Col ecci onal i br os
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LaSeni si ent a
. . .Si gue c re ye ndo
El 50% de lo que usted paga por libros (en caso de que usted lea, o los regale) va directo a los bolsillos de un puñado de individuos que no son escitores. Para que usted pueda leer un libro ha sido necesario el trabajo de un escritor, un editor y poco más. Para que pueda comprarlo a sus anchas, entonces sí que hace falta que curre un grupo más numeroso. Si lo piratea, no sabe a quién roba. Si lo roba, mejor léalo. Porque si no, no se entiende para qué cojones roba.
Jorge Javier Márquez Marqués Nacido en 1965 en Las Tres Mil Viviendas (Sevilla). Es un conocido y prestigoso productor de telebasura, crítica literaria y narrativa hipertextual. Pasó su infancia en Barcelona, de ahí sus textos cargados de traumas y hechos sangrientos como amputaciones, carnicerías masivas y asesinatos selectivos. Romántico hasta las barbas, estudió en la Complutense, donde se doctoró en Ciencias de la Desinformación. Hizo la mili en el CESID y se construyó un chalet en Somosaguas a cargo de los fondos reservados. Nunca lo trincaron. Ha recibido prestigiosos premios, entre ellos: Nobel de Literatura (bajo seudónimo), Nobel de la Paz (cedido graciosamente a Barack Obama), Nobel de Medicina (por la serie Dexter, nuevamente bajo seudónimo), Príncipe de Asturias a las Malas Artes y Príncipe de Beckelar al mejor comedor de galletas rellenas de Nocilla adulterada. Tirarse a Cenicienta es su primera incursión en el relato fantástico.
Jorge Javier MĂĄrquez MarquĂŠs
Tirarse a Cenicienta
siguecreyendo
Y vivieron felices y comieron perdices Final Popular
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—Esto es un bombazo. ¿Estás segura? —Sí. —Parece un cuento. —Pues escríbelo. Pero antes déjame que salga ahí y lo cuente todo. —Te van a demandar. —Coño, y a ti si lo publicas. —No, a mí no. Porque yo lo voy a inventar casi todo.
Aída Wizard es morena, su pelo parece crin de caballo y su cara está como devastada por un exceso de grasas industriales. Tiene las piernas y brazos prematuramente flácidos. Es fea. Parece un travesti. Intenta aparentar calma y seguridad entre los demás, sentados en un semicírculo amplio. Pero su forma de oscilar en el sillón revela que está nerviosa. No es profesional. Tiene papeles entre las manos. Alguien debería preguntarle para qué coño necesita esos papeles.
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—A ver, cuéntamelo todo desde el principio. —Ya te lo he dicho, no hay principio ni fin. Todo es un montaje. El típico montaje de esa gentuza. —Pero algo habrá. Fuiste a ese sitio, ¿cómo dices que se llama? —No lo sé. Está por El Retiro, cerca de O’Donnell. O en la misma O’Donnell. —Bien. Dime, ¿qué fuiste a hacer allí? —Joder, Jacobus, ¿qué se hace en esos sitios? —Follar, supongo. —Me pregunto para qué te servirá tanta literatura… De acuerdo, empiezo yo. Me llamo اليردنسy soy de Nador. A mi madre no la conocí y mi padre era profesor de lenguas en un colegio. A su lado aprendí idiomas y poco más. Además de árabe, sé hablar español y francés y bastante inglés. Murió hace tres años y hace uno que no tuve más remedio que venirme a Hispanistán en una barca inmunda junto a ochenta cuerpos más. A punto estuvimos de morir de frío. De hambre no, ya estábamos acostumbrados. Pero tuvimos suerte de que nos avistara una patrullera de la Guardia Civil a cuatro kilómetros de la costa de Almería, adonde nos llevaron. Una mujer que conocí en el bar al lado del Centro de Inmigración me consiguió trabajo limpiando casas. 7
Así estuve dos o tres meses. A la mujer le daba parte del dinero que ganaba a cambio de una habitación compartida con una familia. De ilegales, como yo. El hombre de la familia me miraba mucho porque iba vestida como una occidental, pero sobre todo porque al salir del Centro me quité el hiyab. Eso le daba a la mujer el pretexto perfecto para tratarme mal. Me veía como una amenaza y yo presentía que tendría problemas graves. Soy consciente de mi rostro. Desde que estoy sola he aprendido que a una se la valora por cómo es por fuera. Si no gustas, entonces nadie querrá mirarte adentro. Sin embargo eso no significa que sea una puta. Tardó algún tiempo, pero el día que le descubrí espiándome mientras me duchaba ya había ahorrado algo de dinero y me marché de allí. Llegué a Madrid con todo lo que tenía metido en una bolsa de plástico y cien euros en el bolsillo. Era de noche y no sabía adónde ni a quién dirigirme. Decidí seguir a una mujer que llevaba un pañuelo en la cabeza. Cogió un autobús y yo también me subí a él. Luego otro y después otro más. Se bajó en la última parada y durante algunos minutos anduve tras ella por calles llenas de personas. De repente se volvió y me preguntó, en árabe, por qué la seguía. Creo que no era mucho mayor que yo. Tenía una cara dulce y redonda y los dientes muy estropeados. Se lo conté todo y ella me dijo que era tarde pero que al día siguiente estuviera antes del amanecer en la puerta de un bar que me señaló 8
con la mano. Esa noche la pasé sin dormir, en la calle, y me puse el hiyab para protegerme. En la puerta del bar la mujer del pañuelo en la cabeza me presentó a un hombre que también hablaba mi idioma. Me dijo que tenía una cama libre en un piso por ciento cincuenta euros al mes y que del trabajo ya hablaríamos. Le dije que sólo tenía cien euros y él me respondió que los guardara para comida, que ya pagaría cuando trabajase. Miré a la mujer del pañuelo en la cabeza y entendí que podía fiarme de las palabras del hombre. La cama estaba en una habitación con otras dos ocupadas por chicas españolas que en ese momento estaban fuera. Era la habitación más bonita que había visto en mi vida. Tenía dos armarios atiborrados de ropa preciosa y bajo un espejo había una mesita llena de cremas, perfumes y joyas. El hombre se marchó y como no me dijo cuál de las camas iba a ser la mía, me acosté en la primera y me dormí de inmediato. Estaba rendida.
El presentador es el habitual e introduce la noticia con unas palabras de suspense barato. Entra el video, en el que puede verse la puerta de un local. Está oscuro y la imagen es imprecisa. Pasa un vehículo. Otro. Un par de personas entran juntas al local. Nada más. Plano general del semicírculo e inmediatamente busto del presentador que insta a Aída Wi9
zard a que cuente lo que sabe. Wizard comienza con una descripción del local y sus funciones. Dice que no es una discoteca ni un bar de copas y tampoco un restaurante. Que allí se baila, se bebe e incluso se puede pedir algo para picar pero que la función del establecimiento es otra. Una periodista muy bronceada y de gran nariz la interrumpe y le ordena que vaya al grano. Aída se enfada y le replica de mala hostia. Se entabla una discusión que rápidamente llega a los gritos. Media un periodista de calva brillante, también gritando. El presentador no hace ni dice nada. En la parte inferior de la pantalla aparece el siguiente texto: Envía pura chusma + mensaje al 58995. Debajo hay caracteres tan pequeños que son ilegibles.
—Y lo peor es el momento, con lo de Genoveva tan reciente. No quiero ni pensar en cómo va a tomárselo mamá. —Mamá ya se hartó de nosotros, por eso no te preocupes. Además, recuerda que no es tu primera vez. Lo de la modelo… —¡Eso fue diferente! Yo estaba soltero y era libre de hacer lo que me apeteciera. —Ya, pero la puta aquella te hizo fotos y tú lo 10
consentiste. —Precisamente porque de alguna manera lo permití no es lo mismo. Sabía a lo que me exponía tirándomela con una cámara delante. —¿Fuiste con Genoveva a ese sitio? —¿Qué? Por supuesto que no. —Pero se lo propusiste… —¡No! Bueno, sí. Pero no quiso y no volví a sacarle el tema. —¿Y eso fue…? —Un mes antes de que nos separáramos, pero su negativa no fue la causa. No creerás que tomaría una decisión tan delicada por un motivo como ese. —Da igual lo que yo crea. Lo que importa es lo que ella piense. Y estará convencida de que la dejaste por una perversión, por un capricho. —Tonterías. Ella sabe que lo hubiera hecho de una forma u otra. Estoy harto de vivir así, quiero hacer lo que me dé la gana.
Me despertaron gritos y los golpes que me daba una chica. Que qué hacía yo tirada en su cama, que quién era y que apestaba y fuera, levántate ya, gritaba mientras me empujaba. Otra chica se reía a carcajadas en la puerta de la habitación. Me incorporé de un salto y pedí disculpas. Dije que no sabía que fuera su cama. Pero la chica estaba muy alterada y llamó al dueño de la casa al móvil y éste 11
vino y explicó las cosas. Dijo que el piso era grande y que en él cabíamos todos. Allí vivían el hombre y su pareja, una mujer mayor que intentaba aparentar veinte años menos pintándose la cara y el pelo y poniéndose ropa dos tallas más chica que la suya. El hombre tenía un bar y las dos chicas trabajaban como camareras en él, por la mañana. La rubia era de Bilbao y la castaña de Galicia. El hombre aclaró que estaban en Madrid por estudios y que su trabajo en el bar pagaba la habitación. La rubia volvió a reírse a con fuerza cuando escuchó eso. Siguió una discusión que no comprendí bien. El hombre la zanjó diciendo que el piso era suyo y que nadie más que él decidía qué hacer con las camas libres. Esta vez me señaló cuál sería la mía, hizo sitio a la fuerza en uno de los armarios y dijo que allí podía guardar mis cosas, cuando las tuviera. También me dijo que me quitara el pañuelo de la cabeza y que ya había encontrado un trabajo para mí, nocturno, limpiando un edificio de oficinas, y que al terminar lo haría como ayudante en la cocina del bar, preparando los menús de mediodía. Le hice caso y me quité el hiyab.
Aída Wizard dice: Este señor, grande de Hispanistán, fue sorprendido por Aída Wizard frecuentando un local swinger de Madrid. El presentador dice: Aída, aclárales a quienes 12
nos ven desde casa qué significa swinger. Aída Wizard dice: Un local swinger es un local de intercambio de parejas. Vas allí con tu marido o tu mujer y te tomas algo mientras escuchas música y charlas con otras parejas. Si hay química entre vosotros, entonces puedes practicar sexo con la pareja del otro. Y la tuya con el otro. La periodista de la gran nariz dice: ¿Quieres decir, Aída, que la gente va allí para acostarse con la mujer de otro mientras ven cómo ese otro se acuesta con la suya? Aída Wizard dice: Esa es la idea del intercambio. Por eso solamente se permite la entrada si vas acompañado de tu pareja. El periodista de la calva reluciente dice: Y tú estabas allí y viste a Chayetano. Aída Wizard dice: Aída Wizard estaba allí y vio cómo ese señor entraba en el local y pedía una copa en la barra. El presentador dice: ¿Y qué hizo luego, Aída? Aída Wizard dice: Bebió y miró alrededor, como si sólo en ese momento se diera cuenta de dónde estaba. Como si no se atreviera a moverse entre las mesas y acercarse a los reservados. Quizá fuera también consciente de que la gente lo estaba mirando a él. La periodista de la gran nariz dice: ¿Y cómo es posible que dejaran entrar a un hombre solo, si el local es exclusivamente para parejas? 13
Aída Wizard dice: Porque en realidad no entró solo. Aída Wizard vio cómo ese señor era abordado en la puerta del local por una mujer que ya estaba allí antes, esperando. Puede que a él o a cualquier otro.
—Sí, merodeé un par de veces por la puerta del tugurio, sin atreverme a entrar. —¿Solo? —¿A quién iba a proponérselo, a ti? —Pero al final entraste, ¿con quién? —Apareció una chica. —¿Qué quieres decir con que apareció? —Me tocó el brazo, en la acera. Me di la vuelta y la miré. Baja, muy delgada, levemente árabe, bellísima. Temblaba. Hacía frío y aquella chica sólo llevaba puesto un vestido de tirantes, muy sencillo pero exquisito, caro. Parecía una niña a la que hubieran vestido de mujer para una sesión de fotos guarras. —Y te habló, o le hablaste. —No, no. Se acercó un paso con la mano levantada hasta tocarme la cara con el envés de los dedos, me acuerdo de este detalle. Y sonrió. Sus dientes eran blanquísimos. Como si fueran nuevos y sin estrenar. Yo también sonreí y entonces ella se puso a mi lado, siempre mirándome fijamente, y me cogió del brazo. Empezamos a caminar. Quise cogerle la 14
mano pero se estremeció y la dejé hacer, siguió agarrada a mi brazo, o yo colgada del suyo. Me dijo “No temas”, y entramos al local, yo un poco adelantado y ella detrás mía. Fue ahí, en esa penumbra entre el resplandor de la calle y las luces del local, cuando noté que me soltaba. Me volví a la izquierda y ya no estaba. Había desaparecido.
Esos días fueron los mejores de mi vida, aunque terminaba agotada después de limpiar todas esas oficinas, llegar a casa, ducharme, cambiarme y bajar al bar procurando que nadie me viera entrar en la cocina, y allí ponerme a pelar, trocear, machacar, guisar… El hombre me regaló un mp3 para que el trabajo de noche no se me hiciera eterno. Pero yo ponía la radio, esos programas a los que llaman desesperados, muchos a punto de suicidarse. También canciones y música clásica, y entonces bailaba con la fregona. Imaginaba que los músicos que tocaban en la radio eran amigos míos y me ayudaban en la tarea. Como en algunos cuentos que leí de pequeña. Estaba muy sola. Una noche llamé a una de esas emisoras y se puso directamente el locutor. Hablaba como un perturbado y creo que notó una risa que se me escapaba. Me preguntó el nombre y respondí Angels, fue el primero que me vino a la cabeza. En realidad pronuncié Anjels, aposta. Desde dónde nos llamas, me preguntó. Barcelona, mentí. Capital o de 15
un pueblo, Angels. Capital. Cuéntanos, querida, tu problema. Que todavía me quedan tres plantas por hacer, dije y colgué porque ya no aguantaba más la carcajada. Sí, estaba sola y algo hundida. Pero pensé que al fin y al cabo comía y creo que de alguna manera era feliz. Me sentía a salvo y capaz de de mejorar. Pensaba que aquello sí era una vida. Tanto que una mañana, cuando el hombre entró en la cocina del bar a comprobar cómo iba el trabajo, tuve el valor de preguntarle si pensaba abusar de mí, si quería algo más que los ciento cincuenta euros que en realidad le estaba pagando en especie, guisando los menús de mediodía. Se sorprendió mucho. Me dijo que yo era como una hija que tuvo y se había ido hacía tiempo. Creo que mentía y que fue él quien en realidad se marchó de donde fuera. Pero no importaba. Por la forma de mirar y hablar supe que, en lo que me concernía, decía la verdad y nunca me haría daño. Algunas noches, cuando salía del baño, preparada para ir a limpiar las oficinas, estaba solo en el salón, mirando la tele sin sonido. Ahora pienso que aquel hombre sufría mucho. Supe que la mujer mayor que dormía con él y lo miraba casi con desprecio no era su esposa, y me daba lástima por eso y por su perpetua expresión mansa. A la vasca y la gallega casi no las veía, y supongo que él tampoco mucho fuera del bar. Así que en casa sólo hablaba conmigo y un domingo me invitó a ver una película que le habían regalado, Tapas, mientras tomábamos 16
unos tés que preparé. La película iba de un chino que trabajaba de cocinero en un bar como el suyo. El dueño de aquel bar se parecía a él en su aburrimiento y yo al chino no me parecía en nada pero no me importó porque pasé una tarde agradable y divertida en su compañía. La verdad es que así, de esa forma sí parecíamos padre e hija.
Es indiscutible que Aída Wizard sólo busca su propia fama y para conseguirla hará lo que considere necesario. Como por ejemplo poner a famosos por su fortuna, condición o profesión en un aprieto. Si no dispone de evidencias, no dudará en fabricarlas. En esta ocasión el vídeo que aporta deja lugar a todo tipo de dudas. El enfoque es lejano e inestable debido a un zoom exagerado. Además la calle está mal iluminada y cuando dice «Ahí, son ésos», solamente aparece el borrón móvil de un hombre alto con una chica del brazo entrando en un local. En la franja inferior de la pantalla aparece el siguiente mensaje: envía pasta al 58996 y participa en el sorteo de 60.000.000 euros. Los caracteres inferiores son tan pequeños que resultan ilegibles. El vídeo es pasado una y otra vez mientras en el cuadrante inferior izquierdo se suceden los bustos recortados de la periodista nariguda, el de la calva reluciente y el de la señorita Wizard. Ésta grita, el 17
otro grita, aquélla también. Los mensajes enviados al 58995 con las palabras pura chusma dicen: ponedlo, por favor.
—Pero, Chayetano, piensa. Esa tía dice que te vio entrar allí con una mujer. Sin embargo afirmas que la calle estaba desierta y que solamente pudo veros el guardia de seguridad de la entrada. Que si os vio juntos tuvo que ser en ese momento o después, cuando la encontraste en el reservado. —Tengo mi propia teoría. ¿Recuerdas aquel escritor italiano que me recomendaste? —¿Te refieres a Italo Calvino? —No, se llamaba Giorgio no sé qué. —¡Ah, sí! Manganelli. Magnífico. ¿Lo leíste? —Un poco. Escribió un cuento muy breve que leí en un libro suyo titulado Centuria. —Lo recuerdo. Publicado por la competencia. Creo que tengo el ejemplar por aquí… —No hace falta que busques el libro, Jacobus. Aquel hombre del relato entra a comprar algo en una tienda y cuando vuelve a la calle no hay nada. Extrañado pero tranquilo, se da la vuelta y observa que la tienda también se ha esfumado. Piensa entonces en la inutilidad de protestar, de escribir cartas al director o algo así cuando alguien le toca el hombro… —¿Y? 18
—¿No lo ves? Eso mismo fue lo que sucedió. Entro en el local, la chica desaparece como por arte de magia y yo, en lugar de darme la vuelta y salir a buscarla, continúo avanzando y llego a la barra, donde me acomodo y pido un whisky. Como si no hubiera sucedido nada extraño. Y no he dado dos sorbos a la copa cuando el camarero me llama la atención tocándome el brazo y me señala un corredor en penumbra. —Hombre, querría indicarte dónde estaba la diversión. —Lo que quería era insinuarme el camino para encontrar a la chica. Aunque él no pudo haberme visto entrar con ella, sabía que no entré solo y además no ignoraba con quién lo había hecho. Todos lo sabían. El guarda de la puerta, el camarero, los clientes. Todos. —Estás paranoico… —Cómo explicas entonces que esa guarra que va de periodista lo supiera, ¿eh? Y que incluso hubiera grabado nuestra entrada. Un montaje casero en el que el cebo era la chica. La cuestión era obtener una noticia basura, un escándalo al que poder exprimirle el jugo. Armar un follón a mi costa sólo para ganar pasta.
Una tarde unos policías entraron en el bar y detuvieron al hombre. El bar lo cerraron. Dicen que trafica19
ba con drogas, o con pastillas, y que formaba parte de una banda de delincuentes sevillanos y canarios muy peligrosa, no sé bien. Las chicas se quedaron sin trabajo y las cosas en el piso cambiaron. La mujer que estaba con el hombre dijo que ahora que no trabajaba en el bar tendría que pagar la cama. Le respondí que el piso no era suyo, que podíamos vivir todas allí hasta que se supiera qué iba a pasarle al hombre, cuánto tiempo iba a estar encerrado y todo eso. Ella dijo que esos asuntos no me incumbían y que si volvía a protestar me daba dos hostias y me echaba del piso. Las chicas, aunque estaban en una situación parecida o incluso peor que la mía, se rieron. Yo no podía pagar ciento cincuenta euros al mes si no encontraba otro trabajo, le dije. Que no conocía a nadie aparte de ellas y el hombre. Volvieron a reírse. Hazte puta, dijeron. O vende un riñón, y más risas. Entonces la mujer decidió que en tanto no pagara tendría que ocuparme de la limpieza del piso y de lavar la ropa y hacer la comida, y que dormiría en la cocina. Protesté, pero fue inútil. A los dos días de esta conversación ya había vendido mi cama a una tienda de muebles de segunda mano y yo tuve que mudarme a la cocina. Comenzó una época horrorosa. Como no me atrevía a discutir, hacía lo que me mandaban y dormía encima de un montón de trapos sobre el suelo. Volví a ponerme el hiyab en casa. El cansancio me podía y en el trabajo de por la noche lo notaron. El responsable de la lim20
pieza me preguntó qué me pasaba, si me traía allí a los clientes o qué. En este país todo el mundo está obsesionado con la prostitución, ¿no? A poco que haya lugar la palabra puta está ya en el aire, y siempre con la no oculta intención de probarte, de constatar si de verdad eres puta. Me despidieron. Ahora ya no tenía nada. Incluso perdí el cargador del mp3 y acabé quedándome sin música. Pensé que llevaba la vida de una colilla sucia arrojada de vertedero en vertedero... Manteniendo la rutina horaria conseguí que en el piso no se enteraran de lo del trabajo. Hubiera sido lo peor, quedarme en la calle. No fue difícil porque ahora las chicas salían por las noches con las dos mujeres y volvían casi al amanecer. Se compraron ropa nueva y zapatos y bolsos y dormían hasta la hora de almorzar. Arreglando sus armarios descubrí también dinero y joyas, quizá fuera bisutería, en esas cosas no sé distinguir lo bueno de lo malo. Me preguntaba qué harían por las noches, cómo conseguirían el dinero y todo eso. Y aunque me trataban cada vez peor, una tarde me atreví a plantearlo. Hubo una pelea terrible. Si no llegaron a pegarme fue porque la vieja las convenció de que dónde iban a encontrar a otra que les hiciera la casa gratis. Dijo literalmente que dónde a otra mora de mierda como yo.
En la pantalla aparece un número que empieza por 21
902. Al lado pone: «teléfono de aludidos». —Es un individuo que ha vivido en palacios, no se olvide. —Un hombre con antecedentes viciosos. —La familia más aristocrática del país. pura chusma Es una vergüenza que se sigan aprovechando de su apellido. Deberían quitarles lo que nos han robado a todos y meterlos en la cárcel. —Decenas de picaderos. —Nunca ha tenido verdaderas intenciones de formar una familia. —Sin cerebro. La cabeza hueca. —Se las da de semental. —Usa a las mujeres y después las desecha. pura chusma Txiki te kiero ven la tengo preparada pr ti —El vicio corre por sus venas. —Toda la sangre la tiene entre los muslos. pura chusma Pero la Güiza esta quién es? Por qué se le da crédito? Hoy le ha tocado al capullo ese sin seso, pero mañana será otro de verdad trabaj —Oye, Jorge, ¿no crees que te estás pasando? —¿Por qué? —Te pidieron un relato literario, no esta cosa llena de putas, sangre azul y basura televisiva. —Tía, esto es reality show en su más pura acepción, las meras entrañas de la realidad más banal y menos venal sacadas a la luz de los focos de Goo-
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gle. Toda plasticidad es poca y un solo melindre es excesivo. Es más, pienso que no estamos siendo lo suficientemente explícitos. La mierda y la vergüenza de nuestro país tienen que salir con denominación de origen. Que se sepa bien, que se diga fuerte y claro cómo somos y a qué apestamos, y cuánto.
—Fuiste donde el camarero te indicaba. —Sí, fui. —¿Y qué encontraste? ¿Cómo era aquello? —Un pasillo no demasiado largo ni estrecho, con puertas a los lados, sencillas y dobles, como en un hotel. —Reservados. —... —¿Estaba la chica en uno? —Una de las puertas dobles estaba abierta y asomé la cabeza. Había siete u ocho personas, mujeres y hombres. Bebían, charlaban. Uno de los hombres tenía una mano bajo la blusa de una mujer. Le sobaba las tetas mientras con la mano libre movía un vaso. Hablaba muy pegado a ella. La actitud general era ésa. Manoseos, roces, cremalleras bajadas, ropa interior. —Llegaste pronto, o a punto… —La chica estaba de pie en una esquina, parecía asustada. Entonces me vio y dando unos pasos rápidos se acercó y me agarró el brazo. Sí, estaba asus23
tada, y me miraba como pidiéndome que la sacara de aquella habitación. Pero también se levantaron otras dos mujeres y cada una me cogió de un brazo, apartando a la chica. Eran jóvenes y una tenía la blusa desabrochada y no llevaba sujetador. —Joder, Chayetano, y ¿cómo eran? —No recuerdo sus caras, apenas si llegué a mirárselas. Sólo sé que eran jóvenes por el tacto de su piel. —¿Qué te hicieron? ¿Y la chica, se sumó? —Ocupamos un sofá y me abrieron la camisa y empezaron a tocarme. El pecho, la polla por encima de los pantalones. La chica se quedó donde la dejé, en la puerta. Pero cuando una de las mujeres empezó a desabrocharme el cinturón, ella vino corriendo, se me echó encima y me besó en la boca. —¡Aaah! —Noté que las otras intentaban apartarla y me levanté, cogiéndola de la cintura, sin separar mis labios de los suyos. No pesaba nada. Nada, Jacobus. Apenas notaba llevarla en mis brazos y sólo percibía el tacto del vestido y sus pequeñas tetas contra mi pecho.
Pasó una semana. Yo seguía saliendo por las noches, como si no hubiera perdido el trabajo de limpiadora. Vagabundeaba cerca del portal, escondida entre los coches y los contenedores de basura, hasta 24
que las veía salir. Entonces subía al piso y hacía las tareas de casa, pues también se quejaron de que hiciera ruido de día, cuando estaban durmiendo. Una noche las seguí y descubrí a qué se dedicaban. Iban tan animadas que no se enteraron de que yo tomaba los mismos autobuses que ellas. Llegaron a la puerta de un bar y esperaron un rato a que un hombre muy trajeado les fuera presentando a cada una otros hombres también muy elegantes con los que fueron entrando en el local. Pasó un rato largo y no salieron, así que volví al piso y, tras pensarlo, deduje que se habían convertido en prostitutas o algo parecido. De ahí la ropa cara, las joyas y el dinero. No las juzgué mal. Su situación era desesperada después de que metieran al dueño del bar en la cárcel. Y la mía era todavía peor. Le di vueltas unos días. No tenía a nadie que me aconsejara ni que me prohibiera nada. Estaba sola, ¿qué podía perder? Mi padre nunca fue muy religioso y si me hablaba de Dios creo que era para que yo tuviera algo a que aferrarme cuando él no estuviera. Pero Dios nos dará el paraíso cuando fallezcamos, y pensé que ya tendría tiempo de ocuparme de ese asunto cuando muriera. Además, en Hispanistán la palabra puta y sus sinónimos han perdido su significado. Tenéis que inventar algún término más bruto que puta porque incluso los jueces han decidido que forma parte de la normalidad ir por ahí llamando puta a las hispanistaníes. Concluí que este país es 25
una mierda y que no tenía otra alternativa que pasar a la acción e imitarlas. Aunque soy delgada y tengo pechos pequeños sé que hay hombres a los que les gustan las mujeres como yo. Que babean cuando paso a su lado… Estaba segura de conseguirlo aunque tendría que actuar a escondidas. No hubieran permitido que las acompañara, me odiaban por ser pobre, inmigrante y además mora. Así que fui varias noches más, pero ahora me anticipaba a ellas. Siempre era lo mismo, llegaban y el hombre trajeado les asignaba hombres solos y entraban al local. Tenía el problema de la ropa, con el uniforme de limpiadora de oficinas me prohibirían entrar allí, y no me atrevía a coger algún vestido de las chicas. Además, todos me quedaban enormes. Una noche se acercó una mujer adonde yo estaba, frente al local, detrás de unos coches aparcados. Tuve miedo pero ella me dijo que me tranquilizara. En la mano llevaba una bolsa de patatas fritas de la que me ofreció, pero yo dije que no con la cabeza y añadí Gracias. Me preguntó si quería entrar allí dentro, señalando el local con la barbilla. Negué de nuevo, y como no me fui ella siguió hablando. Dijo que me había visto varias noches rondando por la calle y que le parecía que tenía ganas de saber qué había dentro de aquel local. Me contó que allí iban parejas para conocerse, que Madrid era muy grande y había mucha gente pero que aun así muchas personas se sentían solas y desgraciadas. Para eso estaban los locales 26
como aquél, para conocer a otros y hacer amigos. El único requisito era ir acompañado. No se permitía la entrada de hombres o mujeres solos. Aunque lo cierto es que a quien no iba con pareja el gerente del local se la proporcionaba. Son gente importante la que frecuenta este sitio, me dijo. Y ahí dentro deben de divertirse mucho y pagar bien a las chicas, solamente por darles charla y reírles los chistes. ¿Quieres entrar?, volvió a preguntarme. Dudé y por primera vez me atreví a mirarla. Era un poco basta y mayor que las chicas y yo. Parecía árabe y le pregunté si lo era. No, dijo, soy española, pero desciendo de nizaríes y mi nombre es musulmán, Aída. Yo puedo prestarte ropa y zapatos y hacer que entres ahí y ganes dinero y quizá hasta encuentres un novio rico y guapo. No pierdes nada y yo gano una amiga, ¿qué me dices?
La periodista de la brutal napia dice no creer nada de lo que Wizard ha venido a contar en exclusiva. La conmina a entregar pruebas fehacientes, como por ejemplo la chica que acompañaba al aristócrata y no ese vídeo cuya autenticidad pone también en duda. Wizard responde que la chica aparecerá a su debido tiempo y bajo las condiciones que ella marque. Que está en vías de conseguir una entrevista excepcional que hará que tiemblen muros de palacios y se 27
derrumben prestigios nobiliarios. Que aparte de esa chica hay más como ella, pues el conde, marqués, duque o arzobispo va sembrando cuantos campos y montes encuentra a su paso. El periodista de cráneo al aire pregunta si Wizard es ahora representante de prostitutas, pues no otra cosa serían quienes se avienen a semejantes maquinaciones. Wizard monta en cólera y, levantándose del asiento, arrojando al suelo los inservibles papeles, imprimiendo a su mórbido brazo una energía marca Red Bull, le espeta al lampiño fantoche que puta lo será su putísima madre y que en su trabajo no hay traza de maquinación o montaje sino pura profesionalidad y gran esfuerzo, algo que él, melón pelado y alelado, no ha hecho ni hará jamás. Sigue el acostumbrado griterío mientras a toda velocidad se suceden los mensajes pura chusma y los caracteres ininteligibles advierten, informan, previenen de qué parte del beneficio generado por toda ese desperdicio de tiempo, dinero y vidas corresponde a Dios y cuál al César.
—Llegué a la puerta con ella en mis brazos. Todo el que estaba en el bar pudo vernos pero en aquel momento sólo me importaba salir de allí con ella. Le dije que la llevaba a casa, donde nadie nos molestaría. Sólo me respondió que tenía miedo y que 28
era virgen. —Hostia, menudo notición. —Entonces alguien me cogió fuertemente del brazo y tuve que soltarla. —¿La tiraste al suelo? —No sé qué pasó. Me giré y vi que era el camarero, exigiéndome el pago del whisky. Saqué la cartera y le di un billete con la intención de no esperar el cambio, pero cuando me volví la chica había vuelto a desaparecer. Creí volverme loco. Busqué por todo el local. Fui a los servicios de hombres y de mujeres. Volví al reservado. Abrí las demás puertas y vi orgías en pleno apogeo. Pero todo fue inútil, la chica no estaba en ningún sitio. —Se la tragó la tierra. —Ahora pienso que cerca de la entrada, en el guardarropa, debe de haber alguna puerta por la que, de alguna manera, tuvo que introducirse. O desde donde la cogieron. —Ya. La bruja esa de la telebasura. Tu teoría del complot. —No lo descarto, pues es mucha casualidad. Aunque también pienso que quizá esté obligada por alguien a ejercer la prostitución. No sería raro. —¿Y qué opinas sobre lo de su virginidad, lo que te dijo? —Ésa es la única pista de que dispongo para encontrarla. De que disponemos. 29
Al día siguiente salí temprano y me reuní con Aída en una cafetería del centro. Me invitó a desayunar y estuvo hablándome durante más de una hora. En resumen, insistió en que a ese tipo de locales van las parejas a hacer amigos, pero que no era extraño que una joven como yo pudiera encontrar ahí a su futuro esposo. Se reía mucho y era muy amable conmigo. Aída fue la primera persona que me trató bien desde que encarcelaron al dueño del piso por traficar con aquellos murcianos y mallorquines. Fuimos a una tienda en la que la conocían y me probé mucha ropa. Había un problema con mi talla, pero Aída convenció a la dependienta de que me arreglaran un vestido encantador para esa misma tarde. También me compró unos zapatos. Se los quedó ella y aseguró que después recogería el vestido y quedamos en que nos veríamos en la puerta del local a la misma hora del día anterior, cuando nos conocimos. Yo tenía miedo y, al mismo tiempo, estaba contenta. Por fin había encontrado una amiga de verdad, y además un trabajo que, aunque extraño, daría para ganar algo de dinero. Cuando llegué al sitio ya estaba allí Aída con dos bolsas, esperándome. Cruzamos, saludó al hombre trajeado y entramos rápidamente al local. Por una puerta del guardarropa se accedía a una pequeña habitación en la que Aída me ayudó a cambiarme, me maquilló y me recogió el pelo. Después volvimos a salir a la calle y me dijo que me 30
quedara cerca de la puerta, que ella me señalaría a qué hombre tendría que dirigirme. Debió de ver extrañeza en mi cara y me tranquilizó asegurando que esta vez era especial, que el hombre trajeado no intervendría porque yo era especial y me tenían reservado a alguien especial con quien no se usaba el procedimiento acostumbrado. Así lo hicimos y estuve paseando a uno y otro lado de la puerta durante más de media hora. Me frotaba los brazos porque tenía frío con aquel vestido de tirantes tan ligero. Intentaba no pensar, no mirar a Aída en la otra acera, no sentir la mirada del hombre trajeado a mi espalda, ni el hambre ni el frío ni el sudor helado que me corría por la nuca y bajaba hasta la cintura, mojándome las bragas. Hasta que Aída, desde el otro lado, me hizo el gesto, señalándote.
—Va muy bien —dice el presentador. —Aída, y la chica ¿dónde está? —pregunta la periodista de la… jajá. —En su casa, vive en una especie de piso para inmigrantes, ayer estuve con ella. —¿Merece la pena? —pregunta el calvo. —Qué va. Es casi una niña. Quiero decir que parece menor de edad. —Una entrevista a testigo protegido sería lo adecuado—dice la nariz—. Para ir entregando la historia poco a poco. Entretanto podrías asegurarte de si 31
es o no menor para alargar el asunto. —A tanto no me atrevo —responde Wizard—. Digo que aunque efectivamente fuera una cría no es buena idea airearlo. En esto rozamos los límites. —No los rozas. Los invades, guapa —dice el otro. —Te recuerdo que tú grabaste el vídeo, y a ti —señalando directamente con un grueso dedo a la punta de la napia— que fuiste quien me informó de la existencia del local y sus funciones. Volvemos en 4, 3, —Sí, pero te lo dije para que pudieras sacarte algo de dinero. Y no precisamente de esta forma. 2, 1, —Si vas a empezar a llamarme otra vez puta te 0.
—¿Cómo que disponemos? ¿Quieres que te ayude a encontrarla? —No tengo otra opción, Jacobus. Tengo que dar con ella antes de que esa tipa la saque en uno de sus programas de mierda y todo se vaya al infierno. —Pero ¿cómo piensas hacerlo? —Volviendo los dos al local. Por la descripción que te he dado es fácil hacer los descartes. Además está lo otro. —¿Lo de que es virgen? —Sí. —Vale. Comprendo. 32
Cuando Aída me introdujo en aquella habitación caí en la cuenta de que me había equivocado con ella. Estaban mis compañeras de piso, que no me reconocieron, supongo que por la ropa que llevaba puesta y el maquillaje y el peinado. No comprendía por qué me había separado de ti de esa manera, pero ella me garantizó que vendrías en seguida. Aquellas personas estaban acariciándose unas a otras y no quise sumarme a ellas. Por eso me quedé en la parte más alejada, esperando. Luego, después de que aparecieras y mis compañeras empezaran a desnudarte, no pude más y me abalancé sobre ti. —Y Aída volvió a arrastrarte al guardarropa cuando estábamos saliendo, ¿no? —Sí. Iba a gritar pero ella me puso una mano en la boca y me dijo que lo único que querías era abusar de mí. Yo dije que me daba igual, que tú eras diferente y que me entregaría a ti si así lo querías. Pero no me dejó salir hasta que hubo pasado un gran rato y estaba segura de que ya te habías marchado. Me llevó a casa mientras yo no paraba de llorar, gritándole que me había engañado y ella diciendo que me haría rica y famosa. Estaba eufórica por lo sucedido y me hizo prometer que no volvería al local hasta que ella me lo permitiera. De alguna forma me conformó, esa manera de acariciarme el pelo y los pechos… Ya en la puerta del edificio me dio unos 33
billetes y me obligó a cambiarme en el coche. El vestido y los zapatos se los quedó. Eso es todo. Pasó una semana y no tuve noticias suyas hasta que una noche llamaron a la puerta y era ella. Estuvo poco tiempo. Me dijo que debía esperar un poco más, que no fuera impaciente. Me dio más dinero y prometió volver en pocos días. Pero antes viniste tú. ¿Cómo me encontraste?, aún no me lo has contado. —Volví al local e interrogué a las otras chicas. —Pero si no me conocían de nada. Aquella fue la primera vez que iba… —Cierto, en el local no conseguí información, y decidí seguir a las chicas a la salida para abordarlas lejos de aquel ambiente, no fuera que allí tuvieran miedo de hablar. También me ayudó mi hermano, al que se lo conté todo, incluso lo de tu virginidad. —¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra? —Mi hermano fue acostándose con cada una de las chicas para comprobar si eran o no vírgenes. —¿Qué? No entiendo. En caso de que yo hubiera accedido, ¿hubieras soportado que tu hermano me desvirgara? —No es mala pregunta y no lo había pensado, pero lo que cuenta es que yo te encontré antes y acabo de comprobar que no mentías. —Y dime, Jacobus, ¿cómo es tu hermano? —Es alto y bien parecido, delgado, con el pelo cano, es literato, algo así como la Carmen Lomana de la literatura, y vive en el campo. Se llama Cha34
yetano. —¿Y tú, a qué te dedicas? —Yo soy caballero andante, princesa Cenicienta, y deshago entuertos y ayudo a los menesterosos. —¿Y ahora qué vamos a hacer? —Qué crees tú. Por lo pronto atacar esta perdiz que nos han servido, que se nos resfría.
—Y ahora qué. —Ya está, termina el cuento. —¿Y no les hacemos unas fotos? Mira que por un robado como ése sí que nos darían una pasta, Jorge, y no la mitad de un euro, como te han propuesto. —Como siempre, Aída, tienes razón. La literatura no vende. Anda, ve sacando la cámara.
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