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DOMINGO 29 DE DICIEMBRE DE 2013 / CIUDAD COJEDES

½ DÍA DEL

RAZÓN BELLEZA Y REVOLUCIÓN ensayo música cultura ideas arte narrativa poesía

DOMINGO A propósito de la exposición Bolívar, Río de Rostros

Bolívar: Humano y Cercano

Eduardo Mariño

Pág. 2

1/2 DÍA DEL DOMINGO 1

Camino del Río

La Confesión a Manuelita: No se escribir (y III) Miguel Pérez

Pág. 3 y 4

Briznas al Viento

Rememorando la Batalla de Carabobo

Vicente Gerbasi

Pág. 4

Dirección: Miguel Pérez Coordinación Editorial: Daciel Pérez Diseño y Diagramación: Luis Daboe Correo electrónico: mediodiadeldomingo@gmail.com @1/2díadeldomingo

BOLÍVAR Y EL NACIONALISMO CIENTÍFICO (y III) JOSÉ CARRILLO MORENO

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l estudio ordenado y metódico de su extensa obra, nos demuestra que siempre tuvo el convencimiento de que la miseria de las masas populares y en especial de la población campesina debe combatirse con medidas drásticas, con medidas revolucionarias que impliquen determinantes cambios estructurales en el sistema de explotación y tenencia de la tierra y por eso concibe una reforma agraria que no tiene el empirismo simplista de los repartos de bienes ofrecidos por Boves y por Páez en Guárico y Apure, respectivamente, como carnadas de botín para pescar adeptos a las causas que defendían, sino que la rodea de un marco jurídico, de un ordenamiento legal y de una serie de medidas administrativas tendientes a hacerla racional, técnica y científica y a convertirla en instrumento efectivo de liberación económica, llegando por este camino, como lo afirma Salcedo Bastardo en su citado libro, a aproximarse a formas actuales de producción de recia estirpe socialista, tales como las granjas colectivas. Así, pues, en su Decreto de Repartición de Bienes dictado en Santo Tomás de la Nueva Guayana, tierra de sus grandes inspiraciones, el 10 de octubre de 1817 –secuencia lógica del Decreto de Expropiación de fecha anterior– establece en su artículo 7º lo siguiente: “Cuando las propiedades partibles sean de un valor más considerable que las cantidades asignadas a los diferentes grados (hay doce grados categóricamente escalonados entre los cuales se haría la repartición) el Gobierno cuidará de que las particiones se hagan más conformes a los intereses de todos, para lo cual podrán acomunarse o acompañarse muchos y solicitar se les conceda tal finca”. Este artículo, que como muchos pasajes fundamentales de la obra de Bolívar hasta hace algunos años había pasado desapercibido de nuestros sociólogos e historiadores por ignorancia, por demasiada inclinación épica o por atender a consignas de facturación extraña a lo meramente histórico y científico, revela en toda su amplitud la intención nacionalista y revolucionaria de Bolívar. En cuanto al procedimiento que debe emplearse para solicitar la tierra crea, con siglo y medio de anticipación, organismos similares a los hoy conocidos con los nombres de Comité Campesino e Instituto Agrario y en materia de tenencia y explotación vemos cómo surge en el artículo que comentamos un párrafo que subrayamos, un definido criterio colectivista y funcional de la propiedad agraria, opuesto a todas las formas anti-económicas y anti-sociales de explotación del agro que históricamente han sido las causas del abandono, el estancamiento, el atraso, la ruina y la miseria del sector campesino. DE LA SERIE ROSTROS DE BOLÍVAR (2011)

de Richard Oviedo Mixta sobre cartón, 70 x 50 cm FOTO OMAR ESCALONA

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Sonidos de la casa


2 1/2 DÍA DEL DOMINGO En estrecha relación con este problema está su preocupación porque en el Nuevo Mundo impere la libertad y la igualdad. Pero no una libertad y una igualdad retóricas, sino llenas de contenido humano, de justicia social, de equilibrio político, de amplitud vivencial y de respeto por la dignidad del ciudadano. Al abordar el tema de la libertad, tema fundamental de su pensamiento y su acción, Bolívar se detiene muy poco en especulaciones filosóficas, en las enseñanzas de la Enciclopedia y de sus maestros preferidos Locke, Condillac, D’Alambert, Montesquieu, Voltaire, Rousseau y demás autores que colmaban su andariega biblioteca, para llegar en forma escueta y lo más pronto posible a lo que él llama libertad práctica, es decir, la libertad vivencial, la libertad del diario ejercicio ciudadano, la cual, según su acertado criterio, debe vivir en el ámbito de una recta administración de justicia y de un riguroso respeto a las leyes “para que el justo y el débil no teman, y el mérito y la virtud sean recompensados”. Libertad que preserve los derechos del justo y del débil y recompense el mérito y la virtud, es decir, libertad situada en el punto más noble del equilibrio social. Y en cuanto a la igualdad, tema de la misma categoría que el anterior, nos dice en el Discurso de Angostura lo siguiente: “Que los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de la sociedad, está sancionado por la pluralidad de los sabios; como también lo está, que no todos los hombres nacen igualmente aptos a la obtención de todos los rangos; pues todos deben practicar la virtud y no

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...Ciento diez y siete años después de haber sido expuesta por nuestro Libertador, la encontramos inspirando el principio del socialismo de estado consagrado en la Constitución de la Unión Soviética en términos más o menos similares: “De cada uno según sus capacidades; a cada uno, según su trabajo” todos la practican; todos deben ser valerosos, y todos no lo son, todos deben poseer talentos y todos no los poseen”. Este postulado contiene dos fundamentos esenciales: el primero se refiere al derecho natural de los hombres a disfrutar en condiciones de igualdad de

Décadas antes que Chávez enarbolara el pensamiento de Bolívar, ya Carrillo dilucidaba, en densas páginas, la proximidad del ideal boliavariano con el socialismo. FOTO CARLOS GARCIA RAWLINS

los bienes de la sociedad, principio de la llamada “propiedad comunitaria” preconizado por la filosofía tomista, repetido por Bolívar en 1819 y acogido por las más avanzadas doctrinas sociales de nuestra época, y el segundo, a la facultad de vivir en condiciones de igualdad sin más privilegios ni distinciones que los que se derivan de la honradez, el valor, el talento o capacidad y la virtud, concepción bolivariana que tiene relevancia de norma universal, de norma para todos los países y para todos los credos políticos de consistencia republicana. Prueba de ello es el hecho de que, ciento diez y siete años después de haber sido expuesta por nuestro Libertador, la encontramos inspirando el principio del socialismo de estado consagrado en la Constitución de la Unión Soviética en términos más o menos similares: “De cada uno según sus capacidades; a cada uno, según su trabajo”. La ideología actuante de Simón Bolívar fue, pues, como ha quedado demostrado, autónoma, popular, igualitaria, verdaderamente democrática, anti-feudal, antiimperialista, basada en la unión de los hombres y los pueblos y en la exaltación de los valores objetivos y subjetivos de la nacionalidad para la gran tarea de la liberación de los países americanos y de la integración de estos países en la dinámica continental y, si se quiere, universal. Una y mil veces hemos repetido que no formamos parte de la secta de adoradores de Bolívar. Somos unos modestos estudiosos de su gran obra y unos convencidos de que muchas de sus enseñanzas no deben ser ignoradas porque constituyen palabras de presente en el acontecer venezolano y americano. Por eso creemos que estas observaciones, hijas del análisis serio y prolongado, dan testimonio fehaciente de que si bien es cierto que las presiones oligárquicas coetáneas frenaron la acción bolivariana en su tiempo, también no es menos cierto que su pensamiento, su doctrina revolucionaria rompió las barreras del siglo XIX y penetró en el ámbito del siglo XX para señalarle a las nuevas generaciones el camino de la liberación nacional, el cual, según las estimativas del nacionalismo científico, sólo puede conquistarse realizando en las estructuras políticas, económicas y sociales aquellos cambios que sean capaces de romper el cerco de injusticias y miseria en que viven las mayorías nacionales

TOMADO DE LA REVISTA POLÍTICA Nº 52 - VOL. V (AGOSTO, 1966). CARACAS - VENEZUELA.

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Bolívar:

Humano y Cercano Eduardo Mariño

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i hay un género o corriente en el arte que ha perdurado y quizás nos acompañará hasta siempre es el retrato. Bien sea escrito, delineado, pintado o esculpido, el rostro humano nos acompaña desde la más remota antigüedad. Pienso en aquella diminuta Venus de Brassempuoy, que 25 mil años atrás ya guardó para la eternidad las facciones de una muchacha. En el caso de Bolívar se involucra sin embargo, otro elemento quizás tan poderoso como la memoria del rasgo, y es la memoria del héroe, aquella que permanece no sólo como icono o imagen, sino como sentimiento vital de los pueblos. Bolívar –más aún tras 14 años de Revolución– es un sentimiento vivo en el corazón de cada venezolano, al punto en que sus más fervientes detractores han intentado últimamente disfrazarse de Bolivarianos para mimetizarse frente al pueblo. Todos crecimos con el Bolívar que Jean Auguste Barre nos pintó en un clasicismo trasnochado y decadente, hacia 1873. Era un Bolívar ajustado a los requerimientos de la oligarquía criolla a finales del siglo XIX, que no iba a tolerar forjarse un icono con rasgos acriollados, cual lo mostraban retratos de la época, como el de Pedro José Figueroa (circa 1819), que nos pintón un Bolívar con feroces mostachos y cabello encrespado. Para la oligarquía Bolívar debía dejar de ser humano, porque a la derecha de todos los tiempos le molesta el ser humano, ya que pretenden ser divinos, o al menos pertenecer a esa estirpe. Para la derecha, la gente no es más que chusma, plebe amorfa sujeta a plesbicitos que luego desdicen o simplemente, hordas, desaliñadas y embrutecidas. Como decía Alí Primera, bachacos cuya única función es llevar una hojita cada cinco años, para que su trono o silla se ponga blandita. Por eso, el Bolívar de la derecha siempre tendió a lo augusto, es decir, debía ser romántico, a lo Julio César o Trajano. No lo hicieron catire de ojos azules, como el Cristo de las medallas y estampitas, quizás porque sólo había pasado 200 años de su tránsito a la inmortalidad. La Revolución, que tiene que ser cultural o no lo es y que es un método más científico y por ende más humano de acercarse a la realidad, nos ofreció a Bolívar desde sus propios huesos. En un esfuerzo forense-estético sin precedentes, los restos inmortales de El Libertador nos devolvieron su mirada, en un rostro que causó estupor en la derecha, y lágrimas de emoción y dicha entre quienes nos sentimos tan humanos y tan heroicos en el día a día de la Venezuela nueva, como lo quiso el Padre de la Patria que lo hiciéramos. Hoy, vemos estos rostros que pinta el pueblo y nos encontramos en él. Alguno sentirá que Bolívar pudo ser su vecino, su amigo, su compadre. Otros lo verán con el respeto que se debe a los mayores. Pero estoy seguro que ya ninguno sentirá que es una estampita, una deidad olvidada o un mármol romano de ojos ciegos y cabello lacio. Esta exposición, en la que un puñado de artistas cojedeños nos pintan y nos muestran como ven a su Bolívar, nuestro Bolívar, tu Bolívar, más que un homenaje pretende ser un momento familiar. Un momento para recordar a Bolívar como se recuerda al ser querido que siempre ha estado entre nosotros y que hoy, más que nunca, palpita en el corazón de la Patria que nos dejó.

TOMADO DEL CATÁLOGO CORRESPONDIENTE A LA EXPOSICIÓN: BOLÍVAR, RÍO DE ROSTROS (2013),

que puedes disfrutar hasta este 18 de enero de 2014, de Lunes a Viernes de 08:00 am a 06:00 pm, en el Complejo Cultural Mauricio Pérez Lazo de San Carlos, Av. Bolívar frente a la Plaza Miranda.


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Camino del Río

MIGUEL PÉREZ

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o hay dudas... sí, escritor político: sujeto a los imperativos de la guerra, la defensa y la propaganda de su acción, sus temas puntuales casi obsesivos, la independencia de su patria, de Colombia tal como la concebía, y la unidad y convivencia de las antiguas colonias españolas, dentro de un todo que garantizara su invulnerabilidad y coadyuvara en el equilibrio del mundo... –repetimos junto al político–, el otro –no reconocido por Arciniegas– que escribe bajo la orientación de sus “palos de ciego”, del que nos da parte Luis Beltrán Guerrero: Creador del poema en prosa en Venezuela con su “Delirio sobre el Chimborazo”, que roza el firmamento romántico antes del romanticismo escolar, creando una tradición que continuará Baralt con “El Árbol del Buen Pastor”, y los Romero-García, Domínici y tantos del modernismo hasta Ramos Sucre, quinta esencia de símbolo. (Guerrero, 1985: 27). (...) fundador, sin proponérselo, de nuestra crítica literaria: ...sus “Palos de Ciego” a Olmedo con motivos del “Canto a Junín”; y las correcciones a Fernández Madrid, nos dicen que había asimilado a Horacio y Boileau… (Guerrero, 1985: 27). Biógrafo de Sucre e historiador del porvenir… el género epistolar le debe –con haberse perdido gran parte de su correspondencia– obras maestras… El tono íntimo, la ternura evocadora, el acento elegíaco, el decir familiar de no buscada elegancia, hacen que ellas rivalicen con las de Madame Sevigné. Por tanto, para Guerrero la conclusión es categórica y concurrente con la de Blanco-Fombona y la de Uslar Pietri, nuestro premio Príncipe de Asturias (1990): Rompió las cadenas no solo del coloniaje político, sino también del vasallaje literario, palpando en su prosa el rasgo que diferencia al escritor del que no lo es: Hombre y estilo son del Libertador y solo de él... Genio de las armas y de las letras. Gran escritor siempre, hablado, escrito, en coloquio, en transporte dionisíaco o en apolínea reflexión. (Guerrero, 1985: 28). A pesar de la reticencia de algunos, “Mi delirio sobre el Chimborazo” –fantasía poética en el concepto de Augusto Mijares (1987: 430)–, el poema logró su propio espacio: Marius Andre lo conceptúa de “singular” Delirio... “quizás demasiado romántico, pero que no lo era cuando fue escrito”. (En Fragachán, 1958: 70), y uno de los críticos e investigadores más serios de nuestra literatura, pertenecientes al brote de los sesenta, el poeta Lubio Cardozo, lo incluye en su Antología de la poesía venezolana escrita en la guerra de independencia (1994), mientras que el académico Pedro Pablo Paredes, en su ensayo Bolívar escritor (1984), lo trata como la obra “más reveladora de la condición literaria –intelectual y estética– del Padre de la Patria”. El poema está dividido en dos partes y en el entender de Paredes es un diálogo –rápido, certero y relampagueante– de naturaleza filosófico-moral entre el Libertador y el Tiempo

La confesión a Manuelita: No sé escribir (y III) que se le aparece “bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades”, en la cima de El Chimborazo, enmarcada la insólita cita por el Delirio: El Chimborazo es la ingente obra a que, paso ante paso, sube el Libertador en veinte años de lucha. El Libertador es el hombre, prócer o no, que se realiza a plenitud. El Delirio es la gloria que remata tamaña plenitud. Y el Tiempo, la relatividad de la una y de la otra. (Paredes, 1984: 59). Sin embargo, en nuestro criterio, la mayor revelación del Bolívar poeta la encontramos en la prosa de sus Discursos y de sus cartas: en la que le envía a su querido tío Esteban; Blanco-Fombona encuentra un fresco pradito cubierto de verde césped; y entre el césped, aquí y allá, algunas inmaculadas corolas de nieve. Ese pradito alude a un Bolívar poco conocido, eclipsado por el militar, con tiempo también para remontarse hasta los días de la infancia, el hogar paterno, el recuerdo de la madre y de los hermanos. Aquel hombre que por lo general está en medio de un laberinto, enfrentado a dificultades de todo tipo, tiempo tiene para comunicarse con la familia y de ocuparse de asuntos propios de los practicantes del más inocente de todos los oficios: Con cuánto gozo ha resucitado usted para mí. ¡Ayer supe que vivía usted y que vivía en nuestra querida patria! ¡Cuántos recuerdos se han aglomerado un instante en mi mente! Mi madre, mi buena madre, tan parecida a usted, resucitó de la tumba, se ofreció a mí en imagen; mi más tierna infancia, mi

La graciosa y aguda palabra con que iluminaba la compleja realidad que siempre le rodeó, como lo dijo Mariano Picón Salas, añadiendo que la palabra de Bolívar era más eficaz que su propia espada”

conformación y mi padrino se reunieron en un punto para decirme que usted era mi segundo padre... Todo lo que tengo de humano se removió ayer en mí. Llamo humano lo que está más en la Naturaleza, lo que está más cerca de las primitivas impresiones. Usted, mi querido tío, me ha dado la más pura satisfacción con haberse vuelto a sus hogares, a su familia, a su sobrino y a su patria. Usted dejó una dilatada y hermosa familia: ella ha sido segada por una hoz sanguinaria. Usted dejó una patria naciente que desenvolvía los primeros gérmenes de la civilización, los primeros elementos de la sociedad; usted lo encuentra todo en escombros, todo en memorias. Los vivientes han desaparecido. Las obras de los hombres, las casas de Dios y hasta los campos, han sentido el estrago formidable del estremecimiento de la Naturaleza. Usted se preguntará a sí mismo: “¿Dónde están mis padres, dónde mi sobrino?” Los más felices fueron sepultados dentro del asilo de sus mansiones domésticas: los más desgraciados han cubierto los campos de Venezuela con sus huesos, después de haberlos regado con su sangre. ¡Por el solo delito de haber amado la Justicia!... ¿Dónde está Caracas?, se preguntará usted. Caracas no existe. Pero sus cenizas, sus monumentos, la tierra que la tuvo, ha quedado resplandeciente de libertad; y está cubierta de la gloria del martirio. (Blanco-Fombona, 1999: XLVII). Junto a la expresión de los afectos, “el patriotismo chico de la mártir ciudad nativa”; personalísima rendición de cuentas de la justa empresa cuya dirección comandaba. Esta carta de Bolívar ha sido llamada “Elegía del Cuzco”. Uslar Pietri la tuvo como una de las mejores piezas que salieron de su

numen. ¿Habrá otra carta de un ahijado al padrino tan cargada de emoción, poesía y sinceridad como esta? Confesamos que al recorrer línea a línea esta carta, nos vienen a la memoria dos trozos singulares de la gran literatura latinoamericana: Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de lo que haría, pues ella estaba por morirse. Y yo en un plan de prometerlo todo. (...) Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver. (Rulfo, 2003: 65-66). El otro trozo –ya lo hemos citado– corresponde al autor de El Túnel : (...) la patria no es sino la infancia, algunos rostros, algunos recuerdos de la adolescencia, un árbol o un barrio, una insignificante calle, un viejo tango en un organito, el silbato de una locomotora de manisero en una tarde de invierno, el olor (el recuerdo del olor) de nuestro viejo motor en el molino, un juego de rescate... (Sábato, 1976: 32). Con gracia y saber, Ernesto Sábato ponderó que la patria no era sino la infancia... ¿y por qué no esa memoria perdida del hijo de Pedro Páramo? En otra de sus cartas que le envía a Manuelita se balancea el tono conversacional adueñado de cierta poesía de los años 60 del siglo XX: “Tú quieres verme, siquiera con los ojos. Yo… quiero verte y reverte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte a mí por todos los contactos... aprende a amar y no te vayas ni aun con Dios mismo”. (Hagen, 1982: 167-168). A aquel hombre que a juicio de un escritor del siglo XX de nuestra Academia de la Lengua debía “reconocérsele… haber prestado a cada idea la gracia fresca de su palabra exacta, de su recio estilo, de su prosa diáfana, iluminada y vertical” (Salcedo-Bastardo, 1972:126), siente que no sabe escribir en el momento de atrapar las voces del abismo de las interioridades humanas y traducirlas en palabras que lleguen, en palabras capaces de perturbar la emoción y transmitir a plenitud la geografía y los sucesos de lo que el emisor siente: ¿qué poeta genuino no ha pasado por este trance? La hermosura de su prosa, la soltura del trazo, la escritura abierta hacia la claridad como en un himno, apresurada de abarcarlo todo y querer decirlo todo en un vuelo, la encontramos en esta carta hermosa, para la hermosa Manuela, de tantos servicios rendidos a la Patria, escamoteados por los mezquinos que han escrito la historia de Venezuela: Mi encantadora Manuela: Tu carta del 12 de septiembre me ha encantado: todo es amor en ti. Yo también me


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Rememorando la Batalla de Carabobo

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Briznas al Viento

Vicente Gerbasi Los campesinos veíamos a Bolívar entre árboles de ornamento puro que brillan en el sudor del trópico, o pasar a caballo bajo arcoiris de los llanos. Venezuela iba por sus lentos ríos de playas soñolientas de tortugas, asomaba pumas entre grandes hojas de alucinación, levantaba llamaradas de pájaros. Bolívar vio nuestros sembrados en un deslumbramiento de palmeras. Con él, todos los campesinos comenzamos a ver a Venezuela. Con él vimos la Libertad, con él vimos nuestra Dermocracia, con él vimos nuestras futuras ciudades y sus chimeneas a orillas de esos lentos ríos. Él con nosotros sigue sembrando el campo; va con nuestros hijos a la escuela, reúne a los pescadores y a sus mujeres que tienden redes plateadas de sardinas. Sí, Bolívar era el que llevaba un morral y una carabina al hombro. Sí, Bolívar era el que estaba derrotado bajo un aguacero, cuando canta el paují de copete azul. Sí, Bolívar entraba a una casa campesina.

(VIENE DE LA PÁGINA 3) ocupo de esta ardiente fiebre que nos devora como a dos niños. Yo, viejo, sufro el mal que ya debía haber olvidado. Tú sola me tienes en este estado. Tú me pides que te diga que no quiero a nadie. ¡Oh, no! A nadie amo; a nadie amaré. El altar que tú habitas no será profanado por otro ídolo ni otra imagen, aunque fuera la de Dios mismo. Tú me has hecho idólatra de la humanidad hermosa, de Manuela. Créeme: te amo y te amaré sola y no más. ¡No te mates! Vive para mí y para ti: vive para que consueles a los infelices y a tu amante, que suspira por verte. Estoy tan cansado del viaje y de todas las quejas de tu tierra que no tengo tiempo para escribirte con letras chiquiticas y cartas grandotas como tú quieres. Pero en recompensa, si no rezo, estoy todo el día y la noche entera haciendo meditaciones eternas sobre tus gracias y sobre lo que te amo, sobre mi vuelta y lo que harás y lo que haré cuando nos veamos otra vez. No puedo más con la mano. No sé escribir. (Hagen, 1982: 182).

Sí, Bolívar se tomaba un café al amanecer en alguna cocina donde las arañas tejen astros en rincones negros de hollín. Sí, Bolívar llamaba a otros campesinos al amanecer. Sí, Bolívar seguía durante el día y duranrte años por los campos, buscando más campesinos. Y Bolívar nos reunió a todos los venezolanos y con él fuimos al combate. Era un amanecer. Se organizaron cuadros de colores para la batalla en una llanura de aurora anaranjada. Con brillos de sol sonaron los clarines. En la madrugada, los gallos habían cantado con brillos de estrellas, cuando ya Bolívar despertaba a sus soldados entre retorcidos árboles de merey, en un aire iluminado de banderas. Cuando ya Páez preparaba en la serranía a sus jinetes llaneros. Cada uno ya estaba al lado de la cabeza de su caballo. Las oscuras lanzas se levantaban frente a colores horizontales del alba. Con brillos de sol sonaron los clarines. Después de un silencio tenso como el que anuncia cataclismos. Con brillos de sol sonaron los clarines

Este hombre que “no sabe escribir”, cuando lo hace, no solo pinta los pensamientos: deja el alma en el papel, así como se lo dijo al hombre más extraordinario del mundo. En carta para Mosquera, de 1824, casi le envidia el que viva “cantando los versos de Horacio en medio de la inocencia del campo y de la naturaleza”. Solo nos queda otorgarle la razón a uno de sus biógrafos del siglo XX: “escribió de lo más bien; que supo, mediante sus escritos, llegar hasta el corazón de las gentes” (Paredes, 1984: 45); sin olvidar que algunas veces, su prosa, “es de homérica y divina facilidad”, como lo expresó Felipe Larrazábal en el antepenúltimo de los siglos transcurridos (Blanco-Fombona, 1999: LXXXIV). En la carta que le escribe a Olmedo, a propósito de La batalla de Junín, mueve a su discreción los personajes de Homero: “usted se hace dueño de todos los personajes: de mí forma un Júpiter; de Sucre un

Marte; de La Mar un Agamenón y un Menelao; de Córdoba un Aquiles; de Necochea un Patroclo y un Ayax; de Millar un Diomedes, y de Lara un Ulises”. (Paredes, 1984: 38). En la estimación de Belaúnde, es el primero de nuestros escritores románticos. (1974: 119). O simplemente “la graciosa y aguda palabra con que iluminaba la compleja realidad que siempre le rodeó”, como lo dijo Mariano Picón Salas, añadiendo que la palabra de Bolívar era más eficaz que su propia espada. (En Busaniche, 1995:7). ¿Quién se atreve a desmentirlo? La esperanza representa esa palabra para la mayoría; otros, sintiéndose fuera del alcance de esa espada, la consideran una amenaza... Valen más sus intereses... Son la minoría... Es que una región, un país, un continente, prefiere llamarse Simón Bolívar

y sonaron truenos retumbantes. y llovió tierra y arena y piedra y se levantó el humo de la pólvora y rodaron solas ruedas de carretas y se despedazaron cañones y bajaron los lanceros y las lanzas ensangrentaron la tierra en un vasto ámbito de relinchos de caballos. Tempestad de la pólvora, del grito, del relincho. Tempestad de la vida y de la muerte que Bolívar el Libertador veía desde su caballo blanco en la colina. y fue entonces cuando en su caballo alazán llegó Negro Primero. Ambos, caballo y hombre, como una densa sombra en el humo agrio de la pólvora. Al pie de la Bandera de la Patria, le dijo Páez “Mi General, vengo a decirle adiós porque me estoy muriendo”. Y el caballo alazán estuvo al lado de Negro Primero muerto hasta el final de la batalla. Con brillos del sol volvieron a sonar los clarines. Sonaros clarines de sol. Era el Primer Día de Nuestra Libertad.

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