues como bien he dicho estaba completamente a oscuras, sino porque la sentía. Lo primero que se me ocurrió fue gritar con todas mis fuerzas, gritar de dolor, gritar de terror y gritar de angustia; estaba claro que ahí no había nadie más que los fantasmas de mi soledad, esos fantasmas que me susurraban al oído, diciéndome que el asunto se 94


estaba poniendo muy oscuro, oh, sí…, oscuro y sin estrellas; pensé en mi móvil y me puse muy contenta aun con el dolor de mi pierna, ¡oh, Dios mío! Mi móvil no tenía datos y mucho menos internet, por lo tanto era imposible la comunicación, okey, todo estaba en mi contra, tú puedes, Cris, debes tranquilizarte, pero ¿cómo tranquilizarme? Estaba claro que con ese dolor tan agudo que me causaba mi pierna era imposible hallar tranquilidad, paz y sosiego, de pronto sonó el móvil y… ¡hurra! Era mi padre Ángel. Tenía suficiente anchura para poder libremente estirar las manos y coger el móvil, pero efectivamente, tal y como lo había pensado, no había cobertura en ese agujero cilíndrico infernal. Por otra parte la preocupación de mis padres era inevitable, llamaron sin esperar a mis amigas, a dos en concreto: a Rosa, que era mi mejor amiga inseparable de la infancia, y a Raquel, su prima; cuando llamaron a Rosa claramente les dijo a mis padres que se despidieron a eso de las 14 h. de la tarde y desde entonces no supo más de mí. El grado de preocupación de mis padres iba en aumento progresivamente; faltaba Raquel, prima de Rosa y compañera de clase, llamaron y se puso su madre, Ángel le contó lo sucedido y la madre de Raquel, Ana, le dijo a Raquel que era el padre de Cris, que se pusiera al teléfono. Ángel le contó lo sucedido y lamentablemente Raquel le contó lo mismo, poco más o menos que su prima Rosa. Ángel y su esposa Melania decidieron llamar a la policía nacional sin más preámbulos, contestó un agente y eran ya las 20 h. Habían pasado las horas en un abrir y cerrar de ojos, no existía el factor tiempo, no existían las agujas del reloj, lo único que quería era salir de ese inmundo agujero y que cesara ese dolor de mi pierna rota por la parte del peroné. Enseguida mi padre Ángel tuvo una premonición o presentimiento, llamémoslo como queramos, pero lo cierto es que sabía que yo estaba muy cerca, pero que muy cerca. Se movilizó toda la logística del cuerpo nacional de policía, el cuerpo militar de la guardia civil y, cómo no, los bomberos. ¡Vaya! Sin saberlo me estaba haciendo famosa, era “la 95


niña perdida de Espinardo”. Como bien dije, mi padre sabía que me hallaba cerca; acompañado por todo el grupo de logística empezaron por donde dijo mi padre Ángel, por ese descampado, ya estaba cerca mi rescate; yo escuchaba voces, mi dulce madre Melania rezando por mí, eso fue lo que mi padre Ángel le pidió que hiciera y estoy segura de que en algún lugar del cielo los ángeles celestiales escucharon la voz de mi madre, una madre preocupada por su hija que yacía metida en un pozo oscuro y maloliente; las voces ya estaban justo en la posición correcta, si yo las podía oír entonces ellos también podrían escucharme a mí; miré hacia arriba del pozo y vi que ya era de noche con la diferencia de que esta vez estaba la luna para darme las buenas noches y justo cuando me disponía a chillar con todas mis fuerza para que me oyeran, una perra de raza pastor alemán, dirigida por la guardia civil, siguió mi rastro, tenía una blusa mía y por el olor siguió mis pasos y me encontró. Lo primero que vi fue la cara de una chica del cuerpo de la guardia civil llamada Ángela, con su perrita Angie, nombre que traducido al castellano es algo así como Ángel. Vi el rostro de mi padre y los dos rompimos a llorar, lo primero que hizo mi padre fue llamar a mi madre para no preocuparla más; ya no me importaba mi pierna, lo único que quería era salir de ese agujero inmundo. Dieron paso a los bomberos, en concreto a un hombre robusto de mediana edad, era sargento, llamado también Ángel; me dio una especie de arnés para que me lo pusiera, era muy fácil; solo había que meter los brazos como si fuera una blusa y los pies como si de un pantalón se tratara, me dijo que si la pierna derecha me dolía que no era necesario que la metiera, que con la izquierda era suficiente y así lo hice, me subieron con mucho cuidado. Al día siguiente yo era el tema principal de conversación de mi pedanía. Salí en la televisión local murciana y en los periódicos locales, La Opinión y La Verdad. Días más tarde encajé las piezas: Ángel era mi padre, Ángela era la chica de la guardia civil y Angie era su perrita pastor alemán que me encontró y también 96


Ángel era el bombero que me rescató. Después de más de un año, creo que existen los ángeles, creo en Dios pero, si queréis que os sea sincera, lo que me salvó no fue nada de lo dicho anteriormente; aquí en esta historia no hay héroes, cada uno hace su trabajo, mi única heroína fue mi madre con el poder de su oración y estoy segura de que en algún lugar muy remoto los verdaderos ángeles celestiales escucharon su oración. Los ángeles existen, sí, y si no preguntádselo a mi madre. La vida no está hecha de brujas y fantasmas, el verdadero terror es enfrentarse a uno mismo en situaciones que nos llevan al límite, eso fue lo que me paso a mí, y ese es mi testimonio.

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Te toca a ti Mª Elena Fernández Pelluz (4ºB ESO)

Me llamo Jessica y estoy muy orgullosa de mí misma. Hace tres meses que trabajo en una gasolinera y es mi primera noche sola. Mi jefe, el señor Brown, vino esta mañana muy nervioso y preocupado; Jake, quien hacía el turno de noche, había tenido un accidente de moto y estaba hospitalizado. No podía creérmelo cuando me lo dijo, a pesar de no llevar aquí mucho tiempo nos hemos hecho muy amigos, siempre es amable y cariñoso conmigo y sabe sacarme una sonrisa, por esto no dudé ni un segundo en ofrecerme para sustituirlo, aunque ahora estoy un poco nerviosa. El señor Brown no puede quedarse conmigo porque tiene que ver cómo está Jake, pero me enseñó dónde estaba el botón de emergencia y llevaba el móvil, así que no tenía por qué preocuparme. Llevo aquí desde las diez escuchando la radio y entre canción y canción se me han hecho las doce. A pesar de estar aquí dentro, puedo oír los truenos sonar fuera, parece que el parte meteorológico no se equivocaba, iba a caer una buena tormenta. Es casi la una y estoy muy aburrida, no hay absolutamente nadie fuera, ni siquiera un coche, y encima el móvil lleva sin cobertura un buen rato y la radio tampoco coge señal. Todo está muy tranquilo, pero hay algo que me inquieta, ¿será este silencio eterno junto a ese intenso sonido de la lluvia cayendo? Desde las tres de la madrugada no para de ir todo a peor, esta situación me está haciendo perder la cabeza. Sobre las tres y cuarto las luces exteriores dejaron de funcionar tras caer un colosal rayo que hasta me hizo dar un respingo, y lo peor de todo es que cuando miré afuera había una sombra alargada en la otra acera. Por un momento pensé que era real, pero después de ir al baño, 98


lavarme bien la cara y volver a comprobar que seguía sin cobertura, volví y, como era de esperar, no había nadie. La tormenta no cesa, las luces interiores de la gasolinera están empezando a parpadear también. Y pensar que Jake tiene que soportar todo esto; por suerte mi turno termina a las siete, por lo que quedan unas dos horas para poder irme por fin a mi casa. Estoy volviendo a ver cosas, no, no veo cosas, sino a un hombre. Él sigue mirando hacia aquí inmóvil; esto no es mi imaginación, esto es real. Parece que se está acercando, madre mía. ¡Qué hago! ¿Qué querrá a estas horas? ¿Es que…? Las luces acaban de apagarse y no veo nada, estoy muy asustada, necesito una linterna, voy a usar la del móvil. Ahora que la he encendido puedo ver, pero no me siento tranquila. La ventanilla está justo detrás de mí y no sé si darme la vuelta, mejor dicho, no quiero darme la vuelta. ¿Y si está ahí? Por fin decido darme la vuelta. Cuando me giro, otro rayo enorme cae dejando ver que ese hombre misterioso ya no está y eso me inquieta aún más; en su lugar hay una nota que pone: Te toca a ti. Esto es serio, tengo que llamar a la policía, no puede ser una broma, estoy empezando a hiperventilar, quiero irme ya. El móvil ya funciona, será porque la tormenta está amainando, de hecho me están llamando, voy a cogerlo. Era el señor Brown, Jake ha fallecido en el hospital hace unas horas a causa de sus heridas. No puedo contener las lágrimas, siento que es la peor noche de mi vida. El jefe me dijo que cuando terminase mi turno cerrase la gasolinera y me fuera a casa, ya vendría el otro a sustituirme. Cuando el reloj marca las siete siento que todo ha acabado, decido no darle mucha importancia al asunto y no llamo a la policía, solo quiero irme de este lugar. Todavía está oscuro, así que enciendo las luces del coche para poder ver bien, me acomodo en el asiento y enciendo la música.

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Por fin estoy a tan solo unos kilómetros de mi casa, qué ganas ya. Voy a girar a la derecha pero algo me acaba de desorientar, ¿Ese es el señor Brown? Estoy pasando por su lado pero no se inmuta; definitivamente esto es otra alucinación de las que últimamente tengo, me estoy volviendo loca. La radio está fallando como en la gasolinera, solo que esta vez no hay tormenta. Intento sintonizarla cuando se escucha en la radio: Te toca a ti. En ese momento, un coche se cruza.

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El libro maldito Beatriz Nicolás Sánchez (4ºB ESO)

Nueva York. Un día como cualquier otro en la biblioteca del centro se encontraba Grandis trabajando en su jornada normal, un bibliotecario excesivamente anciano en el que se veía algo anormal. Estaba ordenando el ala este justamente cuando pasó por el aula de libros prohibidos al público y recordó que tenía que llevarse la llave de esa puerta para que nadie pudiese entrar a ese lugar maldito. Era tarde, aproximadamente las tres de la madrugada, y cogió un taxi para ir a su casa, pero cometió el error de olvidarse la llave en el taxi. La llave era antigua y bastante llamativa, pero debió de quedarse escondida entre los asientos hasta que Beth, una chica estudiante de Criminología, casualmente cogió el mismo taxi. Beth vio la llave y se la quedó por curiosidad e inercia. Unas semanas más tarde el destino quiso que Beth llegase a trabajar como becaria sustituta de otra mujer. Grandis le enseñó las instalaciones y le informó sobre cada una de las alas, puertas y aulas. Beth se quedó pensando y recordó que llevaba aquella llave en el bolso todavía cuando Grandis le comunicó que no podía entrar ahí por su bien y porque se suponía que era un desván, o eso le hizo creer. Le entregó las llaves y se dio cuenta de que una de ellas coincidía con la que había encontrado. La curiosidad le invadió y abrió la puerta, al principio se desilusionó porque solo había más libros, pero encontró algunos muy interesantes para ella sobre crímenes, catástrofes y sucesos paranormales extraños. Comenzó a leer un libro que narraba un asesinato, un accidente donde moría una familia… 101


Días después, sorprendentemente, Beth estaba en casa de sus padres mientras en la televisión anunciaron que una familia acababa de morir en un tremendo y escalofriante accidente. Beth se acordó de que en el libro ponía que el coche se paró bruscamente debido a una fuerza sobrenatural y la familia se encontró degollada. Estaba tan cansada que se acostó pronto. Al día siguiente pensó que aquello fue producto de su imaginación. Para averiguarlo leyó otro libro pero antes comprobó si lo del otro día fue una pesadilla o algo real. Lo que se suponía que leyó era un asesinato realizado por una criatura demoniaca a diez niños pequeños, se suponía que los niños murieron en un pozo ahogados y luego descuartizados. Meses después se cumplió la maldición y Beth empezó a sentirse descolocada y equivocada con la decisión de abrir aquella puerta. Decidió que ya no abriría ni leería ninguno de aquellos libros y se despidió de su trabajo en la biblioteca, pero Grandis descubrió su secreto de haber incumplido la regla y, sobre todo, por haber leído aquellas maldiciones. Beth le preguntó cómo sabía las historias exactas y le confesó que él también pecó al abrir el círculo del mal y le dijo que ella estaba en peligro, solo la advirtió y la dejó marchar. Beth se mudó a casa de sus padres otra vez porque encontró otro trabajo de investigación cerca de allí y se sobresaltó con la llegada de un paquete extraño. Era de la antigua biblioteca y le contaban que Grandis había muerto, ella pensó que no tenía nada que ver en su vida, solo que Grandis le dejó cierta información sobre los dichosos libros. Así que volvió al centro de Nueva York e investigó los casos de los libros pero le pareció que algo no estaba exactamente como lo había dejado y se percató de que solo Grandis pudo abrir la puerta y, madre mía… Una de las historias describía la muerte de Grandis, lo cual significaba que quien leía aquello firmaba su muerte.

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Beth huyó, volvió a casa e intentó olvidar lo que había pasado y rehacer su vida, encontró el trabajo que deseaba, empezó a tener mejor vida social y cumplió algunos sueños. Todo le iba muy bien pero… Una mañana, mientras desayunaba en una preciosa terraza en la Gran Manzana, algo se la llevó a… SEGUNDA PARTE PRÓXIMAMENTE

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El Centro Beatriz Gallego Gutiérrez (4ºB ESO)

La psicóloga se queda mirándome… Ha intentado muchas veces hablar conmigo. Pero yo no me abro a ella, no quiero que se meta en mi cabeza o sepa cómo pienso. No me gustan las personas que intentan psicoanalizarte y ella lo hace. Cuando me pregunta respondo con monosílabos o directamente no lo hago. Es la psicóloga del centro en el que estoy. Me metieron aquí hace dos meses… Soy una chica con problemas. O eso dicen. Me llamo Laila, aunque mis amigos me llaman Lai. Tengo diecisiete años, lo que significa que dentro de un par de meses podré salir de este asqueroso sitio. Llevo gran parte de mi vida en centros en los que te quitan la libertad y solo puedes estudiar. Bueno, llevo desde que mi madre empezó a aficionarse a la bebida cuando yo tenía trece años. —Laila, te he hecho una pregunta… No me has respondido todavía. —Perdona, estaba pensando. ¿Qué me has dicho? —Te decía que qué quieres hacer de aquí a un futuro, dónde te ves… Me hace gracia la pregunta… ¿Que dónde me veo? Pues desde luego metida aquí no, sin poder salir, sin pisar la calle, sin libertad… Solo puedo ir de mi habitación a las clases y de las clases al comedor, y con un poco de suerte a veces me dejan ir a la biblioteca, allí hay un ordenador. Me pienso la pregunta un par de segundos más, para dejarle con intriga. —Me veo fuera de España, viviendo en otro país.

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Y está vez digo la verdad. Me veo fuera de todo lo que me recuerde cosas malas y deprimentes. A lo mejor podría irme a Estados Unidos y mejorar mi inglés, o a Dinamarca…, siempre me ha llamado la atención. De repente suena el timbre, lo que significa que mi hora con la psicóloga ha terminado. Me levanto, cojo mis cosas, me despido de ella y me voy. Querría fugarme y desaparecer, irme lejos con mi amiga Mayra. Ver mundo, poder aprender sobre la vida con ella. Siempre ha estado en los malos momentos, cuando he perdido mucho el rumbo, siempre me ha ayudado a seguir, y por desgracia lo ha tenido que hacer en varias ocasiones. Nos conocemos desde hace muchos años. Más o menos cuando mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. La conozco desde la muerte de mi padre…, que tuvo un accidente. Iba con la moto, había llovido, venía de trabajar y un coche no frenó a tiempo y se lo llevó por delante. Murió cuando yo era pequeña. Eso fue un palo muy duro para mi madre, desde ese momento no pudo remontar. Desde ese momento empezó con la bebida y no lo ha podido dejar. Y a mí me metieron en varios centros de menores. Estoy andando para ir a clase y me encuentro con una profesora que me hace un gesto para que vaya a verla, me acerco a ella. —Lai, esta tarde va a venir tu madre a verte. —Vale, gracias por recordármelo. Se me había olvidado por completo. Viene a verme algún miércoles a las cinco de la tarde. No he ido a verla ni una sola vez. No quiero hablar con ella. Porque por su culpa estoy aquí. Porque ella no sabía qué hacer conmigo. Desde que pasó lo de mi padre no ha sabido cuidarme, solo se ha centrado en ella. Pasan las horas de clases y suena la campana para que vayamos a comer. Hoy tocan macarrones con carne. Y menos mal, porque desde que estoy encerrada aquí he adelgazado bastante, lo sé porque la ropa me está muy grande. Termino de comer, voy a mi habitación, me tumbo en la cama y me pongo los cascos. No está mal desconectar del mundo de vez en cuando. Me quedo durmiendo.

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En la biblioteca… —Elena, muchas gracias por venir. Te hemos llamado porque estamos muy preocupados con Laila. No avanza en los estudios y no habla con la psicóloga. Creemos que el cambio de centro le ha afectado mucho. Tampoco quiere tomarse la medicación. ¿Tú sabes quién es Mayra? Nos ha hablado muchas veces de ella. —Mayra es su amiga imaginara de la infancia, recurre a ella cuando no sabe qué hacer, o cuando los problemas le desbordan —lo dice con voz preocupada. —Sí, Laila debe de estar mal como para que te lo haya mencionado. Dice que con ella iría a ver mundo, que podría fugarse en cualquier momento. Me extrañó mucho que nunca haya venido a visitarla, así que empecé a hacerle preguntas sobre ella pero siempre cambia de tema. Y he preferido preguntarte a ti. —Puff… La verdad es que me has dejado helada. Nunca me hubiese imaginado que Laila hubiera vuelto a hablar con ella. Eso significa que las cosas no van bien, que la medicación no le está haciendo efecto. Laila dice que Mayra le dice cosas y que ella las hace. Por eso intentó suicidarse. Mayra le dice a Laila que soy alcohólica. Según mi hija no le caigo bien porque ella me echa la culpa de que su padre esté muerto. Él tuvo que llevarse la moto para que yo fuera al gimnasio en coche. No me puedo quitar esa culpa. Vivo con ello y lo recuerdo todos los días. Lo he pasado muy mal por ella. Los médicos me han dicho que si va al psicólogo y toma todo lo que le den podrá salir. Quizá en unos años podamos controlar más su enfermedad. La esquizofrenia es una enfermedad muy difícil, porque en cada persona se transmite de forma diferente. —Sí, tienes razón. Pero lo conseguiremos. Gracias por confiar en mí, Elena, yo hago todo lo posible para que esté bien. No solo porque es mi responsabilidad, también lo hago porque me importa. Nos ha contado muchas cosas que puede que sean mentira, pero entiendo que ella no es así, que muchas veces no habla ella, habla Mayra. Sé que ahora mismo no le apetece verte. Ella piensa 106


que le han quitado la libertad que tenía y ha sido tu culpa. Espero que dentro de unos años pueda entender que lo has hecho por su bien. —Eso espero, porque es mi única hija y la quiero muchísimo. Me recuerda mucho a mi marido, se parece físicamente a él. Es muy guapa, con el pelo negro y la cara redonda con los ojos marrón claro. Les echo mucho de menos, tenían pasión él uno por el otro. A raíz de la muerte de su padre, Laila empezó con sus problemas. Fue muy duro. —Bueno, María, me tengo que ir a trabajar, muchas gracias por escucharme. —No me tienes que dar las gracias por nada, es lo que tengo que hacer. La semana que viene si quieres podemos quedar a tomarnos un café en un sitio más tranquilo y me lo cuentas todo detenidamente. —Claro, donde me digas y a la hora que me digas. En la habitación… Mierda, otra vez se me ha olvidado que venía mi madre. Me he quedado durmiendo y se me ha pasado por completo. De todas formas es mejor así. Ella solo quiere que me tome las pastillas porque piensa que tengo paranoias…, y eso no es verdad. Mayra es real, es de carne y hueso…, aunque solo la pueda ver yo.

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El misterio del cuadro fantasma Ainhoa Pascual Alacid (4ºA ESO)

Había una vez un matrimonio que vivía en una pequeña casa con su hijo Jaime a las afueras de París. Ellos eran muy felices juntos, la madre se llamaba Elisa y cuando era pequeña tenía la afición de pintar cuadros al óleo y el padre se llamaba Jesús, era un excelente mecánico. Un día Jesús y Elisa murieron en un accidente de tráfico cuando Jaime cumplió la mayoría de edad. Jaime fue a la habitación de sus padres para recoger sus cosas y en lo alto del gran armario que tenían en su habitación y debajo de una gran sábana polvorienta que lo cubría encontró, perfectamente envuelto en unos plásticos, un cuadro con un marco que había pintado su madre cuando era pequeña, le quitó los plásticos para verlo con mayor exactitud y vio que se trataba de un cuadro al óleo que había pintado su madre cuando tenía doce años, en el cuadro había una casa muy grande al estilo Tudor con cuatro ventanales grandes y en cada uno de ellos unas cortinas muy largas y oscuras que los cubrían, el césped estaba cubierto de flores de diversos colores y al fondo un hombre con una gran hoz. Jaime se quedó la última hora del sábado perplejo mirando el cuadro y recordando a sus padres, hasta que se quedó dormido. Cuando amaneció hizo su rutina como todos los domingos: se levantó, desayunó y se vistió para salir a correr como todas las mañanas; mientras se ataba los cordones de las zapatillas estaba pensando en qué lugar de su habitación podía colocarlo y decidió ponerlo en una pared que tenía enfrente de la cama para así todas las noche antes de dormir poderlo ver y notar la presencia de sus padres aunque no estuvieran presentes.

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Una noche se dio cuenta de que las cortinas de la casa del cuadro estaban corridas y de repente apareció una mujer con una niña en una ventana y un hombre en la otra ventana que pedían auxilio, él aterrado volteó el cuadro y sin querer lo tiró al suelo y se rompió en pedazos. De la parte de atrás de su marco salió un papel doblado en un cuadradito, en él había una carta que escribió su madre sobre el significado del cuadro que decía: Me llamo Elisa del pinar y tengo doce años. Ayer mismo, antes de que llegara la policía, descubrí, por casualidad, quién es el asesino de los Martínez. Pero él lo sabe y me amenazó diciéndome que si se me ocurre contar algo de lo que vi, me va a matar. Me dijo también: “Estés donde estés y sea cuando sea, si alguien se entera de lo que presenciaste, yo me las arreglaré para matarte apenas me delates. Y con el mismo arma que maté a tu amiga Julia y al resto de su familia, con esa misma arma que me viste limpiar, con esa misma acariciaré tu cogote”. Tengo pánico y escribo esto para aliviarlo y quitar el peso de este secreto tan terrorífico. Le pido a Dios que me ayude a callar y que haga justicia. El cuadro que acabo de pintar, en su marco este mensaje voy a guardar, aparece el asesino, su arma y el lugar donde cometió el crimen. Firmado: ELI Un grito araño mi garganta. ¡Era el jardinero! Fue el asesino de la familia Martínez. En el mismo instante en el que pronunciaba aquellas palabras sonó el teléfono y Jaime se abalanzó sobre él, cuando comenzaba a marcar el número de la policía, apareció una gran sombra con una hoz que se proyectaba en su pared de enfrente, se dio la vuelta y ahí estaba el viejo erguido acariciando su enorme hoz. Durante un instante, Jaime creyó que estaba a salvo porque el jardinero

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del cuadro era un muchacho joven, hasta que recordó que hacía cincuenta años que se pintó el cuadro y entonces comprendió que ese hombre era el jardinero. Jaime le pidió piedad, mientras el jardinero seguía haciendo bailar la hoz y le decía yo no cometo dos veces el mismo error, en ese mismo instante a Jaime le dio un ataque al corazón y murió. El jardinero y la carta de su madre desaparecieron. Minutos después llegó la policía y dijeron que Jaime se había quedado trastornado después de lo de sus padres y, en cuanto al cuadro, su final fue el contenedor de basura.

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El regalo maligno Alejandro Caravaca Ruiz (3ºC ESO)

Érase una vez un amigo mío que tenía una vecina, una chica de más o menos veinticinco años, no recuerdo su nombre (la llamaremos Laura). Laura tenía una preciosa hija, una niña de aproximadamente un año, a la cual amaba y cuidaba como a su propia vida. El padre las había abandonado al saber que estaba embarazada, pero esto no impidió que salieran adelante. Laura trabajaba en una empresa electrónica de teléfonos móviles muy conocida aquí en mi pueblo, siendo una de las mejores empresarias, hasta tal punto que empezó a ascender rápidamente y llegó a ser la subgerente de aquella empresa, algo que trajo como consecuencia los celos y envidias de las demás empresarias, entre ellas la mejor amiga de Laura, llamada Marta: desde siempre habían sido amigas, se podría decir que eran como uña y carne, es decir, inseparables. Un día, lunes por la mañana (un día anterior al cumpleaños del bebé de Laura), como todos los días, Laura se encontraba en su oficina, cuando esta amiga entró y empezaron a conversar sobre los arreglos de la fiesta de cumpleaños que se realizaría al día siguiente, Laura muy emocionada pensaba cómo trataría a su pequeña. Sin embargo ese día acontecería algo maligno y peligroso. Era ya martes por la tarde, el ambiente era festivo, alegre e infantil, lleno de globos, dulces, y pasteles. En realidad eran muy pocos los invitados, la mayoría familiares y amigos. Llegó la hora de abrir los regalos y la mayoría eran juguetes, camisetas, faldas, zapatitos..., en fin, todo lo que utiliza una niña de un año. Entre los juguetes se encontraba esta hermosa muñeca: ojos azules, pelo rubio y vestido azul. ¿Adivináis de quién era el regalo? Exacta111


mente: era de esta mujer, Marta, quien había planeado algo horrible para dañar a Laura y a su hija. La pesadilla comenzó esa misma noche. Era medianoche y la niña comenzó a llorar. Laura, alertada, se levantó a ver qué pasaba, entró al cuarto de su hija y se acercó a su camita. Al no ver el motivo por el cual la niña lloraba, permaneció con ella, hasta quedar nuevamente dormida. A la mañana siguiente la niña amaneció con moratones en los brazos y en las piernas. Laura, preocupada, no fue a trabajar y llevó a la niña al médico. El doctor le dijo que esos moratones eran producto de golpes fuertes, y le preguntó a Laura si su pequeña se había caído de la cama o golpeado con algún objeto. Ella le contestó que no, que prácticamente su madre la cuidaba todo el día mientras ella trabajaba en la empresa. El médico le aconsejó que observara muy bien a su hija para que no siguiera sufriendo más golpes. Laura le comentó este suceso a su amiga, y esta con una reacción hipócrita le expresó su tristeza por lo sucedido, pero en su interior gozaba, pues ella bien sabía el mal que había provocado. Esa noche volvió a suceder algo, a la medianoche la niña lloraba y gritaba, Laura nuevamente alarmada se levantó para ver qué le sucedía ahora. Entró a su cuarto y observó que estaba descubierta, la tapó nuevamente y se quedó con ella toda la noche. Al día siguiente su hija volvió a amanecer con moratones, pero ahora había algo más: Laura descubrió pequeñas mordidas en todo el cuerpo y algunas eran muy profundas. Esto empezó a asustar a Laura y se lo comentó a su madre. La señora, muy extrañada, se preocupó (pues era de esas señoras que creían en maleficios y brujerías), por lo tanto se fue inmediatamente a consultar con uno de esos médiums (brujos), para saber de una vez por todas qué sucedía; todo esto, claro, sin el consentimiento de Laura. Laura estaba muy preocupada y su querida amiga gozaba más y más en su interior. Pasaron los días y no había noche que la pobre niña no fuera atacada por alguien o por algo. Laura, desesperada, lloraba desconsolada por lo que le pasaba a su niña. Cuando 112


su madre llegó la encontró llorando en la cama y le dijo que había averiguado algo, que la llevaría a descubrir lo que pasaba. Laura le preguntó que cómo había averiguado y su madre le comentó que había visitado a un brujo para que le dijera qué estaba sucediendo. Laura más alterada le dijo: —¿Brujería? ¿Mi niña está siendo martirizada por un espíritu? La madre no le quiso comentar mucho, solo le dijo: —Esta noche velaremos y veremos qué es lo que pasa. Así fue, se quedaron en el pasillo frente al cuarto de la niña, con la puerta semicerrada, lo suficiente para poder observar dentro de la habitación. Faltaban tres minutos para medianoche. Todo estaba listo, ellas observaban fijamente a la nena que dormía plácidamente, luego el reloj sonó dando a conocer que era medianoche y sucedió algo que dejó perplejas a ambas: observaron cómo aquella muñeca se levantaba de aquel estante en donde estaba, y caminaba hacia la niña. Laura y su madre no lo podían creer, ¡era un juguete que tenía vida!, y al instante observaron que aquella muñeca estaba golpeando y mordiendo a la niña. Enseguida la niña comenzó a gritar. Laura entró corriendo y agarró a la muñeca y la tiró al suelo, la muñeca tenía los ojos rojos como brasas encendidas, y el rostro de la cara era demoníaco. Trataron de capturarla, pero se les escapó por el pasillo y desapareció.

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Ojos claros Laura Mª Fernández Pelluz (4ºB ESO)

Hola, mi nombre es Ana, tengo diecisiete años y escribo aquí en mi diario un hecho que marcó mi vida. Podréis creerlo o no pero ocurrió tal y como os lo cuento. Hace diez días, paseando con una amiga por detrás de la catedral de Murcia, pasé por la fachada de las cadenas dirigiéndome hacia la Platería, una mujer mayor pasaba junto a nosotras y se quedó mirándonos… Era bajita, tenía el pelo blanco y vestía de riguroso negro, las arrugas de su cara me indicaban que tenía una vida muy difícil pero sobre todo me fijé en sus ojos de intenso azul claro. Mi amiga María cogió mi brazo y aceleró el paso… Seguimos andando, volví la cabeza para mirarla y ya no estaba. Eran las ocho y media en Murcia, ya era de noche y refrescaba… Nos acercamos a Santo Domingo y mientras me despedía de María sentí un escalofrió que me recorrió la espalda, miré a mi derecha y entre la gente que se cruzaba vi a esa extraña anciana de ojos claros que me miraba fijamente, así que le dije a María: —¡Mira la vieja, está ahí! —¿Pero qué dices? —Mira a mi derecha. —Yo no la veo. Me giré y ya no estaba. Nos reímos sin darle mayor importancia. Volví a mi casa, las calles estaban desiertas, supuse que como era hora de cenar la gente estaría en su casa. Al pasar por un callejón vi una tienda que estaba cerrada y tenía las luces apagadas pero su escaparate me llamó especialmente la atención por sus pre114


ciosos relojes antiguos, fijé más la vista para ver la decoración que tenían dentro y quedé inmóvil al ver frente a mí esos ojos claros, ya no podía moverme, no sabía si era mi cabeza o me estaba volviendo loca, la señora me sonrió mostrándome sus dientes afilados y nada naturales, aterrorizada eché a correr hasta llegar finalmente al portal de mi edificio y al coger las llaves me di cuenta de que mis manos temblaban, intenté abrir la puerta pero las llaves se me cayeron, al agacharme a recogerlas vi entre mis piernas unos zatos negros. Al girarme no había nadie. Abrí la puerta y corrí rápidamente al ascensor, pulsé el botón de llamada, esperé a que bajara mientras yo miraba a todos lados buscando a la señora. Por fin llegó el ascensor y pulsé el botón de mi piso pero la puerta no se cerraba, la luz del hall se apagó y me pareció más oscuro que nunca, pegué mi espalda a la pared del ascensor; en ese momento unos dedos largos, huesudos y envejecidos evitaban que la puerta se cerrase, grité pidiendo socorro con todas mis fuerzas. Víctima del miedo y la desesperación dije: —Dios mío, protégeme. Unas lágrimas recorrían mi cara, cerré los ojos y me acurruqué en la esquina del ascensor, mientras notaba cómo subía noté una mano que me acariciaba el pelo. —NO, NO, NO… ¡DÉJAME! El ascensor ya había llegado a mi piso la puerta se abrió, corrí a mi puerta y llamé al timbre como si me fuera la vida en ello, cuando mi madre abrió me eché a sus brazos y comencé a llorar desconsoladamente. Mi madre preguntó asustada: —¿Qué te pasa? Mientras yo balbuceaba. —La vieja, la vieja. Mi madre levantó la vista, la luz del largo pasillo estaba apagada, de repente mi madre pegó un grito y de un portazo cerró la puerta. —¡La has visto! —Le dije. 115


Mi madre estaba blanca como el papel y se le notaba el miedo. —¿Quién es? ¿La conoces? —Me ha encontrado. —¿Pero qué pasa? ¿Quién es, mamá? Mi madre me explicó. —Un día estaba paseando y a una anciana le dio un infarto y falleció ante mis ojos. No hice nada para ayudarla, tenía tanto miedo, era tan joven, me arrepentí toda la vida por ello, de hecho tenía pesadillas con ella, es un recuerdo que me ha perseguido toda la vida. En ese momento sonaron tres fuertes golpes en la puerta. Mi madre y yo gritamos como nunca y sonó una voz que decía: —¿Queréis abrirme la puerta? ¡Que voy cargado de bolsas!

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El pacto con el diablo Carmen María Cárceles Gómez (4ºA ESO)

La familia García, compuesta por el padre Alejandro, la madre Esmeralda y sus dos gemelos, Martín y Florencia, estaban deseando alquilar un barco y ponerse en marcha para ver lugares nuevos. Para hacer realidad los sueños de su familia, Alejandro tuvo que buscar por todos los medios un banco para que le dieran un préstamo, pero como no lo consiguió se volvió un poco loco, y en ese momento pidió: Ayuda, Satán. Lo que él no sabía es que al haber pronunciado estas palabras Satán se le aparecería. Cuando Alejandro vio que estaba delante del rey del infierno se quedó en blanco, pero ya pasados los minutos se dio cuenta de que era verdad. Satán le dijo: ¿Necesitas mi ayuda?, y él le dijo que sí. Entonces Satán le ofreció ayuda pero a cambio le dijo: Quiero que me ofrezcas tu alma una semana, y él accedió porque pensó que solo sería una semana, y que después se la devolvería, pero lo que él no se podía imaginar era el trágico destino que acababa de pactar para su familia. La familia ya tenía un barco en el que viajar, y no era un barco pequeño sino un velero enorme con un capitán que lo llevaría, porque se lo había concedido Satán. Su mujer Esmeralda y Martín y Florencia, sus gemelos, se quedaron alucinados al ver las comodidades con las que viajarían. El viaje duraría una semana. El primer día todo iba bien, todos contentos e ilusionados por seguir, pero al segundo día Alejandro al despertarse vio una sombra por el pasillo del camarote y no se asustó. Al pasar las horas volvió a ver una sombra, y esta vez se asustó porque estaba viendo el momento en el que morirían sus hijos.

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Al tercer día al levantarse volvió a ver una sombra y ahí no solo se asustó sino que le dio un ataque de ansiedad, porque vio unas sombras mucho más claras y realistas de la muerte de sus hijos y también de la muerte de su mujer Esmeralda. Pero volvió otra vez a calmarse, aunque esta vez le costó más. Al cuarto día no solo volvió a ver sombras sino que vio a Satán, cubierto de sangre y con el número 666 en su pecho, y por la boca le salía fuego, y después del fuego le dijo: —No vas a morir tú solo, sino que me llevaré a tu familia, tú y yo hicimos un trato que decía que durante una semana yo tendría tu alma pero también la de tu mujer y la de tus hijos, te engañé. Alejandro no se podía creer las consecuencias tan fatales que le estaban pasando a su familia por hacer el pacto con Satán. Todo lo que vio en las sombras se hizo realidad. Su mujer murió al caerse por la borda mientras el barco estaba en marcha, y se vio atrapada por las hélices que la destrozaron. Su hijo Martín murió electrocutado en la ducha, porque se le cayó la lámpara, y su hija Florencia murió porque Satán se metió en la televisión cuando ella estaba viéndola, y salía la cara de Satán diciéndole: Clava un cuchillo en tu corazón. Y Alejandro murió porque cuando estaba borracho se cayó del velero y fue despedazado por los tiburones. El único que quedó vivo fue el capitán, pero cuando volvió a tierra firme contó todo lo que había pasado en el barco durante la semana, y como la historia no era creíble, lo tomaron por loco, aunque la realidad era que estaba muy cuerdo. Cuando regresó lo pasó muy mal, porque nadie le creía. Este hombre llamado Bruno fue encerrado en un lugar para personas con problemas mentales. Él, cómo sabía que estaba cuerdo y estaba muy seguro de lo que había visto, decidió tramar un plan para escapar del psiquiátrico. El plan le costó dos meses llevarlo a cabo pero al final lo consiguió. Escapó por dos razones: la primera sería demostrar que la familia García murió por culpa del engaño de Satán a Alejandro, y la segunda demostrar que era una persona que no estaba loca. Su plan era el siguiente: conseguir invocar al 118


diablo; invocar un conjuro de un libro que era muy viejo pero que contenía lo que él necesitaba; atraparlo. Esto consiguió llevarlo a cabo, pero descubrió cosas horribles. Descubrió que Satán había mandado desde su Reino del Infierno a demonios horribles para que provocaran el mal en la Tierra, y lo peor de todo era que estos demonios se convertían en jóvenes guapos, atractivos, inteligentes, etc. Él, para combatirlos, inventó el demonios10005p, que atraía a todos estos. Lo logró y lo que hizo después con los demonios fue algo muy cruel, pero estos demonios horribles y malignos se lo merecían: los mató sometiéndolos a las torturas medievales más horribles, sangrientas y dolorosas. Las torturas fueron: el aplastapulgares, el potro, la rueda, la estaca, la hoguera, y la picota. En conclusión, logró llevar a cabo su plan pero para ello tuvo que hacer cosas dolorosas como emplear técnicas medievales crueles, inventar máquinas, invocar al demonio; todo esto le llevó a tener una conciencia muy sucia. Y al final se acabó volviendo loco de verdad y esta vez no solo acabó loco sino que también acabó muerto.

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El payaso del terror Daniel Martínez Cañete (4ºA ESO)

Érase la noche del 28 de octubre de 1998, una familia normal y corriente estaba preparándose para pasar un divertido día de Halloween. Vivían en Madeira (Portugal), el padre Pedro, la madre Ginesa y los hijos David, Luis y Ginés. Faltaban tres días y los padres querían avisar a la familia antes de que llegara el momento. Mientras avisaban, a los hermanos se les ocurrió ir al cine a ver la película que estrenaban ese mismo día en el cine, la de It. Al final de la película un payaso dijo una frase que a los hermanos les llamó mucho la atención e incluso les dio un poco de miedo. Decía: A los payasos nos gusta la víspera y el día de Halloween para salir a cazar. Los hermanos se lo tomaron a broma hasta que al llegar a su casa buscaron información en internet y vieron que en la víspera y en el día de Halloween, el número de muertes había aumentado un 75% más que en todo el año. Acto seguido fueron a avisar a sus padres pero se dieron cuenta de que no estaban en la casa. Buscando en la cocina, el hermano pequeño Ginés vio una carta que ponía: “Hijos, nos tenemos que ir a recoger a vuestros tíos para traerlos porque están mayores y ellos solos no pueden venir en coche, vendremos mañana por la noche, os he dejado la cena preparada, portaos bien”. Los hermanos empezaron a cenar preocupados por la frase de la película aunque, por otra parte, estaban tranquilos porque la frase decía la víspera y el día de Halloween y todavía faltaba una noche para la víspera.

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Al acabar de cenar se fueron a dormir, o al menos a intentarlo, ya que no paraban de darle vueltas a la cabeza y ninguno de los tres hermanos podía conciliar el sueño. Al ver que las horas pasaban se les ocurrió salir a la calle a dar una vuelta y tomar el fresco. Empezaron a caminar por las calles desiertas de Madeira e iban asustados acordándose del payaso terrorífico de la película, de vez en cuando se daban la vuelta hasta que una de esas veces que se giraron les pareció ver a un hombre disfrazado correr hacia una calle estrecha y oscura. Aterrorizados se dieron media vuelta y fueron corriendo a su casa, en cuanto llegaron a la puerta de la casa se encontraron una nota que decía: Mañana es el gran día. Cuando entraron a la casa se encontraron por todas las escaleras restos de pintura roja y pelos rojos de peluca. Cuando los hermanos se vinieron a dar cuenta ya estaba amaneciendo y ellos no habían dormido en toda la noche. Los padres estarían a punto de venir y ellos sin dormir nada. A las 11:00 de la mañana vinieron los padres con sus tíos y se trajeron también a sus abuelos, lo que sorprendió a los hermanos. Ellos no podían describir con palabras todo lo que les había pasado, tanto que no se atrevieron a decírselo a nadie de la familia. Los hermanos estaban cada vez más preocupados al pensar que ya era víspera de Halloween y que su familia iba a estar allí. La familia celebraba todos los años la víspera de Halloween como si fuera nochevieja, entonces se sentaron todos a cenar mientras que los hermanos estaban en su habitación asustados, con miedo a salir por lo que les pudiera pasar. Se intentaron distraer de muchas maneras, jugando a la Play, al parchís, al veoveo, etc. Al cabo de dos horas y media o así, decidieron bajar al comedor a tomar algo porque les había entrado hambre pero no había nadie sentado ni ningún plato de la cena de la familia ni nada.

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Salieron a buscar a la calle y tampoco había nadie. Luego quisieron entrar a la casa otra vez y se dieron cuenta de que las llaves se las habían dejado por dentro y al hermano pequeño, Ginés, también. Empezaron a llamar a la puerta con rabia y desesperación al ver que nadie les abría. Al cabo de varios minutos alguien empezó a abrir la puerta lentamente, cuando se abrió vieron el rostro lleno de sangre del hermano pequeño que llevaba un hacha clavada en la cabeza. En cuanto el hermano mayor vio esa imagen comenzó a llorar y a correr como si le estuvieran persiguiendo, fue a la casa de una de sus abuelas a buscar ayuda y la puerta estaba abierta. Sin pensárselo, entró y se encontró al abuelo tirado en el suelo con los ojos más blancos que la nieve y a la abuela sangrando diciendo sin parar: Halloween. Cuando David, el hermano mayor, vio eso volvió corriendo a su casa, donde Luis, el hermano mediano, había desaparecido también. David ya desesperado decidió ir a comisaría a ver si le podían ayudar y al llegar a comisaria había un cartel que ponía: Cerrado por fiestas. Ya era día de Halloween y esa noche de víspera David decidió dormir en la calle para no entrar a su casa. Decidió volver a su casa más asustado que nunca y al entrar ya no había cuerpos en el suelo ni nada, se dirigió al salón y de pronto se encendieron las luces y salió toda la familia diciendo: ¡Feliz Halloween! David comenzó a llorar de alivio al ver que su familia estaba viva y al ver que le habían gastado la mayor broma de su vida.

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La bestia de transformador nº1 Jonathan Gómez Villaescusa (4ºA ESO)

Cuando en una noche muy oscura y tenebrosa consiguieron reanimar a Frankenstein él mismo se dio cuenta de que algo cambió en su forma de ser, llegó a cambiar su aspecto, incluso su forma de actuar. Pasó de estar cogiendo partes del cuerpo de cualquier humano a tener una especie de poder eléctrico, aquí es cuando se renombró como Transformador nº1. Se trataba de una criatura peligrosa, se refugiaba en la oscuridad y su mayor punto de poder era cualquier central eléctrica, ya que se alimentaba de ella. Se comía los cables eléctricos, electrodomésticos con cargas positivas, incluso era capaz de arrancar cualquier vía comunicatoria de electricidad para absorber esa energía que llevaba. No se le veía mucho por las calles, ya que se movía de forma normal y corriente, ocultando su verdadera identidad, pero tenía un inconveniente muy grave, y es que cuando le daba el sol en la cabeza se le encendían los ojos con un color rojo brillante, por lo que tenía que ponerse un sombrero siempre. Él se dedicaba sobre todo a ir cogiendo energía y más energía, pero llegó un momento de estado muy crítico para Frankenstein, pues con tanta energía acumulada tenía la obligación de expulsar algo de ella, pero no sabía dónde, hasta que se le ocurrió la idea de expulsarla en un dragón de peluche, puesto que siempre le habían gustado, así que fue a una tienda de juguetes y lo compró. Al comprarlo regresó a uno de los puntos donde se refugiaba cada día y noche, y empezó a transmitirle energía al dragón que compró. Después de tanta energía transmitida al dragón, lo cogió y lo enterró en una zona de campo y se marchó.

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Pasaron semanas, muchas semanas... “¿Qué será del dragón?”, se preguntó Frankenstein. Sin pensarlo volvió al lugar donde lo enterró y empezó a cavar y cavar y se dio cuenta de que no estaba allí. Se puso muy nervioso, hasta empezó a desprender cargas eléctricas por todo su cuerpo de lo nervioso que estaba. “¿Qué puedo hacer?”, se preguntó Frankenstein. “¡Tengo que encontrarlo!”, exclamó. En un principio él no sabía nada acerca de las cargas eléctricas que poseía en su cuerpo, él no sabía que podría ser muy peligroso, hasta que se dio cuenta demasiado tarde de ello. Era capaz de dejar a la gente bloqueada en un mundo inferior con solamente lanzarle un rayo de electricidad en los ojos, o abrir portales al vacío, era capaz de muchas cosas tenebrosas, hasta que empezó a hacer cosas así... Pasó por delante de una cafetería donde había una televisión, y estaban puestas las noticias donde salía la posible amenaza de un dragón de dos cabezas eléctrico. Este era Eléctrica. Eléctrica era el nombre que se le había asignado a la mutación que tuvo el dragón de peluche que Frankenstein enterró. Pasó de ser un simple dragón a ser un dragón de dos cabezas, con un tono azul eléctrico en su cuerpo y protegido por un gran escudo de rayos como armadura. Eléctrica era capaz de mantener en situación de coma a cualquier individuo que pasara por su camino, también era capaz de causar una bola de rayos que usaba como escudo y a la misma vez expulsar rayos de esa misma bola para matar o causar daño, era muy peligroso, más que Frankenstein. “¡Qué es eso!”, gritó Frankenstein. Se asustó muchísimo, pero en verdad sabía que él era el autor de ese hecho creado. Se dio cuenta de que parpadeaba una pequeña luz en una parte de su brazo, lo cual era una señal de que Eléctrica estaba yendo a su posición. Era su mascota, la mascota de Frankenstein, tenía como función protegerlo. “¡Eléctrica llegó!”, dijo Frankenstein. Los dos ahora eran inmunes a cualquier daño recibido por la sociedad. Empezaron a hacer daño y a matar, eran muy fuertes. Tras tantos días atacando y haciendo daño Frankenstein junto a su mascota 124


Eléctrica, algo extraño, que nadie supo qué era, consiguió derrotar de un solo golpe a Frankenstein y a Eléctrica. Al caer Eléctrica al suelo e ir descomponiéndose y pasar a su estado real, un peluche de dragón, un objeto extraño llamado Ojo de Garuda se quedó junto al peluche, y un niño de unos dieciséis años que pasó con una bicicleta lo cogió, no sabía qué era, pero quien lo tuviera en la mano podría ser muy peligroso, más que Frankenstein y Eléctrica, podría tener un poder muy feroz en su mente. ¿Pero qué pasó con Frankenstein? No se llegó a saber tampoco. Tres raras incógnitas quedaron en mente: ¿Qué pasó con Frankenstein? ¿Qué es ese ojo de Garuda? ¿Y qué fue lo que consiguió derrotarlos? Nunca se supo... pero podría ser terrible.

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El suicidio José María González Orenes (4ºA ESO)

Una noche fría de noviembre, más allá de las montañas, en un pequeño pueblo un poco alejado de la sociedad llamado Villaroca, una señora dio a luz a dos gemelos, ese momento fue el mejor de la vida de los futuros y afortunados padres. Villaroca era un poblado muy problemático, con constantes peleas entre los habitantes y numerosas batallas con poblados del exterior. Además de conflictivo, era un lugar donde existía abundancia de robos y muertes, había poca justicia, pocas leyes, las cuales no se cumplían apenas, ya que no iban a tener castigo los acusados de ningún delito o crimen. Para variar, a su gobernador no le importaba lo más mínimo lo que pasara en el pueblo, lo único que le importaba era el botín que obtenía en las guerras, donde siempre vencía. La señora, llamada Antonia, junto a su marido, conocido como Miguel, vivían de una manera estable en Villaroca sobreviviendo gracias al ganado y recogiendo cosechas. No solían meterse en problemas, por eso siguieron viviendo allí durante toda su vida desde que eran niños hasta que llegó a sus vidas el mejor “regalo”, algo que buscaban e intentaban constantemente, hasta que lo consiguieron. Llegaron dos preciosos niños a sus vidas. Antonia y Miguelito decidieron marcharse sin mirar atrás hacia un lugar donde nada ni nadie pudiera hacer daño a sus hijos, un lugar donde no hubiera guerras, en el que no habitara nadie, muy apartado de la vida social, para ellos sería un lugar perfecto que cumpliera todos sus requisitos, aunque les costara la vida mantener sanos y a salvo a sus niños.

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La marcha casi empezó justo a la semana siguiente de que nacieran los dos hermanitos. Antes de marcharse tenían que coger un carro donde meter los recursos necesarios para sobrevivir durante el camino (alimentos, agua, etc.) y armas que usarían para cazar animales cuando se les acabara la comida. Claro, estos no sabían a dónde les llevaría encontrar su destino y por eso prepararon tantas cosas, contando con que a partir de entonces no serían dos, sino cuatro bocas que debían ser alimentadas. Comenzaron el camino con gran esperanza de acabarlo sanos y salvos, pero no sabían que el destino les iba a jugar una mala, pero que muy mala pasada. En un principio, todo parecía ir normal, había pasado un día y necesitaban descansar y obtener fuerzas para el siguiente, sobre todo los niños, por eso decidieron acampar en un bosque no muy extenso, donde solo habitaban pequeños animales. La noche empezó a refrescar y a Miguel se le ocurrió hacer fuego con Antonia para no pasar frío. Se durmieron todos, pero en mitad de la noche Antonia tuvo que desvelarse para amamantar a sus hijos hambrientos. De repente ocurrió algo terroríficamente extraño: un fuerte soplido de viento apagó el fuego que habían hecho y eso provocó que los pequeños se despertaran y empezaran a llorar asustados. Entre llantos y llantos, los padres estaban intentando encender el fuego para que se relajaran y todo volviera a la normalidad y justo en el primer intento de encender el fuego, todo se cubrió de niebla, uno de los niños dejó de escucharse por completo; los padres, alarmados, lograron encender el fuego de una vez por todas y observaron que uno de los niños ya no estaba. Muy asustados, se quedaron sorprendidos de ver lo que acababa de pasar. El niño que permanecía en su sitio se calmó y empezó a relajarse otra vez, pero Antonia y Miguel no podían aguantar ni un minuto más sin su otro niño, por ello decidieron buscarlo, pero uno de ellos se tendría que quedar con el otro niño, y ese fue Miguel.

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Antonia, por otro lado, salió sola por el bosque en busca de su bebé desaparecido, pero, aunque quisiera, no podía hacerlo hasta que se esfumara la niebla porque de esta manera no podía ver nada; aun así, se quedó dando vueltas recorriéndose todo el bosque en busca de alguna señal que le llevara hacia su hijo, pues ella tenía claro que sería muy difícil encontrarlo. Después de estar toda la noche buscándolo, quedaban apenas unas pocas horas para que amaneciera, y Antonia volvió con su marido para quedarse descansando ella y que Miguel siguiera buscando al bebé, pero todo esto lo llevaba a la misma situación que la de su mujer, por eso tomaron la decisión de quedarse con su otro hijo descansando hasta el día siguiente. A primera hora de la mañana se espabilaron y empezaron con la búsqueda de su hijo desaparecido. Acabaron agotados de tanto buscar, sobre todo Antonia, que se volvió a dormir y dejó a Miguel que siguiera con la búsqueda. Mientras tanto el otro hermano seguía descansando con su madre. El sol se empezaba a esconder, Antonia descansó lo suficiente y en un instante notó que algo iba mal, por eso fue a buscar a Miguel, pero este ya no daba señal de vida por ningún lado. Se acercaba la noche, Miguel no estaba en ninguna parte, solo quedaban Antonia y su bebé no desaparecido, el cual se comportaba de una manera muy extraña desde la noche en la que desapareció su hermano gemelo, su comportamiento no era el mismo desde entonces: lloraba sin parar, vomitaba continuamente, se encontraba muy cansado, como si estuviera perdiendo la vida lentamente y justamente eso fue lo que pasó la segunda noche en ese bosque. A la mañana siguiente, Antonia miró a su hijo, le vio un aspecto amarillo, lo tocó, no reaccionaba; a la madre, casi al borde de la locura, ya no le quedaba alguna razón por la que vivir y, después de todo, se suicidó.

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Una noche para olvidar Belén Ortín Hernández (4ºB ESO)

Todo empezó la noche anterior a Halloween, eran las 18:25 de la tarde, yo estaba con mis amigas preparando todos los adornos para esa fiesta. Ese día me enfadé con mis padres y pensaba quedarme en casa de Esther a dormir. Hablando con mis amigas del tema de la pelea me di cuenta de que tenía que aclarar las cosas, así que decidí ir a dormir a mi casa. Eran las tres de la mañana y se les ocurrió que hiciéramos el famoso juego de la ouija, yo les decía que no, pero ellas no me hacían caso. Parecía que solo sabían decir “no pasa nada, si todo esto es mentira, ya verás”; con esa frase me confié y les seguí el rollo. Cuando terminamos estábamos todas pálidas y decidimos no sacar el tema de lo ocurrido nunca. En el tramo de la casa de Esther a la mía me notaba insegura pero lo dejé pasar. Al llegar a mi casa noté que estaba todo muy silencioso, miré habitación por habitación, y mis padres no estaban, fue en ese momento cuando empecé a preocuparme. Ellos no solían tardar mucho, y menos por estas fechas, entonces me puse a llamarlos por teléfono, pero los dos me daban como si la línea telefónica estuviese ocupada. “Esto es muy raro”, me dije, pero me acosté. No podía dormir, estaba muy tensa, las manos me sudaban, sentía escalofríos por todo el cuerpo. Cerré los ojos. Pasaron segundos y empecé a oír pasos. Me levanté sobresaltada. Primero pensé que eran mis padres y me alivió. Pero notaba que los pasos no acababan, después de un buen rato dejé de escu-

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charlos, así que cerré los ojos e intenté dormir, pero sentí como si alguien o algo estuviese presente en la habitación. Alguien me susurró al oído: No tengas miedo, solo quiero jugar. Sentía cómo el corazón se me salía de pecho, la angustia y el pánico no me permitían abrir los ojos. En un acto de valentía los abrí y vi cómo las paredes empezaban a derretirse, estaban ensangrentadas, los cuadros cobraban vida, las muñecas me miraban y en su rostro se reflejaba una mirada sin alma y una sonrisa de media luna; las ventanas se abrían y se cerraban solas. Yo solo quería que todo terminase, pero no iba a ser tan fácil. Salí corriendo de la habitación, dirección al salón. La mesa estaba alumbrada por una siniestra luz, y encima de ella había una carta que decía: ¿Dónde vas con tanta prisa, pequeña? En ese momento solo quería salir de allí. Salí a la calle pidiendo ayuda, pensaba que ya estaba volviéndome loca. Entonces lo vi al final de la calle, sentía que ese era mi fin, que ya no podía escapar de allí. Él era alto, con capa negra, se notaba que sus pies no rozaban el suelo y en las manos tenía las cabezas de Esther, Ana, Irene y María José, mis amigas, las chicas con las que hice la ouija. Cada vez estaba más y más cerca. Era mi turno.

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Eres especial Erika López Andrés (1º Bachillerato)

No sé por dónde empezar, no sé cómo sentirme, la cabeza me da vueltas, me estoy mareando, no puedo tenerme en pie, supongo que estas sensaciones son normales después de lo que me acaba de ocurrir, lo peor de todo es que no ha sido solo hoy. Ahora mismo no sabréis qué estoy diciendo. Está bien, os lo voy a contar. Me llamo Miguel, tengo 31 años y he vivido la peor experiencia y, a la vez, la más bonita del mundo. Todo empezó hace aproximadamente una semana, no sé ni cómo salí de esa, pero, bueno, no os entretengo más. Resulta que iba yo como cada día a coger el autobús, ya que me tocaba trabajar; no, no uso coche, tuve una mala experiencia hace tiempo y desde ese momento prefiero coger el transporte público, bueno, sigo. Me monté en el autobús pero sentí algo extraño envolviéndome el cuerpo, fue la peor sensación que había sentido desde hacía mucho tiempo, me giré en un intento de ver quién había detrás: nadie, no había nadie. Fue entonces cuando me giré, delante de mí se encontraba ella, la mujer más bella del mundo, pero no estaba viva. ¿Que cómo lo sabía? Flotaba. No me salían las palabras, me había quedado mudo. Entonces ella habló, tenía una voz fuera de lo común, no era grave, tampoco aguda, ni algo intermedio entre las dos, tampoco era una voz dulce, era extraña, por así decirlo. Me dijo que ella no debía estar allí, que no se lo merecía, que la ayudara. Yo no entendía nada, creo que tampoco quería entender, de pronto algo empezó a tirar de ella hacia abajo, y sus gritos empezaron, eran desgarradores, no podía soportarlo, y me tapé los oídos, pero fue en vano, desa-

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pareció de un momento a otro, sin más, y yo volví a la realidad, pero lo otro también se había sentido real. Intenté convencerme a mí mismo de que no, de que era mi imaginación, debido a las pocas horas de sueño. Cuando recobré mis sentidos todo seguía igual, el autobús, las personas, ¿nadie había visto nada?, no puede ser, no estoy loco, no tengo alucinaciones, no, me niego, siempre he sido una persona con la mente muy clara. Cuando llegué a mi trabajo todo seguía igual, nada raro, fui dispuesto a por un vaso de agua. Mi amigo Jorge me preguntó qué me pasaba, si había visto un fantasma; mis sentidos reaccionaron, volví a sentir pánico y le dije que iba al baño. Cuando llegué al baño me miré en el espejo, no había nada raro, era yo, únicamente yo. Pero de repente unos llantos empezaron a salir de un baño, y la puerta se abrió estruendosamente, de ahí volvió a salir la misma chica de antes, y ya no me quedé callado, le pregunté quién era ella, por qué estaba aquí, qué le había pasado, y por qué solo la podía ver yo, era todo tan extraño... La chica me miró, sin intenciones de hablarme, fue ahí cuando la miré más detalladamente, era rubia con el pelo por la cintura, su cara era pálida, no tenía toques de color, sus ojos verdes como el prado, su boca era pequeña, llevaba puesto un vestido, roto por todos lados y con grandes manchas de sangre. Entonces volví a mirarla a la cara, no entendía qué le había pasado pero quise saberlo, y por fin me habló, me dijo que no había sido responsable de lo que había pasado, pero ella fue la que se la cargó, fue la culpable de algo que no había hecho, y necesitaba que yo la ayudara para que las personas que la creían culpable dejasen de creerlo, y que ella pudiese irse tranquila. Al principio sentí miedo, luego pena, y más tarde la comprendí, pero tuve una pregunta más: ¿Por qué yo?, a lo que ella me respondió: Porque sé que tú me ayudarás, porque tú eres especial, desde tu accidente, y ahí me quedé helado. ¿Cómo sabía ella lo de mi accidente? Nadie lo sabía, excepto mi familia, no entendía nada. La chica me miró y, al verme tan alterado, decidió ex132


plicarme: Tú eres especial, Miguel, desde el día en que casi mueres, una parte de ti quedó anclada en la tierra, pero otra parte se fue a lo que llamáis cielo, por eso puedes verme, tal vez estés alterado, es comprensible, pero necesito que tú me ayudes a mí a poder ser libre, que no tenga cadenas atadas, que cada día me aprietan más y más, me ahogan. Y así como si nada desapareció, después de aquello mi día fue tranquilo, pero al llegar a mi casa la volví a ver, estaba allí, y lo que me dijo me dejó loco, me dijo que ya lo había solucionado, que no me necesitaba más, pero que gracias por escucharla, y se esfumó, y no la volví a ver más.

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Gracias por todo, amigo Marta Sánchez García (3ºA ESO)

Hola, buenas, soy yo, Fredy Jhensen, bueno, mejor dicho, lo que queda de mí. Como os imagináis, estoy muerto, así que voy a empezar contándoos la causa de mi muerte. Esta carta está dedicada a todos mis familiares y amigos cercanos, aunque no todos estáis aquí por algo malo, solo uno de vosotros ha causado mi muerte, por lo que va a pagar el resto de su vida. Bueno, todo esto se remonta a una semana antes de Halloween. En el colegio, el profesor Elías McGregor nos puso un examen de Ciencias Naturales un día después de Halloween, este año esta fiesta tan aterradora caía un martes 31. Todos nos quejamos al profesor porque queríamos celebrar Halloween y no quedarnos todo el día en casa estudiando. No lo convencimos, pero todos quedamos en que ese día no iríamos a clase. Este año casi no voy a Halloween, mis padres no tenían el dinero suficiente como para darme para la fiesta, aunque, al final lo consiguieron. Una cosa, papás, si estáis leyendo esto: no sufráis por mí, vosotros fuisteis lo mejor de mi vida, gracias por siempre estar allí, os llevaré en mi corazón. Venga, allá vamos, llegó el martes 31 y el día empezó genial, llegué al instituto veinte minutos antes para no perder detalle de la fiesta de esa noche porque ya teníamos dieciocho y todo estaba preparado para llevarlo al desfase y perder el control. Al llegar me dice Lyan: —Hey, Fredy, si vas a querer esta noche la bebida en calabaza, pon tu parte del dinero.

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Yo, tan sutil, al llegar le di el dinero al organizador de la fiesta. A ella íbamos el grupo de chicos y chicas de siempre, Anna, James, Lyan, Carla, Sam y yo, y como mi colega James era el que lo organizaba todo, le di mi parte a él. Al final quedamos en que realizaríamos la fiesta en la parte más alta del pueblo, La montaña malvada. En ella se encontraba el cementerio y a las crías no les apetecía estar allí con sus novios en una noche tan peligrosa. Por cierto, mi novia es Carla, la chica más guapa del instituto: gracias por todo, mi princesa, espero que nunca te olvides de mí, yo nunca lo haré. La hora de llegada sería las 00:30 y no dijimos hora límite porque no sabíamos si saldríamos vivos de esa noche. James se encargaba de llevar la bebida y unas cuantas calabazas vacías para usarlas de cuenco y el resto lo único que teníamos que hacer era irnos con ropa terrorífica a la zona más alta de la ciudad. Eran ya las 22:00 horas cuando llegué a mi casa después del día tan duro en el colegio y tenía que prepararme rápido porque a las 23:30 había quedado con Carla para irnos juntos. Lo primero que hice fue ducharme y vestirme, se me fueron treinta minutos de reloj, ya eran las 22:30 y todavía tenía que cenar. Me hice un bocadillo instantáneo y en cinco minutos terminé de realizarlo todo. Nos metimos ya entre una cosa y otra en las 22:40 y ya no tenía nada que hacer. Se me pasaba el tiempo tan lento que me puse hasta nervioso, miré el reloj y grité: —¿¡Las once todavía!? Total, me puse a recoger mi habitación de lo aburrido que estaba y de repente llamaron al timbre, era Carla, ya había pasado el tiempo y estaba más tranquilo. Carla y yo empezamos a andar hacia la montaña y de camino nos encontramos a James y Anna, los tortolitos más lindos del grupo (les decíamos eso porque llevaban desde los tres años saliendo); si estáis viendo esto, gracias por haberme hecho reír y quedar conmigo siempre que lo necesitaba.

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Cuando llevábamos ya cuarenta minutos andando nos encontramos a Sam sola, ella es la novia de mi mejor amigo, Lyan, estaba apurada y no sabíamos qué decirle. La calmamos un poco y nos confesó que había dejado a Lyan porque le habían dicho muchas infidelidades, las cuales Lyan nunca había confesado. En ese momento me preocupé por él, pero como me prometió que pasase lo que pasase iría a la fiesta, ya hablaría con él en otro momento. Eran ya las 00:20 horas cuando llegamos a la montaña malvada, rodeados de muertos y escuchando voces raras. Cada dos por tres tenía que calmar a Carla porque se asustaba. Llegó la hora del desfase y empezamos a sacar botellas y botellas y calabazas y calabazas cuando apareció Lyan. Cogí una botella y una calabaza y me la llevé para hablar con él y desahogarnos. Lyan me confesó que estaba muy mal y que no podía vivir sin Sam, yo le di un trago de ginebra y en qué me vi de dárselo. Empezó a beber y a beber, cuando me di cuenta ya llevaba dos botellas él solo a palo seco, no paraba, y en el instante en que paró se volvió loco, empezó a partir las tumbas, llorando, riéndose de los muertos, tirándonos cosas, y tuve que decirles a Carla y a mis amigos que se fuesen, que ya los vería luego. Paré a Lyan pero en ese momento ya era tarde, empezó a pegarme, rompiendo cosas mías y hablando de cosas del pasado y del presente muy fuertes que no me había confesado, no sabía cómo podía haber llamado amigo a ese idiota, me confesó que era un violador, que se adueñaba de todo lo que pillaba, por eso decía que todas la crías le tenían respeto, desde ese momento lo entendí todo, me pareció muy fuerte, aunque cuando me habló de Carla, de todas las cosas que le hizo, llegó a mi límite, empecé a pegarle como si no hubiese un mañana, tenía que pagar por todo lo que había hecho, pero no conseguí hacérselo sufrir. A la mañana siguiente decidí pensar en todo lo que me dijo, no podía aguantar en mi mente tantas cosas tan feas. No fui al examen, pasé, no me importaría nunca más nada de los estudios. Esa misma noche cogí una silla, dos cuchillos, una cuerda, cinta 136


aislante y pegamento fuerte. Llevé a Lyan conmigo a la montaña malvada, le di unas botellas y cuando lo vi sin fuerzas lo até a la silla, lo pegué al suelo para que no se pudiese mover y le pegué cinta aislante en los ojos para que no pudiese parpadear y no se perdiese ningún detalle. A la misma hora en que me confesó todo até un trozo de cuerda en mi cuello y la vez la até a un árbol por el otro extremo, cogí dos cuchillos y a la vez que me ahorcaba me suicidaba rajándome las venas y los ojos. En ese momento Lyan no paraba de llorar, gritaba y gritaba para que le ayudasen, pero no, hasta pasadas unas horas nadie acudió a mi lecho de muerte. Cuando la policía llegó yo ya estaba sin vida y Lyan le confesó todo lo que ocurrió. Yo ya no estaba presente en el mundo físicamente, pero mi espíritu siempre estaría allí. Quise que Lyan pasase todo lo que yo había pasado, así que cada noche y cada día le hacía soñar con mi muerte y le pegaba durante horas y horas. Sí, podéis pensar que eso no era vida, él intentó suicidarse muchas veces, pero yo siempre se lo impedía para que sufriese. Yo creo que todos sabéis ya quién es el causante de mi muerte, quiero que sepas que fuiste un error de amigo para mí, ya lo sabes, que todas esas chicas a las que les hiciste daño y no pudieron hacértelo a ti, ya estoy yo para hacértelo y que pagues por todo, que ojalá vivas millones de años y te siga torturando por todo lo que has cometido, que no tiene disculpa alguna. Espero que vivas feliz pero ten cuidado con lo que haces, que no estoy muerto del todo, te puedo controlar. Desde hace cinco años, Lyan no celebra Halloween ni fiesta alguna, aunque todos los días tenga sorpresas. Bueno, Lyan, nos veremos dentro de poco, amigo. FIN. —Wow, abuelo, cada año me gusta más la historia que me cuentas de miedo en Halloween. —Claro, nieta, estas historias son superentretenidas y perfectas para estas fechas.

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—Ni que lo digas, abuelito: bueno, me voy con mis amigos a pedir chuches. Adiós, abuelo. —Adiós, nieta, y recuerda: lleva cuidado con los niños mayores, sobre todo con los que se parezcan a Lyan. —No te preocupes, abuelo, llevaremos mucho cuidado, te quiero. La niña se fue y no apareció, llamaron a la policía e investigaron. Pasó un mes y no aparecía, hasta que la policía encontró un cadáver de una niña entre los diez y catorce años en La montaña malvada, en el mismo lugar en que se suicidó Fredy. —Hijo, ¿es ella?, ¿es mi pequeña Dulce? —Sí, papá, la policía dice que ha podido ser un tal Lyan. Al instante el abuelo falleció de un ataque cardiaco; este gran hombre, antes de que su nieta se fuese de su casa el día de Halloween, escribió unas palabras que le quería decir: Si me voy de este mundo, será a tu lado. Por este hecho los enterraron juntos y pusieron esta frase en la lápida de su nicho.

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La ruta Víctor Iglesias Stiles (3ºC ESO)

Era una mañana de verano en la que parte de los compañeros de clase decidimos ir a merendar al río de un pueblo cercano, Villar de Otero, de apenas cincuenta habitantes. Apenas llevábamos recorrido un kilómetro cuando, agotados por el calor, decidimos darnos un descanso, y fue cuando Andrea, una chica que conocía bien la zona, ya que su abuela residía en Villar de Otero, nos dijo que conocía una ruta alternativa que cruzaba la montaña y nos recortaría una hora de camino; además, se avecinaba una tormenta que no tenía muy buena pinta. Ninguno nos opusimos a la propuesta de Andrea salvo Pablo, un compañero que nos advirtió de que no era muy buena idea ya que allí no habría cobertura y la tormenta se nos venía encima. Nadie hizo caso a Pablo y nos salimos de la carretera para meternos de lleno en un estrecho camino que bajaba montaña abajo. Los truenos sonaban cada vez más cerca y Andrea, que había tomado el control del grupo, aceleró el paso y se le notaba nerviosa. A medida que bajábamos la cobertura disminuía hasta llegar a ser nula. Fue entonces cuando me di cuenta de que algo no iba bien y de que me tenía que haber quedado en casa. Llegamos al punto más bajo de aquel siniestro sendero donde había un puente que cruzaba un arroyo. Fue entonces cuando Pablo se sobresaltó y nos dijo que se volvía a casa. Todos intentamos convencerle pero no fue posible, cuando ya echó a caminar se oyó una voz que dijo: —Yo en tu lugar no haría eso... Todos nos dimos la vuelta: había sido Andrea la que había sol139


tado esas palabras tenebrosas. Andrea nos contó una historia aterradora sobre esa ruta: nos dijo que era un antiguo paso entre montaña muy transitado que se cerró por la muerte de una mujer, que cayó ladera abajo y de la que no se supo nada. Desde entonces la ruta dejó de usarse porque había personas que aseguraban oír gritos de auxilio de una mujer. A todos nos recorrió un escalofrío y Pablo rectificó sobre su idea de dar la vuelta por donde habíamos venido. Seguimos adelante ignorando la historia y llegamos a Villar de Otero sin mayor problema. Todos nos olvidamos de la historia hasta que llegó la hora de volver a casa. Parte del grupo se quedó a dormir en el pueblo pero Pablo y yo teníamos que volver a casa porque nuestros padres no nos dejaban dormir allí. El sol empezaba a ponerse y nos dijeron que les prometiéramos que volveríamos por la carretera y no por la ruta por la que habíamos venido o no nos dejarían irnos. Nosotros aceptamos y partimos rumbo a casa. Cuando pasamos frente a la bifurcación donde se entraba a aquel camino que nos habían prohibido tomar, Pablo dijo: —¿Vamos? —No, es muy peligroso, está haciéndose de noche y no me da muy buena espina. —Tú haz lo que quieras pero yo sí voy, mis padres me esperan y llego tarde. —Está bien, pero nos damos prisa, que no quiero que la noche nos pille en ese camino. Giramos hacia la ruta y avanzamos con paso ligero, la tormenta nos pilló de lleno y nos llovió como si de un diluvio se tratase. Cuando ya llevábamos un buen rato de camino, tomamos una curva y vimos algo que me heló completamente. En el horizonte había una mujer, una mujer con una mochila a la espalda, que caminaba muy despacio, con los brazos flácidos y tambaleándose. Pablo y yo nos miramos y compartimos la misma mirada de 140


pánico. Cada vez llovía más y ya era prácticamente de noche. Decidimos aminorar la marcha y dejar que se alejase y no nos acercamos nada a aquella mujer tan aterradora. Cuando la perdimos de vista echamos a correr como nunca habíamos corrido; cuando parecía que estábamos saliendo de aquel camino infernal me caí, perdí el conocimiento. Cuando desperté era noche cerrada, miré mi móvil y eran las 10:00 p.m. y Pablo…, Pablo no estaba. Solo quería salir de allí, me levanté y caminé cojeando hacia la carretera. Cuando llegué a casa me encontré a mis padres preocupadísimos y llorando. Nos abrazamos y les dije: —¿Y Pablo? ¿Ha llegado? —No, han venido sus padres a preguntar por él. Buscaron a Pablo durante meses, años, y no hubo rastro de él. Se cerró esa ruta con piedras y tierra y ahora nadie se atreve a cruzar la montaña por allí, porque dicen que se oyen gritos de auxilio de una mujer... y de un niño. Continuará...

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Lluvia temprana Álvaro Hidalgo Jiménez (4ºA ESO)

Carlos tuvo una infancia solitaria, nunca tuvo amigos serios y era algo tímido, de pequeño solo tuvo el calor de su madre, ya que su padre era un enriquecido comercial que hacía diez años se marchó y no volvió a aparecer por casa. Un día de invierno después de una jornada de chaquetas pintadas con tizas, burlas y agresiones o, como lo llamaría cualquiera, un día de instituto, llegó a su casa, como siempre sola, se tomó un vaso de leche fría con galletas y vio la tele como de costumbre, hasta que se durmió. Cuando se despertaba normalmente solía ser por el ruido causado por su madre al abrir la cerradura. Carlos no era de un sueño ligero pero las ganas de ver a la única persona que él notaba que sentía afecto por él le hacían débil ante dicho sonido. Ese día se despertó segundos antes del amanecer y le extrañó la hora que era, ya que su madre desde que era pequeño regresaba antes de la hora de cenar. Carlos se dirigió por el pasillo pasando por la cocina, viendo aún el vaso de leche sobre la gran mesa de cristal, eso le extrañó porque a vista ligera no encontró indicios de que alguien hubiese cenado, ni tan siquiera de que hubiese estado de paso. En ese momento Carlos se encontraba sereno y decidió entrar al cuarto de su madre. Estaba vacío. Carlos se postró sobre la cama y se puso a reflexionar. En ese momento dio tiempo a que el sol empezara a asomarse y a que la vecina empezara con su rutinario paseo, ya empezaba a haber actividad. Cuando de repente llamaron al teléfono, a los pocos segundos del primer toque Carlos acudió corriendo con cierta seguridad de que era su madre. Al descolgar escuchó una voz que no aportaba emoción y esa voz 142


decía: Hola, buenas, ¿estoy hablando con algún familiar de María? A lo que Carlos, como siempre sereno, respondió que sí. Era para comunicarle una catástrofe, dijo la voz, le llamo desde la comisaría El Pastor, esta pasada noche allá sobre las 12.00 h. nos llamaron unos vecinos que escucharon unos gritos, acudimos y la encontramos inconsciente, desafortunadamente no pudimos hacer nada, tenemos a cuatro chavales menores sospechosos que presuntamente decían querer hacer una broma a un compañero. En ese momento Carlos cuelga. Carlos, como de costumbre sereno, se dirige a la cocina, recoge la cubertería más afilada y baja a la calle. Desde ese momento desaparecieron 146 adolescentes de toda la región y cada día el número va en aumento. La policía está investigando el caso y la única relación aparente que encuentran entre los desaparecidos es la actitud de abuso denunciada por otros compañeros de clase.

Ilustración del autor 143


El señor de la mansión Miguel Ángel Gómez Fernández (4ºA ESO)

Érase una vez una familia muy pobre, eran tres miembros, los tres eran hermanos, juntos vivían en un pequeño pueblecito de Murcia, de cuyo nombre no quiero acordarme. Los nombres de los hermanos eran Daniel, con diecinueve años, Jonathan, con dieciocho y Álvaro, con trece. Ellos perdieron a sus padres en una embarcación rumbo a Ibiza, un fuerte oleaje hizo que el barco se rompiera en pedazos, dejando a los tres hermanos con vida pero sin sus padres. Desde aquel suceso Daniel ha estado encargándose de sus hermanos, dejando atrás los estudios y trabajando en una fábrica de conservas por una miseria de dinero. Una noche, la de Halloween, Álvaro empezó a ver cosas raras, como siluetas en su habitación y rostros distorsionados, por lo que no tardó ni cinco segundos en gritar ayuda, pero en ese momento no había nadie en casa. Siguió gritando y gritando, hasta que llegó un momento en el que paró, sus ojos se pusieron totalmente azules, hizo gestos raros y empezó a hablar solo. Tan solo tres minutos después salió de su habitación y se marchó al parque de enfrente, donde jugaban unos inocentes niños de unos siete años. Al salir al parque se ocultó tras unos arbustos, esperando a que llegase el balón. Cuando le llegó el balón, le dijo al niño de la pelota que le siguiera, no eran ni las 21:00 y Álvaro ya había secuestrado a un niño. Se dirigió a un cementerio y lo metió en un ataúd mientras la madre lo buscaba, incluso ella le preguntó a Álvaro si lo había visto, pero él no contestó nada, siguió su paso y con una sonrisa en la cara fue en línea recta hasta su siguiente víctima.

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No pasó ni una hora desde que Daniel volvió de su trabajo, y al no ver a su hermano en casa se preocupó mucho, estuvo buscando bastante tiempo, preguntó a los vecinos y al no saber su paradero, viendo que ya era de noche, llamó a la policía, que no supo darle respuesta pero se comprometió a buscarlo. Al instante entró Jonathan, que venía de casa de un amigo, y al no ver a su hermano menor le preguntó a Daniel que dónde estaba, a lo que él no supo qué responder. Mientras tanto Álvaro ya había encerrado a cinco niños en una cripta del cementerio, aparte del niño que estaba encerrado en el ataúd, a quien puso con los demás. Se ocultó en una mansión abandonada donde pasó unas horas apartado de la civilización. Mientras tanto los hermanos Daniel y Jonathan buscaban angustiados a su hermano, de quien no tenían respuesta. Faltaba tan solo media hora para llegar a medianoche y justo en ese momento empezó a llover. Daniel y Jonathan se ocultaron de la lluvia casualmente en el mismo lugar donde se había escondido Álvaro. Al entrar la primera impresión fue terrorífica, estaba todo lleno de polvo y suciedad, la mansión era tan grande que se podían perder en ella, así que decidieron quedarse en la puerta, pero una voz les atrajo hasta el interior de la casa, una voz familiar. ¡Era la voz de Álvaro! Con emoción corrió Jonathan a buscarle, pero se hacía imposible. La voz parecía que venía siempre de lugares distintos, hasta llegar al punto de quedarse encerrado en una habitación sin salida, y justo después de haberse quedado encerado se abrió un agujero en el techo, de donde salía una gran cantidad de agua. Desesperado, Jonathan intentó salir, pero ya sin fuerzas paró y tras este suceso falleció ahogado. Mientras tanto Daniel seguía buscando a Álvaro por otros lados, hasta darse el caso de quedarse encerrado: a uno de esos lados se veía el cadáver de Jonathan y al otro se podía ver a Álvaro en la distancia. Daniel le preguntó a Álvaro qué pasaba, a lo que él se acercó y no dijo nada, solo hizo una señal hacia la puerta.

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Daniel no se iba a ir sin él, desgracia la suya, perdió su vida por intentar salvar la de otro. Horas después los policías habían encontrado a los niños encerrados en la cripta del cementerio, pero jamás encontraron a Álvaro. Desde entonces nunca nadie ha podido ver más a esa familia…

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La noche tenebrosa Álvaro de la Ossa de Moya (4ºB ESO)

Años atrás hubo un caso que la policía no quería investigar, se trataba de la muerte de uno de los vecinos de un barrio de las afueras de Madrid llamado San Mateo. El caso trataba de un asesinato, el hombre muerto se llamaba Jorge y sin saber por qué también mataron a su perro Toby, este caso le sorprendió mucho a uno de los niños del barrio. Este niño se llamaba Toni y tenía un grupo de amigos a los cuales les gustaba visitar sitios abandonados e investigar cosas paranormales. Este caso lo llevaban investigando más de un año y la mitad del grupo quería ir a investigar la casa donde ocurrió el asesinato la noche de Halloween, a la otra mitad del grupo no le hacía mucha gracia porque le daba miedo, pero finalmente decidieron ir. El grupo de chavales estaba compuesto por cinco chicos: el propio Toni, Christian, Manuel, Álvaro y Carlos. Todos se conocían del colegio. La semana antes de Halloween decidieron preparar cosas para poder entrar sin ser vistos por nadie, tampoco lo tenían muy difícil puesto que la casa donde iban a ir estaba en el monte, les hacían falta linternas, móviles para llamar si sucedía algo y mucho valor. Al pasar tres días, dos no estaban muy seguros de querer entrar ahí pero finalmente los demás consiguieron convencerlos para poder ir a la casa.

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Llegó el día de Halloween y estaban muy nerviosos, esa mañana los echaron de clase por hablar mucho entre ellos, hasta que finalmente se fueron a sus casas. Por la tarde cogieron todos sus linternas y quedaron para ir andando a la casa, tuvieron que quedar temprano debido a que la casa estaba algo lejos, tardaron dos horas en llegar, estaba anocheciendo, llevaban todos máscaras para no ser reconocidos. Estaban en la puerta de la casa, se pusieron todos sus máscaras, encendieron sus linternas y bordearon la casa para poder saltar la valla. Cuando la saltaron se quedaron todos asombrados de cómo era la casa por dentro, todos sabían que llevaba un año abandonada pero estaba como si no hubiera pasado nada allí dentro. Tuvieron que forzar la puerta con una palanca de hierro, les costó bastante pero finalmente consiguieron entrar. La casa era muy grande, nada más entrar tenía un gran recibidor y un gran salón donde todavía estaba la silueta del cadáver. Todos avanzaban muy asustados y con las linternas encendidas, todos se cubrían las espaldas, subieron por unas escaleras que daban a las habitaciones de arriba, donde todavía estaba la ropa del muerto. Se asustaron mucho cuando vieron una sombra que pasaba rápidamente por el pasillo, seguramente fuera fruto de la imaginación y el miedo que tenían todos. Todos intentaron relajarse pero era difícil por el ruido de aquella casa vieja en la que todos sabían que había habido un asesinato. Estuvieron varias horas investigándola. Finalmente todos se relajaron bastante cuando se dieron cuenta de que era una casa normal y corriente, pero Toni aún seguía muy asustado, y a sus amigos se les ocurrió gastarle una broma. La broma consistía en que poco a poco fueran desapareciendo todos y cada uno de ellos, hasta que se quedara solo y asustado, y

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minutos después aparecer todos diciendo que era una broma. Y así fue… Cuando estaban ya todos algo relajados, Christian tiró una piedra para asustarlos y Manuel se metió en el armario, ahí fue cuando todos preguntaron dónde estaba Manuel, Toni se asustó bastante, después se escondió Álvaro, después Carlos. Ya solo quedaban Christian y Toni. Toni estaba muy asustado y le dijo a Christian que deberían irse, pero Christian dijo que si les había pasado algo no los podían dejar solos. Se quedaron ellos dos y cuando Christian vio que Toni estaba distraído se escondió detrás de un sofá. Ahí fue cuando a Toni se le fue la cabeza, puesto que llevaba mucho tiempo asustado, y se puso a chillar y a romper cosas; ahí fue cuando todos salieron de su escondite e intentaron tranquilizarlo, él estaba muy nervioso y enfadado así que empujó a uno de ellos, era Carlos, que se dio un golpe al caer, en la cabeza, vieron sangre e intentaron que no se muriera pero finalmente murió. Cuando vieron lo que había pasado se asustaron mucho y no supieron qué hacer, hasta que se pelearon entre ellos y Christian cayó por las escaleras. Ya eran dos muertos y solo quedaban Toni, Álvaro y Manuel. No sabían qué hacer y la situación se puso muy tensa, hasta que Toni se hartó de ellos y se dejó llevar por la ira. Y acabó con las vidas de sus dos amigos. Al ver lo que había hecho no pudo con la culpa y decidió suicidarse.

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El pacto incinerado Antonio José Ballesta Serrano (4ºB ESO)

Año 1743, Londres. Un hombre llamado Ray Roberts perdió a su familia en un incendio en su granja cuando él estaba ausente, por ello cayó en una depresión y perdió hasta su fe en Dios. Al día siguiente, al no poder aguantar el dolor cuando estaba a punto de ahorcarse, se le apareció Satán y le propuso dar su alma a cambio de volver al pasado para cambiar las posiciones de su familia con él. Ray se lo pensó durante unos minutos pero aceptó, ya que no tenía nada más en qué apoyarse. Al firmar el contrato con su propia sangre se desmayó y despertó con su familia en su granja, pero como un fantasma que nadie podía ver. Él gritaba sin parar para que lo escuchasen pero era inútil, nadie lo podía ver, ni siquiera su familia. Fue condenado a vivir como un fantasma eternamente pero Satán le dijo que no solo tenía que vagar como un alma pobre por su ciudad o por el mundo, sino que podía trabajar para él siendo como una parca. Él preguntó: —¿No hay ya una parca? A lo que Satán respondió: —No hay solo una parca, es como una secta que va repartida por todo el mundo matando a las personas cuando les llega la hora. Ray se lo estuvo pensando pero llegó a la conclusión de que a todos les tiene que llegar su hora y que alguien tiene que hacer ese trabajo. Él aceptó el pacto. Pasaron los meses y todavía seguía visitando a su familia para comprobar si estaban bien y los veía felices. Satán le dijo que tenía un trabajo duro para él, para comprobar si era totalmente seguro que no se negaría a matar a nadie,

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fuera quien fuera, y le dijo que tenía que matar a la hermana de su mujer. Él se negó al principio ya que pensaba que Satán estaba incumpliendo el pacto, pero él dijo: —No es de tu familia ni de tu sangre, los únicos que juré no tocar eran los que pertenecían a tu familia y a tu sangre. Satán tenía razón y él no podía incumplir el contrato. Después de eso se fue a la casa de la hermana de su mujer, se llamaba Jessica, tenía 26 años y ya tenía que morir por un infarto, esa pobre mujer no se lo esperaba. Ray esperó en el sitio de los futuros acontecimientos; cuando ella pasó, él le clavó la guadaña en el corazón, le dio un infarto, ella no notó el guadañazo pero sí le había dado el ataque. Al terminar el trabajo vio a su mujer acercándose a ella, él se sentía muy mal, ya que su mujer estaba llorando sin parar, así que se fue para no ver más esa tristeza en su cara y poder seguir haciendo su trabajo sin preocupaciones. Después de que pasaran dos días le aparecieron dos contratos de muerte más: el de los padres de su esposa. Él pensó que si hacía eso su mujer se pondría más triste y depresiva aún, pero no tuvo más remedio, ya que había firmado el pacto. Al matar a los padres de ella y terminar sintiéndose aún peor que cuando empezó todo esto, decidió que quería romper el contrato con Satán. Él le dijo que no, que una vez firmado ya no podía terminar, se arrepintió de todo lo que hizo desde el principio. Él estaba muy triste y cansado de ser una parca y matar a personas a las que, aunque tenían que morir de forma natural, no aguantaba ver morir, y el diablo viéndolo apenado decidió hacerle solo un contrato más. Le dijo: —Te voy a proponer un último contrato. —¿Cuál? —Te propongo un último contrato de terminar con una vida más y ya te dejaré libre. —¿Con la vida de quién? —La vida de... tu esposa.

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—¡No! Tú me obligaste a firmar un contrato para no matar a los de mi familia y sangre. —Exacto. Ella no es de tu sangre por eso tienes que hacerlo. —Me niego, no pienso hacerlo. —Entonces lo hará otra parca que la hará sufrir hasta que se muera. —No. Por favor, no, señor... Lo haré. Ray se dirigió a la granja donde solía vivir con su mujer, tenía miedo, no quería hacerlo pero era su deber. Cuando llegó, entró y la mató. Era el fin de todo para él, solo quería ser libre y terminar ya con todo, pero no podía porque su hija todavía seguía viva. Se llamaba Jasmine, y tenía solo ocho años. Ella se fue con su tía a vivir, pues estaba huérfana, y Ray al final consiguió ser libre, ya que terminó el último trabajo.

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¿Qué habrá? Julia Hernández Egea (4ºB ESO)

29 DE OCTUBRE DE 1967 Aquel día cambió la vida de Amanda. Todo iba bien, ella estaba muy contenta, ya que le habían dado la nota de un control que tuvo la semana anterior y lo había aprobado con muy buen resultado; entró a casa con una sonrisa enorme, pero cuando vio a su madre llorando en el sofá esa sonrisa se le borró de inmediato. Estaba preocupada porque no tenía ni idea de qué le podía pasar, al principio pensó que se trataba de otro problema con su padre, pues la verdad es que a Amanda no le hubiese extrañado, ya que últimamente se estaba comportando como un…, bueno, dejémoslo en que su actitud como padre no era la más correcta. Su madre, cuando la vio, le dijo que tenían que hablar y así lo hicieron. Su madre había recibido una llamada telefónica que les iba a cambiar la vida… La abuela de Amanda había fallecido, se la encontraron muerta esa madrugada en su cama. La madre de Amanda le explicó que tenían que irse al pueblo donde vivía su abuela para el entierro, pero no solo eso, sino que también se tendrían que quedar allí durante un tiempo por unos motivos que Amanda no podía saber por su edad, ya que no los iba a entender. 30 DE OCTUBRE DE 1967 Amanda decidió ir al colegio para despedirse de sus amigas, pero no les dijo un adiós, sino que les dijo un hasta pronto, pen153


sando que en seguida regresarían del pueblo de su abuela. Su madre y ella cogieron todo lo necesario, se montaron en el coche y emprendieron un viaje hasta el pequeño pueblo de su abuela situado en el norte de Galicia. Llegaron al pueblo y hacía mucho frío, y el día era muy triste, acorde con el estado de ánimo de Amanda y su madre. Llegaron a la casa de la abuela de Amanda, tenía un gran jardín con muchas hojas por el césped debido al clima de allí, la verdad es que el jardín y la parte de fuera de la casa estaban bastante descuidados, se notaba que su abuela llevaba mucho tiempo sin limpiarlo, además la casa era muy vieja. Amanda nunca había estado allí, ya que su abuela era la que iba en verano a Madrid a visitarlas a ella y a su madre. Cuando Amanda vio la casa le dio un poco de miedo porque le recordaba a las típicas de las películas de terror, pero no quiso decírselo a su madre, que durante el camino le había contado que en esa casa se había criado ella y había vivido allí desde que nació hasta el día en el que se fue a vivir a Madrid con su padre cuando tenía veinticinco años. Entraron a la casa y estaba bastante ordenada, Amanda lo observó todo con detenimiento mientras que su madre le iba diciendo quién era la persona de cada foto que había en la casa, le iba contando anécdotas, le iba indicando dónde estaba cada cosa… Amanda se fijó en una pequeña puerta que estaba cerrada con candado, su madre le dijo que estaba totalmente prohibido abrirla, ya que era la del sótano y ahí abajo no se podía bajar; Amanda le preguntó a su madre por qué no se podía bajar allí, pero su madre no le quiso dar ninguna explicación, simplemente que no se podía bajar. Era de noche y Amanda salió a tirar la basura, ya que su madre se lo pidió. Justo entonces salió también su vecina de al lado, la cual era de su edad, y se quedaron hablando un rato bastante largo, se hicieron amigas y Amanda le contó por qué estaba allí; también le contó lo de la puerta del sótano, ya que le había llama154


do la atención bastante. La otra niña, que se llamaba Diana, se quedó muy intrigada y ambas decidieron bajar la noche del 31 de octubre al sótano sin que nadie se enterase. Cada una se metió a su casa y se fueron directamente a dormir esperando a que se hiciese el día siguiente. 31 DE OCTUBRE DE 1967. DÍA DE HALLOWEEN Ambas niñas madrugaron con una sonrisa, ya que esa noche iban a quitarse la intriga de qué era lo que había en ese sótano. Amanda le dijo a su madre que la noche anterior conoció a una niña de su edad y estuvieron hablando durante un rato y se hicieron amigas, y que la había invitado a dormir a casa por Halloween; a la madre de Amanda le pareció bien, de hecho le hizo mucha ilusión ver a su hija feliz después de lo que estaban pasando. Llegó la noche y Diana tocó el timbre de la casa. Amanda le enseñó la casa a Diana y esta le dijo que le gustaba mucho porque le recordaba a las pelis de miedo. Ambas niñas subieron a la habitación de Amanda para preparar el plan de esa noche, cenaron y esperaron a que la madre de Amanda se quedase durmiendo. 2:00 a.m. La madre de Amanda estaba durmiendo y ambas niñas bajaron sigilosamente las escaleras para no despertarla. Fueron a la cocina, cogieron la caja de herramientas y rompieron el candado de la puerta del sótano; en ese momento una ráfaga de aire muy frío salió de las escaleras haciendo que las niñas temblasen. Se miraron fijamente, se cogieron de la mano y las dos bajaron despacio. Notaban que el corazón les latía muy fuerte porque todo estaba muy oscuro y no se veía nada, la puerta se cerró detrás de ellas y ahí fue cuando el pánico se apoderó de sus cuerpos. Siguieron bajando y consiguieron encontrar el interruptor de la luz, la encendieron y se encontraron con un montón de estante155


rías llenas de muñecas de porcelana con unos ojos muy brillantes y realistas. En una de las estanterías había una caja, la cual cogieron y en ella se encontraron un juego. Decidieron abrirlo y notaron un escalofrío. En ese momento sentían que debían jugar, el problema es que no era cualquier juego… Aquel juego te ponía en contacto con los espíritus y te podían pasar cosas muy malas… Empezaron a jugar y fueron pasando cosas muy extrañas en la habitación… Todas las muñecas que tenían los ojos abiertos los cerraron de golpe, las muñecas que estaban de pie se sentaron; las niñas se asustaron y pararon de jugar y salieron corriendo escaleras arriba para salir de allí, pero la puerta no se abría; de repente salió el espíritu de una persona, que empezó a susurrarles: De aquí no vais a salir, os vais a arrepentir de estar en esta casa… Se pusieron a llorar hasta que, de repente, todo se quedó en silencio y la puerta se abrió, salieron corriendo de allí y prometieron no decir nada a nadie de lo ocurrido. 6 DE ENERO DE 1998 Ha pasado mucho tiempo desde lo que vivió Amanda. Desde que jugó a aquel juego no le pasa nada bueno, su madre falleció a los pocos años y cada noche escucha voces horribles. Amanda no volvió nunca a Madrid y se tuvo que quedar en Galicia y desde hace mucho no sabe nada de Diana.

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El alienígena Miguel Ángel Lozano Mateos (4ºB ESO)

Era un día de verano, los pájaros cantaban, las flores florecían y Mike en la cama, como siempre, dolorido por sus dientes, tenía un quiste enorme debajo de una muela, medía unos tres centímetros de largo y uno de ancho, tenía que ir a la mañana siguiente al dentista para ver cómo iba su gran quiste. Se levantó, se lavó la cara y ya está (era un chico muy sucio pero él pensaba que no lo era); bajó las escaleras para desayunar pero como tenía el quiste no podía, así que pensó: Me voy a ir en bici a darme una vuelta. Cuando estaba cruzando por un camino por donde iba siempre al colegio, se le ocurrió una muy mala idea, se fue por otro camino por donde nunca antes había pasado, tenía muchos baches y obstáculos, y por desgracia se distrajo y se estampó contra el suelo. Dolorido y soñoliento se le metió algo en la boca, una especie de bicho feo con cola, se asustó pero no le dio importancia porque casi ni lo notó (algo muy malo estaba dentro de él), cogió la bici y se dio media vuelta hacia su casa, donde estaba su madre muy enfadada por haberse ido sin avisar. Su madre le recordó que al día siguiente tenía dentista, que no comiera muchas golosinas ni se rompiera ningún diente haciendo el tonto. Mike no le quiso contar a su madre lo que le había pasado (él sabía que estaba pasando algo dentro de él). A la mañana siguiente fue al dentista, el dentista le hizo una radiografía, se sorprendió al ver que no tenía el quiste, impresionante, pero le estaba saliendo algo blanco debajo, el dentista pensaba que era una muela, pero no, obviamente le tenía que sacar eso que tenía debajo para que no obstruyera a las demás muelas, así que comenzó con el procedimiento: primero le tenían que qui157


tar la muela que estaba encima de la cosa blanca, hasta ahí perfecto, no le dolió ni nada, pero cuando cortó el trozo de carne para sacarlo vio que no era una muela como él decía, sino un huevo de esa cosa que se le había metido dentro. El dentista lo sacó y el huevo eclosionó, salió la cosa más horrorosa que había visto jamás: el huevo era una mezcla de golosinas de Mike (que no le hizo caso a su madre), un palo, una cola y una cabeza de ardilla con un búho; la madre de esa cosa se había comido a unos seres vivos antes de entrar en la boca de Mike. Esa cosa, ¡ese alienígena!, saltó y le arrancó la cara al pobre dentista, se comió la muela que le habían sacado a Mike y se hizo más grande, ya medía dos metros. Mike intentó escapar con su madre pero por desgracia ese monstruo devoró a su madre, él se salvó pero no podía hablar debido a la muela y al bicho que le había salido de la boca, intentó pedir ayuda pero no podía, intentó llamar a la policía pero no podía; esa cosa cada vez que devoraba a gente se hacía más grande, medía dieciséis metros y seguía devorando a gente, la humanidad no podía hacer nada, lo único que podía hacer Mike era dejarse comer para que la criatura desapareciera, así que lo intentó. Fue corriendo al medio de la ciudad donde se encontraba ese bicho y le dijo: Alienígena, me quieres a mí, deja a los demás, monstruo inmundo. El monstruo le hizo caso y se lo zampó, cuando estaba llegando al estómago el bicho desapareció y Mike cayó al suelo desde mucha altura; si el bicho no le hubiera hecho quemaduras de tercer grado y no se hubiera caído desde diecinueve metros de altura, Mike podría haber sobrevivido pero, por desgracia, murió antes de llegar al suelo. Todo acabó muy bien menos por varias cositas de nada, como 346 personas muertas en el acto al ser engullidas por el alienígena, 22 edificios destruidos y 38000 vasos rotos por culpa del alienígena (los vasos se rompieron porque lo ocurrido había sido emitido por la televisión y lo vieron 40000 personas mientras comían: del susto se les cayó el vaso). 158


Moraleja: si vas por un camino que desconoces y no sabes a dรณnde vas a parar, no entres porque te ocurrirรก esto o cosas mucho peores.

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The primitive world Aarón Almagro Pérez (1º Bachillerato)

Era una cálida tarde de otoño, los niños jugaban, los pájaros cantaban y de repente sonó un gran estruendo. Todo había quedado desolado debido a una gran bomba nuclear que había aniquilado a todo ser viviente sobre la faz de la tierra. O eso se pensaba. Algunos grupos de personas y diversas espacies de animales habían sobrevivido. Un pequeño pueblo de España llamado Los Ramos había sobrevivido, ya que sabían que la bomba estaba al caer. Todos estaban refugiados en un gran búnker. Debido a la radiación, el medio que los rodeaba cambió drásticamente, pero ellos no lo sabían ya que habían pasado dos años protegidos en el refugio. Pasaron días y meses, hasta que un valiente hombre se atrevió a salir. Se quedó anonadado ya que el mundo tal y como lo conocía no tenía nada que ver con aquello en lo que se había convertido debido a los grandes cambios causados por la alta radiación que mutaba a todo ser viviente, fuera planta o animal. Muchas plantas habían evolucionado y se habían acostumbrado a tal ambiente; sin embargo, los animales, insectos y hongos habían perecido, solo algunos insectos y animales habían conseguido sobrevivir mutando bruscamente con el desarrollo de sentidos y órganos que procesaban el alto grado de radiación del ambiente. El hombre tuvo que exponerse a la radiación, y debido a esto Jesús estuvo a punto de perder la vida, pero encontró un traje con una protección antirradiación, el cual le fue muy útil en ese momento, y también un medidor. Todo lo que encontró no fue por pura casualidad sino porque en el refugio estuvo hablando con un físico que tenía grandes conocimientos sobre compuestos radiactivos y 160


sus consecuencias, ese hombre también intentó salir pero a los dos días se dio por supuesto que había muerto a manos de alguna alimaña mutante. Jesús se pasó semanas buscando huellas de vida humana y lo único que encontró fueron animales como ratas y hormigas mutadas, habían crecido y eran mucho más grandes y fuertes. Pasaba las noches a la intemperie porque no se fiaba de la situación ni del instinto de las ratas mutadas, a las cuales había llamado Rad-tas. Dedicó un corto periodo de tiempo a su estudio hasta que en una ocasión una de ellas le mordió y entre tanto alarido apareció el hombre con el cual había hablado en el refugio y que daba por muerto. Intentó curarlo de forma rápida pero inefectiva, huyeron por suerte pero dejaron un rastro de sangre. Las Rad-tas olieron el rastro y se iban acercando poco a poco y los dos hombres huían como malamente podían, ya que no tenían ni provisiones ni agua potable a mano. Pasaron los días y los dos exploradores se disponían a empezar un viaje cuando, ¡zas!, las Rad-tas los alcanzaron. Esta vez no pudieron hacer nada, los dos exploradores murieron trágicamente a manos de semejantes animales. No se supo más de ellos y no dejaron huella de su presencia en ese mundo, que no daba cabida a los humanos, mundo cruel y primitivo.

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Nunca abras la puerta Mª Magdalena Cano Sánchez (3ºC ESO)

—Un día uno de mis tres mejores amigos pensó hacer una cosa que no creíamos que fuese a llegar a ser real hasta que sucedió. Sara, Carlos y Mateo pensaron que sería interesante que hiciéramos una invocación que vieron por internet, ya que ellos decían que les pareció absurdo y querían probar que la persona que lo hizo estaba fingiendo; mientras que Sebastián, Cristina y yo pensamos que era mala idea, aquellos insistieron hasta Ilustración: Mª Carmen Cano que nos lograron convencer de ir Sánchez (2ºA ESO) con ellos. Carlos nos enseñó el video de la invocación. Estábamos listos para hacer el ritual en la casa de campo de Carlos, ya que no la utilizaban. Nosotros íbamos a invocar a una mujer a la que le quitaron su bebé; tenía mucho miedo, pero no me iba a ir para que no me dijesen miedica. Al poco rato de entrar nos fuimos al salón, apartamos unos muebles que estorbaban y empezamos. Yo traje una tiza y una foto de un bebé, Sara trajo cuatro velas negras, Cristina trajo sangre de cerdo de la carnicería de su madre, Mateo trajo una linterna y cerillas, Carlos trajo un cordón umbilical y Sebastián no trajo nada: me dijo que en cuanto viese que algo iba mal se iba de allí. No perdimos tiempo y empe162


zamos a hacer el ritual, Sara cogió la tiza que traje e hizo una estrella satánica y le puso una vela en cada punta, después Mateo encendió las velas y yo puse la foto junto con el cordón umbilical para que Cristina lo rociase con la sangre de cerdo; hicimos un círculo alrededor de la estrella, nos cogimos de las manos y recitamos las palabras que salían en el vídeo de Carlos… Sonó un rayo y pequeñas gotas se veían caer por la ventana, Sebastián gritó y dirigimos nuestra mirada hacia él, estaba nervioso y se había encogido: No me gusta esto, quiero volver a casa, dijo para después coger su móvil y darse cuenta de que no tenía cobertura. No teníamos ninguno. Escuchamos gritos cerca de la puerta, al principio no nos atrevíamos a mirar pero al final yo fui la que miró. Era una mujer que estaba andando en círculos, estaba empapada pero tenía mucha sangre encima, sentí cómo se me encogía el corazón del miedo, volví rápidamente hacia mis amigos y les dije que había una mujer fuera, Cristina dijo que quizás necesitaba ayuda… Gritó otra vez: ¡¡¡¡Devuélvemela, devolvedme a Celia!!!! Esperamos a que se fuera varios minutos. Después de diez minutos en absoluto silencio, Cristina miró por la ventana y no vio nada, probó a abrir lo suficiente la puerta como para mirar con el rabillo del ojo el exterior. De repente al otro lado la mujer se asomó gritando: ¡Devolvedme a Celia! Cristina nos pidió ayuda mientras cerraba la puerta, pero ya era tarde, aquella mujer ya había metido un brazo y media cara, dio un gran empujón y abrió la puerta e hizo que Cristina cayese al suelo: ¡Dámela!, dijo para luego agarrarla del cuello y darle golpes contra el suelo. Lo último que Cristina pudo hacer fue llorar y gritar mientras moría. El siguiente en la lista de la mujer era Sebastián, él se había ido al trastero con la linterna que habíamos traído, supongo que le mató con la linterna porque al cambiarme de habitación para ir con él estaba muerto con la linterna ensangrentada al lado, tenía la cabeza abierta y la sangre corría por el suelo. Lo que me llamó la atención de ir allí fue que dijo: ¿¡¡Por qué abriste la puerta, Sa163


ra!!?, mientras le golpeaba. Los siguientes fueron Sara y Carlos, ellos se fueron al piso de arriba, por desgracia para mí tuve la mala y traumática suerte de ver morir con mis ojos a Sara, ya que yo estaba buscándolos en el pasillo para reunir a los que quedábamos vivos. La mujer ató a Sara, la metió en la bañera y después abrió el grifo del agua, me tapé la boca, ya que entendía que lo que quería hacer era electrocutarla, alguien me chistó por atrás: era Mateo, que estaba en la habitación de enfrente. Fui con él y cerró la puerta con llave, yo miré por la ranura de la cerradura y vi que Sara no paraba de moverse, hasta que se escuchó un fuerte ruido junto con sus gritos, que pararon en seco. Había muerto y Carlos, al que tenía la mujer cogido del pelo, le seguía, cerró la puerta del baño y bajó las escaleras. Carlos solo se lamentaba y lloraba, abrí la puerta de donde estábamos y llevé conmigo a Mateo; por un momento me paré a mirar a Sara en la bañera… Sangraba por todas partes. Bajamos a la planta inferior y con sigilo fuimos a la cocina, mientras Carlos era apuñalado en el salón con el palo de metal de la chimenea: ¿¡¡Y mi bebé!!?, gritó varias veces la mujer manchada por la sangre de mis amigos. Le dije a Mateo que cogiera el cuchillo grande de la carne para matar a la mujer psicópata, la acorralamos y empezamos a apuñalarla y lo último que dijo fue: Mi bebé, con un hilo de voz. Salimos de la casa y corrimos por la carretera hasta encontrar a alguien que nos llevara a casa y ahora estoy aquí en el psiquiátrico… —Tuvo que ser horrible para usted… —Sí. —La sesión de hoy ha terminado. —Gracias, ¿sabe?, todavía siento como si la mujer estuviera aquí. —Espere, señorita, ¿cuál era su nombre? —Celia…

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Terror en la noche de Halloween Antonio Martínez Sánchez (4ºB ESO)

Desperté en mi habitación a las 7:00 a.m. como cada día sin saber que ese no iba a ser uno corriente. Era el día de Halloween y estaba deseando que llegase la noche para poder salir con mis amigos. Iríamos Christian, Carlos, Pablo, Pablo López, Ángel, Aless y yo para pasar un buen rato. Por la mañana desayuné con toda normalidad y me vestí para salir a comprar con mi familia, Comí también con toda normalidad hasta que me llegó un WhatsApp del grupo de amigos para cambiar la hora y quedar después en un sitio especial. Así fue, eran las 8:00 p.m. y me preparé para salir, quedamos en una finca abandonada cerca de la Nueva Condomina, solo faltaba Christian. Desde que llegamos sentí una presencia que nos observaba con detenimiento y allí empecé a tener miedo y querer volver pero Ángel no paraba de decir: No os paréis, cobardes, que no os va a matar nadie, así que no iba a ser yo el cobarde que se quedase atrás. Sin más dilación avanzamos, aquello parecía un cementerio, no haba nadie por allí y en aquel momento nuestra única preocupación era pasárnoslo bien porque no sabíamos lo que pasaría después… Entramos en una de las casas y empezamos a gastar las típicas bromas entre amigos dándonos sustos unos a otros hasta que salimos. Mientras avanzábamos por la finca encontramos tres cuerpos de cerdos muertos y gatos que estaban comiéndoselos, aquello nos pareció un tanto extraño, no sabíamos que había gatos carnívoros pero no nos preocupamos por ellos, pensábamos que solo eran gatos. Yo seguí sintiendo esa presencia desde un principio y no paraba de mirar a todos lados preguntándome: ¿Qué podía 165


ser? Cuando vi los gatos pensé que eran ellos y por eso me despreocupé un poco, mas seguíamos avanzando sin parar y, aunque estaba despreocupado, sentía que alguien o algo se nos estaba acercando, y era al revés: nosotros nos acercábamos a él... De una de las casas de la finca salía una luz muy cálida y en ese momento yo pensé: Hasta aquí he llegado, me vuelvo solo, pero sentía más miedo de volver yo solo que de quedarme con el resto del grupo, por lo tanto me quedé con ellos y entramos en la casa. Cuando entramos alguien se percató de nuestra entrada, así que apagó la luz y todos comenzamos a decir: ¿Qué ha sido eso? Vamos a volvernos ya, pero a mí, que ya se me había quitado el miedo después de tanto tiempo, y a Ángel no nos pareció una buena idea debido a que habíamos empezado a pasárnoslo bien, y continuamos hacia delante todos juntos hasta que el primero de todos se paró y alzamos la vista: encontramos una figura más alta que nosotros que comenzó a moverse en nuestra dirección. Cuando estábamos muertos de miedo salió Christian riéndose de todos nosotros, o al menos parecía Christian. Más tarde comenzó a comportarse de una manera extraña, pero pensábamos que seguía con la broma de meternos miedo, aunque llegó un momento en el que le cambió la voz y empujó a Aless por el balcón y le rompió la rodilla. Empezó a hablar en un lenguaje extraño, nadie le entendía y le decíamos: Christian, ¿qué te pasa, tío? Vamos, por favor, contéstanos, y en ese momento una brisa de aire frío nos atravesó y fue entonces cuando Christian giró la cabeza de repente y nos dijo con una voz endemoniada: Estúpidos niños, ¿cómo os habéis atrevido a entrar en mi hogar?, por culpa de vuestra insensatez sufriréis mi cólera, y entonces el cuerpo de Christian se desplomó y de él salió una sombra negra que se dirigía hacia nosotros. Unos corrimos para salvar nuestra vida mientras que Carlos y Pablo se quedaron quietos porque el miedo les paralizó, Ángel y yo cargamos a nuestras espaldas a Aless y nos escondimos en una de las casas, pero nos encontró y empezó a reírse de nosotros. 166


Cuando estaba a punto de clavar una daga en mi corazón apareció Carlos para salvar la situación y despistar al espectro, pero para salvarnos él tuvo que morir. Mientras escapábamos oíamos los gritos de sufrimiento de los demás y no podíamos dejar de pensar en qué sería de ellos ahora, pero bajamos la guardia demasiado pronto y antes de llegar a la Nueva Condomina los cuerpos ya muertos de Carlos, Pablo y Christian nos atraparon. Pensé que ahí era mi muerte, que no me había despedido de mi familia, que mis últimas palabras con mi madre fueron un hasta luego, no pude despedirme de ninguno de mis amigos e iba a morir solo en un sitio alejado de la civilización, pero ante mí se apareció una oportunidad que no podía dejar escapar: mientras los cuerpos muertos de mis amigos estaban entretenidos con Ángel y Aless, decidí que era el momento de ser egoísta y dejarles atrás para poder salvarme yo, y así fue como me salvé de una noche de Halloween terrorífica. Quién sabe si este año te puede pasar a ti…

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Testigo de guerras peores Anatoliy Lioutikov Gómez (4ºB ESO)

Este es un mundo que ha sido testigo de numerosas guerras, las cuales han ido a peor con el paso del tiempo. Ahora este mundo se define por una sociedad en la que reina el más fuerte, solo aquel capaz de superar los desafíos que le plantea la vida. Y la vida a veces te sonríe y otras solo te mira con una mirada fría y desafiante. En este caso nuestro protagonista desafía y le devuelve las miradas fulminantes y le dice: No, no voy a aguantar lo que me eches encima, yo escribo mi propio destino. Este espécimen, este sujeto, se llama Joel. Joel se encontraba saqueando un refugio sin ninguna alma y descuidado que con falsas ilusiones esperaba poder protegerse de las bombas que antaño cayeron. Entró por la puerta, grande de un acero corroído por la explosión. Llegó a un gran pasillo, a cada dos pasos que daba no podía parar de imaginar los niños correteando, los padres y madres que vivían ahí con la esperanza de salvarse, pasó a lo largo de una habitación normal de un residente, en ella encontró un diario en el cual ponía: Otro día más en este condenado refugio, no sé si podré aguantar más, las paredes de este sitio noto como si cada vez se hicieran más pequeñas, y la posibilidad de no salvarme me carcome por dentro. Esta es la última página que quedaba pegada al diario, al cual parecía que le habían arrancado las demás con prisa. Joel siguió avanzando por el pasillo pero un pilar se interpuso en su camino, así que decidió registrar en la sala de máquinas en busca de componentes útiles que le sirvieran para su supervivencia. Afortunadamente se encontró una caja de filtros para el agua, su cara expresó alivio, miró el resto del lugar y pensó que no había mucho 168


más allí, así que se marchó. Al salir por esa puerta gigantesca se topó con una panda de seres con pintas harapientas, lo que más le llamó la atención fue que uno de ellos llevaba una escopeta recortada atada a su espalda, testigo del tiempo, ya que parecía que estaba a punto de romperse. El sujeto de la escopeta se acercó a Joel y le dijo: Soy el líder de Los Lagartos Rojos, supongo te habrás fijado en que no somos muy amigables, pero tú puedes solucionar esto: o me das lo que has recuperado de ese museo o tú no sales de aquí vivo. Joel con una expresión miedosa se lo dio, a continuación el líder de Los Lagartos Rojos dijo: Vamos, muchachos, que no se le olvide nuestro nombre a este necio. Acto seguido se abalanzaron sobre Joel y empezaron a soltarle patadas, puñetazos y, por último, una cuchillada en el brazo. Joel respondía a todo esto con gritos fulminantes, los cuales iban a parar a la nada, al yermo desolador. Entonces el líder dijo: No olvides mi nombre, me llamo William y espero que después de esto no vuelvas a meterte en nuestro territorio. Acto seguido William soltó una carcajada y Joel se desplomó en el suelo perdiendo el conocimiento. Joel abrió lentamente los ojos viendo una casa típica construida con chatarra y basura recolectada. No parecía muy estable pero sí era acogedora. Joel ve que su brazo estaba vendado y con una especie de mejunje en la herida, salió de la habitación para encontrarse un salón con una chimenea encendida y lo que quedaba de una desfasada televisión hecha pedazos. Joel escuchó cómo se movía el pomo de la puerta lentamente, tras la puerta se encontró con una anciana. Esta le dijo: ¿Cómo estás, querido? Yo me llamo Anabel y te he encontrado mientras salía a regar mis plantas, así que le pedí a mi nieto que te trajera a mi casa. Acto seguido Joel salió de la casa agradeciendo a aquella amble señora su ayuda. Joel había tenido suerte, podía haber muerto en el desamparado desierto. Una vez que Joel salió de la casa anduvo y anduvo sin rumbo ni destino. Se encontró con un supermutante, era verde, medía dos 169


metros y tenía forma humanoide. Joel cayó en sus manos, el mutante le estampó un palo con clavos en la cabeza y murió en ese instante. Y así termina una historia de otra desdichada persona, como si una estrella se apagara en el inmenso universo.

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La comisaría fantástica Ramón Ojeda Calabria (1º Bachillerato)

Desde hacía varios años corría el rumor de que en el cuartel de policía de Molina de Segura sucedían actos extraños, esto llegó a tal punto que hicieron un reportaje de los Cazafantasmas de Discovery Max. Aquí empezó la historia de Javier Ortín, conocido como el Chuti. Era un día normal y él fue al Parque de las Fugas como de costumbre a tomarse unos litros con unos amigos, cuando de repente aparecieron tres furgones de la policía local. Se bajaron del coche patrulla dos agentes y le pidieron la documentación, todo iba normal hasta que descubrieron que el Chuti portaba un arma blanca, el agente procedió a retirársela. Para Javier esta navaja era de gran valor, ya que se la dio su abuelo antes de morir. El agente dijo que le era irrelevante y que se la diese o procedería a su detención, y fue entonces cuando el Chuti apuñaló ferozmente al agente. El compañero del agente fallecido en el acto trasladó al preso a comisaría para que prestase declaración; durante el trayecto, el policía repetía constantemente: No sabes lo que has hecho, Lucifer te castigará como es debido. El Chuti no le dio gran importancia, ya que era un tío duro. Llegó a comisaría hacía las 00:30 horas. Le tomaron declaración, pasó a disposición judicial y tuvo que dormir en el calabozo esa noche. Al llegar al calabozo se cruzó con varios agentes que hablaban un idioma extraño, le pareció que era latín, y al agente que le estaba trasladando al sucio agujero donde iba a pasar la noche le preguntó qué hablaban estos dos agentes en ese extraño e incomprensible lenguaje. Estos son los

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guardias de noche, dijo, y ahí fue cuando realmente empezó a sentir pánico. Al llegar al calabozo estuvo varias horas escuchando voces, ruidos extraños y constantemente escuchaba a gente gritar en aquel extraño idioma, y el joven Javier estaba asustado perdido cuando de repente escuchó Ispunx repetidas veces y con distintas voces. De repente se apagaron las luces y volvió a escuchar Ispunx Ispunx Ispunx, cada vez más fuerte, y empezó a sentir una fuerte presión en el pecho hasta que estalló y gritó: ¡Quién eres, qué quieres, déjame en paz o te rajo!, manteniendo su postura de tipo duro, y de repente oyó risas, muchas risas, y dijeron: Ispunx eres tú, Javier, significa bastardo, el agente al que has matado era el mismísimo hijo de Satán y pagarás por ello. Volvió la luz, el Chuti recordó las antiguas leyendas sobre aquel cuartelillo. De repente se oyó cómo un agente se dirigía hacia su celda, golpeando cada barrote con la porra, ese sonido era esquizofrénico. Llegó el guardia, desnudó al Chuti y le dijo: ¿Tus últimas palabras? El guardia se transformó en el mismísimo Lucifer: Pagarás caro lo que has hecho. De repente sacó su tridente y cuando lo iba a matar, nada. Despertó en la camilla del hospital. Había sufrido un coma etílico, pensó que todo fue fruto de su imaginación, se rio contándoselo a sus padres. Vino el médico para darle el alta y cuando llegó a la habitación era el policía que hablaba ese extraño idioma; él, asustado, no quiso decir nada y el médico le dijo: Ya te puedes ir, Ispunx. El Chuti gritó desesperadamente, se tiró por la ventana de la habitación y murió.

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Lucy Brenda Suárez Flores (3ºC ESO)

Kathy acababa de mudarse a un pueblo llamado Lamburgo, con su hija Sofía de seis años. Kathy era una mujer viuda de treinta años que quería con locura a Sofía. La casa era de dos plantas, con patio, estaba amueblada y tenía unos veinte años de antigüedad. Al instalarse todo parecía ir bien, hasta que una noche Kathy se despertó al oír un ruido proveniente del baño, era como si estuvieran dando golpes al cristal, pero al entrar no había nada, le pareció extraño pero no le dio mucha importancia. A la mañana siguiente, al terminar de preparar la comida, Kathy llamó a Sofía para que bajara a comer y al ver que esta no respondía decidió subir a ver qué sucedía. Al llegar a su dormitorio oyó a su hija hablar con alguien y al abrir la puerta se encontró a Sofía en frente del espejo hablando sola. Kathy le preguntó: ¿Con quién hablas, Sofi? Y esta le respondió: ¡Con mi amiga! Esta se acercó y vio que en él aparecía reflejada la sombra de una persona. Sofía le dijo: Se llama Lucy. Entonces Kathy cogió a Sofía y la llevó a su dormitorio. Esta tapó todos los cristales y cerró la puerta. POV Kathy Estaba muy asustada, no sabía qué hacer, sabía que a Sofía le sucedía algo, estaba extraña, andaba metida en su habitación y siempre llevaba un espejo consigo. Y ahora sé por qué. Decidí dejar a Sofi en mi habitación, mientras que cogí un bote de pintura y fui pintando todos los cristales de la casa, incluido el de la habita-

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ción de mi hija. Al terminar oí un grito que provenía de mi cuarto y al entrar encontré a Sofía llorando en frente del espejo que estaba situado al lado de mi cama. Me dirigí hacia el espejo y le grité: ¿Qué quieres de nosotras? Y esta me dijo: Quiero a tu hija. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer, pero todo me daba igual con tal de salvar a Sofía. —No te la llevarás, me entrego a cambio de que la dejes en paz. POV_ Desde ese momento Kathy permaneció detrás de los espejos, acompañando a Lucy, mientras observaba cómo Sofía crecía al lado de una familia de acogida.

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Pequeños secretos Julia Drozdz (3ºC ESO)

Basado en la serie Pequeños mentirosos

La noche del 22 de julio cinco amigas están emborrachándose en una casa que está en medio de un bosque, cuando todas están dormidas dos de ellas desaparecen. Cuando una de las desaparecidas regresa y despierta a las demás, les dice que no ha podido encontrar a la que falta. Así, las demás, pensando que su amiga desaparecida quiere asustarlas, lo dejan pasar y no se preocupan, pero tres horas después la amiga no aparece y ahí es cuando empiezan a preocuparse. Las cuatro chicas empiezan a buscarla y no la encuentran, pero encuentran una bolsa negra con algo dentro: un cuerpo inerte idéntico al de su amiga desaparecida. Las cuatro chicas asustadas llaman a la policía y a los padres de su amiga para comentarles lo que ha pasado, aunque ellas no saben qué había ocurrido en realidad, no saben quién la mató, quién fue el asesino. Las cuatro chicas al siguiente día decidieron mudarse a otra casa, puesto que todas vivían cerca del hogar de la fallecida, aunque seguirían yendo al mismo instituto y a la misma clase, puesto que tenían la misma edad, diecisiete años. Ese día debían asistir al entierro de su amiga. Sus amigas todavía no podían creer lo que había pasado, cómo pudieron haberle hecho algo así a su amiga, pero, bueno, tenía un poco de lógica, pues su amiga era muy popular y se burlaba de sus inferiores, aunque seguía siendo algo incomprendido. Ya en el entierro las cuatro amigas se encontraron con una de las enemigas de su amiga fallecida y su hermanastro, Luke. Allí las cuatro se acordaron de lo que su amiga le había he175


cho hacía años a ella: quemó su casa sin saber que ella se encontraba dentro y la dejó ciega, y su hermanastro era como su perro guía, la acompañaba a todos sitios. Aunque no entendían por qué habían aparecido en el entierro de su amiga, si se odiaban entre ellas, pero podía ser que estuvieran felices por no volver a verla más. La verdad era que las cuatro amigas no conocían muy bien a Ashley, su amiga fallecida. Siempre creían que ocultaba algo pero no sabían qué era. Cuando acabó el entierro y los discursos de apoyo para los familiares de su amiga, el policía que estaba a cargo del caso quiso interrogar a las cuatro chicas porque sospechaba que podía haber sido una de ellas. Después de hacerles el interrogatorio a las cuatro, todas salieron de la comisaría. Justo al salir, a todas les llegó al mismo tiempo un mensaje que decía: Os estoy viendo aunque vosotras no me veáis ya nunca más. Firmado por A. Las cuatro chicas se asustaron y la primera persona que creyeron que podría haber sido fue su amiga Ashley, aunque eso era imposible, ella estaba muerta, no solo por la A, que era la letra inicial de ella, sino por lo que ponía en el mensaje: Aunque vosotras no me veáis ya nunca más. Pero luego se rieron de su pensamiento, era imposible que fuera ella, pues estaba muerta, ella ya no existía, aunque muchas personas la siguieran recordando. Ella sabía todos los secretos de todas sus cuatro únicas amigas: Scarlett, Laura, Becky y Nataly. Una semana después a las cuatro les seguían llegando mensajes de A, algunos de esos mensajes hablaban sobre los secretos de algunas de ellas, que solo Ashley sabía, pero no creían que su amiga pudiera revelar sus secretos a otras personas, así que empezaron a investigar sobre esa persona anónima: A. Después de unos sucesos muy fuertes las cuatro amigas, para olvidarse un momento de A, fueron a una fiesta para despejarse. Pero al día siguiente después de la fiesta, donde se emborracharon un montón para olvidarse de todo lo que les preocupaba, se encontraron en unas ha176


bitaciones iguales a las suyas, solo que vestidas con ropa de prisioneras o algo parecido y encerradas con llave, hasta que escucharon una voz robótica y escalofriante que les decía que era A y que tenían treinta segundos para escapar, pero que si se encontraba con una de ellas la mataría. Las chicas idearon un plan pero no les funcionó, así que todas decidieron quedarse calladas y encerradas en sus nuevas habitaciones. Al día siguiente A las invitó a celebrar una fiesta de máscaras con él y sus cómplices pero, claro, dentro de una de las salas que tenía esa casa para que no intentaran escapar. En la fiesta las chicas pensaron un plan para escapar y lo lograron, aunque al salir escucharon unos gritos y sollozos, así que fueron en esa dirección. ¿A que no sabéis a quién se encontraron ahí? Sí, a su amiga fallecida Ashley, con rasguños, moratones y golpes, pero estaba viva, o a lo mejor solo eran sus mentes creándoles unas falsas ilusiones, pero no, la verdad es que era ella en carne y hueso. La que en realidad había muerto era su hermana gemela, idéntica a ella, pero sus amigas no sabían que tenía una. Nunca nadie supo quién era A pero encontraron a muchos de sus cómplices. A otros todavía siguen buscándolos pero nadie los volvió a ver más, aunque pueden ser personas muy cercanas a nuestra protagonista Ashley. Y solo ella sabe quién se esconde detrás de la máscara de A.

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La casa encantada Elisa Cárceles Gómez (3ºC ESO)

Érase una vez una pareja de recién casados que acababa de venir de su viaje de novios, estaban buscando una casa donde formar una familia, ya que Emily estaba embarazada de una niña. Jack, un médico muy importante, había encontrado una hermosa casa para Emily y para la niña que estaban esperando. Era una hermosa casa con un jardín espléndido donde podría jugar su niña cuando naciera, se la enseñó a Emily y le encantó. Dijo: Parece una casa de ensueño. Y es que era verdad, esa casa era tan hermosa que parecía de cuento de hadas. Pero lo que no sabían era que esa casa estaba maldita por una mujer que había sido muy infeliz allí porque su marido la maltrataba. Cuando murió, el alma de aquella señora quedó vagando por esa casa. Jack, sin saber de esa maldición, compró esa casa para darle una sorpresa a Emily, ella se emocionó porque no se lo esperaba. Pasados los ocho meses Emily dio a luz a una pequeña y hermosa niña a la que llamaron Sara. Cuando llegaron a su casa con la niña la maldición hizo efecto sobre ellos porque la maldición decía que nadie podría ser feliz en esa casa. Y así fue: esa noche cayó la maldición, esa noche empezaron a oír ruidos en el salón, Emily los escuchó y fue a ver qué ocurría pero no vio nada sospechoso. A la mañana siguiente, cuando Emily se levantó y fue a ver la tele al salón, se lo encontró todo patas arriba con el suelo rascado y las paredes pintadas con sangre. Emily se asustó y fue corriendo a llamar a Jack para que fuera a ver lo que había pasado, pero Jack solo pensó que se había colado un gato en casa. Cuando Jack fue a trabajar, Emily se quedó en casa con la niña. Cuando estaba 178


durmiendo a Sara escuchó un ruido en el cuarto de su hija y fue a ver lo que ocurría: cuando vio al espíritu de la mujer maldita rompiendo todas las cosas de su hija, ella lo único que pensó fue en salir corriendo de esa casa para buscar a Jack. Cuando vio a Jack y le contó lo que había ocurrido este no la creyó, pensó que eso eran imaginaciones que le había producido el cansancio. Cuando volvieron a casa para cenar todo estaba de vuelta a la normalidad. Emily fue a acostar a Sara a su cuarto para hacer la cena. Mientras Emily hacía la comida y Jack preparaba la mesa, escucharon llorar a Sara. Jack fue a su habitación para ver lo que le ocurría y ahí vio al espíritu de la mujer intentando llevarse a su hija, no logró llevársela porque Jack llegó a tiempo y la mujer desapareció, ahí fue cuando creyó a Emily, así que no tardaron ni un segundo en marcharse de esa casa, se fueron a un hotel mientras que buscaban casa. Después de unas semanas encontraron una casa en el centro de la ciudad, ahí Jack sí que se informó de todo lo que tenía que ver con la casa porque no quería volver a correr el riesgo de que estuviera maldita o tuviera algún riesgo maléfico. Y así encontraron una casa donde poder vivir bien y sin ninguna maldición.

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El fin de semana en el lago Mirela Plamenova Pelovska (4ºA ESO)

En las primeras fechas del mes de octubre los cinco amigos de un pueblo tenían pensado ir a celebrar el cumpleaños de uno de los chicos, Pablo, a una casa que tenía su familia en el bosque junto al lago. Los dos hermanos, Clara y Pablo, salieron del pueblo el viernes 27 a las 8:30 para preparar las cosas para el fin de semana y sobre las 9:15 llegaron los demás: Alejandra, Joaquín y Sergio, que fueron los que traían las pizzas para aquella noche, la bebida y las películas. Pasaron la noche hablando y riendo pero ese buen momento cesó cuando a las dos de la madrugada escucharon un fuerte ruido en la puerta principal. Sergio bajó para comprobar que todo estaba bajo control y cuando subió les informó de que únicamente había una ventana rota por la fuerte tormenta de aquella noche. Todos se quedaron más tranquilos y continuaron con su charla. Con el paso de los minutos Alejandra observaba la manera en la que hablaba Sergio y cómo se desenvolvía con los demás, y vio que algo había cambiado, pero pensó que sería por el cansancio. Al amanecer Alejandra se despertó y se dio cuenta de que su amigo Sergio no estaba. Decidió bajar las escaleras para buscarlo, lo vio en la orilla del lago sentado tapado con la manta, Alejandra se aproximó a él y este se sobresaltó. Alejandra se dio cuenta de que algo no iba bien en él, ella intentó hablar con él pero él se negó poniéndole excusas, al final Sergio decidió contarle lo que había pasado la noche anterior.

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Cuando Sergio bajó las escaleras sí que era verdad que vio la ventana rota, pero no fue solo eso, también había un trozo de papel y vio cómo una silueta se alejaba de la casa a paso muy acelerado. Alejandra se quedó perpleja pero aún más cuando vio lo que ponía en el papel: Alejaos de aquí. Los dos amigos decidieron compartir lo que pasó anoche, especialmente con Pablo y Clara, porque su familia era la propietaria de la casa. Cuando se despiertan todos se reúnen en el porche junto a la ventana rota para desayunar y Sergio les cuenta lo sucedido. Todos quedan perplejos y deciden dar una vuelta por la zona para ver qué es de lo que se tienen que alejar pero no encuentran nada fuera de lo normal, así que las dos amigas deciden ir a la biblioteca para ver si pueden encontrar algo. Al llegar a la biblioteca las chicas van a buscar algo que haya ocurrido en el lago y únicamente descubren dos asesinatos de un matrimonio. Deciden que eso no les sirve de mucho. De vuelta a la del lago las dos chicas se perdieron por el bosque y encontraron una casa abandonada medio rota, pero pensaron que no tenía importancia hasta que vieron una sombra esconderse tras la ventana. Las chicas decidieron disimular y hacer como que se iban, así que aparcaron el coche alejado de la casa y avisaron a los chicos para que fueran. Clara les dio la indicación de que debían ir al parque donde jugaban en los veranos de pequeños con Pablo. Cuando llegan los tres amigos no encuentran rastro de las chicas y deciden entrar en la casa para ver si están dentro. Cuando cruzan el umbral no ven nada fuera de lo normal pero Pablo ve algo que le resulta muy familiar: una foto de un matrimonio y un bebé. Entonces recuerda que su hermana, él y esa niña de cuyo nombre no se acuerda jugaban juntos cuando eran pequeños. Mientras siguen dando vueltas alrededor de la casa recuerda que a esa niña hace muchos años que no la ven y encuentra un periódico del 2005 cuyo titular dice: Se encuentra matrimonio asesinado a las afueras de la ciudad. Pablo continúa leyendo: Una de las 181


principales sospechosas es la madre de la mujer. Los tres amigos quedan sorprendidos y deciden llamar a las chicas, pero ninguna de ellas contesta, así que deciden volver a casa pensando que estarían allí. Una vez en la casa las chicas siguen sin dar señales y deciden dispersarse para buscarlas, al cabo de dos horas Alejandra llega a casa llena sangre por toda la ropa y con los ojos rojos de tanto llorar. Los chicos preocupados le preguntan por Clara pero la chica está en shock y no abre la boca. Pablo enfurece por no saber nada de su hermana y cuando despierta Alejandra decide contar qué fue lo que pasó. Cuando las amigas entraron en la casa no encontraron a nadie y bajaron al sótano, donde había una enorme sala llena de armas, cuchillos e instrumentos de tortura. Las chicas se asustaron y salieron corriendo, pero al llegar al coche vieron que estaba abierto y destrozado por dentro. Alejandra se giró para hablar con Clara sobre cómo salir de ese sitio pero Clara no estaba y decidió ir a buscarla. Llegó a un granero viejo que parecía inhabitado y cuando entró encontró el móvil de Clara roto y lleno de sangre y encima una nota: Deja de buscarla. La amiga salió del granero y decidió volver a la casa para ver si había algo que le pudiese ayudar pero antes de conseguir entrar le llegó un mensaje: Te estoy avisando, pero ella hizo caso omiso, entró y encontró un charco lleno de sangre en la entrada y notó cómo alguien se aproximaba por detrás, la golpeó y cayó al suelo, haciéndose una herida. Los chicos quedan petrificados ante la historia de Alejandra y deciden ir a buscar a Clara. Los cuatro amigos salen de la casa en dirección al granero y cuando llegan Sergio y Joaquín se van por un lado y Alejandra y Pablo por otro. Mientras Joaquín está bordeando junto a Pablo el granero en busca de información escuchan un grito que proviene del interior. Cuando entran los dos chicos encuentran a Sergio tirado en el suelo inconsciente, rodeado de sangre, pero no hay rastro de Alejandra. Pablo se aproxima a Sergio y descubre que no tiene pulso, los dos chicos salen co182


rriendo en busca de Alejandra y la encuentran tirada en el suelo, inconsciente. En ese momento encuentra un papel encima de su cuerpo: Cuidad vuestras espaldas. Los chico salen corriendo hacia la casa del lago para dejar a Alejandra y que Joaquín cuide de ella. Pablo se aproxima hacia la casa abandonada en busca de su hermana, decide bajar al sótano para inspeccionar la zona y ve que está todo lleno de polvo excepto una parte con forma de navaja, y recuerda el corte que vio en el cuerpo de su amigo Sergio. Pablo se preocupa por su hermanastra y decide ir a la casa del lago para llevarse a Alejandra si ha despertado. Cuando llega al porche encuentra otra nota en el pomo de la puerta: Vais a ir cayendo uno a uno. Pablo sube las escaleras rápidamente y va al cuarto donde estaban todos reunido la noche anterior, no encuentra a nadie, el chico llama a Joaquín y a Alejandra pero ninguno contesta. Pablo, preocupado sin saber qué hacer, decide llamar a la policía, pero cuando va a desbloquear el móvil le llega un mensaje: Si quieres volver a ver a tu hermana ni se te ocurra marcar el número de la policía. El chico se da cuenta de que sea quien sea el de los mensajes y cartas en ese momento le estaba vigilando, así que sale al porche y da una vuelta alrededor de la casa, pero no ve a nadie, por lo que decide ir a buscar a sus amigos. En el momento en el que se gira ve una silueta alejarse y sale corriendo tras ella, pero la persona de negro se da cuenta y saca una pistola, así que el chico afloja y para a unos poco metros de ella, la silueta dispara apuntando al árbol tras él. Pablo se distrae pensado que la bala iba en su dirección y después se gira en dirección al árbol y de un momento a otro la silueta ante él desaparece. El chico, cabreado consigo mismo, entra en la casa y recibe otro mensaje: Qué poco ha faltado para que ganes el juego, otra vez. Pablo se cabrea aún más al pensar que un loco está jugando con su vida. Joaquín y Alejandra entran por la puerta de la casa en el momento en el que termina de leer el mensaje. Pablo les pregunta que dónde habían ido y Joaquín le cuenta que Alejandra quería 183


tomar el aire porque se sentía agobiada, así que salieron a dar una vuelta y se sentaron en la orilla del lago y estuvieron hablando y al final se durmieron. Pablo asiente ante los hechos que le cuenta su amigo y les cuenta lo que le ha pasado a él, los dos amigos se preocupan tremendamente ante la historia y deciden volver a investigar la casa y el granero. Cuando los tres amigos llegan al sitio se dispersa cada uno por un lado para poder encontrar más rápido a Clara. Pablo baja al sótano pero nada ha cambiado, todo sigue tal y como estaba la última vez que fue. Alejandra está en la planta de arriba intentando buscar alguna señal que la lleve donde su amiga, y Joaquín está en el granero pero ve que algo no está como estaba dos horas antes: el cuerpo de Sergio ha desparecido y en el sitio donde estaba situado hay una nota, pero esta vez no hay nada escrito, lo que hay son pequeños dibujos sin importancia. Joaquín decide guardar la nota y enseñársela después a sus amigos. Al tiempo los tres amigos se vuelven a juntar, Pablo ha encontrado un juego de cuatro llaves escondidas en una caja que ha decidido llevarse para ver qué más puede encontrar, porque en la casa abandonada hay demasiada oscuridad y no puede ver nada. Alejandra no ha encontrado nada y Joaquín solamente les cuenta que el cuerpo de su amigo Sergio ha desparecido. Llegan a la casa del lago sobre las dos de la madrugada y deciden ver qué contiene la caja que se ha llevado Pablo de la casa. Esta, aparte de contener el juego de llaves, también contiene unas fotos del matrimonio con su hija, el matrimonio asesinado resultó ser el mismo que vivía en esa casa, también hay información sobre la niña que quedó huérfana, la pequeña se quedó bajo la tutela del estado, estuvo yendo al psicólogo durante un tiempo y al final fue adoptada por una familia, se trasladaron al pueblo y ya no se volvió a saber nada sobre ella. La caja también contenía unos dibujos de la niña. Pablo no se centraba mucho en ellos pero a Joaquín le resultaban muy familiares. Sacó de su bolsillo la nota y se la enseñó a sus amigos. A 184


Alejandra no le resultaban familiares pero a Pablo sí, y fue entonces cuando hizo memoria y se acordó de que cuando eran pequeños y jugaban con la niña siempre solían dibujar los mismos dibujos, que eran exactamente los que figuraban en la nota. Pablo miró la parte de atrás de una de las fotos donde salía la pequeña y descubrió el nombre, Eva. Los tres amigos no encontraban sentido a que fuese ella porque hacía años que los hermanos no sabían nada sobre ella. Joaquín y Alejandra se quedaron dormidos pero Pablo no podía pegar ojo, sabía que se le pasaba algo en esos dibujos, sabía que esas dibujos tenían un significado para Eva, para que los dibujara tanto, y también sabía que Eva se lo contó a él y a su hermana pero no recordaba nada, hasta que vio dónde fue tomada la foto de la pequeña Eva y recordó que esos tontos dibujos tenían que ver con el sitio en el que jugaban de pequeños, así que decidió despertar a sus amigos y contarles lo que había pensado y los chicos vieron coherencia, pero Pablo no se acordaba de dónde estaba el sitio. Alejandra le contó que le sonaba ese sitio por el gran árbol del fondo de la foto y el cartel, así que los llevó hasta allí. Una vez que llegaron a unas mesas de picnic ya estaba saliendo el sol, así que ya había más luz. Pablo sacó la foto para situarse y vio que estaba en el sitio correcto. Los tres amigos dieron una vuelta por la zona y vieron una trampilla en mitad de la nada, los chicos intentaron romperla pero no había manera. Pablo recordó que tal vez el juego de llaves que encontró en la vieja casa pudiese abrirla, pero lo había dejado en la casa de al lado, así que dejó a sus amigos allí y fue a por las llaves. De camino a la casa recibió dos mensajes, uno de ellos era de un número privado: Jajaja, estás demasiado cerca, eso no es bueno, y el otro era de Joaquín: Alejandra está diciendo cosas demasiado raras. A Pablo le hizo gracia porque siempre había sabido que se gustaban, así que le contestó: Jajajajajaja… ¿Qué tipo de cosas? Minutos después Pablo llega a la casa del lago, coge las llaves y cuando está saliendo por la puerta recibe un mensaje de su ami185


go Joaquín: Está hablando de recuerdos de cuando ella era pequeña y venía aquí los fines de semana. Pablo le contesta: ¿Y qué es lo que hay de raro?, y al instante le contesta Joaquín: A mí me dijo que antes de mudarse al pueblo vivía en la capital. Cuando Pablo lee el mensaje entra corriendo a la casa y registra lo más rápido posible las pertenencias de Alejandra, no encuentra nada fuera de lo común, pero cuando se le cae el bolso su monedero cae y Pablo decide abrirlo, encuentra una foto de cuando Alejandra era pequeña con sus padres, pero la foto es exactamente la misma que encontró en la casa. Pablo le envía un mensaje a su amigo: Ten cuidado con ella, esconde algo, pero este no le contesta. Preocupado, Pablo sale corriendo en dirección a las mesas de picnic. Cuando llega no hay rastro de Alejandra pero se encuentra a Joaquín tirado en el suelo, inconsciente. Pablo se abalanza sobre él, preocupado, y al cabo de unos minutos despierta y le cuenta lo sucedido: Alejandra se percató de que Joaquín estaba demasiado tiempo con el móvil así que se pelearon porque ella decía que Joaquín ya no mostraba interés por ella, él le dijo que se equivocaba y ella se relajó hasta que comenzaron a hablar sobre el tema de Clara, porque Joaquín y Clara tuvieron un corto pero intenso romance, así que ella se cabreó y lo golpeó. Pablo, asombrado, le cuenta lo que ha descubierto sobre Alejandra, así que comienzan las dudas sobre Alejandra-Eva. Los dos amigos decidieron entrar en la trampilla. Cuando bajan unas pequeñas escaleras ven que es un pasadizo oscuro, conectan las linternas de sus móviles y comienzan a caminar. Al final del pasadizo encuentran una sala enorme con una cama, una mesa, una silla y un par de bandejas con comida que no han sido tocadas, y en una de las esquinas visualizan la cara ensangrentada, mucha de esa sangre estaba seca. Se acercan a ella y ven que está inconsciente. Al cabo de treinta minutos se despierta. Los chicos siguen pensando dónde estará la otra “amiga”. Clara les cuenta qué fue lo que pasó: cuando las dos amigas volvieron de la biblioteca y se perdieron, Clara no vio ninguna 186


sombra en la ventana, la vio Alejandra, Clara tenía miedo de lo que podía pasar si bajaban del coche pero de todas formas lo hicieron. Cuando entraron en la casa a Clara muchas de las cosas le resultaron familiares pero hizo caso omiso; cuando salieron de la casa y fueron en dirección al coche Clara sintió un golpe en la cabeza y se desmayó, y al cabo de unas horas se despertó en la sala en la que estaba actualmente. Clara sigue contando lo que pasó con ojos vidriosos: cuando despierta visualiza a Alejandra en la silla y le pregunta qué es lo que ha pasado y como han llegado a ese sitio, Alejandra se ríe, da media vuelta y se va. Los chicos quedan impresionados por la historia de su amiga y deciden contarle lo que ha pasado mientras que estaba desaparecida. Los chicos ayudan a Clara a ponerse en pie y a irse a la casa del lago para recoger las cosas y denunciar lo ocurrido aquel fin de semana. Cuando llegan a la casa encuentran a Alejandra, Pablo enfurecido la acorrala y le exige que le cuente lo ocurrido aquel fin de semana. Alejandra, vacilante, asiente y comienza a contar lo ocurrido desde el principio. Llevaba planeando hacer eso durante varios meses y cuando dijeron de ir a pasar el fin de semana al lago vio la oportunidad de comenzar con su plan. La primera noche cuando terminaron de cenar y subieron a la planta de arriba a acostarse y hablar, Alejandra bajó sobre la 1:30 a por un vaso de agua para Sergio y para ir al aseo y aprovechó y dejó la nota en el sitio, la chica sabía que cuando se escuchase el ruido la primera persona que se ofrecería para bajar sería Sergio, porque siempre había sido un chico muy valiente y fuerte, así que aprovechó para meterle alucinógenos en el vaso de agua. Cuando se escuchó el ruido, como era de esperar el primero en ofrecerse fue Sergio, el chico en ningún momento vio ninguna silueta, era una alucinación. Alejandra al día siguiente habló con él para saber si su plan iba correctamente y se alegró al saber que sí, después se fue con Clara y sabía exactamente cómo actuar. Cuando se perdieron, Alejandra sabía perfectamente hacían dónde conducir. La chica no vio ninguna silueta, solo le 187


quería hacer el lío a Clara para poder secuestrarla y matarla, pero esto último no lo pudo llevar a cabo. Cuando fueron al granero a buscar a Clara no tenía planeado matar a su amigo Sergio, pero mientras estaban buscando alguna prueba que los llevase hacia la chica Sergio descubrió una prueba que lo llevaba directamente hacía Alejandra, así que Sergio destapó la mentira de la chica y Alejandra no vio otra salida que matarlo. Le preguntaron dónde estaba el cuerpo de Sergio y ella contestó que lo había tirado al lago. Los chicos, muy cabreados, no sabían cómo actuar ante esas declaraciones. Joaquín le preguntó que cómo pensaba acabar ese fin de semana y ella contestó: Tenía en mente matar a Pablo y a Clara. Los dos hermanos impresionados le preguntaron por qué, por qué tenía tanta rabia acumulada hacia ellos. La chica les sonrió triunfante y les dijo que cuando eran pequeños les tenía mucho amor pero no pensaba que cuando sus padres murieran dejaría de tener noticias de ellos. Con el paso del tiempo se le fue acumulando la rabia. Cuando vio la cara de confusión de los tres amigos decidió empezar desde que se trasladó a la ciudad. La chica no tenía ni idea de que coincidiría con los hermanos, pero cuando escuchó los nombres de ellos pensó que era demasiada coincidencia, cuando fue a la casa de los hermanos reconoció a sus padres al instante y cuando vio las fotos de cuando eran pequeños en la casa del lago confirmó que eran ellos. Su principal problema fue con Clara, siempre le había tenido mucha envidia y cuando comenzó el romance con Joaquín ese odio hacia ella aumentó. Clara se sorprendió cuando se dio cuenta de que su amistad de seis años había sido una conspiración contra ella y su hermano. Pablo le preguntó qué tenía contra él y dijo que era lo mismo, en un principio le gustaba pasar el rato con Pablo pero él se comenzó a distanciar con el paso del tiempo y Alejandra se cabreó y decidió conspirar contra él también. Mientras que los hermanos estaban atentos a las revelaciones de Alejandra, Joaquín decidió salir y llamar a la policía, esta llegó 188


al cabo de quince minutos y detuvo a Alejandra, la chica también confesó que drogó a Joaquín para que se quedase dormido en el lago mientras sacaba el cuerpo de Sergio del granero y aterraba a Pablo. Los policías les contaron a los chicos que Alejandra desde la muerte de sus padres se mostraba agresiva y había estado más de una vez en orfanatos. Clara pasó una revisión médica tras el secuestro. Pablo se acercó a Alejandra para preguntarle sobre el asesinato de sus padres y ella dijo que no tenía nada que ver, que la asesina fue su abuela porque tenía un problema psicológico, al igual que su madre y, al parecer, al igual que ella. Alejandra fue condena por el asesinato de Sergio, por el intento de asesinato de Clara y por el abuso hacia los tres amigos. Los demás intentaron seguir con sus vidas.

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Meryland María Zapata García (4ºA ESO)

Érase una vez una niña llamada Emma, rubia, con ojos grises, que vivía en una casita en una ciudad muy grande. Emma llevaba muy poco tiempo viviendo en esa ciudad llamada Meryland, al llevar tan poco tiempo ni Emma ni sus padres sabían que desde hacía meses habían sucedido ciertos secuestros. Quedaba un par de días para que llegara el día de Halloween. Emma estaba ansiosa porque era su fiesta favorita, le encantaban los disfraces y las chuches. Esa misma tarde Emma y su madre fueron de compras. En una tienda muy particular del centro comercial que estaba cerca de la tienda en la que estaba comprando su madre, Emma conoció a un chico, más bien un joven de unos veintipico años llamado Danny que se mostraba de una manera demasiado cariñosa hacia una niña que podría tener seis o siete años menos que él. Danny.— ¿Te gustaría pasar el día de Halloween conmigo? Emma.— ¿No eres un poco mayor para mí? Danny.— Será divertido. Emma.— Bueno, me tengo que ir —la niña pensativa decidió buscar a su madre. Danny.— Te encontraré. Llegó la noche de Halloween. Emma estaba muy animada, ya tenía la bolsa llena de chuches, había pasado por un montón de casas en las que todos eran bastante simpáticos pero se comportaban de una manera bastante rara hacia los niños. La noche estaba funcionando muy bien. Cuando la madre de Emma ya estaba cansada habían pasado por casi todas las calles de Meryland. Al lle190


gar la medianoche la madre dejó ir a Emma sola con sus amigos. Pasaron por un par de casas más, al llegar a la que sería la última casa de la noche les abrió una chica muy simpática que les invitó a entrar. Emma nada más entrar se fijó en la puerta del patio, del que sobresalía un perro pequeñito de color blanco con manchas marrones. La dueña al darse cuenta de la atención de la niña hacia el perro la invitó a ir al patio; al salir al patio Emma se encontró al perro y al joven raro que había conocido hacía un par de días en el centro comercial. La niña al verlo se sintió muy desconcertada, no entendía por qué aquel chico que se mostraba muy encariñado por ella estaba en aquella casa. Pasó un tiempo y Danny pasó a la acción, de un salto agarró a la niña con fuerza del brazo; Emma, asustada, empezó a gritar. Cuando el joven le tapó la boca, Emma le mordió en la mano, el joven aguantó y le pegó un buen puñetazo en la cabeza, ella cayó inconsciente, el joven la metió en una bolsa negra y se la llevó en el coche. Al estar en el patio ni la mujer ni sus amigos se dieron cuenta de la violencia que tenía lugar a sus espaldas. Al llegar al coche se la llevó al pantano más oscuro de Meryland, en el que no la encontrarían jamás. Danny no era un chico normal, estaba trastornado por la muerte de su hermana pequeña fallecida hacía un par de meses, estaban muy unidos y a causa de su muerte intentó sustituir a su hermana, pero le salió mal, las niñas huían de él, así que empezó a matar en el mismo lugar dónde su hermana murió: la ciudad de Meryland. Al cabo de un par de meses encontraron todos los cadáveres de las niñas que mató Danny y en especial el de Emma, todas las niñas tenían un increíble parecido a la hermana de Danny. Pasó el tiempo y la policía descubrió al joven, que fue condenado a pena de muerte y a ser enterrado en el mismo sitio donde había empezado todo: en la ciudad de Meryland.

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Azul chillón Marta Soler Amat (4ºA ESO)

Aquel día me desperté cansado sin acordarme de qué había hecho el anterior, últimamente vivía como si nunca me acordara de nada. Me dispuse a ir a clase, pero la pereza me pudo, me quedé durmiendo toda la mañana; apenas iba al instituto. —No quiero repetir otra vez... —me compadecí de mí mismo por un momento. Mi madre llegó. Le comenté que me encontraba mal y sin volver a preguntármelo me dijo que hiciera lo que me diera la gana, a veces siento que ya no le importo. Bueno, hoy es viernes, quedaré con mis amigos, últimamente Raúl me está sacando de quicio, pero bueno, es parte del grupo, si tengo que aguantarlo lo haré. Ya eran las dos de la tarde, había estado toda la mañana durmiendo y con el móvil; a veces pienso que soy inútil pero, aunque suene cómico, se me pasa en un rato. Me entró hambre, así que, como es normal, fui a comer, nada más abrir la puerta chirriante de mi habitación oí un fortísimo: —¡Ivaaaaaaaán! —Cómo no, procedente de mi querida madre. —Jajaja —me reí de mi propio pensamiento. Sí, lo sé, soy idiota, me río de mis propios comentarios sobreactuados. Nada más oír eso, me puse un pantalón de calle, el primero que vi, cogí cinco euros de la habitación de mi hermana y me fui de mi casa, me dirigí hacia la casa de Lucía, toqué a su timbre pero no estaba, me cabreé, me enchufé un cigarro y justo cuando estaba sentado en su portal apareció su padre, me miró con cara de enfado y se dispuso a reñirme, cuando me salió una lágrima. Entonces se calló, me saludó y me dijo que Lucía vendría en cinco 192


minutos. No sé qué me pasó, sentí muchísima frustración. Lucía bajó y me abrazó, no me dijo nada más, simplemente se dedicó a hablarme de la fiesta. Yo asentía. Nos encontramos con todos. Era como si estuvieran raros, la manera que tenían todos de dirigirse hacia mí era indiferente, sobre todo la de los tíos. Me enfadé, pero no se lo dije a nadie. Haríamos el plan de todos los viernes, ir a casa de Raúl, que la tiene libre, y ponernos ciegos. Raúl me odia desde que le tiré una botella de vodka por el fregadero, suena gracioso pero ese tío estaba al borde del coma etílico. Sentía que todos me odiaban, que no me comprendían, por mucho que mi mejor amigo me lo desmintiera. Nunca me había sentido del todo a gusto. Llegamos a aquella casa, creo que conocía mejor la casa de Raúl que la mía. Empezaron a sacar todas las botellas y un chico sacó una bolsa con una sustancia extraña, era un polvillo de un color azulado, yo seguí bebiendo y hablando con Lucía, hasta que el chico se iba acercando a nosotros, yo no sabía quién era, pero su pinta era muy extraña, llevaba unos pantalones verdes, una camiseta manchada de colores, parecidas a las que llevan los perroflautas, lo recuerdo también con una cara muy particular, con los ojos grises y las pupilas superdilatadas. Yo le pregunté a Lucía que si lo conocía: —¿A quién? —Dijo como si no lo viera. Pensaba que me estaba tomando el pelo, cuando volví a mirar el chico ya no estaba. Me levanté anonadado y me dirigí al baño. Me encontré a aquel chico tan raro al final del pasillo, fui hacia él pero ya había girado la esquina, aumenté la velocidad y conseguí alcanzarlo. Me miró con una mirada muy rara y le dije fingiendo tranquilidad: —Tío, ¿qué llevas ahí? Él simplemente se rio, de una forma muy incómoda, y sacó un espejo pequeñito, abrió la bolsa con la sustancia azul extraña, la separó y esnifó mientras clavaba la mirada en mí, luego me son-

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rió, movió el brazo ofreciéndome probarlo, yo puse una sonrisa falsa y le indiqué moviendo la mano que no, el volvió a repetir el gesto y me eché un poco en la bebida, volví con Lucía al salón pero no estaba, no había nadie. Vi a Lucía en las escaleras que se dirigían al segundo piso, parecía como si estuviera huyendo de mí. Subí al segundo piso y estaba en una esquina de la cocina, llorando y pidiéndome que no le hiciera nada, a saber qué se habría tomado, yo le dije que no pasaba nada, que qué se había tomado. De repente sentí una presencia detrás de mí, me giré y allí estaba, aquel chico, con cara de psicópata. —¿Quién eres? —Le dije. Él se limitó a reírse. Ya me estaba entrando el pánico. —¿Quién eres? —Le dije más fuerte. Él se acercaba cada vez más a Lucía. —¿Qué haces? —Le grité. Lucía no podía parar de llorar. Cuando estaba muy cerca de ella empecé a forcejear con él, pero tenía una fuerza increíble, y me apartó. De repente sentí un dolor en mi ojo. Cuando me quise dar cuenta el chico estaba ya encima de Lucía. —¡Para! —Le grité. Él ni me miró. No podía acercarme, no podía, por más que intentaba moverme algo me lo impedía, quizá fuera el miedo o el shock. Sacando la fuerza de alguna parte salí corriendo de allí, fui a buscar a Raúl o a alguien, pero no encontraba a nadie, la música ya no estaba puesta y todas las luces estaban apagadas. —¡Raúl! —Grité desesperadamente. Volví a gritar y oí un llanto por la zona del pasillo. —¿Dónde estás? —Volví a gritar. Entré a su habitación y miré debajo de la cama: allí estaba, llorando desconsoladamente.

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—¿Qué está pasando? ¿Quién es ese? —Le dije desconcertado y muy asustado. —No me hagas nada, por favor —me dijo con los ojos cerrados y sin parar de repetir esa frase. —¿Quién es el tío ese? ¿Por qué le hace esto a Lucía? — Empecé a llorar. De repente lo volví a sentir detrás de mí, ahí estaba en la puerta, y empecé a gritarle otra vez, pero no me daba respuesta. —¡¿Qué le has hecho?! —Cada vez me latía el corazón más rápido. —¡¿La has matado?! —Seguí llorando de la impotencia que sentía. —¡¿La has violado?! —Grité más fuerte. —¿Por qué nos haces esto? —Me derrumbé en el suelo. Él siguió acercándose, creando tensión, yo me levanté y en un arrebato de rabia intenté pegarle un puñetazo. Se apartó. Ni siquiera le di. Raúl seguía llorando del pánico. Él le arrastró de debajo de la cama y se pudo oír cómo sus uñas se clavaban en el suelo mientras este le arrastraba. Volví a salir corriendo, esta vez para llamar a la policía, no encontraba su teléfono fijo o cualquier teléfono, empecé a buscar a los demás, a gritar sus nombres, pero no estaban, habrían salido corriendo. Todo me daba vueltas, y mi modo de visión se estaba distorsionando. Abrí los ojos desubicado y miré a mi alrededor. No me acordaba de nada, estaba en una habitación blanca. Cuando me intenté incorporar de la cama no podía, estaba atado de pies y manos. Recuerdo que había una canción puesta, no recuerdo muy bien cuál, pero parecía antigua, cada vez iba sonando más alta, hasta que sentí un pitido en mis oídos y volví a caer desplomado. Me volví a levantar a saber cuánto tiempo después. Un señor mayor con bata y con gafas estaba plantado fumándose un cigarrillo. Estaba observándome. 195


—Perdón, pero aquí no se puede fumar —le dije desperezándome. —En tu situación eso es lo que menos me preocuparía —miró un tablón de apuntes, que al parecer era mi ficha—, Iván. Me levanté rápidamente, aun sintiendo el dolor de los cinturones que me aprisionaban. —¡Lucía! ¿Dónde está Lucia? —Dije paranoico. Aquel señor abrió la puerta y dos policías me desataron, me esposaron y me acompañaron a un lugar muy confuso, yo solo me limitaba a preguntar dónde estaban mis amigos. No me contestaban. Me llevaron a una habitación completamente negra y cerraron la puerta, estaba todo oscuro, me choqué con lo que parecía ser una silla y tomé asiento, sin saber qué hacía allí. Se proyectó el vídeo de seguridad de casa de Raúl. No podía creer lo que veía.

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La muerte más aterradora Cristina Guirao Botía (4ºB ESO)

Anochecía en el parque y como era habitual Billy y sus amigos estaban jugando. Los niños estaban esperando a que sus padres vinieran a recogerlos. Sonó una alarma que procedía de un colegio cercano al parque. A la vez que Billy y sus amigos iban al colegio a ver lo que pasaba, se escuchaba a personas gritando como si las estuvieran torturando. Al entrar en el colegio Billy y sus amigos iban corriendo por todas las partes para encontrar a todas las personas que estaban gritando para ayudarlas. Después de estar mucho tiempo buscando, los niños no sabían de dónde procedían las voces, por lo que decidieron separarse en parejas para buscar. Billy y sus amigos hacían un grupo de ocho niños, cuatro chicas y cuatro chicos. Billy iba con su mejor amiga, Verónica, la chica que no tenía miedo de nada. Cada pareja tenía asignado una parte del colegio a la que tenían que ir, y a Billy y a Verónica les tocó la parte del comedor, la cafetería, y el patio más grande. Durante unos segundos se volvieron a oír voces, las mismas voces que gritaban antes de que los niños entraran al colegio y ¡oh, qué sorpresa se llevaron Billy y a Verónica al comprobar que era su amigo Eduardo, que venía corriendo hacía ellos! Eduardo les contó que todos sus amigos habían desaparecido y, por desgracia para ellos, sabían que eran los siguientes en desaparecer. Corrían por todo el colegio para escapar de las personas que habían capturado a sus amigos, pero al llegar al comedor Verónica se dio cuenta de que allí estaban sus amigos, atados de manos y

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de pies, con vendas en los ojos para que no pudieran ver dónde estaban y con trapos en la boca para que no pudieran hablar. Rápidamente, Billy, Verónica y Eduardo desataron a sus amigos y les ayudaron a escapar de allí, pero antes de que pudieran salir del comedor las personas que los habían capturado estaban con ellos y no podían escapar. Se quitaron las máscaras que llevaban para que los niños vieran quiénes habían sido y, ¡sorpresa!, no te lo podrás creer: eran los padres de los niños, que habían capturado a sus propios hijos para matarlos.

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Encerrado en el presente Miguel Llop Benito (4ºB ESO)

No me sentía realmente en peligro hasta que vi que parecía todo normal. Todo eran cosas buenas, la gente actuaba con normalidad como si nada estuviera pasando, parecía el único que se daba cuenta de lo que estaba ocurriendo. La gente estaba demasiado confiada y eso me asustaba. Nadie, excepto yo y mi grupo, sabía cómo era la vida ahí fuera, siempre habían estado protegidos detrás de esos muros de chapa de hierro. Nunca se habían enfrentado a ningún ataque ni tampoco habían sido instruidos para defenderse en el caso de que se diera la situación. Pasaba más miedo dentro que fuera. Llegó el día de la salida como todos los meses. Nuestra única misión era llegar al distrito seis, a la parte inexplorada para ser más exactos, y buscar recursos y suministros. Todos esperábamos que fuera una salida como tantas otras que ya habíamos hecho, sin embargo nada fue como lo planeado. Llegamos al distrito cuatro (uno de los distritos ya explorados que había que atravesar para llegar al seis) y el terror inundó nuestras almas. Todos los puestos de control, zonas seguras y estructuras habían sido destrozados, todos habían muerto excepto los encargados del almacén en La Torre, que habían estado atrincherados desde lo ocurrido. Las calles estaban inundadas de activos en primera fase, algunos en segunda e incluso en tercera. Era un suicidio intentar atravesar esa zona por mucho armamento que tuviéramos. Obviamente todos nos hacíamos a la idea de que en esta salida no iba a ser posible llegar al distrito seis por culpa de lo sucedido. Primero teníamos que salvar a los supervivientes del almacén y 199


llevarlos a casa. Tendríamos que atrasar lo del distrito seis, aparte de que habría que limpiar también el cuatro. Eran las 18:40 y en poco tiempo iba a empezar a anochecer. Teníamos que actuar rápido. Brad propuso entrar por la avenida 59, ya que se encontraba en la periferia y no nos iba a dar muchos problemas para entrar. Y así lo hicimos. Brad, Anaïs y yo entramos en el almacén por la parte trasera después de limpiar la zona, mientras Jorge y Richard se quedaban fuera para vigilarla y mantener a raya a los activos que se iban acercando. Entramos y lo primero que vimos fue a tres en segunda fase de infección cebándose con un cuerpo muy reciente, no tardaron más de dos segundos en darse cuenta de nuestra presencia y en atacarnos debido al ruido que habíamos hecho al forzar la entrada. Los activos en fase dos son de los activos más peligrosos pero fáciles de esquivar, basta con no hacer ruido, ya que se guían por el oído debido a que la infección lleva tanto tiempo apropiándose de su cuerpo que ha afectado a la capacidad de la vista y se encuentran en un estado de ceguera. Eso sí, tienen un oído escalofriantemente potente y al más mínimo ruido ya salen a por ti; en cambio, los de primera fase son los infectados más recientes y a la vez más estúpidos y débiles, aunque conservan todas sus capacidades. Los de tercera fase son unos monstruos humanoides recubiertos de una espesa armadura de hongos debido a que al pasar tres años desde que el huésped fue infectado, el parásito empieza a hacerse visible y sale al exterior destrozando por completo cualquier parecido con el humano que era antes. Conseguimos eliminar sin problema a los tres activos de un tiro cada uno. Ingenuos de nosotros, ya que no eran los únicos que había en el interior del edificio. Un rebaño entero de ellos bajó del segundo piso y nos empezaron a acorralar, estábamos todos muy nerviosos, éramos muy pocos para semejante horda. Nos escondimos en unas oficinas un poco lejos de la salida, ya que esta se encontraba bloqueada por la inmensa masa de carne muerta que nos estaba acorralando. Anaïs intentó comunicarse 200


con Jorge por medio del walkie pero la antena había sido dañada en el ataque por varios agarres. Estábamos en estado de shock, nos encontrábamos los tres encerrados en una oficina de unos quince metros cuadrados esperando a que el destino derrumbara la puerta y muriéramos ahogados entre disparos y gritos. La puerta estaba a punto de ceder y se me ocurrió encerrarme en uno de los armarios que había dentro. Brad intentó sacarme para ocupar mi sitio y así tener una mínima posibilidad de sobrevivir. Me abrió la puerta, pero yo le di una patada en la rodilla, desafortunadamente se la disloqué, no quería llegar a tal punto. Brad se encontraba en el suelo gritando de dolor mientras Anaïs, agachada, lloraba debajo de la mesa y seguía probando el walkie. Cerré, cerré la puerta con una angustia que me recorría por todo el cuerpo. Cerré los ojos y ahora todo dependía de mi oído. Escuché la puerta derribarse, un conjunto de gritos que se acercaban a nosotros, no pasó mucho hasta que escuché a Brad y Anaïs morir descuartizados por miles de manos inertes que abrían sus tripas con el único fin de alimentarse hasta de los huesos de ellos. No sé qué hacer, no puedo hacer nada, me encuentro encerrado en este armario de oficina esperando mi muerte, retrasando lo inevitable. Cada hora que pasa son días aquí dentro. Hace unas horas escuché a los demás que habían entrado a buscarnos pero no podía llamarles, no puedo hacer ningún ruido, ya que desvelaría mi escondite y sería el final. Mi salvación había pasado por delante de mí y no podía hacer nada, como si a un niño le quitas el caramelo de la boca. Sé que estos son mis últimos momentos, pasarán los días, no tengo agua ni comida y los activos no se mueven a menos que escuchen o vean algo que les llame la atención. El grupo de la base central es imposible que sospeche nada de lo que ha pasado, ya que el viaje hasta el distrito seis es de más o 201


menos una semana, y dudo mucho que llegue a estar vivo para entonces cuando vean que aún no se han recibido noticias de nosotros. Voy a parar de escribir, dejaré esta nota encima de mi cadáver para que se sepa mi historia y que mis compañeros, si llegan a encontrarme, puedan saber lo que pasó. Hola, me llamo Tom y ya estoy muerto. Buenas noches y buena suerte.

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La casa de Emir Enrique Martínez Fenoll (4ºB ESO)

Basado en la saga Geralt de Rivia

Era una noche oscura y fría en Velen, Geralt estaba paseando montado en su caballo Sardinilla cuando se encontró un tablón donde había varios contratos para cacerías de monstruos. Una que sorprendió a Geralt decía que en casa de un granjero llamado Emir estaban pasando cosas paranormales, Geralt cogió el contrato y fue en dirección a la casa de Emir. Cuando llegó vio que el dueño estaba en la puerta sentado en un banco: —Vengo por el contrato —dijo Geralt sacándolo del jubón. —Sí, lo intuía, eres un brujo, los brujos cazan monstruos a sueldo —dijo Emir con cara de preocupado. —¿Desde cuándo llevas así? —Desde hace dos semanas —dijo Emir. —¿Qué ocurre dentro de la casa? —Dijo Geralt sacando una agenda de sus bolsillos. —Bueno, ¿por dónde empiezo? Primero notaba una presencia muy extraña, como si de un fantasma se tratase; luego empecé a oír voces por toda la casa; posteriormente los cuadros y fotos empezaron a arder y, por último, por la noche oía pisadas en el ático, pero nunca me atreví a subir e investigar —dijo Emir mientras Geralt lo apuntaba todo. —Bueno, podría tratarse de una aparición, vamos a entrar — dijo Geralt cerrando la agenda. —Vale —dijo Emir asustado.

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Geralt abrió la puerta y de repente salió una brisa acompañada de un susurro terrorífico. Emir y Geralt se quedaron pasmados mirando hacia el pasillo que desembocaba en la entrada. Geralt sacó un frasco de color blanco con un líquido plateado y una especie de bombas caseras. —¿Para qué necesitas eso? —Dijo Emir muy asustado. —Este frasco con el líquido plateado es para crear una trampa alrededor de la aparición y las bombas en caso de que la trampa falle; también tengo la espada de plata, que impregnaré con un aceite especial para la criatura. —¿Pretende pelear con la criatura? —Dijo Emir sorprendido. —¿Cómo quieres, si no, que acabe con una aparición? —Por cierto, ¿qué es una aparición? —Dijo Emir cambiando de tema. —Las apariciones son criaturas que salen de los túmulos por sí solas, son criaturas inertes que buscan absorber el miedo y el alma de los humanos, dichas criaturas antaño eran magos que juagaban con la magia oscura y murieron condenados a ser esas cosas. —Maldición —dijo Emir preocupado. —Vale, ya he impregnado la espada con el aceite, vamos a cazar a ese monstruo. Geralt y Emir se dispusieron a entrar hacia el salón de la casa, allí vieron la palabra FUERA escrita con sangre en la pared. Emir, asustado, se puso detrás de Geralt. —Vamos a seguir —dijo Geralt muy dispuesto. Geralt y Emir se dirigieron al ático, donde Emir escuchaba los pasos; al llegar vieron un montón de sangre por toda la habitación y una especie de criatura dentro de un baúl. Geralt se dispuso a abrirlo pero, antes de que Geralt lo alcanzase para abrir, el monstruo salió por sí solo, Geralt desenvainó la espada de plata y logró darle un golpe certero en la zona del pecho, dejándole una herida. Emir, asustado, salió corriendo hacia la salida, dejando al mons204


truo y al brujo a solas. El monstruo corrió hacia Geralt y le atacó, provocándole una herida en el pecho, pero Geralt se precipitó esquivando un segundo ataque y consiguió herir a la criatura en la pierna, provocándole una leve cojera. Geralt cogió el frasco y lo tiró al suelo formando un aro de poder lila. La criatura, muy lista, decidió esquivar el círculo pero Geralt rápidamente cogió la bomba y se la arrojó al monstruo directamente, y explotó, lo que hizo al monstruo retroceder hacia la trampa, dejándole paralizado durante un motón de tiempo. Geralt se relajó y envainó la espada, se puso de rodillas frente al monstruo y pronunció unas palabras en lenguaje oscuro. Cuando terminó, el monstruo soltó un grito escalofriante y desapreció hecho cenizas. Geralt, decepcionado, salió de la casa y habló con Emir. —Tú eres un maldito cobarde —dijo Geralt frunciendo el ceño—, nada más que por eso me tienes que pagar mil coronas. Emir le dio las mil coronas, un poco triste, pero eso a Geralt no le importaba. —¿Y qué vas hacer ahora? —Dijo Emir como si estuviese preocupado por Geralt. —Yo, yo iré hacia donde me depare el destino —dijo Geralt dirigiéndose hacia Sardinilla.

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Señor X Daniel Rodríguez García (3ºA ESO)

Realmente no sé cómo he acabado aquí. Todo empezó hace menos de doce horas, con una invitación que me llegó a casa para pasar un fin de semana firmada por Sr. X. Pero yo ya tenía mis planes, era la primera vez que íbamos a estar los dos a solas, mi pareja y yo. La alegría dura poco en casa del pobre. Mi exmarido, Jacobo, descubrió que mi actual pareja vive con otra mujer mientras yo los escuchaba. Así que decidí aceptar la invitación, y alguien más me acompaño, Martin, mi compañero de trabajo. Ya en la casa conocimos a los demás invitados: Francisco, un médico; Yolanda, una escritora; Nicolás, un policía; Vera, una heredera del patrimonio de sus padres; Elisa, una adivinadora; Guillermo, un detective, al igual que yo; Javier, un informático; y Alberto, un periodista. A las tres estábamos todos comiendo en el comedor cuando, de repente, un gramófono que estaba en la sala empezó a sonar: —Os agradezco de todo corazón que hayáis aceptado la invitación. Aunque no lo creáis, todos tenéis algo en común. Tomad esto como si fuera un juego, estáis en una mansión, incomunicada en un radio de cuarenta kilómetros y os separa una valla electrificada. Solo hay una regla en este juego: resolver por qué estáis aquí. Y fue ahí cuando la cosa se torció. Encontramos a Alberto degollado en su cama, cuando de repente sonaron nueve campanadas de un reloj antiguo de la casa. Fue ahí cuando pensé que lo único que podíamos hacer era encontrar a nuestro anfitrión. Y es-

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tuvimos muy cerca de atraparle. Guillermo estuvo muy cerca de desenmascarar al Señor X, pero cuando estaba a punto de decirlo se fue la luz, y se escuchó un disparo traspasar una ventana, sonaron de nuevo las campanadas, esta vez ocho. Cuando volvió la luz Guillermo estaba tendido en el suelo con la marca de una bala en la frente. El Señor X nos estaba vigilando. Entonces descubrí que el asesino era uno de nosotros, porque los cristales de la ventana por la que paso la bala no estaban dentro sino fuera de la casa, o sea, que la persona que disparó estaba en la sala. Martin y yo fuimos a la librería, el último sitio donde estuvo Guillermo. Nos pusimos a buscar algo extraño, fuera de lo común. Encontramos unos libros de misterio en la estantería de libros de ciencia. ¡En sus portadas aparecían imágenes exactamente iguales que las muertes de Guillermo y Alberto! Esa noche dormimos todos juntos para no estar separados. Por la mañana sonó una explosión en el comedor, todos fuimos rápidamente, era un casete en un estante que la había reproducido, sonaron de nuevo campanadas, esta vez siete, ¡el Señor X nos estaba distrayendo! Faltaba alguien. ¡Elisa! Fuimos hacia su habitación y allí estaba, tumbada en la cama con el cuello acuchillado. Cuando volvimos descubrí que había un único teléfono en la casa, aunque era muy antiguo. Le pedí a Javier que si podía hacerlo funcionar, dijo que lo intentaría. Entonces fuimos a la habitación de Elisa para que nadie nos molestara. Martín entró y preguntó por Vera, pero yo le dije que estaba con él, entonces salió a buscarla rápidamente. A los segundos sonaron seis campanadas, se escucharon dos disparos en el pasillo. Salimos y vimos a Vera en el suelo sentada con el hombro sangrando, dijo que solo vio el cañón de una pistola salir por una puerta. Martín estaba al final del pasillo, fuimos corriendo hacia él, estaba vivo, lo llevamos hacia el salón para curarle.

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De nuevo sonaron seis campanadas, ¡dejamos solo a Javier! Le habían golpeado la cabeza con un trofeo. Cada vez me sentía más impotente… Martín y yo fuimos a ver si Javier había podido arreglar el teléfono, ¡y sí! Llamamos a Jacobo y le conté que estábamos en una mansión pero no podíamos sal… Alguien cortó la línea. Supuse que Jacobo había localizado la llamada. En la librería encontré unos documentos de un asesinato y las fotos que aparecían en él coincidían con el asesinato de Javier. Reuní a todos los integrantes de la casa que quedaban y les dije que ya había resuelto el crimen de una persona que todos conocían y la asesina era Yolanda. Ella dijo que tendría que demostrarlo. Nicolás se levantó del sillón en el que estaba sentado y dijo que no había tiempo para eso, sacó una pistola, ¡mi pistola! Apuntándonos a todos preguntó quién era el Señor X, pero todos tenían coartada, mientras yo intentaba tranquilizarlo, hasta que Jacobo y el cuerpo de policías entraron en la casa y le dispararon en la mano. Cuando ya estaban todos preparados para irse, Jacobo y yo les dijimos que se había encontrado un teléfono con un único número registrado como X, entonces solo teníamos que marcar y a quien le sonara el móvil sería el Señor X. Marqué y sonó un teléfono, el de Yolanda. Una policía le abrió la maleta y se veían documentos y fotos de todos los invitados junto a una pistola. —¡Todo eso no es mío, es una trampa! —Exclamó Yolanda. —Usted quería ser descubierta, y forrarse con el libro que va a escribir —afirmó Jacobo. —Contrataré a los mejores abogados, no probarán nada — afirmó Yolanda. Se la llevaron arrestada. Al día siguiente en la comisaría…

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Martín había llamado a Vera. Cuando vino, le dijo que le esperara en una sala, donde también entramos Jacobo y yo. Le dijimos que le habíamos descubierto, que ella había organizado todo, porque cuando era pequeña encarcelaron a su padre inocente, que se suicidó. Los invitados eran familiares de los responsables de hacer que lo encarcelaran, por lo tanto ella era el Señor X, y esa, su forma de vengarse. Y hasta aquí mi fin de semana.

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Georgie y el Halloween terrorífico Carlos Jesús Calle Rodríguez (4ºA ESO)

Georgie era un niño totalmente normal, él tenía quince años, tenía el pelo negro, los ojos marrones oscuros y los labios gruesos. Él vivía en Murcia, una ciudad de España. Vivía con sus padres, los cuales se llamaban María y Pedro, y ellos también eran unas personas totalmente normales. Georgie iba a 4º de la ESO, era un chico normal, con sus amigos se divertía mucho y lo pasaban realmente bien. Él tenía cuatro amigos, uno de ellos se llamaba Ricardo, y los otros eran Roberto, Abraham y Fernando. Se llevaban realmente bien y se ayudaban los unos a los otros. Pero ellos tenían una peculiaridad, y era que les gustaba todo el tema del terror, visitaban sitios abandonados, veían películas de terror, y creían en todo el tema de espíritus, fantasmas, payasos asesinos, etc. Ya se iba acercando el 31 de octubre, es decir, Halloween, el día de todos los santos, ellos estaban muy ilusionados porque iban a poder disfrutar de su día favorito. Ellos iban a quedar, pero no tenían muy claro lo que querían hacer, Georgie decía que los amigos se quedaran en su casa y vieran una maratón de películas de terror, pero Abraham decía de ir pasando por las casas pidiendo caramelos y diciendo truco o trato. Ya era el día, ya era Halloween, al final decidieron ir pasando por las casas y pedir caramelos disfrazados.

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Decidieron salir, todo parecía normal, iban por las casas disfrazados de fantasmas y vampiros, tan alegremente pidiendo caramelos, pero la cosa se torció de repente… Empezaron a notar como si algo les estuviera siguiendo, notaban una presencia muy rara, ellos estaban cada vez más asustados, hasta que pasó lo peor que les podría haber pasado… Se metieron a un callejón a intentar esconderse, pero una cosa enorme, como de tres metros de altura, maquillado y con dientes grandes y puntiagudos se dirigía hacia ellos. ¡Era un payaso asesino! Este llevaba un cuchillo con sangre… Los amigos empezaron a gritar y a huir pero desgraciadamente el callejón era sin salida… El payaso se acercó a ellos lentamente, los amigos estaban tremendamente aterrorizados… Y el payaso le clavó un cuchillo a cada uno de ellos. Lastimosamente todos murieron en su día favorito.

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Hospital sangriento Irene Sánchez Arana (4ºA ESO)

A principios de octubre del año 1940 se abrió en el centro de Murcia el primer hospital, ya que había tantos heridos por la guerra que los demás hospitales estaban siempre llenos y no podían atender a los centenares de heridos que llegaban todos los días. Especialistas de toda España acudieron para ayudar, porque cualquier ayuda era necesaria en esa época. El día de la apertura ya incluso se habían quedado sin recursos suficientes de todos los heridos que llegaron, algunos con balazos, otros a punto de morir y sin embargo otros con solamente unas heridas leves. Poco después se habilitaron varias ambulancias, aunque más que ambulancias eran sólo unas camionetas sin nada de material sanitario dentro, que solo servían para transportar a los heridos más graves rápidamente al hospital. Las camas del hospital estaban todas juntas y siempre ocupadas, con el riesgo de poder coger alguna enfermedad contagiosa en cualquier momento. Poco a poco conforme pasaba el tiempo iban quedando cada vez más camas libres y menos enfermos, lo que era un suceso extraño, ya que las guerras seguían en todo su apogeo. Por las noches los enfermos que estaban ingresados desaparecían, pero no se les daba demasiada importancia porque debido a las enfermedades contagiosas o la guerra moría muchísima gente. A la vez veían síntomas raros en los pacientes ingresados: cambio de color de piel, marcas raras...

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La noche del 31 a las 12 horas todos se empezaron a convertir poco a poco en zombis y a levantarse de las camas y destrozar todo lo que veían a su paso. Los médicos crearon el pánico en el hospital y empezaron a buscar refugio donde esconderse, ya que estaba todo cerrado con llave; para no ser contagiados cogieron material sanitario como bisturíes o agujas para defenderse. Pero al final los zombis los pillaron porque olían a carne fresca, así que les mordieron muy violentamente y no se pudieron defender, y a continuación consiguieron romper puertas y ventanas del hospital para escapar y contagiar a más personas en la calle, cosa que les fue muy difícil porque al estar en tiempos de guerra la ciudad estaba muy preparada con armas y material peligroso, por lo que rápidamente consiguieron extinguir a todos los zombis. El hospital quedó en ruinas y abandonado por miedo de la gente a acercarse y ser contagiada de nuevo por los restos de allí. Actualmente, este acontecimiento se suele recordar el día 31 de octubre, llamada noche de los muertos vivientes por dicha historia.


¿Terror? José Luis Fuster Reche (2º Bachillerato)

¿Terror? ¿Qué os voy a contar del terror? ¿La historia de un payaso asesino que acecha a los niños? ¿La de un alma errante con un pasado muy turbio en busca de venganza? O casi mejor: ¿La del asesino en serie que mutila y desperdiga las tripas de sus víctimas? En realidad, hay un momento en que ni siquiera todo aquello que creías temer pesa más que un suspiro, harto de todos esos intentos inútiles por transmitir ese oscuro y amargo sentimiento. Cuando pasas de estar envuelto en el terror a sentirlo vibrar dentro de ti es cuando la noción del miedo se distorsiona. Ese momento en que la voz del mal y el dolor no te enseñan la cara, no te miran de frente, sino que solo eres capaz de verlos al mirarte al espejo. Te miras y ya no estás tú ahí. Hay otra cosa. Algo que por alguna razón te resulta familiar. Algo que debería preocuparte, pero ya no lo hace. Mirarse fijamente y ver vacío, como un pozo oscuro donde gritas y gritas, y no oyes nada. Solo tu eco sin respuesta. Más adelante, empiezas a darte cuenta de la gravedad de la situación. Estabas gritando porque sabes que el que hay dentro eres tú, y repites lo mismo porque ya ni tan solo el hecho de saber que estás atrapado te da ánimos a intentar subir por los ladrillos del pozo. Treparlos te rompería las uñas, te desgarraría la piel de los brazos y las manos. No tiene sentido llenar esas paredes de sangre, hasta que al fin lo haces. Lo haces y te das cuenta de que pintas recuerdos, trazas líneas sobre la suciedad de esa prisión, y te percatas de cómo todo está teñido de sangre, porque es lo único que aprecias ante ti, y es lo único real. 214


—La sangre existe… qué raro… si yo le tenía miedo hace tiempo… —De nada. ¿Quién eres? —Ufff… cómo explicarlo. Soy tu verdadero tú, esa cara que no muestras a nadie, que estaba escondida, pero me has llamado y aquí estoy. Dispuesto a ayudar. —¿A ayudar a qué? ¿De qué hablas? Eres un embaucador. Yo soy yo y nadie más. —Te equivocas, pequeño. Voy a mostrarte algo. Tras cerrar los ojos te das cuenta de que el tiempo y el espacio te otorgan el placer de ver un espectáculo terrorífico. Esas agujas clavándose en tu piel, esa llama deshaciendo tu carne, ese líquido carmesí que brota de tus orificios y salpica en el suelo. Esa oscuridad que está a tu alrededor, que ya no es temida por lo que hay detrás, sino por lo que la observa con ojos desquiciados inyectados en sangre. Pero no estás incorporado. Más bien en un trance relativo, difícil de definir. —Levántate. ¿Ves esa puerta de delante? Pasa y verás. —No. ¿Por qué me estás haciendo esto? —Tú te lo has hecho. Es un mecanismo de defensa. Toda mente tiene un límite, y tú lo has roto, así que solo puedes seguir o retrasar lo inevitable. —Vale, entraré… Espera, es una habitación. Hay un chaval durmiendo. —Oyes sus ronquidos, ese sucio aire que exhala de su boca no hace más que ensuciar el mundo. Tienes que matarle. Extirpa uno de los muchos tumores que consumen el mundo. —¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Cómo voy a matarle? Ni siquiera sé quién es. —Tienes los ojos cerrados. Ábrelos de una vez. —No puede ser. ¿Por qué estoy haciendo esto? —Le has reconocido, ¿verdad? Le odias. Desde el primer momento en que osó mirarte a los ojos has sabido que sería tan grato


matarle que no querrías rechazar una oferta así por nada del mundo. Es más, puedo recordarte tus fantasías. Cuando pasabas por detrás de él, tenías la tentación de atravesarle el cuello con ese compás tan afilado. Querías abrirle un suculento agujero en el cuello y regocijarte en el río de sangre que ensucia las páginas de tu blog de notas. También has soñado con pelearte con él. Sabes que si realmente quisieras, podrías aplastarle la cabeza contra el suelo. Deformar su aberrante y hediondo rostro para que nadie más vuelva a mirarle de la misma forma, y vea su verdadera naturaleza, la de un monstruo. —… —Ese silencio me gusta. Empiezas a entenderlo. Ya no eres el mismo pringao de antes. Has trascendido. Estás por encima, y eres la persona perfecta para iniciar esa purga. Ha sido por ellos que he terminado aquí, y es por ello que vas a obtener tu venganza. Coge esa navaja, la de su mesita de noche, y empieza a jugar con su cuerpo. Es un lienzo, y tú tienes el pincel entre tus dedos. Deja que tu vena artística haga de este inmundo despojo una bella obra de arte. No sé si habéis estado en una matanza. Si habéis oído algún animal gruñir desconsolado mientras los carniceros lo despiezan. Fue tan agradable… tan gratificante… cada grito, cada gesto de resistencia, cada súplica… La navaja con la que siempre había jugueteando abriéndose paso entre la carne de su propio dueño. Él sintió terror. Sin lugar a dudas. Terror cobarde, porque hasta quien merece el dolor y la muerte la teme. # —Maldición… ¿por qué mi boca saliva? —Creo que le has pillado el gusto a esto de purgar. Al fin tu triste existencia tiene algún valor. Solo tienes que seguir. —¿Qué debo hacer ahora? —Tenemos el control de tu mente, de modo que voy a volver a ahorrarte el trabajo sucio de ir hasta el objetivo. Solo tienes que cerrar los ojos. 216


Así lo hizo. Y volvió a envolverse en la misma oscuridad. Una infinidad de veces. Las víctimas eran infinitas, y cada una de ellas era eliminada de un modo más sanguinario. Pero hubo una que abrió un boquete en el espesa y sólida pirámide de justicia, sobre la que se posaba como el eje del bien, donde se sentaba en su trono de subjetividad y se acomodaba como señor de la justicia autoproclamada. Se posó ante sus ojos la silueta de una camilla, con muchas luces leves alrededor. Había un sonido paulatino, continuo e irritante. Un pitido que no dejaba fluir bien sus movimientos. Sus ojos estaban acostumbrados a la oscuridad, pero no a la luz, hasta que pudo apreciar al fin que los números emanaban de máquinas dispuestas alrededor de la camilla, con numerosas cifras y gráficos que describen parábolas inestables. —Céntrate. Recuerda que tienes una misión. Había nerviosismo en su voz. En la voz del demonio. ¿Qué ocurría? En realidad no importaba ya. No dependía de él en absoluto. Desenvainó el arma que llevaba consigo, una óptima para poder hacer su labor de un modo impecable o desastroso. Se acercó a la camilla, y cuando el filo estaba a punto de tocar el cuello de la víctima, se detuvo en seco, cortando de manera sutil y accidental un mechón de pelo. —¿Qué haces? —Es una niña. ¿Qué puede haber de impuro en un niño? —Qué puede haber de puro en el sufrimiento. Ese esperpento es un error. No debería existir, ni tan solo haber nacido. Fue un error querer salvarla, y mírala. Ahí está, sufriendo por el error de quienes le negaron la libertad. —Te equivocas en algo. Si hay algo más puro que la inocencia es el sufrimiento. Mira su cuerpo, lleno de cicatrices. Lleno de intentos por otorgarle un derecho. Por obsequiarle con una prolongación o mejora leve de su vida. ¿Qué ves de impuro? Veo una superviviente. Veo una muestra del contraste entre todo lo que hemos estado haciendo hasta ahora, otro caso. No seremos nosotros quienes hagamos esto.


—No me puedo creer que seas más retorcido que un demonio. ¿En serio vas a permitir que siga sufriendo, que su martirio sea una noche más extenso? —¿Sabes una cosa? Me acabas de convencer de algo que debí haber hecho hace mucho tiempo. Hemos hecho pagar el precio de la libertad a muchos que no lo merecían. A muchos que deberían haber permanecido en este infierno. Lo has hecho para purgar el mundo del mal, pero esto cada vez carece más de sentido. Siempre me pides que cierre los ojos. Ahora yo te obligo a abrirlos. Como si volviéramos atrás en el tiempo, o se pasaran al reverso las páginas de un libro, o se rebobinara una película, volvieron por un momento al punto inicial. El psicópata ante su reflejo en un espejo. —Dime lo que ves. —Te veo a ti. Nos veo a nosotros. —Te equivocas. Desde hace tiempo, el de ahí delante no soy yo. Es una marioneta. Es tu marioneta, y me he cansado de que un titiritero me sople en la oreja todo lo que tengo que hacer. Voy a cortar los hilos. —No puedes. Formo parte de ti. Ni aunque quisieras podrías impedir que te acompañara. Desde que el mundo te hizo aquello, ya no eres tú, sino un tú superior, unido a la fuerza que desencadenaron en ti. Mira tu mano derecha, esa con la que empuñas las herramientas. ¿Realmente te crees capaz de detenerla? ¿Crees que acaso tienes algún control sobre esto? ¿Crees que aún estás a tiempo de expulsarme? —Lo he decidido ya. Yo te he creado, y yo te voy a arrancar de mi aquí y ahora. El filo se alzó, mostrando su reflejo a través del espejo, que acto seguido se tiñó de rojo. Su brazo derecho se desprendió del cuerpo y cayó a plomo, empapando el suelo y moviéndose con espasmos irregulares, como un gusano revolviéndose en el lodo.

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—¿Crees que basta con eso para matarme? Aunque esté en tu hemisferio izquierdo del cerebro, cortarte un brazo no va a hacer que desaparezca. —Tienes razón. Los problemas hay que eliminarlos desde la raíz. Ojalá nunca te hubiera conocido. Y, con una sonrisa de liberación en la cara, llenó los pocos huecos del espejo que seguían limpios. # ¿Es esta la historia que buscáis? El despertador acaba de sonar y es hora de levantarse, porque después de cada noche movida y llena de pesadillas hay un amanecer cálido donde los pájaros cantan y el viento silba entre las hojas de los árboles, pero hay veces que no puede ser así. Hoy ha sonado un graznido estridente. No suele haber cuervos por la zona, pero puede haber alguna sabandija muerta. Alguna rata o conejillo que los haya atraído. Al levantarme estaba pegado a las sabanas. Después de tanta pesadilla le puede pasar a cualquiera, ¿no? Despertar empapado en el sudor del agobio de una noche intensa. En fin, la gracia viene cuando tras encender la luz ves en un golpe de imagen todas esas dudas y paranoias concluir en un punto. Ante el espejo no estás tú. Era el asesino de tu pesadilla. Todo ha sido real, pero sin dejar de ser mentira. Terrorífico, ¿no crees? Para qué voy a mentiros. No tengo ni la más remota idea de qué entendéis los lectores por miedo. Por cierto, ¿quién era el narrador? ¿La carcasa del trastornado o su personalidad profunda? ¿Quién lo ha escrito? ¿La mente consciente o la inconsciente? Empiezo a cansarme de esto. No tiene sentido. Intentáis entender algo que ni yo mismo capaz de entender. El terror es tan remoto y abstracto…, es tan personal y tan ajeno… Si realmente tuvieras algún interés en el terror más allá de entretenerte con una historia espeluznante, te habrías percatado de que ni la más turbia de las obras de Lovecraft puede compararse a la realidad. Odio admitir que la realidad supere a la ficción, pero la última vez que recuerdo haber


temido algo era al mañana. Un mañana dudoso, incierto. Un mañana donde los pilares que sostienen los cimientos de tu cordura pueden agrietarse hasta reducirse a meros retazos de recuerdos rotos y una ligera esencia de terror. No lo entendéis, ¿verdad? No os lo deseo en absoluto. Solo espero haber escrito lo suficiente como para que este caótico e incoherente texto sea válido. Seguiría escribiendo sobre ese esquizofrénico de arriba, pero hace ya tiempo que dejé atrás esa psicosis, y tampoco debería retomarla para hacer un relato realista de mi punto de vista sobre el miedo. Hay ciertas historias que quizás por miedo no se narran. Para no traer al ahora ese ayer que tanto es temido. La verdad, hace un rato que podría haber parado de escribir, pero mis dedos siguen percutiendo las teclas del teclado redundantemente. ¿Tendré miedo a parar de escribir sobre el miedo y enfrentarme al aterrador examen de la semana que viene? Creo que casi mejor lo voy a dejar ya y voy a dormir antes de que se me vuelva a contagiar la psicosis de la que tanto miedo tengo cuando escribo sobre el miedo. Joder, estoy empezando ya a delirar y todo. Vaya desastre de relato. Miedo me da cuando el profe lea este pedazo de chapuza...

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