Cuentos para el mes de febrero
En este mes de febrero los buenos días van a ir encaminados a trabajar con nuestros peques el valor de la solidaridad. ¿Pero qué entendemos por solidaridad? La solidaridad se basa en el respeto y la empatía que nos conduce a comprender que el otro necesita de nuestra colaboración o apoyo. ¿Lo percibes así? Pero..…¿cómo enseñamos a nuestros niños a ser solidarios?A continuación tenéis cinco consejos para enseñar a las niñas y niños a ser solidarios: 1. Nuestro ejemplo. Mostrando cómo somos solidarios con nuestra propia familia y amigos, pero también con los vecinos a través de la ayuda, la colaboración o compartiendo con ellos. 2. Dialogar con los más pequeños y hablarles de las buenas conductas y las que no lo son tanto, de lo que se puede hacer para ayudar, colaborar o cooperar. Y luchando, de este modo, contra gestos o actitudes negativas o egoístas. 3. Mostrarles fotos, vídeos o músicas que reflejen costumbres, actividades, vestimentas, animales o monumentos de otros países…, con lo que les ayudaremos a que conozcan lo que hay más allá del entorno en el que viven. 4. Las películas que transmiten valores pueden ser un gran recurso. Con ellas, los pequeños no solo pasarán un buen rato sino que también podrán aprender valores a través de las historias contadas. 5. Mostrarles el ejemplo positivo de personas solidarias y lo que están logrando con su labor. Buscamos animar a los niños y niñas a que quieran ayudar a aquel compañero que tiene dificultades en alguna materia, que sientan alegría por sus aprobados, presten atención a las personas mayores y les cedan el asiento en la parada de autobús, comprendan que en el mundo hay seres humanos a los que hay que prestar atención porque la solidaridad es ese valor que nos ayuda a vivir en armonía y a sentir que somos parte de la humanidad.
Con un pequeño gesto empiezan los grandes cambios… ¡Y están en tus manos!
Colegio L A P RESENTACIÓN FESD Multilingual School – Centro Plurilingüe
SEMANA DEL 1 AL 5 DE FEBRERO DEL 2016
UN CONEJO EN LA VÍA Daniel se reía dentro del auto por las gracias que hacía su hermano menor, Carlos. Iban de paseo con sus padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas y elevarían sus nuevas cometas. Sería un día de paseo inolvidable. De pronto el coche se detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre exclamar con voz ronca: - ¡Oh, mi Dios, lo he atropellado! - ¿A quién, a quién?, le preguntó Daniel. - No se preocupen, respondió su padre-. No es nada. El auto inició su marcha de nuevo y la madre de los chicos encendió la radio, empezó a sonar una canción de moda en los altavoces. - Cantemos esta canción, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás. La mamá comenzó a tararear una canción. Pero Daniel miró por la ventana trasera y vio tendido sobre la carretera el cuerpo de un conejo. - Para el coche papi, gritó Daniel. Por favor, detente. - ¿Para qué?, responde su padre. - ¡El conejo, le dice, el conejo allí en la carretera, herido! - Dejémoslo, dice la madre, es sólo un animal. - No, no, para, para. - Sí papi, no sigas - añade Carlitos-. Debemos recogerlo y llevarlo al hospital de animales. Los dos niños estaban muy preocupados y tristes. - Bueno, está bien- dijo el padre dándose cuenta de su error. Y dando vuelta recogieron al conejo herido. Pero al reiniciar su viaje fueron detenidos un poco más adelante por una patrulla de la policía, que les informó de que una gran roca había caído sobre la carretera por donde iban, cerrando el paso. Al enterarse de la emergencia, todos ayudaron a los policías a retirar la roca. Gracias a la solidaridad de todos pudieron dejar el camino libre y llegar a tiempo al veterinario, que curó la pata al conejo. Los papás de Daniel y carlos aceptaron a llevarlo a su casa hasta que se curara Unas semanas después toda la familia fue a dejar al conejito de nuevo en el bosque. Carlos y Daniel le dijeron adiós con pena, pero sabiendo que sería más feliz en libertad.
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SEMANA DEL 8 AL 12 DE FEBRERO DEL 2016 Como el próximo martes 16 celebramos el día de los abuelos, esta semana trabajaremos un cuento dedicado a ellos, que siempre están dispuestos a dedicar su tiempo a los niños. LAS ARRUGAS Era un día soleado de otoño la primera vez que Bárbara se fijó en que el abuelo tenía muchísimas arrugas, no sólo en la cara, sino por todas partes. - Abuelo, deberías darte la crema de mamá para las arrugas. El abuelo sonrió, y un montón de arrugas aparecieron en su cara. - ¿Lo ves? Tienes demasiadas arrugas. - Ya lo sé Bárbara. Es que soy un poco viejo... Pero no quiero perder ni una sola de mis arrugas. Debajo de cada una guardo el recuerdo de algo que aprendí. A Bárbara se le abrieron los ojos como si hubiera descubierto un tesoro, y así los mantuvo mientras el abuelo le enseñaba la arruga en la que guardaba el día que aprendió que era mejor perdonar que guardar rencor, o aquella otra que decía que escuchar era mejor que hablar, esa otra enorme que mostraba que es más importante dar que recibir o una muy escondida que decía que no había nada mejor que pasar el tiempo con los niños... Desde aquel día, a Bárbara su abuelo le parecía cada día más guapo, y con cada arruga que aparecía en su rostro, la niña acudía corriendo para ver qué nueva lección había aprendido. Hasta que en una de aquellas charlas, fue su abuelo quien descubrió una pequeña arruga en el cuello de la niña: - ¿Y tú? ¿Qué lección guardas ahí? Bárbara se quedó pensando un momento. Luego sonrió y dijo: - Que no importa lo viejito que llegues a ser abuelo, porque.... ¡te quiero!
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SEMANA DEL 14 AL 18 DE FEBRERO DEL 2016 LA ECONOMÍA DE LA SONRISA Había una vez un rey sabio y bueno que observaba preocupado la importancia que todos daban al dinero, a pesar de que en aquel país no había pobres y se vivía bastante bien. - ¿Por qué tanto empeño en conseguir dinero?- preguntó a sus consejeros. - ¿Para qué les sirve? - Parece que lo usan para comprar pequeñas cosas que les dan un poco más de felicidad - contestaron tras muchas averiguaciones. - ¿Felicidad, es eso lo que persiguen con el dinero? - y tras pensar un momento, añadió sonriente. - Entonces tengo la solución: cambiaremos de moneda. Y fue a ver a los magos e inventores del reino para encargarles la creación de un nuevo aparato: el portasonrisas. Luego, entregó un portasonrisas con más de cien sonrisas a cada habitante del reino, e hizo retirar todas las monedas. - ¿Para qué utilizar monedas, si lo que queremos es felicidad? - dijo solemnemente el día del cambio.- ¡A partir de ahora, llevaremos la felicidad en el bolsillo, gracias al portasonrisas! Fue una decisión revolucionaria. Cualquiera podía sacar una sonrisa de su portasonrisas, ponérsela en la cara y alegrarse durante un buen rato. Pero algunos días después, los menos ahorradores ya habían gastado todas sus sonrisas. Y no sabían cómo conseguir más. El problema se extendió tanto que empezaron a surgir quejas y protestas contra la decisión del rey, reclamando la vuelta del dinero. Pero el rey aseguró que no volvería a haber monedas, y que deberían aprender a conseguir sonrisas igual que antes conseguían dinero. Así empezó la búsqueda de la economía de la sonrisa. Primero probaron a vender cosas a cambio de sonrisas, sólo para descubrir que las sonrisas de otras personas no les servían a ellos mismos. Luego pensaron que intercambiando portasonrisas podrían arreglarlo, pero tampoco funcionó. Muchos dejaron de trabajar y otros intentaron auténticas locuras. Finalmente, después de muchos intentos en vano, y casi por casualidad, un viejo labrador descubrió cómo funcionaba la economía de la sonrisa. Aquel labrador había tenido una estupenda cosecha con la que pensó que se haría rico, pero justo entonces el rey había eliminado el dinero y no pudo hacer gran cosa con tantos y tan exquisitos alimentos. Él también trató de utilizarlos para conseguir sonrisas, pero finalmente, viendo que se echarían a perder, decidió ir por las calles y repartirlos entre sus vecinos. Aunque le costó regalar toda su cosecha, el labrador se sintió muy bien después de haberlo hecho. Pero nunca imaginó lo que le esperaba al regresar a casa, con las manos completamente vacías. Tirado en el suelo, junto a la puerta, encontró su olvidado portasonrisas ¡completamente lleno de nuevas y frescas sonrisas! De esta forma descubrieron en aquel país la verdadera economía de la felicidad, comprendiendo que no puede comprarse con dinero, sino con las buenas obras de cada uno, las únicas capaces de llenar un portasonrisas.
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SEMANA DEL 22 AL 26 DE FEBRERO DEL 2016 LA PRINCESA QUE VIVÍA EN EL DESIERTO Había una vez una princesa que tenía todo lo que una niña podía desear, salvo una cosa. La princesa deseaba tener un jardín con flores. Pero eso no podía ser, porque el reino de su padre estaba en medio de un enorme desierto. El agua la traían de muy lejos con mucho esfuerzo y la reservaban para lo más importante, como beber, cocinar, limpiar y asearse. Un día llegó al castillo un peregrino medio moribundo. La princesa se ofreció a atenderlo. Le dio de beber y le preparó un baño para que se refrescara. En pocos días se recuperó. - Gracias por tus cuidados, pequeña princesa -dijo el hombre-. Como agradecimiento te concederé el deseo que me pidas. - ¿Cómo harás eso? -preguntó la princesa-. ¿Eres un mago o algo así? - Un brujo, más bien -respondió él. - Me gustaría tener un jardín con flores y agua suficiente para regarlo -dijo la princesa. - ¡Que así sea! -dijo el brujo-. Toma este frasco. Cuando me vaya vacía su contenido en el lugar donde quieras tener tu jardín. Y así lo hizo la princesa. En pocos minutos su pequeño trozo de desierto se convirtió en el jardín más hermoso del mundo, con las flores más bonitas que jamás existieron. En el centro había una maravillosa fuente de la que brotaba un agua clarísima. La princesa cuidaba su jardín con esmero y lo regaba todos los días. Era la princesa más feliz del mundo. Un día llegaron noticias al castillo de que el destacamento que iba a por agua había sido asaltado por unos bandidos. - Os daré el agua de mi fuente -ofreció la princesa. - Todos sabemos lo mucho que amas tu jardín -dijo el rey, su padre-. Tranquila. Hay reservas suficientes hasta que vuelva el destacamento de soldados que acabo de enviar. Pero los soldados fueron atacados de nuevo. - Coged el agua de mi fuente, padre -insistió de nuevo la princesa. - Acabo de enviar a otro destacamento -respondió el rey-. Todavía queda agua para aguantar unos días más. La princesa sabía que quedaba muy poca agua, así que a escondidas, fue llenando los depósitos del reino con agua de su fuente. los pocos días llegaron malas noticias otra vez. El tercer destacamento también había sido atacado. - ¡Qué vamos a hacer! -suspiró el rey-. Según mis cálculos el agua se acabará mañana. - Majestad -dijo el aguador real-, he revisado los depósitos de agua y queda por lo menos para una semana más. El rey, incrédulo, fue a comprobarlo. Por el camino observó que el jardín de la princesa estaba un poco mustio. - Hija, ¿qué le pasa a tu jardín? -preguntó el rey. - He estado ocupada con otras cosas más importantes, padre -respondió ella. - ¿Qué hay más importante que cuidar lo que más deseabas en el mundo? -preguntó el rey. - Cuidar de aquellos a los que amo, padre. Y así fue como la princesa renunció a su jardín para compartir el agua de su fuente con todos los habitantes del reino.
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