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Pesadilla o realidad?, por Alba Peñalver Peñaranda

1.º Bachillerato

Como médico con veinticinco años de experiencia, sé muy bien cómo calmar a un niño pequeño, suelen asustarse cada vez que entran a mi consulta y supongo que será por el típico miedo a las vacunas.

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En la consulta, en un pequeño armario, guardo una muñeca de trapo, y cada vez que utilizo mi estetoscopio lo suelo probar primero en ella, ya que los niños, como os digo, son muy asustadizos y les da miedo prácticamente todo, así que siempre lo utilizo primero en la muñeca para que vean que no hay nada que temer. Pero la gran sorpresa me la he llevado yo cuando hoy por primera vez he escuchado un latido dentro de ella. Estuve toda la mañana dándole vueltas, hasta que salí de trabajar. Decidí llevarme la muñeca a casa para ver si todo fue fruto de mi imaginación.

Cuando llegué a casa se la enseñé corriendo a mi mujer, que era una chica a la que le gustaba mucho todo el tema de brujería, a ver si entendía por qué pasó eso, o si había algo dentro de ella. Estuve examinándola un buen rato, pero a primera vista, según ella, no parecía ir nada mal, así que no se le dio más importancia y me la volví a llevar al trabajo.

Al día siguiente, ya en el trabajo, seguí utilizándola para calmar a los pequeños y, efectivamente, volví a escuchar otro latido en la muñeca, pero esta vez no solo fue un latido, sino que el estetoscopio, después de que se lo pusiera a la muñeca, tocó al niño y este, de repente, cayó al suelo. ―¡¡Mi niño!! ―gritó aterrorizada la madre.

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Intenté calmarla e hice todo lo que pude por su hijo, finalmente logré reanimarlo, pero se le quedaron secuelas un tanto fuertes, como pérdida de visión o voces inexplicables en su mente, con la peculiaridad de que si acercabas tu oído a su frente podías oírlas y eran muy perturbadoras.

Llegué a casa otra vez con la muñeca: ―Esto no es normal, Sara, al principio me dijiste que no era nada, que la muñeca no tenía nada y que era fruto de mi imaginación, pero hoy, después de utilizarla para probar el estetoscopio, un niño cayó desplomado al suelo a punto de morir ―le dije a mi mujer nada más llegar. ―Es que, en principio, no se veía nada en la muñeca, déjamela que la vuelva a observar ―respondió.

Tras horas investigando qué diablos pasaba con aquel ser misterioso, dejé de escuchar ruido, me dirigí a donde supuestamente estaba Sara con la muñeca, cuando llegó vi a mi mujer tirada en el suelo con los ojos blancos, me acerqué corriendo a ella, pero lo único que me dio tiempo a hacer antes de quedarme petrificado fue leer en sus ojos: “Serás el siguiente”.

Salí corriendo cuando me di cuenta de que de un momento a otro mi mujer estaba de pie tan normal y tranquila como si nada hubiera ocurrido. Quedó perpleja con mi cara de angustia, se acercó a mí normal y me dijo: ―La muñeca no tiene nada raro, cielo, lo que tiene es un alma, un alma perdida dentro que no sabe qué hacer, dónde ir ni nada, y que se dedica a crear el mal, entonces o hacemos desaparecer a la muñeca de alguna manera o no te librarás nunca de ella.

Pero, cuando ella terminó aquellas palabras, la muñeca desapareció, no estaba por ningún lado de casa. No me quedé para nada tranquilo porque sabía que no me iba a traer nada bueno y que algo sucedería dentro de poco. Llegó la noche y nos fuimos

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a dormir porque al día siguiente nos esperaba uno muy largo y duro.

Eran las tres y cuarto de la mañana y un ligero escalofrío hizo que me levantara a beber un vaso de agua, cuando me incorporé ya noté que algo no iba bien, fui a la cocina y… ¡Sorpresa! La muñeca estaba en la silla de la cocina mirándome fijamente. Yo, cansado de la situación, le dije: ―¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que quieres? ¿Me quieres a mí, a Sara? ¿A quién?

La muñeca simplemente sonrió con una risa bastante rara y tenebrosa, cuando antes de darme tiempo a nada me encontré a Sara detrás, se acercó a mí andando bastante raro y dijo: ―Oh, Jorge, dulce y lindo Jorge, te pensabas que todos estos años utilizándome para no asustar a los niños ¿te traería algo bueno? ¿Fama, quizás, de buen doctor? Lo único que te ha traído son problemas, y los que te quedan.

Asustado, salí corriendo de casa, me escapé al bosque cuando escuché: ―¡Jorge! Jorge, despierta que vas a llegar tarde al trabajo. ―¿Sara? ―Sí, soy yo, Jorge, por Dios, déjate de tonterías.

Todo fue una simple pesadilla al parecer, pero no me terminaba de convencer aquello.

Aquel día al llegar del trabajo estuve contándole todo a Sara para que me diera alguna que otra explicación lógica, pero nada me dijo. Me avisó de que la solución para ver lo que pasaba con la muñeca era hacer una ouija, por lo que accedí a hacerla, descubriendo así que el alma que guardaba la muñeca no era una cualquiera, sino la de un demonio llamado Samael.

Llegó la noche, ya habían transcurrido cinco días desde la ouija y mi mujer empezó a tener comportamientos raros, empezó

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a hablar otro idioma por las noches, a comer carne cruda y a comportarse como un animal.

Para comprender aquella situación hablé con mi suegra, que también era “bruja”, la única manera para parar a este monstruo en el que se había convertido la muñeca era sacrificando a una persona cuyas características fueran similares a las de la muñeca. Esta era pelirroja y con ojos oscuros, no me quedó otra que hacerlo para parar todo esto. Encontré a alguien con estas características, precisamente era una compañera de trabajo, Carla; fui al trabajo cuando no era mi turno, fui directo a ella con una pistola y disparé. Solo me tomó unos minutos darme cuenta de que el que se había convertido en el monstruo era yo.

De pronto se apareció una figura extraña frente a mí, un ser con alas, cuerpo de serpiente y cabeza de león: ―Bueno, bueno, querido Jorge, me presento, soy Samael, el supuesto demonio que estaba en la muñeca, he venido a decirte que todo esto fue para ponerte a prueba, a ver hasta dónde eras capaz de llegar, y no me esperaba esto de ti. Si te preguntas a qué vengo lo verás pronto, quiero decirte que me siento orgulloso de todos estos años de vida, y los que te quedan, solo que ahora un poco distintos.

No terminé de comprender sus palabras hasta que poco a poco dejé de sentirme humano, veía mis brazos convertirse en trapo hasta que finalmente aquello de lo que estaba tan aterrorizado me sucedió a mí, en un abrir y cerrar de ojos yo era aquel monstruo tenebroso, yo era esa muñeca de la que me aterrorizaba. Simplemente quedé en el suelo tirado, y me llevaron a una tienda de muñecas, cuando justamente llegó otro doctor principiante con la misma técnica de la muñeca que yo, solo que ahora, al ver los roles cambiados, era yo quien quería hacer el mal.

Eran las ocho y media de la mañana. ―Despierta, ya es hora, pequeñín.

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―¿Qué? ¿Dónde estoy? ―Jorge, que es la hora del desayuno, despierta ―me dijo Sara. ―Sé que es difícil asimilar estar en un siquiátrico, pero vamos, Jorge, te espera un largo día, además, ¡hoy es Halloween!

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