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DOMINGO 7 DE SEPTIEMBRE DE 2014 / CIUDAD COJEDES

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LA PLAYA TRÁGICA DE CÉSAR SECO

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GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN

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o sería concebible una cultura sin el aporte sustancial de la poesía. El arte de la palabra, más allá de sus logros verbales o formales, ha prestado el vehículo de su lenguaje vertebrador al conjunto de

½ DÍA DEL

DOMINGO

RAZÓN BELLEZA y REVOLUCIÓN

las disciplinas que hemos denominado artes para enriquecerlas, conquistando en cada cultura un lugar de imprescindible referencia. En América Latina, la poesía ha venido fundando un espacio importante para el diálogo humano; a tal punto el aporte de nuestros poetas ha conseguido mostrarse con tal fuerza que, hoy por hoy, sería impensable hablar del fenómeno de una cultura sin referirse a ellos. En Venezuela no podía ser distinto. Las voces poéticas nuestras se han colocado por derecho propio entre las más resonantes, haciendo crecer su radio de influencias. Si en el siglo XIX la voz de los románticos y neoclásicos fue decisiva para la consolidación de nuestra expresión, en el siglo XX la modernidad supo aquilatar su verbo en

poetas de diversos signos y momentos como Ramos Sucre, Antonio Arráiz, Enriqueta Arvelo Larriva, Aquiles Nazoa o Vicente Gerbasi, y más adelante con Juan Sánchez Peláez Eugenio Montejo, Gustavo Pereira, Ramón Palomares , José Barroeta y Víctor Valera Mora, para nombrar sólo a algunos de quienes han sabido tener verdaderos lectores. En la poesía de las regiones venezolanas la situación ha tenido un desarrollo más lento, pero igualmente significativo. El estado Falcón, en

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CÉSAR SECO. (Coro, 1958) Bibliotecario y Promotor Cultural. Ganador de la Bienal de Literatura “Ramón Palomares” (Trujillo, 2005) con el poemario “El viaje de los argonautas”. Fundador de la Casa de la Poesía “Rafael José Álvarez” de Coro, y de la Bienal Literaria “Elías David Curiel” (Falcón). Fundó también las Ediciones Libros Blancos en el Instituto de Cultura del Estado Falcón.

el occidente de Venezuela, ha sido tierra fértil en este sentido. Desde poetas fundadores como Elías David Curiel, Polita de Lima, Virginia Gil de Hermoso hasta otros como Rafael José Álvarez, Ramón Miranda, Hugo Fernández Oviol, Lydda Franco Farías o Paul González Palencia, han preparado el terreno a otras posibilidades como las que funda César Seco, quien es precisamente un poeta embebido no sólo en la observancia permanente de su paisaje o entorno, sino también en los autores esenciales del siglo XX, vigilante de las vastas ramificaciones de la poesía moderna, en cuanto ésta desea expresar la complejidad espiritual y existencial de un siglo que ha configurado una mentalidad fatigada por guerras, crisis, diásporas, luchas sociales, burocracias agotadoras, populismos fanáticos, demagogias seculares pero también iluminada por celebraciones colectivas, exaltaciones de la alegría o el derroche de los sentidos, y por ende, en los abismos donde hombres y mujeres han abrevado para expresar su dolor o alegría, en diálogo o anti-diálogo con el existir profundo, con su soledad más legítima. Cuando el primer libro de Seco, El laurel y la piedra se edita en 1991, ya aparece estampada en él la impronta de una voz interior que no hace sino proseguir una línea ascendente en otros volúmenes como Árbol sorprendido (1995), Oscuro ilumina, (1999), Bosquejo (2000), El viaje de los argonautas (2004), Mantis (2004) y Caligrafía del aire (2004). Cuando en mis manos cayó la antología poética publicada por Monte Ávila Editores Lámpara y silencio (2007) – donde se reúne parte de los libros antes citados-- me di cuenta del tamaño del poeta que habitaba esas páginas. Pudiera decirse que César Seco, en ese volumen, ya se percibe como un poeta que va más allá de lo sobresaliente, para ubicarse en el ran-

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tradición precedente, con una óptica que tiene en cuenta una esencial manifestación del pasado. Estas tres instancias vendrían a constituir lo que pudiera llamarse la dimensión abierta de una obra poética de gran personalidad, forjada en el cincelado de un lenguaje que no cesa un instante en contrastarnos con el mundo, de ponernos pruebas de fuego con respecto a la realidad, para que advirtamos cómo podemos acceder a ésta desde múltiples miradas. Serían diversos y elocuentes los ejemplos que ilustraran estas observaciones. Otra cualidad de la poesía de César Seco es cómo puede hacernos ver, a través de un verso nítido, una complejidad abrumadora del ser. Sus versos parecen surgidos de un escepticismo consustanciado con la existencia misma. Los asuntos que suele indagar son la enfermedad, la desolación, el adiós, la nostalgia, el desamparo: todos variables de la fragilidad humana, de la conciencia de finitud que recorre buena parte de sus textos.

go de lo esencial. A él conduce de modo natural no sólo lo más notable de las tendencias poéticas que le prefiguran en su región -–Álvarez, Fernández Oviol, Miranda, Farías, Palencia--- sino también de las corrientes que conforman la cultura popular de su tierra de nacimiento: música, plástica, costumbres y modos peculiares de lo falconiano que tienen lugar en la sierra, en el mar, o en la capital Coro, la ciudad venezolana más antigua. César es coriano de nacimiento, en el sentido espléndido que puede tener este gentilicio cuando se aprecia en compañía suya por calles, avenidas, paseos, parrandas o bohemias secretas de esa ciudad, cuando su alma jovial viaja en anécdotas que él narra con orgullo exaltado, con voz y sonrisa contagiosas. Su sola salida por las calles de Coro puede ser todo un acontecimiento, al absorber a su paso una serie de saludos gozosos, diálogos pícaros, anécdotas de personajes o poetas de la antigua ciudad que él sabe referir con tanta gracia. Decía que la lectura de Lámpara y silencio me había deparado una suerte de conmoción estética, en cuanto logré percibir allí varias cosas. La primera, una relación poderosa con su paisaje de origen, que da lugar a un ensimismamiento vital usado como herramienta para acercarse a las imágenes que componen su mundo interior; en segundo término, un punto de vista ubicado en los territorios de un viaje donde podemos detectar las voces de Orfeo y de los argonautas, en un periplo donde lo mítico intenta ser ámbito totalizador, para alcanzar momentos decisivos en el libro El viaje de los argonautas; en tercer lugar, la forja de una conciencia que ha encontrado un ámbito donde se dan cita el desgarramiento y la luz; es decir, una poética abierta a las exigencias estéticas de lo presente y su conciencia de ruptura con la

Seco establece un

diálogo con la presencia

del mar y todo lo que éste implica en cuanto vastedad, esa playa inacabable donde van a recalar las todas las brisas del mundo a un mismo tiempo” En un primer momento, La playa de los ciegos, nos remite a la trágica vaguada ocurrida en el estado Vargas en 1999, acaso la mayor de nuestras tragedias, ocasionada por las lluvias; de hecho, el poema central del libro describe admirablemente el meollo humano de esta tragedia; pero a partir de ésta y en otros textos Seco establece un diálogo con la presencia del mar y todo lo que éste implica en cuanto vastedad, esa playa inacabable donde van a recalar las todas las brisas del mundo a un mismo tiempo, con sus olas que rompen a orillas de arenas o de grandes rocas: todo el océano va a estallar allí y luego a callar, a hundirse en unos guijarros diminutos, piedrecillas ínfimas que nos sirven para hundir nuestros pies y dejar allí nuestras huellas, que al instante van a ser borradas. Éstas pueden encarnar en metáforas para sopesar la fugaz existencia, forjando un símbolo para lo efímero. ¿Por qué insiste César Seco en remitirnos a esta playa trágica, y desde allí tejer una serie de imágenes con un lenguaje que nos interroga? Quizás sea por la urgencia que tiene de que le acompañemos a observar ese espacio de fragilidad, de orfandad esencial que nos permite reflexionar sobre nuestro lugar en la tierra; tierra que es ciertamente un planeta

Hoy en portada:César Seco de Richard Oviedo (Mixta sobre papel, 19cm x 23cm). Dirección: Miguel Pérez / Coordinación Editorial: Daciel Pérez/ Diseño y Diagramación: Luis Daboe Correo electrónico: mediodiadeldomingo@gmail.com /Facebook: Mediodía del Domingo/ Twitter: @Mdíadeldomingo

de agua ramificado en todos los poros de nuestra piel, invadiendo el cuerpo con su lenguaje único: la marea, la resaca que nos arrastra como un imán, nos colma perpetuamente de ires y venires, nos propicia encuentros y adioses, ausencias y recuerdos. Ciertamente, no sabemos que nos aguarda detrás del horizonte, pero, justo por ello quizá, nos adentra en las mareas de lo desconocido, de lo aún no vivido. “El mar comenzó a hablar / de lo que el presentimiento trajo”, nos dice en el poema <Playa>, perteneciente a la parte primera que presta su título al libro, en versos que preparan muy bien el terreno de esta indagación con un homenaje a Reverón (<Castillete>) un texto sobre el <Deslave> o a un personaje que le narra una situación dramática (<Yuya>) para remitirnos al poema central (<La playa de los ciegos>), donde leemos: “En la tormenta de estas aguas / cabe la diadema de los resplandores lunares. / En la colina que media entre la iglesia y el bar / va el fantasma apurado de mis años.” Luego se despliega todo un universo de logrados registros en los textos siguientes, cuya completa referencia en esta nota resultaría redundante, pudiendo el lector constatar por si mismo la cantidad de momentos eficaces que pueblan estas páginas donde reclusos y locos pueden alternar con campamentos, vaguadas, materias flotantes, la ciudad de Macuto, el castillete de Reverón, o las islas pueden ser temas o títulos de los poemas, y vienen a cohesionar esa visión oceánica esencial de la que hemos venido hablando. La segunda parte del volumen, “Rostros y escrituras” es ciertamente más heterogénea, compuesta por textos de diversa índole, hilados a través de la presencia de escritores como Paul Celan, Walter Benjamin, Jorge Luis Borges (“No lo pudieron ver. / El cristal de su máscara se borraba / y aparecía el niño / que inventaba a sus amigos.”), Akira Kurosawa, Lautreámont, Dámaso Ogaz y otros, todos cohabitando el mismo espacio del homenaje, del tributo literario. Interesante resulta que César haya colocado al final del libro una <Poética> que funciona como epítome de todo el recorrido, advirtiéndonos que:

En algún lugar la calle y la avenida se entre [cruzan. El sol se estruja los ojos en el pavimento. La calle va a todas partes y a ningún lado. Dibuja con su dedo largo la cifra de aire. La avenida viene de regreso contigo. En algún lugar la calle y la avenida se entre [cruzan. Y se escribe el poema de este lado de la cara Ciego. En el poema final, <Coda> se realiza la parodia de unos versos del célebre poema de Vicente Gerbasi <Mi padre, el inmigrante> en los versos que rezan: “Venimos de la noche y hacia la noche vamos” y el poeta reescribe en su ritornello: “Venimos del grito y hacia el silencio vamos” para indicarnos bien acerca del sonido inicial y del gesto final que todos los humanos ejecutamos al alba y al ocaso del gran viaje, y que ahora César Seco nos ha sabido entregar en una iluminada palabra, como un inmejorable obsequio de espíritu. (*) La playa de los ciegos. César Seco. Ediciones ImaginariaINCUDEF. Colección Voz del Numen. 2014. 63.pag.


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El resplandor hallado a tientas JOSÉ GREGORIO VÍLCHEZ MORÁN

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xiste un decir poético que trasciende a los certámenes, lo efímero de los circunscritos discursos explicativos y a la canonización literaria. Existimos también otros lectores, y más que eso, deudores de este acercamiento a la Poesía que sin duda apreciamos, en concordancia con lo que Octavio Paz asignaba al poema en lo que tiene de “revelación”. Revelar, velar dos veces, oscurecer el sentido para iluminar la oscurana de lo intangible, inapresable y huidizo como el tiempo y la vida, en lo más trascendental e intraducible. Los velos que cubren y retan a la exégesis de lo real, ocultan al lector ingenuo, acomodaticio, toda la irrupción de la taumaturgia de otro refulgir de la existencia (experiencia no exenta de desgarradura y sacudimiento como la indescriptible “belleza terrible de Dios”). De esta manera, a veces, debemos desaprender, enceguecer metafóricamente, para acceder a otras experiencias de lucidez y descubrimiento. Esta ocasión, César Seco (Coro, 1959), vuelve a revelarnos nuevos e inéditos fulgores traídos del mar de su interioridad hasta estas ocultas playas del poema, playas en las que la vida naufraga y resucita más allá de mortíferas vaguadas. Esta (su) poesía ya corona cinco títulos publicados con los cuales acierta, no sin ardid y peripecia, en ofrecernos esa manera de revelación desde el lenguaje, a la que jamás accederemos si caemos en los espejismos y Fuegos de San Telmo que encandilan desde las pantallas televisivas y la fatuidad de lo mostrado en los monitores y vitrinas; así como tampoco si asumimos esa manera ciclópea y cuadriculada como a veces el mundo nos pretende ser mostrado en el sonambulismo de las páginas academicistas. René Menard, hablándonos sobre la poesía de Saint John Perse, nos decía sobre esa relación luminosa del poeta con la muerte; explicación que nos viene a la memoria ineludible cuando Seco nos intenta traducir su asunción existencial sobre la tragedia de Vargas en 1999. Cito a Menard: “El poeta se mantiene lúcido, intacto, libre, fuerte. Fuerte de “la pureza del alma frente al alma”. “La muerte está en el tragaluz, pero nuestro destino no es hacia allí. Y henos aquí más alto que el sueño sobre los corales del Siglo: nuestro canto.” (1971:65).

La playa de los ciegos, nos increpa desde dos pupilas disímiles: una atenta, la otra enceguecida y semejantemente una volcada hacia la interioridad; la otra, escruta al mundo y los sucesos. La primera parte (pupila) que da su nombre al poemario, es el intento del poeta por plasmarnos su cavilación sobre la tragedia del deslave del litoral varguense, tarea para la cual el poeta está llamado a hacerlo mediante una necesidad misional, cual profecía que en vez de anuncio futuro nos muestra el peso enceguecedor de lo funesto desde las causas; y asimismo la asunción del poeta como un superviviente imaginario, quien sobre la tabla salvadora del poema, intenta articular una imprecación, pero también una denuncia urgida y, no obstante, sentidamente un consuelo. Si ya la antinomia oscuridad-iluminación se difuminaba en su libro anterior Oscuro ilumina; en esta playa de Seco encontramos un registro sémico- simbólico de lectura en el cual los opuestos vuelven a complementarse a manera de Tao: La ribera es el límite permeable y moviente entre los mundos acuático y el terrestre; pero asimismo en este caso representa la efímera e ilusoria frontera que en lo catastrófico hilvana a la vida con la muerte. De forma semejante, el ojo (la visión, la ceguera) es el encuentro entre una luz que negada en lo externo o en lo mortal, se interioriza auscultando territorios de revelación psíquica, a manera de poiesis y vivificación:

“… Lo que vino a dar aquí volvió por donde vino tras la montaña el mar aguardó. Su sombra la decapitó la luz. Nada dice que algo estuvo aquí.” (Castillete) “… Dios me dijo que ese nombre tenía rostro aunque no lo viera…” (Yuya) “… Afuera ya no es afuera. Adentro no existe ya.” (Como me contaron) “… Uno está mirando lo que ya no es más. … Uno mira lo que no mira Uno sólo sabe que ocurrió.” (Perplejidad)

Detalle de estampilla en conmemoración por los 25 años del deceso del maestro Armando Reverón.

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César Seco

La playa de los ciegos Ediciones IMAGINARIA-INCUDEF (2014)

Prólogo: Gabriel Jiménez Emán COLECCIÓN VOZ DEL NUMEN. Páginas: LXIII País: Venezuela

“… Estoy viniendo: donde comencé quedó atrás … Cada día es tiempo muerto del que vuelvo des [pierto…” (Como me enseñó Heráclito) “… El que me sigue huye de mí.” (Walter Benjamín en Port Bou) La segunda pupila (parte) del poemario nombrada Rostros y figuras, la encontramos fluir sin menos raudales, encauzándose armoniosamente con otros libros de Seco (Oscuro ilumina, Árbol Sorprendido, Mantis). La correspondencia intertextual con autores como Heráclito, Benjamín, Borges, Celan, Cortázar, Gerbasi y de otros; amalgama cierta originalidad estética por contraste, que alude sin pudores al arte cinematográfico (la visibilización, la inmediatez de la imagen visual) para reconstruir, o en el mejor de los casos, intentar el develamiento de una propia Teoría de la escritura, de una intimidad poética que rodea y merodea la otredad, lo cifrado del silencio, la experiencia de lo metafísico (incluso entre lo urbano y agreste); la Vida humana (incluso en el dolor y la convalecencia) en su desembocadura escrita y el decir; incluso uroboriano. Las imágenes codificadas logran encontrar una vez más en Seco el resplandor a tientas. Más este cegado registro, inversamente, no implica el extravío o deriva lectora, y mucho menos, escritural. La lucidez (lucis) está dada y orientada hacia la intersección que reúne y no bifurca. Playas, avenidas, retinas o versos se amplían desde la vastedad de la cavilación y lo sensible hilvanados en la reticencia de las secas y humedecientes metáforas en ríada:

“El viejo círculo de las palabras regresa…” (Cascabel) “… El mar comenzó a hablar de lo que el presentimiento trajo. Comencé a leer lo que decía la lluvia…” (Playa) “… Sus manos aguardan el pan escrito que es miga en su boca…” (La playa de los ciegos) “… Creí que locura pasaba a recoger a su pasajero y mi maleta de adjetivos y símiles … La poesía es vagabunda y encuentra siempre lugar en la voz de otro, en su silencio.” (Borrador) “… Todo estaba en el libreto antes de tu versión. No hay obra. No hay público…” (Puesta en escena)

“… Una calle vino como para saltarse la sombra, [pedías. Los pasos que vienen por ella cifran el prolongado [conteo que ha estado esperándote y se esfuma en razón del lugar mismo del ciframiento al que has llegado…” (Gregorio) “… En algún lugar de la calle y la avenida se entre [cruzan. Y el poema se escribe de este lado de la cara Ciego.” (Poética) “… Venimos del grito y hacia el silencio vamos. los eruditos sólo supieron de lo entendible por lo que este instante los rebasa…” “… o bien, el prometido poema de la invisibilidad que se hace leer sin que medie tiempo y lugar: mudo de sólo ser.” (Coda) En la contraportada de este libro, una voz comenta que: “Con esta obra, Seco…se convierte en uno de los autores centrales de la nueva poesía venezolana…” A nuestro juicio, el trashumar de Seco por acertados caminos del poema es muy antecesor. Su inédita y compartida manera de oscurecer iluminando ya tiene buenos ratos y asideros en nuestra mirada y sentir. Por sucesivos relámpagos este poemario alcanza su cometido “revelador” y lo hace impunemente desde esa calibrada humildad que confunde a los altivos eruditos. Lo trágico, la enfermedad, el deseo, la nostalgia (incluso mística) provienen de esa interiorización que no se regodea en lo funesto sino en la refundación de la esperanza, poesía resurgida más allá de la implosión material para renacer del despuntar espiritual de la escritura; a pesar de la aparente fragilidad de lo humano frente al cosmos y esa ceguera multiplicada de las turbas obnubiladas por la religión del poder y del dinero. Quedémonos con Seco allí, en ese lugar superviviente del poema, en la numinosidad de alma y palabra “sin que medie/ tiempo y lugar: mudo de sólo ser”. (*) La playa de los ciegos. César Seco. Ediciones ImaginariaINCUDEF. Colección Voz del Numen. 2014. 63.pag.


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PUPILAS A TRAGALUZ, oscurecer iluminando

CÉSAR SECO

PLAYA El único paisaje es aquí la respiración entrecortada de cuatro casas que se alinean frente al mar. Las sombras insisten con nudillos de aire sobre los pomos. En alguna parte hablan y nadie escucha lo que las olas traen. Alguien estuvo limpiando y dejó aciago sudor en el quicio. Ese alguien ya no está. El mar comenzó a hablar de lo que el presentimiento trajo. Comencé a leer lo que decía la lluvia. Apilé los libros a la ventana. La lluvia duró cuanto la noche duró.

CASTILLETE (Reverón) Armando dispuso todo a manera de bóveda astral. Un bejuco fajado a su cintura separaba cielo y tierra. Tres niveles, un sótano, un solo acceso. Su abuelo lo construyó pensando en un piano para sus manos, y trinitarias sembradas alrededor. Cada noche acudía desnudo al farallón que ya no está. Descendía como quien viene o va a donde no se vuelve. Su sangre de vino vertía en azogue. Se miró atravesar la pared, saltó, abrazó a su mono y volvió a ser. El casco de un toro escarbaba su cabeza. La felpa de las muñecas, la esperma vertida, el loro disecado, la botella. Lo que vino a dar aquí volvió por donde vino. Tras la montaña el mar aguardó. Su sombra la decapitó la luz. Nada dice que algo estuvo aquí.

La poesía es vagabunda y encuentra

siempre lugar en la voz de otro, EN SU SILENCIO

LA PLAYA DE LOS CIEGOS En la tormenta de estas aguas va la diadema de los resplandores lunares. En la colina que media entre la iglesia y el bar va el fantasma apurado de mis años. Va deshojando el cuaderno que sostuvo su voz: guijarro que hoy me devuelven las olas. No se explica por qué el ultraje de la memoria. Insiste en desenvainar puñales que aciertan en el pecho de una muerte repetida. Busca aire, sílabas, luceros. Sus manos aguardan el pan escrito que es miga en su boca. Entre la mesa y el plato de sus manos son esa juntura, esa sed, esa hambre. Las palabras no dicen del todo lo que sabe. Le bastará silenciar el ruido de afuera. Sobre el limpio mantel los ojos que lo vieron: el escurrirse de lo visto con el viento. La noche estuvo creciendo en la pelambre del gato guarecido bajo la mesa. Más blanca la cal de las paredes por la lámpara. Tantas noches el cuaderno abierto frente a él. Alrededor el mundo volaba en pedazos, la madera escupía los clavos dejando que las aguas hicieran el resto. Al amanecer la insistencia de las olas lo borró y su breve espuma fue sustituida por el viento.

PERPLEJIDAD Uno ve que algo así como el temblor de una mano poderosa rasgó la montaña. Uno sabe que el agua vino de adentro, de lo podrido ya. Uno ve que son muchas las cicatrices y la sutura no ha podido detener el pus. Uno sabe que esas rocas las movió el maná furioso que bajó. Uno no sabe cuántos dejó en camino, a cuántos del lodo tragó. Uno sólo supone que en el cauce volvió a su sitio la bilis grosera del plástico, la herrumbre. Uno está mirando lo que ya no es más. Uno sólo ve lo que apenas quedó. Uno mira lo que no mira. Uno sólo sabe que ocurrió .


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