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recedida, la elección presidencial de Venezuela de 1998, de una aguda crisis de gobernabilidad que comenzó a manifestarse con la devaluación del bolívar (“Viernes negro”), la inestabilidad económica, la corrupción generalizada, el cuestionamiento de las instituciones, la multiplicación de la

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pobreza y la concentración de la riqueza en pocas manos, la violación de los Derechos Humanos, el auge de la delincuencia y el crimen, entre estos, el muy lamentable asesinato del Estado, la crisis de los servicios públicos, la falta de vivienda, la reducción de la inversión social (educación, salud, etc.),

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RAZÓN BELLEZA y REVOLUCIÓN

E L PA Í S :

Ese enfermo crónico que debemos curar MIGUEL PÉREZ

el desmantelamiento de la propiedad pública, vendida a precios de bancarrota al sector privado, y sobre todo, el peso de la deuda externa, consecuencia de los acuerdos con la banca acreedora y los organismos internacionales (FMI y BM),

el triste espectáculo de los refinanciamientos —la banca engañaba a los presidentes— y de un país petrolero mendigo, derrochador de una enorme fortuna proveniente de la renta petrolera con menos obras de envergadura que exhibir

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El 13 de abril se juntaron las dos rebeliones inconclusas… no hay en el mundo nada parecido. El 27 de febrero de 1989, ocurrió la rebelión de un pueblo que no tuvo soldados que salieran a defenderlo, y el 4 de febrero de 1992, los soldados que se rebelaron se quedaron sin pueblo que los respaldara. (p. 16). H. Chávez. Últimas Noticias, abril 14, 2009. El 27 de febrero del 89 fue una explosión social sin vanguardia armada, espontánea, acéfala. El 4 de febrero del 92 una sublevación militar sin participación civil. (p. 49). J. R. Núñez Tenorio. La Democracia Venezolana: Big Business,1993. Si miramos hacia atrás y advertimos los insondables daños que heredamos y aún persisten, concluimos que aquí en Venezuela no hubo un Estado: aquí lo que hubo fue un tarantín con una insondable caja chica a la disposición del saqueo, que se vino abajo por el aluvión de pueblo, cargado de conciencia, que amaneció el 28 de febrero de 1989. Calibrar las consecuencias de fondo de este despertar nos trajo aquí donde estamos: el país era un enfermo crónico y no podíamos dejarlo morir. (p. 15). Casa de AD en San Agustín durante el 27 de febrero de 1989/FOTO FRANCISCO “FRASSO” SOLORZANO en relación con la dictadura de Pérez Jiménez. El desprestigio de los partidos políticos y de la actividad de la política en general, trascendida al sufragio y la aparición cada vez más alarmante de la indiferencia por el ejercicio del voto, en la actividad sindical y gremial, controlada por los partidos gobernantes AD y Copei, de notoriedad principal, el monstruo de la CTV, caracterizado por el modo de vida alarmante de sus directivos sin soporte en el origen social y hoja laboral, y el sistema de elección de sus miembros atendiendo al dictado de pactos que a elecciones libres y democráticas; la selección de los miembros del Congreso, comprometidos más con los intereses de los cogollos partidistas que con las bases de los partidos, lo que se repetía en los casos de la designación de la Corte Suprema de Justicia y el control de Poder Judicial, los nombramientos del Fiscal y Contralor, los miembros del Consejo Supremo Electoral, de la cúpula militar a partir del coronelato, los gobernadores de Estado —tardíamente elegido por el voto popular; logro del caracazo— y candidatos presidenciales: El control del partido —entiéndase bien, del bipartidismo— para controlar el país. La sustitución de la figura del caudillo —dependiendo de su origen: prócer; del enfrentamiento armado interno, por cabezas presentadas al jefe y de la academia: militar, de profesión—, por la figura del partido, detrás del cual, está el hombre que reúne voluntades, pero que está obligado a expresarse a nombre de un colectivo multisectorial o policlasista. La figura del partido político como lo conocimos en el siglo XX, pues no debe olvidarse que Guz-

mán Blanco gobernó a nombre del Partido Liberal Amarillo, aparece en Venezuela, sobre la cresta de la insurgencia del movimiento estudiantil del 28 y la introducción de las ideas marxistas y su aplicación en el acontecer nacional, abonado por la pérdida de influencia en los asuntos públicos del país rural, pastoril, reconocido productor de cacao, café y tabaco, y su desplazamiento de repente, por el país que comenzó a proyectarse desde los conglomerados sociales alrededor de donde brota el chorro petrolero, que van a dependen estrictamente de la venta de su “fuerza de trabajo”, el salario que reciben, surgiendo así la línea divisoria entre los ciudadanos pobladores del campo, y alrededores y centros urbanos, fijando las contradicciones entre aquel y la ciudad. En resumen, se pueden decir, que la época de oro de los partidos, está estrechamente vinculada con el fomento de la conciencia gremial y clasista, el haber dotado del ejercicio del voto sin restricción, entre estos el de la mujer, la defensa de los intereses de Venezuela, sus riquezas, la lucha contra la corrupción y contra la tiranía. En definitiva, la declaración doctrinal de esos partidos de la que jamás se acordaron una vez encaramados en el poder, y se puede tener de razón que explique su ignominia. Esa degradación de la actividad política, y dentro de ella, la crisis de los partidos, derivó en un vació de liderazgo que abrió las puertas a la inestabilidad y el desencanto con el régimen del Pacto de Punto Fijo, instaurado en 1958, del cual puede decirse, vivió en luna de miel con el pueblo, hasta los 4 primeros períodos presidenciales, y aún mantuvo expectativa

de esperanza hasta 1989, cuando “los de abajo” reaccionaron como la esposa recién casada que al día siguiente de la boda abandona al marido, al comprobar que el paraíso prometido no cabía en el rancho donde la llevaron a vivir. La crisis de la deuda externa de los ochentas, como el bloqueo de puertos y costas de Venezuela durante el gobierno de Cipriano Castro, confirmaba una misma línea de dejación de soberanía frente a intereses trasnacionales, arrancada desde los tiempos del caudillo a los partidos políticos, así enterrándose una de las piezas fundamentales del expediente elaborado contra la “Dictadura” de parte del liderazgo democrático y abono del terreno para el despegue del nacionalismo, casi nunca infaltable en el hombre de uniforme ¿Para qué otra cosa se forma? y en contingentes civiles de mentalidad democrática y progresista forjada en las luchas libradas por el pueblo de Venezuela. Esa y la debilidad hacia la apropiación indebida del peculio público, y por ende, cambio de los ocupantes del banco de los acusados de la lucha anticorrupción, tenían que participar del asunto de emergencia en búsqueda de candidato presidencial, señales inequívocas de la hora menguada de los partidos y sus voceros, retirados en galaxias de distancias, de cuando se jugaban el pellejo contra la dictadura y por las libertades y la defensa de los intereses de Venezuela (por ejemplo, el cuestionamiento de la política petrolera de Pérez Jiménez), y proponían de programa resolver las carencias más sentidas de los venezolanos: alimentación, techo, reparto de la tierra, servicios públicos, salubridad, educación y empleo. A eso se le añadía la añoranza

Hoy en portada: El Cerro se llenó de rojo de Richard Oviedo (Mixta sobre papel, 26 cm x 29 cm). Dirección: Miguel Pérez / Coordinación Editorial: Daciel Pérez/ Diseño y Diagramación: Luis Daboe Correo electrónico: mediodiadeldomingo@gmail.com / Twitter: @Mdíadeldomingo

H. Chávez. Últimas Noticias, octubre 25, 2009. del régimen de Pérez Jiménez de los abuelos en los hogares ante el crecimiento vertiginoso del hampa y la inseguridad hasta ahora indetenible. Esa crisis de los partidos, y de la política como oficio, facilitó la consolidación de un sector empresarial, con no sólo conciencia de clase, sino que veía en el poder un freno a sus ganancias y por tanto, pretendió echarle mano a lo que Marcel Granier llamó el Estado omnipotente, ésta vez sin intermediarios, sin la utilización del político, sustituido por el gerente, el hombre de negocios, que así como dirige su empresa pretende dirigir al país. Esa crisis no sólo sacudió el estamento civil, sino que también posesionó el descontento dentro del sector militar, al premiar el adulo, la genuflexión y la afiliación política por encima del mérito y la entrega a la profesión. Esa conducta dio cabida a dos tipos de uniformados: Los cómplices del delito y los desafueros de la corrupción, y el otro, apegado al código de honor del militar. Y a la par, su empleo para reprimir la protesta legitima del pueblo: Los partidarios y los contrarios. Así llegamos al 27 de febrero de 1989: 30 años de gobierno del Pacto de Punto Fijo; veinte AD y diez de Copei, arrojaban de balance, un país fracturado, dividido, de más pobres que ricos, desencantado y descontentos por igual, amas de casa, estudiantes, profesores, artistas, intelectuales, dueños de medios, periodistas, campesinos, empleados, obreros, militares, sacerdotes y empresarios, persuadidos la mayoría de sus pobladores que “Venezuela no era libre ni de los venezolanos” y que la “democracia” no era capaz de garantizar “el pan, la tierra y el trabajo” y menos la “justicia social” que pregonaba el otro partido socio de AD. Con razón se comenzó a preguntar dónde fue a parar la enorme

renta petrolera que inundó al país de dólar barato sin antecedente en su historia y los políticos respondían con evasivas y descalificación. Una buena parte se invirtió en empresas del Estado —aplaudidas unánimemente unas; otras desaprobadas por la opinión pública—, en viviendas, en carreteras, en servicios públicos e importación de alimentos, aviso del curso que siguió la Reforma Agraria; otra se depositó en bancos extranjeros, y la que no se robó o dilapidó, se destinaba al pago de los intereses de la deuda externa. De modo que las experiencias exitosas y de avance alcanzadas en los primeros años, como la educa-

Esa crisis de los

partidos y de la política

como oficio, facilitó la consolidación de un sector empresarial,

no sólo con conciencia de clase, sino que veía en el poder un freno a sus ganancias y por tanto, pretendió echarle mano a lo que Granier llamó el Estado omnipotente” ción por ejemplo y los esfuerzos en salud, logros a todas luces, comenzaron a moverse hacia atrás. En 1980 la CTV presentaba de balance: Del militarismo tradicional hemos pasado a los gobiernos civiles; de la inestabilidad a una democracia que dura en el tiempo, de la intolerancia, al diálogo y al entendimiento; somos


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hoy una democracia alternativa, con instituciones que pueden y deben perfeccionarse, legitimarse, estabilizarse y fortalecerse. La nacionalización de las industrias fundamentales del hierro y del petróleo nos capacitan para afirmar la soberanía y practicar una política internacional independiente. Los crecientes ingresos fiscales, derivados de las políticas seguidas por los gobiernos democráticos, ponen en manos del Estado tal magnitud de recursos que, mejor orientados y administrados, pudieran ser suficientes no sólo para estimular el crecimiento económico sino también para enfrentar los problemas sociales que el país padece y que deben ser resueltos con urgencia. En otras palabras, estamos en capacidad de superar dificultades y de legitimar, por vía de la eficacia social y económica, el sistema de libertades públicas (p. 596). De allí que muchos pensaron, que más que económica, la crisis del país, era moral, otro intento de distanciarse de la lucha de clases y el programa histórico de los trabajadores, de la dicotomía capital-trabajo, de la controversia, aumento de salarios vs. aumento de capital, miseria más allá de la raya roja, pobreza generalizada vs. riqueza concentrada en muy pocas manos. En una “palabra”: Era una crisis sistémica, propia de un modo de producción que no puede expresase de otra manera: Crecimiento, caída y recuperación. A 30 años de los gobiernos de AD y Copei; 30 años después de la caída de la última dictadura militar, ¿a dónde nos había llevado el régimen y su institucionalidad surgido del conato cívico-militar del 18 de octubre de 1945, con paréntesis de

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interrupción de 10 años de tiranía y retomado en 1958? De acuerdo al diagnostico presentado por la Confederación de Trabajadores de Venezuela, invirtieron sus esfuerzos de gobernantes en la edificación de un modelo que “puede calificarse como capitalismo de Estado”: La consolidación de la situación del sector económico publico con una entidad de capital, ingreso propio, potencial de inversión, empleo y poder de gasto equiparable a los del sector privado —y en algunos aspectos superior— y un poder de decisión sobre procesos de producción, de exportación, de financiamiento, de importación, de mayor alcance estratégico —dentro del campo propiamente económico— que el ejercicio por la economía privada, independientemente de las facultades institucionales que como Estado posee para orientar y regular macroeconómicamente el proceso de funcionamiento y desarrollo del país, fundamenta una característica singular y dominante de la organización nacional que condiciona toda la gestión económica en Venezuela y que puede calificarse como capitalismo de Estado. Cualquier proyecto de transformación económico-social del país tiene que tomar como punto de partida esta realidad, la que, sin duda alguna, condiciona positivamente los planes y programas de desarrollo e impide —favorablemente— los intentos de retornar la economía a viejos cauces liberales de privatización absoluta de la actividad económica y prevalencia de la llamada libre empresa. Desde luego, el capitalismo de Estado no excluye ni niega el capitalismo privado, pero limita en concordancia con el

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interés social y puede regularlo efectivamente en la prosecución de los altos fines del desarrollo y el bienestar de la Nación. (p. 598; al final se indica fuente). Es decir, de acuerdo con este examen, de parte interesada, pues la CTV la dominaba ampliamente AD, su principal aparato de masas, a la par de la Federación Campesina; el desempeño de los gobiernos del bipartidismo estuvo orientado a lo “que puede calificarse como capitalismo de Estado”, esto es, la sociedad dividida en clases, el contraste trabajo-capital, los dueños de los medios de producción y los obligados a vivir del trabajo que le reconoce el empresario porque la otra parte constituye su ganancia (trabajo no reconocido). En lo económico, 30 años después, de la huida de Pérez Jiménez en la “Vaca Sagrada”, el empuje de una alianza política bipartidista, excluyente, amparada del acuerdo tripartito (Gobierno, Empresarios y Sindicalistas), y del respaldo de una Fuerza Armada completamente a su favor, Venezuela seguía siendo un país capitalista, rentista, aunque no el mismo de los años cincuenta. En lo político, un régimen democrático formal, de demasiadas debilidades en la práctica, con que el agravante, de haber pasado a ocupar el banco de los acusados, al activar en su contra todo el expediente que contra Gómez y Pérez Jiménez levantaron y transformaron en sus programas de gobierno. En lo social y cultural, el logro

En el libro “Ficción y realidad en el Caracazo” (Monte Ávila Editores Latinoamericana 2011), el escritor Earle Herrera se sumerge en una investigación entre las aguas de la literatura y el periodismo, buscando la presencia de los hechos de El Caracazo en ambas disciplinas.

esencial del “experimento democrático”, manifestado en las oportunidades de estudio y otros, acusaba serios peligros de amenaza (privatización de la enseñanza) y aportaba dos tipologías desproporcionadas: los que asumían las particularidades de ser venezolanos, y los renegados, que se identificaban con todo lo venido de afuera, donde afincaban su ser, su biografía y rumbo del país.

... descuidaron al

pueblo, el más fiero de

los enemigos, el más difícil de combatir, de vencer; porque está en todas partes y no está en ninguna, con más éxitos y efectividad de reconocimiento en las oraciones de los discursos políticos que en el escenario de la realidad” A eso, cabe sumársele “la crisis de representatividad”, de autoridad, de legitimidad, producto del desgaste y la negativa a corregir entuertos e incapacidad de renovación, de una dirigencia que el poder extravió o que ella, no supo qué hacer con el poder. Ganaron todas las elecciones desde 1958; derrotaron a las guerrillas de los sesenta y los intentos de insurgencias de extremaderecha; la izquierda la redujeron a menos del 10% del sufragio y se creyeron siempre depositarios de la voluntad popular; recibieron la más alta entrada económica per cápita como no lo dispusieron ninguno de los déspotas que gobernaron a Venezuela. …Pero descuidaron al pueblo, el más fiero de los enemigos, el más difícil de combatir, de vencer, porque está en todas partes y no está en ninguna, con más éxitos y efectividad de reconocimiento en las oraciones de los discursos políticos que en el escenario de la realidad. Se habla del pueblo, el triunfo se le debe a él como fuerza que todo lo puede, pero ya en el gobierno el pueblo se deja de apreciar como tal. ¿Qué es el pueblo? La acción que reconoce o desconoce a Dios, pero nadie puede atajar ni condenar: Es la palabra del supremo hacedor. El acto que nadie condena. En 1989 asistimos al develamiento de dos países: El país que

inventó el mito y la Historia, producto de la irresponsabilidad académica, de escritores, profesores y periodistas; y el país que siempre ha estado allí sin representación ni interlocutores válidos, en la mayoría de los casos, pero siempre con conciencia necesaria de lo que por su bien se haga. Asistimos en 1989, a un enfrentamiento entre gobernantes y gobernados. Los gobernados hablaron; educados en la escuela de los gobernantes, hablaron a nombre del pueblo. Y el pueblo tiene su manera particular de resolver sus asuntos. (¡No me vengan con vainas! el pueblo venezolano fue siempre así porque no le quedó otra que esa: lidiar y sobrevivir a la violencia. ¿Quién lo niega? ¿Quién lo duda?). En 1989 los periodistas, los escritores, los académicos y los políticos, sorprendido por pueblo, emboscados por el pueblo, por fin se dieron cuenta que el pueblo no es una entelequia, que más allá del concepto abstracto, posee las llaves del “motor de la historia”, es el único que puede arrancar ese motor cuando le da la gana. Guillermo Morón, en microensayo introductorio de Los muertos de la deuda o el final de la Venezuela Saudita (1989), un libro del inefable Sanin escrito dentro los propios acontecimientos del 27 de febrero de 1989, señala que con estos sucesos, termina la Historia Contemporánea de Venezuela principiada el 18 de diciembre de 1935 (p. 7). Morón se pregunta: (…) ¿El pueblo falló? No, sólo la dirigencia, toda ella, incluidos nosotros los escritores y maestros de escuelas. Pero principalmente los dirigentes de la política y de la economía. Porque la injusticia acumulada termina por pasar factura. El problema, pues, es de distribución de la justicia. Como siempre (p. 8). ¿Qué pasó en términos periodísticos el 27 de febrero? Una nota de Díaz Rangel nos ayuda a refrescar la memoria: “Dos mil 892 comercios saqueados, entre ellos 900 bodegas en Caracas y el Litoral, 131 abastos y 60 supermercados: pérdidas por seis mil millones de bolívares, incluyendo los de Aragua y Carabobo, de las cuales la mitad estaban asegurados, es el balance de las pérdidas materiales”. Ese fue el inventario del Gobierno, pero en cambio no fue posible conocer la cifra de los muertos. Resulta increíble que veinte años después del Caracazo, no se sepa cuántos venezolanos murieron víctimas de la indiscriminada represión del Ejército, la Guardia Nacional y las fuerzas policiales. Al gobierno de Pérez le interesó más conocer cuáles habían sido las pérdidas materiales. (Díaz


4 1/2 DÍA DEL DOMINGO Rangel, E., 2009, marzo 1. Últimas Noticias; p. 14). ¿Acaso, era ésta la primera manifestación del país violento que es Venezuela? La violencia en Venezuela no la inventó el 27 de febrero. Del 1º de enero de 1830 al 31 de diciembre de 1903 (durante 74 años), Antonio Arráiz contabiliza 39 revoluciones y 127 alzamientos, desconocimientos, cuartelazos, asonadas, invasiones y motines diversos; para un total de 166 revueltas… Desde 1958 hasta 1989, la violencia no estuvo de vacaciones en el escenario político. Violencia, empleada para derrocar al gobierno y violencia empleada por el gobierno para no dejarse derrocar. Y violencia del gobierno, para enfrentar problemas derivados de la “crisis social” y hasta problemas gremiales, sin fines subversivos. El debate inmediato, junto al cálculo del número de asesinados, desaparecidos, encarcelados y perseguidos, posesionó en el teatro de la política, el futuro de la democracia y el retorno de la dictadura, el viejo enfrentamiento de civiles-militares. De inmediato se puso de manifiesto el rol cumplido por la Fuerza Armada — particularmente, el Ministro de la Defensa del presidente Pérez—, en el resguardo de la institucionalización y el retorno hacia la normalidad; normalidad que no volvió a ser como era antes del 27 de febrero. En ese momento, el de “la más grave crisis que ha padecido Venezuela en toda su historia” —según el examen de Sanin (p. 14)—, el liderazgo civil desapareció, sustituido por la palabra y acción del hombre de uniforme. Sólo la intervención de la Fuerza Armada —la policía fue desbordada y en algunos casos, actúo de cómplices de la protesta y del saqueo—, garantizó la victoria del Estado y su careta de democracia representativa, por medio de la violencia, de la represión generalizada. Lógico que la dirigencia política-partidista, eclipsada por el empuje de la institucionalidad cástrese, y sobre todo el sello que le imprimió el Ministro del ramo, saliera a remendar el capote; pero como toda reflexión desde “los celos”, la pareja se justifica por el comportamiento del otro, era una reflexión menos que inútil, dentro del ámbito civil; pero no, dentro del militar, donde el Capitán o el Mayor, o el Teniente Coronel resentido, estaba en la obligación de repreguntarse cuál era el papel de la Fuerza Armada en la sociedad venezolana. ¿La de recoger los vidrios de la vitrina que rompen los políticos? ¿La de resolver asuntos políticos por la vía de la represión en un

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clima en que los políticos —y solos ellos— eran los responsables de la opinión pública que se tenía del político? Ese debate, de alguna manera, debía permear los muros de los cuarteles y de la Academia Militar: ¿Masacrar al pueblo para que otros cobren? Ellos sin nosotros, ¿pueden gobernar? Además, el generalato lo alcanzaban los más cuestionados en el seno de la Institución, sin prurito en el manejo de su presupuesto, tan corruptos como quienes le otorgaban el ascenso. El 4 de febrero de 1992, la duda se despeja, la misma fractura del país envolvió a la Fuerza Armada y estalló nuevamente el grito de la violencia y la represión. Es la segunda derrota de la dirigencia política, en menos de 3 años, y aunque la rebelión no pasó del fracaso militar que definió el “por ahora”, detrás de Chávez comenzó andar los mismos que habían andado con Boves, con Páez, con Zamora y con Guzmán, con Crespo —el honor de los llaneros—, con Cipriano Castro y Gómez, con Betancourt y Caldera… El candidato que andaba buscando el pueblo, lo encontró en Hugo Chávez. Y mientras Hugo Chávez fue preso y puesto en libertad; a Carlos Andrés lo encarcelaron por corrupto y Caldera llegó de nuevo a la presidencia, torciéndole por primera vez el cuello al biparti-

Entre enero de 1991 y mayo del 92, hubo 1.519 manifestaciones de protesta de todo tipo, desde las amas de casa de Acarigua que impidieron la salida de camiones cargados de harinas de maíz si antes no se abastecía la ciudad, hasta los agentes de policía en Caracas, Valencia y Mérida. En promedio, 112 mensuales ¡más de cinco protestas de calle cada día laborable durante 17 meses! ”

dismo, ofreciendo lo que no iba a cumplir, echó adelante el mismo Programa de Pérez, aunque con más tactos que el anterior, en medio de un 27 de febrero que a menor escala, no dejó de sacudir al país, puesto que Entre enero de 1991 y mayo del 92, hubo 1.519 manifestaciones de protesta de todo tipo, desde las amas de casa de Acarigua que impidieron la salida de camiones cargados de harinas de maíz si antes no se abastecía la ciudad, hasta los agentes de policía en Caracas, Valencia y Mérida. En promedio,

Parte de los títulares que siguieron a aquel 27-F 112 mensuales ¡más de cinco protestas de calle cada día laborable durante 17 meses! (Díaz Rangel, E., 2009, febrero 27. Últimas Noticias; p. 9). En su libro Políticas de ajuste y protesta popular en Venezuela: 1989 y 1996 (2006), Keta Stephany, señala que dentro los dos primeros meses anteriores, del anuncio de la “política de ajuste” de Caldera (“Agenda Venezuela”), el 15 de abril de 1996, hubo 65 protestas; 5 durante el anuncio y 98 en los dos meses que le siguen. (p. 200 y 201). De buscarse en los periódicos, se entenderá que los bajaron de los cerros, el 27 de febrero, no dejaron de manifestarse tampoco desde 1992 hasta 1996. Y después. La de los 90, es la década de la revuelta, el sacudón y los 27 de febrero, a bajo escala. Es la década de la inestabilidad, del conflicto entre quienes gobiernan, y no pueden seguir gobernando, y los gobernados que no desean a los mismos gobernantes en el poder y puede lograrlo porque hay condiciones para ello. Margarita López Maya, en su libro, Del viernes negro al referendo revocatorio (2005), sostiene que “El empobrecimiento en Venezuela desde inicios de los años 80 fue brutal, creciente y sostenido” (p. 262). Estamos hablando de la revuelta de los pobres, de la embestida de los empobrecidos, del pueblo.

Estamos hablando, que en 1998, ese pueblo volvió a habló duro: Eligió presidente a Hugo Chávez frente a una cayapa — asesorada y financiada por centros imperiales— donde confluyó todos los parapetos de la institucionalidad criolla, con su inmenso poderío, entre estos, su experiencia en el arte de engañar, de persuadir a través de las obscuras montañas que desde siempre han tenido encandilado al humano ser, manipulando parte de lo que es, con lo que no es. El 27 de febrero es la prueba más formidable contra la cortina de humo, que presentó a Chávez como el padre de la violencia. El 27 de febrero hizo presidente a Caldera y lo borró… El 27 de febrero de nuevo se hizo presidente en 1998. Sólo así se puede explicar, la reposición del presidente, en su cargo, después de 48 horas del golpe militar de 2002. Y sólo así, podemos entender que Chávez acaba de ganar una elección presidencial, después de muerto, y la oposición mejoró su votación, prometiendo mantener sus legados más confrontados. ¿Quién los entiende? El 27 de febrero nos dio otro país, el que aun no hemos comprendido a cabalidad.

NOTA: Confederación de Trabajadores de Venezuela. (1980). Manifiesto de Porlamar. En: Velásquez, Ramón J. (1990). Documentos que hicieron historia. (pp. 594-681). T. IV. Caracas: Ediciones Presidencia de la República.

EPILOGO

A nosotros y nosotras sí que nos está prohibido olvidar: en 1989 se cometió el más grande genocidio de la historia de Venezuela del siglo XX. El más sistemático y criminal ejercicio de terrorismo de Estado se desarrolló en los primeros días de marzo, luego de que la rebelión se había apagado. (p. 13). H. Chávez. Últimas Noticias, febrero 28, 2009. El viaje que iniciamos el 27 de febrero de 1989 y que ha proseguido su curso durante estos diez años de Revolución: el más necesario de los viajes. (p. 15). H. Chávez. Últimas Noticias, noviembre 8, 2009.


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