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Gotas de terror, por María Luisa Bolarín Rizo
2.º Bachillerato
Tan oscuras y pequeñas gotas rojas podían ocasionar tantos desastres en esta sociedad, la verdad es que no sabía por qué. ¿Qué era eso que les daba tanto miedo de ese líquido? O más bien ¿por qué les daba miedo yo? Sigo cuestionándomelo desde aquel día que me mandaron a ese lugar tan horrible, donde me sometieron a tratamientos muy dolorosos sin importarles cómo me sentía, les decía que pararan, ya que dolía demasiado, aunque parecía que no me escuchaban, pero para su mala suerte, ¡sorpresa!, logré escapar y ese fue mi mejor día desde hacía mucho tiempo; ahora, creo que para ellos no lo fue tanto.
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El día en el que me propuse salir de ahí, me preparé muy bien, guardé, sin que se dieran cuenta, algunos fármacos que me podrían ayudar a recuperar fuerzas y, claro, también cogí comida. Posteriormente, después del tratamiento, un chico del personal me estaba llevando a la habitación, y justo cuando me dejó y se iba a ir agarré el cuchillo que me había guardado debajo de la ropa y se lo clavé detrás del muslo. Empezó a salirle sangre, y antes de que empezara a gritar le rajé el cuello, desgarrándole así las cuerdas vocales. Ahí me quedé quieta mirándole, viendo cómo sus ojos iban perdiendo la vida, su respiración era agitada, pero conforme pasaban los minutos se fue aminorando y sus ojos, que antes estaban llorosos, ahora estaban secos, con unas pupilas extremadamente dilatadas.
Me quedé embobada mirando esa increíble escena ante mis ojos; era tan satisfactoria y a la vez tan excitante, amaba experi-
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mentar cómo mí cuerpo reaccionaba ante esa imagen, ese hormigueo, las ganas de reproducir esa acción otra vez, era algo tan adictivo, pero aunque tuviera ganas de volver a cometer esos actos debía resistirme, porque ahora llegaba lo difícil del plan: coger las llaves del bolsillo del chico, pasar por el pasillo, cruzar la puerta de emergencias y escalar la reja que rodeaba todo el establecimiento, y, aunque no lo creáis, lo logré, casi me pilla un doctor, pero, bueno, esos fueron problemas secundarios que se solucionaron muy rápidamente con mi amigo, ya me entendéis ¿no?
Al salir me sentí como nunca antes me había sentido, era libre por fin, después de dos meses de terrible sufrimiento. Aunque la amabilidad de esas personas de darme estancia estuviera presente (que se note el sarcasmo), estaría encantada de dejarles un regalito.
Mirando a mí alrededor vi que cerca de donde estaba había una preciosa gasolinera, así que fui allí, agarré unas cerillas y dos botes de gasolina. Iba a salir cuando el dependiente me vio. ―¿Qué haces con eso, niña? ―Nada que te incumba.
Conforme le dije eso, salí corriendo dirección al psiquiátrico. ―Llamaré a la policía.
Siguió y siguió gritándome; sin embargo, yo ya estaba muy lejos de su alcance. A continuación, empecé a esparcir la gasolina por toda la edificación y posteriormente, encendí un montón de cerillas colocándolas de forma estratégica para que todo quedara rodeado en llamas.
En ese momento empecé a escuchar un montón de policías.
Maldito viejo, pensé.
Con la poca energía que me quedaba volví a correr, pero esta vez en dirección contraria a la policía.
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Sentía tanta adrenalina, no sabía si podría llegar a escapar de este embrollo. Corría y corría con todo mi esfuerzo, no podía pararme o si no volvería a entrar a aquel sitio o, peor aún, me condenarían a cadena perpetua.
Por ello, cuando vi un acantilado me arriesgué y salté sin saber si había agua o no, aunque gracias a mi suerte caí en un agradable lago.
No me lograron atrapar y aún sigo suelta por ahí. Unos dicen que soy un peligro, otros que simplemente quería salir de allí porque fui metida injustamente, pero a mí personalmente me gusta pensar que el mundo de afuera es el loco y yo, demasiado lista para esta humanidad
Yo que tú tendría cuidado, tal vez soy como los demás dicen, una criminal demente y puedo llegar a matarte, quizás mi próxima víctima seas tú, joven lector ambicioso del saber. ―Estoy detrás de ti.
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