TEMBLOR EN LAS ALTURAS Amor, soledad y resistencia en el último combate de un penquista
Ensayo, poesía & prosa
JOSÉ MIGUEL CASANUEVA WERLINGER
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osé Miguel Casanueva Werlinger, nacido el 21 de enero de 1957, ha publicado cuatro libros; tres de ellos individuales (“El odio como lenguaje. Crítica a todas las formas de discriminación e intolerancia”, 2004; “La vida en un abrir y (tres) cerrar de ojos”, 2011; y en formato electrónico “El Cáliz de la Amargura, de Iniciados y Revolucionarios”, 2012) y el otro colectivo, “Ser niño en América Latina”, que vio la luz en la ciudad de Buenos Aires en 1991. El oficio de escribir lo inició tempranamente en su etapa de estudiante secundario y lo ha acompañado toda su vida, como lo demuestran sus numerosos artículos estampados en la revista Marka y diario Correo de Lima; Página Abierta de Santiago y diario El Sur de Concepción. También fundó y dirigió, a fines de los años 80ʼ, la revista regional Periferia. Y su interés por las comunicaciones, que ha merecido distintos reconocimientos, lo llevó a incursionar además en la producción de programas radiales tanto en Chile como en el Perú, así como en la elaboración de diversos videos de carácter documental. En todos los ensayos del autor se percibe la influencia de su formación antropológica y de sus intensas búsquedas espirituales; así como se advierte elocuentemente la impronta de una praxis existencial orientada permanentemente al análisis crítico en los campos del quehacer cultural, político y social. Ello explica, entonces, su constante y definitiva desconfianza hacia todas las formas de poder e intolerancia históricamente manifestadas en la dominación económica y en el control ideológico o mental de las personas y de las poblaciones humanas.
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A todas y todos los penquistas que, desde distintas edades, actividades y sensibilidades, se agruparon en los años 60, 70 y 80 en torno a los ideales de transformación social de una joven organización que los convocó a ser protagonistas de la historia en el sentido más amplio y puro de la palabra.
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“Yo conocía bien a mis hijos. Me respetaban y querían mucho, pero por lo mismo no habrían entendido jamás que tratara de presionarlos para que hicieran algo en contra de sus principios”. Edgardo Enríquez Frödden (Médico, ex rector de la Universidad de Concepción, ex ministro de Educación de Salvador Allende, ex Gran Maestro del Gran Oriente Latinoamericano, G:.O:.L:.A:.).
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Índice
I.-
Obertura.................................................................................7
II.-
El sueño final en la hora decisiva....................10
III.- A las puertas de la historia...................................35 IV.- El futuro está aquí......................................................43 V.-
Retorno a los orígenes.............................................45
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I Obertura
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Como sucede con el universo mágico de los mitos fundacionales, entre nosotros se forjaron también historias personales, colectivas y locales que nos hablan de la construcción arquetípica de sujetos sociales que transitaron alguna vez por estos paisajes urbanos que hoy cobijan a otros seres humanos. Aunque la ciudad oficial todavía no los reconozca como parte de su identidad, lo cierto es que aquí en Concepción emergieron procesos que, desde los espacios provincianos y contando con la energía generacional de nueva voces, alcanzaron un relieve nacional e internacional marcado por el sello de las ideas, de la mística y del compromiso sin ambigüedades.
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Aquí se relatan algunas de las vivencias de un joven penquista en particular, Miguel Enríquez Espinosa (1944-1974), pero a través de sus pasos estas líneas se refieren asimismo a las experiencias de vida de muchos otros más, quienes dieron la espalda a la seguridad de sus existencias, dejando estudios, profesiones y comodidades, para correr ilusionados tras la luz de sus utopías. En este tiempo concreto de hoy, cuando el manto de la desconfianza y la decepción ciudadana cubre lapidario la política que se practica en el país, más interesada en los beneficios personales y de grupos que puede prodigar, se extraña mucho más la ausencia de un proyecto liberador cimentado en la pasión de los principios y en la coherencia ética entre el pensar, el hablar, el sentir y el hacer.
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II El sueño final en la hora decisiva
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Santiago de Chile, madrugada del sábado 5 de octubre de 1974.
¿A dónde se han ido? Concepción. Su universidad. Los sueños. El pueblo. Todos los que eran. Ahora más solos que nunca. Arrojados a las tempestades. Del cielo. De la tierra. No hay marcha atrás. El camino se torna estrecho. El Axis Mundi se estremece. Las voces se apagan. La muerte, la muerte, la muerte. Acecha. Se aproxima. Golpea.
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La primavera se hace sentir en esta parte del planeta, pero la preocupación y tristeza en los rostros de los chilenos parecen demostrar otra cosa. Las calles de la ciudad son controladas y patrulladas permanentemente, y la militarización de la cotidianeidad no puede pasar inadvertida. Las Fuerzas Armadas llevan más de un año en el poder, luego de derrocar al Presidente constitucional, Salvador Allende. El miedo se cuela, como ráfagas de viento, por todos los poros e intersticios de la sociedad. Los triunfadores no se sienten seguros todavía e intensifican los operativos de exterminio, violando desembozadamente los más elementales derechos humanos. Un sector importante de la población continúa apoyándolos, aunque la mayoría simplemente baja la cabeza y acata sumisa los nuevos dictámenes dictatoriales. Pero, existen otros, los más osados y perseguidos de todos, aunque quizá minoritarios, que optan por permanecer en sus frentes de lucha y que levantan los primeros focos de una resistencia que será desigual y extremadamente larga.
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Es ya muy de noche, la jornada del día viernes 4 de octubre ha concluido, y los moradores de la casa signada con el número 725, en la calle Santa Fe, se aprestan a dormir. Las tensiones se acumulan y se hacen visibles en todos los que allí pernoctan, quienes agotados se abandonan al cansancio, luego de haber conversado extensamente. Es la casa en la cual habita clandestinamente el médico Miguel Enríquez Espinosa, secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, organización política que enfrenta una despiadada persecución y represión de parte de los cuerpos de inteligencia de la dictadura militar chilena. Desde fines de 1973, comparte habitualmente el lugar con su pareja, Carmen Castillo Echeverría, además de otros acompañantes no siempre permanentes, como el médico Humberto (“Tito”) Sotomayor Salas y su mujer, María Luz García Ferrada, miembros también de la proscrita entidad revolucionaria. Asimismo, se suma a los nombrados José Bordas Paz (“Coño Molina”), otro alto dirigente del mirismo chileno. La hija de ella y la de él vivieron allí durante un tiempo, pero la prudencia indicó que esa convivencia familiar no podía continuar y ambas tuvieron que salir hacia otros destinos. Miguel, el hombre más buscado del país, está tendido en su cama.
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Cierra los ojos y las imágenes de su vida desfilan sin cesar ante él. Algunas de ellas pasan increíblemente veloces, casi como relámpagos; mientras que otras permanecen interrogadoras y persistentes. Hace ya varias horas que la noche ha caído sobre la capital y ha cubierto a todo el país. Son sus momentos finales. -Miguel, está experimentando su último sueño… Oníricamente, recorre buena parte de sus pasos pretéritos; habla, reflexiona y siente; salta entre territorios y paradigmas; se enfrenta a sí mismo en el espejo existencial de su propia vida. Viaja por el tiempo en dirección al puerto de Talcahuano, que circunstancialmente, por ser el lugar de trabajo del padre, le vio nacer un día 27 de marzo de 1944, en el Hospital Naval. Es un penquista, pero que viene al mundo de la mano de la brisa y del oleaje marino. Recuerda a sus padres: Edgardo Enríquez Frödden y Raquel Espinosa Townsend.
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Recuerda a sus hermanos: Marco Antonio y Edgardo. Recuerda a su hermana: Inés, la menor de todos. Él era el tercero de los hijos. Ingresa a su hogar familiar, primero en el Apostadero Naval, y desde los dos años, en la calle Roosevelt 1674, de la ciudad de Concepción. Con anterioridad, sus padres habían residido en Caupolicán 112, a muy pocas cuadras de la principal plaza penquista. Visita el Colegio Inglés y el Liceo de Hombres de Concepción, conocidos y prestigiosos establecimientos educacionales donde estudió. Emergen nítidos los rostros de condiscípulos y de profesores. Recorre el parque Ecuador, el cerro Caracol, el Barrio Universitario, la desembocadura del Bío-Bío, San Pedro, la zona minera, Penco, Lirquén, Tomé, Dichato, Chiguayante, Hualqui, etcétera. La Plaza Perú y la Diagonal Pedro Aguirre Cerda, testigos de innumerables y masivas marchas hacia el centro de la ciudad. Siente la lluvia sureña que cae copiosa sobre su cara; y experimenta la calidez del chaquetón azul marino en esos días ventosos y húmedos tan propios del invierno de Concepción.
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Escucha nuevamente los acordes de la música que más le gustaba; ve los libros que siempre atesoró y que leyó con fruición; y su cuerpo conecta con los deportes que practicó con verdadero placer. Se reencuentra con las interminables conversaciones compartidas con sus hermanos y amigos, con los “malones”, con las fiestas universitarias, con los paseos a la playa y también con los primeros amores de su época estudiantil. ¿En qué momento comenzó todo? ¿Qué influencias le hicieron seguir el camino sin atajos que adoptó como sentido? La explicación se encuentra en el entrecruzamiento de circunstancias familiares, nacionales e internacionales. Las luchas anticolonialistas. La irrupción de los jóvenes como actores colectivos en diversos puntos del planeta. La liberación femenina y el ecologismo. La Revolución Cubana y el Che. La coexistencia pacífica y la polémica chino-soviética. La escisión del campo socialista.
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Y en un instante significativo, su auto profecía, del 1 de enero de 1962. “Juro que si he de escribir o hacer algo en la vida será sin temor ni pusilanimidad; sin horror al qué dirán; con la franqueza que salga de mi cerebro; que ha de ser libre de prejuicios y dogmas. Si no soy de constitución valiente, me haré valiente por la vía racional”. Su juvenil interés por la política y su temprana vinculación al Partido Socialista. Después, la ruptura y la búsqueda de otras instancias desde donde asentar su compromiso. La Universidad de Concepción y sus estudios de medicina, combinados con la participación organizacional en nuevos núcleos. Llega la hora de la Vanguardia Revolucionaria Marxista (VRM-Rebelde). Las compañeras y compañeros de medicina, como su amiga Beatriz (“Tati”) Allende, hija de quien sería posteriormente Presidente de la República. Sus viajes a China, Perú y Cuba. La Guerra de Vietnam. La vida y el sacrificio se entrelazan y se dan la mano: “Insurrección o Morir”. La fundación del MIR, un 15 de agosto de 1965. ¿Movimiento o partido?
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Un camino diferente al de la izquierda tradicional. “El MIR fundamenta su acción revolucionaria en el hecho histórico de la lucha de clases. Los explotadores, por un lado, asentados en la propiedad privada de los medios de producción y de cambio; y por otro, los explotados, mayoría aplastante de la población, que sólo cuentan con la fuerza de trabajo, de los cuales la clase explotadora extrae la plusvalía. El MIR reconoce al proletariado como la clase de vanguardia revolucionaria que deberá ganar para su causa a los campesinos, intelectuales, técnicos y clase media empobrecida. El MIR combate intransigentemente a los explotadores, orientado en los principios de la lucha de clase contra clase y rechaza categóricamente toda estrategia tendiente a amortiguar esta lucha” (Congreso de Fundación, Declaración de Principios). La caída en combate de Camilo Torres Restrepo, cura guerrillero colombiano. Diálogo y cooperación entre cristianos y marxistas. Elegido Secretario General a fines del año 1967, en el III Congreso, a los 23 años de edad. ¿Cómo huir de los riesgos de una conducción política que se deslizara hacia el personalismo? El tremendo impacto de la muerte del Che en Bolivia. Su matrimonio en 1968. El Mayo Francés.
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Se recibe de médico, junto a Bautista, su inseparable amigo. La tajante condena del MIR a la invasión soviética a Checoslovaquia. “Sabemos que este rechazo a la intervención será utilizado por la reacción y el imperialismo. Esto es responsabilidad de la URSS. Ya se escucha el griterío del imperialismo y sus secuaces radicales, nacionales, democristianos, etc., que rasgan sus vestiduras por el principio de la ʻno intervenciónʼ. Son los mismos que nada dijeron para las criminales intervenciones yanquis en Santo Domingo, Vietnam y Cuba. Pretenden descalificar así el camino socialista. No lo conseguirán. Es tarea de la izquierda revolucionaria del mundo demostrar que ése no es el socialismo por el cual combatimos, sino que es una desfiguración heredada de los períodos más negros de las primeras repúblicas socialistas del mundo”. La Reforma Universitaria, en el plantel superior penquista. Discusiones, propuestas, marchas y enfrentamientos. La gran movilización en repudio del allanamiento del Barrio Universitario, encabezada por su propio padre, masón y radical, rector en ese entonces. La llegada del hombre a la luna. Un formidable paso adelante de la ciencia y de la tecnología. El nacimiento de su hija Javiera, en octubre de 1969.
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La primera clandestinidad y represión en las postrimerías del gobierno de Eduardo Frei Montalva y las acciones directas. La mano dura de la llamada “Revolución en Libertad”, del Partido Demócrata Cristiano (1964-1970). Casi un juego, para lo que vendría después. El triunfo electoral de la Unidad Popular, 4 de septiembre de 1970, y la “vía chilena al socialismo”. De las dudas iniciales, al “apoyo crítico” del proceso que se iniciaba con tanto entusiasmo y expectativas. “Actualmente muchas cuestiones fundamentales son aún interrogantes. Habremos de observar objetivamente el proceso, con el socialismo como única meta, entendiendo que nuestras posibilidades de apoyo u oposición a lo que la UP realice, no significarán desviaciones oportunistas nuestras, en la medida que tenemos claros nuestros objetivos y nuestro camino. Por incorporarnos al proceso que la UP conduce, corremos el riesgo de ayudar a sepultar en el desprestigio el camino del socialismo en Chile y América Latina, si sus vacilaciones priman sobre sus avances y el proceso se frena. No obstante una oposición ʻpuristaʼ y ciega puede aislarnos de un proceso que, pasando por un enfrentamiento de clases históricamente significativo, pueda ser el inicio del camino al socialismo. En lo inmediato, pues, empujaremos desde aquellos aspectos que coincidan con nuestra política” (Secretariado Nacional MIR, 28 de septiembre de 1970).
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Un grupo de derecha asesina al comandante en jefe del Ejército; y por su parte el PDC exige una Carta de Garantías Constitucionales a la coalición triunfante. La reacción interna y externa no logra impedir la asunción del mando el 4 de noviembre de 1970. Allende se instala en La Moneda. El Grupo de Amigos Personales (GAP), creado para proteger al primer mandatario. La relación siempre franca, cordial y leal con el Presidente Salvador Allende. El asesinato del estudiante mirista Arnoldo Ríos, en el Barrio Universitario de la ciudad de Concepción, como consecuencia de un enfrentamiento entre fuerzas de izquierda. Un preocupante y triste presagio. La anulación de su matrimonio. El dolor ante la muerte accidental de Luciano Cruz Aguayo, a los 27 años de edad, el 14 de agosto de 1971, carismático e indiscutido líder de masas del MIR. Otra vez el sectarismo se hace presente. Los inesperados escollos que deben superar para que sus restos sean velados en un local sindical.
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Y a los pocos días, el 19 de agosto de 1971, el suicidio con gas de cañería, de su compañera francesa y militante del MIR, Martine Hugues Jouet, quien en su carta de despedida solicitó “que la imagen de Luciano nunca se transforme en aval para una burocratización del partido y de las ideas revolucionarias”. Y como si lo anterior ya no fuera suficiente, el intenso sufrimiento que le produjo el suicidio de su ex mujer, Alejandra Pizarro, madre de su hija Javiera, el 5 de noviembre de 1971. El período prerrevolucionario y el acelerado crecimiento partidario en distintos frentes del movimiento social y de masas (estudiantes, pobladores, campesinos, mapuche). “Ya no basta con rezar”. El Movimiento de Cristianos por el Socialismo. Las corridas de cercos en el campo y las tomas de terrenos en las ciudades. La Asamblea del Pueblo en Concepción: construcción de una opción desde las bases. Se intensifica la campaña interna de desprestigio del gobierno, la que contó con asesoría y financiamiento externo. Sectores de las capas medias sucumben ante tal arremetida, y en distintos momentos se producen los paros de los camioneros, de los comerciantes, de los gremios profesionales, de los mineros del cobre, y hasta de los estudiantes.
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El desabastecimiento de productos de consumo cotidiano, vía el acaparamiento utilizado para desestabilizar al gobierno, genera colas interminables en los almacenes y contribuye a configurar una artificial sensación de desorden productivo y de caos generalizado en la sociedad. Aumenta la tensión. La Ley de Control de Armas abre paso a múltiples allanamientos. Se multiplican las advertencias sobre la inminencia de un Golpe de Estado. Sectores de las Fuerzas Armadas son reprimidos por su postura constitucionalista. Las consignas reflejan la intensidad del momento: “Nadie nos trancará el paso”; “El pueblo uniformado también es explotado”; “A evitar o a ganar la guerra civil”. Los pobres del campo y de la ciudad. Las dos perspectivas estratégicas, organizacionales, programáticas y tácticas al interior de la izquierda chilena. La disyuntiva planteada entre reformismo o revolución. Pero a pesar de todo, el gobierno logra positivos resultados electorales en los años 1971 y en marzo de 1973, impidiendo así que la oposición alcance el quórum necesario para acusarlo constitucionalmente. Frente a un cuadro evidentemente crítico, la izquierda revolucionaria apuesta por la creación de un Poder Popular alternativo e independiente del Estado burgués.
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“La tarea política fundamental planteada hoy a la clase obrera y al pueblo es pasar a una posición esencialmente ofensiva frente a la arremetida patronal en desarrollo. Es acumular fuerza de masas necesaria para impedir o ganar la guerra civil, si los patrones y los sectores reaccionarios deciden desatarla; para impedir la capitulación frente al peligro de la guerra civil, y para conquistar posiciones decisivas en la lucha por la conquista del poder para la clase obrera y sus aliados, imponiendo un verdadero Gobierno de los Trabajadores. Este proceso de acumulación de fuerzas persigue la constitución de un bloque social revolucionario donde la clase obrera dirija socialmente a los pobres de la ciudad y del campo y a la pequeña burguesía y reconozca como su conducción a una alianza política en la cual los revolucionarios y los sectores radicalizados de la izquierda sean predominantes. La construcción de este bloque social revolucionario y el desplazamiento de la conducción reformista al movimiento de masas requiere de un impulso a la agitación del Programa Revolucionario del Pueblo en el seno del movimiento de masas y la creación de los Comandos Comunales de Trabajadores como tareas principales” (Resoluciones del Comité Central sobre la situación política nacional, mayo de 1973). -Y el sueño de Miguel, continúa desplegándose… La exigencia no menor de saber distinguir entre las contradicciones fundamentales y las secundarias; entre las que separan al pueblo de sus enemigos y las que se generan dialécticamente en el propio campo del movimiento de masas.
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La capitulación del gobierno de la Unidad Popular y la incorporación de militares al gabinete. La presión económica, social, política y sediciosa de la oposición que no da tregua. Ya vendrá la armada. El 12 de junio de 1973, nace su hijo Marco. El “Tancazo” del 29 de junio de 1973. Y las posibilidades que también se esfumaron o perdieron luego de ser sofocado este preparatorio y restringido alzamiento militar. ¿Se podría haber detenido el reflujo que ya empezaba a experimentar paulatinamente el movimiento de masas? El último discurso público en el Teatro Caupolicán de Santiago. Las cartas habían sido echadas. “Por eso, por encima de la presión reaccionaria, no es éste el momento de cuestionar o limitar el desarrollo del Poder Popular como lo hacen algunos vacilantes de la izquierda. Dejemos que griten los politicastros reaccionarios, aterrados con el desarrollo del poder popular. Pese a todo, a lo largo y ancho del país se oye un solo grito que resuena en las fábricas, fundos, poblaciones y liceos, en los cuarteles del pueblo: el llamado a crear, a crear, fortalecer y multiplicar el Poder Popular, el poder de los Comandos Comunales, el poder de los obreros y de los campesinos, el poder de la revolución” (17 de julio de 1973).
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El 22 de agosto de 1973, la Cámara de Diputados aprueba un Proyecto de Acuerdo en el cual señala que el gobierno de la Unidad Popular ha “quebrantado la Constitución y la legalidad vigente”. Un día más tarde, Augusto Pinochet Ugarte es nombrado Comandante en Jefe del Ejército, en reemplazo del general Carlos Prats González. Allende considera llamar a un plebiscito. Pero ya es demasiado tarde. Quedan muy pocos días. La capacidad de maniobra se ha estrechado al mínimo. El gobierno está acorralado y ha perdido la iniciativa. Y el Partido Demócrata Cristiano, conducido por sectores muy duros, privilegia su alianza opositora con el Partido Nacional y maniobra políticamente para que se produzca el desenlace final. Los recuerdos del Frente Popular español surgen espontáneos. ¿Habrá un levantamiento como el de Franco y luego una larga guerra civil? No fue así. El Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 abrió casi inmediatamente, en lo simbólico, psicológico y material, un nuevo período caracterizado como contrarrevolucionario.
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Después emergen la resistencia contra la dictadura y las dificultades para preservar a la organización revolucionaria y proteger a sus cuadros de la represión. La pena, angustia y rabia frente a la detención y desaparición del médico Bautista van Schouwen Vasey, alto dirigente del MIR, un 13 de diciembre de 1973. Los intensos movimientos realizados en su búsqueda, sin ningún resultado positivo. Un amigo de toda la vida; su cuñado, casado durante un lapso con su hermana Inés; un compañero de estudios y de partido; un verdadero hermano, en todo el sentido de la palabra. ¿Por qué no hubo un mejor escondite para él y Patricio Munita, su ayudante personal? ¿Quién los denunció? ¿Algún miembro perteneciente a la parroquia de los Padres Capuchinos donde se encontraban transitoriamente hospedados? ¿Acaso no era mucho más factible una delación debido a las numerosas personas que circulaban por la mencionada comunidad religiosa ubicada en pleno centro de Santiago? ¿Por qué estaban tan escasos de infraestructura y de medios materiales? Por razones de seguridad, junto a Carmen Castillo, toma la decisión de que Javiera (su hija con Alejandra) y Camila (hija de Carmen y Pascal), salgan al extranjero, abandonando la casa de calle Santa Fe. Las niñas, de no más de cuatro años, encuentran refugio en la Embajada de Italia. Su otro hijo, Marco, cuya madre es Manuela Gumucio, hace ya tiempo se encuentra a salvo fuera del país.
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¿Cómo pudo cargar con tanto dolor y con la inmensa responsabilidad de conducir a su joven partido, igual que él, que bregaba por convertirse en el faro de la opción revolucionaria para Chile? Él sabía que su papel no sería fácil, que tendría que sortear muchos obstáculos, y superar las incomprensiones personales y las diferencias políticas e ideológicas propias de la época. Pero siempre va hacia adelante, convencido de sus elaboraciones intelectuales y de la justicia de su causa revolucionaria. Nada lo detiene. Ni el reformismo, ni la dictadura. ¿Es capaz de reconocer sus propios errores de percepción en materias políticas? ¿Puede visualizar sus propias limitaciones? ¿No estará oponiéndose a fuerzas increíblemente superiores en todos los planos? -Miguel, se mueve inquieto en la cama, su sueño hace un giro y retorna otra vez al mes de septiembre de 1973… La madrugada del 11 ya presagiaba lo que estaba ocurriendo a nivel nacional. Entonces, se hace efectiva una tempranera y urgente reunión de la Comisión Política para evaluar los acontecimientos en curso, marcada por la ansiosa discusión en torno a las diversas y rápidas medidas que se debían adoptar para enfrentar el golpe.
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No había tiempo que perder. Y en tal contexto, sobresale nítido el llamado telefónico que le hizo a Salvador Allende, a través de su hija Beatriz (“Tati”), el mismo día 11 de septiembre de 1973. Él se jugó esa posibilidad, y también su organización, porque les pareció que en la desesperada situación de esa mañana había que actuar con premura y sin vacilación. Para que no se repitiera lo acontecido durante el “Tancazo”. ¿Y si el presidente hubiera aceptado su ofrecimiento de sacarlo del palacio de La Moneda para resistir desde algún barrio popular de Santiago? Un movimiento táctico que permitiera elevar el estado de ánimo de las masas; que hiciera sentir que aún no estaba todo concluido. Resistir con más fuerza el golpe; jugar quizá una carta de más largo aliento… Piensa, que a lo mejor se podría haber ganado tiempo, transformando la acción de rescate en un elemento subjetivo que estimulara el deseo de combate de las fuerzas izquierdistas, porque a fin de cuentas los aspectos emocionales también juegan un papel importante en los cursos de acción, tanto en los enfrentamientos de clases como en las guerras convencionales. Algo así como que Allende no acepta las condiciones de los golpistas y desafía la arremetida sediciosa desde el seno del propio pueblo que, según se escuchaba decir corrientemente en la época, se levantaría como un solo hombre para defender a su gobierno y a su presidente.
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Quizá se habría podido, incluso, erosionar en algo la monolítica obediencia que mostraban hasta el momento las fuerzas militares golpistas, que ya antes habían perseguido a los uniformados proclives a las ideas izquierdistas, permitiendo que aflorara alguna brecha de disenso, aunque fuera menor, a nivel de ciertos oficiales y de la tropa. Pero, el primer mandatario rechazó su oferta e insistió en mantenerse al interior del edificio ubicado en pleno centro capitalino. Sin embargo, recuerda también claramente que éste en algún sentido le traspasó la posta directamente a él, cuando le envió el siguiente mensaje: “Ahora te toca a ti, Miguel”. Ello importaba una doble lectura, pues por un lado el presidente se mantenía dentro de los cauces de su proyecto reformista; pero, por el otro, abría la puerta a una resistencia armada que no estaba dispuesto a conducir desde territorios que no fueran los institucionales. Extraña manera de sacrificarse heroicamente en el eje simbólico del mismo orden que ahora lo atacaba desde tierra y aire. ¿Acaso Allende quería pasar a la historia como el presidente gradualista fiel a su programa de gobierno y que se mantuvo hasta el final dentro de los límites legales de la institucionalidad vigente? ¿Temió cargar con la responsabilidad de una guerra civil y optó por su inmolación personal, pensando evitar así la represión que de todas maneras se dejó caer en contra del pueblo indefenso?
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Dadas las condiciones objetivas y subjetivas del momento, ¿tendría razón Allende en su apreciación de la encrucijada? Pero aún así, su mensaje telefónico no dejaba dudas que comprendió cabalmente que la política había entrado inexorablemente por el camino de las armas, y que la contienda de clases tendría un desenlace violento. La negativa del presidente, le indicó inmediatamente a Miguel que la situación se tornaba cada vez más crítica, porque seguramente el primer mandatario ya se había formado la convicción de que los golpistas tenían el campo abierto para controlar rápidamente las distintas zonas del país. La “vía chilena al socialismo” se caía a pedazos y a balazos. Y fueron muy pocos los que la defienden en su hora más crucial. Y hasta sus partidarios más acérrimos la abandonan a su suerte. Los focos de resistencia fueron mínimos, sorprendiendo incluso al mundo que colocaba entonces su atención en lo que sucedía en Chile. Seguramente, la situación parecía irremontable. Pero también, como es sabido, hubo miedo y faltó audacia. Y lo más importante: conducción. Más tarde, el mismo día 11, a eso del mediodía, se verifica en Indumet una reunión de coordinación con otras fuerzas de izquierda; después se produce un intenso enfrentamiento con unidades golpistas que habían llegado al sector, pero se logra eludir el cerco.
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Y subrepticiamente se comienza a instalar en los leales al proceso de cambio una amarga sensación: que el único horizonte que se perfilaba ante los ojos era la del inevitable repliegue. Todo podría haber sido distinto si los obreros se tomaban las fábricas; si lo pobladores bloqueaban los accesos y se atrincheraban en sus espacios territoriales; si los estudiantes se hacían de sus establecimientos, etc. Una multiplicidad de focos que hubieran dispersado a las unidades golpistas… Pero la correlación de fuerzas se presentaba demasiado desequilibrada, y prácticamente nadie contaba con armamento para emprender una resistencia seria. Las masas desaparecieron de escena, y muchos confiados en que de alguna parte surgiría el aprovisionamiento logístico que permitiera alterar la desesperada situación, esperaron en vano y tuvieron que rumiar su frustración. Nunca hubo un ejército guerrillero de miles de extranjeros “subversivos” como majaderamente se insistió después para justificar el Golpe de Estado. ¿Qué estaría sucediendo en otras provincias del país? ¿Existiría alguna opción de revertir lo que parecía ser una aplastante realidad?
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¿Qué pasaría en Concepción, bautizada por algunos como la “zona roja” de Chile? Se perdían las esperanzas… La reacción conservadora había tomado por asalto el palacio de La Moneda y abortado prestamente todos los intentos espontáneos por contrarrestar el alzamiento militar. Las masas, desgastadas, confusas y carentes de dirección, se sumieron en un reflujo profundo que desde meses antes le venían restando el ímpetu que se requería para enfrentar un golpe que asestaría una de las peores derrotas que haya conocido el movimiento popular chileno. Salvador Allende había muerto. La contrarrevolución había llegado para quedarse. Se produce el desbande y muchos sólo piensan en salir del país. El MIR no se asila. “No es el momento de dar u ofrecer batallas decisivas, tampoco de fijar objetivos inalcanzables a los trabajadores e impracticables para ellos (tácticamente) por su grado de desarticulación, su estado de ánimo y por la represión. Las formas de lucha, también, por heroicas que aparezcan y por atractivas que resulten para sectores de vanguardia, no pueden pretender pasar por encima del nivel de conciencia y estado de ánimo de las masas, de su capacidad de recepción y acción.
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Al mismo tiempo, eso sí, el movimiento de masas no irá espontáneamente mucho más allá de su actual estado de ánimo y desarticulación, menos aún cuando la clase dominante ha desenfundado por completo su aparato militar frente a los trabajadores y lo deja caer implacablemente sobre ellos. Si bien no podemos pasar por encima de su estado de ánimo y conciencia, debemos y podemos, por medio de una táctica política y militar adecuada, acelerar esa reanimación e incorporación a la lucha contra la dictadura y por la revolución. Habremos de desarrollar dos grandes líneas que se crucen en su desarrollo y en las que el desenvolvimiento de una depende de la otra y viceversa. Estas serán: por un lado la línea política de masas, y por el otro la línea militar de masas, donde la palanca impulsora de ambas será el partido” ((La táctica del MIR en el actual período, diciembre de 1973). ¿Habrán sido suficientes los esfuerzos para contrarrestar la contundente arremetida golpista? En lo inmediato, ¿qué se podría lograr sin el concurso del pueblo? ¿Qué pensarán mañana las futuras generaciones respecto de lo que sucedió en Chile un día 11 de septiembre de 1973? -Y así como comenzó, el sueño y viaje de Miguel llega a su término. Ahora lo que cuenta, es otra vez el incierto presente… Hay que despertar. Hay que seguir caminando. Hay que continuar luchando. José Miguel Casanueva Werlinger Concepción-Chile 2012
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III A las puertas de la historia
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Santiago de Chile, mañana del sábado 5 de octubre de 1974. Miguel, despierta… También todos los demás que durmieron en el lugar durante la noche. Estamos en la misma casa de su último y largo sueño, la de calle Santa Fe 725. Es el día final. Le quedan muy pocas horas de vida. ¿Habrá intuido algo? No lo sabemos. Pero, seguramente, estaba muy consciente de que la caída de muchas compañeras y compañeros estrechaba el cerco que conducía hacia él. Como era habitual, sale a realizar las tareas que le eran propias, en su calidad de secretario general del MIR. También dejan el inmueble el médico Humberto Sotomayor Salas y José Bordas Paz (“Coño Molina”), encargado de la Fuerza Central. Según se ha sabido, ambos tienen la misión de brindar la máxima protección al líder revolucionario. Por su parte, Carmen debe tratar de encontrar lo más pronto posible una nueva vivienda.
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Se reencuentran todos en la casa aproximadamente a las 13:00 hrs., y no a las 15:00 hrs., como había quedado establecido inicialmente en la mañana. Carmen ingresa a las dependencias, y advierte inmediatamente que los tres hombres se deshacían de papeles a toda prisa. No tuvo que preguntar nada. Estaba claro lo que acontecía en ese instante. Los primeros contingentes enemigos ya se desplazaban en el exterior y habían dado con el inmueble. Pronto, llegarían al lugar muchos refuerzos más. Comienza el enfrentamiento. Probablemente, él sabía que tarde o temprano lo encontrarían. ¿Pero habrá imaginado alguna vez que en los momentos terminales de su existencia combatiría prácticamente solo? El pueblo no está. Su partido transita por infaustos momentos. Y él lucha pensando en el futuro.
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La escena lo dice todo. Carmen, yace en el suelo, herida gravemente; y los otros dos compañeros huyen del teatro de operaciones al creer que Miguel, también alcanzado por los impactos provenientes de la calle, se encontraba irremediablemente muerto. Sin embargo, él seguía vivo. Una soledad que duele cuando nos lo imaginamos levantarse, disparando por horas a un contingente represivo numeroso y ávido de capturar a quien encabezaba el proyecto revolucionario más osado que haya conocido Chile a lo largo de su historia. ¿Por qué tuvo que ser así? ¿Por qué demoró el cambio de casa? ¿Por qué se atrasó la opción de una parcela más alejada y con mejores condiciones de seguridad? El líder abandonado a sus circunstancias; el conductor incomprendido que se sacrifica en su propia enseñanza. Pasan los segundos, los minutos y las horas… Resuena su grito desgarrador a todos los vientos, a los cuatro puntos cardinales.
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Exige el fin de los disparos, porque una mujer que se desangra necesita inmediata atención médica. Ella es Carmen, la compañera que lo amó y siguió hasta donde pocos pueden llegar. ¿Alcanzaría a susurrarle algunas palabras a modo de adiós? De pronto, todo se detiene. Miguel deja de disparar. Miguel ya no respira. Miguel se ha ido. El secretario general ha muerto, acribillado por diez balazos, luego de resistir valientemente a un enemigo muchas veces superior en hombres y en material bélico. ¿Habrá pensado en un desenlace de tales características? Posteriormente, Sotomayor se asila y termina siendo expulsado del MIR. En cambio, Bordas persiste en la lucha y muere a los pocos meses en manos de los organismos represivos. En el ocaso, son tantas las preguntas que quedan sin respuestas. Era muy joven para morir, dirán algunos. ¿Existe una edad para ello? En su caso, fue a los 30 años.
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Pero en tres décadas, entregó lo que otros no brindan ni en un siglo. A lo mejor concentró en sus manos más de lo que debía, inspirado seguramente por la ortodoxia de ciertas tesis referenciales. Quizá, también, su excesiva energía y vehemencia no siempre fueron bien entendidas. Pero él representaba, en gran medida, el alma de la organización revolucionaria, y para todos los militantes constituía un estímulo superior saber que se encontraba en algún rincón de la capital; que no se iría del país y que seguiría resistiendo a las fuerzas reaccionarias. “Si el MIR se exilia, de hecho deserta; lo que no sólo tiene valoraciones éticas negativas, sino que en el caso particular de Chile es renunciar a cumplir con tareas que son hoy posibles y necesarias... Si el MIR exilia a sus cuadros, atrasa por decisión consciente la revolución en Chile, desaprovecha condiciones favorables concretas, renuncia a su papel histórico, abandona, cuando puede y debe cumplir su papel, a la clase obrera y al pueblo a su suerte. El temor a la represión no justifica esto. La deserción histórica es siempre condenable por más que se disfrace de las más eufemísticas argumentaciones políticas” (Miguel Enríquez, 1974. Respuesta a un documento emitido por un grupo de compañeros de la ʻcoloniaʼ Valparaíso).
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Su consecuencia está a la vista. Y su ejemplo traspasó las fronteras nacionales. Por eso su muerte fue tan devastadora. Él se negó siempre a salir del país. Era una opción que le parecía inconcebible, que no guardaba ninguna relación con la imagen que había construido de los revolucionarios. No aceptaba la idea de dirigir a la organización desde el exterior, mientras otros que no pudieran seguir igual camino, tendrían que permanecer en Chile con todos los riesgos que ello implicaba. Por lo que se sabe, en algún momento se barajó tal idea, pero él la eludió sistemáticamente. En otras experiencias revolucionarias existen variadas evidencias de que hubo destacados dirigentes que debieron abandonar temporalmente sus trincheras de lucha, pero él jamás la consideró para sí. Su temple de conductor y guerrero se lo impedían. En verdad, el MIR nunca se recuperó del impacto emocional, sentimental y subjetivo que le provocó la partida de Miguel. Aunque todos sabemos que la lucha continuó durante muchos años más, con diversas y elocuentes muestras de entrega y de heroísmo de numerosos militantes, nadie fue capaz de llenar el inmenso vacío que dejó el secretario general tras su muerte en la calle Santa Fe.
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Fue quizá un anticipo profético de lo que le ocurriría más adelante a toda la organización: el ocaso. Nada de mistificaciones. Pero, lo que sucede es que a Miguel se le extrañó. Se le admiró. Se le necesitó. Y junto a él, también se recordaba a Bautista, a Edgardo y a Luciano, y a tantas y tantos más. La suerte corrida por los hermanos Enríquez Espinosa, a la que se puede sumar también la de Bautista, se asemeja en muchos aspectos a la entrega sin límites a una causa y al trágico destino que rodeó, en otro momento histórico, a los hermanos Carrera Verdugo, y su avatar por la senda de la independencia nacional. Y en los 80, cómo no recordar a los asesinados hermanos Vergara Toledo. Y si esta es toda la vida que tenemos, la mejor forma de atravesarla es compartiéndola colectivamente junto a los demás, en los sueños de las noches y también de los días. Miguel, nunca sabría que el hijo suyo que esperaba Carmen, moriría en el extranjero a poco de nacer. El genocidio padecido por el MIR, puede resonar como ocurrido en un espacio y tiempo muy distantes. Pero ello no es así. Sucedió aquí mismo, hace no muchas décadas. Nunca debería olvidarse.
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IV El futuro está aquí
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Cada tiempo tiene sus propios desafíos, y hay que saber descifrar los mensajes que contiene. Pero también existe una transmisión de experiencias que es necesario considerar y analizar. Por muchas razones, el MIR no ha cerrado el círculo y continúa de duelo. Y será capaz de fundirse plenamente en los nuevos procesos sociales, cuando se reconozcan dialécticamente las lecciones de sus errores y de sus aciertos; y sobre todo cuando nuevas manos sean capaces de forjar y levantar un proyecto de cambio libertario y revolucionario, que interprete las aspiraciones de todos los discriminados, explotados y excluidos que sufren las consecuencias del actual capitalismo globalizado y neoliberal. El sortear con dignidad y éxito los desafíos sociales del presente, ya no es responsabilidad del MIR, pues esta organización ya cumplió con creces su ciclo político e hizo lo suyo en décadas pretéritas de la historia de Chile. Ahora, son otras generaciones, inspiradas seguramente en las luchas de ayer, pero sin copias ni traslados mecánicos de ningún tipo, las que tienen la misión de avanzar hacia el horizonte más alto de libertad y de justicia que sea posible alcanzar para todos los seres humanos que habitan este austral territorio del planeta. La vida continúa… Y el siglo XXI tiene la palabra.
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V Retorno a los orígenes
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¿A dónde se han ido? Concepción. Su universidad. Los sueños. El pueblo. Ha pasado el tiempo. Pero las huellas están todavía frescas. Como si recién hubieran sido impresas. Han arribado nuevas generaciones. Otros jóvenes están aquí. Tienen derecho a ser diferentes. Que vuelen muy alto. Sin dogmas. Sin prejuicios. Sin control mental. En amor. En diversidad. En pensamiento. El 2011 los regó por todos lados. A lo largo. A lo ancho. Abajo. Encima. Del país. Reconocen los signos. Escuchan, oyen y ven. Se mueven hacia el futuro… ¡Que así sea!
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La ciudad continúa aquí, en su mismo lugar, luego del estremecimiento telúrico que le provocó el reciente terremoto del 27 de febrero de 2010. Ha cambiado, no hay duda de ello. Pero sigue en deuda, con muchas de sus hijas e hijos que ayer, en los años 60, 70 y 80, la estremecieron socialmente con su estética, mística y sueños rebeldes. No sabemos cuándo ocurrirá el reencuentro, y tampoco si seremos testigos de tal acontecimiento, pero estamos convencidos de que algún día Concepción abrazará a las generaciones que recorrieron sus calles con la esperanza grabada en sus consignas y en el corazón.
Aunque la ciudad oficial todavía no los reconozca como parte de su identidad, lo cierto es que aquí en Concepción emergieron procesos que, desde los espacios provincianos y contando con la energía generacional de nueva voces, alcanzaron un relieve nacional e internacional marcado por el sello de las ideas, de la mística y del compromiso sin ambigüedades. José Miguel Casanueva Werlinger
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