4 minute read

Una noche de festival, por José Antonio Tomás Pineda

1.º Bachillerato

Era un día soleado, un mañana que hace que quieras sonreír al mundo, incluso podría atreverme a decir que era uno de los mejores momentos de mi vida, era el día de la cosecha, algo que raramente ocurre donde vivo, pues la tierra aquí escasea y la que hay no es precisamente fértil. Dejando esto de lado, era un día normal, como cualquier otro, tampoco tenía nada de especial, excepto por un pequeño detalle: este sería el día de mi muerte. Sí, lo sé, vaya manera de empezar un relato, pero ¿qué le puedo hacer? Es decir, tampoco es como si pudiera cambiarlo. Una vez dicho esto, podemos continuar por donde lo dejamos previamente.

Advertisement

Un día tranquilo, sin duda; esa mañana solo se veían por las calles festejos y celebraciones, no era exactamente raro ver a familia, vecinos y amigos bebiéndose unas copas en el bar de la esquina del pueblo, después de todo era un gran día, y a todo esto yo estaba caminando por los campos, viendo si podía robarle a alguien algunos de los frutos de su labor, porque, eh, yo no soy exactamente trigo limpio, como dicen por ahí. Después de robar unas cuantas hortalizas para no pasar hambre en el invierno: ahí es cuando sentí algo dentro de mí, un reflejo instintivo desde lo más profundo de mi ser, notaba como si unos ojos me miraran el alma y me la arrancaran de cuajo y al mismo tiempo me susurraran la inminente muerte que iba a tener a sus manos. Salí corriendo de ahí lo más rápido posible, me daba igual lo que dejase atrás en ese momento, solo me importaba

26

huir, huir inmediatamente antes de que me pudiese pasar algo de lo que me quisiera arrepentir.

Cuando por fin conseguí dejar de sentir ese malestar en el fondo del pecho, me encerré en mi casa durante todo el día, no quería que ningún alma me viera, temiendo que esa sensación volviese a aparecer, pues puede que solo haya sido mi mente pasándome una mala jugada,pero prefería huir antes de haberme arrepentido sufriendo una muerte innecesaria. Cayó la noche y en lo único en lo que podía pensar era en el hambre que tenía, me había pasado todo el día en casa y, como no había recogido las hortalizas de mi huerto, no tenía provisiones ni las fuerzas necesarias para recoger mis cultivos, y caída esta hora de la noche, ya deberían de estar todos durmiendo. El hambre se estaba apoderando de mi ser y ahí es cuando recordé las frutas y hortalizas que tiré cuando huía de aquella sensación. En un impulso desesperado, salí de mi casa a buscar esa fuente de energía que necesitaba en ese momento.

Por fin llegué al lugar donde dejé la comida, sin embargo, había desaparecido, hice todo este esfuerzo para acabar con las manos vacías, mi desesperación aumentaba por momentos y ahí es cuando sentí la peor sensación que había podido sentir, unos ojos en mi nuca; sin embargo, en esta oscuridad no se veía nada, así que intenté calmarme respirando, empecé a contar hacia cien para poder relajarme y, sin embargo, mi corazón empezaba a acelerarse, veía cosas en la oscuridad, ya no sabía si eran verdad o alucinaciones, solo quería salir de ahí, solo quería correr, y así hice: corrí todo lo rápido que pude, corrí todo lo rápido que mis piernas me permitían y, aun así, sentía ojos acechándome en la oscuridad, acompañados de pisadas, cada vez iban más rápido, no podía seguirles el ritmo y ahí es cuando me di cuenta de algo, no podía huir, no podía escapar, mis energías se agotaban, mis

27

piernas desfallecían y mi cuerpo dolía a cada zancada que pegaba y, sin embargo, las rápidas pisadas de mis perseguidores estaban pisándome los talones.En un último esfuerzo, di un salto hacia delante, esperando encontrar aunque fuera una solo casa que me pudiera proteger y, aun así, solo era un salto de unos cuantos metros de una persona desesperada y sin energías. Cuando por fin me volteé hacia la cara de la muerte, unos colmillos del tamaño de mi cabeza se me clavaron en el cuello, solté un grito ahogado desde lo más profundo de mi ser y este fue enterrado en un mar de gruñidos y mordiscos, notaba todos esos dientes atravesando mis tripas, sacando mis intestinos de la manera más brutal posible, sangre inundando las bocas de mis agresores. Después de ese momento de sufrimiento que parecía durar siglos, mi consciencia por fin se desvanecía, pero en vez de apenarme, sentí un extraño alivio de que la tortura por fin acabara, y, entonces, mordieron mi cabeza, destrozando mi cráneo e hiriendo la poca conciencia que aún me quedaba. Había muerto a manos de unos lobos cualesquiera que esperaban mi regreso por la noche, supongo que es un final adecuado para alguien como yo. Después de todo, una noche lúgubre y triste no era lugar para un conejo como yo.

28

This article is from: