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No dejes la puerta abierta, por Lucía Guardiola Conesa
1.º Bachillerato
Llevo cuidando niños desde hace alrededor de un año, accedí a hacer esto porque mis padres me lo propusieron y es una manera sencilla de ganar dinero y darte tus caprichos. Al inicio de todo no conseguía mucho trabajo, pues no todos confían en dejar a sus hijos con un desconocido. Uno de los días, el señor y la señora Taylor me propusieron cuidar a sus tres hijos un sábado noche, pues iban a salir a cenar y no tenían con quién dejarlos, los vigilé alrededor de unas cuatro o cinco horas, fueron muy educados y tranquilos. Cabe recalcar que la casa se encontraba en uno de los barrios más ricos de mi ciudad. A partir de esa noche me llegaron distintos mensajes de varios progenitores para cuidar a sus retoños, me di cuenta de que se había extendido el rumor de que había cuidado a los niños del señor Taylor, y es que no me quejo, pues me había generado bastante trabajo.
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Durante las siguientes semanas me dediqué a esto, pero el trabajo me duró poco, en unos fines de semana había terminado toda mi labor como niñera. Me encontraba en uno de los fríos días de octubre, acababa de salir de la universidad, iba a dedicar toda la tarde a preparar varios exámenes que tenía la semana próxima, pero todo esto cambió cuando me llegó un mensaje un tanto peculiar de uno de los tantos números desconocidos que tenía en mi teléfono. esta persona me sugirió vernos en una cafetería para hablar sobre un asunto, estaba un poco desconcertada y asustada a la vez, pues no sabía el motivo de ese mensaje. Al final de todo decidí aceptar, no fuese a ser una oferta de tra-
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bajo. Me propuso quedar a la mañana siguiente, me acuerdo perfectamente de que no descansé casi nada a lo largo de aquella noche, pues me recorría un mal presentimiento por el cuerpo, pero seguí el plan.
Eran en torno las diez y algo de la mañana cuando noté que me llegaban varios mensajes de seguido, me di cuenta de que pertenecían a ese hombre tan extraño, pero decidí no contestarle porque iba a verlo en unos minutos. Entré con seguridad y confiada al local, pero todo eso se esfumó cuando vi a un sujeto vestido entero de negro, debía de ser él, me acerqué y me saludó amablemente, pero me pareció muy extraño que al terminar su saludo saliese mi nombre con apellidos por su boca, no le di mucha importancia, pues alguien se los podría haber dicho. Me comentó que era el secretario de un tal señor Miller, y que el recién nombrado necesitaba una niñera para su hija; al escuchar esto, pegué un suspiro a modo de alivio, acepté el trabajo, estaba demasiado alegre por conseguir un puesto como niñera, pues era lo que me gustaba.
Unas semanas después, el señor Miller me contactó directamente y me preguntó si podía cuidar de su hija el viernes siguiente, le dije que sí, lo que no sabía era que más adelante me arrepentiría de esa decisión. La semana había pasado demasiado rápido, me encontraba conduciendo hacia la casa de aquel hombre. Para ser uno de los barrios con más recursos, la carretera estaba llena de baches y cada poco tiempo se te cruzaban animales corriendo de un lado al otro del bosque, por medio de la carretera; además, las luces eran escasas.
Me llevé una sorpresa cuando me encontraba al frente de las puertas de una mansión, estas se abrieron y pude aparcar mi coche. Al bajarme del vehículo llamé a la puerta, me abrió el señor Miller y una mujer que tendría más o menos su edad, resulta que era la mujer y la madre de la niña; me invitaron a pasar, la señora
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me extendió un papel doblado y me contó que eran unas cuantas indicaciones que debía seguir; además, me dio su número de teléfono por si necesitaba algo, y después de eso se marcharon. A los diez minutos bajó una niña que tenía alrededor de unos cinco años, de cabello negro y ojos del mismo color; me di cuenta de que seguía llevando el trozo de papel en la mano, la verdad era que no me había detenido a leerlo, lo doblé y lo metí al bolsillo de mis pantalones.
A continuación, la hija de la pareja se presentó, se llamaba Verónica. Me encontraba en el salón con ella, le pregunté que cuál era su hora de acostarse, ella solo me dijo que leyese la nota, solo leí el principio y me di cuenta de que solo quedaban diez minutos para su hora de dormir, la llevé a la cama y después me dijo que cerrase la puerta y que no se me olvidase echar la llave. Mi cara tenía una expresión de confusión, le respondí con un simple “¿qué?”, la niña me dijo que leyese la nota, me detuve y la leí, me di cuenta de que era cierto, pero lo que más me asustó fue que la niña tenía que estar con la puerta cerrada desde hacía quince minutos, simplemente decidí hacerle caso y cerré con la llave que había en la puerta, después de eso la metí en mi bolsillo junto a la nota. Bajé las escaleras un poco apresurada y me dirigí al gran salón de aquella mansión para leerla, estaba un poco inquieta, abrí la nota y comenzaba con un “Hola, Beth, me alegro de que hayas aceptado cuidar a nuestra pequeña, solo sigue las instrucciones y todo irá bien”.
Noté un escalofrío por todo mi cuerpo, pero decidí seguir leyendo, seguía con un índice y varias pautas que debería realizar: “Una vez Verónica esté acostada alrededor de las ocho, cierra la puerta con la llave, baja al salón y cierra las puertas, allí es donde más segura estarás”. Nada más leer eso me levanté y cerré las dos grandes puertas, pero lo peor venía ahora... “En torno a las ocho y media empezarás a escuchar a la niña arañar la puerta y
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lloriquear, bajo ningún concepto le hagas caso si te pide que le abras, te pondrás en riesgo. Sobre las diez escucharás gente en el sótano, te entrarán ganas de bajar, pero no lo hagas. Por último, cuando sean las tres de la mañana justas enciérrate en la primera habitación de arriba a la derecha, es posible que escuches a alguien conocido que te dice que le abras la puerta, no mires la sombra que hay en la esquina, solo acuéstate, si realizas todos los pasos bien, estarás a salvo”. Eran las dos y cincuenta y nueve, cuando me di cuenta y eché a correr, era demasiado tarde, era la hora justa y alguien me estaba arrastrando de los pies hacía el sótano.
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