La muerte de Zamora más allá de la vaga presunción

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LA MUERTE DE ZAMORA MÁS ALLÁ DE LA VAGA PRESUNCIÓN Miguel Pérez

Ezequiel Zamora (2014). Original de R. Oviedo. Mixta / papel. 30 x 35 cm. Foto de Richard La Rosa.



La muerte de Zamora más allá de la vaga presunción

Miguel Pérez

Las páginas 233-350 de La llamada del fuego. Vida, pasión y mito de Ezequiel Zamora (2005), se reservan a los dos últimos años de la existencia del vencedor de Santa Inés: desde su exilio en Curazao (septiembre de 1858), hasta la caída de Zamora en combate en la ciudad de San Carlos, el 10 (a las 10 a. m.) de enero de 1860: “Tanta buena fortuna en Santa Inés, tanto infortunio en San Carlos”, como lo reseña Consalvi (en Rodríguez, 2005: 22). Se cumplía un mes de la célebre acción militar en que aquella porción del suelo barinés ―en el decir del Level de goda― se transformó en “*…+ un laberinto y una inmensa maquinaria de guerra” (citado por Rodríguez, 2005: 315); otra de las tantas advertencias, olvidada generalmente por los que se consideran que cuatro pueden más que dos, en franco desapego de la inteligencia y revalidación de la rutina: que con una estrategia y táctica apropiada no hay enemigo pequeño: “*…+ el enemigo contaba con cinco mil hombres; y Zamora consumó su derrota con 700” (Rodríguez, 2005: 316). Se cuenta que el 18 de diciembre de 1958 ―bajo las cinco palmas de la finca de Mongo Pérez― dos hermanos se abrazaron: “¿Cuántos fusiles traes? ―preguntó Fidel. ‘Cinco’, contestó Raúl. ―Y dos que traigo yo, siete. ¡Ahora si ganamos la guerra!”.

Pero no solamente, el interlocutor de aquel diálogo, ganó esa guerra… “Playa de girón”, legitima otra referencia: la derrota de un ejército mercenario, apadrinado por el imperialismo.


Una imagen encallada en la escritura de Adolfo, sintetiza el saldo de Santa Inés: “*...+ trasladan en andas, casi sesenta heridos. Dos cuadras con hombres en hamacas y, vacilantes, los que pueden moverse. / Fuera de combate casi toda la oficialidad subalterna de la tropa central” *Se obvian los señalamientos de fuentes del original] (Rodríguez, 2005: 317). Y para no quedarse atrás de Páez (de quien se cree que al salir de Achaguas formuló la promesa de donar la imagen de Jesús de Nazareno, a cambio del triunfo en la batalla donde se libraría la suerte de Venezuela); Zamora prometió “*…+ que, de lograr la victoria, edificaría un gran templo en Santa Inés” (Se obvian los señalamientos de fuentes del original) (Rodríguez, 2005: 315). En estas 117 páginas de la biografía de Adolfo se congregan 18 capítulos, que abre “Los hebreos contra Ezequiel” y cierra “La víspera de esa tarde”, los cuales sumados al titulado “Los idus de marzo” (pp. 227-232), donde se ventila el decreto de expulsión de Zamora del país (3 de abril de 1858); conforman en su totalidad la penúltima sección, denominada “Libro cuarto”. De estos capítulos, “¿Era rojo Zamora?” y “La tarde de esa víspera”, son los llamados a la más escrupulosa revisión de mi parte. Comienzo por el último. ¿Cuántas veces he leído estas páginas? Impecable en la forma: “Ese amanecer, la División del General Pedro Aranguren se situó al este de San Carlos, donde llaman el Arao y la Yaguara, sobre el camino real a Valencia” (Rodríguez, 2005: 341). En la edición anterior el capítulo comienza de otro modo: “De Curbatí marcharon a Barinas a reorganizarse. El Ejército sumaba 4.500 plazas de infantería y caballería, buen armamento, y escaso pertrecho. Trías hacía de Segundo Jefe del Ejército de Occidente, y el General Rafael Márquez comandante de la División de Vanguardia” (Rodríguez, 1877: 331). En la última edición, el capítulo se abre con epígrafe y una nota enmarcada en un rectángulo: Para la reconstrucción del escenario en que muere Zamora, estimo, fundamentalmente, el testimonio de Guzmán Blanco, liberal y testigo


presencial del suceso, quien publica en 1894 su versión para refutar a Level de Goda; el aportado por Luis Ruiz (Domingo Antonio Olavarría) para rebatir la autenticidad de los restos llevados por Guzmán Blanco al Panteón Nacional. En ellos se evidencia que “la bala asesina” provino del bando contrario [Subrayado por nosotros; MP]. Olavarría, catalogado por Guzmán como “el más bravo de los godos de uña en el rabo” *“…‘el más empedernido de todos los godos bravos’, (como me calificó Guzmán Blanco)”: Ruiz, 1894: 247], disculpa, de esa histórica responsabilidad, al partido contario [Subrayado por nosotros; MP]. Documentos que complemento con los que, a continuación, se citan. Entre otros, Alvarado (1956), para quien, en la mencionada obra de la Olavarría, “se halla la relación más exacta que se conoce respecto de la muerte de Zamora” [Subrayado por nosotros; MP]: el escrito de Un Incógnito [resaltado en negrita en el original], seudónimo del Sr. Higinio Bustos (Rodríguez, 2005: 341).

¿Por qué la razón de la nota? ¿Por lo empinado de la cuesta? ¿Por aquella aguda polarización de “godos” y liberales? Imagino que esa misma dificultad enfrentará quien emprenda dentro de cien años escribir la biografía del presidente Chávez: He allí la trampa de las fuentes; del documento; de la acreditación de la información. ¿Qué de lo que dijo la prensa y sus adversarios se corresponde con la personalidad del combativo y combatido Sabaneteño? Pero en este caso, como en el anterior, la objetividad no la inclina la amalgama de las opiniones encontradas de los bandos, sino el descarte de una y otra por mandato absoluto de lo verificable, del provecho del ruin interés partidista y no al contrario, que historiador sea una víctima de éste. Adolfo sitúa el asunto desde la visión polarizada “godos-liberales”, armándola con recortes de las opiniones enfrentadas, engrosada la primera por las “versiones” posteriores de los “disidentes del liberalismo”, enmarcadas éstas en la urgencia de perjudicar la imagen de Guzmán (o Falcón) y la de su partido, más que en el esclarecimiento histórico; sobre la de los enemigos de éste presentes en el lugar de los acontecimientos y que es compartida por figuras relevantes del bando liberal, la cual rechaza lo del asesinato preconcebido, habilitando el testimonio de los “Centralistas”, en el sentido de haber sido Zamora víctima de aquella bala de los sitiados que se enamoró de su ojo derecho, comandada por el azar y ayudada tal vez por el exceso de imprudencia del General Zamora.


Más provechoso ―por lo que contiene de haberse seguido buen rumbo―; la advertencia sobre el carácter militante de los opinantes y su trayectoria pública; y su carácter de testigo presencial, o no. Sin una crítica de las “fuentes empleadas” ―sus alcances y limitaciones―, prevalece el riesgo del asalto de lo torcido a la buena fe del investigador. El testimonio invocado de Guzmán pertenece al libro de su autoría En defensa de la causa liberal (1894), y el de Olavarría a Estudios históricos-políticos 1810 a 1889 (1894): Lo mejor de éste son los “Documentos” (Comunicaciones y artículos de prensa; en total 14; pp. 251-285), entre ellos, los testimonios de “Un Sancarleño” (Número 6; pp. 257-259), y “Un incógnito” (Número 7; pp. 259-270), autor de “la relación más exacta que se conoce respecto de la muerte de Zamora”, base de la “disertación” reparadora del “*…+ más empedernido de todos los godos bravos”, del escrito de Guzmán, concebido desde su retiro de Paris, adonde definitivamente fijó su residencia, una vez que “las gallinas comenzaron a cantar como gallos”, después de catorce años de mando y 18 de ser el polo principal de la política. Una de las expresiones de Olavarría: “*…+ bien podría creerse que la lápida histórica del General Antonio Guzmán Blanco, debería llevar por único y merecido epitafio: / Inimicus Veritatis” (p. 250), definen el carácter de su alegato, de su texto. Supongo de interés para la historia de la política, resaltar que a 24 años de ese caballero haber consumado la “Revolución de abril” ―a quien el historiador conservador apellidaba de “El enemigo de la verdad”―, de “armas tomar” tanto en el campo de la prensa ―tan útil como dijo Bolívar―, como en terreno de la guerra, continuaba siendo el hombre noticia capaz de mortificar al adversario a sus 65 años de edad, o por lo menos digno de tomarse en cuenta, como lo sugiere la recepción brindada por Olavarría del adelanto de “*…+ un fragmento de sus ‘Memorias’” (p. 231), aunque éste esgrimiera lo “*…+ de ‘un cadáver político tendido en el Anfiteatro de la Historia’” (p. 231). No parece el mejor retrato para una “maquinaria política” demoledora que se separó del poder sin conocer las derrotas; no así las deslealtades de sus colaboradores de confianza. Después de Bolívar, será el único caso de gobernar el país desde los afueras de una nación europea (por intermedios de sus elegidos), a


diferencia de Páez y de Falcón que lo hacían desde sus propiedades, y del Gral. Gómez que prefirió hacerlo desde Las Delicias de Maracay, quien por tiempos se separó de la presidencia, pero no así de la jefatura del ejército, la que enteramente monopolizó. Entre esos elegidos encargados de guardarle la silla figura Francisco Linares Alcántara (quien intento una reacción en su contra) y Joaquín Crespo. Seguía dando la hora el reloj del Partido Liberal Amarillo: Hermógenes López completó el periodo de Guzmán y entregó el mando a Rojas Paúl; éste a Raimundo Andueza Palacio, cadena que interrumpió la “Revolución Legalista” de Crespo; Presidente en el momento en que se suscita la polémica con Olavarría y cuando Guzmán asume la defensa de la “Causa liberal”: alejado del poder, continua la brega por su partido. En el apremio de separar del trigo, la paja de la furia diabólica de la política, hay que establecer de una vez que el alegato de Olavarría, orientado a demostrar la inconsecuencia de Guzmán hacia Zamora, se hace verosímil en cuanto a la inautenticidad de los restos de Zamora depositados en el Panteón Nacional, pero no así en cuanto al origen de “la bala asesina” y el consiguiente dilema: ¿Provino del propio partido de Zamora o del bando enemigo? ¿Azar del combate o asesinato preconcebido? ¿Despeje de la verdad histórica o derrame de lodo sobre Guzmán y el partido liberal amarillo? He allí a lo que debe enfrentarse el historiador. Y debe hacerlo con sangre fría, aunque el corazón palpite al ritmo de emociones de temperaturas elevadas. En los 18 numerales contentivos de los puntos de vistas de Guzmán (pp. 234237), que Olavarría impugna (pp. 237-250), nada se apunta al respecto, salvo no más que esta intriga: “Y a propósito de todas estas cosas, como que hay que convenir en que alguna desazón existía entre los Generales Falcón y Zamora, desde Barinas, como dice Un Incógnito” (p. 248). El tal Incógnito es seudónimo del Sr. Higinio Bustos como ya lo indicó Adolfo; mientras de él sostiene Pedreañez: El Gral. Iginio Bustos firmaba sus artículos de prensa con la letra “I”; “*…+ Participó en algunos de los movimientos guerristas de la segunda mitad” del siglo XIX (1858-1864); y “Se dedicó a la investigación del pasado histórico de


Cojedes”. Fue columnista de La Opinión de Cojedes (1889) y El Despertar (1811) (Pedreáñez Trejo, 1976: 23). En Lampos Tinaqueros (1904-1971) he leído varios de sus poemas dentro de los primeros años de la fundación de este periódico y en El Eco de las pampas (Segunda época), del 16 de julio de 1904 (Núm. 8; Año I; Mes II) de él se dice: “*…+ el mejor documento que hasta hoy se puede aprovechar es el que en sus Estudios históricopolíticos inserta el Señor Domingo Olavarría, del ilustrado e integro liberal Señor Iginio Bustos (Un Incógnito) *…+” (p. 2). Acreditado entonces el poeta y Gral. Bustos, tanto por Adolfo como por los redactores del semanario sancarleño invocado, cabe inferir que la “*…+ desazón *…+ entre los Generales Falcón y Zamora” carece de incidencia en la muerte de Zamora: Dos veces Un Incógnito señala que la bala provino del seno de los sitiados: 1.-“*…+ De modo que los proyectiles que arrojaban de la casa de Hernández Sierra [ubicada al frente del solar ocupado por el Valiente Ciudadano Ezequiel] penetraban fácilmente a la media agua Sur de la casa de Juan José Hernández por la parte caída de la pared del solar de esta, ya indicada *lugar ocupado por Zamora+” (en Ruiz, 1894: 265). 2.-“*…+ Zamora restableció el orden y como observara la dificultad que había para contestar los fuegos enemigos por carecer la casa de troneras a propósito y de luces aspilleradas o con tamboretes, se dirigió a la puerta que da a la media agua del Sur en la cual cayó herido de un balazo dirigido de la casa de Hernández Sierra por Telésforo Santamaría que es el mismo de que habla el Doctor Daniel Quintana en su contestación al General Trías sobre la muerte de Zamora. Los sancarleños de aquel tiempo que aún viven y nosotros también creemos que Zamora murió como queda dicho; pero como esta afirmación procede de las fuerzas centrales, esperamos que los testigos presenciales hagan sus publicaciones sobre aquel acontecimiento, particularmente el Comandante José Manuel Montenegro, el Coronel Pedro Morón que aunque ya murió quizás dejó algo escrito, como también Juan Bautista García, Payares y otros más (pues el General Guzmán Blanco estaba presente en el acto que cayó Zamora, sólo porque fue


de los primeros que llegaron al lugar del siniestro), quienes en su mayor parte acompañaron a Montenegro a trasladar el cadáver a la pieza de la señora Acuña que por exigencia de Montenegro tenía preparada al efecto” (en Ruiz, 1894: 267-268). Ella es madre del Dr. Elia Acuña, de quien Pedreáñez asoma que“*…+ Se graduó en la Universidad de Caracas de doctor en derecho civil, el 2 de mayo de 1847, aún muy joven. Compartió su labor pública con el trabajo de sus hatos, así como con otros intereses comerciales, habiéndose dedicado a la exportación de ganado a Las Antillas, en un barco de su propiedad que bautizó con el nombre de su madre: ‘Quiteria’. / Desempeñó altos cargos en la política nacional. Fue funcionario de la Corte Suprema de Justicia, hasta el remplazo del general José Gregorio Monagas por su hermano José Tadeo; inmediatamente retornó a San Carlos, a cuidar sus hatos y, al estallar la Guerra Federal, se alistó con el grado de coronel, aportando trescientos caballos de su propiedad. En las huestes del general Ezequiel Zamora se desempeñaba como auditor de Guerra de la División del general Francisco García. También fue edecán de Zamora. / En 1864, figura como Diputado al Congreso de la República, por el Estado Cojedes; así aparece firmando la Constitución de este año”. / *…+ / Junto con don Manuel Montenegro y sus hijos el doctor y general José Manuel Montenegro y el coronel, y luego también doctor, Eloy Guillermo Montenegro, se le vio al doctor Acuña en *…+: Batalla de Santa Inés; Combate de la Sabana; Combate de Mamporal ; Sitio de Barinas; Batalla del Corozo; Combate de Curbatí; y otros encuentros, como el asedio de San Carlos, el 10 de enero de 1860” (Pedreáñez Trejo, 1976: 104). Un Incógnito agrega: *…+ En esta *casa de los Acuñas+ fue obsequiado *Guzmán Blanco+ durante los ocho días del sitio como fueron también Falcón y casi todos los principales Jefes de la Federación, tanto por la señora Quiteria Acuña de Acuña como por sus hijos los Doctores Elías y Benjamín Acuña. En la misma casa se inició y llevó a cabo la capitulación de los defensores de la plaza de San Carlos (en Ruiz, 1894: 268).

La señora Acuña fue de las últimas personas ajenas al ejército federal en hablar con Zamora: *…+ Es notoria en San Carlos la cordial amistad de las familias Montenegro y Acuña, motivo por el cual, el Comandante José Manuel Montenegro


presentó a Zamora a la señora Quiteria de Acuña: esta le preguntó por sus hijos Doctores Elías y Benjamín Acuña, a lo que le contestó que dentro de pocos momentos los vería y tomó pie de la pregunta para elogiar el liberalismo de la familia Acuña. Incontinenti la señora Acuña invitó a Zamora a almorzar, invitación que aceptó para su regreso. Luego tomó un pedazo de patilla y se dirigió a la puerta que da a la caballeriza en cuya pared al Naciente se hallaba una perforación por la que pasó Zamora, Montenegro y sus Edecanes… (en Ruiz, 1894: 267).

No sé si el Dr. y coronel Acuña en algún momento expresó opinión sobre este asunto de la muerte de Zamora. Pero él y su familia ―Quiteria y su hijo Benjamín Acuña, “*…+ graduado de médico”―, y la de los Montenegro, eran de los sancarleños mejores informados del lamentable suceso (Pedreáñez Trejo, 1976: 105). El “Edecán de Falcón y Zamora”, Dr. y Gral. ―“*…+ y que todos apellidamos Doctor” no deja de señalar, Un Incógnito (p. 270)―, José Manuel Montenegro, a quien se le encomendó la tarea de guiar al Vencedor de Santa Inés ―a petición suya― en la ciudad de San Carlos durante los sucesos de 1860; nació el 18 de septiembre de 1837 y murió en 1919, tal como me lo ha referido el joven historiador de la ciudad de San Carlos, Jean Carlos Brizuela. Fue Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia y “*…+ A él se recurría para solicitar información sobre el cisma belicista de las guerras civiles, él era un maestro en eso, y un testigo y protagonista de los hechos” y autor de “*…+ un célebre código o reglamento de escuelas *y+ decía discursos en el Panteón Nacional”. “*…+ Vice-Rector del Colegio Provincial de Cojedes, fundado en 1856” (Pedreáñez Trejo, 1976: 169, 170 y 54). Uno de los Cojedeños de actuación dilatada en la política venezolana hasta — por lo menos― la primera década del siglo XX en que desempeñó la Presidencia del Congreso de la República ―bajo el gobierno de Cipriano Castro— pisando puerta adentro de los años sesenta: Lampos Tinaqueros contiene reseñas de sus viajes de San Carlos hasta Caracas a cumplir con sus funciones de legislador: “*…+ senador por Cojedes en 1874, y diputado al Congreso por el Estado Zamora en 1893. Este mismo año ocupa provisionalmente la Presidencia del Estado Carabobo”; “*…+ Comisionado de la Presidencia de la República en Cojedes”, desde 1889; “*…+ luego *…+ llegó a ejercer la


Presidencia regional (1903-1904)”. “En 1978 dirigió en Valencia La Nueva Era, y en 1883, junto con el doctor Laureano Villanueva redacta el periódico El Deber” (Pedreáñez Trejo, 1976: 169). Uno de sus hermanos —El Dr. Manuel V. Montenegro— escribió en una oportunidad: “Tan pronto terminé mis estudios médicos *…+ ausentéme de mi patria, donde habían arruinado a mi padre, por odios no justificados de la política venezolana”: Digo su tradicional sube y baja, auténticas desgracias para algunos (Pedreáñez Trejo, 1976: 170). Reclama Manuel Landaeta Rosales a Guzmán que en su testimonio, “*…+ por cuyo nombre pasa como por sobre ascuas, cuando ya para entonces era Comandante, que en unión de su hermano el Doctor Eloy G. Montenegro, libraron el combate de Orupe el 12 de Agosto de 1859 y otros anteriormente, en pro de la causa federal, como se ve en El Heraldo redactado en 1859 y en el Manifiesto del General Falcón en 1860. Página 48 de su Biografía, por Pachano” (en Ruiz, 1894: 278). El desempeño del Dr. y Gral. Montenegro de “*…+ Práctico de la ciudad” del “Gran Capitán de la Federación” es ubicable dentro de lo fuera de sospecha. El General Santos C. Mattey en “Contestación a Pachano” expone: Era el primer día del sitio de la ciudad de San Carlos, y serían como las diez de la mañana cuando el General Zamora se presentó en el cuartel del Estado Mayor General que en aquel momento ocupa unas piezas altas y Torre de una Iglesia situada dentro y hacia el Sur de Occidente de dicha ciudad, y dirigiéndose al Jefe de Estado Mayor General, General Wenceslao Casado, le dijo: “necesito que usted ponga a mis órdenes al Comandante José Manuel Montenegro, que pertenece al Estado Mayor General para que me sirva de guía en las operaciones de estrechar el sitio que personalmente estoy ejecutando, puesto que él, como sancarleño, es conocedor de esta ciudad”. Inmediatamente le fue puesto a su disposición y partió minutos después, acompañado de dicho Comandante Montenegro, con esa inquietud, movilidad y actidad (sic) que eran características en el General Zamora” (en Ruiz, 1894: 272).

Del “Hijo de Cojedes y connotado hombre público”, el Dr. y Gral. Montenegro, Adolfo recoge una frase que lo explica todo: “Los venezolanos nos parecemos a los


franceses en lo de atribuir siempre a traición la muerte de un jefe de alto calibre o la perdida de una batalla trascendental” (Rodríguez, 2005: 348). ¿Subestimamos también la opinión de un testigo del hecho, a cambio de otorgarle todo crédito a alguien que no estuvo presente cuya versión no supera el escollo de “vaga presunción”? Olavarría lo consideraba testigo clave. En 1904 se encuentra al Dr. Montenegro, haciendo de “práctico” de la ciudad de San Carlos de otro General —Cipriano Castro—, cuando la visita de éste en su condición de Presidente de la República, acompañado de Juan Vicente Gómez, en cuya recepción no faltó el baile, la riña de gallos y los actos públicos de los que son adictos los políticos. Otras dos familias: los Borjas y los Oviedo (estos Centralistas) manejaran información de primera mano sobre la muerte de Zamora, y por ende, el Gral. Ramón García (Casado con la señorita Adelaida Oviedo, hija de la señora Ugarte de Oviedo. Entre los “Documentos” que presenta Olavarría, figuran las versiones de Isaías Lazo y Carlos María Oviedo, hermano de Adelaida. También el de un tal E. Borjas León, quien al contestar la comunicación de Olavarría, escribe: “*…+ tengo especial satisfacción en contestarla como sigue, de acuerdo con las referencias que me han hecho algunos miembros de mi familia, testigos presenciales de los hechos a que voy a referirme” (en Ruiz, 1894: 255). Todos estos testificantes son del criterio que el origen de la bala, es escopetazo del bando centralista (o godo). Quien comandaba el atrincheramiento en el centro de la ciudad era “*…+ El valiente Coronel Benito María Figueredo” (Landaeta Rosales en Ruiz, 1894: 277). En su representación —fuerzas centralistas— el Dr. Ezequiel María González, firmó la Capitulación de San Carlos, el 16 de enero de 1860, junto a Daniel Quintana (Pedreáñez Trejo, 1976: 151). No he ubicado quien se esconde con la identidad de “Un Sancarleño”: pero este comparte lo afirmado por los demás testigos: “*…+ claro que lo bañaban perfectamente, a distancia de diez o doce metros los fuegos de la casa de Manuel Hernández Sierra” (en Ruiz, 1894: 259).


El testimonio del General Desiderio Trias: “Por el contrario, jamás he podido atribuir la muerte del General Zamora a ningún compañero, porque precisamente soy yo quien he sabido por una casualidad quien fue el matador de aquel Jefe *…+. / El joven matador era de apellido Quintana, hermano del Doctor Daniel Quintana, de San Carlos”; está contestado por el segundo de los aludidos, con el amparo de Un Incognito (en Ruiz, 1894: 275 y 267-268). El único que repara en el origen de la bala en el libro de Olavarría, es Manuel Landaeta Rosales: 9º. En el párrafo quince, dice Guzmán Blanco, que la bala que dio muerte a Zamora, le entró por el ojo derecho, cuando todos los que estuvieron en San Carlos, dicen, que fue por el izquierdo, fracturándole el pómulo; y es del caso notar, que Guzmán Blanco no dice, de dónde partió aquel proyectil, que es el punto de que se viene hablando, hace 34 años, para poner término así, a las dudas que se han abrigado por muchos en ten largo período de tiempo (en Ruiz, 1894: 279).

¿Es que era necesariamente obligatorio que lo escribiera silaba a silaba? ¿Por qué Landaeta Rosales no sigue apoyándose en las “versiones” con refuta a Guzmán? ¿Porque no utiliza el mismo rasero (“*…+ cuando todos los que estuvieron en San Carlos, dicen”), o el de la mayoría? Zamora estaba parado frente al enemigo… y el disparo lo recibe en el ojo derecho, a tan poca distancia del atrincheramiento de aquel, ¿dónde entonces se cobijaba el “liberal complotado” para el asesinato preconcebido? Así se pone en duda la versión de mayor consenso entre liberales y conservadores. Las veces que se me ha invitado a hablar de Zamora (Universidades, Consejo Legislativo de Cojedes y cuando mis amigos me instigan a conversar una botella de vino en los sitios de nuestro agrado, donde el plato principal lo nutren la historia y política), de lo cual llevo más de veinte años en eso, siempre he dicho que sobre la muerte de Zamora el capítulo de la biografía de Adolfo es una agradable puesta de escena, con sus consiguientes interlocutores, en los que estos dejan oír detalles, insinuaciones; pistas y más pistas, pero sin una posición concluyente, aún cuando contamos con los


testimonios de testigos claves, los cuales se contrastan con los referidos por “declarantes” que no están presentes en el lugar de los hechos. Uno de ellos ―de la primera categoría― es el Dr. y Gral. José Manuel Montenegro, quien guió en 1904 al Presidente Cipriano Castro en el recorrido de la ruta seguida por Zamora poco antes de recibir el balazo, en consideración de haber sido él el guía del héroe en 1860. A comienzo de los noventa —durante aquella osadía del Círculo de Escritores—, participé de las exposiciones magistrales (entre amigos), de Argenis Agüero, con lujo de detalles de las “casas de alto” que existían para la época; invocación de distintos autores, la trayectoria por Zamora desde que cruzó al río hasta que recibió el balazo, para finalmente Agüero servir sobre la mesa la conclusión de que la bala provino del bando de Falcón y Guzmán. El plano parcial de la ciudad de San Carlos insertado en el texto de Olavarría (p. 233), exhibe ocho “Casas de alto”: todas enmarcadas en la línea de defensa de la ciudad. Al respecto escribe Un Incognito: en *…+ el perímetro fortificado tenemos la Iglesia Matriz o de la Concepción, con su magestuosa media naranja, única en Venezuela, por su altura y dimensiones; con su elevada Torre y gran Plaza al frente, circulada de buenas casas, seis de estas de balcón *…+ También se halla al Sur de la mencionada Iglesia un gran solar cercado de paredes que sirvió de corral al ganado destinado al consumo de los sitiados en aquel año (en Ruiz, 1894: 263).

El saldo restante, se distribuye entre las casas de balcón ubicada —una— en la esquina del actual Hotel Rosairene (Cruce de la Manrique con la Bolívar), y la otra, dos cuadras antes de la plaza Bolívar, en dirección este-oeste; es decir, la casa restaurada de Fernando Figueredo —como se le mienta—, de la esquina Sucre-Figueredo, diagonal a la “Casa del maestro”. Podría decirse que el “perímetro fortificado” consistía en un cuadrado de nueve “manzanas”, con una cuadra de oreja, en su primera línea de defensa que se extiende de la esquina Cruz verde, hasta el cruce de la Manrique con la Alegría (Esquina de la familia Arteaga, actualmente); y otra oreja, en el centro de las 3 manzanas de la línea posterior


de defensa, mirando hacia el occidente de la ciudad, donde se concentraba el Ejército Federal, al mando directo de Zamora, puesto que otras de sus divisiones ocupaban los territorios de La Yaguara. La lógica de esas dos orejas —o deformidades de cuadrado perfecto de 3X3—, deben buscarse en la necesidad de la provisión de agua y el control de la altura (Casa de Figueredo), por parte de los centralistas. Efectivamente, en la primera oreja mencionada se encontraba una “laguneta”, señalada como propiedad de “la casa del señor Dionisio Arnao”. Disponían entonces los sitiados de agua, ganado, siete tamboretes y cuatro cañones, para mantener y resguardar sus fuerzas, en una longitud de once cuadras. Seis “tamboretes”, delineaban la línea del atrincheramiento y el restante, reforzaba (dentro de lo interno), la parte posterior de la “Iglesia Matriz de la Concepción” y el “Solar en que depositaron el ganado los sitiados” (contiguo a aquella, hoy entre la Iglesia y la farmacia de la esquina Páez-Silva). Los puntos externos de los “tamboretes” se fijaron en: 1.-Actual esquina de Libertad-Sucre, reforzada con un cañón colocado en la esquina Libertad-Páez, y otro en la Manrique-Sucre. 2.-Cuadra de la Alegría entre Libertad y Manrique: Más cerca de la esquina Libertad-Alegría que de la bocacalle Manrique –Alegría. 3.-Calle Bolívar (Entonces llamada Calle real) sobre la mitad de la cuadra Manrique-Silva, reforzada con el cañón situado en Silva-Sucre. 4.-Calle Figueredo, en la esquina Páez, con visión de estas dos calles. 5.-Esquina de la Salia-Miranda. 6.-Calle Salia, sobre la mitad de la cuadra Silva-Manrique, reforzada con el cañón de la Páez-Silva.


De acuerdo con esto, la “manzana” mejor reforzada, es la comprendida entre las calles Manrique-Silva y Páez-Sucre, ocupada por la entonces “Plaza Concepción” (Plaza Bolívar), a la que se destina los cuatro cañones disponibles. Se dice que el Estado Mayor del Ejército Centralista despachaba desde la Iglesia Concepción; mientras el Federalista lo hacía de la Iglesia San Juan. La primera línea de defensa medía cuatro cuadras de longitud: De la esquina de la c. Salia-Libertad hasta la intersección de ésta con la Alegría. La inmediata a esta línea, se extendía de Salia-Manrique hasta el cruce de ésta con la Alegría. La tercera paralela abarcaba tres cuadras: Salia-Silva hasta el cruce Silva-Bolívar. La cuarta también comprendía tres cuadras: Salia-Miranda hasta MirandaBolívar. Y la de cierre, de sólo una cuadra: Páez-Figueredo hasta la desembocadura de ésta en la Bolívar. En total, el perímetro defendido de los sitiados se componía de diez esquinas que siguiendo la caída de las agujas de reloj (y siempre en línea recta), tenemos el trazado siguiente: 420 mts. de sur a norte entre la Salia-Libertad y la Libertad-Alegría; cruzando hacia el este, 100 metros en línea recta (Manrique-Alegría); luego virando hacia el sur, otros cien metros más (Manrique-Bolívar); en esta esquina, doscientos metros hacia el este (Miranda-Bolívar); cien a la derecha (hacia el sur), y cien más hacia el este (Figueredo-Sucre). Otros cien más (en dirección al sur), cruzando en esta esquina, cien metros hacia el oeste (Miranda-Páez); y de aquí, otra centena hacia el sur MirandaSalia), con viraje hacia el occidente de tres cuadras (unos trescientos metros), para desembocar en el punto de partida. Poco más 110.000 m2 estaban bajo control de los sitiados (unas once cuadras), sin incluir las dimensiones de las calles. Por su parte, los federales controlaban las dos cuadras (y sus alrededores) siguientes a la Cruz verde, en dirección hacia el oeste.


La cuadra entre Sucre-Bolívar y Libertad-Zamora, la ocupan cuatro viviendas: En la esquina Sucre-Libertad, “Casa de las tías de los señores Disiderio y Federico González, con solar cercado de cañas”; mientras que la esquina Libertad-Bolívar, era asiento de la “Casa del señor Juan José Hernández”, ocupada por la bodega de Disiderio y Federico González (“En 1860 tenía derrumbada en parte la pared sur del solar que la divide con el solar de la casa” anterior). Las otras dos esquinas de esta media manzana eran ocupadas por: En la intersección Sucre-Zamora, “Casucha con solar cercado de cañas”; y la esquina ZamoraLibertad, “Casa de la señora Quiteria de Acuña”. Al parecer, en estos alrededores sobre el boquete de la empalizada donde se encontraba la bodega de los hnos. González, cayó el General Ezequiel Zamora. ¡El primer jefe de la operación, vestido de manera contrastante, allí en esa línea de fuego! Algo de esto repite Crespo en la Mata Carmelera y también pagó con la vida. ¡Es que a la muerte no se debe provocar tanto! La cuadra siguiente, la de Sucre-Bolívar y Zamora-Falcón, se la reparten la “Casa del señor Nicolás Pérez San Juan” (esquina Falcón-Bolívar), precedida de la “Casa de la señora Belén Ugarte de Oviedo”, detrás de la cual (esquina Sucre-Zamora), se encontraba un “Solar cercado de cañas con paja del Pará”. La esquina Zamora-Bolívar, era parte del solar de la casa de los Oviedo. En este enterraron a Zamora. En ese entonces Agüero estaba influenciado en demasía por El libro de oro de Bigotte, mientras que mi parecer se atrincheraba en el balance de los pareceres compilados por Ruiz-Guevara en Zamora en Barinas (2009) de: Vitelio Reyes (pp. 240243); Laureano Villanueva (pp. 243-245); Emilio Navarro (pp. 245-248); Lisandro Alvarado (pp. 248-250); L. Level de Goda (pp. 250-254); José León Tapia C. (pp. 254-256) y J. E. Ruiz Guevara (pp. 256-258). Creo que el primero que me habló de ese libro fue el poeta Eduardo Hernández Guevara, durante una noche de conversación en el Bulevar de San Fernando.


Alvarado me había recluido en la sospecha de que “Los que admiten la idea de un crimen, fundan sus aseveraciones a merced de cierto número de hechos que apenas permitirían una vaga presunción” (En Ruiz-Guevara, 2009: 250). Y por tanto, no calzan en la categoría ni siquiera de lo “verdadero” hasta que se demuestra lo contrario; sino de “opiniones” que tal como son presentadas se caen por su propio peso. En el derecho se habla de “Presunción de hecho y derecho (no vale ni se admiten pruebas)” y la “presunción de ley o sólo de derecho (en tanto que no existe prueba en contrario, se tiene como verdadera)”: No se presencia ninguna de estas dos posibilidades. En el caso que nos ocupa (la muerte de Zamora), la “presunción de inocencia” (de los generales Falcón y Guzmán) es definitorio, porque hasta ahora —en esta materia— sólo el procedimiento del Derecho es la única manera científica de aproximarse a la verdad y a la justicia: Da la impresión que los “historiadores disidentes” proceden a la revisión de la “vieja historia” empapados de la predisposición de descalificar a Guzmán, cuando éste tigre no necesita de otra raya, para ubicarlo en la hueste del demonio, porque para eso existe la política: Los que están conmigo son hijos de Dios; mis adversarios huelen a azufre. Probablemente el enjuiciamiento más denso, más trascendental, contra Guzmán lo hizo José

Martí: y lo hizo desde “la crónica ‘Un viaje a Venezuela’ (1882),

originalmente escrita en francés”: Es Venezuela donde Martí “Comprendió la insuficiencia de las reformas liberales emprendidas por las élites dirigentes de Latinoamérica y el Caribe para propiciar un proceso civilizatorio adecuado a los más avanzados conceptos humanistas” (Morales Pérez, 2011: 87). Se supone que el que convenga convertir a la “Historia” en un Tribunal, debería ajustarse al procedimiento de éstos para su proceder. Nada se ha dicho de haberse intentando un “juicio” contra los que asesinaron a Zamora por parte de los que propugnaron esta “tesis”: Estamos ante la ausencia del valor probatorio. Por lo que el examen del historiador debe diferenciar la mera “opinión”, del veredicto emanado de procedimientos universalmente aceptados, legítimos. ¡No todo lo que dice la prensa es verdad!


Y eso implica una exhumación de los restos depositados en el Panteón: Entrada y salida de la bala; posible trayectoria del disparo; y sí el disparo fue a quemarropa… Lo que también serviría para despejar otras dudas… Para mí los testimonios de mayor peso son los de Guzmán Blanco y José Manuel Montenegro presentes en el lugar de los hechos. Por ello me complace mucho las conclusiones a las que arriba Agüero en su ensayo “La muerte de Zamora: Un hecho histórico entre el misterio y la mentira” publicado —a iniciativa mía— en tres entregas en el suplemento dominical de Ciudad Cojedes, “½ Día del domingo” (Nº 16, Nº 17 y Nº 18): En primer lugar se desconoce —hasta ahora— quien accionó el disparo que le segó la vida a dicho líder, ni de dónde provino (bando federal o bando enemigo); tampoco se ha dicho con exactitud el lugar donde mataron al General Zamora, aunque se conoce el área amplia en la cual ocurrió el hecho; no se ha clarificado el lugar donde estuvo enterrado el cuerpo los primeros años (antes de su exhumación); y por último no hay certidumbre del lugar donde reposan los restos del famoso caudillo federal. Con relación a estas incógnitas se han divulgado varias versiones, algunas de ellas cargadas de sobrada intencionalidad política, que pudieran calificarse de “aparentes verdades”, sin embargo no se ha profundizado en su conocimiento a través de la ciencia histórica (usando la rigurosidad metodológica de la investigación académica).

Agüero se pasea por las versiones de: General Guzmán Blanco (autor de la Muerte del General Ezequiel Zamora, publicado en 1894 en París; En Defensa de la Causa Liberal, publicado también en París en igual fecha; y Exhumación y apoteosis del General Ezequiel Zamora, publicado en París en 1896); Dr. Federico Brito Figueroa; Coronel Jacinto Pérez Arcay; Coronel Emilio Navarro; Gral. Félix Bigotte; Gral. Jacinto Regino Pachano; Gral. Manuel Landaeta Rosales; Gral. Luis Level de Goda; Dr. Laureano Villanueva; Dr. Domingo Antonio Olavarría; ex presidente Cipriano Castro y Dr. Adolfo Rodríguez (tilda la suya de investigación). Las conclusiones a las que llega Agüero son: Exagerada o sesgada, la realidad histórica nos indica que la muerte del General Ezequiel Zamora constituye un misterio no despejado aún y, es indudable, que muchas dudas y versiones diversas envuelven al hecho


ocurrido hace más de 150 años en la ciudad de San Carlos. Lamentablemente la carga subjetiva emanada del interés político genera una actitud sesgada, que matiza de falsos supuestos a los hechos históricos, alejándolos de un abordaje objetivo y desprejuiciado, que ocasiona un serio daño en la memoria colectiva. Ojalá que en lo adelante la rigurosidad de la misma ciencia histórica, de la mano de los historiadores con solidez académica, se encarguen de despejar las “sombras” circunstanciales que han envuelto y siguen envolviendo a este importante hecho de nuestra historia. Hemos visto que existen dos matrices de opinión en cuanto a la muerte de Zamora: Una sostiene que el líder federal fue víctima de una maquinación para eliminarlo y por tanto se trata de un crimen, un asesinato alevoso tramado previamente. La otra afirma que Zamora fue muerto en combate, en medio del tiroteo que se produce en un enfrentamiento armado entre dos bandos, y que por tanto la versión de un complot no tiene sentido. Entre los principales investigadores contemporáneos que sostienen la tesis de la conspiración (y han hecho publicaciones al respecto) están el Dr. Federico Brito Figueroa y el Coronel Jacinto Pérez Arcay; ambos sustentan sus hipótesis en los testimonios ofrecidos por el Coronel Emilio Navarro y el General Félix Bigotte (contemporáneos del hecho) en sus respectivos libros, donde no solo afirman que hubo un plan criminal, sino que además van más allá y acusan a los Generales Falcón y Guzmán Blanco de ser los autores intelectuales de la muerte de Zamora; en el caso del Dr. Brito, este se atreve a mencionar el nombre de G. Morón como el autor del disparo que le segó la vida a Zamora, sin ofrecer ninguna prueba que valide la certeza de su afirmación. Por otro lado, el Dr. Brito Figueroa afirma que el disparo fue hecho desde la torre de la iglesia San Juan, pero luego se acoge a una versión dada por Emilio Navarro donde sostiene que a Zamora lo mataron dentro de una habitación de la casa de la Sra. Acuña mientras estaba en una reunión, y seguidamente (en el mismo libro Tiempo de Ezequiel Zamora), el Dr. Brito da a entender que comparte la versión de Félix Bigotte (en su texto El Libro de Oro) donde afirma que el disparo que mató a Zamora se hizo a corta distancia de la víctima, desde una cepa de matas de cambur en cuyo lugar fue encontrado el rifle del General Falcón. Autores como Domingo Antonio Olavarría, Manuel Landaeta Rosales y Lisandro Alvarado, entre otros, descartan la tesis de la intriga y creen que la bala que mató a Zamora provino del fusil de un soldado enemigo; en las investigaciones que ellos hacen al respecto asoman varios nombres del presunto autor del disparo: El soldado Telésforo Santamaría, el hermano


del Dr. Quintana y Rodulfo Calderón, sin que tampoco haya una prueba definitiva al respecto, aunque coinciden afirmar que el disparo salió desde la casa del Sr. Hernández Sierra, justo frente al lugar donde se hallaba Zamora al momento de caer, y basan su afirmación en las narraciones de algunos personajes de la época como Carlos María Oviedo.

La última conclusión es más coherente (o más precisamente consistente), y cuenta con el aval de algunos centralistas de Cojedes con manejo de información de primera mano, Guzmán Blanco y el también Dr. y Gral. José Manuel Montenegro: “Los venezolanos nos parecemos a los franceses…” (Rodríguez, 2005: 348). La resguarda cierta advertencia de González Guinán contenida en el Tomo VII de su Historia Contemporánea de Venezuela (1954), en pie de las páginas 98 y 99: Casi inmediatamente después de la muerte del General Zamora comenzó la maledicencia a presentarla como consumada por algún jefe de los adictos personalmente al General Falcón. Hasta se señaló como instrumento de esa muerte al General Rodulfo Calderón, quien en Araure había tenido un disgusto con el General Zamora; pero el triste suceso ocurrió tal como lo relata el General Guzmán Blanco. Nadie en aquel Ejército era capaz de tal infamia. Zamora era amado y admirado por todos los federalistas, y no había quien no lo considerarse como el alma del Ejército.

El “Ilustre Americano” de 1860, es apenas el “Coronel Licenciado Antonio Guzmán Blanco” (No era el hombre fuerte de la “Revolución de abril”: cuando mucho pintaba un ministerio): de allí que una frase posterior suya merece leerse correctamente: “Aquí enterré al General Ezequiel Zamora la noche del 10 de enero de 1860; sin esta muerte, quince días después habría triunfado la Federación” (Subrayado, nuestro; MP) (González Guinán, t. IX, 1954: 319-320). Más acorde con la estatura del Guzmán de aquella hora —más creíble—, es este juicio: Usted es una pieza indispensable de esta máquina, porque usted tiene más popularidad que muchos y porque es el general alrededor del cual se reunirían los liberales con más confianza. Todos sabemos que por donde


vaya usted por ahí va nuestra causa ya que lo que usted apoye es porque nos pertenece. Y si Ezequiel Zamora “no entra a ocupar un puesto, por lo menos igual al de otros generales que nos acompañan, va a sucedernos que nos vean después del triunfo con menosprecio; nos darán por misericordia lo que, entrando usted, tendríamos por derecho. Y quién sabe si en mayor cantidad que ellos” (citado en Rodríguez, 2005: 240).

Por cierto, Adolfo señala en pie de página, como precedencia de la cita anterior, el tomo III de la historia de Gil Fortoul; p. 135 (Ediciones Sales; 1964), lo que la verificación desmiente. Regreso a la corriente de aguas, con una afirmación de Gil Fortoul que complementa el corte del traje: *…+ Aunque jefe universalmente reconocido de la revolución federal, y aunque tomaba parte en los combates distinguiéndose por su congénita bravura, Falcón no volvió a dirigir operaciones militares desde que juntó sus tropas con las de Zamora. Sus funciones eran las nominales de (futuro) Presidente en campaña.

¿Por qué esto? Es posible que priven dos razones: *…+ La verdad es que Falcón sabía de antiguo que su teniente y cuñado le era incuestionablemente superior en asuntos militares y tuvo la sensatez espontánea o forzada de someterse de hecho a su dirección, no sólo en las Provincias de Occidente, sino también en todas las operaciones posteriores, hasta San Carlos (Gil Fortoul, T. III, 1964: 155).

De Cecilio Acosta es la frase: “*…+ y no haber tenido jefe, muerto Zamora, la Revolución Federal…” (en Velásquez, V. 9, 1983: 343). Fíjense que dos hombres tan diferentes (Guzmán Blanco y Acosta), desde perspectivas distintas, y en épocas tan distintas (antes de comenzar la guerra; y después de ésta, que es el fechado que le corresponde a la segunda), presentan más coincidencias que divergencias al calibrar aquella diferencia militar que en realidad representaba Zamora: “*…+ Nadie le superó en la guerra del 59”, dice Gil Fortoul (p. 157).


Con su muerte la guerra vino a encontrar el camino a Caracas cuatro años más tarde. Allí radica parte de la “necesidad” de conservar a Zamora hasta la victoria, más y cuando, podían actuar como lo hicieron con Matías Salazar: Qué Guzmán siguió desde que estaba en el vientre de su madre un “libreto” para alcanzar la presidencia, es una tesis exageradamente endeble. Salir de Zamora sin asegurar nada, es actitud poco cónsona para un militar como Falcón que antes de dar un paso, primero saca la cuenta de los tiros de que dispone. La tragedia de Coplé alienta mi opinión: no era ninguna ganancia para Falcón y el coronel Guzmán Blanco salir de Zamora en ese momento: “*…+ En Coplé, el ejército federal es vencido y desbandado, y su jefe se escapa casi solo a Bogotá” (p. 159). ¿De qué manera representó el crimen de Zamora —supuesto negado, de mi parte— ganancia para los Tigres de la Federación? A San Carlos vienen, en busca de pertrechos después del desgate de Santa Inés y los combates subsiguientes. Y ducho en esa manera de hacer la guerra (arrebatarle las armas al enemigo), era Zamora. La constatación de Gil Fortoul, “*…+ Con la muerte de Zamora cundió el pánico en el ejército federal y desertaron muchos grupos…” (p. 158), conduce a la conclusión de que no son exageraciones los conceptos de Guzmán Blanco de su carta citada del 8 de diciembre de 1958, sino confirmación de una lectura acertada de la realidad de la que se tenía plena conciencia como lo confirma el esfuerzo por mantener en secreto la muerte del Héroe de Santa Inés. Esa exposición del historiador constitucionalista la comparte el coronel Emiliano Navarro —probablemente en nota de exageración para mi gusto, propia del tono del personalismo—: *…+ fue la desgracia de la muerte del General Ezequiel Zamora, porque después de este fatal acontecimiento, tal fue el descontento y desaliento del ejército federal, de todos sus jefes y oficiales notables con marcadas excepciones, que si el Gobierno como una medida de conveniencia pública hubiese decretado la paz, en estrecho abrazo fraternal entre hermanos, volviendo los revolucionarios a sus hogares, sin temores ni


responsabilidad, estoy seguro de que la revolución hubiera terminado en el mismo San Carlos a la muerte de su caudillo (Navarro, 1876: 99).

¡Esta sí que es la más grotesca traición a Zamora! y además traición al partido Liberal y al pueblo. El coronel como que no sabía del suelo que pisaba ni conocía a sus enemigos, ni a su jefe. Entre ambos pareceres —el del historiador y el militar—, sitúo la pertinencia de la afirmación —con lugar de Guzmán—: sin esta muerte, quince días después habría triunfado la Federación… Eso, unido a la escasez de pertrechos: Es más razonable pensar en la espera de la merma de la creciente para cruzar el río, o del marido que espera el momento del menor daño para el divorcio. Hay un hecho poco estimado a la hora de leer el balazo que acabó con Zamora: el militar desafortunado en el tipo de operaciones que en ese momento ejecutaba. Dice Tapia: “*…+ Dos veces antes se habían tenido dificultades en los sitios a las ciudades fortificadas, Barinas, Guanare y ahora San Carlos, en el camino victorioso que se inició en Santa Inés” (Citado en Ruiz-Guevara, 2009: 254). Más categórico el analista de Las armas en las guerra federal (1968): “*…+ El genio de la guerra de movimientos en la cual tan brillantemente sabía explotar las condiciones del terreno y mostrar sus inmensas habilidades en las tácticas guerrilleras, se estrella en la guerra de posiciones” (García Ponce, 1968: 212). Y sí sirve para algo la narración de González Guinán sobre el acontecer de la Guerra Federal en torno a la ciudad de San Carlos, la conclusión es que ésta siempre estuvo bien resguardada, o en su defecto en manos de gente con amplia experiencia en el menester de la guerra: “*…+ La defensa es obstinada y heroica”, desgrana un hombre de letras del siglo XX (Subero, 1971: 43). Manuel Subero en “La muerte del General Ezequiel Zamora según Emilio Navarro” (1971), recoge buena parte de las opiniones emitidas al respecto por escritores e historiadores de dos épocas, dos siglo: Guzmán Blanco (pp-46-47); Jacinto Regino Pachano (p. 47), Level de Goda (pp. 47-48); Laureano Villanueva (p. 48); Manuel


Landaeta Rosales (p. 48); Lisandro Alvarado (p. 48); José Santiago Rodríguez (p. 49); Don Ramón Díaz Sánchez (p. 49); José Gil Fortoul (p. 49); Héctor Mujica (pp. 49-50); alertando que “Tanto F. González

Guinán como R. A. Rondón Márquez citan

textualmente a Guzmán Blanco” (p. 50). No entrando “*…+ en el propósito del trabajo” de Subero “*…+ averiguar la veracidad de las diferentes versiones *…+ simplemente resumimos algunas de ellas, para que los interesados las comparen con la que aporta Emilio Navarro”, este rinde la recapitulación siguiente: Level de Goda: Murió de un balazo en la frente. Guzmán Blanco: Una bala le había entrado por el ojo derecho y la sangre le salía por el occipucio. Laureano Villanueva: Fue muerto de un balazo al pie de una fortificación Héctor Mujica: Allí cae muerto de un balazo incógnito. Ramón Díaz Sánchez: No se sabe de dónde ha partido la bala que le rompe el cráneo entrándole por un ojo. Lisandro Alvarado: Vario es el modo como se refiere lo primero, aunque sea vulgarmente admitido, y esto de fuente federal, que sus compañeros mandaron asesinarle. José Santiago Rodríguez: Pero la muerte del general Zamora equivale para el gobierno a una victoria. Gil Fortoul: Cayó muerto de un balazo. ¿De dónde y de quién? Landaeta Rosales: Si hay quien le conste la verdad, en uno u otro caso, debe manifestarlo con absoluta claridad al mundo, para que desaparezcan las sombras o lance la Historia el anatema sobre los culpables. Emilio Navarro: La víctima había recibido un balazo atravesándole el cerebro, dentróle el proyectil por debajo del ojo saliéndole al punto (…) Zamora fue muerto en una conferencia secreta para la que fue llamado por Falcón, en la casa del Dr. Acuña y que Morón, le dio ahí un balazo de acuerdo con ellos (p. 50).

El corte de la tijera de Subero sobre la tela de Gil Fortoul y Alvarado no lo creo muy afortunado: El segundo, trata de “vaga presunción” la versión propugnadora del asesinato; y en cuanto al primero, la frase invocada no es entendible sin el agregado que presenta en el original: Sus mismos correligionarios han sostenido siempre opiniones contradictorias. Para unos, la bala partió del campo federal, y hasta citan como victimario a un oficial llamado Morón, acusándolo de haber


obedecido a órdenes de Falcón y Guzmán Blanco, para evitar que Zamora se alzase con el Gobierno después del triunfo definitivo. Para otros, y son más, no cabe duda de que la bala salió del campo enemigo (Gil Fortoul, T. III, 1964: 156-157).

El énfasis de Agüero en El libro de oro —a la memoria del General Exequiel Zamora— (1868), de Felix E. Bigotte (General de División), me llevó hasta la Biblioteca Nacional: Y la decepción no pudo ser mayor: mera utilización de la figura de Zamora para atacar al Partido Liberal. Ningún aporte esclarecedor. En eso el autor es muy franco: lo anima un propósito opositor, subjetivo, parcial, del cual se alardea. Allí acudimos al viejo truco, de engrandecer a Zamora, para empequeñecer a Falcón y a Guzmán con fines políticos lapidarios y del panfleto desafortunado: “*…+ La imparcialidad, extraña virtud que Tácito no tuvo” (p. V), pero el texto tiene más del General Bigotte que el romano. ¡Menos mal que el único de manías de grandeza era el General Guzmán! En un libro de 224 páginas, enfocado en lo pernicioso de Guzmán Blanco (“*…+, el autor de todas nuestras desgracias presentes y futuras”), el caso Zamora se interpola como base de la terrible acusación: *…+ Falcón, que su mando se estableció sobre un crimen, y que durará lo que duran los crimines, poco más, poco menos, según la actividad de sus secuaces” (p. XII). El cálculo a Bigotte le salió torcido: Falcón entre la vida caraqueña y sus propiedades, prefirió la vida en sus haciendas del estado epónimo. Y Guzmán gobernó hasta que se cansó. Las veces en que se menciona a Zamora son cuatro: 1.-En la dedicatoria. 2.-En la alusión a la dedicatoria: “*…+ invocar el nombre de un muerto” (p. VIII). 3.-En la acusación ya citada de la página p. XII. 4.-En el párrafo y nota de pie de página de la XXV. Véase estas en toda su extensión:


En cuanto a la dedicatoria de este libro, tiene por objeto conservar la memoria de un buen patriota, que descolló en medio de una multitud de compañeros, por su valor, por su genio inventivo y guerrero. El combatía por dar a su patria una forma de gobierno de la cual esperaba la descentralización del poder, y con ella la verdadera libertad de los pueblos, para dirigirse y ser árbitros de su suerte; pero precisamente en los momentos en que la República esperaba más de ese Titan, y en que a su vez él pudiera ser más útil a su país, una bala homicida le hizo desaparecer (p. XXV).

El llamado de la nota de pie de página ocupa el lugar inmediato del punto final del párrafo y textualmente esto dice: (1) Todos saben la operación militar que practicaba el General Zamora en San Carlos, en el momento en que murió. La casa en que se encontraba haciendo la perforación de las tapias del fondo para ir con más prontitud al centro, está situada al Sur, quedando el fondo de esta, línea recta al norte: bis a bis del agujero que ya se había practicado, quedaba por la parte exterior, a cierta distancia, una cepa de cambur, entre la cual fue encontrado el rifle que todos conocían en el ejército como el rifle del General Falcón, y un pañuelo. El individuo que lo presentó a Guzmán Blanco fue amenazado de muerte, si refería esta circunstancia, dándole en aquel momento otra interpretación al negocio. Se dice generalmente que Guzmán y Falcón fueron los del complot, y se nos ha asegurado que hay una historia escrita sobre este suceso, que verá la luz pública muy pronto. Mientras tanto, las sospechas del público respecto del miserable que sirvió de instrumento para ejecutar el crimen, fluctúan entre dos individuos; nosotros suponemos que el historiador nos hará conocer el verdadero culpable, y con las pruebas podrá la justicia ordinaria abrir el sumario a los asesinos, mientras la justicia divina les envía el condigno castigo (XXV-XXVI).

¡Qué enredo el del Tácito criollo! 1ª Debilidad: No señala el origen de la información que trasmite: ¿Testigo de lo que relata o eco de lo que otros le dijeron? Se remite a: “*…+ se nos ha asegurado que hay una historia escrita sobre este suceso, que verá la luz pública muy pronto”, pero no se cita autor. Ni siquiera señala haberse leído el manuscrito. ¿Cuál sería esa historia en la que Bigotte cifra su esperanza de la revelación del asesino material de Zamora?


2ª Debilidad: “*…+ La casa en que se encontraba haciendo la perforación de las tapias del fondo para ir con más prontitud al centro”: ¿Cuál era esta casa? La versión de los presentes sobre el lugar de la caída de Zamora contradice a la anterior en todas sus partes: El Tácito criollo estaba muy mal informado. 3ª Debilidad: “*…+ el rifle del General Falcón”: Los testigos presenciales afirman que Falcón no se encontraba en el área, pues éste había partido hacia La Yaguara a reforzar a la vanguardia del ejército federal: ¿Saldría sin su rifle? 4ª Debilidad: ¿De quién era el pañuelo? ¿Cómo se llamaba el amenazado de muerte por Guzmán? ¿No tenía nombra acaso? 5ª Debilidad: “*…+ Se dice generalmente que Guzmán y Falcón fueron los del complot”: Está claro que al respecto el Tácito criollo no contaba con ninguna prueba que vincularan al General y al Coronel de la Federación. 6ª Debilidad: “*…+ respecto del miserable que sirvió de instrumento para ejecutar el crimen, fluctúan entre dos individuos”: Tampoco se sabe el nombre del homicida. En conclusión, es la de Bigotte una especulación que se alimenta de lo que “Se dice”. Pero allí no está la voz de Dios, porque precisamente no se cuenta con la precisión de las matemáticas: Falcón no estaba presente en el lugar del crimen; nada se dice del sitio exacto de la casa; ni del nombre del homicida (“fluctúan entre dos individuos”), ni del “Historiador” esclarecedor; ni se tiene certeza del “complot” de los dos tigres de la federación, muerto Zamora (―“Se dice”, es le fuente que se emplea). ¡Qué plato tan delicioso para un penalista competente! Y por último, si tal como lo expresa el General Bigotte, “*…+ que la pasión por la verdad iguala a la que tenemos por el derecho y la libertad, y que el hombre de bien, indignado, no miente” (VI), ¿Por qué no acudió a la “*…+ justicia ordinaria” a solicitar la apertura del sumario a los asesinos? En el “Prólogo” de su libro, Bigotte, advierte que con “*…+ ecepcion (sic) de algunas notas, fue escrito en Noviembre de 1867, poco antes de irnos para la campaña”.


Al año siguiente se publicó (p. VII). En ese momento Guzmán no era el hombre omnipotente de los veinte años siguientes de la política venezolana. El momento le era desfavorecedor, pues había llegado la Revolución Reconquistadora (o Revolución azul). Esa es la vaina de subestimar al enemigo… de dejarlo ¡vivo! Porque mientras respire, aspira. Asumir a Bigotte como fuente, sin reservas, es embarcarse en una verdadera “bandiosa”. Tenemos entonces que al escollo del origen de la bala, se agrega al del asesino, una criatura de por lo menos tres nombres: 1.-“*…+ Hasta se señaló como instrumento de esa muerte al General Rodulfo Calderón, quien en Araure había tenido un disgusto con el General Zamora” (González Guinán). 2.-“*…+ El joven matador era de apellido Quintana, hermano del Doctor Daniel Quintana, de San Carlos” (testimonio del General Desiderio Tris). 3.-“*…+ y hasta citan como victimario a un oficial llamado Morón” (Gil Fortoul). La fluctuación que alude Bigotte, es de más de dos nombres: Pregunto: la fuente de Gil Fortoul será la misma de la “*…+ historia escrita *…+ que verá la luz pública muy pronto”, invocada por Bigotte. Es de lamentar que el historiador constitucional a la hora del presentar el saldo del balance (“*…+ Para otros, y son más”), no detalló los nombres de la minoría divergente… Si se sabe que el coronel Navarro inculpa a un tal Morón de la muerte de Zamora. Leamos su versión al pie de la letra: *…+ tuvo lugar una conferencia que presencié entre el General Zamora, el General Juan Crisóstomo Falcón y los partidarios de Falcón, siendo de opinión estos últimos de que se atacara la plaza de San Carlos, capital del Estado Cojedes, con el propósito de tomar un grueso parque que se decía había en la ciudad, lo que resultó ser incierto. Y, si se quiere, de tal cosa no se tenían informes fidedignos ni detalles exactos. El General Zamora sigue al pie de la letra el plan trazado por el General Juan Crisóstomo Falcón y sus cómplices, ambos sin conciencia de lo que hacían, y al


siguiente día toma a la cabeza de todo su ejército el camino de los Apartaderos con dirección al centro de la República. A los tres días de marcha llegamos a San José, caserío de San Carlos, como a tres leguas de la plaza donde hizo noche el ejército federal. En este punto fueron dictadas las medidas convenientes para el ataque de la plaza y, tomada ésta a viva fuerza, emprendióse la marcha en la noche. En ese tránsito, como a una legua de camino, recibió el General Zamora unas comunicaciones y por ellas supo que el General Meléndez, con 300 infantes, volaba precipitado a auxiliar a Cojedes, amenazada por el ejército federal; el General Zamora, en vista de estas comunicaciones, dispuso que el General Pedro Aranguren a la cabeza de los batallones Federación y 20 de Febrero y unos cuerpos sueltos más, en número de 7 a 800 soldados, cortase al General Meléndez en el tránsito y le diera una derrota antes de que prestase auxilio a la plaza amenazada. El General Pedro Aranguren llegó a tiempo, cortó al General Meléndez en La Yaguara o Los Colorados [No, coronel: uno estaba al occidente y el otro al oriente], y rompiéronse los fuegos por estos dos valientes. Meléndez se abrió paso a la bayoneta por sobre las fuerzas federales, dejando el campo cubierto de cadáveres, y entró precipitadamente a la plaza de San Carlos con los pocos soldados que pudieron sobrevivir del terrible conflicto. Las fuerzas del gobierno que defendían la plaza, al recibo de aquel auxilio inesperado, alegráronse a tal punto que las campanas sonaron a vuelo con espantosa vocería, hubo fuegos artificiales y triquitraques. Precisamente todo esto pasaba a la misma hora que el General Ezequiel Zamora vadeaba con todo su ejército el río de aquella ciudad. Incontinenti dispuso el General Zamora su plan de atacar la plaza y ordenó que la caballería no entrase en pelea en el poblado, que forrajease a las orillas del río, junto con otros cuerpos de infantería que quedaron a retaguardia en las márgenes del río, para cubrir por este rumbo las avenidas de la población, la del camino que traíamos y especialmente el de Barquisimeto. Trabóse el combate dentro de la ciudad, los defensores de la plaza sosteníanse con denuedo bajo un fuego nutrido y terrible por ambos combatientes, haciendo esfuerzos supremos para defender la plaza; combatióse ocho días sin tregua ni descanso y terminado que fue el combate murió el General Ezequiel Zamora. Yo, su ayudante, quedé a retaguardia por su orden para que le comunicase sus instrucciones a las infanterías y caballerías de reserva y le pusiera en cuanta de las novedades ocurridas. Como tenía que dar al General Zamora las novedades diarias de las fuerzas de retaguardia, me dirigí al Estado Mayor para cumplir mi cometido; supe entonces por el General José Desiderio Trías y el Coronel José Rivero, que el General Zamora había muerto. En atención de esta tremenda noticia, me dirigí a la casa del Dr. Acuña donde se me informó se hallaba su cadáver, frente al templo de San Juan de aquella ciudad, y pasé a una pieza de lo interior del local en la que ciertamente vi el cadáver de Zamora, el fiel soldado de la Federación, el liberal por excelencia, el mejor amigo del pueblo, el Ney de las grandes batallas, punto único donde estaban vinculadas las legitimas esperanzas del ejército federal. Me hice un raciocinio en aquella aciaga


hora frente al cuerpo yerto del héroe más grande de la América del Sur; fuera por consecuencia de lo que me produjese aquel acto en toda mi sensibilidad por ser muy joven, o bien por algún fenómeno extraño que se apoderó de mí, en aquel tremendo momento que marca y sella toda mi existencia, dije en mi interior, agobiado por aquella catástrofe: “El Partido Liberal no triunfará jamás; desgraciados los hijos del pueblo que combaten por esta causa a la que han consagrado todos sus desvelos y sacrificios, derramando su preciosa sangre, su amor y lo más sagrado su familia; con este cadáver terminaron sus bellas esperanzas, su más seguro porvenir; vale más precipitadamente abandonar este campo de azares y suplicar la clemencia de nuestros enemigos antes de presenciar pasivamente tales escenas”. La víctima había recibido un balazo atravesándole el cerebro: entróle el proyectil por debajo del ojo saliéndole por el punto indicado. Una señora Coello, hija de la ciudad, limpiábale la herida con un pañuelo blanco y le espantaba las moscas; pregunté a esta señora cómo había tenido lugar este acontecimiento, y me contestó: “Una bala del enemigo”. Después de un rato salí al corredor de la casa, encontré al Coronel Reique, hijo de la heroica Barinas o de La Guaira, que me decía y repetía en alta voz a las puertas de la casa, que ese infame de Morón había muerto a traición al General Zamora; que era éste su asesino. El Coronel Reique entró a la toma de Caracas el año 1870 en el ejército del General Guzmán Blanco, él puede testificar este hecho. Esto me hizo sospechar más de este acontecimiento y traté entonces de informarme minuciosa y verídicamente con mis conmilitones, jefes, oficiales y tropa de Coro que se encontraban en el corredor de la casa; todos aquellos ignoraban lo ocurrido. Con otras fuerzas no pude adquirir ninguna noticia circunstanciada; todas ellas estaban en la ignorancia de aquel hecho. Bien, pues, este Morón era coriano, hijo de José Aquilino Morón, que murió también en la campaña de los cinco años, en la barra de Maracaibo, en unión de los Aguados. El General José Ignacio Pulido, ignorando quién era el tal Morón, a quien se le imputaba la muerte del General Ezequiel Zamora, hizo, en la campaña de San Isidro contra el Chingo Olivo, fusilar a un tal Morón que llevaba este triste apellido (pp. 100-103).

Pero eso no es todo: el coronel añade a su desgranado: “*…+ Después de la desgraciada muerte del General Ezequiel Zamora *…+ los partidarios de Zamora éramos vistos con notable indiferencia, el General Falcón y los suyos congratulábanse en virtud del trágico fin que había tenido lugar para alcanzar la victoria, pues el General Falcón veía en el General Zamora un obstáculo insuperable a su elevación al poder” (p. 104). Luego agrega: “*…+ El General Zamora llegó a decirnos a los que tenía ilimitada confianza, que él únicamente aspiraba al mando en jefe del ejército


de la Federación, ya en la guerra como en la paz *…+ que el General Juan Crisóstomo Falcón, ínterin él asumiese el poder de las armas, sería el Presidente de la República, de acuerdo con la Constitución, pues este era un deber que le imponían la naturaleza y la sangre” (p. 105). Basa el Coronel Navarro la congratulación de “Falcón y sus aduladores” en la Proclama de Falcón pronunciada “*…+ a los tres días de haberse verificado la rendición de la plaza de San Carlos”, que éste interpreta contra Zamora sin señalar en concreto que era lo que se decía (“*…+ Y otras cosas más contra los nobles restos del General Ezequiel Zamora”) (p. 105): De lo citado, lo más fuerte que se lee es esto: “*…+ Cesó el desorden de hoy para adelante” (p. 105). Posteriormente dice el Coronel Navarro: *…+ Esta proclama tuvo lugar cuando aún el ejército federal no había enjugado sus lágrimas por la víctima. Bien, pues, de aquí nació en todos los ejércitos —el federal y el godo— que el General Juan Crisóstomo Falcón era el verdadero autor del asesinato perpetrado en el Jefe de la Federación, y asimismo fue confirmado este hecho por el bando enemigo, pues el consumado literato Doctor Juan Vicente González, en su periódico “El Heraldo” *…+ decía: que la bala que dio muerte al General Ezequiel Zamora había matado a dos: a su jefe y a su partido; y que el gobierno por sólo este hecho no necesitaba de las armas para conseguir el reinado de la paz; ni debía temer a un partido que se devoraba él mismo por sus designios de ambición (pp. 105-106).

Como siempre sucede al hombre poco precavido, el Director de El Heraldo, culminó ante la Historia con dos visiones de Falcón: El retrato de perfil y el del frente. El Coronel Navarro con uno sólo: el de la intriga y lo que se grita en los pasillos. Es menester seguir el curso de la narración del Coronel Navarro: Estas apreciaciones parécenme demasiado fuertes; puede ser o no ser así: no fui testigo presencial en la consumación de este hecho; muy probablemente pudo una bala del enemigo, dirigida de la casa de balcón del General Figueredo, sita en una de las esquinas principales de la plaza, dar muerte al General Ezequiel Zamora. Ciertamente encuentro muy terrible para creerlo que el General Juan Crisóstomo Falcón, junto con los suyos, los autores de este atentado (p. 106).


Pareciera que el Coronel Navarro inventaba aquella versión mientras escribía: Para sorpresa del lector, el coronel Navarro, no obstante la afirmación precedente, continúa aferrado en la murmuración: “*…+ oí de todos aquellos jefes y oficiales que se hallaban en el combate *…+ y que decían saber lo ocurrido” (p. 106), hasta que por fin el Coronel consigue la llave del “misterio”: El General Jesús María Hernández decía: “Que el General Falcón con los suyos eran los agresores y autores de este atentado; que muchas veces habían premeditado este asesinato, no pudiendo llevarlo a término por la multitud de dificultades que se oponían a su consumación y el enorme peso de la responsabilidad; que se hacía preciso para verificarlo se presentarse una ocasión propicia en que el crimen quedase impune; y que comprendiendo Falcón y los suyos que la papa estaba pelada por consecuencia de la batalla de Santa Inés y que el General Zamora era un obstáculo a sus designios, lo precipitaron todo y resolvieron dar el golpe decisivo”. Para mí, en mi concepto, hallo muy fuerte este raciocinio, pero sí veo allí como una presunción legítima, por el conocimiento que tuve del General Ezequiel Zamora, el que se le hubiese dado muerte en medio del ejército y que no hubiese una sola persona que presenciase este hecho. El General Hernández dice así: “El General Zamora fue muerto en una conferencia secreta para la que fue llamado por Falcón en la casa del Doctor Acuña y que Morón le dio ahí un balazo de acuerdos con ellos”. Soy testigo de que muchas veces el valiente General Jesús María Hernández dijera al General Zamora de una manera afirmativa: “Pele el ojo, General, no se descuide un solo momento porque el General Falcón juntamente con los suyos meditan darle un balazo, y después de hecho este atentado, no hay remedio y pobre de nosotros. Le aseguro que si se verifica este atentado en su persona, soy capaz de pasarme a los godos porque por Ud. únicamente estoy aquí, bien lo sabe usted”. Y dejó de hacerle más reflexiones (p. 107).

Una de dos: O este General Hernández tenía facultad de leer el pensamiento de la gente; o era un infiltrado: sabía algo más y se lo ocultó a Zamora. La mayor decepción es el contenido con el cual el Coronel Navarro remata su acusación: *…+ Comprenderán mis lectores que el General Falcón, por su imprudente proclama en la plaza de San Carlos, descubríase él mismo, por propia


boca, por falta de juicio y torpes instintos, ser el factor de un hecho punible; pues si tal cosa sucedía, como se le imputaba, aquel atentado debió ser de él y de los suyos. De esto soy testigo; yo y muchos que disimulábamos en el silencio todo aquello que pudiera comprometer nuestras personas. Resulta también otra circunstancia agravante en los partidarios del General Juan Crisóstomo Falcón, que tiende directamente al descubrimiento de este hecho, como lo dejo relacionado atrás, y fue el desconocimiento que estos mismos partidarios de Falcón pretendieron llevar a cabo el siguiente día que tuvo lugar la derrota que se le dio al General Herrara, el baqueano, en la batalla de la Villla de Araure, pues esto revela un parto concebido de antemano (pp- 107-108).

Con razón, Gil Fortoul y Alvarado “dudaron” cada uno a su modo de estos mangüereos. Y más que versiones de las filas federales; deben tenerse de gente que se pasaron al bando conservador y así resarcían sus antiguos pecados: fíjese el modo de expresarse del Coronel Navarro: “Falcón y sus aduladores”, mientras Juan Vicente González, el mismo que bendijo la bala que se llevó a Zamora, era citado y acatada su opinión. El relato del Coronel Navarro en realidad presenta dos versiones, y así debe ser citado, porque de lo contrario se incurriría en manipulación de la fuente: 1.-“*…+ Una señora Coello, hija de la ciudad, limpiádole la herida con un pañuelo blanco y le espantaba las moscas; pregunté a esta señora cómo había tenido lugar este acontecimiento, y me contestó: “Una bala del enemigo” (Navarro, 1876: 103). Ratificada más adelante: “*…+ puede ser o no ser así: no fui testigo presencial en la consumación de este hecho; muy probablemente pudo una bala del enemigo” (Navarro, 1876: 106). 2.-“*…+ encontré al Coronel Reique, hijo de la heroica Barinas o de La Guaira, que me decía y repetía en alta voz a las puertas de la casa, que ese infame de Morón había muerto a traición al General Zamora” (Navarro, 1876: 103). Ratificada más adelante (esta vez quien lo afirma es el General Jesús María Hernández): “*…+ El General Zamora fue muerto en una conferencia secreta para la que fue llamado por Falcón en la casa del Doctor Acuña y que Morón le dio ahí un balazo de acuerdos con ellos” (Navarro, 1876: 107).


¿Cuál entonces privilegiar? ¿Citar una y esconder la otra? ¿Cuál es la verdadera? La versión de Navarro es impugnable, desde el inicio hasta el final y como el mismo lo confiesa (lo prueba), “*…+ no fui testigo presencial”, y fue concebida dentro de “*…+ fenómeno extraño que se apoderó de mí, en aquel tremendo momento que marca y sella toda mi existencia”, en que delante del cuerpo aun caliente de Zamora, al Coronel no se ocurrió otra ofrenda, que “*…+ suplicar la clemencia de nuestros enemigos” (p. 102); es decir, justificación de un salto de talanquera. Esta es la atmosfera que gobierna dicha versión. 1.-En cuanto a que “*…+ tuvo lugar una conferencia que presencié entre el General Zamora, el General Juan Crisóstomo Falcón y los partidarios de Falcón, siendo de opinión estos últimos de que se atacara la plaza de San Carlos, capital del Estado Cojedes… (Navarro, 1876: 100)” (la cual se insinúa como innecesaria militarmente y concebida como para del crimen); la compromete un parecer documentado por Adolfo en que desde el 19 de septiembre le tenía ganas a la que Villanueva llama la “CiudadGolgota”: “*…+ picar la retaguardia de los godos enemigos hasta meterlos en sus trincheras de San Carlos y destruirlos con el sitio o la muerte” (Rodríguez, 2005: 301). 2.- “*…+ A los tres días de marcha llegamos a San José, caserío de San Carlos, como a tres leguas de la plaza donde hizo noche el ejército federal. En este punto fueron dictadas las medidas convenientes para el ataque de la plaza y, tomada ésta a viva fuerza, emprendióse la marcha en la noche”. “*…+ Precisamente todo esto pasaba a la misma hora *de la entrada del General Meléndez al perímetro fortificado de San Carlos] que el General Ezequiel Zamora vadeaba con todo su ejército el río de aquella ciudad” (Navarro, 1876: 101). Un Incógnito es más convincente: “Principia el barrio de ‘Las Lajitas’, calle real de San Carlos de Domingo Cordero ocupada en aquel año por Manuel María Zalazar; pero como éste la abandonó y se refugió dentro de las trincheras, fue ocupada por Falcón y los principales Jefes del Ejército. De esta casa salió Zamora por demás entusiasmado en la mañana del 10 de Enero de 1860 acompañado de sus Edecanes” (en Ruiz, 1894: 266).


“*…+ Efectivamente, como a las seis y media de la mañana del día 10 del mes y año indicados, Aranguren trabó combate…” (en Ruiz, 1894: 264). ¿Cuánto duró ese combate y cuánto tardó el General Meléndez en cubrir el trayecto entre La Yaguara y el perímetro fortificado de la Ciudad? ¿Tres horas y medias? “*…+ Los defensores de la plaza sosteníanse con denuedo bajo un fuego nutrido y terrible” (Navarro, 1876: 101-102). 3.-“*…+ me dirigí a la casa del Dr. Acuña donde se me informó se hallaba su cadáver, frente al templo de San Juan de aquella ciudad” (Navarro, 1876: 102): La casa de los Acuña en realidad no ocupa el frente sino la diagonal izquierda al templo, mirando hacia el sur. También confunde “La Yaguara” con “Los Colorados”: “*…+ Al llegar el Ejército Federal a San Carlos, el General Pedro Aranguren se situó con su División al naciente de aquella ciudad, en los lugares denominados el Arao y la Yaguara” (Un Incógnito en Ruiz, 1894: 263). 4.-“ *…+ El General Zamora fue muerto en una conferencia secreta para la que fue llamado por Falcón en la casa del Doctor Acuña y que Morón le dio ahí un balazo de acuerdo con ellos” (Navarro, 1876: ): Falcón no se encontraba en esta casa según el testimonio de Un Incógnito: “*…+ a las diez de la mañana llegó también a la Yaguara, después de Trías y Márquez, el General Falcón acompañado del General José González y otros más, pero sin tropa” (en Ruiz, 1894: 264). El testimonio de Juan Manuel Payares Seijas favorece la versión de la ausencia de Falcón del lugar de los hechos: “*…+ Yo me separé de aquel sitio, casi al acto de colocar a Zamora en la mesa donde espiró *…+ a comunicar la triste noticia al General Falcón que lo hallé en su campamento” (en Ruiz, 1894: 257). ¿Matar a una persona entre varias (“*…+ fue muerto en una conferencia secreta”), no era someterse a una especie de “ruleta rusa”? El menor error, algún movimiento inesperado… Y para más, presencia de los máximos Jefes. El Coronel Navarro debió estar mal informado, pues el General Payares (“Primer Jefe del punto de ataque”), afirma:


3º Al caer herido el General Zamora quedó boca abajo en el suelo, de donde aún espirante lo levantamos después, el suscrito, Núñez, Montenegro, Reques, algunos soldados y el Comandante José María Morón, que en aquellos momentos saliera del fondo de la casa y lo condujimos a la de las Acuñas, colocándolo en una mesa de comer que había en el corredor, donde a poco espiró (en Ruiz, 1894: 256).

5.-“*…+ La víctima había recibido un balazo atravesándole el cerebro: entróle el proyectil por debajo del ojo saliéndole por el punto indicado (Navarro, 1876: 103)”: Confirma el Coronel Navarro que el balazo lo recibió de frente. No señala en cuál de los dos ojos. 6.-“*…+ Esto me hizo sospechar más de este acontecimiento y traté entonces de informarme minuciosa y verídicamente con mis conmilitones, jefes, oficiales y tropa de Coro que se encontraban en el corredor de la casa; todos aquellos ignoraban lo ocurrido. Con otras fuerzas no pude adquirir ninguna noticia circunstanciada; todas ellas estaban en la ignorancia de aquel hecho” (Navarro, 1876: 103): No, Coronel; no era eso; Usted sabe que dentro del ejército se cumplen ordenes. ¿Un Coronel interrogando a un General? 7.-“*…+ pero sí veo allí como una presunción legítima, por el conocimiento que tuve del General Ezequiel Zamora, el que se le hubiese dado muerte en medio del ejército y que no hubiese una sola persona que presenciase este hecho” (Navarro, 1876: 107): A esta afirmación la niega el testimonio del General Payares. ¿Reques y Reique son una misma persona? 8.-“*…+ El General Zamora llegó a decirnos a los que tenía ilimitada confianza, que él únicamente aspiraba al mando en jefe del ejército de la Federación *…+ que el General Juan Crisóstomo Falcón *…+ sería el Presidente de la República, de acuerdo con la Constitución, pues este era un deber que le imponían la naturaleza y la sangre” (Navarro, 1876: 104-105): ¿Y el acuerdo de Barinas? Zamora “*…+ Zamora pidió pasaporte para la Nueva Granada. Y por ello fue que Falcón convino en ser simple presidente en campaña, mientras el Cabo se erigía como generalísimo o jefe de la tropa”


(Rodríguez, 2005: 305). ¿Después del arreglo, de superado las diferencias, para qué el crimen? Y no por razones de magnanimidad, sino de otra naturaleza: —Si hubiéramos perdido todo el ejército, todo el armamento y hasta la popularidad de nuestra causa, habríamos perdido menos que con la muerte de Zamora. Él solo, con su espada y varita a caballo, era más que todo eso junto, expreso Guzmán (Rodríguez, 2005: 349). 9.-“*…+ Pele el ojo, General, no se descuide un solo momento porque el General Falcón juntamente con los suyos meditan darle un balazo” (Navarro, 1876: 107): Por lo visto a Zamora no lo trasnochaban esas intrigas. Y lo más lamentable: el Coronel Navarro termina buscando el fundamento de su “versión” en el periódico de Juan Vicente González. Es de resaltar que la lectura de Adolfo sobre Olavarría difiere de la de Agüero: “*…+ Olavarría catalogado por Guzmán como ‘el más bravo de los godos de uña en el rabo’, disculpa, de esa histórica responsabilidad, al partido contario”; mientras Agüero señala: “Autores como Domingo Antonio Olavarría *…+, entre otros, descartan la tesis de la intriga y creen que la bala que mató a Zamora provino del fusil de un soldado enemigo”. En el Capítulo XI de Estudios históricos-políticos 1810 a 1889 (1894), titulado: “1860 a 1872. Muerte y exequias del general Zamora” (pp. 231-250), no he me encontrado con la “disculpa, de esa histórica responsabilidad, al partido contario”; lo más cercano a ello, son las intrigas que Olavarría deja en el aire en su propósito opositor de rodear el suceso de confusión: Y á propósito de todas estas cosas, como hay que convenir en que alguna desazón existía entre los Generales Falcón y Zamora, desde Barinas, como dice Un Incógnito. Zamora es quien viene al frente del Ejército sitiador de San Carlos. Falcón viene á retaguardia á una jornada de distancia con su séquito… Muere Zamora y Falcón no va á ver el cadáver, como era natural, tratándose de su amigo, cuñado y compañero… (Ruiz, 1894: 248).


Pero como para curarse en salud, Olavarría no deja de señalar: “A otros tocará hacer esas investigaciones!” (p. 248). Los argumentos esgrimidos (una y otra vez) por Olavarría para la refutación a Guzmán, conllevan a desestimar tal intriga. Además, hubo tiempo de sobra para refrescar el disgusto. Y por lo que él señala ese no era el interés de lo polémica: Es de sentirse que el señor Doctor y General José Manuel Montenegro á quien citan de diferentes maneras los que hacen referencia de esos sucesos, no haya querido todavía publicar todo lo que él conoce sobre el particular; pero abrigo la creencia de que al hacerlo, si bien podrá presentar detalles íntimos que sólo él conozca, no desvirtuará la esencia de lo que dejo demostrado, á saber: que Montenegro salió de la Iglesia de San Juan con el General Zamora; que le acompañó hasta la casa de la señora Acuña, á quien presentó al General Zamora; que estando al lado de Zamora en el momento de caer herido, hizo preparar una cama para el cuerpo, ayudó á amortajar el cadáver y solicitó los útiles para cavar la sepultura; que probablemente estuvo presente también en el acto del entierro; que habiendo vuelto a San Carlos en 1870 con el General Guzmán, visitó los lugares de la herida de Zamora y de su entierro; que disintió de lo que el General Guzmán indicaba sobre la posición de la sepultura; y que al ser uno de los conductores de los restos humanos extraídos, tenía la convicción de que los verdaderos restos de Zamora eran los exhumados por los azules, dos años antes (Ruiz, 1894: 246).

Por otra parte, unas cuartillas tituladas, “Puesta del sol en San Carlos (Muerte de Zamora)” que Adolfo Rodríguez puso en mis manos para su publicación en una de las revistas regionales (gesto que me honra el de Adolfo), y que Armando González Segovia incluyó —por sugerencia mía— en el Boletín Nº 4, Archivo histórico del Estado Cojedes (Enero-junio 2001), en momentos en que el Instituto de Cultura del Estado Cojedes (ICEC), lo presidía Christhian Valles. Allí en el primer párrafo, Adolfo escribe: Para reconstruir el escenario en que muere Ezequiel Zamora, me sirvo de dos textos que juzgo nada despreciables al respecto, por su afán de exhaustividad y veracidad al mismo tiempo: uno en el que Guzmán Blanco, liberal y testigo de los hechos, publica en 1894 para refutar a Level de Goda, y el otro de Luis (Domingo Antonio Olavarría) producto de su temerario empeño en demostrar que no son de Zamora los restos colocados por Guzmán en el Panteón Nacional. Ambos documentos coinciden en que “la bala asesina” surgió del bando conservador, tal como se infiere de otras fuentes que cito. Veáse que Olavarría, calificado por


Guzmán como “el más bravo de los godos de uña en el rabo”, disculpa al odiado federalismo de tan tremenda responsabilidad (p. 23).

“La tarde de esa víspera” (Capitulo XLIX de la segunda edición de la biografía de Adolfo), es una poda de “Puesta del sol en San Carlos (Muerte de Zamora)”: Es muy probable que lo contradictorio entre la “*…+ disculpa, de esa histórica responsabilidad, al partido contario” (Rodríguez, 2005: 341); y “*…+ Ambos documentos coinciden en que “la bala asesina” surgió del bando conservador” (Rodríguez, 2001: 23), sea producto de un descuido… Pues bien, llegó el momento en que el Doctor y General Montenegro que ya lo había dicho todo, detallara su “versión”. Y lo hizo en el marco de la visita del Presidente Cipriano Castro al Estado Cojedes: Así lo informó el semanario El Eco de las pampas (Segunda época); dirigido por Ignacio Pedroza; administrado por R. Villanueva M. e impreso en la Imp. de Casto Lerzundy I. (San Carlos), del 16 de julio de 1904 (Año I. Mes II), cuya edición se dedica casi en su totalidad a la presencia de castro en San Carlos: 1.-En la primera página, bajo el titular, “El General Castro y el General Zamora / La verdad histórica. Exposición que hace el General Cipriano Castro”, con continuidad en la cuarta página, el artículo siguiente: I Uno de los asuntos que yo anhelaba averiguar y esclarecer en mi reciente viaje a la histórica ciudad de San Carlos era el de la muerte y entierro del esclarecido General Zamora, mártir de la Cusa Federal de Venezuela y de que tanto se ha hablado con incertidumbre hasta hoy. También deseaba por mis propios ojos ver y contemplar el lugar mismo del episodio para poder formar la idea más cabal de los hechos. Todo ha salido a pedir de boca, pues, el lugar con todas sus señales y vestigios se conserva intacto, a penas marcado por las huellas del tiempo, lo cual a la vez que le da más seriedad y realce que convida a la contemplación, presenta la verdad desnuda y sin vacilaciones; y por último, como por un verdadero favor de la fortuna, me había de encontrar con el hombre que yo necesitaba a mi objeto propuesto. Es nada menos que un autor en los sucesos ocurridos entonces, testigo presencial de los hechos, no solo de aquella época, sino de los transcurridos hasta el momento en que esto escribo. Respecto a la fe y crédito que sobre el particular merecen sus palabras y su narración hecha a mí y quince o veinte personas que junto conmigo se


encontraban, se podrá apreciar a cabalidad cuando el lector llegue en esta relación a una frase reveladora de que todo, todo, es la expresión de la verdad. Por el momento me conformo con decir que sus canas, su porte, su seriedad y circunspección, y el acento y verbo de su palabra, manifestaban perfectamente al ánimo de todos los oyentes allí presentes, que había llegado para el esclarecimiento de la Historia de Venezuela, sobre dos puntos de la mayor importancia, el momento decisivo. Pero antes de entrar de lleno en la narración, he de determinar los dos puntos anteriores a que me refiero, ellos son: si fue bala enemiga o traidora diciéndose amiga, la que arrebató la vida del Valiente Ciudadano; y qué ha sido de sus restos. II He aquí la narración de los hechos ocurridos: Llegó el Ejército federal comandado por el esclarecido y valiente General Ezequiel Zamora, por el poniente de la ciudad, habiendo ocupado inmediatamente la parte más elevada de ella en este lugar, a la vez que el mismo General Zamora, en persona ocupaba el templo de San Juan que allí todavía se encuentra, como mudo testigo de aquellos sucesos, conservando grabadas todavía en sus torres y paredes las señales de las descargas de la fusilería enemiga. Fue entonces cuando el General Zamora ordenó a sus Edecanes General Guzmán Blanco y Doctor J. M. Montenegro, salir del templo, atravesar la calle y entrar por un portón que queda bis a bis con el templo, a la casa inmediata, a fin de obtener [palabra ilegible] dos cosas importantes que necesitaba saber para abrir operaciones definitivas a la toma de la plaza, ellas eran: qué Jefe comandaba el Ejército que defendía la plaza y cuál su número. Los Edecanes, apostrofados por Zamora, al fin pasaron la calle y penetraron en la casa, pero no pudiendo obtener el dato preciso, resolvieron atravesar la calle trasversal por otro portón de la misma casa que da a ella, y romper una pared cuya señal se conserva todavía, aún cuando derruida por el tiempo, para pasar a la casa que allí existe, y que fue precisamente donde expiró el eminente ciudadano. El General Zamora preocupado por la demora de sus Edecanes con el informe que se proponía obtener, resolvió bajar de la torre, salir del templo, atravesar la calle por el mismo lugar donde lo habían hecho anteriormente los Edecanes, y entrar por el mismo portón a la primera casa de que hemos hablado ya. Al saber aquí el lugar donde en ese momento se encontraban los Edecanes, atravesó también la calle trasversal de que hemos hablado y por el mismo agujero abierto en la pared, penetró en la otra casa, que según entendí, es de la estimable familia Acuña. En esta casa ocurrió también la necesidad de perforar otra pared para pasar a la inmediata casa que ya los iba a poner al tanto de lo que se deseaba con más precisión, por estar más inmediata del lugar donde se


encontraba el enemigo, y a donde se penetraba por el solar de la respectiva casa. Fue aquí donde avisado el General Zamora de los inconvenientes que se presentaban próximamente a este solar para la construcción de una trinchera que debía ejecutarse, fue personalmente a observar y convencerse de la verdad, pasando por la perforación de que hemos hablado, y es aquí precisamente al entrar, donde él se para, en medio de un ligero follage, vestido de su uniforme, y empieza a departir con sus Edecanes, así como a observar lo que él se proponía, dando el frente precisamente al enemigo que se encontraba en la torre de la Concepción como de dos a tres cuadras de distancia por elevación cuando improvisadamente fue herido, cayendo su cuerpo en este lugar, de donde lo recogieron sus Edecanes, y pasando por el agujero abierto lo llevaron a la casa de la familia Acuña. El General Zamora no pudo volver hablar por razón de la naturaleza de la herida, y colocado en una mesa que había en el corredor de la casa de esta familia, de la cual aun existe la mitad de ella, espiró como a los diez minutos de estar allí, habiéndose trasladado su cuerpo inmediatamente a una pieza de la casa que aún existe en el corredor de enfrente. La posición que ocupaba el General Zamora cuando fue recibió la herida, dando el frente al enemigo, el único allí vestido de uniforme, y el lugar por donde refiere el testigo presencial, que fue por el ojo derecho y que salió por la base del cerebro, hacen comprender clara y evidentemente que esa bala fue disparada por el enemigo que se encontraba en la torre o en alguna de las casas inmediatas, pues, para que una herida se reciba por una parte superior cortando hacia abajo no puede ser sino de una altura, y es claro, además, que por su uniforme era el que más llamaba la atención del enemigo. Queda, pues, aclarado uno de los puntos importantes objeto de esta relación, no habiendo ni lugar a arrojar sombra alguna sobre el Partido Federal, ni alguno de sus miembros en particular. Si, esta es una gran verdad, los partidos entonces podían tener todas las pasiones de la época, y hacer todos sus esfuerzos y sacrificios por el triunfo definitivo de ellos, pero es una gran verdad también que la infame traición, que nos ha devorado después, no existía para aquella época, ni mucho menos en los ejércitos activos. III Continúo la narración que me hizo el informante, dijo así: "General, en la noche del mismo día de la muerte de Zamora, el entonces Edecán Guzmán Blanco, el que esto le refiere y otros amigos y compañeros, resolvimos darle sepultura a su cadáver, ya en la madrugada, camine por aquí, General, casi tomándome de la mano, salimos por un portón lateral de la casa, descendimos un empedrado, donde me dijo: "aquí existía algo así como una caballeriza, que hoy no existe, y torciendo rumbo a la izquierda, marchábamos lentamente por un extenso solar de la casa, y al llegar a cierto punto, deteniéndome por la mano me dijo: "está usted parado en el mismo lugar donde enterramos a Zamora, hasta hoy no se ha


dicho la verdad sobre los restos de Zamora, pero a usted no se lo puedo ni se lo debo ocultar, porque creo que ha llegado el momento de que se sepa la [palabra ilegible]. En efecto, cuando el General Guzmán resolvió la exhumación de los restos de Zamora, lo hizo más por equilibrar la situación política respecto del General Falcón, y por esto se han tenido como restos del Valiente Ciudadano a los que en realidad no lo son: cuando se vino a este mismo lugar en solicitud de esos restos ya los habían extraído, no se encontraron! Lo que sucedió indudablemente me dijo, señalándome desde el lugar donde estábamos parados, una ventana, "por aquella ventana donde observamos una luz, en momentos en que enterrábamos al General Zamora, había una mujer que justamente era la que siendo enemiga había quedado cuidando esa casa; nosotros tuvimos que salir con el Ejército al siguiente día, e indudablemente esta mujer comunicó a nuestros enemigos lo que había visto, y es de suponerse por lógica natural, que desenterraran el cadáver del General Zamora, para cerciorarse de lo que había ocurrido una vez que después no se encontró!". Está probado pues, que los restos que se han tenido hasta hoy como del General Zamora no lo son. Estos restos venerados deben existir en alguna parte y alguien debe saberlo y dar razón cierta y segura de ellos. Cuando la lucha de los partidos ha cesado y la Restauración Liberal no tiene otro lema que el de la unión y confraternidad de todos los venezolanos, cuando han desaparecido las razones que tuvieran los unos para fingir como restos del esclarecido ciudadano los que en realidad no lo son, y los otros para ocultarlos, bien por pasión o bien por temor. Yo, a nombre de la Patria, a nombre de la verdad y a nombre de la conciencia, excito a dar luz sobre el paradero de los restos del Benemérito General Zamora a quien quiera que sepa donde se encuentran presentando pruebas fehacientes que no dejen duda alguna sobre la verdad, pues ello es hoy un deber patriótico y de conciencia. Estos restos hoy pertenecen no a un partido sino a la República, a la posteridad, al dominio de la Historia.

Este artículo lo firma Cipriano Castro. 2.-En la página 4, a manera de complemento del artículo del presidente Castro, publica El Eco de las pampas: Como ampliación del artículo del señor General Castro, publicamos a continuación el siguiente telegrama recibido por el Doctor Torres Cárdenas, acerca del mismo trascendental asunto de que trata el Jefe del País.


Telégrafo nacional. —De San Carlos, el 30 de junio de 1904. —Las 2 hs. p.m. Señor Doctor Torres Cárdenas: Está ya preparado el manuscrito que contiene la descripción hecha por el Doctor Alvarado, de las fiestas para la recepción del General Castro, a quien la envío por próximo correo del sábado. Trascríbole lo que se dice con motivo de la visita del General a la casa donde murió Zamora. Su amigo, Aquiles Iturbe. "TRIBUTO A EZEQUIEL ZAMORA Amaneció el día 13 de junio. Un recuerdo grato y profundo de las fiestas, quedaba en los corazones. A estos legítimos y vivísimos placeres del mundo civilizado, a estas risueñas emociones que traía la visita del Presidente, era preciso añadir un recuerdo al pasado, a los que dejaron sentadas las sólidas bases del edificio liberal, a costa de su vida. El General Castro resolvió visitar la casa en que sucumbió el valiente ciudadano, y en compañía del General Gómez, y de los Doctores Torres Cárdenas, Revenga, Iturbe y Montenegro, se dirigió allí. El Doctor Montenegro es uno de los pocos supervivientes de la guerra federal. Era justamente el que departía con Zamora, poco antes de su muerte, en momento en que éste observaba desde el templo de San Juan, las posiciones del enemigo. El Doctor Montenegro de pie en el atrio del viejo templo comenzó su narración, y diciendo y haciendo se dirigió con el General Castro a las casas que sucesivamente ocupó Zamora, hasta llegar al sitio donde recibió la herida mortal, y luego tornaron todos a la casa en que furtivamente fue enterrado el cadáver. Atentamente oía aquello el General Castro mostrando gran interés en el relato, en adquirir los menores detalles del hecho, en poseer un conocimiento exacto del memorable acontecimiento, en aclarar los errores que han prohijado banderizas pasiones, en hallar algún día los verdaderos restos del General federalista. ¿De dónde vino la bala exterminadora que mató al valiente ciudadano? ¿Dónde están los restos exhumados en 1868? ¿Dónde el cráneo perforado que debía ir al Panteón? El Doctor Montenegro emitió francamente su opinión sobre estas dos cuestiones, de que tanto se ha hablado en varias ocasiones. Parécenos que ese acto sencillo y todo como es, afectando el carácter de una simple conversación, tiene una particular importancia entre todo lo demás que se registra durante la visita presidencial! Qué honor, qué distinción, qué preeminencia la que fue entonces acordada al Partido Liberal, y a las pocas reliquias que hoy quedan, y han tenido la rara suerte de soportar las vicisitudes de la Causa, sus inminentes peligros y la final salvación de sus principios.


El General Castro ha probado en repetidas ocasiones su deferencia por esa histórica cruzada, y por los que de buena fe corrieron a la tierra santa de la libertad a sostener la gloria de Bolívar, y a combatir contra los que envidiosos de su fama, lo desconocieron como Libertador, y lo proscribieron y condenaron. Sea esta vez recordado con gratitud por los que perennemente conservan en su pecho la llama sagrada que perdura a despecho de la opresión en las aras del liberalismo". De El Constitucional.

3.-En la página dos, El Eco de las pampas presenta la nota, “CASTRO DESCUBRIENDO LA VERDAD HISTÓRICA”, siguiente: La verdadera honra que se hace a los hombres públicos pertenece a la posteridad. Ella es la que juzga sus talentos y sus propósitos, su genio y sus concepciones, sus meritos y virtudes, sus fuerzas y su obra. La muerte abre ese palenque a la opinión para que se discuta con serenidad y justicia lo que antes sellaba los labios y oprimía la persecución o el terror. Hoy toca a Zamora ese razonamiento histórico y necesario. Desde que se conocieron los fragmentos que publicó el General Guzmán Blanco de sus Memorias, revivieron las dudas a que dio origen el "Libro de oro" y las que ya existían en la tradición popular sobre la muerte de Zamora: revivió sobre todo la fabulosa historia con que penetraron una vez al panteón nacional los restos del Valiente Ciudadano. Pero durante esa investigación literaria y un tanto abstracta, que más parecía alegato de abogado, a nadie se le ocurrió hacer una enquête sistemática, un examen anatómico de las reliquias existentes, del cráneo verdaderamente notable del famoso caudillo; y el mejor documento que hasta hoy se puede aprovechar es el que en sus Estudios histórico-políticos inserta el Señor Domingo Olavarría, del ilustrado e integro liberal Señor Iginio Bustos (Un Incógnito) que puede servir de base a esas importantes cuestiones, en cuanto que fue acompañado de un croquis militar, indispensable para comprender los errores de los que acostumbran escribir, como lo hizo el General Guzmán Blanco, confiados en la memoria, al cabo de largos años. El documento que aparece hoy en la primera página de este semanario tiene un gran valor, pues en él habla el General Castro, interesado en descubrir lo cierto y en dar su verdadero puesto a cosas que atañan y tocan de cerca al partido liberal; y habla por informes del Doctor José Manuel Montenegro, respetable ciudadano de San Carlos, compañero de Zamora e interesado también, no lo dudamos, en explicar el misterioso fin del caudillo federalista y la chocante sofisticación realizada al exhumar los restos, después de ocho o diez años de espera, para conducir finalmente al sitio que Guzmán Blanco destinó para guardar las cenizas de los grandes servidores de la patria.


El momento es propicio. Parece que no habrá dificultad en explicar razones de carácter puramente político, que se oponían al esclarecimiento de la verdad. No se trata, no, de denigrar a nadie, de arrojar sombras de odio, de infamia, sobre los que nos han precedido. Esto sería indigno. La crítica histórica, además, al notar estas manchas en la vida de los hombres célebres, lo hace con la debida reserva, sin tildar, ni condenar las más veces, y atenta sólo a contribuir con ellas a la explicación final de cada época, a apreciar el bien o el progreso que después de ella se ha alcanzado, a poner, en fin, de relieve los espíritus levantados, las almas fuertes que han dirigido el movimiento social. Lo repetimos: el momento es propicio. Lean nuestros lectores el documento a que hemos hecho referencia y esperemos todos la decisión del público.

Quedaba así complacido Olavarría, y supongo que también Un Incógnito, pues este se mostraba quejoso en su relación: Es muy singular y notable que por referencias de los centralistas sepamos cómo murió Zamora mientras que los Federales que se hallaban a su lado e intervinieron en el entierro de su cadáver, hayan guardado completo silencio sobre el particular, pues ni confidencialmente nos lo han referido los testigos presenciales, no obstante haberlos interrogado en distintas ocasiones (en Ruiz, 1894: 270).

¿Tuvo conocimiento Un Incógnito de Muerte del General Ezequiel Zamora (1893), de Regino Pachano1?, opúsculo orientado al despeje del interrogante: “¿Murió el General Zamora víctima de una celada en San Carlos, o cayó gloriosamente al golpe de enemiga bala?”, alegato de liberales que divergieron de Guzmán pero que no participaron de arrojar acusaciones sin fundamentos. Además de la del autor, allí se recogen la carta del “Señor General Santos C. Mattey” (del 26 de agosto de 1893), en respuesta de la del General Pachano (Caracas, 20d agosto de 1893); “Párrafos de una carta del General León Colina, fechada en su hato de Yuquique (Departamento Buchivacoa, Estado Falcón) a 15 de febrero de 1890”; fragmentos de la polémica periodística de los Generales Trías, Aristeguieta y Caspers (Sobrino de Zamora); la carta de pésame “del General Falcón a su señora hermana, Estéfana de Falcón” y por último, 1

Utilizaré la versión publicada en Archivo Histórico del Estado Cojedes (Boletín), Nº 4; Enero-junio de 2001; pp. 35-51. En lo adelante se citará: AHEC, 2001.


el génesis de la inculpación del General Rodulfo Calderón “*…+ de aquella muerte, de todos lamentada”. Comparto una preocupación del General Aristeguieta: “*…+ La historia no debe ser contemporalizadora: debe ser severa” (en AHEC, 2001: 48). Mala jugada de esa maestra, para los “Historiadores Críticos” que se autodenominan descubridores del agua tibia. Entiende el General Pachano la necesidad de ir a la raíz de la fuente, de manera de brindarse el historiador del asalto de las bajas pasiones: “Ha de advertirse, para que se comprenda el espíritu de las rectificaciones hechas por el General Trias, que desde que tomó parte de *… la+ Revolución Azul contra su antiguo Jefe y amigo el Mariscal Falcón, se expresaba en público y privadamente como desligado por completo de una amistad que había cultivado, en intimidad durante el período de poder de dicho Mariscal” (en AHEC, 2001: 47). En continuidad del deslizamiento por la misma pendiente, Pachano reseña la interpelación de la que fue objeto por parte de “otro revolucionario” —“*…+ me hallaba en Santo Domingo” (p. 40)— cuando “*…+ estaban completamente rotas por entonces mis relaciones con el señor General Guzmán Blanco” (p. 41): “En San Carlos no hubo crimen. El crimen de San Carlos fue la vileza de haberlo inventado” (p. 40). Agregando más adelante: ¿A qué desviar el tiro que iba contra Falcón para herir a Guzmán? ¿Por qué Falcón está muerto y Guzmán en el poder? ¿Por qué combatimos hoy a Guzmán? ¿Por qué revolucionamos contra Guzmán? ¿Se pretende acaso halagárseme porque hecho blanco Guzmán de la calumnia, se aparta la sospecha de Falcón?... (en AHEC, 2001: 41).

¡Qué clase de doctrina…! Como un tropel viajan las palabras que me traen el acto en que Andrés Eloy —Andrés Eloy cuentas claras— se puso en las manos de sus adversarios —el general Pérez Soto— a quien conminó a decir la verdad sobre “hechos” que lesionaban su dignidad y se lanzaban desde la “prensa”, ese libro del pueblo que sus alumnos debe leer con cuidado, de lo que Cecilio Acosta no alertó.


Es necesario arrimar al fogón de la discordia y el esclarecimiento, el momento y el lugar —el origen el desvío del tiro, del que habla Pachano—: *…+ Llegado a cúspide de la magistratura, en días de recia lucha, se recrudeció el odio de sus contrarios y nacieron nuevos odios en el seno de su propio partido y reapareció entonces la calumnia contra el mismo Guzmán: primero en labios de un amigo nuestro en una de las congregaciones de los diputados de la nación, y más tarde, en la época en que afiliado yo a la revolución de 1880 contra Guzmán, me hallaba en Santo Domingo… (en AHEC, 2001: 40).

Y este es un asunto clave que el “historiador” debe ventilar: menospreciarlo equivale al manejo de la fuente al voleo, sin criterios: Ya vimos el “extraño fenómeno” que se le metió en el cuerpo al Coronel Navarro y lo llevó al cambio de bando y el cobro de facturas de su padre, al que supuestamente Falcón le debía hasta el modo de andar. No se trata tampoco de hacer de la versión de los vencedores, la única verdad: De lo que se trata es de reconstruir la verdad desde la “v” hasta la “d”… sin sobresaltos, sin fundamentos, sin baches en la cadena de testigos, sino como estas es: sometida a lo verificable. El testimonio del General Mattei (“*…+ puedo, repito, agregar lo que como testigo presencial me consta”; p. 43), resguarda la tesis del carácter de testigo clave del General Montenegro: Era el primer día del sitio de la ciudad de San Carlos, y serían como las diez de la mañana cuando el General Zamora se presentó en el cuartel del Estado Mayor General que en aquel momento ocupaba unas piezas altas y torre de *la iglesia San Juan+ y dirigiéndose al *…+ General Wenceslao Casado, le dijo: “necesito que usted ponga a mis órdenes al Comandante José Manuel Montenegro, que pertenece al Estado Mayor General, para que me sirva de guía en las operaciones de estrechar el sitio que personalmente estoy ejecutando, puesto que él como sancarleño, es conocedor de esta ciudad”. *…+ Instantáneamente desaparecieron el General Zamora y su acompañante Montenegro, y se internaron en la ciudad perforando paredes y atravesando corrales para situar convenientemente guerrillas… (en AHEC, 2001: 43-44).


Según Mattei “Apenas habría transcurrido una hora de la separación del General Zamora del cuartel del Estado Mayor General, cuando tuvo lugar el fatal acontecimiento. Como fue sabido, le derribó una bala enemiga de los combatientes que tenía al frente” (p. 44). Añade que los enemigos “*…+ estaban situados, unos dentro de una casa con solo una calle de por medio, y otros en los balcones y torres de las Iglesias y de las casas situadas en la plaza principal y sus contornos, desde donde podían muy bien distinguir y hasta reconocer la persona del General Zamora, que se señalaba por su traje” (p. 44). Señala en cuanto al lugar donde cayó Zamora y la parte del cuerpo donde recibió el balazo: “*…+ Fue a presentarse por segunda vez en la trinchera que había dispuesto levantar en el corral bastante espacioso de la casa de los Acuña, cuando recibió el balazo de frente y en el lagrimal del ojo izquierdo, si mi memoria no me es infiel” (p. 44). Mattei sostiene que “*…+ La presencia otra vez allí del General Zamora, fue motivada por el llamado del Coronel Payares a quien había dejado encargado de hacer la trinchera” (p. 44). Finalmente afirma que “*…+ antes de caer en tierra, acudieron a levantarlo el Coronel Antonio Guzmán Blanco y el Capitán que mandaba las guerrillas *…+ quedándole a este oficial los vestidos manchados de la sangre que brotaba de la herida al tomarle en sus brazos” (en AHEC, 2001: 44). Es apreciaba en este testimonio un buen ritmo: y las inexactitudes (en detalles) son atribuibles, a la más infiel de todas las amantes: la memoria, de la que previene: se opina de un hecho de 67 atrás (y esta consideración priva para el resto de los testimoniantes; con el agravante —en muchos casos— de la manipulación consciente en pos de justificar ciertas posiciones políticas). Pues bien, ¿Qué vio el General Mattei y que le contaron de lo que refiere? ¿Olvido involuntario la desaparición del Comandante Montenegro de la escena? En el perímetro bajo control de los sitiados, se encontraba una sola iglesia (“torres de las Iglesias”, señala Mattei); para él el lugar del balazo fue en “el corral


bastante espacioso de la casa de los Acuña”, y subalternos de Zamora pudieron levantarlo “antes de caer en tierra”. El General Mattei también es de parecer que Falcón “*…+ había marchado al encuentro de unas fuerzas, 600 hombres más o menos, que venían de Valencia en auxilio de la plaza, comandadas por el intrépido General Atanasio Menéndez, coincidiendo la llegada del General Falcón con las últimas descargas que se le hacían a aquel Jefe, quien a penetrar en la plaza perdió la mitad de sus fuerzas en el ataque que sufrió de las tropas que por esa parte sostenían el sitio” (en AHEC, 2001: 45). Pero lo más importante del testimonio del General Mattei —silenciada por los historiadores—, es el interrogatorio que éste formula a los avaladores de la tesis del crimen: *…+ ¿quién podría saber, ni mucho menos estar seguro, del lugar en que aquellos momentos podría encontrarse el impaciente Jefe? Y más todavía ¿a dónde pensar dirigirse para preparar una celada que pusiese al alcance y seguridad del acechador la supuesta víctima, y contar al mismo tiempo el victimario con ocultación para no dejar en descubierto al criminal? (en AHEC, 2001: 44).

Eso quiere decir que para que esa celada se llevara a cabo, contaba con la participación de su gente de mayor confianza: Su Estado Mayor… El General Payares que era Jefe de punto y fue quien lo llamó ¿no tenía control de su zona? ¿Acaso no peinó sus alrededores, donde se levantaría aquella trinchera? Ese no parece ser el sitio más adecuado para el crimen, aun cuando lo favorecía la simulación de la bala enemiga. Salvo que los complotados contaran con facultados de conocer previamente lo que “va ocurrir” (el futuro), podían saber cuál era la ruta que en aquella mañana siguiera Zamora y que acudiera al llamado de Payares… Y cuesta también pensar que alguno de los planificadores, sabiendo lo que iba ocurrir, se ubicara al lado (a la diestra, o su contrario), al menos que para ese entonces existieran las balas personalizadas. Responder con solvencia esas repreguntas del General Mattei, es clave para el esclarecimiento: Para éste “*…+ claramente se deduce que sólo podían saber dónde se


encontraba Zamora, durante las pocas horas que dirigió el sitio, las personas que estaban cerca de él y las que le rodeaban” (en AHEC, 2001: 45). El General León Colina tampoco convalida la tesis del crimen y anima a Pachano a la controversia: “*…+ me figuro que se propone usted refutar, aquello de que el General Zamora cayese en San Carlos al golpe de bala traidora” (en AHEC, 2001: 46). Piensa Colina que la muerte de Zamora no es ningún misterio, puesto que “*…+ el valiente héroe cae delante de subalternos que saben de dónde partió la malhadado bala” (en AHEC, 2001: 46). Quienes se escudan en el General Trías, ocultan su “mal interpretaron mis palabras”: La publicación en El Posta del Comercio (Nº 1.258; Maracaibo 1886), de un articulo conmemorativo de la batalla de Santa Inés —“el día de su aniversario”— por la “firma de Salas y Monroy”, provocó “algunas rectificaciones a las apreciaciones de Monroy *…+ y agregaba un párrafo que dice así a la letra”: “Pudiera, pero no quiero, referir serios acontecimientos que precedieron a la muerte de Zamora, que registrará algún día el historiador severo de los hechos relacionados con la materia (en AHEC, 2001: 47). Tal alarde del General Trías de poseer la llave del depósito donde estaban las claves para despejar el misterio, embarcaron en la polémica al General Jesús María Aristeguieta y al General Luis Rafael Casper: El primero le dice: “Y en verdad, que me duele ver a mi amigo el General Trías provocando una polémica en que él llevaría la peor parte” (p. 47). No solamente eso, lo reta: “¿Por qué no los expone francamente el General Trías? *…+ El General Trías debiera ser explicito y yo me complacería en ello, porque expuesto el cargo y rebatido, resplandecerá más y más la figura prominente del más magnánimo de los guerreros” (en AHEC, 2001: 47-48). El General Casper entra a la controversia con su artículo “En homenaje a la verdad”: “Como sobrino del General Zamora y como amigo que fui además del General


Falcón, cumple a mi deber protestar contra el cargo atroz con que en vano se pretende oscurecer el nombre de este invicto caudillo” (p. 49); agregando más adelante: “¿Y cómo suponer entonces que fuese otro Caín, el héroe generoso que mayores triunfos ha conquistado con el prestigio de su clemencia que con el poder de sus victorias? No y mil veces no. Falcón no pudo ser jamás el vil asesino, ni mucho menos el inicuo sacrificador de su propio hermano (en AHEC, 2001: 49).

El General Trias no demora la contrarréplica y lo hace desde la Opinión Nacional (Periódico que llegó a contar con las colaboraciones de José Martí), del 1º de marzo de 1886, en términos amigables, pues cataloga la incitación del General Aristigueta de una petición cortés, de la cual me detendré en dos de sus consideraciones: 1.-La descalificación de la versión del Jefe de la trinchera sitiadora: “*…+ el General Payares Seijas, jefe que estaba a su lado cuando aquél murió, me sostuvo que había sido un curioso, el cual me nombró y que yo conocí, más no recuerdo su nombre, tengo motivos para creerle mal informado” (en AHEC, 2001: 48). Siendo esto así, como lo sostiene el General Trías, esa versión del “curioso”, no la sostuvo en público el General Juan Manuel Payares Seijas, o por lo menos en la información que le rindió dicho General a Olavarría, como puede verificarse en las páginas del libro de éste, 256 y 257. 2.-“En cuanto a los planes que dije se proyectaban antes de la muerte del General Zamora, no creo ofender a nadie, porque ellos eran de un género muy distinto a lo que se ha querido interpretar; y extraño que hayan querido deducir maliciosamente de mis palabras cargos contra personas que tanto he querido y venerado; por lo cual rechazo con toda la indignación de mi carácter sincero y honrado tan calumniosa imputación” (en AHEC, 2001: 49). ¿Cómo es que este “mal entendido” todavía se asome entre las causas del crimen de Zamora? Y si así fuera, a cada momento en los hogares el padre asesinara a la esposa o hijos, o en los partidos políticos a diario presenciaran actos de esa naturaleza.


La carta de Falcón dirigida a su hermana Estéfana, fechada en Curazao con el 1º de agosto de 1860, revela que la “bola” ya estaba corriendo desde el propio 10 de enero… Y era válido: la guerra no se gana solo con las balas; sino también con la desmoralización del contrario… “Divide y vencerás”. Núñez de Cáceres lo comentó en sus celebres Memorias (1993), sin avalarla: “*…+ No es dable este hecho entre dos cuñados que se querían y respetaban como Zamora y Falcón: refiero la noticia, porque aquí se ha propalado. El tiempo descubrirá como sucedió esta muerte, que hasta ahora se halla envuelta en grandes misterios” (Núñez de Cáceres, 1993: 554). Estos dos últimos datos deben añadirse al esbozo de cronología de Pachano. Cierra el opúsculo en consideración, con dos párrafos que le siguen a la carta de pésame a Estéfana, de los cuales me detengo en el penúltimo, relacionado con la autoría del crimen que le atribuyeron al General Rodulfo Calderón (por diferencias que este mantenía con Zamora): *…+ los calumniadores ignoraban que dicho General, junto con los que pertenecíamos al cuerpo de edecanes, acompañaba al General Falcón, que había salido de su campamento, de acuerdo con Zamora, en momento en que este General estrechaba sitio de la ciudad por parte occidental al encuentro del General Atanasio Menéndez, que con una división emprendió marcha desde Valencia a reforzar a los sitiados. Entre Calderón y el General Zamora había ocurrido un incidente desagradable, por haber pretendido el primero mejorar la condición de prisionero de su pariente el coronel Juan Ángel Bethencourt (sic), incidente de poca monta a la verdad; mas es lo cierto que de él nació el haber atribuido a Calderón supuesto infame atentado; y fue bajo tales impresiones y en su justa defensa (en lo que a la muerte de Zamora se refiere) como escribió Falcón las frases finales de la precedente carta; y para que se comprenda la razón de sentirse indignado contra el supuesto victimario, agregaré que no fue sino a causa de haber abandonado Calderón el Ejército, después de la subdivisión efectuada en el paso de María y haberse presentado luego al enemigo y en la ciudad de Coro; más a mí me consta, pues regresábamos juntos después del desastre de Menéndez a nuestro campamento de San José, que al comunicársenos tan fatal noticia, exclamó: “¡Siéntolo en el alma! Tú sabes que no éramos amigos; pero nos va a hacer mucha falta y es una pérdida irreparable” (en AHEC, 2001: 50-51).


En ese “*…+ nos va a hacer mucha falta” (militarmente hablando), descansa mi sospecha de lo extemporáneo del crimen, sí es que alguna vez se pensó en ello. A los que pretenden explicar la muerte de Zamora por la vía del “misterio”, cabe oponérsele lo que al respecto alegó Un Incógnito: *…+ la publicación del General Guzmán Blanco, por los errores, omisiones y tergiversaciones que contiene hace misteriosa la muerte del General Zamora *…+ como que si estos *los hechos+ se hubiesen verificado en lugar desierto, no frecuentado por los hombres (en Ruiz, 1894: 259).

Y este no es el caso, porque como lo escribió el General Colina, ya citado, “*…+ el valiente héroe cae delante de subalternos que saben de dónde partió la malhadado bala”; y el General Pachano, habla de “*…+ las relaciones de testigos irreprochables” (en AHEC, 2001: 51), e incluso, mientras el General Aristeguieta no solo convoca a los disidentes a decir todo lo que saben sino que propone una metodología para el debate “*…+ porque expuesto el cargo y rebatido, resplandecerá más y más la figura prominente del más magnánimo de los guerreros”, lo que llevó al estira y encoge del General Trías. Sin la definición de una metodología o un proceso a seguir, lo más probable es que las citas al voleo, conduzcan al extravío del historiador. No basta al juego de “la palabra mía contra la tuya”: Es que la mentira para ser aceptada debe convencer —de allí que no todo el mundo sea narrador—, más y cuando también se sabe que esta asume y descarta parte de la realidad al mismo tiempo. ¿Qué de lo dicho durante el siglo XIX de la muerte de Zamora queda en pie? ¿Qué de lo que se ha dicho no fue rebatido en su propio tiempo? ¿Cuál es la versión de la historia y cuál la de los políticos, en definitiva? Político —y de lo más bastardo de la política— es el origen de la “calumnia”, de quienes se ampararon en ella para justificar su voltereta partidista: ¿Los perdonaría Zamora? La versión de los “disidentes” federales está permeada de esa careta del resentimiento personal. Pero incluso, dentro de esta especie de los que combatieron a Guzmán, se encuentran también los que rechazaron el crimen.


El de los historiadores: —Gil Fortoul y Lisandro Alvarado (de la juventud universitaria que descabezó los muñecos de Guzmán; pero que posteriormente los encontramos formando parte del gobierno de un personaje mucho más siniestro de la política, Juan Vicente Gómez), si bien no dejan de considerar “las vagas presunciones” de los disidentes federalistas, no avalan dicha tesis. —Olavarría estira la arruga: Que otros se ocupen del asunto. —Guinan, privilegia el alegato de Guzmán. —Guzmán Blanco refuta a Level de Goda. Level de Goda concluye que por muchos desencuentros o distancias entre Zamora y Falcón, de haber sobrevivido Zamora a la contienda armada, “*…+ lo habría puesto por algún tiempo en la presidencia de Venezuela, aunque después le hubiera pesado” (1976: 235). —Manuel Landaeta Rosales es el único que dice “*…+ que Guzmán Blanco no dice, de dónde partió aquel proyectil”. —Contrasta la actitud del panfletista Bigotte con la de Núñez de Cáceres: Puede tenerse la del primero, dentro del marco de utilización de la figura de Zamora con fines políticos (Furibundo enemigo de Guzmán Blanco), como también es la incumbencia del célebre líos de los azules y la supuesta apropiación de los restos del General Zamora. —Un Incognito (el poeta e historiador Higinio Bustos), enmienda la plana a Guzmán Blanco; y bajo la invocación de Alvarado, Adolfo Rodríguez la reválida de la relación más exacta que se conoce respecto de la muerte de Zamora”. ¿Quién se atreve a ponerla en dudas? Adelantado de los estudios regionales. En cuanto a “*…+ las relaciones de testigos irreprochables”, o testigos claves, se tiene a Guzmán Blanco y a J. M. Montenegro: Y ambos Generales coinciden en sostener en que la bala vino de los fusiles centralistas. El testimonio de Juan Manuel Payares Seijas, refrendan la presencia de ambos Doctores y Generales (el caraqueño y el sancarleño):


En el momento de la herida del General Ezequiel Zamora estábamos presentes, el Comandante Pablo Piña, segundo Jefe del punto de ataque, el suscrito que era el primer Jefe de aquel punto, algunos soldados, los entonces Comandantes José Manuel Montenegro, Buenaventura Núñez, Antonio Guzmán Blanco, un oficial de apellido Reques y otros que no recuerdo (en Ruiz, 1894: 256).

El testimonio del General Mattei (en grado de lo que vi) también avalan la presencia de los Doctores y Generales nombrados, en el sitio del “*…+ acontecimiento más desgraciado y lamentable” (Level de Goda, 1976: 263). Los demás testigos hablan en función de lo que le dijeron o suponen, o lo que le dicta un fenómeno extraño apoderado de su cuerpo. Los “disidentes” de Falcón y Guzmán Blanco ni siquiera fueron capaces de ponerse de acuerdo en el nombre del asesino: Con Bigotte se asiste a una acusación donde se conocen los autores intelectuales, pero el autor material carece de nombre; cita una “historia escrita que verá la luz pronto” pero que tampoco tiene autor, ni titulo; y no es uno, sino dos los sospechosos. Para los otros testimoniantes el asesino lució apodos y nombres distintos: “un curioso”, Rodulfo Calderón, Quintana (hermano del Doctor Daniel Quintana) y Morón. En polo opuesto se ubica la versión de los centralistas naturales de Cojedes: Desde los testimonios de Isaías Lazo, Carlos María Oviedo hasta la refutación al General Trias del Doctor Daniel Quintana, de los firmantes del acta de capitulación a nombre del Comandante sitiado Benito Figueredo y que Un Incognito comparte: Zamora “*…+ cayó herido de un balazo dirigido de la casa de Hernández Sierra por Telésforo Santamaría que es el mismo de que habla el Doctor Daniel Quintana en su contestación al General Trías sobre la muerte de Zamora. Los sancarleños de aquel tiempo que aún viven y nosotros también creemos que Zamora murió como queda dicho”. Por lo general el énfasis se coloca en el origen de la bala; omitiéndose lo controvertido, en cuanto al sitio donde cayó Zamora y el lugar en concreto desde donde


se disparó: “Topochal”; “casas de balcón de la plaza central e Iglesia de la Concepción”; “casa de balcón del General Figueredo” y “casa de Manuel Hernández Sierra”. Y en dónde cayó: “reunión secreta”, “corral de los Acuña” y entre los solares de la “Casa de las tías de los señores Disiderio y Federico González” y la “Casa del señor Juan José Hernández” (cuadra de la hoy calle Libertad entre Sucre y Bolívar). En este cruce de información prevalece el desconocimiento de la ciudad por parte de los caraqueños: Por ello, se corre menos riesgo en la versión de los conocedores y nativos de la ciudad. El testimonio del Dr. y General Montenegro poca duda deja *…+ del que el disparo descendió de lo alto: “*…+ fue por el ojo derecho y que salió por la base del cerebro, hacen comprender clara y evidentemente que esa bala fue disparada por el enemigo que se encontraba en la torre o en alguna de las casas inmediatas, pues, para que una herida se reciba por una parte superior cortando hacia abajo no puede ser sino de una altura”. El testimonio del General Mattei cobija dos posibilidades: “*…+ estaban situados, unos dentro de una casa con solo una calle de por medio, y otros en los balcones y torres de las Iglesias y de las casas situadas en la plaza principal y sus contornos, desde donde podían muy bien distinguir y hasta reconocer la persona del General Zamora, que se señalaba por su traje”. El Dr. y General Montenegro coincide con el testimonio de Guzmán Blanco: el balazo lo recibió en el ojo derecho. Ni Falcón ni Guzmán Blanco aceptaron culpabilidad en el crimen: En ese momento la rivalidad con el segundo carecía de lugar. Por lo que respecta al primero, el testimonio del coronel Navarro (confesiones de Zamora), avalan el parecer de Level de Goda de que por lo menos —inicialmente— no estaba interesado en la presidencia de la República. Lo que fue la Historia de Venezuela (antes y después de él), indica que por su condición de militar dominante, hacia allá iba. Por cierto, que esa figura caricaturizada de Guzmán —ínfulas de grandeza; de megalomanía—, en la que tanto se detiene la historia tradicional, desentona con esa


inaceptación de Guzmán. Al parecer esa no fue la actitud asumida con su compadre Matías Salazar. Para el análisis en plano distintos al de la política (Controversia buenos y malos; Dios y el demonio), de él se cuenta que al aprobar el Decreto de la sentencia, el General Presidente se recluyó en sus habitaciones, recibiendo únicamente al Secretario General, Duarte Level, y al General Pulido (González Guinán, t. X, 1954: 82). “El General Salazar manifiesta deseos de hablar con el Presidente. Este comisionó a su Secretario Duarte Level: ‘Yo sé lo que él quiere decirme, precisamente por eso no quiero que me lo diga’… Al encuentro con Level; Salazar le pidió tabacos y lamentó que Guzmán no lo quisiera oír”. Pienso ahora en la reacción del Coronel Navarro ante el cuerpo sin vida de Zamora. El extravío ante el naufragio es lo más frecuente. ¿Cómo reaccionó Bolívar ante el fracaso de la Primera República? Participando en la entrega del gran Miranda ante el enemigo. Pienso en las declaraciones del Ministro de la Defensa de Chávez cuando el golpe de estado del 11 de abril de 2002: “…aceptó la renuncia”. Por el trato subsiguiente, el Presidente lo asumió como una “metida de pata”. ¿O acaso aquél lo hizo en la intención de bajarle volumen a las pasiones? La anécdota del Coronel Navarro: “*…+ El General José Ignacio Pulido *…+ hizo *…+ fusilar a un tal Morón que llevaba este triste apellido”, me lleva a pensar, de que en las primeras de cambio, si ésta —la celada— gobernaba el parecer del Estado Mayor de Zamora, quién sabe cómo habría terminado aquello: ¿Por qué? Por lo que una vez escribió Domingo Alberto Rangel: Media Venezuela era capaz de hacerse matar por Zamora. ¿Qué sus seguidores se cruzarían de brazos mientras Falcón, despotricaba sobre el cuerpo aun caliente de Zamora? Eso me suena a disparate: Desmesura lo que trae es más desmesura: ¿Y el honor militar? Y todavía más: sabiendo los hombres de Zamora que el recibo que éste le garantizaba, los verdugos lo desconocerían, o lo pagarían a media.


Vimos que el 11 de abril de 2002, algunos colaboradores de Chávez se plagaron al enemigo; pero otra buena parte se mantuvieron firmes. Ni siquiera las declaraciones del Ministro les causaron efecto. Para otros las adversidades, el naufragio; es la ocasión propicia de retroceder para avanzar; de mirar en ese trance la indispensable oscuridad que da paso al amanecer: la escasa especie, de lo que son más peligrosos en la derrota que en la victoria: Chávez la tuvo el 4 de febrero y el 11 de abril. Zamora dejó a la señora Acuña con la mesa puesta: o la ganas de que le probara su comida: “*…+ aceptó para su regreso. Luego tomó un pedazo de patilla y se dirigió a la puerta *…+”: Eso fue lo que se llevó en el estomago. También dejó a su caballo esperando en el solar de la casa del señor Nicolás Pérez San Juan: “*…+ se desmotó Zamora y los de su comitiva dejando las bestias en dicha casa” (Un Incognito en Ruiz, 1894: 266). Guzmán lo mienta como en el llano se alude a los caballos color pardo claro, o blanquecino: “*…+ y á poco apeose de su caballo rucio para subir la escalera de la Torre” (citado en Ruiz, 1894: 234). El capítulo de la biografía de Adolfo, “La víspera de esa tarde”, se publicó en el suplemento de Ciudad Cojedes, “½ Día del domingo” (Nº 11; 10 de enero de 2014; pp. 23), acompañado del romance “Loas al General Ezequiel Zamora” (p. 4), de J. A. De Armas Chitty, perteneciente al texto Vitral de cielo y cobre (1989), en cuyo prólogo Adolfo desgrana estas palabras: La eternidad llanera tiene también su expresión en lo que podríamos denominar el caudillismo étnico o heroísmo étnico: “Loas al general Ezequiel Zamora” y los romances “Mi general Arévalo Cedeño”, “A Loreto Lima y su lanza”, “A mi general Joaquín Crespo”, “Al general Panchito Belisario”, y “Al capitán Ricardo Alfonzo”, no todos hijos del llano, pero sí de la causa del llano.

¿Cuál es la causa del llano? Mientras va “Camino a San Carlos”, Adolfo sin certeza, escribe:


¿Qué estaba agitando la mente del desasosegado general al fin de su travesía? ¿Acaso el relente, el viento barines, el ralo monte de la sabana? ¿Desmoronamiento como esas paredes que deshace para circular sin ser visto en los poblados? (Rodríguez, 2005: 333).

Ese no parece ser el mensaje más afortunado que la causa del llano brinde a quien “*…+ hasta los sapos callaban para que no supieran dónde estaban los charcos de agua” (p. 312). Y no es la única referencia, en que el paisaje supo corresponderle: “*…+ Hasta esta grandísima plateada se ha metido a maneta” (p. 321); voz esta última de sus enemigos nombrar a Zamora (Rodríguez, 2005). Hacía mucho tiempo que los “beduinos” nuestros (p. 283) habían cambiado de bando: y con ellos la patria, “*…+ porque en el Llano al ‘quién vive’ se contesta ‘patria’” (p. 274) (Rodríguez, 2005). —Cuando se dejó de pelear por Patria; se nos murió el llano, me dijo una noche en el bulevar de San Fernando, el poeta Eduardo Hernández Guevara. Y me recitó “Catorce cargas por la libertad”… y cuando yo escuchaba el poema, hecho canción en la voz de Montoya, yo le decía a mis amigos de aquellos tristes ―pero hermosos― años 80, que había lugar para la esperanza. ¿Desmoronamiento? ¿O acaso afianzamiento de que La Federación no sólo será “*…+ el remedio de todos los males de la patria”; sino “*…+ los hará imposible”? (p. 256); que con la Federación, llegaría “*…+ la igualdad entre los venezolanos, el imperio de la mayoría, la verdadera República” (p. 269); que “*…+ el pueblo es el que ha de gobernar” (p. 285); o de lo que se hablado en el Boletín de su ejército: que siendo la revolución “hermosa por dentro, por fuera es encantadora”: “Es la más noble de cuantas se han registrado en los anales de Venezuela…” (p. 263) (Rodríguez, 2005). ¿O acaso pensaban en los próximos combates, sometida San Carlos? ¿Quién puede saberlo? Adolfo: ¿Cuál fue la suerte de caballo de Zamora? ¿Quién lo heredó? ¿Cuánto tiempo más siguió esperando por Zamora?


“La víspera de esa tarde” es de los capítulos que más me agrada, en el que noto la ausencia de esa toma de partido que con tanto énfasis Adolfo deja caer en otros asuntos, en perjuicio de la objetividad y la rigurosidad, a veces innecesarios: Este es el Adolfo a quien celebro el buen tino y pluralidad para contar la historia, el del manejo equilibrado de las fuentes y elegancia en el decir, que le saca provecho a la narrativa y la dramaturgia: Obliga al lector a escribir su propio guión. El cierre del capítulo no puede ser más encantador: Pero queriendo celebrar centralistas de Ospino, uno de sus generales, al pedírsele colaboración, manifestó estar de luto porque, en San Lorenzo, el cabo Zamora había permitido el paso de una carga de provisiones de Guanarito a Ospino, para una hija enferma. Y la celebración no se hizo [Se obvia el señalamiento de fuente al que remite el autor] (Rodríguez, 2005: 350).

¡Qué don de gente aquello!, como lo dijo mi madre, cuando a golpe de dos de la mañana la llamé de San Carlos a Achaguas y le leí ese fragmento… Mi madre no lo dijo como lo escribió Adolfo: que Zamora no era llanero, pero sí de la causa del llano. Madre lo dijo de otra manera: —¡Así es nuestra gente! ¡Así somos en el llano! Es lo que yo espero de ti…


Referencia Bibliográfica General

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