DIEZ DÍAS EN EL FIN DE UN MUNDO: LOS ÚLTIMOS ( VOCES DE LA LAPONIA ESPAÑOLA ) PACO CERDÁ. Ed. Pepitas de calabaza. 2017. “ El mantra en que se educaba a la juventud es fácil de resumir : estudia mucho y vete, y no vuelvas porque será visto como un fracaso…” Las ruinas tienen el efecto de despertar preguntas en el espectador. Las ruinas, algo que ha sido declarado inútil y entregado al abandono. Algo antes útil, deseado, levantado con esfuerzo, donde la vida pudo desarrollarse, que un buen día se decide abandonar. Es esta declaración de algo como inútil la que determina la ruina. Son muchos los libros que últimamente se preguntan por cómo se llegó a esto, que indagan y tratan de comprender las ruinas de un país y una sociedad. Entre estos libros, el de Paco Cerdá, esta “ incursión por el corazón europeo de la despoblación… para escuchar las voces y desentrañar los silencios de sus moradores”, según sus propias palabras, se ha convertido enseguida en uno de nuestros favoritos. El escenario, el Sistema Ibérico, esa gran mancha marrón que en los mapas escolares cruzaba desde La Rioja hasta Levante. El argumento, el lento arruinarse del corazón de un país. Los protagonistas, esos últimos a los que alude el título, supervivientes y resistentes a los que el libro da voz. En este escenario, “un mundo que perece a espaldas de la civilización urbana”, el concepto de ruina es algo más que una metáfora o un elemento pintoresco, es la clave que da, o quita, sentido a toda una sociedad, que todo lo determina. “ La hemorragia no hace más que avanzar, primero fue por la emigración; ahora es porque se mueren los últimos habitantes que quedan en cada rincón”. “Desiertos demográficos sin posibilidad de regeneración, los llaman los geógrafos. El vacío se siente en ellos”. “ Lo que era pura estadística ya es una sensación que ha penetrado en el sentir”. El fin de un mundo adquiere en estas páginas perfiles claros y dramáticos, especialmente visibles por ese vacío sobre el que se recortan las figuras de sus protagonistas, por esa soledad donde sus voces se escuchan con nitidez. Pero, además, creemos que, gracias a su estilo y a la forma de aproximarse al tema, este libro se convierte en un ejemplo a seguir. Creemos que adquiere un valor que va más allá del caso concreto que documenta. A todos aquellos incómodos con la corriente uniformizadora de los tiempos presentes, estas historias no debieran resultarles indiferentes. Puede resultar lejano pero, aun viviendo en un gran barrio alejado del campo, trabajando en la última fábrica del polígono, buscando una lechuga fresca en la última tienda de ultramarinos, la última tasca naufragando en un mar de enotecas y gastrobares, todos podemos ser los últimos, y tener que elegir entre dos calles, la de la renuncia o la de la resistencia. A todos nos pueden resultar cercanas palabras como las de Blas, el de Maderuelo: “Aquí está mi vida y me duele imaginar que cualquier día se pierda… creo que las raíces son importantes… que hay una sabiduría popular que merece ser conservada, pero las corrientes económicas y administrativas no van por ese camino… hace tiempo que las corrientes dejaron atrás esta tierra y eligieron para fluir el mundanal ruido, con sus productores y consumidores todos bien reunidos en grandes rebaños y siguiendo al unísono la misma música, el mismo tambor”
EL ARTE DE DAR VOZ. “El narrador ha convertido la serranía en el paisaje moral de sus novelas al contraer una acto de militancia doble: con la historia y la cultura de la derrota y con los perdedores de todo, con los que nunca han tenido voz. La voz de los que jamás han sido nombrados”. Así habla nuestro autor sobre la obra del novelista Alfons Cervera, con el que conversa en su viaje, pero estas palabras bien podrían, en cierta manera, aplicarse a la forma en que Paco Cerdá ha concebido su propio libro. El tema de la despoblación, con sus tintes melancólicos, se presta demasiado a la estilización literaria, estilización que amenaza con convertirlo en una trampa poética, en un lugar común, en un tópico. Nuestro autor no es inmune a este registro de desolación lírica que insensiblemente nos viene a todos a la cabeza: “En esta sinfonía de los adioses –de los mayores que se mueren, de los jóvenes que emigran, de los niños que no llegan a nacer- se ha dibujado una realidad envejecida, como de despedida en ciernes…” Pero, acertadamente, consigue revolverse contra esa languidez de despedida y buscar una cierta distancia desde la que poder construir un discurso que, además de conmover, nos ayude a comprender. “El deleite ante la ruina solo es posible en un corazón que no ha sufrido el embate de la degradación, ni es capaz de ponerse en su lugar”. Por paradójico que parezca, son las personas más próximas al problema, las que lo viven cotidianamente, las que ayudan a conseguir esa distancia y a despojarse de los tópicos preestablecidos. Hay un “… tópico de lo rural que todavía se arrastra. La gente de la ciudad tiene la idea del edenismo… de qué bien se está allí y que tranquilidad. Han convertido un problema político como es el aislamiento y las desigualdades en un atractivo tópico impregnado de bucolismo. Se asocia a un paraíso al que, paradójicamente, nadie quiere ir a vivir…” La decisión de articular el libro en torno a la voz, opiniones y vivencias de los protagonistas, de tratar de ver lo que ellos ven, no es solo una postura ética. Es también un formato narrativo que resulta enormemente didáctico cuando, como en este libro, es usado con habilidad. Nos gustaría entonar aquí un elogio del reportaje. Un canto a la necesidad de ese género, donde informarse y desentrañar una cuestión es lo primordial. El reportaje, donde el escritor es un detective en búsqueda de testigos, donde el olfato para encontrar voces de informantes es tan necesario como la pluma. El reportaje, con su continuo preguntarse, su estructura ágil y abierta. Cuando va acompañado de una escritura cuidada, como es el caso, no tiene nada que envidiar a ningún género literario. El reportaje ofrece, además, de forma natural, la oportunidad de dejar hablar a los verdaderos protagonistas, de usar voces verdaderas, sin que estas deban subordinarse al argumento o al actor principal, como sucede en otros formatos literarios. El reportaje ofrece posibilidades que Paco Cerdá ha sabido aprovechar.
ELOGIO DE LA RESISTENCIA “ – De la despoblación se ha escrito todo. Pero lo único que se ha hecho ha sido escribir y hacer estudios… estoy harta de que me estudien, que parecemos bichos raros… Estamos muy hartos, hasta el gorro, de recibir lecciones. Aquí todo el mundo viene a decirnos qué hacer para que esto funcione. Pero nadie se queda a hacerlo. Todo el mundo viene, lo dice y se pira. Y ya cansa”.
Están los que miran desde fuera y los que lo ven desde dentro. Están los que analizan: “ Han dejado de creer en si mismos. Hay un potencial enorme, pero han aceptado que así son las cosas y ya está”. Están los que protestan: “Esto es crear la despoblación… si te niegan los servicios más básicos y te ponen pegas por todo”. Y están los que hacen: “Nadie espere, nadie se atreva a soñar que los remedios que esta zona precisa van a venir de fuera”. No se trata sólo de dar voz. Es labor, es habilidad de quien escucha y luego lo cuenta, ordenar, dar un sentido a este conjunto de voces. Actuar como un director de orquesta que nos haga distinguir con claridad los distintos tonos. El autor de este reportaje no resuelve el problema, ni descubre su origen, ni propone soluciones mágicas, ni señala quién tiene razón… pero nos hace oír con claridad las palabras que dibujan esta realidad. Escoge voces que tienen algo que decir. Oímos a los mayores que conocieron una realidad bien distinta. Oímos a los niños que se quedan sin compañeros y sin maestros, a los maestros que se quedan sin escuelas. Oímos los problemas y oímos las ventajas de la vida en el pueblo. Oímos el silencio. Oímos las propuestas. Apenas oímos la voz del poder, cosa encomiable en un periodista, aunque sentimos sus efectos. En plan de igualdad oímos a intelectuales y a pastores. A los que siempre han estado allí y a los que han venido, tropas de refresco para luchar contra las estadísticas. Oímos el coro de voces, su tono no es alegre, pero su canto no es fúnebre. No entonan ninguna elegía sino, a pesar de todo, una canción de vida. Si a los protagonistas de esta historia se les viera sólo como víctimas, no habría tensión narrativa ni argumento posible. Sólo una lenta cuenta atrás, sólo oiríamos el lento caer de las hojas en un otoño. Pero, junto a este caer de hojas, oímos el rumor de una perenne resistencia, incluso el brotar de alguna yema. El coro de voces… “…Se niega a participar del apocalipsis generalizado. Porque detrás del apocalíptico, avisa, se esconde un inmovilista. ¿Entregamos nuestra cultura y nuestros pueblos al escepticismo, al pesimismo, a un nihilismo que al final es reaccionario? Pues no, dice… me niego a entregar las armas… seguiremos resistiendo… de mala manera, siendo menos y en peores condiciones… pero resistiendo”. Vivimos en un mundo en que ni siquiera hace falta actuar para convertirse en un resistente. A veces el negarse a hacer, el no dejarse llevar por la corriente, el seguir como se está si así se está bien, es visto como un acto de rebeldía. Qué pensar cuando el que la gente se fuera era visto como lo normal, y era a la gente que se quedaba a la que se le preguntaba porqué lo hacía. “Que porqué no me he ido, porque no me ha dado la gana”. A veces a esta voluntad personal la acompañan razones. Hay quien no se adapta a la ambición de la vida moderna y prefiere la tranquilidad. Quien ve en esas pequeñas escuelas la posibilidad de un trato más personalizado y de un mayor contacto con el entorno. Quien valora los lazos personales más intensos que se generan en comunidades pequeñas… Incluso hay quien llega a invocar un valor tan devaluado como la libertad: “…la ciudad me gusta mucho, pero yo no soy para estar bajo amo. No soy para trabajar en un sitio del que te despachen por llegar tarde y adonde no puedas ni hacer la siesta. No, en amo no. Yo aquí he estado siempre libre… Dice libre, calla y sonríe. Como quien guarda un secreto que no quiere revelar. Como quien no quiere humillar a su interlocutor y preguntarle tú eres libre, acaso te crees más libre que yo… Dice a mí no me cogen y vuelve a sonreír. Si hay maquis que resistan el mundo actual, Juanito es uno de ellos.” A lo largo de las páginas, oyendo las voces y los ejemplos de un buen puñado de resistentes, una cálida simpatía se va adueñando del lector, y sentimos que, más allá de todas las razones, existe… “ Una verdad profunda que a veces solo entienden quienes acertadamente ven gigantes y no molinos de viento”.