El llano es una palabra Nº 59

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El Llano es una Palabra Edición y Cuidado a Cargo de : Daciel Pérez y Miguel Pérez http://lapoesiaylosdias.blogspot.com

Sola evidencia La más alta poesía consiste en intuir lo invisible del universo tal como el chamán de los origines.

A José Balza

La poesía verdadera dice el mundo de otra manera. Asume la mediación entre lo temporal y lo intemporal, entre el suceso efímero y el existir. Transforma los objetos y las parcelas de realidad en semillero de formas, en arquetipos de la representación inicial. El poeta se yergue en la fronda de lo efímero y es capaz de hablar del eterno retorno y de las aguas de los primeros días. Inspirado, cuando lo está, establece el vínculo entre el alma suya y la del planeta. Tan función es poesía pura. Ve con los ojos de la identidad liberada espacios desconocidos, donde puntos luminosos indican vida, fuego, dones de los dioses. Oye los sonidos del cosmos y la voz desencarnada del chamán invocando las fuerzas primordiales. Indispensable aprendizaje de la iniciación poética. La poesía se desmigaja ahora, en sobras amasadas con los dedos, en las sobremesas del escepticismo. Ego exasperado, garita de soledad, Inflación de un personaje enmascarado en un tablado de farsas y tragedias. Crear poesía equivale a iluminar los sótanos. Hay que desdoblarse, regresar, seguir andando hacia lo ignoto, oír crecer la vibración del origen en la inmensa soledad preñada de vida. Flor solar, la poesía se levanta cada día cuando el poeta se golpea el pecho y escribe: “Aquí está mi sola evidencia”. Lenguaje y revelación. Los géneros literarios importan poco. Lo que importa es cuando la luz negra Ilumina, velozmente, las formas escritas con las que se topó en su vuelo. Entonces se descubre en la luz revelada y radiante, el paisaje invulnerable del Delta de todos los deltas.

Juan II En esa hora pura de la primera estrella, cuando una luz de plata se enfría entre el follaje y sobre la mitad de tierra anochecida las sombras se levantan para unirse a sus cuerpos; en esa hora última, cuando la noche empieza, cuando se borran huellas y se avivan olores, se compactan las masas y precisan las crestas y el rumor de las aguas es un canto estelar; en esa hora breve, fugaz, en la vertiente de un instante de lúcida y serena embriaguez, cuando parece ahondarse, de súbito, la vida toda en sonoridades, resplandores y aromas; entonces, desde el fondo de mí, desde mi entraña, desde el activo centro visceral que me alienta, desde sus espesuras de tinieblas carnales rompen a aullar las bestias salvajes de mi alma. Entre las sombras arden rojas fauces rugientes, resecas de furor, se abren recias mandíbulas, blandas trompas babeantes rabiosamente gruñen y relucen los húmedos hocicos bramadores. Las fieras que me pueblan aúllan largamente de solitarias hambres, de soledad hambrienta, de querencias nupciales, de miedo al mundo ajeno, al mundo feroz donde todo es cruda acechanza.

Liscano Por el momento No importa lo que se dice. Lo importante es decir cualquier cosa para sentirse vivo, participante mecánico del habla y del sonido de la especie, emisor de discursos fragmentados, siempre arbitrarios, para imaginarse a sí mismo en la importancia de la voz, en la presencia inevitable de los otros, regidos, como uno, por la repetición articulada. ¿Quién no llega a odiar el lenguaje, ese uso y abuso, ese juego al escondite entre lo que se dice y lo que es? Pero hay instantes de claridad cuando el silencio se pone a hablar, cuando una mirada, cuando una mano susurra, cuando la lluvia y el viento revelan su idioma, y los ríos discurren, porque en última instancia todo es lenguaje, el abrazo exclama fervor, la cópula reitera la creación, el cuerpo es signo y palabra, significado y respiración de muchedumbres en la aurora, por el momento salvadas del diluvio y de los incendios exterminadores.

Bajo la paz remota del lucero del vésper, en la orilla confusa de los ríos nocturnos, las bestias de mi alma siniestramente braman a la luna, a los vientos, al peligro, a los hombres.

Fatal De las caídas imprevisibles o provocadas, del traspiés, del vencimiento aceptado, de la derrota inmerecida, surge la fuerza compensadora de seguir adelante y de morir, ignorando si advendrá alguna plenitud o la nada.

“Hábito: dudar de la esperanza/ y sentirla como carencia. ”

(Juan Liscano)


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