Utopía, derechos humanos y memoria histórica

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José Miguel Casanueva Werlinger Escritor nacido en la ciudad de Concepción un 21 de enero de 1957, ha publicado cuatro libros incluyendo el presente texto. Tres de ellos individuales: Utopía, derechos humanos y memoria histórica. Territorios culturales y políticos de masones y miristas en Concepción, 2013; La vida en un abrir y (tres) cerrar de ojos, 2011 y El odio como lenguaje. Crítica a todas las formas de discriminación e intolerancia , 2004; y el otro colectivo, Ser niño en América Latina: de las necesidades a los derechos, que vio la luz en Buenos Aires en 1991. Y en formato electrónico es autor de los ensayos Temblor en las alturas (2012) y MIRíada de sueños australes (2013). El oficio de escribir lo inició tempranamente en su etapa de estudiante secundario y lo ha acompañado toda su vida, como lo demuestran sus numerosos artículos estampados, desde el año 1976 en adelante, en la revista Marka y diario Correo de Lima; Página Abierta de Santiago y diario El Sur de Concepción. También fundó y dirigió, a fines de los años ‘80, la revista regional Periferia. Y su interés por las comunicaciones, que ha merecido distintos reconocimientos, lo llevó a incursionar además en la producción de programas radiales tanto en Chile como en el Perú, así como en la elaboración de diversos videos de carácter documental. En la actualidad, sus columnas periodísticas son publicadas a nivel local y en medios españoles. En todos los ensayos del autor se percibe la influencia de su formación antropológica y de sus intensas búsquedas espirituales; así como se advierte elocuentemente la impronta de una praxis existencial orientada permanentemente al análisis crítico en los campos del quehacer cultural, político y social. Ello explica, entonces, su constante y definitiva desconfianza hacia todas las formas de poder e intolerancia históricamente manifestadas en la dominación económica y en el control ideológico o mental de las personas y de las poblaciones humanas.


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UTOPÍA, DERECHOS HUMANOS Y MEMORIA HISTÓRICA (Territorios culturales y políticos de masones y miristas en Concepción) José Miguel Casanueva Werlinger

Arte y Diseño:

De lo HUMANO y lo DIVINO CONCEPCIÓN-CHILE AMÉRICA DEL SUR 2013


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A todas y todos los integrantes de una inolvidable generación de jóvenes nacidos en la ciudad de Concepción o avecindados en las sureñas tierras penquistas, quienes vibraron con el sueño colectivo de ser protagonistas de la historia en el sentido más amplio y puro de la palabra. A mis compañeras, compañeros y profesores de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. A todas y todos con quienes compartí, durante parte de los ’70 y en cada año de la larga década de los ’80, diferentes responsabilidades en las luchas de resistencia política y social por un Chile libre y justo.


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“Entiendo cada vez más mi religión y mi sacerdocio como un compromiso con la sociedad en que vivo; un compromiso con aquellos hombres y mujeres que luchan por la instauración de un orden social que impida la esclavitud; que capacite al hombre para acercarse cada vez más a su plenitud; que haga la injusticia y la explotación cada vez más difíciles y no el pan nuestro de cada día”. Antonio Llidó Mengual * (Extracto de carta a sus familiares)

“Debo confiar en mis ojos, y admitir que no soy miembro de un partido político, pero sí del partido más grande, el partido de los pobres, de los oprimidos, de los torturados y de los que padecen las consecuencias de una situación injusta”. Helmut Frenz (Pastor y obispo luterano alemán, defensor de los derechos humanos)

* Sacerdote valenciano, dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, y de Cristianos por el Socialismo. Desaparecido, luego de ser detenido por agentes de la DINA, en el centro de Santiago de Chile, el martes 1 de octubre de 1974.


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Mis agradecimientos especiales a quienes me alentaron constantemente en esta nueva aventura de escritura, emociones y vivencias. Y en recuerdo de mis antepasados Antonio de Casanueva y de Barrenola, originario de Portugalete, Vizcaya, quien lleg贸 a Chile a mediados del siglo XVIII; y de Josef Werlinger Stettmeier, quien arrib贸 a este pa铆s, procedente de Alemania, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX.


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PRESENTACION


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MASA 1 “Al fin de la batalla, y muerto ya el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: ‘No mueras, te amo tanto!’ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Se le acercaron dos y repitiéronle: ‘No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!’ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: ‘¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!’ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: ‘¡Quédate, hermano!’ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Entonces, todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporose lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar...”.

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César Vallejo. En: España, aparta de mí este cáliz [1937].


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“Es el dilema de un proyecto civilizador que desde las cruzadas medievales y el llamado descubrimiento del Nuevo Mundo destruyó las realidades comunitarias de una Europa cosmopolita, pluri-étnica y plurireligiosa, en beneficio de un proyecto político universalista y radicalmente uniformador: la civilización cristiana, o más bien, el orbis christianum, cuyo nombre y significados modernos se formularon precisamente en el contexto de la polémica humanista en torno a la conquista y cristianización del nuevo mundo ... Se trata de la constitución filosófica jurídica y aun teológica del ‘alma’ moderna, de la ‘interioridad’, del Yo como principio racional de dominación ajeno y enajenador de cualesquiera formas reales de vida, exiliado de la comunidad y la naturaleza, y al mismo tiempo, opuesto a ellas como un principio de control y dominaci6n, es decir, como un principio colonizador en el más amplio de los sentidos”.2

Valiéndonos de ese ajuste de cuentas que desde la crítica eurocéntrica nos proporciona Subirats, saltamos al conmovedor testimonio que nos regala José Miguel. Y para estar a la altura de su invicta honestidad no podemos acudir a subterfugios o disquisiciones académicas frente a ese trozo de vida política sangrante que desentierra para hacer barro nuevo para la invención y construcción del futuro.

Su lectura me fue revelando las razones de la derrota de ese intento que se forjó en la segunda mitad del siglo pasado esta vez en Chile, entre otros miles de abortos forzados que corrieron y corren al mismo desemboque en la historia de la humanidad. La francmasonería y el MIR formaron parte de ese proyecto “civilizador”, “colonizador”, que el capitalismo global revitaliza, y que los ha hecho cargar sobre sus espaldas rendidas miles de cadáveres emocionados hasta que la memoria histórica perdure.

Una élite pensante y actuante, que fue y puede ser tan reducida como la de una familia o, incluso, una persona, o una orden o un partido, o un estado mayor o un cenáculo de intelectuales, en todo caso, una selecta e iluminada minoría, dispuesta a ofrendar sus vidas, consecuentemente, en nombre de valores como los de “libertad, igualdad y fraternidad” enfrentados a otros de “orden, estabilidad y bienestar” generados y esgrimidos por otras élites. Valores, o más bien, palabras y símbolos, de los unos y de los otros, que capturan y arrastran a miles de otros de diversos colores, a quienes se les impone - mandando, orando o cantando - y los conducen convencidos a la aventura liberadora o restauradora, a la gesta heroica, al 2

Subirats, Eduardo. El Continente vacío. La conquista del nuevo mundo y la conciencia moderna. México Siglo XX!, 1994.


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martirologio, cuyo final provisorio siempre lleva a la élite, a la vencedora y a la vencida, a la gloria, al destierro o al poder, a la historia en fin, o por lo menos a un monumento o al nombre de una calle. Pero siempre el vencedor tomará el control, uso y abuso exacerbados del Estado, nuevo o viejo, o/y del mercado.

Para liberarse de tal condena, hay algunas conclusiones de otras experiencias en las que unas elites condujeron a millones de hombres y mujeres a inmolarse en alguna “gesta emancipadora” con la que lograron ilusionarlos. Si pues, querido José Miguel, una revisión de Marx es útil, pero del mejor Marx, el derrotado. Luego del baño de sangre de la Comuna de París, en una carta a Bolte3 decía: “El desarrollo del sistema de sectas socialistas y del verdadero movimiento obrero siempre están en relación inversa entre sí. Mientras se justifica (históricamente) la existencia de sectas, la clase obrera no está aún madura. Tan pronto como alcanza su madurez, todas las sectas son esencialmente reaccionarias. Sin embargo, lo que la historia ha demostrado en todas partes, se repitió dentro de la Internacional. Lo anticuado intenta restablecerse y mantenerse dentro de la nueva forma adquirida”.

Y, entonces, en esa perspectiva de auto-emancipación, no sólo de la clase obrera y menos de la “masa”, sino de la humanidad entera, en sus diversas variaciones histórico-culturales - si es que algún sentido viene inventando gregariamente e imponiéndosela así misma desde su aparición en el planeta - de toda forma de explotación, opresión y discriminación de unos pocos o muchos sobre la mayoría, las fuentes para ese movimiento vital están frente y alrededor nuestro. Los millones de hombres y mujeres, adultos, jóvenes, niños y ancianos, de todos los géneros, autoorganizados, organizados o des-organizados, que ejercen prácticas solidarias y de autodeterminación, ni resentidas ni culposas, milenarias las menos, y contemporáneas y cotidianas, las más, habiendo un delgado hilo pero resistente de continuidad. Esas prácticas las generan, ejercen y reproducen, ruda y alegremente, en los hogares, en las parcelas de cultivo de las comunidades originarias y campesinas, en las barriadas y en las callampas, en las micro y pequeñas empresas, en los talleres artesanales, en las cárceles, en los hospitales, en las escuelas y en algunas universidades, en las oficinas públicas de “bajo” nivel, etc. etc. acicateados por las urgencias de sobrevivencia y de procurar algo de mejores condiciones de vida para 3

Carta de Marx del 27 de noviembre de 1871 a Bolte (norteamericano) integrantes del anterior Comité Central y en esa época del Consejo Federal provisorio de la Internacional, con asiento en Nueva York. (Nota del editor del texto consultado: Carlos Marx/ Federico Engels, Correspondencia. Tomo III. Ed. Cultura Popular S.A. México, 1972. p.190.)


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sus hijos e hijas o para sus vecinos o coterráneos, o cada vez más, para las comunidades imaginadas como deseables.

No combaten4 con las armas de la ilustración, o del cristianismo, ni con las armas de guerra que el capital ha creado como mercancía para valorizar y facilitar el asesinato que marcha de los campos de batalla a las ciudades. Lo hacen no de modo heroico o iluminado sino como parte de una inercia creadora que va constituyendo (o constituirá) una “fuerza social de compulsión general” (Marx) para un construir un mundo nuevo no sólo posible sino urgente. Nos toca, en ese movimiento tendencial, acompañarlo y fundirnos en él, no para reconquistar o reconstituir algún paraíso perdido ni una utopía, sino para mancomunadamente abrir la “cárcel de lo posible, donde todo es espera”5 y echarnos a andar y plasmar sueños territorializados y compartidos.

Roberto Arroyo Hurtado Antropólogo Universidad Nacional Mayor de San Marcos Lima, Perú

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“Combate” en la jerga popular limeña significa comer. En Carta a Antonin Artaud, Denise Despeyroux, 2012. La realidad. p. 23 Obra de teatro.


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PROLOGO


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Unidos en torno al ideario utópico más genuino, entusiastas jóvenes atravesaron confiados por el campo de las contiendas políticas, intentando hacer realidad el sueño que les impulsaba a ser desprendidos y protagónicos actores de su tiempo. Este libro, que es más que nada una suerte de antropología del espíritu, pretende abrir una brecha en la memoria histórica de aquellas vivencias aurorales, para que las nuevas generaciones se reconozcan, en lo que ello pueda ser posible dadas las diferentes circunstancias contextuales, en los sujetos sociales, en las personas, que ayer caminaron por los mismos senderos de la esperanza y del compromiso que se recorren en la actualidad. En palabras de Tzvetan Todorov: “Quiero hablar del descubrimiento que el yo hace del otro. El tema es inmenso. Apenas lo formula uno en su generalidad, ve que se subdivide en categorías y en direcciones múltiples infinitas. Uno puede descubrir a los otros en uno mismo, darse cuenta de que no somos una sustancia homogénea, y radicalmente extraña a todo lo que no es uno mismo: yo es otro”.

¿Por qué escribir hoy, cuando nos acercamos raudamente al cincuentenario de su fundación, sobre una organización como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, que fue derrotada en términos políticos y que expiró como referente único a fines de los años ’80? Las razones pueden ser variadas, pero en nuestro caso ello se justifica porque entendemos que la mencionada instancia fue bastante más que una realidad exclusivamente política, pues ella tuvo también claros componentes de fenómeno cultural que cautivó a jóvenes, intelectuales y a otros muchos sectores sociales. Como es de esperar en este tipo de entidades, en el MIR había un soporte ideológico, un programa, una concepción de partido, una visión sobre los acontecimientos nacionales e internacionales, etc. Pero también sus integrantes compartían una rebeldía y una entrega fuera de lo común, que hacía creer que se podía salvar, colectiva e individualmente, cualquier obstáculo que impusiera la situación objetiva y concreta de todos los días. Teoría y práctica se enlazaban en el quehacer cotidiano de la militancia, aunque no siempre se entendieran algunos de los procesos en su cabal, compleja y a veces crucial dimensión. Asimismo, otras problemáticas, como por ejemplo la de género, quedaron al parecer subsumidas en la preocupación principal referida a las clases y a la capital cuestión del poder, seguramente en el convencimiento de que serían abordadas cuando se asentara el nuevo orden revolucionario.


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Si se mira detenidamente su historia, lejos del prisma de las absurdas estigmatizaciones o de las innecesarias y frágiles idealizaciones, se puede concluir que la citada organización fracasó en su intento de conducir a las masas hacia el objetivo de la revolución socialista, y que tampoco tuvo éxito en su afán de derribar a la dictadura militar chilena e imponer una salida democrática avanzada. Sin embargo, e independientemente del análisis pormenorizado de sus opciones tácticas y estratégicas para los distintos períodos de la lucha social, y el efecto específico de las mismas en sus decisiones coyunturales, nadie podrá negar que jugó sus cartas lo más a fondo que pudo y que pagó un costo increíblemente alto por ello. Pero no todo fue pura racionalidad, porque hasta en los momentos más duros y desesperados, de implacable persecución, los afectos y sentimientos más profundos estuvieron siempre presentes en la argamasa mágica que mezcló, con mayor o menor fortuna, convicción y amor. “No prestó atención. Siempre creyó que él la sobreviviría, que jamás tendría que acordarse de nada, salvo de aquel momento, aquel instante en que le dijo: conforme, ocúpate de buscar un refugio, el instante aquel en que ella vio cómo se dibujaba la dicha en la casa azul celeste de Santa Fe”, como lo relató Carmen Castillo Echeverría. ¿Y qué es lo que queda hoy de una historia que en buena medida escribió muchas de sus páginas en los paisajes pencopolitanos de la ciudad de Concepción? A nuestro juicio, lo que permanece son los elementos que se caracterizan ahora bajo la denominación general de “cultura mirista”, que guardan directa relación con una praxis orientada hacia un otro en condición de explotación y con los aspectos éticos y morales que se desprenden de la gesta de varias generaciones que anhelaron la transformación radical de la sociedad de su tiempo. Y quizá sea ello lo que explique el que muchos miristas sobrevivientes de los años ’60, ’70 y ’80 jamás se hayan incorporado a ninguna otra orgánica política, en una suerte de respeto hacia su pasado, pero a la vez de nostalgia más o menos activa respecto de un proyecto al cual entregaron gran parte de sus propias vidas e ilusiones. De manera prioritaria, este texto explora un tema que no ha merecido mayor atención entre los investigadores, abriendo la reflexión en torno al conocimiento de los espacios familiares, institucionales y sociales en los cuales se produjo el encuentro entre la tradición masónica iniciática y la vertiente revolucionaria mirista. No se está pensando necesariamente en préstamos o en asimilaciones culturales, sino


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en la existencia de un clima intelectual que pudo haber favorecido determinados desarrollos en el ámbito de una proposición política más avanzada. Asimismo, el análisis coloca de relieve el comportamiento y lo que sucedió con ambas perspectivas luego del cruento Golpe de Estado de 1973. Como bien se sabe, el MIR padeció un verdadero genocidio en sus filas, con cientos de muertos, en su mayoría jóvenes. Exterminio que en esos años se fundamentó teóricamente desde los supuestos de la Doctrina de Seguridad Nacional y su estrategia operativa de contrainsurgencia, que debía colocar fuera de combate y eliminar a los distintos sujetos sociales y organizacionales caracterizados paranoicamente como “el enemigo interno”. Por su parte, y más allá de las razones que pudieran explicar tal despropósito, lo cierto es que la masonería se replegó y dio la espalda a su propia historia y al legado democrático de una de sus figuras más prestigiadas a nivel internacional, como lo fue el presidente Salvador Allende; y lo que es más grave todavía, en el plano nacional no jugó ningún papel relevante en la defensa de los derechos humanos. Ello llevó a que un personaje de la talla de Edgardo Enríquez Frödden, expulsado arbitrariamente de la Gran Logia de Chile, señalara que en el caso chileno fue la Iglesia Católica la que defendió los valores masónicos que debió mantener en alto la mencionada institución, en una sorprendente paradoja que para muchos continúa siendo todavía un enigma no descifrado . Hoy se requiere de un esfuerzo de resignificación de los dolores del cuerpo y del sufrimiento del espíritu. Es la hora del relato de los acontecimientos desde cada una de las víctimas y sobre todo desde el ardor de los sujetos históricos de ayer, recurriendo al poder simbólico de la palabra como vehículo creador, sanador y transformador. El escenario general de los acontecimientos fue el mismo para todos, pero cada experiencia posee las características propias de una humanidad única arrojada a las circunstancias específicas de su hora. Todas las voces merecen ser escuchadas, incluyendo las de muchos que, siendo muy activos en las tareas de reconstrucción del tejido social en los años de la larga resistencia de los ’80, no fueron objeto de una represión física directa, pero que sí padecieron los efectos de la constante inseguridad en todos los planos, vivenciando hostigamientos diversos a nivel individual y familiar, con pérdidas de estudios y


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fuentes laborales en algunos casos, y siempre enfrentados a las amenazas explícitas o veladas a su integridad y desenvolvimiento como personas. Las Fuerzas Armadas y de Orden constituyeron la mano visible de una reacción que contó con enclaves muy poderosos y sólidos en los distintos estamentos de la sociedad política y civil de la época, recibiendo desde tales dominios los estímulos ideológicos que justificaran la arremetida en contra del gobierno constitucional de la Unidad Popular. Entonces, en estricto rigor, lo que vino después fue una larga dictadura de carácter cívico-militar. La imagen de La Moneda en llamas, atacada desde el aire y por tierra, defendida apenas por un puñado de hombres, mantiene hasta el día de hoy todo el dramatismo de uno de los registros gráficos más impactantes de la historia del siglo XX. A cuarenta años del infausto martes 11 de septiembre de 1973, el mejor homenaje que se puede rendir a las y los luchadores muertos en los primeros días, como también a las y los que cayeron después y a las y los que sobrevivieron tras la larga resistencia popular y social posterior, es no permitir el olvido o el secuestro maquillado de la memoria histórica, pues ella no sólo es parte de nuestro pasado sino también de nuestro caminar hacia el futuro.


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INTRODUCCION


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El tiempo vuela de prisa, la vida se empieza a escapar de las manos y las experiencias que marcaron nuestras biografías comienzan a entrar en una nebulosa que se aleja cada vez más de nuestro presente. Por eso, “Utopía, derechos humanos y memoria histórica”, que tuvo inicialmente una versión electrónica titulada “El Cáliz de la Amargura, de Iniciados y Revolucionarios”, se inscribe en la perspectiva de contar y rescatar episodios que no pueden ser arrojados al silencio. El trabajo se sustenta en dos fuentes principales. Por un lado en las documentales, es decir bibliografía especializada en el tema y también la producida por las organizaciones mencionadas en la investigación; y por otro lado en las orales, incluyendo el propio testimonio del autor que participó directamente en ciertos pasajes del período descrito. Es un ensayo que aborda y explora por primera vez las influencias, directas o tangenciales, que pudieron tener los hogares en los cuales predominaban ideas libre pensadoras de raíz masónica en la construcción ideológica de muchos jóvenes penquistas, y de otros tantos que se avecindaron en la zona, quienes abrazarían militantemente en los años ‘60 y ‘70, e inspirados además en procesos nacionales e internacionales, una opción política de cambio social que llevaría posteriormente al sacrificio a numerosos de ellos. Soñaban con un ideal y no buscaban la inmolación, pero sin saberlo sus consignas de “Insurrección o Morir” y “Patria o Muerte” presagiaban el infausto destino que les esperaba, cuando ya la audacia no fue suficiente y debieron enfrentar el martirologio colectivo al oponerse a fuerzas infinitamente superiores a las propias. En otras palabras, el ensayo se refiere principalmente a una generación de jóvenes universitarios de Concepción que compartió una nueva estética, mística, perspectiva y rebeldía en la praxis de su compromiso político, pero que al producirse el dramático quiebre de la democracia chilena sufrieron las consecuencias de un holocausto o genocidio sin precedentes en la historia del país. No debemos y no podemos olvidar, porque sin memoria nos convertiríamos en náufragos a la deriva, en un océano sin hitos en los cuales anclar lo que fuimos y entender lo que somos actualmente. Como diría un personaje de Irène Némirovsky, “Porque tu pasado eres tú y tú eres él…”.


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El desafío, entonces, es hacer arqueología en nosotros mismos, para reconstruir, recapturar y reelaborar los momentos, las ideas y los sueños que nos han acompañado hasta el día de hoy. Seguramente que muchas cosas pudieron ser distintas; o al menos siempre se puede especular respecto del cauce alternativo que pudimos seguir si es que no hubiéramos optado por los senderos, no siempre fáciles, que finalmente transitamos. Pero la vida es así, y su trazado no es un programa inmodificable, sino que está más bien sujeto a distintos imponderables propios de nuestra condición de actores históricos y sociales. De una u otra forma, todos dejamos una huella de nuestro paso por esta forma de existencia. Todos hemos creado algo; hemos forjado relaciones y también hemos llorado y reído. Hay muchas experiencias que nos son comunes, pero cada uno de nosotros las ha procesado de acuerdo a su propio equipamiento o bagaje personal. Este libro se refiere precisamente a las huellas colectivas y personales; a aquéllas que ni siquiera el agua de mar es capaz de borrar al inundar la arena de tierra firme. Nos trae evocaciones de utopías, alegrías, sueños y amarguras. Entonces, es ayer, hoy y mañana. Este punto lo ilumina Emmanuel Levinas en los siguientes términos: “Pero el aporte de cada uno y de cada tiempo es confrontado a las enseñanzas de todos los otros y de todo el pasado”. Nos habla de masones y de miristas. Los primeros son parte de una antigua y respetable institución filosófica e iniciática, mientras que los segundos lo son de una muy joven y temeraria organización política revolucionaria. Sin embargo, ambos en distintas épocas de su desarrollo debieron funcionar bajo el más estricto secreto o en condiciones extremas de clandestinidad, en uno y en otro caso, para enfrentar los embates de poderes interesados en acallar su voz y en clausurar su influencia social. En esta mirada socio-antropológica, no hay cabida para la soberbia ni para el narcisismo, pero sí late en ella el propósito de exponer ciertas realidades y de compartir un enfoque interpretativo de las mismas. Es una perspectiva más, entre tantas otras, que legítimamente pueden proponerse sobre el tema principal de este texto. No hay tampoco culto a la personalidad de nadie, ni menos el afán de construir monumentos estériles y fosilizados. Sin embargo, hay reconocimientos individuales y


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sociales que se desprenden naturalmente de la praxis de actores que alcanzaron un protagonismo sobresaliente en el tiempo histórico en el que les correspondió actuar, adoptando decisiones que impactarían a otros muchos seres humanos. Este autor experimentó lo que se denomina técnicamente observación participante, porque fue simultáneamente testigo y protagonista en algunos de los trazos históricos contenidos en estas páginas, lo que inevitablemente lleva consigo también su propia apreciación o análisis crítico de los sucesos vividos, que forman ya parte integrante de su experiencia y de su testimonio como actor social. Al respecto, nos parece muy esclarecedora una reflexión de Eric Hobsbawm correspondiente a su texto “La era del imperio, 1875-1914”: “En todos nosotros existe una zona de sombra entre la historia y la memoria; entre el pasado como registro generalizado, susceptible de un examen relativamente desapasionado, y el pasado como una parte recordada o como trasfondo de la propia vida del individuo”.

Según cual sea el horizonte generacional de quien recorra estas páginas, las historias expuestas aquí podrán parecer muy cercanas al presente o quizá se verán alojadas muy distantes en un ya lejano pretérito. Pero de todas maneras, en uno o en otro caso, los relatos esbozados en los siguientes párrafos desempolvan acontecimientos que, de una u otra forma, se conectan también con las urgencias de este siglo XXI. Y ello es así porque la actualización de ciertos temas o situaciones, no se produce en ningún caso en el vacío, sino que cobra su significado mayor en los emprendimientos compartidos de los sujetos contemporáneos que hoy marcan la ruta de las luchas sociales. Nunca se avanza totalmente a ciegas, porque lo cierto es que todos nos construimos en una línea de tiempo y en un contexto cultural determinado. En consecuencia, podemos leer críticamente lo que sucedió antes de nosotros y así caminar con menos ataduras por la senda de la liberación integral. Y cada uno coloca lo propio de su ser en cada acción y planteamiento, y debe ser capaz también de luchar en contra de sus defectos y errores individuales. Y lo mismo vale para las instituciones, que en ningún caso están exentas del juicio histórico, ya sea por sus aciertos, omisiones o frontalmente por sus equivocaciones.


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Como se sugiere sabiamente en algunas tradiciones ampliamente conocidas, debemos perseverar en la búsqueda de una armonía entre pensamiento, palabra y acción, porque premunidos de tal equilibrio seguramente que haremos una superior contribución a la causa mayor que decimos defender. El maestro interior debe resguardarse de las trampas del ego y de las tentaciones de la comodidad, porque si no lo hace sucumbirá en las redes de la complacencia y del egoísmo. Nunca debe perder su espíritu crítico, y menos su rebeldía frente a un mundo signado por la ausencia de equidad. Y el revolucionario, debe aprender de los errores del pasado, y resistir a las maquinarias, aparatos y estructuras que, en nombre de superiores principios, terminan asfixiando los sueños de libertad y de justicia. Debemos avanzar sin dogmas ni modelos preconcebidos, confiados en que los ideales que enarbolamos no son una entelequia que opera como una camisa de fuerza, sino que constituyen más bien una apuesta dialéctica liberadora hacia una nueva antropología que nos emancipará, a todas y todos, del sufrimiento espiritual y de la esclavitud física y mental que hemos padecido a lo largo de tantas vidas, y de innumerables generaciones.


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0 LA PALABRA PERDIDA Ignoramos qué ocurrirá a continuación y cómo será el tercer milenio, pero sabemos con certeza que será el siglo XX el que le habrá dado forma”. Eric Hobsbawm


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Este libro histórico y testimonial, a veces más de lo uno que de lo otro y viceversa, se plantea como propósito fundamental el mostrar algunos puentes que, a nuestro juicio, permiten el encuentro antropológico cotidiano entre masones y miristas, iniciados y revolucionarios, hermanos y camaradas o compañeros, en un contexto político y social de grandes cambios y definiciones a nivel nacional. Cada uno con su propia identidad, agrupados en logias o en bases partidarias, según corresponda. Él pretende mostrar episodios o bardos de la praxis de ambas organizaciones, y a la vez aprehender sus respectivas esencias fundacionales, intentando así encontrar y descifrar la palabra perdida que se oculta tras las coyunturas y avatares de su existencia colectiva e individual. En consecuencia, en los distintos pasajes del relato, el lector descubrirá referencias también a la reforma universitaria, sobre todo a la penquista; al triunfo electoral de la Unidad Popular, un 4 de septiembre de 1970; a las dos estrategias predominantes en la izquierda durante el período 1970-1973: la reformista y la revolucionaria; al Golpe de Estado, y a las violaciones sistemáticas a los derechos humanos; al papel de la jerarquía masónica de la época; a la Resistencia contra la dictadura, especialmente a la de base, etcétera. Y cuando corresponda, se enriquecerá el análisis contextual con información referida a otros procesos históricos nacionales e internacionales. La idea que se concreta hoy en estas páginas se remonta a varios años atrás, reconociendo en su gestación a diversas conversaciones sostenidas con algunos compañeros con los cuales compartimos un cierto recorrido común en la vida. En primer lugar, nos unió el ser miembros de familias en las que predominaba claramente una antigua cultura humanista y laica, de raíz librepensadora masónica. En segundo término, y en etapas muy juveniles, el haber abrazado cada uno en su momento las ideas de cambio social desde una elocuente perspectiva transformadora. Y por último, al menos en mi caso y en el de algunos otros contemporáneos nacidos a fines de los ‘50 y comienzos de los ‘60, el habernos vinculado después, bastante tardíamente en nuestras existencias, con o sin experiencias juveniles previas en el mundo organizativo laico, a la mencionada tradición filosófica universal de la francmasonería, y por supuesto que luego de concluida al menos formalmente la dictadura militar en el país.

“Utopía, derechos humanos y memoria histórica”, en lo territorial dibujado principalmente en los espacios sociales y políticos de la ciudad de Concepción , remite ya en su nombre claramente al universo específico de la indagación que se presenta a los lectores. Es decir, se hablará de personas y de sus vivencias concretas en cada


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uno de los dominios institucionales mencionados; o en ambos cuando haya ocurrido así. Pero también, en términos generales, se incursionará por los paisajes ideológicos y orgánicos de las dos instancias, lo que permitirá a algunos, quizá por primera vez, interiorizarse con mayores fundamentos de ciertas características que brindan identidad a la masonería. Asimismo, puede ser que para otros lectores resulte novedoso conocer los antecedentes que se relacionan directamente con la historia del MIR, que como sabemos fue objeto de una feroz persecución que buscaba su total aniquilamiento. Entonces, el simbólico Cáliz de manifiesta de distintas maneras horizonte de las decepciones, de oscuros nubarrones que colocan enfrentados a ellos.

la Amargura, con su evidente misterio esotérico, se en este relato. Él se expresa trágicamente en el las derrotas y de las traiciones, que emergen como a prueba la fortaleza de espíritu de quienes se ven

En efecto, el MIR fue objeto de una política de exterminio por parte de los organismos de seguridad e inteligencia de la dictadura chilena. Y la masonería, en tanto, logró seguir funcionando, lo que sorprendió y desorientó a no pocos de sus adeptos. Pero la mencionada concesión, fue a costa de muchos hermanos que abrazaban ideas de izquierda, quienes fueron excluidos de las logias, iniciándose así el ingreso a ellas de nuevos elementos con otros perfiles ideológicos. 01. Dictaduras y masonería No deja de ser curioso entonces lo que aconteció aquí en Chile, y constituye además motivo de una investigación adicional, porque por ejemplo en el caso español, luego de que el franquismo ultra católico y conservador derrotara a los republicanos, la masonería como organización fue enérgicamente perseguida y se le proscribió por ley, convirtiéndose en un delito de Estado el integrarse a sus filas. Incluso, en 1940, se creó un ente especial denominado Tribunal para la Represión de la Masonería. Pero en nuestro medio, entre nosotros, no ocurrió lo mismo, y la masonería nacional vio empañarse su bien ganado prestigio, democrático y progresista, al no asumir una postura institucional clara y categórica, de acuerdo a sus principios y valores, respecto de los golpistas y de las masivas violaciones a los derechos humanos que se vivieron durante años en el país. Jasper Ridley, en su libro “Los masones, la sociedad secreta más poderosa de la tierra”, apunta lo siguiente acerca de la situación histórica española:


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“En la década de 1920, los francmasones estuvieron prohibidos durante la dictadura derechista del general Primo de Rivera y fueron tolerados después de la revolución de 1931, la abdicación del rey Alfonso y la caída de la monarquía. Pero los francmasones estaban a punto de encontrarse con su enemigo más salvaje. Cuando el general Francisco Franco encabezó un intento de golpe de estado en julio de 1936 y comenzó la guerra civil, declaró que estaba combatiendo para liberar a España del comunismo y la francmasonería. En septiembre de ese mismo año firmó un decreto prohibiendo a los francmasones en el territorio ocupado por sus ejércitos. Sus victorias militares y la conquista de ciudades que antes habían estado bajo dominio republicano eran, por lo general, seguidas de masacres de prisioneros. Todos los prisioneros identificados como francmasones eran invariablemente fusilados.

En febrero de 1939, después de haber capturado Barcelona y cuando estaba al borde de la victoria final, Franco dictó la Ley de Responsabilidades Políticas, que contenía una larga lista de organizaciones e individuos que serían castigados por su responsabilidad en los pesares de España. Los francmasones estaban mencionados expresamente en el decreto y todas las logias masónicas fueron clausuradas. Al parecer, en una oportunidad Franco consideró la posibilidad de ordenar que se ejecutara a todos los francmasones, pero lo convencieron de que eso contravendría los términos de rendición que había otorgado a los republicanos derrotados”. Sobre el papel de la jerarquía masónica chilena durante el Golpe de Estado de 1973, volveremos más adelante. 02. Cultos y sibaritas En las generaciones de militantes que se correlacionan con la etapa fundacional del MIR, hubo destacados casos de revolucionarios que nacieron y se formaron en hogares de librepensadores, siendo evidentemente el modelo más emblemático de todos ellos el de los hermanos Miguel y Edgardo Enríquez Espinosa. Como el lector habrá ya advertido, lo que intentaremos en este libro, a partir de nuestra propia experiencia cualitativa personal y de lo conocido e investigado respecto de otros compañeros, es dar cuenta de la realidad de un determinado medio cultural familiar, culto e ilustrado, que en gran medida proveyó las condiciones de amplitud política y un marco de respeto por la libertad individual que, tiempo más tarde, cristalizarían para nosotros en opciones de vida más comprometidas y avanzadas en todos los planos.


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Sin embargo, bajo ningún concepto se trata de establecer aquí una suerte de relación de causa y efecto entre masonería y mirismo, y menos de estricta continuidad ideológica, porque ello no corresponde a lo que efectivamente sucedió. Lo que se pretende mostrar es algo distinto; que en los casos en que se tendió este puente virtuoso, no constituyó un hecho casual o extraordinario el que una formación cimentada en los grandes ideales y valores de la Ilustración, pudiera posteriormente dar un salto dialéctico y desembocar en las concepciones teóricas del marxismo y del cambio social revolucionario que atravesó, con mayor o menor fortuna, buena parte del siglo XX. Aquí en Concepción, como ya hemos adelantado, se produjo una convergencia, un verdadero impulso al futuro, que no deja indiferentes a todos quienes están también cruzados por las mismas dos historias y tradiciones. Por un lado, un masón de excelencia, ex Gran Maestro del Gran Oriente Latinoamericano, un hombre de ideas profundas y progresistas, como Edgardo Enríquez F.; y por el otro, su hijo, médico como él, un destacado dirigente de estatura continental y mundial: un joven que entregó su vida por la causa de los pobres del campo y de la ciudad, Miguel Enríquez, secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR. En este punto nos parece apropiado citar al propio Dr. Edgardo Enríquez F., en un pasaje de la entrevista que le concedió a Nancy Guzmán, el 15 de noviembre de 1995, autora del libro “Un grito desde el silencio”. “Algunas personas me han dicho que lo que les sucedió a mis hijos es culpa de la educación que yo les di. Yo siempre he respondido que a pesar de todo el dolor de perder a un hijo, que es más cuando se pierde a tres (aquí asume como tal también a Bautista), para mí habría sido más doloroso haber tenido hijos vivos que fueran hombres conformistas, pusilánimes y acomodaticios. Siempre enseñé a mis hijos a pensar como ellos escogieran y a actuar en consecuencia. Es la única forma de vivir con honor. Si por esa razón los mataron, me siento orgulloso de la forma que eligieron sus vidas, entregándolas generosamente por una sociedad más justa”.

Pero nos interesa que quede absolutamente entendido el punto, pues no todos los hijos de masones de la época que delineamos se hicieron miristas; claro que no. No obstante lo anterior, en distintas ciudades del país es posible constatar que son numerosos los casos de militantes del MIR que directamente eran hijas o hijos de masones. Y cuando ello ocurrió, como es lógico, no se comprometió, en ninguna circunstancia, la especificidad y propósitos particulares de las dos instancias mencionadas.


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Asimismo, también es necesario apreciar y reconocer el camino inverso, es decir el de miristas hijos de masones, quienes una vez disuelta su organización política y cuando ya el país había salido de la dictadura militar, tomaron individualmente la decisión de incorporarse a las filas de la francmasonería. Pero en los años precedentes, en el período de la larga represión política que sufrió el país, con las enormes exigencias de entrega que implicaba el movimiento de resistencia popular, resultaba altamente improbable que algún militante del mirismo, ya sea de base, de los niveles intermedios o de dirección nacional, hubiera siquiera considerado su pertenencia a instancias extra partidarias. Si las hubo, fueron excepcionales. Y también existe la tipología de quienes proviniendo de hogares librepensadores e integrándose posteriormente al MIR, tuvieron previamente diversas experiencias juveniles en las canteras del laicismo social y político chileno, las que no necesariamente desembocaron mucho más adelante en participación orgánica en alguna logia masónica. Esta aseveración se confirma en el testimonio que entrega Juan “Patula” Saavedra Gorriateguy en su libro “Te cuento otra vez esa historia tan bonita”: “En mis últimos años de Liceo participaba en la Federación Laica Estudiantil Chilena, institución impulsada por la masonería, que nos permitía reflexionar sobre diversos temas filosóficos y sociales. Nos reuníamos todos los sábados en la escuela Industrial, que para tal efecto era facilitada por don Valentín Henríquez, su director. Allí nos relacionábamos con jóvenes de otros colegios, pero, lo más importante, con las alumnas del Liceo de Niñas y del Instituto Comercial, donde estudiaban mis hermanas, que también participaban de esta organización. El paso siguiente eran los Clanes, la llamada Fraternidad Juvenil Alfa Pi Epsilon, organización juvenil de clara inspiración masónica. Su ingreso era iniciático, con rituales tomados de las Logias. Poco antes de terminar el Liceo, fui iniciado en una ceremonia cargada de simbolismo y emoción. Mi paso por esta institución dejó una marca indeleble en mi formación como libre pensador con fuerte vocación social, donde el interés público tiene supremacía sobre el interés personal y donde la injusticia social no debe ser sujeto de contemplación, sino generadora de reacción para buscar el cambio que la erradique”.

Como todos sabemos, a lo largo de la historia mundial no han sido pocos los revolucionarios de distinto carisma que fueron simultáneamente miembros estables o que frecuentaron alguna logia masónica en sus diversas tradiciones u orientes. Pero ello no sucedió en el caso o tiempo histórico generacional y social que nos ocupa ahora en este texto, donde más bien hubo algunas conexiones familiares y formativas


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que alcanzaron mayor notoriedad sobre todo en aquellas situaciones en que existió una alta y expuesta figuración pública y política de los personajes emparentados. 03. El enigmático número 3 Masonería y mirismo, comparten en sus principios y valores un universalismo e internacionalismo marcadamente altruista y teleológico: el perfeccionamiento ético y moral individual y la fraternidad colectiva; el hombre nuevo comprometido y solidario y la sociedad sin explotación, respectivamente. ¿Quién podría estar en contra de tan sublimes ideales y propósitos? Curiosamente, y aunque sea por simple azar o por alguna otra misteriosa razón, el número 3, con fuerte connotación esotérica y simbólica en masonería, representando la superación de la dualidad, aparece también frecuentemente en la historia del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR. En efecto, tres son las letras de su propio nombre; tres fueron sus figuras más emblemáticas: Bautista, Luciano y Miguel; tres son los conceptos esculpidos en una de sus consignas más conocidas: “Pueblo, conciencia y fusil”; y tres son sus niveles orgánicos iniciales de participación partidaria En fin, una tríada que también remite a la idea de equilibrio, y que en una hermenéutica heterodoxa, puede entenderse además como conexión con el movimiento dialéctico hacia formas evolutivas más avanzadas en el plano del pensamiento, del espíritu y de la acción humanas. 04. Reflexiones finales En las páginas de este libro no se encontrará una historia detallada de la masonería chilena, como tampoco del MIR, porque ello excede por lejos su propósito inicial. Sin embargo, se podrá distinguir en distintos párrafos algunos de sus principios fundacionales y también se exponen, para un ulterior análisis y juicio del público, ciertos aspectos del ser orgánico interno y social externo de ambas organizaciones. Asimismo, en este cruce de orígenes, utopías y relatos, sobresale evidentemente el deseo de rendir un homenaje a Edgardo Enríquez Frödden, destacado maestro de la masonería universal; y a Miguel Enríquez Espinosa, dirigente máximo de la izquierda revolucionaria nacional. Además, las dos citas principales y de entrada a las páginas de este texto, correspondientes al sacerdote valenciano Antonio Llidó, y al pastor-obispo luterano alemán, Helmut Frenz, constituyen un reconocimiento muy sentido al papel que


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jugaron muchos creyentes e instancias del mundo cristiano, tanto católico como protestante, en la defensa de los derechos humanos arrasados durante la prolongada dictadura militar. Nos habría gustado ofrecer datos cuantitativos, pero dadas las circunstancias por las que atravesó una de las organizaciones reseñadas aquí, ello resultó imposible de materializar. No obstante lo anterior, poseemos información histórica confiable, complementada con la que hemos podido acopiar directamente vía conversaciones, entrevistas personales y de distintos testimonios llegados a nosotros, que nos permiten aseverar que, a nivel nacional, no son pocos los casos de hijos de masones que se convirtieron en adherentes del MIR. Y de acuerdo a lo que hemos logrado investigar en este terreno, los antecedentes disponibles parecen indicar que, por otro lado, son menores los casos de estos mismos miristas, hijos de masones, que se incorporan posteriormente a las distintas logias masónicas existentes en el país. Finalmente, este texto no tiene más pretensión que esbozar quizá una primera mirada socio-testimonial respecto de un tema apasionante, que enlaza en lo humano a masonería y mirismo. Probablemente, un asunto atractivo además por sus reverberaciones históricas y políticas, y que esperamos sea también de interés para todos nuestros lectores. Asimismo, anhelamos que el recorrido por estas páginas sea un aliciente para que todas y todos transiten interiormente por el sendero que conduce hacia la palabra perdida. Si la vida tiene efectivamente algún sentido, en una perspectiva de eternidad cósmica, entonces hay que encontrarlo, adherirse a él, alegrarse con el hallazgo y compartirlo con la alteridad.


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1 LIBERTAD PARA PENSAR, SENTIR Y ACTUAR “Yo conocía bien a mis hijos. Me respetaban y querían mucho, pero por lo mismo no habrían comprendido jamás que tratara de presionarlos para que hicieran algo en contra de sus principios”. Edgardo Enríquez Frödden (Ex Rector de la Universidad de Concepción)


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Los hogares masónicos chilenos, en las décadas de los años ‘50, ‘60 y parte del ‘70, compartían una serie de atributos que nos permiten arriesgar una esquemática generalización para destacar algunos elementos o rasgos comunes de los mismos. En términos socio-económicos, se les puede situar en la franja correspondiente a las capas medias, próximas o políticamente vinculadas a las ideas que defendió y promovió el Partido Radical en sus mejores momentos. En muchísimos casos, se trataba de familias que contaban con profesionales entre sus miembros, lo que inmediatamente marcaba una impronta en cuanto a los niveles culturales y educacionales que poseían. Y en su imaginario más progresista, se destacaba siempre la época del Frente Popular chileno, y al presidente radical y masón Pedro Aguirre Cerda, quien gobernó entre los años 1938 y 1941. Él debió enfrentar el terrible terremoto del año 1939 y en otro orden de cosas brindó su solidaridad a muchos españoles que huían de su país tras la derrota de los republicanos. Eran hogares preocupados de los acontecimientos internacionales y de los procesos políticos nacionales, sobre todo en una década como la de los ‘60, que vería a nivel mundial la emergencia e irrupción de la rebeldía juvenil, tanto en el plano del cuestionamiento generacional como en el de las tesis que planteaban la superación radical del injusto orden imperante. 1.1 Tolerancia y autonomía moral Veamos a continuación qué es lo que sostiene el ex rector de la Universidad de Concepción sobre el particular, es decir sobre el ambiente socio-cultural familiar, de acuerdo a lo consignado en el libro “Edgardo Enríquez Frödden, testimonio de un destierro”, de Jorge Gilbert: “Es mi respuesta a aquellos que tantas veces me han preguntado por qué no me opuse a que mis hijos se iniciaran en actividades políticas. No podía hacerlo. Estaba en contra de mis principios de sincero masón”. “Mis hijos fueron lo que ellos quisieron ser. No podía yo prohibirles pensar en una forma u otra. Mis hijos eran estudiosos, serios y responsables para sus edades. Lo mismo debo decir de Bautista, Bauchi, de quien yo guardaba muchos de sus libros. Por todo esto, creo tengo responsabilidades en la formación de mis hijos, pero yo no podía presionarlos para que pensaran de otra forma. Me lo


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impide mi propia formación familiar y mi calidad de masón. No lo iba a hacer, ni pienso hacerlo. Tampoco lo he hecho nunca con un alumno, por lo tanto, ¿cómo iba a hacerlo con mis hijos?”.

Una vez más, el mundo estaba cambiando… Y en muchos hogares de librepensadores, ello también fue percibido. Éstos eran ambientes en donde siempre hubo muchos libros, se hablaba libre y frecuentemente de política, y además se escuchaba habitualmente música clásica y de la conocida en la época como de protesta. Y los más jóvenes, también conectaban con los acordes provenientes del rock y de otros ritmos similares. En sus versiones más puras, nunca hubo formación metafísica de ningún tipo, salvo el conocimiento que correspondía adquirir del fenómeno religioso como parte de las creaciones culturales de la humanidad. Nadie pertenecía a ninguna iglesia; a nadie se le imponía ninguna creencia. Primaba la tesis de que cada cual tenía que hacer su propio camino, para así en la vida personal y colectiva buscar y forjar sus propias convicciones. Muchos padres de hogares librepensadores fueron fieles seguidores de Salvador Allende G., y votaron invariablemente por él en todas las elecciones presidenciales en que se presentó (1952, 1958, 1964 y 1970). Ellos aspiraban a una sociedad socialista, laica y democrática, muy en consonancia con las tesis progresistas que caracterizaron durante largo tiempo en el país el más avanzado imaginario político del radicalismo y de la masonería. Sin embargo, como desgraciadamente ocurrió al final con muchos integrantes de los sectores medios, a algunos les invadió el temor de que a la Unidad Popular se le escapara el control de las cosas y que el proceso estallara en mil pedazos, ya sea hacia formas dictatoriales o totalitarias de gobierno. En ese contexto socio-cultural, surgieron niños políticamente precoces, que a los 11 años de edad podían entablar una discusión con compañeros de curso en el patio del colegio, recurriendo a toda la argumentación que entonces les era posible, para intentar demostrar la equivocación cometida por la URSS al invadir con tanques Checoslovaquia, para así ahogar la llamada “Primavera de Praga”. De una u otra forma, ya se dibujaban las dos visiones estratégicas y programáticas entre la denominada izquierda reformista y la revolucionaria. También los jóvenes de la época fueron hondamente impactados por la noticia de la muerte del Che en Bolivia, de quien muchos de ellos poseían retratos colgados en su


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dormitorio. Pero no sólo eso, asimismo otros tantos recibían por correo distintos materiales desde China, Cuba y otros países que contaban a su haber el haber realizado revoluciones en su suelo patrio. 1.2 La hora de la política Pero volvamos nuevamente a don Edgardo Enríquez Frödden, recurriendo a continuación a sus propias memorias, “En el nombre de una vida”, Tomo II: “Los que pertenecemos a mi clase social, que no tiene dinero, ni latifundios, ni empresas, ni ambiciones por llegar a ser ricos y poderosos, lo único que aspiramos a tener es una familia bien constituida, sólida, culta, capaz, feliz, unida, de acrisolada honestidad, de gran preparación. Y eso me lo destruyó la ambición demócrata cristiana de los años 1969-70 y 73. Seguramente, esto que acabo de escribir, va a traer protestas airadas y cargadas de odio. Quien pretenda negar esa ambición del Sr. Frei y del Sr. Pérez Zujovic y otros, no tiene nada más que revisar cuál fue la conducta de esos personajes y de sus directivas, en la gestación del Golpe Militar y en la mantención de la más sangrienta dictadura que ha tenido América, cuando menos durante los primeros diez o doce años.

Injusto sería que no reconociera también la responsabilidad de mis hijos en lo que les sucedió. Respondieron en forma errada al ataque simultáneo del Gobierno Ejecutivo y del Poder Judicial. Diferentes habrían sido las cosas para ellos y, quizás, para el país, si no hubieran respondido como lo hicieron”. Pero la verdad es que la situación nacional se presentaba absolutamente encrespada, y los sectores dominantes no estaban ni siquiera dispuestos a permitir las reformas graduales impulsadas por el gobierno de la Unidad Popular, al que boicotearon, como se comprobó fehacientemente después, incluso antes que Allende tomara el mando de la nación. La desclasificación de documentación confidencial en Estados Unidos, ha sido ciertamente fundamental para apreciar la magnitud de las presiones que se ejercieron para desprestigiar a la llamada “Vía Chilena al Socialismo, con Vino Tinto y Empanadas”. Y cuando la atmósfera se hizo ya prácticamente irrespirable, el desorientado y desarmado campo popular no fue capaz de oponer una resistencia organizada y de masas a una contrarrevolución que se hizo presente con todos los recursos a su favor. Ni el propio presidente Salvador Allende, según lo conocido hasta aquí, intentó


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salvar la situación final recurriendo a las fuerzas que pocos años antes lo habían llevado a la primera magistratura del país. 1.3 El ocaso de una época A algunos jóvenes, el Golpe de Estado de 1973 los encontró con apenas 16 años de edad. El mundo conocido se derrumbaba; se inauguraba un nuevo período. Pero había que seguir caminando. Se abrió un tiempo de dificultades crecientes, con costos no sólo personales sino que incluso en el orden de las relaciones familiares. Pero fue la opción que se escogió libremente, sin ningún tipo de presión externa que violentara la propia decisión de conciencia. Las historias personales son múltiples. Algunos adolescentes, por ejemplo, y a escondidas de sus padres, se propusieron salvar algunos materiales bibliográficos. Así, una maleta repleta de libros que pasaron a ser automáticamente peligrosos, entre ellos muchos de la editorial Quimantú, fueron depositados en el entretecho de una casa que posteriormente fue destruida. Obviamente, nunca fueron recuperados. En el descrito escenario, muchos cuadros de dormitorio, con bellas y queridas fotografías del Che, se vistieron de nuevos ropajes, y el guerrillero heroico se mantuvo por años cubierto ante la nueva socialización represiva que había emergido en el país. Definitivamente, los tiempos habían mudado, y tendríamos que asumirlo tarde o temprano. La resistencia había comenzado. Don Edgardo no es culpable de nada. Lo que ocurría en su hogar también sucedía en otros lugares semejantes. Espacios ilustrados, abiertos y tolerantes, donde no existía el proselitismo de ningún tipo; donde efectivamente se respetaba la libertad de conciencia y se promovía la propia autonomía moral. Pero, además, había un contexto mundial y ciertamente que perfiles biográficos individuales que definitivamente hacen la diferencia entre un caso y otro. Ya lo dijimos antes, no todos los hijos de masones se hicieron miristas; así como tampoco no todos los miristas provinieron exclusivamente de familias izquierdistas. Hubo de todo, tanto en relación a los enclaves ideológicos, socio-económicos, culturales y geográficos, como también en su extensión a diferentes orígenes nacionales. Como si fuera un llamado activado desde el centro de la tierra y dirigido hacia los cuatro puntos cardinales, el idealismo era la argamasa que reunía a esta generación


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de niños-adolescentes, muchísimos jóvenes y también de adultos. Comunidad de profesionales e intelectuales; de capas medias y hasta altas de la sociedad; del mundo poblacional urbano y del campesinado rural; de los pueblos originarios, etcétera. Siempre confiados en la corrección del camino que habían escogido para sus vidas. Muchos murieron en la lucha, incluyendo a sacerdotes y extranjeros que trabajaban y/o estudiaban en Chile; otros tantos resistieron las salvajes torturas; demasiados engrosaron las listas de los detenidos desaparecidos. Y los familiares estuvieron a su lado, descubriendo en algunos casos recién ahí la militancia de sus hijas, hijos u otros parientes, como ocurría asimismo más en el pasado que en el presente, cuando se develaba la pertenencia a la masonería de un ser querido en la instancia o estación terminal de esta vida y en el comienzo de su viaje misterioso hacia el Oriente Eterno. 1.4 Reflexiones finales Para numerosos de nosotros, fue evidentemente un privilegio el haber nacido y posteriormente ser formados en el gratificante contexto cultural e intelectual de los hogares que tuvieron la impronta laica y libertaria, sobre todo en el Chile republicano y democrático anterior al Golpe de Estado de 1973. En distintos aspectos, la comentada experiencia abrió los surcos de los caminos que recorreríamos más adelante en nuestras vidas. Por supuesto que no se trata de idealizar los mencionados núcleos familiares de raíz masónica, porque en ellos también se evidenciaban situaciones que ameritaban revisiones y cambios. Pero sí corresponde rescatar sinceramente el que se nos permitiera crecer libres de adoctrinamientos dogmáticos, fanáticos y excluyentes. Jamás se nos impuso verdad alguna, y mucho menos las conocidas como reveladas. Siempre se respetó la conciencia individual, lo que implicaba que cada uno de nosotros debía hacer, de manera independiente, su propio camino reflexivo que le permitiera arribar a un sentido o propósito para su propia existencia. En suma, no podemos menos que agradecer el que se nos haya alentado hacia el propio y autónomo desarrollo moral; y el que se nos haya permitido crecer libres en una sociedad que, a pesar de los discursos con que pretende encubrir su dominación, está efectivamente mucho más interesada en adoctrinarnos y en controlarnos mental y espiritualmente.


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2 APRENDIZ, COMPAÑERO Y MAESTRO “En una democracia cada ciudadano es responsable del bien común. No lo olvidéis vosotros, que en calidad de Maestros masones debéis ser educadores”. Oswald Wirth (De la Gran Logia de Francia)


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La francmasonería o masonería es una institución antigua, depositaria de diversos conocimientos y linajes de pensamiento, que busca formar ética y moralmente a sus adeptos para que, ya alejados de la ignorancia y de los prejuicios, los hermanos puedan hacer una contribución individual y colectiva a las distintas sociedades en las cuales se desenvuelven como sujetos históricos. Sin embargo, es conveniente precisar que hablar de masonería en general es una suerte de abstracción, porque lo que en verdad existen son distintas construcciones o tradiciones que comparten elementos comunes y que en otros aspectos se pueden diferenciar radicalmente. En su conocida y ya citada obra “Los masones, la sociedad secreta más poderosa de la tierra”, Jasper Ridley comenta la idea anterior a partir de un hecho significativo:

“Pero la decisión que tomó el Gran Oriente de Francia en 1877 de eliminar todas las referencias a Dios y al Gran Arquitecto de sus ceremonias, de apartar la Biblia de sus logias y de admitir a agnósticos y ateos, fue demasiado para la Gran Logia inglesa”. 2.1 Escalera docente masónica Hecha la importante aclaración anterior, debemos indicar ahora que el recorrido docente e iniciático de la masonería simbólica o azul reconoce tres grados de perfeccionamiento progresivo y de iluminación que deben recorrer todos los hermanos: Aprendiz, Compañero y Maestro. Como se advierte siempre ritualísticamente, la masonería escoge hombres libres que extrae de las canteras de la sociedad para convertirlos, luego de un extenso camino docente, en mejores personas y ciudadanos. En este camino el primer paso es el de Aprendiz, grado al que se ingresa luego de un proceso administrativo previo que culmina con una hermosa y significativa ceremonia de iniciación. Aquí no hay más tarea que la de trabajar la propia “piedra bruta”, y nótese la no casual analogía con el oficio de los constructores y picapedreros del medioevo, enmarcada en la siguiente pregunta: ¿De dónde venimos (vengo)? En “El Libro del Aprendiz”, Oswald Wirth nos entrega las siguientes claves:


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“QQ:.HH:., al iniciaros en sus Misterios, la Francmasonería ha querido hacer de vosotros hombres escogidos, sabios o pensadores, elevándoos por sobre la masa de los seres que en nada piensan. No pensar, es consentir en ser dominado, conducido, dirigido y tratado comúnmente como una bestia de carga”.

Y concluye su reflexión de la siguiente manera:

“El pensador se forma por sí solo, es hijo de sus obras. La Francmasonería lo sabe, y evita inculcarle dogmas. Contrariamente a las religiones, no pretende estar en posesión de la verdad. La Masonería no sólo se limita a ponerlo en guardia contra los errores (el error), sino que además se afana en que cada uno busque la Verdad, la Justicia y la Belleza. La Francmasonería repudia la fraseología y las fórmulas, con las cuales los espíritus vulgares se enseñorean para engalanarse de todos los oropeles de un falso saber. Quiere obligar a sus adeptos a pensar y da, en consecuencia, su enseñanza bajo el velo de las alegorías y de los símbolos. Invita, asimismo, a reflexionar a fin de que se apliquen a comprender y a descubrir”.

Después viene el grado de Compañero, que constituye una etapa intermedia en la cual las ventanas del mundo llaman a la acción; instancia donde se maduran los conocimientos de la fase interior y se trabaja en responder a la pregunta: ¿Qué o quiénes somos (soy)? Al respecto, en un antiguo manual de instrucción, el mismo Oswald Wirth, de la Gran Logia de Francia, señala que:

“El Segundo Grado es la consagración del primero, y es en este sentido que el Aprendiz, por el solo hecho de que como tal ha realizado progresos suficientes, es admitido en la clase de los obreros o Compañeros. Es la terminación de su aprendizaje lo que le vale su aumento de salario. Por muy lejos que podamos ir, sepamos permanecer siempre aprendices, porque nunca habremos terminado de aprender. Convencido de que el verdadero sabio no terminaría nunca de estudiar, el ilustre Chevreul se llamaba estudiante, aunque era más que centenario. Recordemos esta enseñanza y no dejemos jamás de trabajar en nuestro propio perfeccionamiento tanto intelectual como moral. Es este aprendizaje incesante el que debe proseguirse con perseverancia porque sólo él confiere el verdadero Compañerismo, dicho con otras palabras, el poder de acción fecunda y de realización verdaderamente práctica”.


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Y así llegamos al tercer grado de instrucción, correspondiente al de Maestro, al que se accede a través de una última, inquietante y sorprendente nueva ceremonia de iniciación. Esta es la etapa superior a la que se puede aspirar en la masonería simbólica o azul. Los trabajos aquí no terminan, así como tampoco cesan las preguntas, que se plantean principalmente de la siguiente manera: ¿A dónde vamos (voy)? El recorrido gradual ha presentado distintos desafíos personales y colectivos, que cada uno de los hermanos debe considerar y guardar como parte de su propio viaje hacia la luz. Recurramos otra vez a Oswald Wirth, pero ahora en su texto titulado “El Libro del Maestro”, editado por primera vez en francés a fines del siglo XIX: “Venerables Maestros: Habéis sido elevados al supremo grado de la jerarquía masónica; vuestro diploma da fe de ello. Pero, ¿sois maestros verdaderamente?”. “Juzguemos también a las instituciones a que pertenecemos. No tengamos la superstición de creer que somos libres porque nuestros antepasados han muerto por la libertad. La independencia no es transmisible por herencia: es preciso sacudir el yugo cada día para hacerse y permanecer libre. Bajo una infinidad de formas pérfidas, , la esclavitud nos acecha sin cesar; se impone a nuestro espíritu si la pereza intelectual nos impide buscar por nosotros mismos la verdad; nos paraliza moralmente si nuestra voluntad se adormece en las preocupaciones egoístas; se nos impone, en fin, políticamente, desde que descuidamos nuestros deberes y olvidamos nuestra dignidad de ciudadanos. Se ha reprochado a menudo a la Francmasonería ocuparse demasiado de política. En realidad, ella no ha sabido intervenir como habría debido. Las Logias no están destinadas a hacer el oficio de comités electorales y aún menos de agencias que procuran favores del gobierno; pero deben ser hogares de educación democrática”.

En las palabras del Q:. H:. Wirth, escritas a mucha distancia temporal de nosotros, se percibe una dosis de frustración que puede extenderse perfectamente a ciertas realidades actuales. Es que el autor reconoce que una cosa es alcanzar ciertos grados y otra, muy diferente, es haber penetrado en el núcleo de sabiduría que ellos suponen. Estamos objetivamente frente a una realidad que afecta prácticamente a todas las creaciones institucionales. Los principios parecen estar siempre en un nivel superior


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de abstracción y pureza, mientras que quienes pretenden guiarse por ellos deben lidiar con sus propias debilidades de construcción interior, y también con las influencias paradigmáticas externas del medio en que intervienen cotidianamente. 2.2 El Cáliz de la Amargura En el libro ya citado, “Edgardo Enríquez Frödden, testimonio de un destierro” , de Jorge Gilbert, el ex rector de la Universidad de Concepción, quien lamentablemente debió beber el ingrato Cáliz de la Amargura, emite duros juicios sobre el comportamiento de muchos hermanos masones y de la misma Gran Logia de Chile. Calumnias y destierro. “Cuando vino el golpe militar, yo ya era masón de alto grado y conocido en Chile. Al momento de caer preso, se me calumnió y se me desterró. En ese momento tuve ya un pequeño conflicto. Mis hermanos masones de Concepción y con los cuales yo había convivido por muchos años, ninguno se acercó a hablar conmigo, ni me enviaron recado alguno para decirme: -Hombre, sentimos lo que te está pasando”.

Luego vendría su arbitraria expulsión de la masonería chilena. “Pasó un tiempo, un año, cuando recibo la noticia de que el Serenísimo Gran Maestro y el Gran Comendador habían dictado un decreto expulsándome de la masonería chilena. Esto fue ejecutado en la forma más hipócrita y cobarde que uno pueda imaginarse. Sin decir una palabra, sin someterme a proceso ni a nada, decretaron que había perdido mi condición masónica”.

El triste espectáculo de una jerarquía que abjura de los principios institucionales. “Porque los que dirigían la Gran Logia de Chile, Horacio González Contesse y Pedro Castelblanco Agüero, estaban asociados, eran aliados, eran cómplices de la dictadura chilena, visitaban al dictador”.

Colaboracionismo e infiltración. “Después del golpe, la Gran Logia de Chile fue infiltrada por oficiales de las fuerzas armadas y carabineros. Estos eran soplones infiltrados en las logias y por eso está ‘esterilizada’ en su labor”.

Sectores de creyentes levantan las banderas de la masonería.


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“Aquí tenemos otro punto, el cual mencioné públicamente cuando estuve en Chile en enero de 1989: -¿Qué ha hecho la masonería en términos de derechos humanos y la democracia en Chile? -Lo digo con mucho dolor –respondí-. No ha defendido los principios masónicos. Quien está defendiendo los principios masónicos en Chile es la Iglesia Católica”.

Sentidos y críticos pronunciamientos, ¡qué duda cabe de ello! Es que no deja de sorprender que una institución que había reconocido en múltiples ocasiones su adhesión al régimen democrático de gobierno haya sucumbido después al embrujo de la dictadura militar. ¿Qué ocurrió verdaderamente para que sus máximas autoridades cayeran en tal despropósito? ¿Cómo se explica que hubieran contado con la fuerza necesaria para actuar incluso en contra de destacados y honorables hermanos? Impacta mucho más cuando organizaciones democráticas, fundadas en principios libertarios, extravían su rumbo y desnaturalizan sus propios fines. Porque ciertamente que a nadie extrañaría que el fascismo, el nazismo y las más diversas formas de fundamentalismo e integrismo conservador, se levanten en contra de los principios republicanos. Pero que la masonería, adalid de la emancipación, se niegue a sí misma, por supuesto que resulta absolutamente inesperado y traumático. Pues bien, así como existe un dicho que reza “el hábito no hace al monje”; éste se podría extrapolar también a “el mandil no hace al masón”. En otras palabras, las insignias, cargos y signos exteriores de jerarquía no pasan de ser un traje vacío si es que no se ha transitado por la senda del cambio espiritual interior, y del compromiso social con quienes sufren y son excluidos por todos los sistemas de dominación. Reafirmando lo sostenido líneas arriba, Juan “Patula” Saavedra G. señala lo siguiente en su texto citado anteriormente: “Don Edgardo había sentido una profunda decepción con la actitud asumida por la masonería después del Golpe de Estado. La institución libertaria a la que él perteneció por tantos años tuvo más bien una actitud de silencio y complicidad con hechos de barbarie y contrarios a toda dignidad humana; es decir, con hechos que eran la antítesis de lo que habían predicado. Por lo anterior, en el exilio participó de la creación de una nueva masonería chilena, formada por aquellos que emigraron del ‘Rito Escocés’, como se denomina la masonería existente en Chile, al ‘Rito Francés’, que asumió esta nueva, la que obviamente


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estaba fuera de Chile. Con el retorno, varios de sus miembros, entre ellos el propio don Edgardo, le habían dado vida en el país, creando nuevas Logias. Ahora, una de esas logias del rito francés lleva su nombre como homenaje”.

Para el ex rector de la Universidad de Concepción, no podía ser un tema menor lo sucedido con la masonería chilena, a la que lo unían tantos vínculos, y en la cual durante la década de 1960 desempeñó el cargo de Delegado Regional de dos ex Grandes Maestros. Así lo confirma el propio Edgardo Enríquez Frödden en sus ya citadas memorias, titulada “En el nombre de una vida”, Tomo II: “Fui siete años seguidos Delegado de dos Ser. Grandes Maestros y presidente del Consejo de Venerables Maestros. Lo dejé cuando, voluntariamente, renuncié al cargo, al ser elegido Rector de la Universidad de Concepción, en diciembre de 1968. De eso me ocuparé más adelante. En general, no tuvimos problemas en los siete años de mi presidencia. La Orden pasó a gozar de gran prestigio en la región y nuestras opiniones fueron muy respetadas y escuchadas por los Grandes Maestros. De acuerdo a mi manera de pensar, nunca oculté mi calidad de masón y hasta salí en defensa de la Masonería y de sus obras cuando fue atacada por la prensa y unos sacerdotes que creían que, como era habitual, nadie les respondería. Tuve una a dos polémicas en que salí muy bien ante la opinión pública. Gran cantidad de gente joven, universitarios, profesores y profesionales, se iniciaron en nuestras logias. En Concepción, dejó de ser efectiva aquella afirmación de que la Masonería estaba formada por viejos; que no tenía juventud”.

Ciertamente que nadie escapa a las dificultades para elevarse hacia una mejor condición humana. Esta es una tarea constante y de mucho esfuerzo, y en no pocas ocasiones supone también experimentar la decepción y el sufrimiento ante situaciones infaustas en lo personal y en lo colectivo. Y en el camino docente del simbolismo encontraremos siempre a una suerte de antimaestro que, como en un juego de máscaras, nos hará creer que es lo que en verdad no es. Se vestirá con el ropaje de la tolerancia, cuando en realidad está atrapado en prejuicios que lo hacen despreciar a los pobres, a los judíos, a los izquierdistas, a las parejas homo-afectivas y un largo etcétera. ¿Cómo reconocer a este oscuro antimaestro? No hay receta para ello, pues en la vida misma vamos aprendiendo a descubrir la luz interior de la iluminación que nos advierte de los peligros que representan las imposturas de diversa naturaleza.


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Por todo lo anterior, los hermanos deberían reflejarse constantemente en lo que se afirma en “El Manual de Instrucción para el Grado I del Rito Escocés Antiguo y Aceptado”: “El verdadero masón no puede contentarse con lo externo, con la forma del símbolo, sino que debe hacer cuanto le sea posible para captar su contenido esotérico, descubriendo la idea que el símbolo representa. Sólo entonces, será realmente masón; comprenderá las nobles ideas de la Orden, y como iniciado en el Arte Real, se acercará al camino que conduce a la Verdad”.

Pero regresemos a la realidad. Sabemos que los principios y valores se colocan en juego a cada instante, en todo contacto que establecemos con otro ser humano. Pero la prueba mayor sobreviene cuando como comunidad organizada enfrentamos trastornos de dimensiones históricas y sociales. Por ejemplo, ¿cómo actuó cada uno de nosotros cuando en Chile se violaba sistemáticamente el derecho a la vida de tantos miles de indefensos compatriotas? ¿Cómo se comportaron los hermanos maestros individualmente y las correspondientes jerarquías institucionales? Nos consta que a ciertas personas las preguntas anteriores les resultan incómodas y majaderas, porque quisieran dar vuelta la página y cerrar un capítulo que consideran como parte de un pasado ya lejano. Pero se equivocan rotundamente. Hay que mirar de frente la cara más oscura de nuestra propia sociedad. En palabras de Silvana Veto, Santiago 2011, extraídas de su artículo “Prácticas genocidas en la dictadura chilena”:

“Los campos de concentración, la tortura y la desaparición de personas, son los dispositivos o prácticas genocidas preferentemente utilizados en nuestro país durante el período en cuestión, a través de los cuales se intentó llevar a cabo el proyecto reorganizador de relaciones sociales”. No podemos clausurar la historia si pretendemos aprender algo de lo sucedido en nuestro país durante la dictadura militar; menos cuando la verdad todavía no está completa ni reconocida en todos sus detalles. No hay que cerrar los ojos; más bien hay que abrirlos para que la plenitud de lo ocurrido se establezca en toda su magnitud.


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Así como los familiares de las víctimas se han negado a olvidar a sus seres queridos torturados, asesinados y desaparecidos; la sociedad tampoco puede dar la espalda a las víctimas de un genocidio amparado y promovido desde el propio Estado. La memoria histórica debe permanecer para siempre. Si queremos educar para la paz y la justicia a las nuevas generaciones; si optamos efectivamente por una mirada transversal en valores que considere irrenunciablemente la defensa y promoción de los derechos humanos, entonces seamos consecuentes y asumamos como comunidad (individuos e instituciones) el reconocimiento sin mentiras de lo ocurrido en Chile y la plena reparación democrática de un holocausto que clama y duele más todavía en un país tan injusto y segregado como el nuestro. Las generaciones siguen pasando, los gobiernos se suceden uno tras otro, y en muchos casos la verdad continúa esperando. ¿Hasta cuándo? Desde las canteras masónicas, especialmente desde las progresistas, estamos seguros que se trabaja con un claro compromiso por los derechos humanos. Y no podría ser de otra manera, porque muchos hermanos iniciados también padecieron el atropello a sus derechos más elementales. A modo de testimonio para las nuevas generaciones, quisiéramos simbólicamente mencionar a tres de ellos: Salvador Allende G., presidente constitucional de Chile al producirse el Golpe de Estado; Edgardo Enríquez F., ministro de Educación del gobierno de la Unidad Popular; y Alberto Bachelet M., general de aviación, leal a sus principios democráticos. Gracias a la gentileza de un muy querido amigo, puedo citar aquí extractos de un homenaje a Salvador Allende realizado en el extranjero por una ahora hermana maestra masona del rito francés, quien en otra época histórica integró el Grupo de Amigos Personales (GAP) encargado de la seguridad del ex mandatario chileno. “Era como un sabio Venerable Maestro que sabía aprovechar las virtudes de todos sus hermanos, al tiempo que bajaba el perfil de nuestros defectos pasando cariñosamente la cuchara de albañil. Se preocupaba así por todos y cada uno de nosotros. En mi caso, como militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria –el MIR-, y a pesar de las diferencias con el Partido Socialista, el partido político al que pertenecía el presidente, nos sentíamos identificados con él íntima y plenamente”. “Si bien no compartía para Chile la revolución armada cubana, pudo hacer de Cuba un amigo incondicional. De igual modo no compartía la defensa armada del


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estado socialista, pero a pesar de ello apoyó sin tapujos la lucha del pueblo vietnamita frente al imperialismo estadounidense, expresando su admiración por quien fuera también su hermano masón, Ho Chi Minh, iniciado muchos años antes en París”. “Como masón era un hombre libre, con absoluta libertad de conciencia, y como tal tenía derecho a ejercer esa libertad. En este caso, el suicidio es un recurso político de dignidad que representa el final coherente de un proyecto de vida político y social. Esa fecha, 11 de septiembre de 1973, hoy en día no es más que una entre miles para el conjunto de la humanidad, pero nosotros –como hermanos suyos- reconocemos esa semilla que fructificará en las espigas que recogerá la historia”.

2.3 Reflexiones finales El ejemplo de los mencionados tres hermanos masones chilenos está inscrito sólidamente en la roca del futuro, y hacia él deben mirar quienes comienzan hoy su búsqueda de la verdad y de la luz. En consecuencia, que se multipliquen los eslabones de la cadena eterna de obreros que trabajan por la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. No estamos ni en la hora ni en la edad para sucumbir a los cantos de sirenas de los fútiles y fugaces apegos profanos. Ello significaría alejarnos cada vez más de la inspiración de los arcanos misteriosos que llegan a nosotros desde tiempos inmemoriales. Unamos nuestros espíritus y voluntades y permanezcamos, siempre enlazados en nuestra hermandad, entre la escuadra y el compás. Si alguna resonancia pudiera quedar de nuestro paso por esta vida y universo, pensamos que no será otra que la que provenga de todas las acciones de luz que hayamos emprendido para desterrar cada una de las formas de opresión y de sufrimiento humano.


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3 SIMPATIZANTE, ASPIRANTE Y MILITANTE “La historia ha seguido la línea de menor resistencia. La época revolucionaria ha hecho su entrada por las puertas menos fortificadas”. León Trotsky


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Es necesario señalar que el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) fue una organización política que surgió formalmente un 15 de agosto de 1965, agrupando en su seno a una variedad de perspectivas que se extendieron desde el anarquismo, el cristianismo, el trotskismo, el guevarismo, el sindicalismo clasista, etcétera, abarcando asimismo las visiones que aportaron quienes se habían separado recientemente del comunismo y socialismo chilenos. El MIR tuvo en sus inicios un fuerte aire movimientista y libertario, no dependiendo de ningún “faro” mundial revolucionario, lo que se demuestra claramente cuando en 1968 emitió una declaración pública criticando la invasión soviética a Checoslovaquia. Sin embargo, tal atrayente característica, distante de las visiones más esquemáticas y ortodoxas del marxismo oficial, en alguna medida fue mudando con el tiempo, sobre todo cuando se comienza a adquirir compromisos políticos externos en aras de obtener apoyos materiales para la lucha de resistencia en contra de la dictadura militar. En su reciente libro “Democracia y lucha armada, MIR y MLN-Tupamaros” , Osvaldo Torres Gutiérrez plantea lo siguiente sobre el particular: “Atrás quedó el ‘pequeño Zimmerwald’ al que aportó Miguel Enríquez en la idea de mantener grados importantes de autonomía política e ideológica del centro comunista de la época. En términos generales, lo que ocurrirá en el MIR luego de la situación caracterizada como ‘desastre’ en 1976, será una refundación del pensamiento mirista, bajo la ausencia de prácticas democráticas, socavada su capacidad reflexiva por el aniquilamiento de parte importante de su militancia y concibiendo su identidad política revolucionaria desde la ‘estrategia de guerra popular’, por lo que devendrá en una organización para el combate antidictatorial, respaldada por el PCC, pero sin reflexión propia sobre los temas del socialismo, la democracia, la complejidad de las reformas pinochetistas y sus consecuencias político-culturales y el rol de la política militar en ese contexto. A las consecuencias políticas por la muerte de una nueva camada de experimentados militantes durante el período de 1978-1981, se le sumará el deterioro de la confianza al interior del núcleo dirigente y el reperfilamiento de las visiones distintas sobre la situación del país y las políticas a desarrollar”.

Esta novel organización se planteó dos importantes y significativos desafíos políticos: disputar a los partidos tradicionales de izquierda la influencia que habían


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ganado en el movimiento popular y de manera simultánea levantar una estrategia de poder alternativo que llevara revolucionariamente a las masas, a los pobres del campo y de la ciudad, a la conquista de una sociedad socialista. Y fue precisamente durante el período del gobierno de la Unidad Popular, con las masas en ascenso, que alcanzó una fuerte influencia y penetración en distintos sectores sociales, tales como campesinos, estudiantes, mapuche, pobladores, etcétera. Tarea ciertamente ciclópea, sobre todo en la realidad republicana chilena de antaño, que vio crecer a la izquierda, y también al movimiento popular, dentro de los marcos de intermediación y representación establecidos, acostumbrados a la modalidad de presión y luego de diálogo respecto del Estado, pero siempre respetando la institucionalidad asumida como democrática. Entonces, ¿quiénes y cuántos serían los llamados y los dispuestos a recorrer los caminos de una enseñanza y de una opción que convocaba sin subterfugios a la insurrección y a la conquista del poder? Y cuando se produjo el sangriento Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, se propuso primero la defensa del gobierno de Salvador Allende; y luego ante la derrota que se hizo ya evidente, levantó la consigna de permanecer en Chile y de iniciar la resistencia en contra de la dictadura militar. En su libro “Todos los días de la vida, recuerdos de un militante del MIR chileno”, Enérico García Concha puntualiza lo siguiente sobre la actitud de la organización revolucionaria tras el colapso de la Unidad Popular: “Cuando el MIR en 1973, después del Golpe de Estado, lanza su consigna ‘el MIR no se asila’, ¿de qué se trata? El MIR había integrado dentro de sus fuerzas a un montón de miembros de la sociedad que indiscutiblemente no iban a tener acceso a la posibilidad de salir del país. Por lo tanto, el MIR que había hecho de la lucha revolucionaria, durante todo el gobierno de la Unidad Popular, su gran fuerza, su gran potencia, no podía en un primer momento salir arrancando, desligándose de la gente que él había comprometido. Por lo tanto, la justeza de la posición del MIR en el ‘no al asilo’ es fundamentalmente una política moral, ética. Era el hombre nuevo ejerciendo su derecho a seguir conduciendo la lucha política en Chile. Por lo menos a tratar de dirigir la retirada de ese gran pueblo que nos había seguido, que había estado con nosotros y así lograr, en momentos posteriores, un proceso revolucionario triunfante”.

3.1 Formación y ethos miristas


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El tránsito por la senda partidaria mirista contemplaba un proceso de formación e instrucción de tres pasos o niveles ascendentes: Simpatizante, Aspirante y Militante. Y en cada uno de ellos se pondrían a prueba las capacidades y entrega de los postulantes a la causa que libremente decidían abrazar. Naturalmente, que esta entrega de la correspondiente educación interna sufrió cambios severos al quebrarse dramáticamente la democracia que el país conoció hasta 1973, aumentando las dificultades y riesgos para quienes ingresaban a una instancia que se encontraba derechamente fuera de la ley, y que además era perseguida con saña por los distintos organismos represivos con que se dotó tempranamente el nuevo orden dictatorial. El Simpatizante era una persona que mostraba interés por la línea política de la organización, y que podía además hacer una colaboración efectiva en diferentes ámbitos. Algunos permanecían simplemente como “ayudistas”, y otros muchos tomaban el rumbo de una opción más integral y constante. Después venía la etapa conocida como la del Aspirante, correspondiente a quienes ya se encontraban en la perspectiva de asumir un compromiso sin ambages. Aquí las exigencias formativas y de acción iban en aumento, porque se trataba de un nivel intermedio en el cual se debían depurar los resabios que provenían del pasado y que podían asimismo impedir el salto hacia el escalón más alto. Y así se llegaba al estado superior de participación y de responsabilidad, el del Militante, en el cual se coronaban todos los atributos que se esperaban de un cuadro revolucionario, con sus deberes y derechos, que incluso era capaz de sacrificar su propia vida en aras de un ideal mayor y de la construcción de una sociedad más justa. Y en el caso del MIR, lo señalado anteriormente no fue pura poesía o hueca retórica, sino que ello se expresó cotidianamente en las existencias de la mayoría de sus adherentes. Al respecto, y a modo de homenaje a tres valientes militantes, recordemos aquí los nombres de María Angélica Andreoli B., 27 años, desaparecida el 6 de agosto de 1974; Diana Aron S., 24 años, desaparecida el 18 de noviembre de 1974; y Muriel Dockendorff N., 23 años, desaparecida el 6 de agosto de 1974. En “Revolución Socialista y Poder Popular. Los casos del MIR y PRT-ERP 19701976”, Sebastián Leiva Flores apunta lo siguiente: “…su militancia de base estaba organizada en torno a los Grupos Político Militares (GPM), órganos de carácter territorial que, por composición y tareas, estaban vinculados directamente con los diferentes frentes de masas –obrero, campesino, estudiantil y poblador-. La articulación orgánica de estos GPM daba origen a su vez a los Comités Regionales (CR) un nivel de organización y dirección intermedia que tenía como función el articular los GPM con los


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organismos superiores del partido, que cumplían al estar integradas sus jefaturas al Comité Central (CC). Por su parte, el Comité Central era el más importante órgano de dirección, siendo conformado por los señalados jefes de los Comités Regionales, aquellos miembros que habían sido electos en el congreso de 1967 (III Congreso) y aquellos militantes destacados que habían sido ‘cooptados’ por el propio comité. Finalmente, algunos miembros del Comité Central conformaban la Comisión Política (CP), de donde a su vez se originaba el Secretariado Nacional, a quien correspondía la dirección y representación cotidiana del partido”.

El descrito tejido organizacional no es nada extraño para la época, pues se trata evidentemente de una matriz orgánica inspirada en los referentes teóricos y políticos revolucionarios que predominaban en el escenario en cuestión. Pero leamos nuevamente a Sebastián Leiva Flores: “Evidentemente jerárquica, esta estructura debía asegurar la conexión fluida de sus diversos niveles, cuestión central para integrar distintos grados de conocimiento de la teoría política, de la propia estrategia y táctica del partido y de la experiencia que se iba recogiendo del trabajo en los frentes de masas, todo lo cual debía redundar en la capacidad de articular una política que le permitiera a la organización participar de la disputa por el poder que se estaba desarrollando, donde debería lidiar no sólo con las clases dominantes sino que además con la propia alianza de gobierno y, no menor para el agudo período que se vivía, con un ‘tiempo político’ que se demostraba demasiado corto para, entre otros, resolver los desajustes que se observaban en el funcionamiento de la organización”.

Pero el MIR era mucho más que una orgánica revolucionaria; era más bien una opción de vida en la cual se encontraron y crecieron juntos cientos y miles de proyectos personales de militantes esparcidos por la geografía territorial y social de Chile. Y en esta praxis política cotidiana, se constituyó lo que se ha dado en llamar “cultura mirista”, que finalmente viene a ser la forma específica en que sus miembros comparten y construyen simbólica, psicológica y colectivamente su línea política y su compromiso con un nuevo mundo. Las ideas que esbozamos anteriormente son recogidas también en el libro “Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Coyunturas y vivencias 1973-1980” , cuando su autor, Carlos Sandoval Ambiado, plantea lo siguiente: “El MIR fue un crisol político-militante para un heterogéneo contingente de jóvenes. Aunque hubo sectores de la izquierda que trataron de aminorar la


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importancia del MIR en la escena nacional, alegando que era un grupo ultraizquierdista, pequeño-burgués de jóvenes universitarios e intelectuales, al revisar tranquilamente la composición social de los miristas, a lo largo y ancho del país, no calzan para nada los intentos -con buena o mala intención- de dejar en la retina histórica a lo que efusivamente se le ha llamado ‘vanguardia más sexy de Latinoamérica’”.

El compromiso asumido se expresaba de múltiples maneras, alcanzando incluso a la realización de acciones temerarias aunque fueran de carácter limitado. Al respecto, recordamos nítidamente que una vez conocida públicamente la noticia de la muerte en combate de Miguel Enríquez, el sábado 5 de octubre de 1974, dos adolescentes caminan de noche hacia el sector del Barrio Universitario de la ciudad de Concepción. Subrepticiamente, abandonan sus hogares y se desplazan por las calles desiertas, y en los lugares que les parecieron más apropiados, rayaban con plumón una sencilla y emotiva leyenda: “Miguel Vive, MIR”. En ese instante adverso y de hondo pesar, en que sentían que habían perdido casi a un familiar muy cercano, ellos no podían menos que hacerse presente y manifestar, de alguna forma, su homenaje al compañero secretario general. Mucho más adelante, todos comprenderían, a cabalidad y en todo su dramatismo, el abismal vacío espiritual que dejó la ausencia de Miguel, y aquilatarían además la tremenda falta que hizo como conductor de la mencionada y joven organización revolucionaria. Nadie había enviado a dos muchachos de 17 años a entintar paredes, con el inmenso riesgo que ello implicaba. No había ninguna orden partidaria sobre el particular, que al menos ellos conocieran. Nada de eso. La incursión nocturna tenía más bien mucho de respuesta emocional. Era la manera de expresar la admiración y afecto que sentían por Miguel. A la distancia, querían transmitirle que no estaba solo; que su sacrificio no había sido en vano. Deseaban que supiera que él renacía en ese sencillo acto; así como lo haría también en tantos otros gestos similares que recorrían el territorio nacional. Miguel representaba, en gran medida, el alma del MIR; organización que encabezó como secretario general desde el año 1967 hasta el mismo día de su muerte, en la ahora inmortalizada casa de Santa Fe 725. Y que conste que estamos hablando del año 1974, período en el que el miedo dominaba todos los intersticios sociales y la represión se había desatado como un Leviatán que todo lo devora, al estilo de la temida y monstruosa bestia marina mencionada en el Antiguo Testamento (Gn 1:21).


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Es que ciertamente se estaba imbuido de una gran lealtad hacia el pueblo, que se encarnaba en el episodio relatado en la figura de Miguel-Héroe y Padre-Fundador, como ocurre en los hermosos y poéticos mitos de origen, con sus correspondientes arquetipos o modelos plenos de mensajes y de enseñanzas. Y con lo años descubriría las semejanzas de esta perspectiva con la leyenda masónica de Hiram Abif. Sobre el particular, en el libro “La vida en un abrir y (tres) cerrar de ojos”, desarrollo la siguiente idea:

“Sin embargo, y seguimos en el plano simbólico, los criminales fracasaron en su cometido, porque Hiram, en una suerte de continuidad del linaje iniciático, murió en carne pero se transformó en espíritu en el ‘héroe primordial de la Francmasonería’ y renace nuevamente cada vez que un hermano alcanza la verdadera maestría”. Pues bien, ya están colocados los principales hitos que deseábamos resaltar de la historia y cultura de una organización política chilena, que fue capaz hasta de cuestionar el dominio generalizado de la dictadura y de llamar a todas y todos a luchar en las filas de la resistencia popular y social. 3.2 Adelante hasta vencer Sin embargo, y retrocediendo algo más en el tiempo, no está demás anotar aquí las dificultades personales que debió afrontar, tanto en la universidad como en ciertos círculos masónicos, el propio Edgardo Enríquez Frödden, como consecuencia de la militancia revolucionaria de sus hijos. Uno de los tantos episodios sobre el particular, está consignado en el Tomo II de sus ya citadas memorias, referido concretamente a una Tenida especial organizada por una R:.L:., del Valle de Concepción, para analizar la situación universitaria, huelga en contra del Curso Propedéutico, que contó además con la presencia del rector, Ignacio González Ginouvés. Don Edgardo, debió iniciar su intervención respondiendo a una desafortunada alusión familiar que realizó en su contra un conocido hermano de la zona.

Las ideas revolucionarias de Miguel. “Estaba metido en una trampa fraguada por algunos, entre los que no podía faltar el Rector y sus ‘favoritos’. Tenía que hablar. Era una ‘encerrona’. Empecé diciendo que, aludido directamente…, tenía primero que referirme a su intervención. En efecto, le dije, no es un misterio para nadie que mi hijo Miguel


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es fundador y dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria y que ese movimiento ha tenido gran crecimiento dentro de la Universidad de Concepción, tanto dentro de su alumnado como profesorado y empleados. De eso, no me corresponde ocuparme. Además, mi hijo es alumno de sexto año de Medicina, excelente alumno, como pueden atestiguar muchos de los presentes que son o han sido sus profesores. Él es mayor de edad y tiene derecho a participar en política y, de acuerdo a los derechos y garantías constitucionales, goza de libertad para expresar y difundir sus ideas, las que no serán tan disparatadas cuando ya hay muchos universitarios que las siguen, a pesar de que el movimiento, por él y otros fundado, tiene apenas dos años desde que fue creado. Como masón, no puedo impedir, prohibir, a mis hijos que tengan sus propias ideas y que ejerzan sus derechos constitucionales. No tengo las mismas ideas, pero no puedo interferir en ellas. No todos los padres que somos de partidos de centro izquierda, tenemos la que para él… parece ser una suerte, de que su hijo sea dirigente de un partido reaccionario como es el liberal. Mis hijos son de izquierda, más avanzados que yo, en su derecho están; el suyo es liberal, en circunstancia de que él es radical; en su derecho están ambos. No veo, pues, a qué viene esto de que él… venga aquí, a un Templo Masónico, en Tenida, con una especie de denuncia porque mi hijo, no masón, tiene ideas diferentes a las mías, a las de él y de sus hijos. Tampoco se justifica que pretenda culparme a mí, como delegado del Gran Maestro, de que mi hijo no esté de acuerdo con el Curso Propedéutico y, haciendo uso de sus derechos estudiantiles, legales y constitucionales, esté apoyando a aquéllos que piden su supresión o modificación profunda, para hacerlo mejor, carente de los defectos que indudablemente tiene, como paso a probar a continuación”.

Huelga de estudiantes y el MIR.

“No es ésta la primera huelga de estudiantes universitarios de Concepción. Yo lo estuve varias veces en 1930 a 1933, cuando era estudiante. ¿Por qué tanta sorpresa ante la huelga actual? ¿Porque la dirige un Centro presidido por un miembro del MIR? ¿Será porque el MIR fue fundado y lo dirige a nivel nacional mi hijo Miguel Enríquez Espinosa? Hace poco, en una sesión celebrada en este mismo Templo, demostré que las huelgas se producen cuando los que deben resolver los problemas se cierran y no escuchan ni estudian las peticiones. Si van Schouwen no fuera el presidente del Centro de Medicina, también habría habido huelga, pero dirigida, quizás, por un Demócrata Cristiano. Si nadie resuelve los problemas graves que denuncian los estudiantes, lo más seguro es que haya huelga”. Fin del Curso Propedéutico y sensación de amargura.


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“Como masones, estudiemos seriamente el Propedéutico. No nos afirmemos en el error. Si hay modificaciones que hacerle, pues que se le hagan. Así se acordó en definitiva y, tiempo después, se llegó a la supresión del Propedéutico. Aunque había triunfado mi posición, salí de esa Tenida con una sensación de amargura. No me cupo duda de que se había tratado de hacerme una encerrona y quizás llevarme a renunciar al cargo de Delegado del Serenísimo. Se me quería poner en evidencia en base a que van Schouwen era el presidente del Centro de Medicina, el mismo que había tenido una polémica por la prensa con el rector y se sabía, además, que era el novio de mi hija. Lo que me amargaba más era que se trataba de hermanos coludidos para perjudicarme. Pero éstos eran una minoría. La inmensa mayoría de los hermanos estuvo siempre conmigo, como probaré más adelante. El Consejo de Venerables Maestros también se mantuvo férreamente unido a mí y me acompañó sin reservas en mis iniciativas”.

Las citas anteriores constituyen una inobjetable muestra de las dinámicas sociales, tensiones políticas, enfrentamientos ideológicos y distanciamientos personales que atravesaron a la provinciana comunidad penquista durante prácticamente toda la década de 1960. Para el MIR nada fue fácil, y lo señalado aquí es válido tanto para las generaciones de militantes de los años 60, de los 70 y de los 80. En efecto, cada etapa de la lucha de clases le demandó no sólo el análisis de los correspondientes períodos y coyunturas, sino que además implicaba la elaboración de diseños tácticos y estratégicos para intervenir adecuadamente en las distintas situaciones de flujo y reflujo del movimiento de masas. Concluyendo con este capítulo, y entroncando a la vez con lo planteado en el párrafo anterior, recogeremos algunas interesantes observaciones sobre el período contrarrevolucionario que realiza Robinson Silva Hidalgo, en su libro “Resistentes y clandestinos: La violencia política del MIR en la dictadura profunda 1978-1982”: “Cuando planteamos la idea de las libertades conculcadas se hace evidente que el conflicto se instala históricamente. En este punto consideramos a la violencia de los años ochenta en Chile, como una forma de hacer política en espacios donde no existe la posibilidad de mediaciones, ni de manifestaciones políticas, ni de debate público, la acción pasa a estar marcada por el ocultamiento clandestino de la vida y de la lucha política”.


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“Para la izquierda latinoamericana que vivió las dictaduras en Sudamérica, la idea de Resistencia fue tomando la forma de una política de violencia con un fuerte componente ético. De ahí que los derechos humanos y los derechos del pueblo fueran parte activa de esa resistencia,, añadiéndole al carácter netamente político, una nueva dimensión”.

Como señalamos recientemente, en el contexto del lanzamiento de un libro, tanto en la Universidad de Concepción como en la Universidad del Bío-Bío sede Chillán, en la historia del MIR hay mucho de epopéyico; de ir siempre hacia adelante; de caminar rumbo a la frontera de todo; de vivir el sacrificio hasta las últimas consecuencias. Y en esta manera de ser y estar en la política, se perciben evidentemente distintas influencias teóricas, entre ellas: el racionalismo humanista y laico que inspiró a la Revolución Francesa (Libertad, Igualdad y Fraternidad); el marxismo y los diversos procesos revolucionarios triunfantes y frustrados a nivel mundial; y más específicamente la Revolución Cubana, la ética del Che y el ejemplo de Vietnam heroico. Asimismo, es posible encontrar en él un cierto carisma profético, vinculado a las sensibilidades de creyentes (religiosos y laicos) que hicieron suyo el mensaje anunciador de un nuevo tiempo, Tierra Prometida-Socialismo, proveniente principalmente de la Teología de la Liberación. Como ocurrió, por ejemplo, con dos sacerdotes. Joan Alsina, nacido en Gerona, Cataluña, quien a los 31 años fue ejecutado, en septiembre de 1973, en el puente Bulnes sobre el río Mapocho. Y Antonio Llidó, originario de Valencia, desaparecido luego de su detención, en el centro de Santiago, el 1 de octubre de 1974. Y aunque parezca increíble, porque la muerte acechaba y rondaba en toda su oscura omnipresencia, los sentimientos profundos de la vida siempre estuvieron presentes en la cotidianeidad de los militantes, en las distintas etapas por las que navegó la organización política en el contexto de la lucha de clases a nivel nacional. Lo que decimos se refleja bellamente en el libro “Vuelo de mariposa. Una historia de amor en el MIR”, de Eva Palominos Rojas, quien relata su intensa relación afectiva juvenil con un revolucionario uruguayo, integrante del mítico MLN-T, Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. “Una noche regresando tarde, cerraba la puerta tras de mí cuando lo vi salir del dormitorio, y venir a mi encuentro con un saludo encantador y tierno. Una sonrisa dulce y franca había borrado las marcas de incertidumbre que le ensombrecían el rostro en las semanas precedentes. Un instante después mi corazón alborotado leía su enamoramiento en aquella expresión transfigurada.


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Mientras me apretaba en sus brazos pensaba ‘ahora sí que estamos dando vuelta una página’. Estábamos solos y todo era tan distinto, recuerdo que en torno a la mesa, yo sentada sobre sus piernas, nos contamos con la espontaneidad de la ternura recobrada nuestro sentir y las ideas que ocuparon nuestros pensamientos durante su ausencia. Sin sobreentendidos ni tergiversaciones dialogábamos repitiendo preguntas y explicaciones por el placer de ofrecernos, como un libro abierto, una comunicación fluida y transparente. Un desplazamiento intempestivo y de destinación desconocida lo había alejado de Santiago, y en la prolongación de su viaje le había afligido no poder llamarme, decía”.

3.3 Reflexiones finales En su texto, “Movimiento de Izquierda Revolucionaria”, Igor Goicovic Donoso realiza dos interesantes precisiones en torno a la génesis y al bagaje conceptual de la mencionada organización, las que nos parecen muy oportunas. “Esta nueva izquierda tuvo orígenes políticos disímiles, ya que provino tanto de las filas del populismo, como es el caso del APRA en el Perú, de Acción Democrática en Venezuela, del Justicialismo en Argentina y del Partido Socialista en Chile; y también se gestó en las escisiones que se produjeron al interior del comunismo”.

“En su caracterización de América Latina y de Chile como economías periféricas y dependientes, el MIR adoptó la versión más radical de la teoría general de la dependencia. De acuerdo con este enfoque, los problemas derivados de la explotación capitalista y de la condición periférica de las economías latinoamericanas en el sistema económico mundial, se resolvían profundizando la lucha política, a objeto de precipitar una salida revolucionaria que inaugurara el camino al socialismo. En este posicionamiento tuvieron especial influencia en el pensamiento mirista teóricos como Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra, Emir Sader, Ruy Mauro Marini y André Gunder Frank (R.M. Marini, 1991)”.

En síntesis, con sus muy escasos años de vida, el MIR entregó mucho más en dignidad que la que aportaron otros en décadas de existencia. Porque, más allá de los errores cometidos en su accionar revolucionario, y de los tremendos costos que debió pagar por su osadía, fue una de las pocas organizaciones políticas que denunció, sin tapujos, las injusticias y arbitrariedades del poder dominante. Y entiéndase bien, no se trata de un legado menor, pues la semilla que plantaron las generaciones revolucionarias de ayer constituye un patrimonio social y cultural, ético y moral, que


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germina hoy en las nuevas contiendas libertarias por un mundo sin explotadores ni explotados. Y una última cita de cierre para este capítulo, extraída del documento La táctica del MIR en el actual período, diciembre 1973; publicado en el libro “Miguel Enríquez y el proyecto revolucionario en Chile”: “Nacimos en 1965; existimos realmente desde 1967; actuamos desde 1969; y entre 1970 y 1973 logramos constituir una vigorosa, sólida organización, arraigada ya en casi todas las capas del pueblo, con una estructura políticomilitar relativamente sólida; constituida ya una estrecha coordinación y solidaridad revolucionaria en el Cono Sur de América Latina, entre el ERP, los Tupamaros y el ELN, que hoy rinde ya sus frutos, habiendo atravesado ya difíciles experiencias: inexperiencia, clandestinidad en 1969, ensanchamiento político y de masas entre 1970 y 1973, los combates de septiembre y hoy la represión. La ilusión reformista de la UP no nos involucra; la deserción provocada por su fracaso sólo nos rasguña. Hemos constituido orgánica, política e ideológicamente una generación de revolucionarios profesionales, que son una posibilidad revolucionaria abierta en Chile y en el Cono Sur. La situación chilena nos ofrece un desafío que somos y debemos ser capaces de vencer. Con una táctica adecuada, con serenidad, valor y audacia lo lograremos”.

En la lógica del MIR, lo que fracasó en Chile fueron las tesis reformistas y la ilusión de avanzar hacia un cambio revolucionario con la anuencia de los sectores dominantes. Sin embargo, tampoco se puede obviar que la derrota del gradualismo ocasionó finalmente un repliegue y reflujo de todo el campo popular, fenómeno que inevitablemente influyó en la real capacidad de maniobra para levantar la resistencia de masas en contra de la dictadura militar. Así las cosas, el MIR terminó sufriendo golpes demoledores por su afán de mantener viva la esperanza en la victoria de la causa revolucionaria. Pero, porfiadamente, siguió el sino de su génesis y desarrollo como opción alternativa de transformación social. Y ello, no pudo ser de otra manera, porque ése era su centro existencial terrenal y su Axis Mundi cósmico.


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4 IDEALES Y CULTURA EN LA REBELION JUVENIL DE LOS AÑOS '60 “Si no puedo bailar, no quiero ser parte de su revolución”. Emma Goldman


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¿Cómo no ser jóvenes revolucionarios en una década en que se ansiaba romper con los moldes tradicionales, con los mecanismos de control mental y con todas las formas existentes de explotación? La legitimidad para esta extendida conexión anímica de descontento con lo establecido se fundamentaba en las asimetrías económicas y sociales propias del decenio, pero también se nutría en la incapacidad del sistema hegemónico en términos de inaugurar una época de verdadera paz y justicia planetaria luego del fin de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, en mayor o en menor medida, en la conciencia universal todavía estaban presentes los horrores de la Shoá, de Hiroshima y de Nagasaki, a los que se agregaban desgraciadamente nuevas manifestaciones de ejercicio arbitrario y despótico del poder geopolítico establecido tras la comentada conflagración. Entonces, y en tal escenario general, los jóvenes irrumpen en la historia de sus respectivas realidades, moviéndose entre las expresiones del pacifismo o reivindicando las vías que planteaban la liberación nacional de los países y también la emancipación definitiva de los distintos sectores subalternos de las distintas sociedades. 4.1 La Reforma Universitaria en Concepción En la segunda década del siglo XX, la masonería penquista fundó la Universidad de Concepción, en la que quizá sea por lejos su obra más emblemática e importante en todo el país. Su impronta humanista y laica se estableció meridianamente en su himno, como en otros símbolos que sustentan la identidad institucional: “Por el desarrollo libre del espíritu”. La iniciativa en comento recibió el apoyo entusiasta de distintas instancias masónicas, pero como idea surgió principalmente de la Respetable Logia “Paz y Concordia” Nº 13. El tiempo pasó y a fines de los años ‘60 se produjo en el país un fuerte movimiento estudiantil que se planteó la necesidad de modificar sustantivamente las estructuras de gestión existentes en los planteles universitarios. No es nuestro propósito historiar en detalle el proceso en cuestión, sino que más bien llamar la atención sobre el impacto de éste a nivel de los dos actores que son el objeto prioritario de nuestra indagación: masonería y mirismo. Asimismo, nos parece fundamental encuadrar el fenómeno social de la reforma en un contexto internacional mucho más amplio, en que emergen los jóvenes con un protagonismo que se expresa concretamente en una combinación de rebelión política y cultural. Así como en el plano de los hogares, la visión libre pensadora aporta una base favorable para una formación crítica de sus miembros, también se puede concluir lo


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mismo respecto de una institución mayor que surgió y se desenvolvió con el mismo paradigma en valores. La casa de estudios superiores de Concepción, no estuvo ajena al mencionado fenómeno social y político de reforma, pero se integró en él con rasgos específicos que la diferencian, por ejemplo, de las dinámicas que se generaron en las Universidades Católica y de Chile. Estos aspectos propios, distintivos, dicen relación principalmente con los espacios de participación ganados por los estudiantes penquistas y con la dinámica actividad política desarrollada por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, en el señalado contexto. Sobre el particular, conviene tener a la vista que en el segundo semestre de 1967, Luciano Cruz Aguayo, carismático dirigente de masas mirista, accedió a la presidencia de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción. En el libro ya citado de Jorge Gilbert, don Edgardo Enríquez apunta lo siguiente: “La verdadera reforma universitaria se vino a realizar en el período 1967 a 1970. Antes hubo progreso, pero en términos reales la verdadera reforma universitaria comenzó sólo al final de la década del sesenta”. “En el año 1967 se produce la reforma”. “La reforma se terminó y aprobó en Concepción el año 1968. Sus resultados se publicaron en los estatutos de la universidad en diciembre de ese año. Se procedió entonces a la elección del rector y todas las demás autoridades, siguiendo el procedimiento aprobado por la reforma. Ya no botaba entonces sólo el claustro pleno antiguo, sino que la comunidad universitaria en su totalidad participaba”.

Este es un momento de la historia en que se tensó al máximo lo que podríamos denominar la “cohabitación” entre las posturas del MIR y de la masonería en el principal plantel de estudios universitarios del sur del país. Y según algunos autores, se trató de un enfrentamiento no menor en profundidad. Al respecto, Jaime Rosenblitt B., señala lo siguiente en su artículo “La Reforma Universitaria, 1967-1973”: “En este escenario, la reforma en la Universidad de Concepción puede sintetizarse como una confrontación abierta entre la masonería y el MIR”.

Sin embargo, los antecedentes disponibles indican que si bien existió una fuerte controversia y discusión en torno al tipo de paradigma que guiaba la administración del plantel de estudios y sobre otros temas de política general, también pesó en el clima interno un hecho que no resultó para nada insignificante. En efecto, el 27 de


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diciembre de 1968, y con un abrumador respaldo de toda la comunidad universitaria, asumió la rectoría el Dr. Edgardo Enríquez F., un hombre progresista, destacado miembro de la masonería de la ciudad, quien era además padre de Miguel Enríquez. Don Edgardo se mantuvo como rector durante 5 años, período en el cual avanzó en su programa de reforma universitaria, ganándose el aprecio de los estudiantes, sobre todo cuando en 1969 marchó con ellos en repudio del allanamiento policial que sufrió el Barrio Universitario penquista. En julio de 1973, asumió como Ministro de Educación del gobierno de Salvador Allende, en cuyo puesto fue detenido tras el Golpe de Estado. Además es necesario reconocer que el control de la masonería sobre la universidad, no siempre utilizado ecuánimemente en todas las circunstancias, no sólo fue criticado por el MIR, sino también por comunistas, socialistas y nacionales, y por supuesto que desde las filas de la Democracia Cristiana. Hay que decirlo, y aunque no fuera el punto esencial de los debates de la coyuntura, que más bien colocaba el acento entre proyectos sociales de cambio versus las posturas más conservadoras, muchos sectores pro clericales, captando las diferencias que se producían entre las fuerzas en acción, aprovecharon la situación para desquitarse de alguna manera del carácter laico y racionalista que siempre tuvo la casa penquista de estudios superiores. Es decir, la masonería, que también es justo señalar exhibía evidentemente distintas sensibilidades en su seno, aparecía en los hechos recibiendo un fuego cruzado que tenía múltiples orígenes y propósitos políticos e ideológicos. En un artículo de la revista Punto Final Nº 40, correspondiente a la segunda quincena de octubre de 1967, y recién de conocida la muerte del Che en Bolivia, se consignan algunas ideas de Miguel Enríquez sobre la reforma en la Universidad de Concepción. Ellas son muy interesantes, porque expresan exactamente las ideas del joven líder revolucionario penquista y porque a la vez grafican la intensidad del debate que se estaba produciendo a nivel local. “En la universidad, en síntesis, la lucha por el objetivo estratégico fundamental, la revolución universitaria, entendida como la necesaria transformación que saque a esa superestructura al servicio de la sociedad de explotación y oprobio, y la coloque al servicio de obreros y campesinos, pasa por la lucha, por las reivindicaciones fundamentales de los estudiantes contenidas en la Reforma Universitaria, enfatizando sí el cuestionamiento del poder universitario, esto es, el cogobierno estudiantil, como elemento indispensable para luchar en este período por la democratización de la universidad, la defensa de su autonomía, el acceso a ella de obreros y campesinos, y la lucha contra la penetración norteamericana”.


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No pueden quedar dudas respecto de los planteamientos enarbolados por Enríquez, quien concluye su argumentación de la siguiente manera:

“Los estudiantes de Concepción comprendieron que su papel no es el de trepadores sociales a la caza de los beneficios de un título universitario, sino que, como ‘grupo de edad’ y en su calidad de ‘joven intelectualidad’, al cruzarse con la agudización de los conflictos sociales a nivel nacional y latinoamericano, se integran al movimiento revolucionario entendiendo que a la universidad no vienen sólo a estudiar, sino también a luchar”.

El ímpetu y radicalidad de las posturas reformistas, indudablemente que chocarían con una forma y un estilo de gestión más acostumbrado a los entendimientos y acuerdos entre actores similares que a los apasionados y vehementes cuestionamientos y emplazamientos ideológicos. En el libro ya citado, “Te cuento otra vez esa historia tan bonita”, Juan “Patula” Saavedra Gorriateguy, aporta interesantes antecedentes de la época en cuestión: “En las elecciones de la Federación de Estudiantes de noviembre de 1967, ganó Luciano Cruz. En esta ocasión, el Partido Socialista se abstuvo de llevar un candidato, lo que facilitó nuestro éxito. Con ello, el MIR pasó a gobernar la Federación de Estudiantes (FEC) durante cuatro años, en los que yo sería su secretario general. Luciano Cruz ingresó a la universidad un par de años después que nosotros y, por lo tanto, se integró al MIR con algún retraso. De físico alto y corpulento, muy ágil, alegre, simpático y espontáneo, orador de excepción, era sin dudas nuestro dirigente con mayor popularidad. Lo sucedieron, en la presidencia de la FEC, Nelson Gutiérrez, Jorge Alarcón y, nuevamente, Nelson Gutiérrez. Durante dos de los cuatro años que el MIR controló la Federación de Estudiantes, yo fui el secretario general; es decir, tuve la responsabilidad de toda la gestión administrativa. Ella incluía dos eventos que eran mayores, por su magnitud y complejidad en la organización y realización: los Juegos Florales y las Escuelas de Verano”.

La creación de la Universidad de Concepción significó un gran salto adelante para la zona por su identificación con el pensamiento humanista y laico libertario, pero en la coyuntura del proceso de reforma, los estudiantes querían mucho más que lo que tenían, porque no sólo aspiraban a democratizar las estructuras universitarias, sino que simultáneamente anhelaban revolucionar toda la injusta dominación de clases a nivel nacional. 4.2 La escena internacional


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El escenario internacional bipolar o de Guerra Fría estaba experimentando entonces profundas transformaciones, como los procesos de descolonización, la emergencia del feminismo y del ecologismo, entre otras, y en tal contexto los jóvenes se levantaron como actores protagónicos (identificación colectiva) para hacer su propia contribución a los vientos de cambio y rebelión política y cultural que soplaban desde distintas direcciones del planeta, pasando por los países capitalistas desarrollados y por el atrasado Tercer Mundo. Son los años también del referente intelectual de izquierda Herbert Marcuse, a quien se le llamó el “filósofo de la rebelión juvenil”, tributario en sus escritos tanto de Marx como de Freud. Entrevistado por María José Ragué Arias, él se refirió en los siguientes términos a los movimientos juveniles de protesta de la década del ‘60: “Se sustentan en un derecho natural que hay que respetar: el derecho de todo individuo a no soportar una situación determinada. El movimiento juvenil protesta y rechaza las normas y exigencias de la sociedad consumista. Los jóvenes desean ahora, en la medida que ello es posible, decidir por sí mismos. Muestran una incapacidad casi física, podríamos decir fisiológica, para soportar lo que está sucediendo y participar en ello, y no lo hacen de modo abstracto, sino que lo experimentan con todo su organismo”.

Resumiendo, en América Latina, la década de 1960 se inicia prácticamente con el triunfo de la Revolución Cubana, 1 de enero de 1959; y concluye con la victoria electoral de la Unidad Popular en Chile, un 4 de septiembre de 1970. Es la década del Che y de su muerte en Bolivia, ocurrida el año 1967; de los movimientos guerrilleros, urbanos y rurales, en distintos países del continente; del surgimiento de la Teología de la Liberación; de la fundación del MIR chileno en 1965; de la caída en combate, el año 1966, del sacerdote y guerrillero colombiano del ELN, Camilo Torres; de las dictaduras locales; de ciertos nacionalismos militares reformistas, etc. Y en el ancho mundo sobresalen, fuera de los otros acontecimientos ya mencionados en párrafos anteriores, la tesis de la “coexistencia pacífica” y la pugna chinosoviética; la guerra de Vietnam, iniciada en 1964 y concluida en la década siguiente; la Revolución Cultural China; el asesinato del presidente John F. Kennedy, Dallas 1963 y del pastor bautista Martin Luther King, defensor de los derechos civiles de los negros, Memphis 1968; la Primavera de Praga, 1968; el Mayo Francés, 1968; la carrera espacial y la llegada del hombre a la luna, 1969; el movimiento hippie y el Festival de Woodstock, celebrado en una localidad del estado de Nueva York, los días 15, 16 y 17 de agosto de 1969, etc.


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Todo parecía estar en ebullición, y las ideas y perspectivas tenidas por ciertas eran también puestas en entredicho. Este soplo renovador alcanzó prácticamente a todos los dominios, penetrando además en los rígidos y conservadores cánones del pensamiento religioso. Y desde las canteras del catolicismo, como ejemplo de lo que se sostiene aquí, resulta demostrativo citar el texto “Espiritualidad de los laicos”, del padre Louis Evely, quien en una de sus páginas sostiene lo siguiente: “Una sola cosa es sagrada: el hombre. Seréis juzgados, no por vuestro culto, no por vuestra actitud con respecto a Dios: seréis juzgados por vuestra actitud con respecto al prójimo”.

4.3 Reflexiones finales En esos años estaba en curso una revolución mayor, colectiva e individual, que no sólo reclamaba el fin de las estructuras de explotación económica a nivel internacional y nacional, sino que propugnaba a la vez, en la praxis, y con mucha creatividad y energía, la liberación de las costumbres y el término del control mental disciplinario y moralizante ejercido desde la ideología y aparatos de domesticación con que cuenta el poder para su permanencia y reproducción. Fue una época formidable e inspiradora en muchos aspectos, sobre todo porque en ella se escenificó, en definitiva, una lucha por una nueva hegemonía y por un mundo absolutamente distinto.


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5 DEMOCRACIA, EDUCACION Y LAICISMO “En todo caso, creo que la Masonería en Chile debió haber tenido un rol más activo en la defensa de principios que le son propios”. Luis Riveros Cornejo (Actual Gran Maestro de la Gran Logia de Chile)


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El origen formal de la masonería chilena se remonta claramente al siglo XIX, período en el que constatamos los primeros esfuerzos por cimentar una corriente e institucionalidad librepensadora nacional que funcionara de acuerdo a los criterios de regularidad o vinculación con algún poder u Oriente externo extranjero, como es tan propio de las construcciones espirituales y filosóficas que fundamentan su quehacer en la iniciación y en la tradición que se traspasa ininterrumpidamente de generación en generación. 5.1 Génesis de la masonería chilena En una esquemática línea de tiempo, se pueden considerar como parte de este proceso orgánico a las Logias Lautarinas, vinculadas directamente con los movimientos políticos y armados de independencia nacional, que buscaban prioritariamente la autonomía del poder colonial español; después encontramos, en un lugar destacado, porque ya es una instancia propiamente masónica, a la Logia “Filantropía Chilena”, de 1827. Más adelante, y producto de la acción de inmigrantes franceses, se verifica el surgimiento en Valparaíso de “L’ Etoile du Pacifique” (“La Estrella del Pacífico”), en 1850. Asimismo, al poco tiempo, masones ingleses y norteamericanos levantan la Logia “Bethesda”, la que funciona con carta constitutiva de la Gran Logia de Massachussets. Y en 1853, se crea “Unión Fraternal”, que trabaja en español, y que contó con la participación de destacadas personalidades e intelectuales de la época. Posteriormente, el día 24 de mayo de 1862, logias de Concepción, Copiapó y de Valparaíso, fundan en esta última ciudad la Gran Logia de Chile. Entidad que rápidamente se desvincula del Gran Oriente de Francia, por situaciones políticas que se vivían en el país europeo, logrando seguidamente el reconocimiento de otras potencias masónicas. Las Logias que participan de este acontecimiento histórico son las siguientes: “Unión Fraternal” Nº 1, de Valparaíso; “Fraternidad” Nº 2, de Concepción; “Orden y Libertad” Nº 3, de Copiapó; y “Progreso” Nº 4, de Valparaíso. Con el correr de los años y de las décadas, hasta llegar al siglo XX, surgen numerosos y dinámicos talleres masónicos que se asocian a la Gran Logia de Chile, la que alcanza de esta manera presencia en prácticamente todas las zonas del país.


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Y también corresponde destacar a otras instancias masónicas autónomas de la Gran Logia de Chile, como son la Gran Logia Mixta de Chile, la Gran Logia Femenina de Chile y el Gran Oriente Latinoamericano, GOLA, donde participan hombres y mujeres en igualdad de condiciones, fundado en el exilio por Edgardo Enríquez Frödden y otros destacados hermanos. Es necesario puntualizar que la denominación de GOLA se comenzó a utilizar a partir del año 1990, ya que el primer nombre con que se le conoció en Europa, desde el 21 de junio de 1984, fue el de Gran Oriente de Chile en el Exilio. Ciertamente que sería mucho más lo que se podría consignar respecto de la génesis y evolución orgánica institucional de la masonería chilena, pero ello excede largamente el objetivo que nos hemos planteado en esta oportunidad, que no es otro que mostrar panorámicamente la contribución específica de ésta, asumiendo además que no actuó sola, al desenvolvimiento de las ideas democráticas y progresistas a nivel nacional. Pero antes de proseguir, nos parece apropiado consignar dos citas muy ilustrativas tomadas del libro La Masonería, su influencia en Chile, de Fernando Pinto Lagarrigue: “Analizar la influencia de la Masonería en la evolución política, social y jurídica de Chile es una labor delicada. Significa buscar su acción a partir de los orígenes de la Independencia para ir, gradualmente, examinando el papel que le ha cabido en la formación de la República, en la secularización de las costumbres, en las reformas educacionales y en la evolución ideológica creadora del pensamiento democrático. Paralelamente es menester seguir la actuación de los miembros de la Orden en el Gobierno, en las sesiones del Congreso, en los cargos de la docencia, en las letras, en los cenáculos o asociaciones, en la prensa y, en fin, en las más variadas actividades de la vida nacional”.

Y la segunda cita, también muy interesante, y en un ámbito de análisis más filosófico, señala textualmente lo siguiente: “Así como la Masonería no tiene ni propicia religión alguna, carece también de una doctrina política o económica determinada. Como institución, no puede intervenir en política porque si lo hiciera provocaría, de inmediato, la división de sus miembros., es decir, su autodestrucción. Los masones, en cambio, gozan de plena libertad para hacerlo y la Orden, con sus enseñanzas, trata de encauzarlos, no siempre con éxito, dentro de los principios fundamentales en que está orientada.


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En lo que sí ha sido y será siempre observante la Francmasonería, es en la propagación y cumplimiento de los ideales de ‘libertad’, ‘igualdad’ y ‘fraternidad’. Los dos primeros ha podido realizarlos, en parte, con su influencia en los movimientos de emancipación política y religiosa de los pueblos y con su lucha por la liberación de la enseñanza y secularización de las costumbres, lo que ha permitido la democratización de las colectividades. El más importante de los ideales, el de la ‘fraternidad’, es una aspiración permanente de la Orden que cree poder lograrla extendiendo su cadena de hermandad por todos los rincones de la tierra para que puedan subordinarse, las pasiones e intereses egoístas de la vida, al concepto noble y altruista de amor a la Humanidad”.

5.2 Laicización de la sociedad Por razones derivadas de su propia matriz filosófica, como resulta evidente a estas alturas de nuestro análisis, los librepensadores, tanto masones como no iniciados, perfilaron su quehacer social o de extramuros en torno a tres ejes o ideas fuerza principales: democracia, educación y laicismo. En términos políticos, se apostaba a un orden democrático liberal que debía ampliar gradualmente la participación de todos los sectores de la sociedad, sobre todo de los que aparecían más marginados de los beneficios cívicos, económicos y culturales. Y para lograr tal propósito, era fundamental que el Estado nacional universalizara y ampliara la cobertura educacional a todas las capas de la población, y muy especialmente al mundo popular, la que debería ser además prescindente del cualquier adoctrinamiento religioso. Este sistemático esfuerzo, estratégico para la masonería, en el caso chileno, permitiría con los años el surgimiento de una vigorosa, ilustrada y emergente clase media. Sin embargo, para llevar adelante las tareas democratizadoras y educacionales, era necesario que se superara un gran obstáculo: el poder que exhibían los poderes clericales. Y para ello, fue pertinente que se impulsara un fuerte movimiento laico en orden a lograr la absoluta separación entre la Iglesia y el Estado, que como sabemos en el caso nacional continúa siendo todavía un proceso incompleto. Recurramos ahora a unas citas de fondo sobre el particular, tomadas del libro El Laicismo, de Guy Haarscher.


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“El concepto de laicismo es, al mismo tiempo, amplio y limitado. Es amplio porque se refiere, en un primer análisis, a los regímenes de gobierno que respetan la libertad de conciencia, en el sentido que el Estado no pertenece sólo a una parte de la población sino que a todo el pueblo (laos, en griego), sin que los individuos puedan ser discriminados en función de sus ideas. Y es limitado porque, si bien el término mismo y su connotación de lucha contra el clericalismo religioso están fuertemente arraigados en la tradición francesa (donde además de la afirmación de la libertad religiosa se propugna una separación del Estado y las confesiones religiosas), es ignorado en otros países que respetan rigurosamente la libertad de conciencia y el principio de no discriminación”. “Qué es, en una primera mirada, el laicismo. Antes que nada, un concepto político. Un Estado “laico”, en el sentido más amplio del término, no privilegia ninguna religión ni concepción ideal de vida, garantizando la libre expresión de todas, dentro de ciertos límites. En materia de conciencia, la autoridad política puede cumplir, en líneas generales, dos funciones muy diferentes. Desde luego, es susceptible de ponerse al servicio de una visión del mundo, de una concepción del Bien. En este caso, desempeña el papel de un “brazo secular”, es decir, de un poder que actúa en el siglo, en el mundo, para imponer esta visión a los que no adherían a ella espontáneamente, en conciencia. Es necesario reconocer que los Estados han asumido tradicionalmente este papel y lo hacen todavía. Durante largo tiempo, lo político se subordinó, de modo más o menos total y no sin conflicto, a una religión dominante. Esta última, enraizada en la trascendencia, se imponía a las actividades puramente humanas. En el universo intelectual del creacionismo monoteísta, en particular, la Ley del Creador prevalece lógicamente sobre aquella de la criatura; el derecho divino sobre el derecho de los hombres. Pero el siglo XX ha enseñado que la presencia de una religión dominante no era una condición necesaria para el establecimiento de un poder político como instrumento de una concepción del mundo. El comunismo, bajo su forma estaliniana, nos ha dado incluso el ejemplo de un ateísmo oficial, imponiéndose a los reacios de una manera infinitamente más eficaz que las religiones tradicionales. Estas últimas, en efecto, descansaban siempre en un fundamento místico, el cual genera de un modo u otro obstáculos a la modernización de la sociedad”.

Los tres ejes mencionados, es decir democracia, educación y laicismo, se correlacionan directamente con diversas legislaciones que se van plasmando en sucesivos gobiernos del país.


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Así, por ejemplo, resulta obligatorio mencionar las llamadas “Leyes Laicas”, aprobadas y promulgadas entre 1883 y 1884, que en el período de Domingo Santa María (1881-1886) establecieron los Cementerios del Estado, la Ley de Matrimonio Civil y la Ley de Registro Civil; iniciativas que sustrajeron tales dominios de la esfera y control de la Iglesia Católica. Hay otras medidas anteriores que se inscriben en la misma perspectiva, pero las nombradas son las más emblemáticas de la época que se denominó República Liberal, que va de 1861 a 1891, y que propendió a la secularización de la sociedad y de las instituciones. Más adelante, se harían realidad la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, el 26 de agosto de 1920; y la separación nominal de Iglesia y Estado, con la Constitución de 1925. En el ya citado libro La Masonería, su influencia en Chile, Fernando Pinto Lagarrigue apunta lo siguiente sobre la materia: “Durante todo el período de prácticas parlamentarias iniciadas a partir de 1891 y hasta la promulgación de la Carta Fundamental que actualmente nos rige, los partidos de avanzada llevaron, en varias oportunidades, como programa de lucha, la separación total y definitiva entre la Iglesia y el Estado. No obstante, aquellos anhelos no pasaron más allá de algunas voces aisladas en el Congreso o en las columnas de la prensa. Fue menester la reforma integral, con la nueva Constitución de 1925, para que el programa de la Orden, en materia de secularización de las costumbres, pudiese llegar a feliz término. Le cupo al masón don Arturo Alessandri Palma, ser el intérprete más decidido y el verdadero realizador de la separación entre los poderes espiritual y temporal. Ya en su improvisado discurso político en la Convención Liberal de Santiago, el 25 de abril de 1920, destinado a agradecer a sus amigos la designación que le habían hecho como candidato a la Presidencia de la República, dijo textualmente, al destacar la necesidad de una reforma constitucional: ‘… Todos los pueblos han luchado por sus libertades y, ante todo, por la libertad de conciencia… Debemos concluir la obra de laicizar todas nuestras instituciones, sin propósitos de persecución, sin provocar odios ni divisiones en la familia chilena, inspirándonos sólo en el sagrado espíritu de tolerancia que, en la lucha de las ideas, es tienda bajo la cual pueden cobijarse todas las conciencias a respirar el aire puro de la libertad… Propendamos con todas


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nuestras energías a alejar de las luchas candentes de la política las banderas o credos religiosos, cualesquiera que ellos sean, evitando que se mezclen en el terreno temporal cuestiones de orden meramente espiritual, que son del fuero interno y cuyo violento choque no cuadra ya con las exigencias marcadas por las necesidades nacionales del momento histórico en que vivimos…’”.

En su conjunto, las señaladas y otras acciones se planteaban garantizar y respetar la libertad de conciencia individual, constituyendo avances significativos en la perspectiva de la laicización de las instituciones republicanas del país. Lo interesante de este largo proceso, que en alguna medida alcanzó su cima bajo los llamados gobiernos radicales, con su impulso también a la industrialización del país, es que alentó lo que podríamos denominar energías intelectuales progresistas, estableciendo una clara demarcatoria ideológica respecto de las visiones más conservadoras del momento. En aquellos años, por ejemplo, de lo que se trataba era de establecer una sólida educación pública para todos, y no de gestionar iniciativas particulares como ocurriría muchas décadas más tarde. Se podrá decir que eran otros tiempos. Pero ello no es totalmente cierto. Para desmentir tal afirmación, basta con observar las reivindicaciones que esgrimió el movimiento estudiantil chileno, tanto secundario como universitario, durante todo el año 2011. En efecto, lo que tales actores demandaban era nada más, y nada menos, que una educación pública gratuita, laica y de calidad. Y como sabemos muy bien, el desmantelamiento de la educación pública en todos sus niveles se produjo durante la gestión gubernamental de la dictadura militar, que abrió las puertas a su privatización y municipalización, con toda su secuela de inequidades que se mantienen invariables hasta el día de hoy. 5.3 La faz oculta A la luz de todos los antecedentes históricos y teóricos suministrados en este capítulo, resulta más que evidente el papel progresista que jugó la masonería chilena en coyunturas muy significativas del devenir nacional. Y quizá el punto de inflexión, de pérdida de tal rol, se comenzó a dibujar paulatinamente durante el gobierno de la Unidad Popular, y culminó con la postura oficial que adoptó (o no adoptó) la estructura jerárquica masónica en la época de la dictadura militar. La masonería, como tantas otras instituciones del país, evidentemente no escapó a las fuertes tensiones sociales que se desataron entre 1970 y 1973, y no es


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descabellado afirmar que en su seno se fue gestando una corriente que observaba con mucha preocupación y malestar los sucesos que se desencadenaban en torno a la llamada “Vía Chilena al Socialismo”. Pero también, hay que decirlo, existió un importante sector que manifestaba su total adhesión a la experiencia conducida por Salvador Allende, que como consta, porque él nunca lo desconoció, era maestro masón y además nieto de un ex Gran Maestro de la Gran Logia de Chile en 1884, Ramón Allende Padín. Es cierto que los miembros individuales de la masonería no siempre compartieron los mismos bandos en momentos álgidos del acontecer nacional. Sin embargo, de una u otra forma se forjó una suerte de identidad respecto de lo que significaba ser parte de la mencionada institución. En este sentido, no fue casual el dicho que rezaba así: “Radical, bombero y masón”. Pero tal percepción se quebró cuando se produjo el Golpe de Estado de 1973, pues la masonería jerárquica empezó a transitar por senderos que la alejaron ostensiblemente, no sabemos si definitivamente, de la praxis institucional conocida hasta entonces. Efectivamente, no son pocos los hermanos que por sus ideas izquierdistas fueron expulsados de sus filas; y otros tantos abandonaron los templos desencantados del ambiente que predominaba en su seno. Y no hay duda que la gran deuda que cargará en sus espaldas es la de no haber levantado la voz cuando en el país se violaban sistemáticamente los derechos humanos. 5.4 Alberto Bachelet Martínez Para profundizar más en este aspecto, resultan de máximo interés las cartas del general de Aviación Alberto Bachelet Martínez, quien falleció de un infarto, el 12 de marzo de 1974, en la Cárcel Pública de Santiago, como consecuencia de las torturas y malos tratos recibidos después de su arbitraria detención. En esos emotivos escritos, el general que colaboró con el gobierno constitucional de la Unidad Popular, como secretario de la Dirección Nacional de Abastecimiento y Comercialización (DINAC), manifiesta vívidamente toda su tristeza y dolor por el comportamiento desleal y represivo de sus compañeros de armas, y por la ausencia de fraternidad de sus hermanos masones, comenzando por los miembros de su propia Logia. “Me quebraron por dentro; en un momento, me anduvieron reventando moralmente”.


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Una de las cartas que más impresiona es la que le enviara, con fecha 6 de diciembre de 1973, al Venerable Maestro de la Respetable Logia “La Cantera” Nº 130, la que por su hondo contenido reproducimos completa en las líneas que siguen. “Valle de las Condes Venerable Maestro Respetable Logia “La Cantera” Nº 130 Presente Venerable Maestro: Hoy he recibido una nota, de parte del querido hermano Tesorero, por la que me comunica que se me ha otorgado carta de retiro obligatorio por inasistencia. Inicialmente pensé en enviarle a usted, Venerable Maestro, una larga nota explicando las razones de mis inasistencias en el presente año, que ustedes sobradamente las conocían y que, por último, ni siquiera me las preguntaron, y por lo inconsecuente de la medida tomada. Sin embargo, no apelaré a ella. Quedo sí, sorprendido y extrañado de dicha determinación, especialmente cuando se han erigido en jueces y han tomado una resolución sin siquiera dar la oportunidad de defenderme. Eso, en términos profanos, es una canallada. Para usted, Venerable Maestro, no es ningún misterio lo que me ha ocurrido en estos últimos meses. Sin embargo, en los momentos más difíciles ningún hermano de “La Cantera” trató de tender la mano al hermano momentáneamente caído y menos a su familia. Eso se llama cobardía moral. Usted, Venerable Maestro, olvidó los principios que nos son tan caros como la fraternidad y la solidaridad para con los hermanos necesitados, olvidando además lo que juró cuando fue exaltado a Maestro. Eso se llama traición. En estas condiciones sólo debo agradecerle la determinación tomada por usted y el Consejo. Fácilmente comprenderá que en ningún caso habría podido llegar a golpear las puertas de “La Cantera” nuevamente, especialmente cuando el odio se está enraizando en él, en un Taller que tuvo tan auspiciosos comienzos y en donde tanto se preconizó sobre la fraternidad como columna más sólida. Gracias, Venerable Maestro, por su determinación. Mi espíritu sale más reconfortado y mis convicciones de masón se reafirman una vez más en estas horas difíciles, pues sigo siendo consecuente con los principios que me inculcaron en la Orden, sin claudicaciones.


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Gracias, Venerable Maestro, por su determinación, ya que así puedo precisar aún más, cuan grande es la filosofía de nuestra augusta Orden y cuan pequeños son algunos hermanos que no han logrado entenderla y se permiten erigirse en jueces. Gracias, Venerable Maestro, por tan deplorable determinación.

Muy fraternalmente. Alberto Bachelet Martínez”.

Conmovedora carta, y un valioso documento para entender en propiedad lo que les sucedió a muchos masones que, después del 11 de septiembre de 1973, fueron perseguidos y olvidados por sus hermanos de fraternidad. Y como los ciclos de la vida son impredecibles, los responsables de la muerte del general de Aviación jamás imaginaron que, con el correr de los años, su hija Michelle Bachelet Jeria se transformaría en la primera Presidenta de la República de Chile (2006-2010). 5.5 Aprender del pasado Es evidente que no todos se comportaron de la misma manera, que hubo gestos individuales notables de fraternidad y solidaridad, pero ellos no hacen sino destacar aún más la carencia de compromiso humano en circunstancias tan aciagas por las que atravesaba la nación. Y paradoja de la existencia, cuando se cerraban todas las puertas y la amenaza de muerte se cernía sobre tantos chilenos, incluyendo también a masones, el auxilio provino precisamente y fundamentalmente de dominios filosóficamente muy distantes en apariencia: el mundo cristiano católico y protestante. Hay que reconocerlo; hay que recordarlo; y sobre todo, hay que agradecerlo. Al respecto, detengámonos en una muy interesante entrevista realizada por Punto Final (Edición 715, 6 al 19 de agosto de 2010) al actual Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, Luis Riveros Cornejo. -Claudicante ante la dictadura


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-¿La Masonería fue conciliadora o prescindente frente a la dictadura militar? “Fue indulgente, especialmente en materias tan delicadas y esenciales para el humanismo como la protección de los derechos humanos. Hubo una actitud de prescindencia, casi de aislamiento de la realidad del país. Esto causó problemas al interior de la institución. Muchos sectores reclamaban una actitud más activa en defensa de los principios fundamentales. Fue una etapa conflictiva que hemos ido superando. Hubo una actitud inconsecuente con nuestros principios. Por otro lado, también la Masonería ayudó a personas perseguidas: en lo mínimo que se podía hacer. Pero se le dio la espalda a prominentes masones en un momento crítico y doloroso. Por ejemplo, al general Alberto Bachelet. Se indujo la clausura de la logia en que trabajó Salvador Allende. Los masones de todo el mundo han sacado lecciones de esto. En muchas partes la Masonería fue perseguida y el temor abundó en Chile durante los primeros años de la dictadura. En todo caso, creo que la Masonería en Chile debió haber tenido un rol más activo en la defensa de principios que le son propios”. -¿Esta omisión tiene sus causas en la estructura institucional de la Masonería, o en posiciones ante el Golpe de Estado y la dictadura? -“Los que vivimos esa época recordamos la polarización que afectó también a la Masonería. En el país estaban creadas las bases para el desencuentro estructural que se produjo. Creo que, dada la importancia de la figura fundamental del Gran Maestro en la Masonería, quien ocupaba ese cargo no tuvo la energía, la visión ni tampoco la claridad para poner a la Orden en una posición diferente. No de oposición a la dictadura militar, pero sí de defensa de principios contra los cuales ese régimen atentó sistemáticamente”. -En esos años, masones chilenos desterrados –como el Dr. Edgardo Enríquez Frödden- crearon logias en el extranjero. -“Sí, había muchos hermanos en Francia, por ejemplo, donde se fundó la Logia Lautaro. En Argentina la Logia Salvador Allende, lo mismo en Venezuela y México”.

Riveros Cornejo es muy claro en sus apreciaciones, y por supuesto que entiende perfectamente el manto de duda que se cernió en la época sobre la institución respecto de su verdadera adhesión al sistema democrático, fundamentada en su “postura” ante la dictadura y en la carencia de una defensa, sin ambages, como requerían las circunstancias, de los derechos humanos. A lo mejor algunos, y aquí estamos netamente en un terreno político-ideológico, le temían tanto al “comunismo”, como se decía en la época, que vieron en la dictadura


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militar una suerte de mal menor o un sólido muro de contención a las ideas revolucionarias. En el fondo, la mayoría tenía una visión de lo que sucedía, y adoptó legítimas posiciones, ya sea de manera activa o pasiva. No obstante lo señalado anteriormente, lo acontecido en el ámbito de las violaciones a los derechos humanos colocaba en entredicho dimensiones mucho más fundamentales. Y frente a ellas, aunque se hubiera sido opositor a Salvador Allende, no cabían la complacencia, la condescendencia, la indiferencia, ni tampoco la neutralidad. La experiencia de otras instituciones espirituales que sí se comprometieron abierta y rápidamente con la defensa de los derechos humanos, demuestra que tal opción no era compartida necesariamente por todos sus adherentes e instancias jerárquicas, pero de todas maneras se insistió y perseveró en la comentada dirección. Es decir, hubo fricciones y disensos conocidos y desconocidos sobre el particular. Ello es válido, por ejemplo, para la Iglesia Católica y para algunas denominaciones del mundo protestante. Uno de los casos más emblemáticos lo expresó la decidida acción pro derechos humanos del pastor-obispo luterano alemán, Helmut Frenz, fallecido en septiembre de 2011, que determinó escisiones eclesiales internas y su final expulsión del país, por la dictadura militar, en el año 1975. Vaya nuestro reconocimiento y sentido homenaje para él. Asimismo, corresponde resaltar el aporte que realizaron dos recordadas organizaciones en el ámbito de la defensa de los derechos humanos. En primer lugar, el Comité Pro Paz, surgido en octubre de 1973 gracias al esfuerzo de distintas iglesias cristianas y de la comunidad judía. Sin embargo, después de múltiples presiones, la dictadura logró su cierre a fines de 1975. En segundo lugar, la Vicaría de la Solidaridad, creada desde el propio seno de la Iglesia Católica, a comienzos de 1976. Los que son parte generacional de aquellos tiempos dolorosos de persecución, identifican las posturas en las que estuvieron sus contemporáneos; y reconocen perfectamente a quienes causaron daño y sufrimiento por propia acción directa, por complicidad, por delación o por simple omisión. Y también se percibe a quienes hoy camuflan su colaboracionismo con la dictadura militar, recurriendo a la protección de diversas entidades o amparándose subrepticiamente en la amnesia que se ha pretendido inocular a toda la sociedad.


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Pero nadie puede eludir o escapar de su pasado, y ello es válido tanto para los individuos como para las instituciones. La verdad, aunque demore, siempre aparece. Y es preferible enfrentarla, mirándola a la cara. Aprender de ella, si es posible. Las violaciones a los derechos humanos no prescriben, y los que logren eludir la acción de los tribunales, jamás tendrán paz en su conciencia, ni en éste ni en ningún mundo venidero. 5.6 Reflexiones finales Las características que asume la escena nacional de hoy posibilitan que cobren actualidad muchas de las banderas que levantó históricamente la masonería. Por un lado, la deslucida democracia que se instauró en el año 1990 cayó en un absoluto desprestigio, lo que alienta nuevamente a que distintos sectores ciudadanos enarbolen la demanda por una Asamblea Constituyente. Por otro lado, el modelo de educación vigente está siendo cuestionado desde diversas sensibilidades, y su eje centrado en la apropiación privada y el lucro han acentuado las asimetrías y desigualdades económicas, sociales y culturales. Por último, la separación Iglesia-Estado se ha convertido más en una aspiración que en una efectiva realidad. Son múltiples las situaciones que así lo demuestran, pasando por los obstáculos que debieron sortear para su aprobación, hace no mucho tiempo, la nueva Ley de Matrimonio Civil y la de Culto; la existencia de aportes fiscales a instituciones que promueven y realizan proselitismo religioso; las características de muchos días feriados; y las innumerables desavenencias y polémicas en torno a la “Pastilla del Día Después” y otras materias, como el matrimonio entre homosexuales, relacionadas indudablemente con los valores y la libertad de conciencia del individuo. Entonces, existe hoy un amplio campo de acción para impulsar un proceso ciudadano que permita la discusión sobre los que actualmente se denominan temas país, pero que es más exacto catalogar de proyecto nacional. En efecto, de lo que se trata es de desarmar todo el andamiaje estructural heredado de la dictadura y permitir que todos los sectores del país debatan, libre y soberanamente, en torno a las distintas visiones que puedan garantizar un Chile inclusivo y viable para el siglo XXI. Ésta es una oportunidad que no se puede desperdiciar, porque con un sistema tan deslegitimado como el actual, lo mejor que puede suceder es que se escuche, al fin, la voz de todos los excluidos de ayer y de hoy. Los pueblos de Chile, ya no quieren seguir esperando.


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6 PRINCIPIOS Y DILEMAS

“Lo más revolucionario que uno puede hacer es siempre proclamar en voz alta lo que está sucediendo” Rosa Luxemburgo


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Si bien los principios que se profesan constituyen un aspecto significativo de la identidad de todas las personas, no se puede desconocer que ellos se van cimentando siempre en una realidad históricamente determinada. Y en tal perspectiva, son precisamente las circunstancias contextuales, económicas, políticas y sociales, las que de una u otra forma van colocando a prueba la coherencia entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace concretamente cada individuo. En este capítulo se rescatarán someramente algunos hitos de las biografías masónicas de dos personalidades que llevaron su impronta iniciática a las distintas actividades profesionales y políticas que desarrollaron a lo largo de sus vidas en el mundo profano. Ello tiene mucho sentido en el marco de este libro, porque ambos, principalmente por razones de orden familiar, tuvieron una estrecha relación con los principales dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR. En el caso de Salvador Allende Gossens, su hija Beatriz (“Tati”) expresó evidentes simpatías hacia la mencionada organización; y con el correr de los años y de los acontecimientos, su propio sobrino, Andrés Pascal Allende, hijo de su hermana Laura, se convertiría en su secretario general. También corresponde reconocer que Allende siempre mantuvo relaciones muy cordiales y de respeto mutuo con Miguel Enríquez, y que en algún momento se refirió a los miristas como “jóvenes idealistas”. Y en lo concerniente a la otra figura que interesa destacar aquí, Edgardo Enríquez Frödden, él fue nada menos que el padre de Miguel y de Edgardo Enríquez Espinosa, y además tuvo un vínculo muy próximo con Bautista van Schouwen Vasey, quien con el tiempo llegaría a ser su yerno, al contraer matrimonio con su hija Inés. Es interesante constatar entonces cómo en el gran escenario de los sucesos nacionales, las vidas de los actores se ven enfrentadas a múltiples dilemas no siempre fáciles de resolver. 6.1 Salvador Allende Gossens En el caso de Salvador Allende, nacido en Valparaíso el 26 de junio de 1908, sobresale su esfuerzo por conciliar o compatibilizar armónicamente su filiación masónica y socialista, aunque muchos en la época lo consideraran algo imposible de alcanzar. ¿Lo pudo lograr? ¿Fue más masón que socialista o viceversa? Y en el ámbito de Edgardo Enríquez F., resalta nítido su afán de respetar la libertad de conciencia de sus jóvenes hijos, quienes habían adoptado claras opciones políticas


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revolucionarias, las que a él le provocarían más adelante muchas críticas y dolores indecibles. El caminar masónico de Salvador Allende, se vio fuertemente influenciado por la tradición de su familia paterna. En efecto, su abuelo, Ramón Allende Padín, médico de profesión y militante del Partido Radical, fue Serenísimo Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, en el año 1884. Y su propio padre, Salvador Allende Castro, de profesión abogado, y también radical, fue igualmente miembro activo de la masonería. A diferencia de sus antepasados, Allende no ingresa al Partido Radical, y se incorpora entusiastamente al Partido Socialista de Chile, fundado el 19 de abril de 1933. Éste tuvo entre sus forjadores a destacados masones, entre ellos a Marmaduque Grove y a Eugenio Matte Hurtado, Serenísimo Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, 1931-1932. Como se suele decir internamente en la hermandad, Salvador Allende Gossens vio la luz masónica el 16 de noviembre de 1935, en la ciudad de Valparaíso, oportunidad en que se inicia como Aprendiz en la Logia “Progreso” Nº 4. En este mismo Taller del puerto, sería Aumentado de Salario, convirtiéndose en Compañero, el 27 de octubre de 1937. Después se trasladaría a Santiago, afiliándose a la Logia “Hiram” Nº 65, el 8 de noviembre de 1940. En ella fue exaltado al sublime grado de Maestro, el 31 de octubre de 1945, y se mantuvo en su cuadro hasta el fin de sus días. Su vida masónica fue extensa, abarcando varias décadas de pertenencia a la Orden. Sin embargo, por diversas situaciones, en 1965 tuvo la intención de abandonar el Taller, pero su carta de retiro voluntario fue rechazada por la unanimidad de la Cámara del Medio. El pensamiento masónico de Salvador Allende se encuentra diseminado en diversos textos, planchas y discursos. Sin embargo, por su profundidad, se recogerá aquí fragmentos de su intervención ante la Gran Logia de Colombia, que tuvo lugar el 28 de agosto de 1971.

“Por eso desde el primer instante se fortaleció mi convicción de que los principios de la Orden, proyectados al mundo profano, podían y debían significar una contribución al gran proceso renovador y bullente, que buscan los pueblos en todo el orbe y, sobre todo, los pueblos de este continente cuya dependencia política y económica acentúa la tragedia dolorosa de los países en vías de desarrollo. Por eso, teniendo la seguridad de que la tolerancia es una de las virtudes más profundas y sólidas, a lo largo de mi vida masónica, que alcanza ya muchos años, planteé en las planchas masónicas, en las diversas Logias, de mi patria, la seguridad, cierta para mí, de que podía coexistir dentro de los


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Templos con mis HH:., a pesar de que para muchos era difícil imaginar que lo pudiera hacer un hombre que en la vida profana públicamente dice que es marxista. Este hecho, comprendido dentro de las Logias, fue muchas veces incomprendido en mi propio partido. Más de una vez en los congresos del partido, que fundara nada menos que un ex Serenísimo Gran Maestro de la Orden Masónica de Chile, Eugenio Matte Hurtado, se planteó la incompatibilidad entre ser masón y socialista. Es más dura la intolerancia en los partidos políticos. Yo sostuve mi derecho a ser masón y ser socialista. Manifesté públicamente en esos congresos, que si se planteaba esa incompatibilidad, dejaría de ser militante del Partido Socialista, aunque jamás dejaría de ser socialista en cuanto a ideas y principios. De la misma manera, sostuve que el día que en la Orden se planteara,, cosa que no me podía imaginar, la incompatibilidad entre mi ideario y mi doctrina marxista y ser masón, dejaría los Talleres, convencido de que la tolerancia no era una virtud practicada. He podido sortear esta realidad y creo que tan solo puedo ofrecer a los HH:. de la Gran Logia de Colombia, una vida leal a los principios de la Orden, dentro de la Orden, y en el mundo profano”. “Hemos sostenido que no puede haber igualdad cuando unos pocos lo tienen todo y tantos no tienen nada. Pensamos que no puede haber fraternidad cuando la explotación del hombre por el hombre es la característica de un régimen o de un sistema. Porque la libertad abstracta debe dar paso a la libertad concreta. Por eso hemos luchado. Sabemos que es dura la tarea y tenemos conciencia de que cada país tiene su propia realidad, su propia modalidad, su propia historia, su propia idiosincrasia. Y respetamos por cierto las características que dan perfil propio a cada nación del mundo y con mayor razón a las de este continente. Pero sabemos también, y a la plenitud de conciencia, que estas naciones emergieron rompiendo el correaje por el esfuerzo solitario de hombres que nacieron en distintas tierras, que tenían banderas diferentes, pero que se unieron bajo la misma bandera ideal, para hacer posible una América independiente y unida”. “Es por eso que yo pienso y sueño. Sueño con la noche de la iniciación, cuando recibimos estas palabras:’que los hombres sin ideas arraigadas y sin principios, son como las embarcaciones, que perdido el timón, encallan en los arrecifes’. Yo quiero que los hermanos de Colombia sepan que no voy a perder el timón de mis principios masónicos. Es más difícil una revolución en que no haya costo social y es duro estrellarse contra poderosos intereses internacionales y poderosos intereses nacionales. Pero lo único que quiero es llegar a mañana, cumplido mi mandato, y entrar por la puerta de mi Templo, como he entrado ahora siendo Presidente de Chile”.


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Como sabemos, Salvador Allende no terminó su mandato y perdió trágicamente la vida el mismo día 11 de septiembre de 1973. Sin embargo, a pesar de la represión desatada y más allá de la actitud ambigua de la jerarquía masónica de la época, Salvador Allende habría recibido un merecido homenaje en el contexto de la Tenida Fúnebre organizada por su Logia, “Hiram” 65, como corresponde a reglamento, el día 12 de noviembre de 1973. Posteriormente, este Taller, fundado en 1928, fue suspendido en 1974 y clausurado definitivamente en 1977. Y su reapertura, se produjo recién en 1990. Asimismo, y como desagravio póstumo, uno de los Talleres afiliado a la Gran Logia de Chile, lleva en la actualidad el nombre de Salvador Allende. Según ha trascendido con el correr del tiempo, en la comentada ceremonia fúnebre, en memoria de los hermanos de Logia fallecidos durante el año 1973, y que habían pasado a Decorar el Oriente Eterno, se vertieron los siguientes conceptos: “Tenemos la difícil tarea de expresar el profundo dolor, el inefable sentimiento que representa para los hermanos de Hiram 65, la pérdida del Q:.H:. Allende. El Templo está enlutado, y un sentimiento muy hondo de consternación se apodera de los espíritus, de cada uno de los hermanos. Allende se había formado en los Templos entre la escuadra y el compás, y había saciado su sed en las aguas cristalinas del manantial viviente del simbolismo masónico”. “Estamos conscientes de que este hermano, con su muerte, realizó el acto supremo de la existencia. Las fuerzas visibles del Hermano Allende, podrán desvanecerse, pero nos quedará su nombre y su recuerdo”. “Hermanos míos, en su recuerdo purifiquemos nuestras almas. Encendamos de nuevo y acrecentemos nuestra fe en los elevados propósitos de la Francmasonería Universal”. “Hermano Salvador Allende Gossens, descansa para siempre en paz”.

Se podría decir mucho más de la vida masónica de un personaje de la talla de Salvador Allende, como también de su abuelo y de su padre, pero las señales entregadas hasta aquí son suficientes para los efectos de este capítulo.

6.2 Edgardo Enríquez Frödden Al igual que Salvador Allende Gossens, Edgardo Enríquez Frödden, nacido en Concepción el 9 de febrero de 1912, también fue médico y masón. Pero no perteneció


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al Partido Socialista, sino que al Partido Radical. Su iniciación se produjo en 1941, en la Respetable Logia “Caupolicán” Nº 37, de Talcahuano, comenzando así una fructífera vida masónica en la zona, el país y el extranjero. Y el máximo escalón de la masonería simbólica lo obtuvo algunos años más tarde. En sus memorias, él relata este significativo momento de la siguiente manera:

“A fines de 1944, ascendí en Masonería al Sublime grado de Maestro. Fue una ceremonia inolvidable. Con esto, adquiría todos los derechos de un franc-masón y acceso a toda la bibliografía vedada a aprendices y compañeros”.

Más adelante, en la década de 1960, fue Delegado para las provincias de Concepción y Arauco de dos Grandes Maestros, Aristóteles Berlendis Sturla y Sótero del Río Gundían, respectivamente. También incursionó en la masonería capitular, donde alcanzó los más elevados grados. Y concluyó su dilatada vida masónica en el Gran Oriente Latinoamericano, GOLA, del cual fue su primer Gran Maestro. En el tomo I de sus ya mencionadas memorias, Edgardo Enríquez Frödden hace los siguientes e interesantes recuerdos:

“A fines de octubre de 1941, me inicié como aprendiz masón en la Respetable Logia Caupolicán número 37, del Valle de Talcahuano. La ceremonia me pareció impresionante y de profundo contenido filosófico y moral. Según me dijeron después algunos de mis nuevos hermanos, mis respuestas habían sido acertadas y muy sinceras. Me llamaron la atención, en primer lugar, la extrema pobreza del Templo de las Logias de Talcahuano y la excelente calidad de los integrantes de ellas, aunque muchos eran modestos empleados y personal subalterno de los Arsenales de Marina. Inicié ese día una vida masónica que todavía no termina, pero que, como relataré más adelante, ha tenido altos y bajos dignos de ser anotados. Los veremos a su debido tiempo. Debo adelantar, no obstante, que el balance, para mí, ha sido positivo, pero en mi concepto, negativo para la Gran Logia de Chile en los últimos 16 años. Como masón activo, podía participar en las Logias de Concepción. Asistí a varias Tenidas en un local muy ‘terremoteado’ por el sismo de 1939, pero ya en reconstrucción. Recuerdo una de esas Tenidas que me fue muy reveladora del verdadero espíritu que reinaba en la Orden. Se trataba de la Fiesta Anual del Aprendiz de las Logias de la provincia de Concepción. A presidirla, vino una delegación de Altos Dignatarios de la Gran Logia de Chile. El que actuaba como orador, importante personaje de la política y la educación chilena en esos años, Dn. Horacio Arduena, si la memoria no me traiciona, hizo un discurso en que criticó a la juventud moderna, preocupada, según él, de cosas banales, de la música de jazz, de leer, punto menos, que exclusivamente tiras cómicas y


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revistas eróticas, cuando no pornográficas. Me llamó profundamente la atención y me desagradó que, en el discurso oficial del representante de la Gran Logia dirigido a los Aprendices, es decir, a los jóvenes de la Masonería, se hiciera ese tipo de afirmaciones, generalizando errores que, naturalmente existían, pero que no debían estar presentes en jóvenes ya iniciados y, por tanto, seleccionados por los respectivos Consejo y Cámaras de Maestros de las respectivas logias. Cuando el Venerable Maestro ofreció la palabra en el Bien General, o sea, en ‘Varios’, la solicitó un joven español recién llegado después de la victoria de Franco sobre los republicanos. Con voz entera y decidida, se refirió a las palabras del Orador. Ustedes, los mayores, dijo, critican y censuran a los jóvenes, pero olvidan que ellos nacieron y crecieron entre dos o más guerras, la Primera de 1914 a 1918, y la Segunda que todavía no termina. Agreguemos la de España que acaba de terminar con la derrota de los republicanos y el ajusticiamiento, a manos de los franquistas, de miles de libertarios y masones. ¿Cómo se atreven a culparnos a nosotros, los jóvenes, de los errores que muchos podamos cometer? ¿No podríamos nosotros criticar a nuestros mayores que no han sabido, todavía, evitar las guerras? ¿No son ustedes, los mayores, los que están envenenando la mente de la juventud para convencerla de la justicia de sus guerras y de que vayan a matar a otros jóvenes? Se produjo un profundo silencio. Tomó la palabra el Miembro del Consejo de la Gran Logia, Maestro Dn. Juan Fuentes Pumarino, que ocupaba el sitial del Venerable Maestro. Su intervención, improvisada, fue sencillamente hermosa, una de las mejores que había oído en mi vida. Suavizó las cosas, les encontró la razón a los dos: al Orador, porque lo que quería era, precisamente, fustigar a la juventud para que reaccionara, y al Aprendiz español, porque había reaccionado y protestado. No me cabe duda, terminó, de que aquí, ni en ninguna de nuestras Logias hay jóvenes como los que ha censurado el muy querido hermano Orador. Al término de la Tenida, durante el almuerzo, me senté junto a ese muchacho de España; lo felicité calurosamente. Vengo, me dijo, de la Guerra de España y de campos de concentración españoles y franceses. He sufrido la ‘No intervención’ con que, cómoda y cobardemente, salió Francia para no ayudar a los republicanos españoles. Ahora ellos están bajo el yugo nazi. ¿Lo estarían si Franco hubiera sido derrotado? Hoy día, 48 años después, al recordar las palabras de ese joven víctima del franquismo, no puedo dejar de pensar en lo que nos ocurrió en Chile en 1973, cuando el nazismo derrotó a la democracia y al Gobierno Popular de Allende. Y lo más triste es que la Gran Logia de Chile ha estado apoyando a la Dictadura Militar, y hasta persiguiendo a los masones que, de acuerdo a sus juramentos, han protestado por esa absurda cooperación”.


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Como ya se ha consignado en otros capítulos, incluyendo varias citas sobre el particular, la vida masónica de Edgardo Enríquez Frödden exhibe dos momentos claramente definidos, marcados indeleblemente por los acontecimientos políticos que se sucedían en el plano nacional. El primero de ellos, se refiere a su incorporación a la Orden, en un Taller que funcionaba bajo los auspicios de la Gran Logia de Chile. A partir de ese instante inicia un largo y prestigiado recorrido masónico en la ciudad de Concepción. Sin embargo, este camino se interrumpe abruptamente tras el Golpe de Estado de 1973, cuando es internado en un campo de concentración, luego arrestado en su domicilio y finalmente debe conocer el exilio. Y como ya se ha precisado en otros acápites, después vendría su expulsión de la masonería y más adelante su destacada participación en la creación del Gran Oriente Latinoamericano. Con toda seguridad, son tres los hechos que van determinando el proceso que se puede caracterizar como la “caída en desgracia” de Enríquez Frödden al interior de la masonería chilena. Probablemente resulte extraño colocarlo en tales términos, pero en estricto rigor fue lo que finalmente aconteció. En primer lugar, su calidad de padre de Miguel y de Edgardo Enríquez Espinosa, altos dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, se convirtió en un flanco de ataque permanente hacia su persona. Efectivamente, hubo sectores que siempre lo hicieron responsable de las ideas de sus hijos, como si él no hubiera tenido las propias, y estuviera obligado a responder por las de ellos. Son muchos los episodios que dan cuenta de este hecho, y que sirven además para graficar los niveles de intolerancia que ya se manifestaban en la época. En segundo lugar, tampoco se le perdonó su gestión progresista como rector de la Universidad de Concepción (1969-1972), dominada por el impulso que le otorgó a los proyectos de reforma del plantel superior penquista. Al respecto, se le recuerda encabezando una multitudinaria marcha hacia el centro de la ciudad en protesta por el allanamiento policial que sufrió el Barrio Universitario en 1969, bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970). Esto fue demasiado para algunos grupos de poder, que no podían aceptar que se permitieran tantos aires de libertad y de participación. Y en tercer lugar, se tiene el hecho que seguramente selló definitivamente su suerte ante los ojos conservadores y suspicaces de quienes observaban constantemente sus movimientos: la aceptación en 1973 del Ministerio de Educación en el gobierno de la Unidad Popular, a muy pocos meses de que se produjera el Golpe de Estado. Él consideró que era su deber asumir el ofrecimiento que le había hecho el presidente


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Salvador Allende, y sobre todo en instantes tan críticos por los que atravesaba la coalición izquierdista. Asimismo, constituía también un gesto de lealtad y de fraternidad de su parte hacia un hermano masón, a quien admiraba y respetaba. Y así como en 1969 defendió con pasión la autonomía de su universidad; en 1973 consideró que su deber era estar al lado del gobierno popular en horas tan decisivas y dramáticas. El pensamiento masónico de Edgardo Enríquez Frödden era muy claro, como su vida misma, sobre todo en lo que se refiere a la coherencia que debe existir entre las materias que se analizan en los Templos y la práctica de los hermanos en el mundo profano. En otras palabras, a su juicio, un masón auténtico debería esforzarse siempre por llevar a toda la sociedad los principios de libertad, igualdad y fraternidad que le inculcaron en su formación. Él se esmeró a conciencia por ser digno del mandil de obrero que portaba, tal como lo demuestran sus múltiples acciones orientadas al mundo profano. Y en los momentos más difíciles de su vida, mantuvo muy en alto los valores que invariablemente adornaron su fructífera labor en beneficio de la sociedad. Y fue gracias a esa entereza, forjada en tantas contiendas, que pudo soportar los crueles tormentos que le trajeron la desaparición de Bautista; la muerte de su tercer hijo, Miguel; y la posterior desaparición de su segundo hijo, Edgardo. Fiel a su consistente formación masónica, y aunque no estuviera necesariamente de acuerdo con todo lo que pensaran e hicieran ellos, él siempre respetó las ideas de cambio y el derrotero revolucionario que habían escogido sus hijos y amigos para sus vidas. Se podría recurrir a nuevas e inobjetables citas para ilustrar el pensamiento masónico de Enríquez Frödden, pero en este caso ello no es necesario, porque su maestría fluye caudalosamente por los distintos pasajes de su existencia simbólica y profana. En síntesis, él fue un gran masón; y también fue un gran padre; de hijos altruistas que desecharon las comodidades que podrían haber alcanzado profesionalmente, brindando sus vidas en aras de un proyecto colectivo revolucionario.


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Edgardo Enríquez Frödden, falleció en Santiago de Chile el 1 de noviembre de 1996. Y de todos los discursos que se pronunciaron en su funeral, recogeremos aquí parte del que realizó Nelson Gutiérrez Yáñez (fallecido el 11 de octubre de 2008), destacado dirigente del MIR y quien fuera también un día presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción (FEC): “Edgardo Enríquez F., pertenece a ese tipo de hombres que influyen en las generaciones de un país, de una ciudad, de una universidad; a través de su propia acción y a través de sus hijos. La generación de los sesenta de la Universidad de Concepción, una generación de miles de jóvenes que se hicieron socialistas, que se asumieron como revolucionarios, que iniciaron la construcción de una nueva cultura emancipadora: la cultura mirista. Queremos recordar el legado de este cruzado de la modernidad, de la razón, de la justicia, de la igualdad y de la esperanza”.

Hermosas palabras para despedir a quien fue su rector en la universidad penquista, y además padre del máximo dirigente revolucionario chileno: Miguel Enríquez. Algún día, la ciudad de Concepción dejará atrás su ingratitud y sabrá reconocer la valía de dos miembros de esta comunidad que se encumbraron, por sus propios méritos y acciones, al sitial inmortal de la leyenda y de la historia. 6.3 Reflexiones finales Tanto Allende como Enríquez, se empeñaron en ser consecuentes con sus ideales masónicos y políticos, y supieron sortear con dignidad los obstáculos y dilemas que se les presentaron en su calidad de hermanos y de militantes. Y los dos transitaron por el mosaico claro y oscuro de la vida, conociendo simultáneamente la nobleza y la traición. Pero ellos eran maestros, y simbólicamente se habían preparado para enfrentar los momentos más difíciles, pues cada uno, en su hora y edad, bebió el Cáliz de la Amargura. Uno perdió la vida en La Moneda, en su calidad de Presidente de la República; y el otro, siendo ministro de Educación, fue detenido y posteriormente exiliado del país. Sus viajes misteriosos no fueron en vano. Muy por el contrario, la luz que irradiaron permanece entre columnas, en muchos templos del planeta, y se convierte en un trazado de honorabilidad que traspasa el tiempo y las generaciones. Los falsos maestros, aquéllos que se nutren de la oscuridad, de la adulación y de la pompa, fracasaron en su intento de apagar el resplandor de tan superiores hermanos.


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En su propio estilo, ambos no defraudaron al arquetípico maestro Hiram, porque supieron sobreponerse a sus limitaciones y renacer para los demás. Asimismo, jamás rompieron la cadena iniciática que permite seguir soñando con el Templo Universal, que hará algún día realidad la ansiada hermandad entre todos los pueblos del planeta. Con toda justicia, sus nombres han quedado inscritos en las páginas más sublimes de la Francmasonería. Y en recuerdo y en homenaje de ellos, masones de principios sólidos y de un actuar sin dobleces, se cierra este capítulo con la fórmula S:.F:.U:., en la esperanza que la luz triunfará definitivamente sobre las tinieblas interiores y exteriores de la humanidad y del mundo.


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7 EN LA ENCRUCIJADA DE LA HISTORIA El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos�. Antonio Gramsci


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Como ya lo hemos establecido a lo largo de este texto, masonería y mirismo corresponden, clara y definitivamente, a dos tipos diferentes de organización social. La primera de ellas, es de carácter filosófico e iniciático, mientras que la segunda se define a sí misma como un partido político dotado de una estrategia y de un programa revolucionarios. Sin embargo, ambas comparten su pretensión de capacitar y formar a sus miembros para que actúen en la sociedad en la cual les corresponde vivir. Es decir, en los dos casos, no se trata de permanecer al margen de los acontecimientos, encrucijadas y procesos históricos, sino más bien de intervenir de acuerdo a las finalidades de cada una de las mencionadas instancias. Y así como la masonería en ciertos momentos de su historia debió recurrir al secretismo para resguardar sus misterios y protegerse de los poderes que la combatían implacablemente, el mirismo también conoció la clandestinidad en los tramos finales del gobierno de Eduardo Frei Montalva y durante toda la larga dictadura militar de Augusto Pinochet Ugarte.

7.1 Universalismo e internacionalismo En las dos entidades opera una praxis que tiene consecuencias internas y externas. Y ello es así porque se está en la sociedad y, se quiera o no, inevitablemente se asume una perspectiva y se toma partido en las distintas coyunturas históricas que colocan en movimiento los hilos de la política y del poder. Como se suele caracterizar ahora, ambas organizaciones poseen un horizonte superior hacia el cual dirigen sus emprendimientos; o mejor dicho, se guían por una visión y una misión. No caminan a tientas, pues hay un sentido o propósito en todo lo que se dice y en todo lo que se materializa; una conexión entre lo subjetivo y lo objetivo. En otras palabras, activos en logias o en “sueño”, militando en bases o “congelados”, la impronta masónica y mirista permanecen indelebles en el ser más profundo de quienes auténticamente hicieron suyos sus postulados y prácticas de acción social. En masonería, el trabajo de desbaste de la “piedra bruta” de cada hermano iniciado masón, “templo interior”, no se propone sólo el perfeccionamiento intelectual y moral


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individual, sino que tiene además como propósito externo el que posteriormente cada uno de los compañeros y de los maestros, máximo grado simbólico, hagan una contribución en el llamado mundo profano, aportando así su “piedra cúbica” a la construcción del “Templo Universal de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad”. En el MIR, la formación combativa de los cuadros, o miristas, casi como un anticipo del ansiado “hombre nuevo”, tiene también una clara vinculación con las tareas políticas que se deben acometer, que no son otras que luchar en todos los frentes en contra del “viejo sistema”, para luego de un largo proceso de acumulación de fuerza social, alcanzar la utopía que orienta todos los emprendimientos colectivos: el socialismo. Como nos lo recuerda Eva Palominos Rojas, en su ya citado “ Vuelo de mariposa. Una historia de amor en el MIR”: “La entrega era una noble aspiración que algunos de mis camaradas entendían como una disponibilidad de todos los instantes y una lealtad a toda prueba a las ideas y al programa del partido. Otros, en cambio, no la concebían como un activismo frenético ni sumiso, sino como un quehacer acompañado de una formación política incesante. Pero en definitiva, la entrega, era un valor fundador con el que creíamos diferenciarnos de los partidos políticos tradicionales, una especie de auto referencia sobre nuestra voluntad inquebrantable de lucha. De ella derivaba toda una serie de valores subsidiarios variables según el sector de actividad y las tareas desempeñadas”.

En masonería, se habla de un trabajo realizado en un ambiente “secreto o discreto”, que busca proteger a los hermanos de la “indiscreción de los profanos” o derechamente de la persecución que, en no pocas ocasiones, afectó a la Orden a lo largo de la historia. Por eso existen las señales de reconocimiento, de alerta y de auxilio. Y para el caso del siglo XX, ya destacamos en páginas anteriores la represión que sufrió bajo la dictadura derechista franquista. Asimismo, es necesario recordar también que en su IV Congreso Mundial, celebrado en Moscú el año 1922, la Internacional Comunista estableció la absoluta incompatibilidad entre masonería y comunismo. En el libro ya mencionado precedentemente, Jasper Ridley anota lo siguiente sobre el particular:


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“La resolución que dio a conocer la Internacional Comunista en 1922 declaraba que la francmasonería era un movimiento pequeño burgués que en diferentes épocas del pasado había obtenido el apoyo de los radicales y de los sectores insatisfechos de la burguesía, y que había cumplido un papel revolucionario, pero que ahora se oponía a la acción revolucionaria del proletariado y debía ser repudiado por los comunistas. Pero no se produjeron persecuciones serias a los francmasones en la Unión Soviética comunista”.

En el mirismo, también se debió actuar en distintos momentos bajo formas de severa clandestinidad, asumiéndose cotidianamente exigentes medidas de compartimentación para proteger la vida de los militantes, sobre todo durante la época de la dictadura militar. Se hicieron necesarias fórmulas de reconocimiento visual; santo y seña, y contraseña verbales, etcétera. Considérese que entre los años 1974 y 1975, la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) se propuso la exterminación total del MIR, recurriendo para tal cometido a todos los medios de tormento y represión a su alcance. En masonería, el ritualismo y el simbolismo son componentes esenciales de su identidad, ya que ellos contienen mucho del conocimiento que se pretende traspasar gradualmente a los iniciados. Asimismo, son frecuentes las alusiones a los tiempos heroicos, cuando la adscripción a la francmasonería constituía una opción no exenta de peligros y de hostigamiento por parte de los totalizadores poderes clericales. En el mirismo, aunque no siempre haya sido de manera consciente y explícita, también se dio mucha importancia a los rasgos no estrictamente intelectuales de su ser, cultivándose una ética, mística y estética que componen todavía parte de los elementos emocionales de lo que se conoce o se ha dado en llamar como “cultura mirista”. Al respecto, son ilustrativas las historias de heroísmo juvenil que atravesaron a la organización, entre ellas la de los hermanos Vergara Toledo, así como el cariño que se expresaba hacia los emblemas, himno y canciones partidarias del período formativo, del prerrevolucionario y de la posterior resistencia a la dictadura militar. Y ello no pudo ser de otra manera, porque fuera de los ejemplos provenientes de otras experiencias revolucionarias, los miristas contaron también con innumerables referentes éticos propios en todos los niveles de su militancia. Partiendo por su misma dirigencia superior, que se mantuvo inalterablemente fiel a la línea política trazada por la organización y permaneció consecuentemente en Chile en las nuevas y desiguales condiciones abiertas tras el Golpe de Estado. Por tal conducta, tempranamente se pagó costos altísimos y devastadores, como la desaparición de


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Bautista van Schouwen Vasey, miembro de la Comisión Política, tras su detención en Santiago, el 13 de diciembre de 1973; y la posterior muerte de su secretario general, Miguel Enríquez Espinosa, el sábado 5 de octubre de 1974. Ambos dirigentes compartían una fuerte amistad forjada en la ciudad de Concepción, vínculos familiares y además eran médicos de profesión. Más adelante, en 1976, vendría la desaparición de Edgardo Enríquez Espinosa. 7.2 Derechos Humanos En masonería, se sostiene insistentemente que la Orden actúa en extramuros a través de la mayor o menor excelencia de los hermanos, lo que es correcto en una primera lectura. Pero ello no debería excluir que la institucionalidad toda se pronuncie sobre asuntos relevantes y urgentes para la sociedad, como ocurrió en Chile en el pasado, por ejemplo, en el polémico tema de la separación de la Iglesia y el Estado, y también respecto de la problemática educacional. Tampoco se pueden olvidar las conexiones que en algún momento existieron con el radicalismo político. Porque una cosa es definir y precisar que el carácter de la institución no es ni religioso ni partidista, y otra muy distinta es inhibirse de opinar sobre situaciones políticas que se relacionan directamente con los principios enarbolados y que ameritan una intervención que no se puede eludir. En un antecedente digno de consignar, resaltó la escasa vocería de la línea organizacional masónica más antigua del país en orden a repudiar, categórica y oportunamente, las sistemáticas violaciones a los derechos humanos que se comenzaron a producir en Chile desde el mismo día 11 de septiembre de 1973. Si bien es cierto que hubo hermanos y algunas logias que se comprometieron con la suerte de las víctimas, en general no se estuvo a la altura de las circunstancias, y verdaderamente muy lejos de la decidida acción emprendida en la materia por algunas instancias cristianas protestantes y católicas. Esta es una deuda que permanecerá registrada en la historia. Y tanto es así, que hermanos que padecieron en sus propias existencias las consecuencias de la represión y del exilio, así como la ausencia de fraternidad en los momentos más apremiantes de dolor, se vieron obligados a levantar nuevos orientes en cuyos trazados se erigió de manera indeleble la defensa y promoción de los derechos humanos. Edgardo Enríquez Frödden, es más que elocuente para graficar su pensamiento sobre el particular, y en instantes en que tardíamente se escuchaban voces de que podría acordarse una suerte de “reparación” masónica para él:


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“Aunque la Gran Logia de Chile declarara la nulidad absoluta de la acción llevada contra mí, jamás formaré parte de alguna de sus Logias, porque ya no puedo tener la seguridad en el futuro de no encontrar, sentado a mi lado en las Columnas, algún agente o colaborador de la dictadura”. (Cita extraída de un homenaje del G:.O:. L:.A:., al cumplirse dos años de su fallecimiento, el que ocurrió el 1 de noviembre de 1996.)

Martin Luther King, el gran defensor de la no violencia activa, tiene una frase esclarecedora sobre lo que estamos analizando en este momento: “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos”.

Porque no hay que confundir las cosas, y tampoco se puede ser ambiguo en el asunto tratado, pues la tolerancia posee también un límite ético, y ella nada tiene que ver con el acomodaticio relativismo moral. No puede existir neutralidad axiológica cuando está en juego la vida de miles de compatriotas perseguidos y exterminados. Y así como los alemanes de hoy se preguntan consternados por las razones que explicarían la obsecuencia que tuvieron muchos de sus compatriotas de ayer con el accionar del nazismo y el horror del holocausto, también entre nosotros cabe la misma inquietud respecto del genocidio que se vivió en nuestro país. En el mirismo, por el contrario, y por la naturaleza de sus principios y desafíos asumidos, no podía existir tanta flexibilidad o relativismo en los temas de fondo, lo que explica que generalmente se mantuviera una evidente sintonía entre la praxis de los militantes individuales y del conjunto de las instancias orgánicas del partido. Sin embargo, ello no excluyó que hubiera también intensas discusiones y disensos en distintos asuntos políticos relevantes para el desarrollo organizacional y para la protección de los militantes. Como todos sabemos, la masonería es una institución muy antigua y que seguramente perdurará por mucho tiempo más en sus distintos orientes, que en algunos aspectos pueden llegar a exhibir evidentes diferencias de apreciación respecto de los procesos sociales y políticos contemporáneos. Por su parte, la historia oficial del MIR comenzó un 15 de agosto de 1965, y se extinguió a fines de la década de los 80, luego de su resistencia a la contrarrevolución y de padecer un genocidio en sus filas, como resultado de la acción represiva de la dictadura militar en contra de todos sus cuadros.


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Afortunadamente, la masonería en su conjunto, y muy en particular la progresista, puede todavía seguir caminando por la historia, perfeccionándose a sí misma y trabajando mucho tiempo más por el bien de la humanidad. Estamos seguros que eso es lo que querría el Gran Maestro Edgardo Enríquez F. Porque las tareas pendientes son monumentales y la historia esboza ya nuevas encrucijadas. Pues tal como sucedió en el pasado, sectores importantes de la sociedad chilena adhieren todavía hoy, casi ciega y acríticamente, a las ideas de orden, estabilidad y bienestar, elevándolas a una jerarquía superior a los valores de libertad, igualdad y fraternidad. En tal matriz de pensamiento, no es casual entonces que se justifiquen las crueles, masivas y criminales violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura encabezada por Augusto Pinochet, las que son apreciadas por algunos con una liviandad que horroriza. ¿Eran en verdad constitucionalistas las FF.AA. chilenas? ¿Dónde quedó el honor militar y la adscripción al cristianismo cuando violaban, torturaban, ejecutaban y hacían desaparecer a miles de indefensos compatriotas? Si querían dar una lección y controlar cualquier tipo de oposición, ¿no habría bastado simplemente con detener y enjuiciar a los izquierdistas? ¿Cuál es el origen de tanto odio que desembocó en el genocidio inaugurado a partir del 11 de septiembre de 1973? Si hasta se coordinaron y orquestaron planes de distracción y ocultamiento de la verdad, con apoyo de órganos externos de inteligencia, como la conocida Operación Colombo del año 1975, en que se intentó hacer creer a la opinión pública que 119 detenidos-desaparecidos, en su mayoría jóvenes del MIR, habían muerto en distintos países extranjeros como resultado de disputas producidas al interior de la misma organización política. Como se lee en el prólogo del impactante libro “119 de Nosotros”, LOM Ediciones 2005, de la periodista Lucía Sepúlveda Ruiz: “Grupos completos de jóvenes en la mejor etapa de la vida, los veintitantos, literalmente desaparecieron”.

¡Qué descaro para mentir! Todo inventado; partiendo incluso por el ridículo “Plan Z”.


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Desgraciadamente, lógicas amenazantes parecidas a las de ayer continúan todavía operando en nuestra realidad nacional, según hemos podido apreciar directamente en el país durante la coyuntura del 2011 y 2012. En efecto, se han realizado homenajes a represores que pagan sus incontables delitos en la cárcel, al propio Augusto Pinochet, y además se han ido activando paulatinamente las típicas argumentaciones, conceptos, descalificaciones y manipulaciones que advierten a las claras sobre la construcción de un clima de opinión que pueda ser favorable a las acciones de fuerza del poder en contra del movimiento social en constante ascenso. En un recuadro de la nota editorial de la revista Punto Final, año 46 Nº 747, edición del 25 de noviembre al 8 de diciembre de 2011, se lee textualmente lo siguiente: “¿Cuántos diputados, senadores, alcaldes, concejales y otras autoridades que hoy posan como intransigentes demócratas fueron funcionarios de la dictadura? ¿Cuántos esbirros de sus aparatos criminales andan sueltos, desempeñándose en empingorotadas empresas? Muchos engolados derechistas que aparecen en la televisión deberían estar entre rejas por apología del genocidio, en sus versiones soterradas y abiertas”.

Entonces, hay mucho que hacer aún para cimentar entre nosotros una cultura auténticamente democrática y de respeto intransable a todos los derechos humanos.

7.3 Reflexiones finales Pero prosigamos con el hilo conductor de nuestras últimas disquisiciones. El mirismo, en cambio, y en contraste con lo que sucede con la masonería, ya no posee existencia orgánica formal. Es decir, jamás podrá ser lo que fue. No existe para él la opción de retorno; como tampoco la de continuidad plena. No obstante ello, y a pesar de la derrota y de tantas compañeras y compañeros caídos, el MIR no ha sido vencido. Y ello es política y espiritualmente así, porque sus mejores ideales siguen vivos hoy en las luchas del presente de los pobres y excluidos del campo y la ciudad, en este Chile tan injusto del siglo XXI. Y lo señalado anteriormente se refrenda además con lo que ya está ocurriendo en distintos lugares del planeta, y se confirma también por medio de voces intelectuales muy autorizadas, entre ellas la del historiador Eric Hobsbawm, quien en su reciente libro “Cómo cambiar el mundo”, puntualiza textualmente:


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“El liberalismo político y económico, por separado o en combinación, no pueden proporcionar la solución a los problemas del siglo XXI. Una vez más, ha llegado la hora de tomarse en serio a Marx”.

Si bien cada época aporta sus propias circunstancias y desafíos, no es menos cierto que las movilizaciones sociales de la hora actual representan un indicio y una demostración que el ejemplo rebelde ha retornado para quedarse. En suma, tanto masones progresistas como miristas revolucionarios, y a pesar que sus horizontes estratégicos no hayan sido necesariamente los mismos o exhibieran diferencias en las metodologías de intervención y de acción social, han compartido en distintos momentos de la historia nacional el mismo anhelo de cambiar el país y el mundo. Y al final de este texto, ésa es la idea que queremos rescatar a modo de cierre. Aunque parezca un sueño, una ilusión, una utopía, debemos seguir luchando para que la justicia y la paz puedan imperar para siempre, y para todas y todos, en este hermoso planeta azul. Y por el bien de la humanidad, y de los demás seres sensibles: ¡Que así sea, y que nunca olvidemos el sentido más profundo de tantas lágrimas y sonrisas! Libertarios, democráticos, espirituales y revolucionarios, hasta el fin. La palabra perdida, el secreto por excelencia, se encuentra mucho más cerca de lo que pensamos.


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8 LOS NUEVOS CICLOS “Pero, ¿cuál es la razón de que tengamos enemigos? ¿Por qué deberíamos tratar de matar a nuestros semejantes? De una cosa podemos estar seguros, y es que esto es algo que no se relaciona con el instinto. Ninguna especie podría haber sobrevivido de haber poseído una tendencia innata que le llevara a exterminar a todos sus miembros. La pauta general en el reino animal es que la agresión está dirigida hacia afuera, no hacia adentro”. Edmund Leach


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En su obra “La Guerra Civil Española”, Antony Beevor esboza unas interesantes reflexiones que, con los resguardos del caso, se pueden extrapolar a la experiencia chilena de los años 1970-1973. Al respecto, no se debe perder de vista que, a diferencia de España, en Chile no hubo guerra civil, lo que no fue óbice para que de todas maneras se desatara una despiadada represión estatal en contra del acorralado movimiento popular y sus diversas organizaciones gremiales y políticas, con un escalofriante saldo expresado en masivas y selectivas violaciones a los derechos humanos ¿Por qué? Quizá primaba la pretensión de que el terror paralizante borrara del imaginario social, de una vez y para siempre, toda idea de cambio y de transformación desde abajo, en una suerte de castigo disciplinante a los adherentes de un proyecto que, aunque derrotado, osó cuestionar severamente los fundamentos desiguales del orden de dominación imperante. Beevor señala textualmente lo siguiente: “Por eso quizá no es sensato tratar de juzgar el terrible conflicto de hace setenta años con los valores y actitudes liberales que hoy en día aceptamos como dados. Es imprescindible hacer brincar a la imaginación para tratar de comprender las creencias y las actitudes de entonces, ya sean los mitos nacional-católicos y el miedo al bolchevismo de la derecha, o la convicción de la izquierda en que la revolución y el reparto forzado de la riqueza iban a llevar a la felicidad universal. La pasión con la que se luchó por aquellas causas ha hecho muchísimo más difícil la búsqueda de la objetividad, sobre todo en lo tocante a los orígenes de la guerra. Cada lado ha tratado de demostrar que fue el otro quien la empezó. A veces, incluso se tiende a pasar por alto factores neutros, como el hecho de que la República trataba de llevar a cabo, en muy pocos años, un proceso de reforma social y política que, en cualquier otro país, había requerido un siglo. Sin embargo, gracias al inmenso trabajo que han llevado a cabo muchos historiadores españoles en los archivos locales y en los cementerios, lo ocurrido durante la guerra, como las atrocidades que se cometieron y los aspectos de la represión que la siguió, está hoy fuera de toda duda razonable”.

Nunca conoceremos obviamente lo que podría haber sucedido si fracasaba el Golpe de Estado y si posteriormente se imponía una opción revolucionaria en el país. Tampoco sabremos cómo se habría resuelto el tema de la hegemonía en el bloque popular triunfante y las características precisas en términos más o menos libertario que asumiría el nuevo orden. Todo lo anterior es parte de la política ficción, lo mismo


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que pensar en cómo habría afectado internamente –y también cómo se habría procesado- la desintegración del llamado “socialismo real”. Fuimos innumerables los jóvenes que ayer a nivel planetario, y sobre todo en América Latina, abrazamos las ideas de un mundo mejor, pero que desgraciadamente en muchos casos específicos siguió la senda de un socialismo autoritario, burocrático y dogmático, como cuando en 1968 los tanques rusos aplastaron sin miramientos la esperanzadora Primavera de Praga. Por eso, hay que aprender las lecciones del pasado, y reconociendo lógicamente las complejidades y limitaciones históricas que tuvieron las construcciones revolucionarias del siglo XX, habrá que insistir (una vez más) en que la perspectiva transformadora para este tiempo no puede ser más que esencialmente libertaria, en todos los planos individuales y comunitarios, sin partido único, asumiendo sin prejuicios los cambios dialécticos que se operan en las ideas, en las ciencias y en el desarrollo material de la humanidad. El “socialismo real” fracasó al negar las propias potencialidades de la sociedad. Y el capitalismo neoliberal, por su lado, sigue demostrando su voracidad depredadora y su conocida incapacidad de aportar equidad colectiva y felicidad o sentido espiritual a los sujetos. Entonces, está a la orden del día el llamado a trabajar por una hegemonía integral que abra las puertas a un nuevo paradigma, que contenga las más nobles aspiraciones de una sociedad justa y respetuosa de los derechos humanos y de todos los seres que habitan el planeta. La lucha continúa, y nunca olvidemos que las ideas deben triunfar y legitimarse culturalmente primero en las “trincheras” cotidianas de los días, semanas, meses y años. No se puede soslayar la evidencia factual de que todo el campo popular fue derrotado el día 11 de septiembre de 1973. Pero no fue vencido el ideal de un sistema distinto, porque por ejemplo en el caso de la izquierda revolucionaria, y sin aminorar o desconocer los errores humanos y políticos de una organización que para el golpe alcanzaba recién los 8 años de existencia, la verdad es que perduraron en el tiempo, y como un legado distintivo al imaginario colectivo, el sentido superior de la entrega de sus adherentes y la convicción de que las injusticias deben ser combatidas en todo lugar y circunstancia. El MIR no logró conquistar el poder; todos lo sabemos. Sin embargo, en muy corto tiempo revolucionó la política chilena e insufló una nueva perspectiva, mística,


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estética y energía a todos quienes anhelaban ser parte de un monumental cambio histórico. Ahora, las nuevas generaciones deberán movilizarse creativamente y completar las tareas republicanas pendientes para que este país sea socialmente más igualitario y políticamente más libre; levantando además las banderas de respeto irrestricto e integración total de las parejas homosexuales y lésbicas, de los pueblos originarios, de las mujeres, y de todos quienes sean discriminados o excluidos por el actual modelo de dominación. Los que integramos las generaciones pasadas, debemos reconocer hidalgamente que lo experimentado históricamente por muchos de nosotros fue una aleccionadora y dura experiencia existencial y política que cambió para siempre nuestras vidas, y que en gran medida sigue estando presente en lo que somos hoy como personas. Y lo más importante, es que continuamos soñando y luchando por un mundo libertario, sin injusticias, sin aparatos controladores, y sin dominación de ningún tipo. La historia del siglo XX es generosa en ejemplos de procesos de cambio que concluyeron abjurando de sus principios aurorales, generando modelos de sociedades burocráticas que instauraron nuevas y sofisticadas formas de coerción en contra de los individuos y de la población. Entonces, las nuevas generaciones deben ser capaces de aprender las lecciones del pasado, para no incurrir en los errores que ayer causaron tantos pesares y frustración a quienes ansiaban vehementemente un mundo distinto. El que se sea o no revolucionario se define mucho más por los proyectos que por los métodos de lucha. Es decir, se es más revolucionario en la medida que los objetivos que se plantean propenden efectivamente, y sin subterfugios, al surgimiento de sociedades más democráticas, más libertarias y más justas, alentando a que sean las propias personas y comunidades organizadas las que vayan siendo gestoras conscientes de sus propios procesos de emancipación en todas las dimensiones de la vida. Y en el Chile de los años 1970-1973 se lograron significativos avances en la mencionada perspectiva, destacándose la incorporación de importantes sectores cristianos al proceso de construcción de una sociedad más equitativa, inspirados en nuevos vientos eclesiales y claramente en la emergencia de la llamada Teología de la Liberación. Al respecto, se debe recordar que en el mes de abril del año 1971 se


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produjo la famosa reunión de “ochenta sacerdotes”, un antecedente de lo que sería posteriormente el Movimiento de Cristianos por el Socialismo, fundado en septiembre del mismo año. En el libro “Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular”, Mario Amorós consigna parte de una elocuente declaración de la citada organización, fechada el día 20 de octubre de 1972: “Chile sufre dolores de parto. Si no nace una patria nueva, el pueblo no podrá ser feliz. Los cristianos tratamos de seguir los pasos del Señor Jesús. Él vivió y murió por la libertad del pueblo. Como sacerdotes, pastores, religiosas y laicos, creemos que Dios quiere la justicia y la igualdad. Nos llamamos ‘Cristianos por el Socialismo’. Esto no es un partido político. Somos cristianos que tratamos de compartir el sufrimiento y la lucha de los pobres. Sabemos que el futuro de Chile está en manos de los trabajadores. Nuestra fe cristiana se fortalece en las luchas y esperanzas de la clase trabajadora”.

En esta misma línea de reflexión, el filósofo Emmanuel Levinas apunta lo siguiente en su libro “Más allá del versículo”: “El traumatismo de la ‘esclavitud en Egipto’, del que tanto la Biblia como la liturgia del judaísmo llevan la marca, pertenecería a la humanidad misma del judío y del judío en todo hombre que, en tanto esclavo liberado, conservaría su cercanía con el proletario, con el extranjero y con el perseguido”.

Un nuevo ciclo se está abriendo a nivel nacional y planetario, dejando en evidencia el agotamiento progresivo del asimétrico modelo capitalista neoliberal mundial. Y conjuntamente con el mencionado proceso, surgen también las esperanzas en torno al advenimiento de formas superiores de convivencia que destierren definitivamente las racionalidades patriarcales construidas sobre la base de la guerra y de la explotación. Y de una u otra manera, los aprendizajes y experiencias de ayer son parte también de los pasos sociales por los territorios de hoy. Por lo mismo, calles, establecimientos diversos y plazas públicas deben recordar los sucesos que estremecieron a Chile y a la comunidad internacional como consecuencia del Golpe de Estado de 1973. Y en la ciudad de Concepción, escenario de innumerables y significativos acontecimientos, es mucho lo que corresponde hacer en la comentada perspectiva, sobre todo porque en este espacio citadino, y también en sus alrededores, son muy escasos los símbolos actuales que dan cuenta del imprescindible y necesario rescate de la memoria histórica local y regional. El camino hacia un nuevo tipo de mundo no será corto y tampoco estará exento de convulsiones y trastornos. Eso está muy claro. Sin embargo, desde distintas direcciones se escuchan voces y perciben movimientos que reclaman y exigen


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cambios urgentes. Ello quiere decir que sectores importantes de la humanidad se niegan a seguir permaneciendo pasivamente en el actual estado de cosas, y que lentamente van sumando fuerzas en la perspectiva de un cambio paradigmático multidimensional, de una emancipación ética y moral de todas las formas de dominación, que algún día expresará un estado superior de conciencia y de relaciones que abrirán todas las puertas que han permanecido cerradas durante ya demasiado tiempo.


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ANEXOS


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Columnas del autor de este libro publicadas en el diario EL SUR de Concepci贸n-Chile


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Un penquista instalado en la historia* Las ciudades son mucho más que lugares de residencia, pues en ellas se gestan también procesos que dan cuenta de los climas culturales y políticos que caracterizan a una determinada época. Y en tales contextos surgen hombres y mujeres que por sus cualidades son capaces de encarnar en gran medida el espíritu de un tiempo específico. Ése es el caso de Edgardo Enríquez Frödden, nacido en Concepción un día 9 de febrero de 1912, es decir hace ya cien años. Médico de renombre, docente universitario, director de hospital y también rector de la Universidad de Concepción (1969-1972), símbolo hasta hoy de la urbe penquista. Contrajo matrimonio con la señora Raquel Espinosa Townsend, naciendo con los años sus hijos Marco Antonio, Edgardo, Miguel e Inés. De todos ellos, el que más notoriedad nacional e internacional alcanzó fue su hijo Miguel, médico como su padre, quien no dudó en sacrificar su propia vida en aras de la causa de cambio que abrazó sin ambages. También Edgardo Enríquez Frödden incursionó en la política, en las canteras del radicalismo, y fue nada menos que el último ministro de Educación del presidente constitucional Salvador Allende Gossens, libre pensador como él. Asimismo, destacó por años en sus actividades masónicas, las que tuvieron un amargo y lamentable quiebre luego de la instauración de la dictadura militar, el 11 de septiembre de 1973. Mucho tiempo más adelante, y ya en el exilio, después de haber estado prisionero en la isla Dawson, junto a otros hermanos se esmeró por levantar una masonería progresista para Chile, conocida en la actualidad como Gran Oriente Latinoamericano, de la cual sería su primer Gran Maestro. La ciudad de Concepción mantiene una deuda con este hijo tan ilustre, la que debe ser reparada respetando su altura moral. Una calle principal debería llevar su nombre, y podría ser la propia Avenida Roosevelt, pues él vivió muchos años, junto a toda su familia, en la casa signada con el número 1674. Además, la mencionada arteria desemboca en uno de sus extremos


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precisamente en el plantel de estudios superiores donde don Edgardo estudió, ejerció docencia y posteriormente ocupó la rectoría. La memoria histórica es parte constitutiva de la identidad de las instituciones, ciudades y países. Y Concepción no debe esperar más para rendir el justo y perfecto homenaje que se merece el hombre integral que llevó por nombre distintivo el de Edgardo Enríquez Frödden, fallecido en Santiago el 1 de noviembre de 1996. *EL SUR-Concepción, martes 6 de noviembre de 2012.


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Doctor Honoris Causa* Hay hombres que por la prístina trayectoria de sus vidas constituyen verdaderos símbolos de la historia y la tradición de una determinada comunidad. Son figuras sobresalientes que por su ininterrumpido trabajo son acreedoras del respeto y la admiración de sus contemporáneos. Sin duda este es el caso de Edgardo Enríquez Frödden, quien por sus propios méritos ha alcanzado sitiales de relieve en distintos pasajes de su dilatada existencia. Alumno brillante del Liceo de Hombres “Enrique Molina Garmendia”, de la Universidad de Concepción y luego destacado profesor de esta misma institución académica. El destino le tenía deparado acceder posteriormente a la rectoría de la más antigua entidad de estudios superiores de la ciudad. Circunstancias no buscadas lo llevaron más adelante, a expresa solicitud del Primer Mandatario de la época, a ser ministro de Educación del gobierno de Salvador Allende, en instantes en que el país vivía tensiones y confrontaciones políticas muy desgarradoras. Seguramente de que es imposible pretender unanimidad en el juicio histórico de su desempeño como rector y ministro de Estado, porque toda obra humana –sobre todo aquellas de carácter público- es casi siempre analizada y evaluada desde distintas ópticas y variadas posiciones sociales. Al doctor Enríquez le correspondió ejercer ambos cargos en años iluminados por la fuerza de las utopías de transformación social y por el enfrentamiento constante entre proyectos ideológicos excluyentes a nivel de la escena política nacional. Pero la convulsión de aquella época jamás lo hizo aceptar las arbitrariedades o las conductas reñidas con una civilizada convivencia democrática, demostrando en su gestión una lealtad inalterable hacia los principios filosóficos que profesaba. Edgardo Enríquez Frödden es sin duda un penquista de excepción, un hombre que llegó a los más altos sitiales como consecuencia de su acabada formación profesional y espiritual. En su vida ha sido gratificado con distintos honores, pero también ha sufrido grandes dolores familiares e inmerecidas arbitrariedades; pero como él mismo lo ha reconocido ha sabido emerger desde las profundidades de la oscuridad para alcanzar nuevamente la luz.


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Compartiendo o no sus apreciaciones sobre las personas, instituciones, hechos o circunstancias políticas pasadas y presentes del acontecer nacional, la comunidad pencopolitana debe visualizar en este hombre el valor del esfuerzo, de la caballerosidad, de la honestidad y de la coherencia intelectual. La Universidad de Concepción, a través de su Consejo Académico, ha reconocido los atributos de su ex rector, otorgándole recientemente la distinción de Doctor Honoris Causa, investidura más que justificada a un hijo ilustre que ha prestigiado y enaltecido nacional e internacionalmente el paisaje de las ideas y de la cultura de esta ciudad. *EL SUR-Concepción, lunes 16 de enero de 1995.


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Intervención de Edgardo Enríquez Frödden, en la Universidad de Concepción, al recibir el grado de Doctor Honoris Causa 10 de enero de 1995 “Señor rector, miembros del Consejo Académico, señores profesores, autoridades, distinguidas damas, señores, jóvenes alumnos: El 27 de diciembre de 1968, por amplísima mayoría (70% de los votos) gané la elección de rector de la Universidad de Concepción. Por primera vez, gracias a la reforma recién aprobada y promulgada, había votado ponderadamente toda la comunidad universitaria (casi 10.000 universitarios). Antes, el Claustro Pleno estaba formado por unos 230 profesores titulares y consejeros. El 27 de diciembre de 1994, el actual rector, profesor Augusto Parra Muñoz, me comunicó que el Consejo Académico de la Universidad de Concepción, por unanimidad, había acordado otorgarme el grado de Doctor Honoris Causa. Curiosa coincidencia de fechas en la obtención de los más altos honores que he logrado en mi vida. Entre ambos acontecimientos han pasado exactamente veintiséis años. ¡Y qué veintiséis años! A comienzos de diciembre de 1968, el ex rector David Stitchkin Branover, 48 horas antes de que se cerrara la inscripción de candidatos, sin aviso previo, me comunicó que no podía cumplir el compromiso que masónicamente había contraído conmigo de presentarse a la reelección para rector. En esta forma, repentinamente, me encontré ante un gravísimo problema. Yo era el representante del Serenísimo Gran Maestro de la Gran Logia de Chile en las regiones de Concepción y Arauco. En la seguridad de que Stitchkin se presentaría a la reelección, que todos sabíamos ganaría en forma holgada, a petición expresa de él, no había hecho nada para preparar otra candidatura. La situación era desesperada. Mi responsabilidad, inmensa. Desde hacía unos tres años, los círculos reaccionarios, la Acción Católica, el Opus Dei, algunas parroquias, Patria y Libertad y otros movimientos políticos nazistas, el Partido Agrario Laborista, el Partido Demócrata Cristiano (en ese momento en el poder y como partido único de gobierno), la Federación de Estudiantes de Concepción


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presidida y manejada por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, la gran mayoría de la prensa hablada y escrita regional y nacional, se habían lanzado en una campaña cerrada contra la Universidad de Concepción y la Masonería que la dirigía desde su fundación, hacía 49 años. Era una guerra sincronizada y sin cuartel. Tan fuerte fue esa campaña, que ninguno de los tres candidatos inscritos que eran masones, se había atrevido a reconocerlo ni a decir una palabra en defensa de la Masonería y de su obra. Hechos coyunturales y errores serios cometidos en los últimos tiempos por algunos universitarios, todos ellos conocidos masones, se habían sumado a una razón de fondo: la Universidad de Concepción ya era una realidad y su influencia en la vida nacional, evidente. Ya nadie podía aceptar lo que, sobre el papel de las universidades, había escrito el prestigioso historiador, todavía vivo, en ese entonces, don Francisco Antonio Encina (Historia de Chile, tomo V, página 592). ‘Las universidades jamás han sido focos creadores de las ciencias ni palancas del desarrollo mental. Siempre han sido simples esponjas que absorben la producción intelectual del medio que las alimenta, con gran retraso y resistencia tenaz a todo avance científico; y que, enseguida, la devuelven a la misma colectividad achicada y estandarizada, para uso de cerebros más débiles’. Conceptos así de despectivos para las universidades y los universitarios escuché muchas veces entre jóvenes y adultos de ambos sexos pertenecientes a las clases adineradas de Concepción: ‘Sólo los rotos estudian’, nos repetían cada vez que podían y estaban en mayoría. ‘Nómbrenos, agregaban, a un solo chiquillo decente que esté estudiando’. No pensaban así los jesuitas (Francisco Antonio Encina, Historia de Chile, tomo III, página 424): ‘La Orden no debe mandar, sino dirigir a los que mandan: papas, reyes, grandes y poderosos de la tierra. Sus armas políticas son la confesión y la enseñanza.....


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La confesión es el arma del presente; la del futuro es la enseñanza. Sus esfuerzos se concentraron muy temprano en la educación de los jóvenes de las altas clases sociales a fin de afianzar la influencia adquirida y preparar la del porvenir’. Pues bien, ya en la década de 1960-70 se había hecho patente el interés de las clases dominantes y reaccionarias por apropiarse de las universidades chilenas. La elección de rector de 1968, con sus campañas y desórdenes, mientras se estudiaba y aprobaba la Reforma Universitaria, era un momento propicio. Cogido por esas situaciones imprevistas y tan graves, no me quedó otra cosa que acceder a las peticiones de mis amigos y aceptar inscribir mi nombre como candidato a la rectoría. Repito e insisto: nunca había figurado entre mis aspiraciones el llegar a la rectoría de la Universidad de Concepción. No presentarme en esos momentos a la lucha libre y democrática en defensa de la universidad a que estaba ligado desde hacía 38 años y donde me había formado, y de la Orden Masónica en que tenía 28 años desde que había sido iniciado, lo estimé una cobardía inexcusable, una deserción ante el enemigo. Y fuimos a la elección con mis compañeros pro-reforma y progresistas. Ganamos lejos a los otros cuatro candidatos en mesas receptoras de sufragios de docentes, de funcionarios no docentes, estudiantes y obreros. Cumplimos nuestro programa que no era otro que hacer realidad la Reforma Universitaria en la primera universidad chilena que la había aprobado después de dos y medio año de estudios intensos y más de treinta años de reprimidos intentos. Baste decir que en 1933, siendo alumno, fui expulsado dos veces y borrado de los libros de matrícula por haber participado en huelgas estudiantiles que exigían ciertas reformas. En mi intervención de julio de 1991, en esta misma tribuna, cuando fui honrado con la designación de Profesor Emérito, entregué detalles de lo que hicimos en esos cuatro años de mi rectoría. No me corresponde a mí entrar a juzgarlo. En cambio, sí me corresponde hacer un comentario nada grato, por desgracia.


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Mientras fui instructor, jefe de instructores, profesor auxiliar, profesor titular, director de departamento de la universidad, no tuve enemigos. Vivía en paz y armonía con todo el mundo. Podría decir que gozaba del aprecio de mucha gente. En cuanto fui elegido rector, empecé a tener enemigos declarados y emboscados. Respeto a los primeros; desprecio a los segundos. Fue una sensación nueva que ingenuamente me negaba a aceptar y para la cual, lo confieso, no sabía defenderme. Como seguía siendo el mismo en mi manera de ser, no me explicaba estos cambios entre ex amigos míos y hasta entre hermanos masones. En verdad, todavía no me lo explico. Terminado mi periodo estatutario, recibí grandes y hermosos homenajes: de los consejeros de la universidad, de los profesores y funcionarios, de los alumnos, de sindicatos, de centros culturales, de empresas, de la prensa, aun de la que, al comienzo de mi gestión, me había atacado. Feliz y muy emocionado, volví a dedicar todo mi tiempo a mi cargo de profesor de Neuro-Anatomía -clases que no interrumpí jamás mientras fui rector- y a reanudar la redacción de mi texto de Anatomía del Sistema Nervioso Central. Poco me duró ese período de tan esperada paz. Producido el ataque a La Moneda del 29 de junio de 1973 por el llamado ‘Tanquetazo’, el Presidente Salvador Allende me solicitó que le cooperara ante esa emergencia aceptando el cargo de Ministro de Educación. Tampoco me corresponde a mí juzgar cómo cumplí mis obligaciones ministeriales. Creo que fue a satisfacción del Presidente, pues fui uno de los pocos ministros que fue reconfirmado en el cargo en los cinco o seis cambios de Gabinete que se sucedieron entre julio y el 10 de septiembre de 1973. Como expresé ante el Consejo Superior de la Universidad de Concepción y después ante el Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas, en las sesiones solemnes que celebraron en mi honor por mi designación como ministro: ‘Nadie sabe cuánto voy a permanecer en el cargo, pero, con la misma fe y entusiasmo con que un


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corredor de postas corre el tramo que le ha sido asignado, poniendo toda mi alma y entusiasmo, procuraré entregar bien el bastón, es decir el ministerio, a mi sucesor cuando deje de contar con la confianza del presidente’. Y vino el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. El territorio chileno fue ocupado militarmente por sus propias fuerzas armadas. Pasaron a mandar las bayonetas, no la constitución, ni las leyes, ni la tradición. De la que para muchos era la cúspide de mi vida, fui cruel y cobardemente arrojado a una fosa que se procuró hacer profundísima, sin fondo. Varias semanas tuve en mi pieza -celda del hospital, donde me encontraba gravemente enfermo, a un soldado que, día y noche, con todas las luces encendidas, apuntaba su ametralladora a mi cabeza. Y gatillaba, con seguro puesto, cada tres minutos. Cadetes militares y de la Escuela de Aviación me insultaron groseramente en presencia de coroneles y generales de uniforme. Se me expulsó de mi cátedra, de clubes castrenses y masónicos y también de la Gran Logia de Chile. Se me calumnió, se me torturó psicológicamente, se me hambreó, hasta que caí gravemente enfermo. Se asesinó a uno de mis hijos, médico neurocirujano y a un nieto en el vientre de su madre. Y todo esto, sin habérseme formulado jamás un cargo ni sometido a ningún proceso sea civil o militar. Finalmente, el 5 de mayo de 1975, sin cargo ni proceso alguno, con 24 horas de aviso, fui desterrado en calidad de apátrida. Hasta la escalerilla del avión, como a un criminal peligroso, me llevó un pelotón de soldados a cargo de un capitán de ejército. Los soldados apuntaban sus ametralladoras a mi cabeza y mi tórax, ante la mirada indiferente de los funcionarios del aeropuerto e incrédula de algunos pasajeros.


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Durante mi exilio supe de las detenciones y posterior desaparecimiento de mi hijo Edgardo, ingeniero civil y de mi ex yerno muy querido, doctor Bautista van Schouwen Vasey, médico neurólogo. Y desde el fondo de esa fosa insondable a que fui violentamente arrojado, empecé a subir lentamente. Hoy, 10 de enero de 1995, me siento de nuevo en la que puedo considerar la cúspide de mi vida como académico, como ciudadano, como hombre. No es otra la interpretación que doy al altísimo honor que mi universidad me ha distinguido al otorgarme el Grado de Doctor Honoris Causa y al lanzar al conocimiento público mi obra: ‘En el nombre de una vida’. Jamás, ni en mis mejores tiempos, creí que llegaría a obtener distinciones semejantes. Señor rector, señoras, señores, jóvenes alumnos: Cuando, hace doce días, recibí telefónicamente la agradable y gentil comunicación del rector, y deduje que debía decir unas palabras de agradecimiento en la solemne ceremonia de la entrega a la que estamos asistiendo, se me plantearon varios problemas, ¿Cómo orientaría mis palabras y pensamientos? ¿Haría una ponencia estrictamente ceñida a los moldes habituales, qué fue, qué es, cómo debe ser la universidad? La ocasión no podía ser más propicia: Chile, tras 17 años de labor sistemática anti educación, anti-universidad, con decenas de miles de profesores y estudiantes perseguidos, exonerados , torturados, asesinados, desterrados, viene saliendo de nuevo a la vida democrática. Y los gobiernos de Aylwin y Frei han declarado enfáticamente que su principal preocupación será la reconstrucción, el fomento, la ampliación, la modernización de la educación.


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Esta, se ha dicho y repetido, es la gran palanca que elevará el desarrollo y bienestar del pueblo, especialmente de los varios millones de pobres que les heredaron los gobernantes anteriores no elegidos por nadie. Sobre esta materia, he escuchado y leído cientos de discursos profundos, documentados con numerosas citas y abundante bibliografía. Hace más de 20 años, debí participar en el Senado de la República en el estudio y discusión de un Proyecto de Ley sobre Universidades que venía desde hacía años. Actualmente, hay otro Proyecto de Ley en tramitación. Hace unos días, asistí, con casi un centenar de dirigentes, consejeros, profesores, etc., a una amplia reunión con el señor ministro de educación y el jefe de la educación superior. Estuvimos más de cinco horas escuchando observaciones, recomendaciones y sugerencias muy atinadas y meditadas sobre lo que debe ser la educación superior chilena. ¿Sería posible, he pensado, que en mi intervención para esta solemne ceremonia, que no puede tener más de quince minutos de duración, pueda decir yo algo valioso, nuevo, trascendente, sobre un tema tan estudiado, analizado, discutido por grandes autoridades nacionales y extranjeras del presente y el pasado? Como profesor por casi 60 años en la enseñanza universitaria de pre y post grado de ciencias eminentemente objetivas como son la anatomía y neuroanatomía humanas, decidí dedicar estos minutos a un tema que domino, pues lo he vivido, sufrido, gozado y experimentado. Me refiero a la vida de un universitario que, mediante tesonero trabajo, supo subir muy alto; que violenta e inusitadamente fue después precipitado a una sima para que de ella no pudiera salir jamás; que pese a todo, poco a poco, sin claudicar, en unos veinte años ha vuelto a elevarse de nuevo por sobre el nivel común. Subió, cayó, volvió a subir. ¿Por qué? ¿Qué arma secreta ha usado este profesor? Pues solamente una. Desde que tuvo uso de razón, observó, estudió a cuanto y cuantos le rodeaban. Tomó e incorporó a su ser todo lo que le pareció bueno y correcto. Rechazó lo malo, lo torcido, lo dudoso. Adoptó y siguió las normas de vida y


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moral que le enseñaron sus padres y familiares, sus buenos profesores, sus leales compañeros, sus amigos y alumnos. Adoptó racionalmente los elevados y permanentes principios cristianos, filosóficos y masónicos. Estudió la historia, diversas religiones, la vida de hombres y mujeres ilustres, todo lo relativo a los derechos humanos. En base a éstas, sus observaciones y meditaciones, se trazó una línea de conducta que ha seguido fielmente toda su vida. Sin claudicaciones, sin dejarse desviar por tentadoras y aparentemente ventajosas proposiciones. En resumen, fue un hombre que, amorosamente apoyado por su mujer y sus hijos, seguro de lo que valía y conocedor de sus limitaciones, preocupado siempre de no dañar voluntariamente a nadie ni a nada, siguió el camino que serena y concienzudamente se había trazado. En ese camino se mantendrá con la frente en alto, siempre buscando y luchando por la justicia, la libertad, la verdad, enseñando lo poco que sabe, señalando modestamente una ruta y un ejemplo a la juventud que tanto ha amado”.

Edgardo Enríquez Frödden


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Discurso de Nelson Gutiérrez Yáñez, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, y ex presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción, FEC, en la despedida fúnebre del Dr. Edgardo Enríquez Frödden, Cementerio General de Santiago de Chile, 3 de noviembre de 1996 “Edgardo Enríquez, pertenece a ese tipo de hombres que influyen en las generaciones de un país, de una ciudad, de una universidad; a través de su propia acción y a través de sus hijos. La generación de los sesenta de la Universidad de Concepción, una generación de miles de jóvenes que se hicieron socialistas, que se asumieron como revolucionarios, que iniciaron la construcción de una nueva cultura emancipatoria: la cultura mirista; queremos recordar el legado de este cruzado de la modernidad, de la razón, de la justicia, de la igualdad y de la esperanza. Don Edgardo contribuyó decisivamente al éxito del movimiento de reforma universitaria, iniciado por los estudiantes de Concepción en 1965. Lo recordamos como apasionado defensor de las libertades, cuando las fuerzas gubernamentales violaron la autonomía universitaria en 1969. Pero, por sobre todo, lo recordaremos siempre, como el Maestro, como el formador de individualidades y subjetividades cada vez más humanas. Formación que no sólo trasladó a sus hijos sino a generaciones de jóvenes en Concepción, en México y otras latitudes. Edgardo Enríquez fue un combatiente de la libertad. Sus convicciones democráticas lo llevaron a asumir desde el primer día del golpe la crítica y la oposición abierta a la dictadura; su consecuencia la pagó con la cárcel y el exilio. Recordamos la figura de Don Edgardo en Dawson, en el entierro de Miguel y en su largo peregrinaje en las luchas del exilio, tanto en Bogotá como en México, en Londres como en La Habana. Don Edgardo era esencialmente un hombre bueno; así lo expresa su larga lucha y búsqueda del hijo desaparecido y de todos sus hijos: los cientos de desaparecidos. De regreso a Chile, en su mente alerta, siempre viva, recordamos a don Edgardo; su preocupación por los límites del proceso de reconstrucción del orden democrático; por los grados de exclusión estructural que genera el sistema político vigente, por la


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subsistencia de un poder militar no subordinado plenamente a la dirección política que dirige constitucionalmente el Estado y el gobierno; por la construcción de un orden económico inequitativo y polarizante. Finalmente, quisiera resaltar, en estos tiempos de absolutización de la lógica mercantil y de la lucha de todos contra todos, el valor alternativo, de figuras, de historias, como la de Don Edgardo Enríquez Frödden; ellas nos alientan a seguir pensando que hay algo más allá que la selva del mercado. En estas historias de vida está presente la idea de que el mundo no se ha detenido, de que no se ha muerto la historia, de que los valores y prácticas de la solidaridad y la cooperación, continúan haciendo posible el futuro. La invención de un mundo más humano continúa abierta en el imaginario colectivo y en el calendario pendiente de la especie humana. Hoy, el padre y el hijo, el padre y los hijos, habitarán físicamente una misma tumba y continuarán conversando, ahora unidos en la historia. El próximo milenio los sorprenderá tejiendo nuevos sueños de emancipación y de esperanza. Otros apagarán la sed de justicia no saciada, y otros retomarán la historia inconclusa del que hoy despedimos”. Nelson Gutiérrez Yáñez


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Wirth, Oswald. (Sin fechas de edición). El Libro del Aprendiz, El Libro del Compañero y el Libro del Maestro. Santiago-Chile.


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ÍNDICE Contenido

Páginas

Dedicatoria

4

Citas

5

Agradecimientos

6

Presentación

7

Prólogo

12

Introducción

17

0 La palabra perdida

22

1 Libertad para pensar, sentir y actuar

30

2 Aprendiz, Compañero y Maestro

36

3 Simpatizante, Aspirante y Militante

46

4 Ideales y cultura en la rebelión juvenil de los años ‘60

58

5 Democracia, educación y laicismo

65

6 Principios y dilemas

78

7 En la encrucijada de la historia

89

8 Los nuevos ciclos

98

Anexos

104

Bibliografía

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“Juro que si he de escribir o hacer algo en la vida será sin temor ni pusilanimidad; sin horror al qué dirán; con la franqueza que salga de mi cerebro; que ha de ser libre de prejuicios y dogmas. Si no soy de constitución valiente, me haré valiente por la vía racional”. Miguel Enríquez


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