El llano es una palabra Nº 1

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Amado Homenaje LO DESPEDIMOS UN RATO MAESTRO La última vez conversamos un café, aquí en San Carlos. Me comentaba que la enseñanza se puso difícil porque las arpas de aprendiz cada día estaban más caras y ya no las hacían de buen material. “Mira Mariño, eso ahora lo hacen de una chapita así, que casi ni suena” y me hizo un gesto más que con los dedos, con las prodigiosas uñas (el gesto también se lo vi a Lionzo, vaya usted a saber quién se lo aprendió a quién o si ya los dos lo traían en el ánimo). Una vez en San Fernando me preguntaron por él y le dije a Don José Jiménez, “ahora es que está fino Pollo, porque está con Chávez”.

Pienso en lo dura que se oye esa frase ahora, a seis meses del uno y escasos días del otro. ¿Lo estará acompañando con Palmaritales de Arauca, o fiel a su gentilicio le estará agregando Tardes Cojedeñas al repertorio del gigante barinés? Medio millar de grabaciones – algunas ya legendarias, no pocas como un favor generoso para impulsar la carrera de algún joven paisano– son testimonio de que lo suyo no era trabajo, sino pasión. Era un oficio de amor el de Amado Lovera. No era egoísta ni a pesar de su fama, arrogante. Trajo a Cojedes la puesta en escena de formidables “arpegios”–como los llama-

ba orgulloso– para tocar con otros arpistas, como sus iguales. Se plantaba serio en el arpa, si, pero en el trato nunca le faltó la risa. Era un bauleño alegre en su cabello blanco y sus cuentos sin malicia. Nunca lo escuché hablando mal de nadie, y si iba a quejarse, lo hacía como Andrés Eloy: poniendo el perdón junto a la herida. Este septiembre lluvioso hay un río que tiene otra razón para no ser el mismo, y un puente y una tierra llana y hombres y mujeres de nuestra cultura, que vivirán de su añoranza, pero también de su gloria. Dudo que lo sembremos en un arpa como aconseja la copla, porque no hay

suficiente Camoruco en el llano para tanto corazón. Pero su legado se hará perdurable en cuanta fiesta repique ue el cuerdero, porque así lo merece su empeño. Lo despedimos un rato MaesMaes tro, como para que cambie el tono y nos espere más tarde: la eternidad es una fiesta, pero también será su homenaje. Eduardo Mariño

ARPA LEGENDARIA, LA SUYA Se me dijo que murió Amado Lovera, “Uña de oro de Venezuela”, símbolo de nuestro patrimonio viviente, símbolo de nuestro orgullo, de la tierra que lo vio nacer, del sonido clásico que brota de las profundidades de nuestros llanos y de las más profundas interioridades humanas del hombre de a caballo, curtido en la soledad, de la que es baquiano y prefiere mentar íngrima, sin más alivio que el corrincho de las 32 cuerdas del arpa para el más triste de todos los dolores. Amado le cumplió a los suyos y a Venezuela, y lo hizo con grandeza y decoro, con entrega y pasión, con fervor, con tesón, con constancia, dentro de un círculo de coherencia que se abrió recién salido de la adolescencia, cuando viaja a Caracas y aquel muchachito no se dejaba intimidar con el tropel de las arpas ya célebres. El arpista que jamás cambió su ocupación de arpista a tiempo completo, por otro oficio o quehacer. Ese fue el más grande de sus tesoros, el más grande de sus amores, el único título que lo hizo feliz: “Amado, el arpista”. El Amado enamorado en un baile, tocaba como el elegido de un Dios; nadie, ni el cansancio de una noche entera, lo separaba del arpa. Es que siempre dio gusto escuchar un arpa

entre las uñas de Amado Lovera. Conoció a los grandes arpistas del llano y entre ellos creció: Ignacio Indio Figueredo, Juan Vicente Torrealba, Juan Vicente Valera, Alfredo Tenepe, Cándido Herrera, Eugenio Bandrés, Eudes Álvarez, Hugo Blanco, Henry Rubio, Omar Moreno y Joseito Romero, pero Amado no quiso parecerse a ninguno de ellos porque tenía el encargo de ser Amado Lovera. Valentín Carucci (cuando en la época de “Los copleros del camino”) el distinguido autor de “Palmaritales de Arauca”, lo escuchó por primera vez en la casa del prefecto Rafael Herrera La Riva, en El Baúl; y de allí salieron a hablar con los padres de Amado porque el muchacho debía irse para Caracas. Vicentico Rodríguez, mejor que yo, puede relatar cómo ese día lo despidió El Baúl: trajeado con el mismo flux de la primera comunión. Y con ese viaje a Caracas, empezó el andar incesante que fue la vida de Amado. Vino el encuentro casual con Mario Suárez, a quien su conjunto de confianza le echó el carro, compromiso de por medio, con un presidente que no andaba con vaina; y a Suárez no quedó otra que aceptar la recomendación de Víctor Morillo, muy temeroso de la edad del recomendado; el muchachito que entonces era Amado.

—Se las toqué redonditas como Juan Vicente Torrealba se las tocaba, con los pelones de aquél incluido; recuerdo que Amado me completó el cuento una vez que hablamos de eso. De la jornada, el muchachito Lovera salió con un Pecho é Caribe en el bolsillo (50 Bolívares; un dineral en su momento) que le dejó caer el General Pérez Jiménez y una amistad que hasta hoy se mantiene, un lazo de mutua admiración, entre arpista y cantante. En otra ocasión, me preguntó Amado, qué cual era el día, en que los cantantes de la música del llano, le reconocerían a el Tenor de Venezuela, Don Mario Suárez, la singular hoja de servicio en esta materia, de promoción y difusión, cumplida en el exterior, específicamente en Cuba y México. Hombre, de las grandes batallas de la resistencia cultural, de este conflicto entre privilegiar lo de afuera y borrar lo que reclamos nuestro; entre la Venezuela indómita, que el maestro José Romero Bello nos enseñó a reverencial, y la dominada, sometida a los dictados imperiales. Amado cumplió con su tarea de no dejar morir de mengua la música de llano, de los llanos; de la Venezuela de la soga y el caballo, de los caminos largos y la palma. Tenemos mucho que ver con el mundo; pero también somos

una particularidad que es necesario mantener en el tiempo porque entonces ¿qué sería la patria? No exagero si digo que en los peores momentos del extravío del poder y la política, cuando en camcam bote los sectores diligénciales del país se entregaron a la horca insensible del neoliberalismo, Amado Lovera, desde el silencio, como tantos otros hombres de la cultura, representó la patria… fue la patria cuando todos se prestaron a la entrega… a silenciarla desde la radio y la TV. Y cuando muchos se cansaron de pelear, él siguió en lo suyo imperturimpertur bable como sí se tratara del pago de una promesa. Si por héroe, tenemos a los que entregaron tregaron su vida por la fundación de Venezuela; no se me venga a decir, que tal calificativo no lo merece quien ha vivido solamente para enaltecer a este país, cuna del Libertador, bebiénbebién dose y promocionando —aunque aunque agrio —, es nuestro stro vino como lo aconsejó aconse Martí. Miguel Pérez Pér


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