El Gato, El Abrigo y el Fantasma de Thomas Carlyle
Un ruido extraño despertó a Alina un lunes de madrugada, era como su un metal rasguñara un vidrio en la sala de estar de su departamento en el barrio de Chelsea. Se levantó a ver qué ocurría y vio al gato de la vecina en el balcón que daba hacia el río Támesis. El alba recién empezaba a dar la bienvenida a una nueva jornada londinense en los primeros días de otoño. Un azul oscuro pero cristalino inundaba el estar. Observó al gato durante unos minutos. No le agradaban los felinos, era más cercana a los perros. Abrió la ventana y lo tomó de la barriga, como alejando con cierto disgusto. El animal quedó inmóvil. Bajaron juntos las escaleras al piso inferior. Era como llevar a un niño de la oreja castigado por mal comportamiento para que sus padres dieran explicaciones del vidrio que había quebrado por un pelotazo mal calculado, aunque también premeditado. Le entregó el gato a la vecina quien se lo agradeció disculpándose. Alina no hizo mayor
alboroto.
Subió a su departamento, puso moka 3 en la cafetera y se dirigió al baño para tomar una ducha. Calculaba mentalmente los minutos de la ducha para sincronizarlos con lo que demoraba la cafetera. Desayunó ensalada con atún, parte de una nueva dieta keto que sus amigas post embarazadas le habían sugerido. Alina no quería tener hijos, pero se trataba de integrar a las conversaciones siguiendo tendencias de vestuario, ejercicios y comida. Siempre la animaban a tener hijos. Nunca contestaba a estas sugerencias dando paso a un silencio incómodo hasta que cambiaban de tema. No asistía a los baby showers porque los encontraba ridículos. Echaba de menos los pijamas party del colegio, que lentamente se transformaron en descontroladas borracheras a las que por alguna extraña razón Alina adquirió inmunidad alcohólica. Resultado: Todas sus amigas casadas con 3 o 4 críos que apresuraron la vejez de cada una, modificaron sus cuerpos y costosas sesiones de psicoterapia. Alina en realidad, no tenía tiempo ni ganas para críos. Se sentía más realizada autoimponiéndose logros laborales y personales que someterse a la maternidad.
Tomó su agenda, cartera, planos, cogió un abrigo gris a cuadros y salió del departamento en dirección al metro de South Kensington. Su trabajo de Project Manager quedaba en Hammersmith y el metro más cercano era el de Earls Court, pero prefería caminar hasta el de South Kensington surcando una serie de plazas privadas exclusivas para residentes. La diferencia entre caminar directamente a su trabajo y al metro de South Kensington era prácticamente la misma, pero prefería el tour de plazas privadas. A pesar de conocerlos de memoria, leía siempre los mismos carteles: “bla bla bla Square Garden Limited,
Residets Only”
Dependiendo del día, elegía diferentes rutas de un total de cerca de 10 plazas destinadas a exclusivos residentes.
Dependiendo del trayecto, cronometraba meticulosamente distancias y horarios del metro, para llegar a las 7AM en punto la oficina. El trayecto también decidía el desayuno y el vestuario, lavarse o no el pelo, y qué maquillaje usar. Si Alina hubiera elegido otra profesión, claramente el puesto de chofer de metro en la prefectura de Osaka Japón la estaría esperando.
Al otro día nuevamente el ruido de la ventana en el balcón. Al tomar el gato por el estómago, logró divisar una barcaza plana navegando por el Támesis. Un hombre mayor cubierto con un grueso abrigo azul parecía dirigir la embarcación desde la proa. Alina se quedó un momento sentada en el balcón observando la barcaza mientras se alejaba. Cuando ya la perdió de vista se dio cuenta que llevaba varios minutos acariciando al gato. El mismo proceso que el día anterior, el gato inmóvil colgado del estómago siendo dirigido a la vecina del departamento inferior. No se lavó el pelo, solo bebió café, tomó su agenda, planos, bolso y un abrigo gris a cuadros. Eligió esta vez la ruta más directa al metro, visitando solo 3 plazas. De igual manera 7:00 AM en punto en su trabajo en el barrio de Hammersmith.
En el trayecto de vuelta, tomó la decisión de recorrer todas las plazas. El trayecto tomaba más de una hora, el algunas habían bancas hacia el exterior donde se daba una pequeña pausa. Observaba las casas de los residentes e inventaba personajes e historias de sus habitantes. A esa hora ya las plazas estaban cerradas con candado. Terminando la ruta se encontraba el jardín de Thomas Carlyle. Era la más pequeño y
desconocido de todos. Se acercó a la reja de acceso e hizo un esfuerzo de introducir la mirada. Observó diferentes arbustos descansando en un césped de dichondra como si fuera un colchón de plumas. La somnolencia le cayó encima y se dirigió a su departamento. Cayó dormida apenas llegó al departamento.
A las 5:30 de la mañana, escuchó un sonido como el de un ferrocarril llegando a estación, pero mucho más grabe. Se dirigió hacia el balcón y divisó a la barcaza del día anterior acercándose al departamento. En la proa, el hombre del abrigo azul. En el piso del balcón, el gato de la vecina. Esta situación se empezó a repetir todos los días transformándose en una rutina. Ya no necesitaba despertador. Pensaba si el sonido de la bocina de la barcaza se producía desde que empezó a salir al balcón por las mañanas, o simplemente no se había percatado antes.
En algunas ocasiones le hacía gestos al hombre del abrigo azul, primero alzando la mano, el hombre respondía imitando el gesto. Luego las dos manos, girar los cuerpos, doblarlos, era como un juego o un saludo. El gato miraba. Incluso en algunas ocasiones la imitaba. Al final el gato era huésped de Alina, y el barquero, el nuevo amigo de la chica de las torres de Chelsea.
Ya acercándose el invierno, se despertó a las 5:15 de la mañana a darle leche al gato, preparar el café y esperar al barquero. Se saludaron y la barcaza se alejó por el Támesis. En la ida al metro el frío era más intenso que otros días. Pensó en el abrigo azul del barquero, lo grueso y calentito que debía ser para soportar estas bajas temperaturas y además en medio del Támesis. Una imagen de infancia le hacía recordar unas vacaciones con su padre en Ventisquero Colgante en
el sur de Chile del año 95. Hizo un esfuerzo en imaginar la inmensidad del glaciar, el blanco impoluto del hielo y el frío austral de Magallanes. Recordó que en esa ocasión su padre la protegió del frío cubriéndola con un grueso abrigo azul. Pesaba una tonelada, pero la cubría completa. Se fue todo el trayecto hasta el trabajo pensando en esa imagen. Camino de vuelta, se paró frente al Jardín de Tomas Carlyle. Las rejas estaban cerradas. Puso la mejilla derecha entre los barrotes y observó el interior, como si tuviera ojos de un camarón mantis recorrió medio jardín con un ojo, y el resto del jardín con el otro. Contó 12 bancas de madera y una de piedra. Tras esta había una estatua de 3 metros de altura en bronce verde. Miró a los extremos de la calle e intentó trepar la reja, pero un ruido a óxido hizo encender las luces de las casas del frente. Se alejó inmediatamente y se fue lo más rápido a su departamento, que quedaba a escasas cuadras de este jardín escondido.
Cuando llegó a casa, puso la cartera, los planos y la agenda en la mesa, preparó una leche caliente y se fue a la pieza. Se sacó la ropa y se puso el pijama. Cuando empezó a colgar las prendas vio el saco azul de su padre en el fondo del armario. Lo retiró de golpe y lo puso completamente extendido en la cama. Estaba confundida si era el abrigo de su padre o el del barquero. Eran completamente iguales.
De la primera posibilidad, no había visto ese abrigo hace 20 años, y tampoco su padre se había alojado en el departamento cuando la visitaba por lo menos una vez al año.
De la segunda dudó. ¡Y qué pasa si el barquero es un enfermo sicótico que me persigue, se bajó de la barcaza mientras yo trabajaba, estuvo en el departamento, y dejó el abrigo en el ropero? Recordó que la ventana del balcón tenía una falla. Trababa,
pero si la empujaba hacia arriba y al lado derecho, esta finalmente abría. Se quedó horas pensando hasta que el cansancio la consumió y cayó dormida.
Despertó a las 5:15 de la mañana, preparó café, se acercó al balcón, le dio leche al gato y espero al barquero. Como todos los días se saludaron y cuando volvió a vestirse a su pieza, se encontró con la chaqueta al lado de la cama. Como se había saludado con naturalidad con su amigo barquero, descartó la segunda posibilidad. Era muy difícil que el barquero haya atracado frente al edificio, trepado 6 pisos por los balcones de los vecinos sin despertar sospecha, ingresar a mi dormitorio y depositar el abrigo.
También lo llevaba puesto como todas las mañanas. Tenemos entonces 2 abrigos azules.
Tomó desayuno y se fue al trabajo.
En la oficina, no lograba concentrarse en los proyectos. Cuando fue al baño, se miró en el espejo y observó que llevaba el abrigo azul puesto. A lo mejor inconscientemente lo había tomado antes de partir al metro. Se fue a su escritorio y se quedó pensando.
Tommy su compañero de estudio le pregunto qué le pasaba.
Alina le preguntó, -“oye Tommy, de los abrigos que siempre uso, cual es el que te gusta más”.
Tommy la quedó mirando y respondió alzando los hombros. Alina se levantó del escritorio y le volvió a preguntar: -“Crees que este abrigo azul me queda bien?
Tommy se ruborizó por completo, no supo qué responderle. Un silencio incómodo inundo el estudio.
A la vuelta del trabajo se quedó varios minutos frente a la reja del Jardín de Tomas Carlyle. Esta vez intentó saltarla con mayor precaución que el día anterior. Ya iba por la mitad de la acrobacia hasta que la bisagra
superior cedió por completo llevando reja y Alina al suelo. El sonido despertó a la mayoría de los residentes del exclusivo perímetro que bordeaban el jardín. Las luces de las casas se encendieron y algunas puertas de abrieron. Alina corrió lo más rápido que pudo por King Road Street. Mientras corría no paraba de reír de la estupidez de la maniobra que había hecho, y se sentía un tanto victoriosa por una conducta que la podría acercar a costosa multa por invasión a la propiedad privada. Recordó que los primeros martes de cada mes la visitaba su prima. Recordó que de niñas jugaban en una casa en Puerto Octay con un gato negro, el mismo gato de la vecina del departamento de abajo. El gato se llamaba Torombolo, y con su prima preparaba juegos con bolsas de lana. El gato las seguía a todas partes, incluso hacía algunos trucos como dar un salto en la cama, caerse muerto de espaldas, girar, arquear la espalda mientras le hacían, y hasta una especie de saludo cuando las niñas se tocaban la cara con un guante negro. Por alguna razón todos estos recuerdos desaparecidos en algún escondite de su memoria habían vuelto con el el gato de la vecina, el barquero, el abrigo y el Jardín de THomas Carlyle. Cenando con su prima le pregunta.
- Oye Pepa, ¿te acuerdas del gato de Puerto Octay, ese negro de la señora que vivía en la casa del frente, con el qué jugábamos.? Pepa que tenía una pésima memoria, le dijo: - ni idea, ¿qué gato??
- Torombolo!!
- Ahhh, a lo mejor. Alina salió a fumar tabaco al balcón mientras pepa se auto leía el tarot. Al lado de un macetero, el gato de la vecina
- Pepa, pepa, ven, acá está el gato que te digo,
Torombolo.
Al llegar, pepa le dice: - Acá no veo más que un macetero.
En la mañana siguiente, la misma rutina, levantarse a las 5:15 de la mañana, preparar café, darle leche al gato, saludar al barquero, ducharse, vestirse, y partir al trabajo.
Esto del gato, el abrigo y el barquero ya me tiene un poco cansada, pensó. Decidió volver a usar el abrigo gris a cuadros.
Pero esa mañana todo fue mal. Se perdió en las rutas de los jardines, se pasó 3 líneas del metro y llegó a las 8:30 de la mañana. Su jefe la mandó a llamar.
- Alina, a las 7:00 teníamos que enviar las correcciones de los planos de la obra en Soho, ya empezaron a hormigonar. ¿Qué te pasa, estás bien?
Alina se quedó inmóvil. El jefe le dio el día libre. Esto de que te den el día libre es lo peor que me puede ocurrir, como que soy más estorbo estando en la oficina que resfriada en casa. Y todos estos malditos siempre llegan tarde, no entregan los planos, se equivocan en los trazados y debo todos los días rescatar los proyectos de una hecatombe mundial. Siempre me llaman para salvarles la vida. Ahora soy una inútil. Todo por este maldito abrigo. Si lo hubiera traído como de costumbre, nada de esto hubiera pasado.
Cuando retiró sus cosas de la oficina, saludo a Tommy. La respuesta fue un tartamudeo en un idioma como si fuera un gitano de Moldavia. Tommy estaba completamente enrojecido.
Uyyy, no, y ahora este, debe pensar que le gusto y lo provoqué preguntando como me quedaba el maldito abrigo.
Antes de salir de la oficina, Mathew, otro colega con el que mejor se llevaba, le dice, oye Alina, hoy es viernes de quincena, vamos a hacer una cena en casa
con mi señora, quieres venir?
- Claro, como a qué hora
- 6 pm, es en plan de parejas, va a ir Tommy. Como ya le había respondido que si, no le quedaba escapatoria.
- Ok, bueno, ¿qué llevo, un vino?
- Mmm, vamos mujer, subamos un poco los grados mira que alguien me pidió toda la semana quedar en cita, trae un gin o un coñac, que aún somos jóvenes, anímate!
Ya como último recurso para salvar el día, Alina pensó en intentar recobrar la fortuna visitando Jardín de Tomas Carlyle. No tomó el metro y se fue a pie. Durante el trayecto planificó diferentes formas de ingresar a como sea lugar, a este jardín escondido. Planeo dar la vuelta y saltar la reja posterior, subir por los árboles o buscar alguna barra suelta pata introducirse por abajo. En realidad, la tarea era más simple de lo que pensaba, había cientos de formas de entrar y había elegido la más complicada, romper una reja con más de un siglo de óxido acumulado. Cuando llegó al jardín, una camioneta municipal estaba frente al acceso. 3 trabajadores soldaban la reja reja haciendo un espectáculo de chispas frente a un grupo de ancianas que observaban la reparación. Al pasar por el frente logró escuchar los chismes del barrio.
Los vecinos empezaron a inventar historias que fantasma de Thomas Carlyle se había tomado la plaza, y que situaciones extrañas ocurrían en las casas, desaparecían objetos en una casa y luego aparecían en otra. O que eran grafiteros anárquicos en contra de los derechos territoriales del espacio público. La más anciana comentó que era el espíritu de Thomas Carlyle que quería retomar posesión de su tierra.
Pero Alina era la única que conocía la historia.
Thomas Carlyle seguía 3 metros bajo tierra y soy yo la loca del barrio que lleva puesto un abrigo azul que todo el mundo ignora. Era como su el abrigo empezara a dar ciertos poderes mágicos. Y en realidad lo hacía, ya que había modificado la cotidianidad del barrio, o por lo menos la de las casas que rodeaban la plaza.
Cuando llegó al departamento, el gato había entrado de alguna manera. Con su mirada la culpaba por no usar el abrigo azul ese día.
Se dirigió a su pieza y el abrigo estaba tendido sobre la cama.
Ya eran casi las 6 de la tarde y tenía compromiso. Solo se cambió de abrigo y metió una botella de gin en la cartera. A ver si en mundo no acaba con el famoso abrigo.
Cuando llegó a la casa de Mathew, Thomas la recibió vestido con elegante traje negro, le sonrió con una seguridad que en trabajo escaseaba y le dio la bienvenida.
Thomas intentó tomarle el abrigo, pero Alina se resistió.
- Alina, pásame tu abrigo para colgarlo.
- No, no, así estoy bien, hace un frio horrible.
- Pero en la casa la calefacción está perfecta
- Estoy, bien, no te preocupes.
De todas formas Thomas intentó por la fuerza sacarle el abrigo a Alina, mientras más intento, más resistencia.
En un momento logró dejarla con el abrigo a la cintura y empezaron a luchar por el abrigo azul, en una disputa ridícula consiguiendo botar algunas decoraciones de la mesita de la recepción, hasta que se asomó Mathew.
- Ahá!!!, miren la parejita con sus jueguitos!! Alina,
pásame el abrigo, te lo acomodo.
Ya era 3 contra uno forcejeando el abrigo azul, era ya una batalla campal por ver quien conseguía el premio del abrigo.
- Qué me dejen tranquila con el abrigo, no me lo voy a sacar, lo llevaré pues por siempre, qué les pasa, pueden irse al carajo.
Alina se retiró furiosa de la casa, mientras Thomas y Mathew intercambiaban comentarios por el estado de salud y stress de Alina.
En la ruta a casa, Alina se encontró con el jardín de Thomas Carlyle.
Es ahora o nunca, se dijo. La reja que ya habían terminado de soldar estaba firme y la trepó sin hacer ruido. Saltó sobre el colchón de dichondra y recorrió el jardín durante horas.
Una espesa neblina empezada a inundar el lugar y se sentó en la banca de Piedra. Recordó la bruma talquina, sus calles de fachadas continuas, los muros de adobe y sus patios interiores, donde se descubren hasta las cosas más extrañas que uno puede imaginar, desde talleres de reparación de autos mini, relojerías, colegios, oficinas de contadores, patios de luz y piletas.
Revisó los bolsillos y no tenía las llaves del departamento. A pesar de todo el abrigo la protegía del frío y la húmeda neblina. Se acurrucó sobre la banca tapándose por completo con el abrigo azul quedándose dormida. A las 5:00 de la mañana el anuncio de la bocina de la barcaza le dio el aviso de la amanecida. Se dirigió a la parte posterior del edifico y comenzó a trepar por los balcones de la comunidad. Mientras escalaba, intentaba ver el interior de los departamentos, intentando desnudar la intimidad de sus moradores. En la escalada botó casi todos los
maseteros de los balcones, una vez en el suyo, forzó la puerta con el truco que conocía. Estaba el gato la esperaba. Lo tomó colgando de la barriga y lo llevó donde la vecina, que estaba despierta por el ruido. Este maldito gato lleva semanas sin dejarme dormir, además rompió todos los maceteros de mi departamento. Debería castrarlo, y lo lanzó al interior del departamento de la vecina. Esta le pidió disculpas avergonzada.
Durmió todo el sábado y el domingo por la tarde, salió a fumar un cigarro. El en balcón de abajo vio que el gato de la vecina llevaba un objeto en el cuello, como un altavoz de una fonola antigua.
La vecina acomplejada había castrado al gato. Y el altavoz era un cono plástico que evitaba que se comiera los puntos quirúrgicos de la operación. Mira lo que me hiciste loca de mierda, le decía el gato con los ojos.
Alina ingresó al departamento. La botella de Gin no la había sacado de la cartera. Tomó una cubeta de hielo y se la bebió hasta la madrugada.
El lunes por la mañana, se despertó a las 5:15, preparó café pero no había gato. Esperó en el balcón a que pasara el barquero. 5:35 y nada cruzaba el Támesis. Se dirigió al ropero y no había abrigo. Pensó por unos minutos sentada en la cama Tomó una ducha, la cartera, los planos y la agenda. Las llaves estaban en la cartera. Antes de salir del edificio le preguntó al conserje por el gato de la vecina de abajo.
-¿Que acaso la vecina del 505 tiene gato? Atrás de conserje leyó un letrero advertía sobre la posesión de mascotas. No se admiten loros, perros ni
gatos.
Esta vez tomó el trayecto hasta estación Earls Court Llegó a las 7:00 en punto.
Thomas la saludo: - oye de lo que me preguntaste tiempo atrás, es difícil contestar la verdad, eso de qué abrigo te queda mejor.
- Sí?, por qué
- Es que Alina, siempre te he visto con el mismo abrigo gris a cuadros, que por cierto te queda perfecto.
Alina pensó sobre el gato, el barquero, el abrigo y la plaza. Al final se había encariñado con ellos. No los quería perder, le hacían recordar su infancia y la acompañaban en su soledad ermitaña.
Les propuso un acuerdo: Miren, a ustedes los quiero seguir teniendo. Al gato le quiero seguir rascando la espalda, el abrigo lo quiero seguir vistiendo, al barquero lo quiero seguir saludando, y la plaza seguir visitando. Es nuestro secreto. Cómo le puedo tener miedo a mis propios secretos, lleguemos entonces a un acuerdo.
Estos personajes finalmente descubrieron que ya no necesitaban fingir para seguir existiendo, y Alina asumió que los elementos que más queremos, son los fantasmas que las cosas que tuvimos.