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No pasar, por Alba Fernández Morcillo

2.º Bachillerato

―La encontramos a las cinco de la mañana desorientada, semidesnuda, con bastantes moretones en el cuerpo, no ha dicho ni una palabra desde que llegó, no ha levantado ni la cabeza al dirigirnos a ella, creo que lo mejor sería que hablara usted con ella ―dijo el policía. ―Lleváis diez años en esta comisaría, ¿ya no sabéis interrogar a las víctimas? Decidle a Susana que prepare café y traedme a la mesa.

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Se dirigió a la puerta de la sala muy decidido. Tomó dos segundos para abrir la puerta y empezó su conversación con ella. ―Buenas noches, soy el jefe de policía James Mars. ¿Cómo has llegado hasta aquí esta noche?, no tienes un buen aspecto. ¿Cómo te llamas?

El silencio hacía presencia en la sala, la joven no mostraba ningún interés por comunicarse con él. Mars decidió insistir. ―Bien, si no hablas no podré ayudarte, es una tontería que hagas perder mi tiempo, ¿sabes? en eso te pareces a mi mujer, ella siempre se tiraba horas y horas para escoger qué vestido ponerse, no sé por qué lo hacía. ―¿Ya no? ―preguntó con una melosa y baja voz. ―Lo cierto es que falleció hace dos años, pero ya veo que no eres muda ―el policía sonrió falsamente― . ¿Y tu nombre? ―Olivia. ―Olivia, ¿qué edad tienes? ―Diecinueve años, en una semana cumpliré veinte.

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―¿Cómo has llegado aquí? Mis compañeros me han dicho que te vieron correr huyendo de algo, ¿alguien te ha hecho daño?

Volvió a callar sin levantar la cabeza del suelo, la luz de la sala parpadeaba y James empezaba a impacientarse. ―¡Responde! ―dio un golpe en la mesa, la chica no se inmutaba. ―Todo empezó hace unos meses…

Los Robinson me contrataron en su casa para cuidar de sus dos hijos. Harry era el más pequeño, siempre hacía preguntas difíciles de responder, estaba muy atenta a él porque nunca sabía qué era capaz de hacer, y Elisa era más independiente, ella siempre leía y estudiaba, le encantaba cocinar y demostrar que conocía más cosas de la vida que su hermano.

Cuando llegué a la casa el señor Jacob me dio tres sencillas reglas que debía seguir: la primera de todas, acostar a los niños a las diez de la noche; la segunda consistía en limpiar toda la casa los días impares; y, la más importante, mantener su despacho cerrado. Esa puerta siempre tenía que permanecer cerrada, el señor Robinson me pidió que guardara la llave, pero insistía en que nunca debería abrir la puerta. Insistí para saber la razón de esta decisión, pero lo cierto es que el señor Robinson era muy misterioso, su despacho se encontraba en el sótano y siempre apartaba a los niños de ahí.

La semana pasada, Harry me preguntaba constantemente qué había detrás de esta puerta para que su padre no los dejara entrar e incluso se enfadara cuando alguno de ellos lo espiaba para saber qué había. Para mí, ese espacio no me parecía interesante, necesitaba el trabajo para pagar mis estudios y el señor Jacob pagaba muy bien por mantener todo en orden. Durante la semana, pasaron una serie de hechos que me hacían interesar cada vez más por el misterio de esa puerta. Hombres extraños acompañados por Jacob entraban al despacho y salían como si nada,

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a veces veía al señor Robinson contando grandes cantidades de dinero y cerraba puertas para no ver tales sumas. Harry tenía más libertad, pero Elisa debía estar encerrada en su habitación desde que llegaban los hombres hasta que volvía a amanecer.

Hace dos días la puerta del sótano estaba abierta, los niños estaban en el colegio y el papá de estos trabajaba. Al principio dudé en entrar al despacho, ¿merecía la pena entrar? Lo cierto es que no creía que meter las narices fuera lo mejor, me dirigí a las escaleras que llevaban a la puerta, cuando escuché un grito que provenía del sótano. Era como el de una chica; sin embargo, apareció Robinson y cerró la puerta. Estaba furioso, empezó a chillarme, sin darse cuenta golpeó un jarrón que cayó encima de mi pie, parecía que no se detendría. Cuando escuchó llegar a sus hijos, se relajó, me pidió que curara mis propias heridas y que le devolviera las llaves. Me dijo que la siguiente vez no dudaría en arrancarme los ojos de las cuencas. Al día siguiente el recuerdo del grito de esa mujer me retumbaba en la cabeza, no paraba de repetirse una y otra vez y mis heridas me pedían llegar al fin de este misterio.

Las llaves ahora estaban en el pantalón del señor Robinson, por lo que convencí a Harry para conseguirlas. Le dije que las llaves que tenía su padre en el bolsillo derecho eran las del trastero, donde había una sorpresa para él, pero tenía que cogerlas sin que Jacob se diera cuenta. Harry era muy escurridizo y las consiguió sin que su padre se percatara y le prometí guardar las llaves hasta que volviera del colegio para ver su regalo juntos. Cuando tuve la casa sola, no lo pensé, bajé las escaleras corriendo, abrí la puerta y tomé aire. ―Jefe, aquí está su café, como le gusta ―dijo el policía interrumpiendo en la sala. ―Robert, te he dicho millones de veces que llames a la puerta antes de entrar ―protestó Mars― . Sal de la sala.

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―Perdón, jefe.

El policía abandonó la sala, Mars resopló, pegó un sorbo a su café y seguidamente le pidió a Olivia que continuará.

Al cruzar la puerta vi a una chica atada de pies y manos, mantenía la cabeza cabizbaja y su boca estaba tapada con cinta americana, quité la cinta adhesiva de su boca, dialogamos por unos minutos. Estaba asustada, solo quería que la sacara de esa sala. Le desaté las cuerdas de sus muñecas y de sus pies, y le dije que avisara a la policía; ella se negó, dijo que no era una buena opción, no levantaba la mirada. Fue en ese momento cuando oí las llaves de casa, Jacob se dio cuenta de que Harry le había robado las llaves. Salimos por la puerta de atrás corriendo por los bosques, cuando la chica empezó a reírse. No entendía nada, fue en ese momento cuando me miró a los ojos, sus cuencas estaban vacías, me dijo que había cometido un error, que no sabía qué hacía, fue cuando entendí que Jacob la protegía. Una criatura había poseído a esa mujer, era la mujer de Jacob, éste pagaba cantidades enormes por rituales para salvarla, pero los hombres que entraban a la casa no podían hacer nada por ella, nos peleamos por unos instantes. ―Espera un segundo, ¿cómo se llama la mujer de Jacob? No hay ningún registro de esa mujer en comisaría ―interrumpió Mars. ―Olivia Robinson. ―¿Ese no es tu nombre? Mírame ―exigió el jefe. ―Esa niñera te hubiera contado esta historia si hubiera salido con vida, su nombre era Amber ―Olivia reía a carcajadas.

Olivia levantó la cabeza, sus cuencas estaban vacías. Seguidamente la luz se cortó. Al encenderse las luces, la señora Robinson se abalanzó sobre el policía.

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