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El metro, por Elena Galián Lorente

3.º ESO

Inhalo. Uno, dos, tres. Exhalo. Hago lo mismo tantas veces como necesito para relajarme. No quiero abrir los ojos. No tengo el valor suficiente para hacerlo. El ruido ya ha parado, menos mal, me estaba volviendo loca. Ahora hay un profundo silencio, solo escucho mi entrecortada respiración. No sé qué es peor, si el ruido que sonaba hace unos segundos o el silencio de ahora. Pero este dura poco, pues un estruendo resuena en el lugar en el que me encuentro, y abro los ojos de golpe, aunque siga sin ver nada, ya que está muy oscuro. Intento levantarme para ver qué hay a mi alrededor, pero por mucha fuerza que haga, no lo voy a conseguir. Estoy atada con correas de manos y pies. También tengo en mi pecho, abdomen y por mis piernas. ¿Una camilla de fuerza? ¿Dónde estoy?¿Quién me ha traído aquí y me ha atado? Piensa, Andrea, piensa.

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Horas antes…

Las nueve y cincuenta. Esa es la hora que marca mi reloj y el metro no ha llegado todavía a la estación. Voy a llegar tarde, y prometí a mis padres que no volvería a pasar. Me siento al lado de una señora que parece tener cerca de ochenta años. Ella no me mira, pero se acerca un poco a mí y me susurra. ―Si yo fuera tú, no me subiría a este tren, y volvería andando a casa.

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La miro arrugando mi frente. ¿De qué habla? La demencia, Andrea, ya llegarás, me digo a mí misma. Abro la boca para preguntarle, pero justo llega el metro. Cojo mi bolso y me subo. A través del cristal veo a la anciana sentada en el mismo lugar. ―Te he avisado ―me dice gesticulando mucho con la boca, pues no la puedo oír. Me produce miedo. ¿Va a pasar algo en el metro? Me siento en uno de los asientos y me relajo. Hoy ha sido un día largo y estoy realmente cansada. Cierro los ojos.

Cuando los vuelvo a abrir me encuentro en la sala oscura. Me vienen las palabras de aquella anciana a la mente. ¿Se refería a esto? ¿Cómo sabía que algo me iba a pasar si subía al tren?

El sonido de una puerta me saca de mis pensamientos. No hablo. No me muevo. Ni siquiera respiro. El miedo se adueña de cada una de las células de mi cuerpo. No hay luz, no veo quién entró. Probablemente sea quien me trajo aquí. Solo escucho pasos a mi alrededor, pero no sé de quién se trata. Y sin quererlo, mi visión se vuelve borrosa, y me duermo.

Sueño con miles de escenas terroríficas, las típicas escenas de las pelis de miedo. No me quiero despertar, no estoy preparada para lo que puede pasar cuando lo haga. Pero sé que en algún momento el efecto de los somníferos que me han puesto se acabará. Y así pasa. Poco a poco voy abriendo los ojos. En cuanto hacen contacto con el foco de luz brillante que apunta hacia mi cara, los cierro de golpe. Los abro poco a poco y distingo tres cabezas de cirujanos. Llevan mascarilla, y gorros quirúrgicos de color verde. Uno de ellos tiene un bisturí en la mano. ¿Qué me van a hacer? Estoy aterrada. Intento hablar, pero tengo una máscara de oxígeno en mi boca. Trato de moverme, pero no puedo. Grito y me muevo, pero no consigo nada. El cirujano que tiene el bisturí hace una señal con la cabeza a otra persona que hay detrás de mí y siento un líquido entrar por la vía que tengo en mi mano izquierda. Pero no me duermo, simplemente no me puedo

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mover. Mis brazos y mis piernas no me responden, tampoco mi boca. El cirujano se acerca a mí y me hace un corte a lo largo de mi frente. Intento chillar de dolor, pero ningún sonido sale de mi boca. Me duele mucho, tanto que me desmayo del dolor.

Unos toques en mi brazo derecho hacen que reaccione. Abro mis ojos y miro a la mujer que hay a mi lado. ―Esta es la última parada, deberías salir del metro.

Miro a mi alrededor. Estoy en el metro, en el mismo sitio donde me había sentado hace un rato. No hay nadie, tan solo la mujer y yo.

Cojo mis cosas y salgo de la estación de metro, después de darle las gracias a la señora. Miro la pantalla de mi móvil. Son casi las doce de la noche. Mierda. Debí bajarme del metro hace muchas paradas. Ahora estoy muy lejos de casa. Tengo unas veinte llamadas perdidas de mis padres y de mi mejor amiga Lucía, que no he escuchado porque tenía el móvil en silencio. Mis padres me van a matar. Y es ahí cuando me acuerdo de mi pesadilla. Me toco la frente instintivamente. La tengo bien. Todo era un sueño. Me acuerdo de la anciana. Pues sí que habría sido mejor que hubiese vuelto a mi casa andando. Porque la pesadilla que me espera al llegar a mi casa va a ser mucho peor y mucho más real que cualquier otra.

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