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La pared, por Cristian Fernández Riquelme

1.º Bachillerato

Sucedió hace más de diez años, un frío viernes de invierno. El viento hacía resoplar con fuerza a los árboles del patio. En casa siempre solíamos acostarnos temprano, alrededor de las diez de la noche. Yo sentía algo de vergüenza, ya que mis amigos se reirían de mí por esa misma razón. Es por eso que, cada vez que hablaba con mis amigos, mentía sobre la hora de dormir.

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Desde hacía casi tres meses, siempre me quedaba con mi móvil hasta una o dos horas después de que mis padres me acostaran, hablando con mis amigos o jugando a cualquier juego.

A veces, mis padres se levantaban a por agua, o a por algo para picar, o simplemente para entraban al baño, y aunque eran dos o tres minutos, parecían interminables horas.

Por esto, tenía que apagar mi teléfono y fingir mi sueño hasta que mis padres volviesen a su habitación

Recuerdo a la perfección el juego que me tenía enganchado aquel día: Plantas contra zombis.

Seamos sinceros, ¿quién no ha jugado a este juego nunca?

Unas horas después de que mis padres me acostaran, logré completar el sexto mundo de unos doce que tendría el juego, y cada uno, con unos treinta niveles.

Estaba realmente feliz por esta increíble hazaña, ya que los interminables días jugando estaban dando resultado por el gran avance que estaba teniendo. Pero esa felicidad cesaría ligeramente tras lo sucedido minutos después.

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Escuché unos pasos provenientes de la escalera, por lo que apagué mi teléfono y fingí estar dormido.

Espera ―pensé en aquel momento― , no he escuchado a nadie bajar por las escaleras hacia la cocina, qué raro. No le di mucha importancia, ya que había estado bastante concentrado en el juego y podría no haberme percatado del sonido de los pasos al bajar la escalera.

Estas horas de juego que aprovechaba después de que mis padres se durmieran me ayudaron a desarrollar ese sexto sentido que tenemos algunos para reconocer los pasos de los integrantes de la casa y todos los sonidos que se producían en ella.

En esta ocasión, yo creí haber reconocido los pasos que subían las escaleras, o al menos eso pensaba yo. Los pasos eran algo bruscos, pero con un intento de ser tenues, aunque no lograron ser del todo silenciosos. Esos pasos eran parecidos a los que realizaba mi padre cuando iba a la cocina y volvía de regreso a la habitación.

A modo de acto reflejo tras escuchar aquellos pasos, puse en práctica todos los conocimientos que había desarrollado en los momentos en los que días anteriores había hecho lo mismo.

Dejar mi teléfono rápida pero cuidadosamente, sin hacer ruido. Girarme hacia el lado contrario de la puerta para que mis ojos no se abrieran en ningún momento y permanecer inmóvil, quieto, sin mover un sólo músculo, para poder retomar más tarde el juego.

Por el reflejo del ventanal de mi balcón podía observar la puerta sin que nadie se diese cuenta, por lo que, cada vez que se asomaba mi padre a la puerta durante unos segundos para saber si yo estaba dormido, entreabría los ojos para poder observar su silueta y saber cuándo podría retomar mi partida.

Tras unos interminables cinco segundos, mi padre volvió a su habitación.

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Qué alivio, pensé. Ya podía retomar de nuevo mi juego.

Cada vez que pasaba esto, siempre realizaba mis segundos de prevención. Segundos en los cuales me aseguraba de que mis padres no podían ver la luz que mi teléfono producía, ya que las habitaciones estaban a escasos pasos una de otra y era bastante fácil observar la luz entre ambas.

Uno, dos, tres, cuatro…

Cuando ya estaba preparado para volver a afrontar aquellos malditos zombis en mi jardín virtual, comencé a escuchar unos golpes secos que hicieron que todas esas ganas de volver al juego desaparecieran de repente.

Eran golpes secos y fuertes.

Al principio supuse que en realidad estarían haciendo cosas de adultos. Mis amigos me habían hablado sobre esos temas y yo, con una gran curiosidad de saber qué era realmente ese tema que no paraban de mencionar mis amigos en los recreos, decidí ir a ver a escondidas, ya que no habían cerrado la puerta y no haría apenas ruido.

Salí de mi cama y me aventuré por el pasillo para poder descubrir qué era lo que realmente estaba sucediendo. Agachado y pegado a la puerta de la habitación me asomé, con alguna esperanza de lograr ver algo para poder contárselo a mis compañeros en el recreo (con diez años era algo superemocionante, pero ahora todo resulta un acto juzgable).

Aquella imagen que vi al asomarme a la puerta fue todo lo contrario a lo que yo esperaba ver. Vi una sombra de un hombre grande, con un gran palo, el cual parecía ser un machete, golpeando a dos grandes almohadas que se ocultaban dentro de la cama. En ese momento, me quedé paralizado por unos instantes, escuchando y viendo aquella situación, viendo que no eran simples almohadas, sino mis padres.

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En ese momento no pude llorar, ni siquiera soltar un suspiro, no tenía valor ni siquiera de soltar el aire que acumulaban mis pulmones. Estaba completamente congelado.

Mi cerebro recibió de repente una descarga eléctrica, o algo así, y volví a ser yo.

Podía sentir mi corazón tan rápido que parecía que fuera a salir caminando de mi cuerpo.

Una vocecita dentro de mí me dijo que volviese a mi habitación, que si no podría llegar a morir.

Le hice caso a mi pequeña vocecita interior, y con la mayor cautela posible volví a mi habitación.

En cuanto llegué a mi habitación, me acosté de nuevo sin hacer ningún tipo de ruido, y, en menos de veinte segundos, los golpes secos cesaron.

En ese momento, un gran escalofrío invadió mi cuerpo, provocando otra de esas descargas eléctricas, las cuales me decían esta vez que fingiese estar dormido, como lo había hecho anteriormente con mis padres.

Cerré los ojos lo más fuerte que pude, y también sentía cada vez más fuerte mis latidos, retumbando sobre mi cabeza y mi pecho.

Escuché de nuevo los pasos. En ese momento, mi cabeza formaba un mapa de mi casa, y mis ojos intentaban comprender dónde andaría ese gran sujeto oscuro. Gracias a esto, pude adivinar que los pasos se dirigían hacia mi habitación, por lo que cerré los ojos lo más fuerte que pude, aun estando de espaldas a la puerta.

Tras unos largos segundos comprendí que el sujeto estaba ahí, parado justo en la puerta de mi habitación, observándome.

En ese momento, lo único que quería hacer era llorar, vomitar y realizar todos los actos posibles que puedas imaginar que tendrías durante esa situación.

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En ese momento, yo no controlaba mi cuerpo, él mismo era el que se controlaba, haciendo que no pudiese moverme, hasta que mis oídos escucharon cómo aquella sombra bajaba las escaleras.

Mi cuerpo seguía controlándose a sí mismo, preso del miedo, aunque mis oídos escuchaban que la sombra se encontraba justo en el piso de abajo.

En menos de un minuto, pude volver a escuchar los pasos de aquella sombra subiendo las escaleras, aunque esta vez subía a un paso muy lento.

En unos escasos segundos pude volver a comprender que aquel hombre se volvía a encontrar dentro de mi habitación, no estaba en la puerta, sino dentro de la maldita habitación.

Escuché los pasos acercarse a la cama, y gracias a mis oídos pude comprender que se encontraba a menos de cinco pasos de mí.

Llegué a notar su respiración, la cual era un poco acelerada, pero tranquila.

Tras unos segundos logré escuchar como el hombre se acercaba hacia la habitación de mis padres, esperaba unos segundos y volvía de nuevo a mi habitación.

Esta vez podía notar aquella respiración de nuevo, esta vez mucho más fuerte, como si le costase mucho respirar o algo por el estilo. Esa ida hacia la habitación de mis padres y vuelta hacia mi habitación ocurrió varias veces seguidas, sin descanso.

Mi cuerpo seguía inmóvil, aunque la adrenalina de la situación seguía haciendo que pudiese observar un gran mapa de mi casa, de las dos plantas diferentes, en las cuales podía ubicar en todo momento a aquel hombre que se encontraba dentro de mi casa.

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Se produjo un gran silencio en la habitación, y en escasos segundos escuché de nuevo aquella respiración forzosa, que sentía detrás de mí, a escasos metros de mi cama.

Cuando volví a dejar de notar aquella respiración, escuché como un sonido algo rasposo tocaba la pared de al lado de la puerta. Era un tacto parecido al de una caricia, pero algo rugoso, como si de unas uñas se tratara aquella caricia contra la pared. Después de un largo minuto de aquel sonido, pude escuchar cómo el hombre bajaba las escaleras, se adentraba al salón y los pasos cesaban.

Me quedé quieto, sin saber cómo mover ningún músculo, con los ojos cerrados, pero sin dormir.

A saber cuántas horas estuve así, perdí la noción del tiempo.

Llevaba mucho sin escuchar ningún paso, ningún sonido o ruido con el que paralizarme, por lo que me aventuré a abrir lentamente mis ojos. Pude notar que era de día, aunque el sol aún no emitía demasiada luz.

Serían las siete o las ocho de la mañana aproximadamente.

Estuve durante un buen rato observando aquella gran cristalera que se ubicaba en la cara opuesta de mi habitación, deseando que aquello que había ocurrido fuese un sueño.

Me supuse lo peor, ya que, a esas horas, mis padres ya estaban en el salón, charlando sobre cualquier tema y desayunando, pero esa mañana no escuché nada.

Me volví a aventurar de valor y me dirigí hacia la habitación de mis padres, para, tras un pequeño y corto camino durante el pasillo, encontrarme con sus cuerpos mutilados, llenos de cortes, brechas y sangre. Sus caras eran irreconocibles y sus extremidades colgaban de pequeños hilos rojos.

En ese momento, solté un gran grito que llevaba guardando desde el comienzo de la noche, comencé a llorar, ahogándome entre lágrimas y mocos.

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La alfombra, el suelo y toda la habitación estaban recubiertos de sangre.

Volví a mi cama y noté algo duro, mi teléfono.

Lo recogí y, cuando me disponía a salir de mi habitación, encontré aquella imagen que me perseguirá durante el resto de mis días. Un mensaje escrito con la sangre de mis padres, en aquella pared azul cielo, que decía: ―Sé que estabas despierto.

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