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El vacío del cementerio, por Anahí E. Guevara Aguirre

El vacío del cementerio, por Anahí Elizabeth Guevara Aguirre

3.º ESO

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Era una noche fría y oscura, Marta era una chica alta, de pelo moreno y corto, con una figura esbelta, era una chica tímida que no se relacionaba con nadie, solitaria y entrometida. Siempre iba con unas botas altas de caza, un chaleco azul y un vestido de flores.

Marta estaba parada en la carretera, asimilando que había perdido recientemente a su madre, ese vacío interno que ni llenándolo con toda la tierra del mundo se podría tapar ese hoyo. Llegó el día del entierro y ella se vistió de negro, era un día triste pues la pérdida de su madre fue un trágico acontecimiento. Había mucha niebla y el cielo estaba apagado, el viento soplaba con fuertes ráfagas y ella agarraba su sombrero como si soltase toda su rabia en ello. Al rato ya enterrada su madre, ella volvía a casa sola porque le apetecía despejarse después de ese duro día; tras caminar durante un tiempo pasó por enfrente de un cementerio y ella, poseída por el valor y la desesperación, se adentró en él. Vio un banco en medio de varias tumbas formando un círculo, y en ese inhóspito y desolado lugar se encontraba una siniestra figura sentada allí. Ella, un poco asustada y confundida, se acercó sin pensarlo. A medida que se iba acercando la figura más se parecía a una anciana. Marta se sentó en el banco y tras un rato de silencio absoluto, esta dijo: ―¿Usted por qué está aquí?

A lo que la señora la miró y respondió:

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―Llevo aquí demasiado tiempo, tanto que ni me acuerdo de mi nombre. ¿Y tú, pequeña, qué hace una chica tan llena de vida en un sitio como este?

Entonces Marta enunció: ―He entrado porque hoy enterramos a mi madre y me dijo días antes de morir que enterró aquí a mi difunta abuela.

La señora dijo: ―Sí, hijita… Aquí hay muchas madres, hijas, abuelas, familias que han ido a parar debajo de la tierra. Yo llevo aquí más de 40 años y nunca llegué a conocer a mi nieta.

Marta sorprendida exclamó: ―¿¡Cómo?! ¿Es que usted no vino a ver a nadie?

A lo que la señora respondió de una forma siniestra: ―No, pequeña, yo llevo muerta mucho tiempo.

Marta, cada vez más asustada, se fue alejando poco a poco, intentando huir de aquel lugar.

Cuando ya estaba levantada, salió corriendo hacia la puerta. Mientras Marta iba corriendo miró hacia atrás, pero no había nadie. Llegó a casa suspirando y con el corazón a punto de salirse de su pecho, no terminaba de asimilar lo que había visto. Al día siguiente no asistió a clase porque había una tormenta, se encontraba acostada en su cama mientras las persianas eran golpeadas por las gotas de agua y el viento. Ella le daba vueltas a la situación ocurrida la noche anterior, no daba crédito a lo que había visto, pues los fantasmas no son reales. Pasó el día sin salir de la cama, hasta que cayó la noche y de repente despertó. Eran las tres de la madrugada, la puerta de la habitación estaba medio abierta y una pequeña brisa hacía que esta chirriara.

Marta se levantó a cerrar la puerta, pero en ese momento miró al pasillo y vio que no había ninguna luz encendida. Muy asustada, pensó por qué se iluminaba solo su habitación, encendió la luz de la habitación y cuando se dio la vuelta… la señora del

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cementerio estaba de pie junto a la cama. Marta se acercó a ella y le dijo: ―¿Qué haces aquí? ¿Qué es lo que quieres de mí? Yo no he hecho nada malo.

A lo que la señora contestó: ―Es de mala educación dejar una conversación sin despedirse.

Marta, aterrorizada, enunció: ―¿Cómo? ¿Por no despedirme me has seguido hasta mi casa?

La señora declaró lo siguiente: ―Yo no te he seguido, he venido a la casa de mi hijo.

A lo que respondió: ―¿Tu hijo? Aquí solo vivíamos mis padres y yo.

La anciana le respondió: ―Exactamente, tu padre es mi hijo.

Marta dijo: ―No te creo, mi abuela murió lejos de aquí.

La señora anunció: ―Yo vivía aquí cuando tu padre era más pequeño.

Marta, asustada, contestó: ―¿Y cómo se despiden los fantasmas?

La señora le explicó lo siguiente: ―Tienes que decir lo siguiente en latín: Valete omnibus spiritibus vitalibus.

Marta repitió lo que la anciana le había dicho y la señora se fue.

Marta se despertó a la mañana siguiente desconcertada, ella creía que todo había sido un sueño, aunque eso es lo que ella creía. Pasó el tiempo y su padre le contó que su otra abuela estaba enterrada cerca de su casa y la llevó a visitar el mismo sitio

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donde ella estuvo en sus sueños o en persona, pero nadie sabrá lo que pasó nunca en realidad.

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