MIRíada de sueños australes – José Miguel Casanueva Werlinger
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A 40 años del infausto septiembre de 1973.
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Índice
Páginas
Dedicatoria
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Cita
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Introducción
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Capítulo I Chile: 1970-1973
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Capítulo II ¿Autoritarismo o libertad?
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A todas y todos quienes ayer no defraudaron sus ideales; y a todas y todos quienes hoy trabajan desinteresadamente por un mundo mejor.
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A mi abuelo paterno, Miguel Casanueva Rossel.
Entre otros, destaca la presencia de Edgardo Enríquez Frödden, Ministro de Educación del Gobierno de Salvador Allende Gossens, y de Miguel Casanueva Rossel, en Concepción, Chile, presumiblemente agosto de 1973, en la Conmemoración del Sesquicentenario del Liceo Enrique Molina Garmendia, uno de los principales establecimientos educacionales penquistas.
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“Ese non serviam quedó grabado en una mañana de la historia del mundo. No era un grito caprichoso, no era un acto de rebeldía superficial. Era el resultado de toda una evolución, la suma de múltiples experiencias”
Manifiesto leído por Vicente Huidobro en el Ateneo de Santiago-Chile, en 1914.
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Introducción
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A cuarenta años del Golpe de Estado del martes 11 de septiembre de 1973, siguen siendo muchas las preguntas que rondan en torno a un instante crucial de la historia de Chile. Son interrogantes clavadas en la memoria de quienes fueron actores y testigos de acontecimientos que trascienden ciertamente a la mencionada fecha. Pero también son preguntas que interesan a las generaciones que vinieron después, que tratan de forjarse una idea o una imagen de un tiempo no vivido por ellas, pero que perciben fundamental para entender lo que ocurrió ayer y sus consecuencias directas en el país de hoy. ¿Fue la experiencia de la Unidad Popular un bello y utópico sueño condenado de antemano al fracaso? ¿Qué pasó con los sujetos sociales que la respaldaron siempre con los votos en las urnas y en las calles con las consignas propias de las distintas coyunturas? ¿Por qué no se pudo defender un proceso que generó tanta esperanza en millones de chilenas y chilenos? ¿A dónde se marcharon los lemas, las banderas, la conciencia y la organización de las masas cuando las palabras ya no fueron suficientes para salvar la difícil situación imperante? ¿Cómo explicar el odio y la violencia institucional, sin límites, que hizo caer la dictadura sobre todo el movimiento popular y los diversos partidos de la izquierda nacional? Este breve ensayo se propone desarrollar un recorrido abierto y crítico a través de un tiempo de la historia del país que todavía sigue siendo motivo de análisis y de controversia, sobre todo porque lo que allí ocurrió explica en gran medida las características estructurales que exhibe la sociedad chilena en el presente, heredadas ciertamente del período que se inauguró con la instauración de la dictadura militar, luego del trágico fin de la experiencia del gobierno de la Unidad Popular, como resultado del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
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El texto en cuestión consta de dos capítulos. En el primero de ellos se dibujan, de manera general, las principales dinámicas de un proceso que fueron otorgando contexto a los distintos enfrentamientos que marcaron la lucha social durante la época de la llamada “Vía Chilena al Socialismo”, hasta que la misma se clausuró con la violenta y definitiva arremetida de los sectores dominantes. El relato se enriquece también con diversas citas de documentos, declaraciones y discursos, lo que aporta ciertamente mayores antecedentes respecto del clima ideológico, político y psicológico de la época. En otras palabras, se trata de una mirada histórica y social de los sucesos que permitieron que Salvador Allende arribara en el año 1970 a La Moneda, en calidad de Presidente de la República; relevando seguidamente las dos estrategias principales de la izquierda para el período y las consecuencias que debió enfrentar el movimiento popular como resultado de la profunda derrota que le propinó el campo contrario. Asimismo, en este apartado se incrustan además algunas experiencias y meditaciones más personales del autor, en un guiño complementario del texto hacia el género testimonial. Por último, el segundo capítulo esboza ciertas reflexiones en torno a la realidad actual de la sociedad chilena, cuyas condicionantes más desiguales tienen mucho que ver con la traumática herencia del régimen militar. Finalmente, se plantean adicionalmente algunos ejes significativos e ineludibles que deberían dar forma y carácter a las propuestas democráticas y libertarias del siglo XXI. Esperamos que estas páginas contribuya en algo a la comprensión y toma de conciencia activa de los jóvenes respecto de un momento muy difícil y doloroso del acontecer nacional, sobre todo en lo referente a las injustificadas violaciones a los derechos humanos que sufrieron muchos compatriotas, incluyendo a personas de muy corta edad. 9
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En el fondo aspiramos a comunicar al lector una interpretación comprometida, racional y emotiva, de un tiempo épico inolvidable; dejando en evidencia simultáneamente la definitiva y radical distancia que nos separó del tiempo fundacional autoritario que le sucedió; el que marcó de manera indeleble nuestras propias construcciones existenciales como generación juvenil provinciana, y más adelante como adultos con objetivas y severas dificultades para integrarnos en un país que había transitado a la fuerza hacia una transformación total en todos los planos de su ser.
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I Chile: 1970-1973
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Este capítulo examina la emergencia de la contrarrevolución capitalista que requería de un nuevo modelo de acumulación para el país y de cómo este proceso se comenzó a gestar mucho antes que Salvador Allende accediera democráticamente al gobierno. Asimismo, pasa revista a las dos principales estrategias presentes en el campo popular de la época (izquierda tradicional-reformista y la revolucionaria), escisión que en el período 1970-1973 impidió en los hechos que se enfrentara unificadamente a los sectores económicos y políticos que se habían propuesto vencer definitivamente a las ideas de transformación socialista de la sociedad chilena. Las siguientes líneas expresarán una combinación de testimonio personal y de apuntes históricos sobre la experiencia de la Unidad Popular y la posterior e impactante derrota sufrida por el movimiento de masas después del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, enmarcándose la descripción y el análisis en el particular desenvolvimiento político y social del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR. Asimismo, apreciaremos el entrecruzamiento que se produjo entre los dos líderes principales del período, en una suerte de colaboración y enfrentamiento que acercó y alejó a las dos posturas políticas que enarboló la izquierda chilena durante el período de la Unidad Popular, representadas en las figuras de los dirigentes más connotados del momento: Salvador Allende y Miguel Enríquez. En efecto, el ascenso de la Unidad Popular al gobierno no sólo evidenció el avance electoral y organizacional de las fuerzas progresistas, alcanzado también gracias a la existencia de otras dos candidaturas (Jorge Alessandri Rodríguez por la derecha y Radomiro Tomic por la Democracia Cristiana), sino que demostró además las fisuras del modelo de acumulación y dominación capitalistas imperante en Chile. Así las 12
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cosas, desde el control del Ejecutivo, la coalición gobernante maniobró sinceramente para introducir cambios estructurales que favorecieran a los sectores más desposeídos. Sin embargo, tarde o temprano, como inexorablemente sucedió, la crisis general del sistema tendría que dirimirse frontalmente, ya sea en favor de las clases populares o de los sectores hegemónicos de la burguesía. En otros términos, triunfaba definitivamente la revolución o se imponía la contrarrevolución en todos los ámbitos y esferas de la sociedad. Por otro lado, los antecedentes contextuales confirman que el Movimiento de Izquierda Revolucionaria fue perseguido sistemáticamente durante los 17 años que duró la dictadura militar, pero a la vez dejan en evidencia que desde el día 11 de septiembre de 1973 hasta el año 1975 se concentraron los mayores esfuerzos represivos del Estado en su contra. En consecuencia, no es exagerado afirmar que el MIR padeció en sus filas un auténtico genocidio, y ello es así porque el objetivo inmediato que se propuso el régimen autoritario no fue otro que derrotarlo globalmente en términos ideológicos, políticos y morales, para que nunca más pudiera levantarse y reponerse del prolongado holocausto que lo consumió. Este afán se demuestra palmariamente en las múltiples acciones de acoso y extermino que abarcaron a su dirección nacional, a las instancias intermedias y que alcanzó también a la militancia en general. No sólo se hizo desaparecer a muchos de sus cuadros, se les ajustició o fusiló, sino que además un número altísimo de sus miembros debió enfrentar la durísima prueba del secuestro, la privación de libertad y experimentar las más diversas y crueles formas de tortura física y psicológica.
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Asimismo, no se puede dejar de señalar que todo este odio institucionalizado, dirigido específica y prioritariamente hacia el MIR, tuvo como víctimas principales a una mayoría de cientos de jóvenes que no poseyeron jamás los medios suficientes para eludir a tan despiadada y sofisticada maquinaria de destrucción, que no escatimó en gastos (y recursos) para borrar de la faz del país a quienes tuvieron la audacia y valentía, francamente excepcionales, de resistir, en condiciones muy desiguales, el proceso contrarrevolucionario en curso. El heroísmo demostrado por esta generación en circunstancias tan desfavorables para ilusionarse siquiera con un resultado menos doloroso, ¿no habrá sido más bien el testimonio de un sacrificio que quedará grabado para siempre en la memoria y en el imaginario de los luchadores sociales de todos los tiempos? En el caso del MIR, se buscó también alterar la realidad de los hechos, y se construyó una distorsionada imagen de la organización, a lo que se sumó gustoso el poder de la prensa que, faltando a la ética periodística más elemental, lo presentó como un grupo violento y se prestó asimismo para legitimar los montajes de falsos enfrentamientos y otras situaciones similares. Si bien se debe reconocer que para ciertos sectores el MIR podría haber aparecido como enarbolando una opción política demasiado radical, ello no significa –bajo ningún concepto- que desde tal apreciación se justificara la escalada represiva que se abatió en contra de los adherentes del mencionado movimiento. A fines de los ‘80, el MIR se disolvió como instancia orgánica única. Muchos de sus miembros lograron sobrevivir a los años de exterminio y hoy, lo quieran o no, son representativos de una historia y de las distintas sensibilidades que en el pasado integraron un proyecto común.
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La derrota no pudo acabar con lo que se ha denominado posteriormente como “cultura mirista”, que en esencia no fue otra cosa que la vivencia específica de varias generaciones que compartieron códigos, teoría y praxis en su afán de aportar a la construcción de una sociedad sin explotación y exclusión. En suma, el sueño continúa incólume y quizá algún día, más o menos lejano, y bajo las formas y estrategias que los movimientos sociales reclamen, se haga realidad un mundo más feliz y mejor para todos los seres humanos. Realizo arqueología en mi memoria, y trato de recordar lo que hice durante aquel funesto día martes 11 de septiembre de 1973. También hago un esfuerzo por armar las piezas de los siguientes momentos. Yo tenía entonces 16 años de edad, y cursaba el tercero de enseñanza media. Mi formación política inicial reconocía los ecos del humanismo y del laicismo, fundidos en una perspectiva libertaria y revolucionaria del cambio social. Por lo mismo, creía mucho más en los movimientos que en los partidos y jamás acepté ningún “Vaticano” ideológico como poseedor de la verdad absoluta. El mismo día “11” correspondía desarrollar la presentación de las listas que postulaban al centro de alumnos en el liceo donde yo estudiaba. Previamente, se me había solicitado sumar mi nombre (me parece mucho que para algo así como Vocal de Cultura) a la lista más de ruptura de la izquierda secundaria, petición que obviamente acepté.
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Pero bueno, todo quedó hasta ahí, y como mudos testigos del acto, que fue sólo en potencia, se podían ver los numerosos panfletos o volantes llevados por el viento en el patio del establecimiento. Recuerdo haberme retirado temprano del colegio y caminado las 4 cuadras que lo separaban de la Plaza Independencia de la ciudad de Concepción, comprobando que todo parecía “estar controlado allí”. Más tarde, sabríamos del bombardeo a La Moneda y de la muerte de Salvador Allende. De pronto, todo se oscurecía. ¿Dónde estaban las fuerzas leales al gobierno y a la Constitución? El Golpe de Estado se imponía en todas las ciudades. El dial de las radios se plagó de bandos y marchas militares. Cuando mi abuelo supo lo ocurrido con el presidente democrático de Chile, se colocó una señal de duelo en la solapa de su terno. Era su sentido homenaje a quien admiraba desde siempre. Por la tarde, disparos provenientes del centro de la urbe estremecieron el silencio de la agonía. A lo mejor todavía no lo percibíamos en toda su magnitud, pero en lo más íntimo de nuestro ser intuíamos que lo que estaba sucediendo en el país afectaría para siempre nuestras vidas individuales. A las pocas horas, fenómeno que se extendió después por días, semanas y meses, emergerían las pequeñas acciones aisladas y espontáneas, como preocuparse de la seguridad de algún compañero; seleccionar y esconder 16
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rápidamente los materiales y libros que pasaron de la noche a la mañana a convertirse en “subversivos”; reproducir y distribuir limitadamente en papel el último mensaje de Allende; dirigirse a ciertos puntos poblacionales donde supuestamente surgirían “focos de rebelión”. Y saltando en el tiempo, en octubre de 1974, rayando paredes con plumones (lo único que había a mano) para rendir un sentido homenaje a Miguel, luego de conocida la triste noticia de su muerte en combate en una casa de la calle Santa Fe. El peligro no importaba. La resistencia había comenzado; pero la represión se tornó implacable. La derrota era incontrarrestable. Y un poco más adelante, se evidenciarían los largos años de repliegue casi absoluto. Salí del país en la segunda mitad de los ‘70, regresando en la década siguiente. Lentamente, comenzaron a emerger en la superficie distintas demostraciones de descontento social, muchas de ellas con fuerte acento en el tema de los derechos humanos, las que a partir de mayo de 1983 se fueron haciendo cada vez más masivas con las protestas urbanas, hasta llegar en 1988 al triunfo del “No”. Y luego amanecerían los ‘90, con una dirigencia política que defraudó la transición y que abdicó de los ideales democratizadores que guiaron la lucha antidictatorial.
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Nada fue fácil, como queda reflejado en las numerosas víctimas, en su mayoría jóvenes, que dejó la larga dictadura militar. Por eso es penoso observar la realidad chilena actual, en la cual existe una ficción de libertad que reproduce impunemente las formas más diversas de explotación, exclusión y dominación. ¿Cómo se llegó a este estado de cosas? Y así como además repudiamos el socialismo que devino en vertical e intolerante y que, lamentablemente, costó muchas vidas inocentes en otras latitudes del globo; con la misma energía también rechazamos las caricaturas individualistas de democracia en que se han transformado la mayoría de los países del mundo, incluyendo naturalmente el nuestro. Ha pasado demasiado tiempo histórico, pero insuficiente en términos de una auténtica transformación social y mental de la humanidad. Entonces, la lucha continúa, y es política como ayer, pero también es ética y espiritual. Pero regresemos al período que ocupa en este instante nuestra mirada, para seguir recorriendo los avatares de una experiencia que concitó la atención de toda la comunidad internacional de la época. El presidente constitucional de Chile, Salvador Allende, murió prácticamente aislado en el palacio de La Moneda, acompañado apenas por un puñado de colaboradores. Un poco más de un año después, un día sábado 5 de octubre de 1974, cayó en desigual combate Miguel Enríquez, secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, acribillado luego de resistir casi solo durante varias horas.
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¿Fue éste acaso el hado de una “revolución” que en los momentos cruciales de acción y definición sacrificó y abandonó a sus mejores hombres? Y como lo adelantamos al comenzar este capítulo, nuevamente se encuentran las historias personales que vinculan a los dos proyectos de cambio de la época, de la mano y del carisma de los dos más destacados dirigentes de la izquierda chilena: Salvador Allende y Miguel Enríquez. Como lo señalé anteriormente, yo sumaba dieciséis años al producirse el Golpe de Estado de 1973, y ya poseía una incipiente preparación y experiencia políticas, las que con los años se harían más intensas. Y de ese tiempo hasta aquí, me he preguntado, innumerables veces, porqué la resistencia al alzamiento militar fue increíblemente nula. Al respecto, yo tenía presente en mi memoria las historias que se contaban de un pariente que viajó a España para combatir por la República, integrándose a las Brigadas Internacionales que reunieron a idealistas provenientes de distintos países. Resulta interesante consignar aquí una precisión sobre el mencionado período, extraída del libro “La guerra civil española”, de Antony Beevor: “Se suele presentar a la guerra civil española como el resultado de un choque entre la izquierda y la derecha, pero sabemos que eso es una simplificación engañosa. El conflicto tenía otros dos ejes: centralismo estatal contra independencia regional, y autoritarismo contra libertad del individuo”.
No se trata en ningún caso de sostener que la condición de revolucionarios se mide exclusivamente por el hecho de levantar una opción militar, porque eso no es así ni en lo histórico ni en lo teórico. Sobre el particular, abundan los ejemplos. Nuestra reflexión va más bien por el lado de que el creciente enfrentamiento de clases producido en el período de la UP, caminaba inexorablemente hacia un choque de fuerzas 19
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que dirimiría la inevitable cuestión del poder también en la esfera militar, pero que de manera sorprendente -para muchos actores y analistas- en la práctica se consumó sólo en la rebelión total del sector dominante en desmedro del desarmado y entregado campo popular. ¿Qué pasó en Chile? ¿Cómo explicar a alguien que no vivió en la época lo que sucedió desde un poco antes del triunfo electoral de la Unidad Popular hasta el Golpe de Estado del martes 11 de septiembre de 1973? En este capítulo plantearemos algunas aproximaciones personales sobre el tema; algo semejante a una suerte de hermenéutica de las motivaciones emocionales e ideológicas que inspiraron a los actores sociales y políticos más protagónicos del período 1970-1973. -La “revolución chilena” por etapas contaba con poderosos enemigos internos y externos y estaba en consecuencia condenada a ser desestabilizada en todos los frentes. A partir del año 1967 se empieza a producir en Chile un ascenso del movimiento de masas, y es en tal contexto que la Unidad Popular (integrada por socialistas, comunistas y radicales, entre otros) llegó finalmente al gobierno, utilizando los mecanismos democráticos desprendidos de la Constitución Política de 1925. El Programa y las Primeras 40 Medidas de la coalición, que obtuvo el 36,3% de los votos en las elecciones presidenciales de 1970, era de carácter progresista avanzado y se planteaba un cambio gradual de las estructuras capitalistas del país. No obstante lo anterior, los sectores dominantes ni siquiera estaban dispuestos a tolerar reformas que consideraban un peligro para su hegemonía.
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Al respecto, conozcamos parte del discurso pronunciado por Salvador Allende luego de triunfar en la elección presidencial del 4 de septiembre de 1970: “Dije y debo repetirlo: si la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad, la nueva convivencia social, la nueva moral y la nueva patria. Pero yo sé que ustedes, que hicieron posible que el pueblo sea mañana gobierno, tendrán la responsabilidad histórica de realizar lo que Chile anhela para convertir a nuestra patria en un país señero en el progreso, en la justicia social, en los derechos de cada hombre, de cada mujer, de cada joven de nuestra tierra. Hemos triunfado para derrocar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una profunda reforma agraria, para controlar el comercio de exportación e importación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo”.
-Todos contra Salvador Allende. A pesar de esta inalterable Vía Pacífica, la gran burguesía nacional e internacional (principalmente el gobierno de Richard Nixon)) se había propuesto a priori que debía abortarse o “reventarse” la llamada “Revolución Chilena con Vino Tinto y Empanadas”. Según se infiere claramente, véase información desclasificada del mismo país del norte, de las distintas acciones de presión, tanto comunicacionales, económicas y políticas, emprendidas desde incluso mucho antes de la elección del 4 de septiembre de 1970.
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En estricto rigor, ya en la elección presidencial del año 1964 se hizo presente la mano dura de los poderes externos, principalmente a través de una sistemática campaña del terror que favoreció el triunfo de Eduardo Frei Montalva en desmedro de Salvador Allende y su coalición izquierdista. -La sedición fue la metodología principal usada por los opositores derechistas al cambio. Lo anterior quedó meridianamente demostrado con los sucesos terroristas y sediciosos que se produjeron en el período que media entre el triunfo electoral de Salvador Allende (4 de septiembre de 1970) a la asunción del mando (4 de noviembre de 1970). Y también en los numerosos sabotajes y atentados que se realizaron en los siguientes años. En otras palabras, los enemigos de la UP no necesitaban que ésta llegara al gobierno para empezar a conspirar en su contra; ni tampoco requerían de la excusa –como algunos lo sostuvieron en su tiempo- que se volvieron cada vez más beligerantes y golpistas por temor a la ultra izquierda. -Todos los medios de presión resultaron válidos para la reacción. El hecho más elocuente al respecto fue el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider Chereau, en manos de un comando ultraderechista que, apoyado por la CIA, lo atacó el 23 de octubre de 1970. Pero la Unidad Popular logró sortear esta coyuntura, y con el voto favorable de la Democracia Cristiana en el Congreso, que previamente le exigió un Estatuto de Garantías Democráticas, Salvador Allende Gossens logró tomar posesión de su cargo el 4 de noviembre de 1970. 22
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No se olvide que al no haber alcanzado la mayoría absoluta en las elecciones de 1970, la UP necesitaba del voto de la DC para que Allende fuera ratificado como presidente por el Congreso Nacional (lo que ocurrió el 26 de octubre), evitándose así la maniobra que algunos quisieron implementar y que buscaba que el Parlamento terminara apoyando a la segunda mayoría relativa, o sea a Jorge Alessandri Rodríguez. -Acerca del pacifismo de la Vía Chilena. Es decir que a pesar que la Unidad Popular, y de acuerdo a su propio Programa, se había planteado utilizar sólo los medios institucionales y pacíficos para llevar adelante las reformas sociales que se proponía, al final (y casi como en una tragedia griega) la disputa de poder se iba a definir, lo quisieran o no los dirigentes gradualistas del momento, en el campo de la guerra declarada. En otras palabras, como se verificó posteriormente, el carácter pacífico del proceso no garantizaba que él no fuera puesto en jaque en términos violentos; como tampoco aseguraba que el pueblo indefenso (en su gran mayoría sin armas) escapara a la cruenta represión que se desencadenó sobre él. -Todo proceso de cambio social supone una definición respecto del tema del poder político. Desde esta perspectiva, la izquierda revolucionaria estaba en lo correcto cuando en sus análisis colocaba el acento en la cuestión de la correlación de fuerzas, criticando también la ingenuidad de la visión UP al no contar con una política en el ámbito militar. Entonces, ¿qué sucedió que no se pudo articular una respuesta contundente que garantizara la continuidad del proyecto en curso? 23
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-Sin hegemonía cultural sobre la sociedad civil no hay verdadera acumulación de fuerza transformadora. Cuando la DC viró a la derecha sin retorno, y sectores de las capas medias sucumbieron al miedo, restando unos su apoyo al gobierno y otros directamente engrosando las filas de la sedición, se generaron todas las condiciones sociales y políticas internas (porque el apoyo exterior ya estaba) para el golpe que vendría. Frente a una realidad que se tornaba cada vez más polarizada en todos los ámbitos, en el mes de julio de 1972 se difundió la posición oficial del MIR respecto de la coyuntura, que entre otras consideraciones hacía (desde la ciudad de Concepción) un urgente llamado a la formación de una Asamblea del Pueblo, el que contó con la adhesión del PS y del MAPU, pero no de los comunistas. Como antecedentes adicionales del contexto, señalemos que en octubre de 1972 se inicia la huelga de los camioneros, con aportes financieros de la CIA. Y apenas un mes antes, se había creado el CODE (Confederación Democrática), alianza que agrupaba a los partidos opositores a la UP (PDC, Nacional, etc.). Ni el desesperado recurso de los Gabinetes Cívico Militares logra calmar la generalizada situación de confrontación. -El 29 de junio de 1973 se perdió la última oportunidad de levantar una opción nacional de masas que evitara la posterior hecatombe estratégica del campo popular. Quizá la única ocasión verdadera que se tuvo de orientar la situación favorablemente para la opción popular, fue la coyuntura que se abrió luego de que se derrotara el intento golpista del 29 de junio de 1973, 24
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conocido como “Tancazo o Tanquetazo” porque el coronel Roberto Souper levantó en armas o sublevó al Regimiento Blindado N° 2. A pesar de ciertas preocupantes señales de agotamiento, dudas e incertidumbre por el “qué hacer” que planteaba la crítica realidad de los meses de junio, julio y agosto de 1973, existía todavía una arraigada conciencia política y una moral alta a nivel de los frentes y movimientos más comprometidos con el proceso. Pero, para estructurar una sólida alternativa dual, de poder popular, había que sumar mayor fuerza social y convencer a la coalición gobernante del peligro que implicaba su camino titubeante de pérdida de iniciativa. No está demás recordar que en este mismo tiempo de definición, los militares comenzaron a aplicar la Ley de Control de Armas, aprobada el año 1972, y que curiosamente se hizo afectiva sólo con allanamientos a fábricas y sectores populares proclives a la izquierda. No cabe ninguna duda de que el golpe ya estaba en marcha, considerando como un antecedente relevante que luego de la elección parlamentaria de marzo de 1973, la oposición a Allende no logró obtener los suficientes representantes para acusar constitucionalmente al gobierno, lo que inmediatamente puso en agenda la estrategia del enfrentamiento frontal. Los militares actuaron, en consecuencia, representando los intereses de los sectores dominantes, buscando así resolver en un nuevo contexto la crisis del sistema, que se expresaba también en el propio seno de la burguesía. Y ahora, sólo quedan preguntas rondando en los análisis y en los testimonios. ¿Por qué el campo popular no optó derechamente por una Huelga General con perspectiva insurreccional? ¿Y qué habría pasado si las fuerzas de la UP hubieran luchado y defendido masivamente a su gobierno al menos el mismo día 11? ¿Se podrían haber ganado horas decisivas si Allende hubiera aceptado el ofrecimiento de Miguel de 25
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sacarlo de La Moneda para dirigir la resistencia al golpe desde algún bario popular de Santiago? ¿Por qué no operó la Fuerza Central del MIR? En términos políticos, la decisión de Allende de permanecer en el palacio de gobierno no es indiferente o casual. Con ella, él remarcó simbólicamente su opción reformista e institucional, alejándose notoriamente de una línea de resistencia revolucionaria, como habría significado su desplazamiento hacia un territorio social popular. Si con su valerosa decisión personal, orientada al martirio individual, pensó que podría aminorar la represión posterior en contra de sus partidarios, lo cierto es que su sacrificio, encerrado en el centro de la capital, no desalentó para nada la furia que se desataría después en contra de las fuerzas de izquierda y del campo popular. -La ausencia de un contra poder autónomo y unitario selló la suerte de la experiencia chilena. Lamentablemente, y renovando su confianza en la aparente actitud leal del mando militar demostrada en la asonada del 29 de junio, en el Ejecutivo pareció fortalecerse aún más la tesis de la efectiva constitucionalidad y prescindencia política de las FF.AA. chilenas. Esto es lo que algunos sectores caracterizaron alarmados como “capitulación” definitiva, porque en los hechos se desalentó la movilización popular como única contención real al golpe que llegaría en pocas semanas más. Así las cosas, la derrota aplastante de la experiencia chilena fue sellada mucho antes del 11-09-73, cuando no se tuvo la claridad y la voluntad para levantar una alternativa de respuesta que no desmovilizara a las masas y que contrarrestara a la reacción desde las bases de apoyo de la propia sociedad.
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Al respecto, nos parece muy ilustrativo citar aquí algunos extractos del conocido discurso de Miguel Enríquez en el Teatro Caupolicán de Santiago, fechado el día 17 de julio del año 1973. Palabras pronunciadas a menos de dos meses de la ofensiva final de las clases dominantes. “Este es un momento histórico fundamental en el que las grandes tareas son atajar al golpismo, enfrentar al emplazamiento, neutralizar a los vacilantes, empujar y profundizar una vigorosa y resuelta contraofensiva revolucionaria y popular. No hay otra alternativa para los revolucionarios. Puede haberla para los reformistas más recalcitrantes, pero para eso la historia sabrá marcarlos de acuerdo a su conducta. La situación ofrece dos caminos: la capitulación reformista o la contraofensiva revolucionaria… Toda forma de capitulación en fin de cuentas conducirá más temprano que tarde al aplastamiento de los trabajadores a través de una dictadura reaccionaria y represiva. Dos tácticas se ofrecen a la clase obrera y al pueblo. Una que establece que no es posible profundizar la ofensiva popular pues encendería de inmediato el enfrentamiento. Que es necesario ganar tiempo. La otra táctica es la revolucionaria. Es la táctica que han puesto en práctica la clase obrera y el pueblo en las semanas recientes. La táctica revolucionaria consiste en reforzar y ampliar la toma de posiciones en fábricas, fundos y distribuidoras, no devolver las empresas tomadas, incorporarlas al área social bajo dirección obrera, imponiendo en la pequeña y mediana industria el control obrero, desarrollando la fuerza de los trabajadores fuera de la institucionalidad burguesa, estableciendo el PODER
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POPULAR en los Comandos Comunales, en los Comités de Defensa, multiplicando y extendiendo la ofensiva popular, incorporando a ella a los pobladores, campesinos y estudiantes, extendiendo la movilización a todo el país, desarrollando la alianza de los trabajadores con los soldados y suboficiales, con los oficiales antigolpistas, rescatando la base obrera y popular de la Democracia Cristiana, fortaleciendo la alianza revolucionaria de la clase obrera y el pueblo, impulsando la reagrupación de los revolucionarios y la acción común de la izquierda por la base. La tarea inmediata de esta táctica revolucionaria es profundizar y ampliar la contraofensiva popular y revolucionaria en curso y por ello proponemos la realización de un Paro Nacional por 24 horas. Proponemos la realización de este Paro a todas las organizaciones populares de este país, a la Central Única de Trabajadores, a los Comandos Comunales, a los Consejos Campesinos, a las federaciones campesinas y estudiantiles, a todos los trabajadores. Proponemos que este Paro notifique, de una vez por todas, a los golpistas, que la clase obrera y el pueblo aplastará todo intento golpista”.
El recientemente citado discurso de Miguel Enríquez, que al momento de ser pronunciado fue transmitido inmediatamente por cadena nacional a todo el país, constituye un documento esencial para apreciar lo álgido de la situación política y de la lucha de clases, a muy pocas semanas del Golpe de Estado. -El modelo neoliberal impuesto a la fuerza ha marcado negativamente a generaciones de chilenos y aún lo continúa haciendo. La llamada izquierda revolucionaria no estaba errada cuando visualizó que, en el caso nacional, el agudo enfrentamiento de clases se dirimiría irremediablemente en el terreno militar. Y también estaba en lo correcto cuando sostenía que en este cuadro el campo popular no podía confiar en la “neutralidad” de las FF.AA., como se evidenció clara y 28
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aleccionadoramente el mismo día “11”, instante en que ninguna unidad o regimiento adhirió o se mantuvo leal al gobierno democráticamente elegido. Los soldados constitucionalistas habían sido tempranamente neutralizados, y la Doctrina de Seguridad Nacional, con su estrategia de Contrainsurgencia, enfatizaba ahora la lucha sin cuartel en contra del “enemigo interno”. En definitiva, nada detuvo a la contrarrevolución, y la UP, con su legalismo iluso, ni siquiera logró evitar la masacre de un pueblo desarmado, al que tampoco le quedó el consuelo de haber al menos defendido con más dignidad las conquistas alcanzadas. Como sí lo hicieron los españoles del Frente Popular, que a partir de 1936 no sólo tuvieron que lidiar con el alzamiento de Franco, sino también con el apoyo concreto que éste recibió de la Alemania nazi y de la Italia fascista, en una guerra civil que se extendió a los años 1937, 1938 y parte del 1939. Y en este punto recurramos otra vez al ya citado libro de Antony Beevor: “Los partidarios de la autogestión argumentaban que no había ningún motivo para la lucha contra el fascismo si no se avanzaba en la revolución social. Si los anarquistas habían soportado el mayor esfuerzo de la batalla de Barcelona en julio, abandonados por un gobierno que se negó a armarlos, ¿por qué razón esperaba ese gobierno que ahora le restituyeran todo lo que ellos habían conquistado. Las posturas irreconciliables dentro de la zona controlada por la República minaron fatalmente la unidad de la alianza republicana”. “El fracaso del golpe militar de los rebeldes, emparejado con el fracaso del Gobierno y de los sindicatos en aplastarlo, significaba que España tenía que enfrentarse a una larga y
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sangrienta guerra civil. La necesidad de armas para esta dilatada contienda obligó a las dos partes a buscar ayuda en el exterior. Y eso supuso dar el paso crucial en la internacionalización de la guerra civil española, ya que la victoria o la derrota iban a depender sobremanera de cómo reaccionaran las principales potencias extranjeras”.
Pero volviendo al caso chileno, si bien es evidente que la izquierda revolucionaria supo vislumbrar mejor que nadie las características del período, tampoco estuvo a la altura de las circunstancias y su respuesta del mismo día “11” fue –por decir lo menos- elocuentemente insuficiente, aunque no por ello menos comprometida y decidida. ¿Qué faltó o qué falló? ¿La conciencia? ¿La organización? ¿Un mando único? ¿Una política militar alternativa? ¿La dirigencia? ¿La voluntad? ¿Los análisis no daban cuenta de la realidad? ¿El apoyo internacional? Pueden ser tantas cosas. Pero lo cierto es que fue inesperado lo que sucedió el fatídico día “11”, porque ello no se correspondió con el estado de conciencia del momento y hasta con los significativos resultados electorales (y a pesar de todas las dificultades existentes en el plano de la economía)) obtenidos por la UP en las municipales de abril de 1971 (51%) y sobre todo en las legislativas de marzo de 1973 (43,4% de los votos). Y no se puede obviar aquí que en el mes de julio de 1971 logró hacer aprobar, por la unanimidad del Congreso, la nacionalización del cobre. En fin… Podrá sonar a fatalidad, pero es que en una coyuntura tan radicalizada de la “Guerra Fría”, y aunque pretendiera insistir –como lo hizo hasta el final- en su camino pacífico, la UP jamás lograría sobrevivir si es que no se preparaba para neutralizar a los sectores que, desde el primer día, 30
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conspiraban para derrotarla porque se sintieron afectados en su dominación económica y en la conservación de sus privilegios sociales. No se trata aquí de ser “más o menos” partidario de una salida de ruptura, sino de una mínima comprensión del proceso de cambio y de las posibilidades reales de mantenerlo en el tiempo. Efectivamente, la sensación fue muy confusa y extraña, porque pareció como si de pronto se hubiera esfumado todo lo aprendido y conquistado, y ya nada –ni nadie- pudiera detener la caída libre de la “revolución” chilena. La histórica acumulación de fuerza popular se desvaneció entre las consignas y los gritos, y las masas fragmentadas y sin conducción, quedaron a merced de la salvaje represión que se desató sobre ellas, y que quería tomarse revancha también de las luchas pasadas del mundo obrero y popular. El desbande fue generalizado y los más humildes los más sacrificados. En este contexto, y a diferencia de lo que hicieron muchos otros altos dirigentes de la época, sobresale el ético compromiso (aunque estratégicamente aislado) de aquellas mujeres y hombres que no buscaron su propia salvación personal y que estuvieron dispuestos a padecer y sufrir (junto a los pobres y excluidos del campo y de la ciudad) los años más duros vividos por el pueblo chileno. Al respecto, a pocas semanas de producido el Golpe de Estado, Miguel Enríquez entregó las siguientes precisiones a modo de balance político, en una entrevista realizada desde la clandestinidad. “No nos parece el momento de revivir antiguas diferencias en el seno de la izquierda, pero a la vez, nos parece necesario que los trabajadores y la izquierda obtengan todas las enseñanzas que la experiencia chilena entrega, para nunca más incurrir en errores. Por ello preciso: en Chile no ha fracasado la izquierda, ni el socialismo, ni la revolución, 31
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ni los trabajadores. En Chile, ha finalizado trágicamente una ilusión reformista de modificar estructuras socioeconómicas y hacer revoluciones con la pasividad y el consentimiento de los afectados: las clases dominantes”.
Y así se pasó trágicamente de un período prerrevolucionario, colmado de esperanzas y oportunidades, a otro diametralmente distinto; definido como contrarrevolucionario por su carácter opresivo y constituyente de una nueva y dictatorial dominación.
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II ¿Autoritarismo o libertad?
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Antes de entrar directamente al tema principal de este capítulo, haremos una necesaria digresión en torno al arte de escribir, asunto que nos parece fundamental porque se relaciona directamente con la vida y la memoria histórica. ¿Qué escribir, por qué y para qué hacerlo? Si la vida es una aventura, el escribir es también una forma de viaje maravilloso sobre un soporte que se presenta en blanco, desnudo o vacío. No se escribe por capricho o vano ego, claro que no. Hay algo mucho más profundo que se encuentra en el ser de quien practica esta forma de encantamiento. Se hace por una necesidad espiritual de compartir un hallazgo que es importante o precioso para el autor. Ni siquiera se sabe cómo de pronto se comienza a escribir. Simplemente ocurre. En muchos casos sucede a muy temprana edad y continúa de manera fluida durante toda la existencia. Se escribe por una obligación intelectual de comunicar ideas y pensamientos a los contemporáneos y quizá también a las generaciones que vendrán. Escribir es mucho más que una técnica y no se agota en las cuestiones formales o meramente normativas. Es un oficio de vida algo solitario, que transcurre generalmente tras los visillos de ventanas que miran hacia muchos mundos cercanos y lejanos. Dominios de uno, de otros, de todos y de nadie.
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Una responsabilidad social en términos de los puentes cognitivos que se tienden a otros semejantes. Es una pasión que llama, posee y que transporta a quien la experimenta. Es un arte lógico, racional; pero también es un ritual de emociones y sentimientos. Y tiene mucho que ver con los sueños, con lo que no se ve pero no por ello deja de importar y de estar allí. Y de muchas maneras, también tiene que ver con el amor en todas sus bellas dimensiones. Hacia ella o él. Pero asimismo a toda la humanidad. Es una reunión de palabras tejidas generosamente para el que lee. Es entonces un regalo Y piense en lo siguiente. Lo escrito puede llegar a tener más inmortalidad que el propio autor, ya que lo trasciende mucho más allá de su finita presencia terrenal. Las palabras impresas registran hechos y reflexionan en torno a los acontecimientos de una determinada época histórica. Es una manera de no olvidar, de mantener incólume la memoria a pesar del inexorable paso del tiempo. Si la vida merece ser vivida en todo su misterio y esplendor, también debe ser compartida, contada y escrita.
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Y entrando ya de lleno en materia coyuntural, una simple observación empírica nos indica que el pueblo de Chile está despertando de un largo y preocupante letargo desmovilizador que lo relegó a una posición absolutamente subordinada durante prácticamente dos décadas (1990 al 2010), contrastando evidentemente con su protagonismo en las masivas jornadas de protesta antidictatorial que se inauguraron en el país a partir del mes de mayo de 1983. En efecto, la situación nacional ha cambiado ostensiblemente desde el año 2010 en adelante, lo que se aprecia claramente en un cada vez más extenso descontento social y en la crisis de legitimidad institucional que afecta al modelo económico y político de dominación. Ello se expresa de manera prístina en el cuestionamiento al lucro en el ámbito de la educación, en lo que sucede en la salud, en el trabajo inestable y precario, en los bajos salarios e ingresos, en el endeudamiento asfixiante de las familias, en el negocio de la previsión, y también en el plano de las realidades locales y regionales que rechazan el acentuado centralismo imperante en el país. Y también se constató contundentemente en la alta abstención, que superó el 60 por ciento, registrada en la pasada elección municipal del domingo 28 de octubre de 2012. Los estudiantes secundarios y universitarios, movilizados nacionalmente durante buena parte del año 2011, no sólo concitaron una alta adhesión ciudadana interna, sino que además fueron protagonistas estelares de las noticias que recorrían el mundo y que impactaban, por su masividad y creatividad, a la opinión pública internacional. Y el 2012 también ha traído lo suyo, con los estudiantes nuevamente en las calles, más la emergencia de conflictos locales y regionales que a futuro puede colocar en graves aprietos al propio Estado centralizado.
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Sin embargo, el evidente malestar con el actual estado de cosas, que incluye un cuestionamiento explícito a prácticamente toda la clase política, alcanzando por igual a la Concertación y a la derecha, todavía no encuentra un referente nacional alternativo que aglutine a todos los sectores que entienden que las luchas sociales requieren de un sostenido crecimiento en términos de unidad y de coordinación práctica organizada. Y en buena medida ello es así porque la sociedad chilena todavía no se ha recuperado del largo período dictatorial que la cambió de manera muy profunda. El miedo y el temor todavía siguen aquí, así como la fuerte influencia ideológica que hace que muchos finalmente sucumban frente a la ilusión del progreso material por sobre los sueños de construir una esperanza colectiva junto a todos los seres humanos que habitan este austral territorio del planeta. Existe una “violencia estructural” que ahoga, controla, asfixia, neurotiza, de la mano de un individualismo y desconfianza que favorecen la continuidad del paradigma hegemónico. Y en tal contexto general, el movimiento social va haciendo camino y enfrenta las dificultades propias de la construcción de todo sujeto que se plantea con autonomía y con capacidad de propuestas alternativas de futuro. Y a la vez se trata de un actor múltiple, muchas veces con nuevos temas, y para nada simple apéndice de determinadas organizaciones políticas. En alguna medida son expresiones auto centradas en su propia identidad, y no por ello alejadas o desvinculadas de las necesidades democratizadoras existentes a nivel nacional. ¿Por qué estamos como sociedad tan abrumados y tan cargados de frustración y de sufrimiento?
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Sería largo analizar aquí las causas que explican el mencionado fenómeno sociológico y psicológico, pero al menos conviene señalar que ellas no son ajenas a la forma que asumió la transición chilena y a la increíble persistencia de las políticas dictatoriales en la institucionalidad, en la economía y en la cultura del país. Las chilenas y los chilenos no se sienten parte de un proyecto común, porque sencillamente nunca han sido integrados a una discusión nacional en torno al tipo de sociedad al que aspiran. Chile presenta un evidente, prolongado y alarmante déficit en lo que a democratización se refiere, lo que supone entonces levantar mínimamente a nivel nacional la demanda por una Asamblea Constituyente Soberana, que coloque fin a la impuesta institucionalidad vigente. Este déficit se manifiesta también en el plano local, regional, y prácticamente en todas las esferas donde se producen interacciones y relaciones sociales. Los diferentes pueblos del territorio esperan justicia desde hace mucho tiempo, y allí está el mundo mapuche recordándonoslo infatigablemente todos los días. Y desde sus propias canteras lo mismo hacen las mujeres, la diversidad sexual y un largo etcétera. Y el mencionado atraso democratizador se expresa también en la marcada influencia religiosa en materias que tienen que ver con la libertad individual y colectiva de las personas, lo que hace que nuestra sociedad sea una de las más rezagadas en términos de un conjunto de ámbitos que en otros lugares ya son patrimonio de una vida emancipada de todo control clerical.
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En fin, entre nosotros, la separación Iglesia-Estado sigue siendo más formal que real, y no deja de ser curioso contemplar la convergencia que a veces se produce entre los sectores más conservadores del catolicismo y del mundo evangélico, unidos en su afán de obstaculizar cualquier iniciativa que consideren contraria a “la palabra revelada”. En suma, no somos una sociedad democrática en el sentido más pleno de la expresión; y tampoco constituimos una sociedad laica que respeta la diversidad y que no tolera imposiciones dogmáticas de creencias específicas en el terreno de decisiones públicas que objetivamente nos afectan a todos. Nunca debe olvidarse que una auténtica democracia es mucho más que el voto, pues en esencia ella es una cultura de participación y de convivencia libertaria abierta hacia el otro u otra. Y en el caso nacional no se ha alcanzado tal estado, y más bien hay heridas no cerradas y asuntos que continúan pendientes hasta el día de hoy, como ocurre por ejemplo con el amplio tema de las violaciones a los derechos humanos. Porque sanarse del miedo y del horror es un proceso muy difícil para las sociedades que han vivido extensos períodos de su historia bajo regímenes dictatoriales o totalitarios. Y ello es así por muchas razones. En primer lugar, porque quienes ejercieron las labores de represión generalmente recurren a ciertas explicaciones que supuestamente continuarían brindando alguna legitimidad a las acciones de abuso y aniquilamiento que emprendieron en el pasado. Asimismo, hay que considerar que, casi siempre, los responsables de ellas no son exclusivamente miembros de las fuerzas armadas y de los aparatos especializados de control, sino que integran también esta categoría 39
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sectores muy poderosos de la civilidad, que aportaron recursos económicos y la ideología que definió taxativamente al enemigo interno y/o externo que había que exterminar. En segundo lugar, porque en la otra vereda se encuentran las víctimas, es decir los que fueron objeto directo o indirecto de un conjunto de procedimientos destinados a hacerlos desaparecer como sujetos y a quitarles su dignidad e integridad como seres humanos, quienes con justa razón temen al olvido y a la impunidad. Y por último, falta quizá lo más importante. ¿Dónde estaba la sociedad cuando miles de indefensos seres humanos eran conducidos a un destino del cual jamás se regresaba? ¿Qué hicieron al respecto las instituciones y las personas comunes y corrientes? Y aquí el abanico es muy amplio, pasando por quienes se opusieron tempranamente al orden represor, hasta aquellos otros que lo acogieron con júbilo y que colaboraron de distintas maneras con el odio imperante; y también están los no pocos que por miedo prefirieron no ver ni escuchar nada. Se llega de esta forma al cuadro de una sociedad en parte cómplice y en parte víctima de sí misma, paralizada por el temor más profundo. ¿Y cómo se sale o se supera una situación tan degradada en términos éticos y morales? El primer paso es enfrentarse a la verdad de lo sucedido, que se haga justicia y que se asuman auténticamente las responsabilidades que a cada actor le correspondió en los sucesos. Y el segundo paso es que la propia sociedad sea capaz de sacudirse, sin ambages, de los prejuicios y resabios autoritarios que permanecen activos durante mucho tiempo después en discursos y en prácticas cotidianas aparentemente inofensivas.
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La educación chilena es otro ejemplo emblemático de lo que venimos sosteniendo en este capítulo, porque ella está en crisis no sólo por sus deficiencias en el plano de la instrucción, sino también por la falta de consenso democrático respecto de un proyecto nacional común. Entonces, la mala calidad de la educación y su gestión, el cuestionado lucro y las perspectivas más tecnócratas que sociales, corresponden al tipo de país que se ha estado construyendo de manera arrolladora. La educación no se desenvuelve en el vacío, sino que se manifiesta en una sociedad históricamente determinada, en la cual interactúan sensibilidades e intereses de distinta naturaleza. Ella no es ajena a la cultura total que se expresa en una época específica. Por lo mismo, son múltiples las variables que concurren a la hora de intentar un diagnóstico y balance de lo que está ocurriendo en un área considerada estratégica desde el punto de vista del futuro de toda sociedad. Y la fenomenología del caso nacional muestra una preocupante situación. Claramente, se está en problemas si la educación en vez de aminorar mantiene o, más grave todavía, profundiza las brechas o desigualdades sociales. También se está en aprietos si la formación en valores es más declarativa que una permanente realidad incorporada en las prácticas educativas cotidianas de los distintos establecimientos.
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Y por supuesto que existen fallas si además la instrucción suministrada no logra los estándares de preparación y competencias que se exigen en la actualidad. Lo que sucede con la educación es fundamental, porque ella no sólo tiene que ver con el nivel académico que tendrán los futuros profesionales de un país, sino que también dirá mucho del tipo de personas, sociedad y civilización que se manifestarán en el futuro. Y lo que está ocurriendo hoy en el mundo demuestra fehacientemente las limitaciones estructurales de un modelo consumista que se agota inexorablemente y la necesidad de avanzar hacia un paradigma basado en la justicia, en la tolerancia y en el respeto de la diversidad y del medio ambiente. La educación tiene mucho que decir en términos de apostar por una opción en valores más liberadora del ser humano o seguir reproduciendo los mecanismos de un sistema que coloca en peligro hasta la propia continuidad de la vida en el planeta. Y nuestros hermanos mapuche, ¿hasta cuándo tendrán que seguir esperando por la dignidad que les ha sido negada por tantas y tantas generaciones? Si hay un tema complejo de tratar, es ciertamente el que se relaciona con la problemática mapuche, sobre todo porque tal realidad atraviesa prácticamente toda la historia de lo que se conoce como Chile. Ellos estaban aquí desde mucho antes. Pero de pronto todo cambió de manera infausta. Emerge el dominador: conquista, colonia y la etapa republicana del país.
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Es decir, han pasado los siglos y todavía no se encuentra una solución integral a las arbitrariedades y despojos espirituales y mensurables padecidos por un pueblo que posee títulos suficientes para persistir en sus demandas. ¿Por qué tendrían que tener confianza en un Estado que hasta el día de hoy no ha tenido la voluntad de reparar una deuda que se remonta ya muy atrás en el tiempo? Las injusticias históricas no se desvanecen jamás, pues ellas quedan impresas en el inconsciente colectivo de los grupos, comunidades o culturas que las han sufrido. Están siempre allí, como un recordatorio de que en algún momento la codicia de un poder extraño alteró las pautas ancestrales de un pueblo que se relacionaba de manera armónica con su entono. ¿Con qué autoridad se irrumpe en un espacio y se arrasa con cosmovisiones que en términos antropológicos son tan legítimas como otras y dignas del máximo respeto? ¿Por qué no resistir en defensa de los fundamentos que le brindan centro simbólico y material a una determinada cultura? Por eso es muy grave cuando se pretende descalificar o criminalizar las reivindicaciones históricas del mundo mapuche recurriendo a simplificaciones burdas, caricaturas o prejuicios que no hacen sino ahondar más la incomprensión general respecto de la mencionada problemática. Los mapuche hoy luchan por territorio y por autodeterminación, y todo indica que se mantendrán movilizados hasta que alcancen logros
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significativos en lo que consideran aspectos no negociables de sus exigencias. Si en el actual paradigma se defiende casi como algo sagrado y superior el derecho a la propiedad, entonces debería aplicarse esta misma lógica para entregar al mapuche de este tiempo las grandes extensiones que les fueron arrebatadas ayer a sus antepasados con argucias y engaños que se encuentran debidamente comprobados y documentados. El país debe abrirse a la diversidad cultural y acometer la construcción de formas horizontales de convivencia entre todos los pueblos que habitan este bello y austral lugar del planeta. La sociedad chilena tiene ante sí un desafío mayor. Nutrirse tolerantemente de los aprendizajes y experiencias de todas las organizaciones sociales, territoriales, sensibilidades políticas y de las distintas expresiones de la diversidad (étnicas, sexuales, etcétera), interesadas en construir un camino autónomo de gestión y protagonismo local, regional y nacional alternativo. En síntesis, se trata de transitar por un proceso de acumulación de fuerza ética, espiritual, social y política capaz de levantar una alternativa libertaria y humanista que cuestione frontalmente el patriarcalismo, el machismo, el autoritarismo y el clientelismo imperantes, y que tiene como único propósito conectar con los problemas reales que enfrentan hoy los distintos pueblos de Chile, proponiendo una vía de participación horizontal que permita encontrar las mejores soluciones para ellos en el marco de una perspectiva más amplia de transformación integral. Esto requiere del compromiso y la entrega constructiva de todos los participantes organizacionales, en un proceso de conocimiento recíproco, de reflexión compartida y de accionar cotidiano. No se trata de crear una 44
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superestructura o burocracias de ningún tipo, pues lo que verdaderamente importa es generar el encuentro de una relación social y política emergente, que deberá hacer su propio camino sin camisas de fuerza y sin imposiciones dogmáticas de ningún tipo. Nadie sobre nadie; ningún caudillo sobre el proyecto común. Todos al servicio de una causa noble que se despliega desde el aporte de la comunidad organizada para encontrar las soluciones que permitan una mejor calidad de vida para todos los habitantes de Chile. Ha llegado la hora de que se escuche y resuene la voz organizada de las diversas expresiones del mundo popular, de los pueblos, de las multitudes. Entendemos esta tarea como un paso importante dentro de un proceso inclusivo mayor orientado a agruparnos gradualmente y a demostrar asimismo que existe un amplio campo de coincidencias, que posibilitan emprender acciones colectivas considerando siempre las necesidades del movimiento social. Nosotros somos también parte de esta corriente de energía que camina hacia un futuro de justicia, paz y protección de todos los seres vivos y del planeta en su conjunto. Y ello es claramente así, al menos por tres consideraciones fundamentales En primer lugar, porque asumimos de que no habrá efectiva solución para los problemas y reivindicaciones de los pueblos de Chile, si es que no se generan las condiciones básicas de conciencia, organización y participación de las mayorías en los asuntos nacionales, regionales y comunales.
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En segundo lugar, porque deseamos contribuir a un PROYECTO DEMOCRÁTICO RADICAL E INTEGRAL PARA EL SIGLO XXI, sustentado en una opción preferencial por los discriminados, excluidos, explotados y todas las expresiones de la diversidad, con una clara visión de protección del medio ambiente, donde no se trata de cambiar un poder por otro, sino de avanzar hacia un orden no autoritario que promueva la liberación cultural, económica, espiritual, política, mental y social de todos los seres humanos. Y en tercer lugar, porque comprendemos que es necesario acumular fuerza ética, social, política y territorial, potenciando la autonomía y capacidad de propuesta de las organizaciones locales y de base, para emprender las transformaciones estructurales que demanda la actual sociedad chilena. El camino no estará exento de dificultades, pero sabremos atravesar los dominios de oscuridad y alcanzar finalmente los horizontes de luz y de plenitud. Pronto seremos nada más que un recuerdo que se irá esfumando paulatinamente en las dimensiones del tiempo. No defraudemos la maravillosa oportunidad de haber llegado a este plano de existencia. Amemos sin prejuicios. Jamás abandonemos a nuestra compañera y compañero, a nuestra hermana y hermano. Que el dolor y el sufrimiento propio y ajeno nos transformen en seres más delicados, fraternos y compasivos. 46
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A pesar de lo duro de ciertas circunstancias, nunca dejemos de soñar y de trabajar en pos de nuestro propio crecimiento interior. Si bien las estaciones de nuestra vida terrenal son fugaces, en cada segundo podemos forjar eternidad. Seamos generosos y verdaderos constructores de una auténtica y nueva humanidad.
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El día martes 11 de septiembre de 1973, Salvador Allende, presidente constitucional de Chile, murió prácticamente aislado en el palacio de La Moneda, acompañado apenas por un puñado de colaboradores. Un poco más de un año después, un día sábado 5 de octubre de 1974, cayó acribillado en desigual combate Miguel Enríquez, secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, luego de resistir casi solo durante varias horas a fuerzas infinitamente superiores en número y en material bélico.
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