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Nº 17 ½ DÍA DEL DOMINGO

DOMINGO 16 DE FEBRERO DE 2014 / CIUDAD COJEDES

RAZÓN BELLEZA y REVOLUCIÓN Dirección: Miguel Pérez. Coordinación Editorial: Daciel Pérez. Diseño y Diagramación: Luis Daboe. Correo electrónico: mediodiadeldomingo@gmail.com Twitter: @Mdíadeldomingo


2 1/2 DÍA DEL DOMINGO LA MUERTE DE ZAMORA: UN HECHO HISTÓRICO ENVUELTO ENTRE EL MISTERIO Y LA MENTIRA (II) CIUDAD COJEDES / DOMINGO 16 DE FEBRERO DE 2014

ARGENIS AGÜERO La versión del Mayor General Jacinto Pérez Arcay Otro autor que asume el hecho como producto de un complot o conspiración para acabar con la vida de Zamora es el Coronel Jacinto Pérez Arcay, cuyas palabras están contenidas en su libro titulado “La Guerra Federal”, publicado en 1975 por el Instituto de Previsión Social de las Fuerzas Armadas. Se trata de un trabajo cuyo contenido combina el perfil del relato histórico con la prosa de la historia novelada, su discurso pasa de la narración del hecho histórico al adorno literario, con la creación (por parte del autor) de imágenes del personaje y su contexto; así se plasma entre las páginas 114 y 146 de su obra, donde además cierra con una serie de conjeturas direccionadas a transmitir y reafirmar el discurso que afirma la existencia de la confabulación, veámoslo a continuación: En la madrugada se acerca a San Carlos. Atrás se va quedando la seguridad del monte que circunda al enemigo. Desafiante se dirige hacia el peligro. Amanece. Raudo como el viento flanquea la ciudad al galope. El crepúsculo náutico matutino le sorprende enarbolando la bandera de siempre, la invencible bandera amarilla de los liberales. Más tarde decide infiltrarse hasta la plazoleta de San Juan. Sigilosamente sube a la torre de la iglesia para estudiar el terreno y el dispositivo enemigo; los ojos vivaces le brillan como ascuas debajo de las espesas cejas mientras escruta las encrucijadas y puntos clave de la localidad (…) Un inconveniente –¿real o fingido?– entre dos oficiales federales hace que penetre hasta el solar de una casa. Avanza con decisión, un halo de misterio se desprende del ambiente; no lo nota. En el aire vibra la traición; no la siente. Esta obnubilado. Piensa que nada podría sucederle después de haber salido ileso de esas increíbles batallas anteriores (…) Craso error del gran caudillo federal cuando confía ciegamente en los suyos… Guzmán Blanco ha dejado a Falcón y le acompaña. No muy lejos las regiones circundantes se estremecen a su alrededor con detonaciones aisladas. Extrañamente un disparo retumba muy cercano y Zamora se detiene de repente… Sus piernas aceradas se doblan en un ángulo imposible… luego, de súbito, se va de bruces a hundir su revolucionaria imagen entre la tierra, su bien amada; una bala ha atravesado la cabeza del Valiente

Ciudadano dejándole sin vida. ¡Balazo traicionero! El General Falcón queda petrificado cuando Guzmán le da el parte militar... y un ¡Que! Doloroso, larguísimo, interrogante le brota desde adentro como una advertencia que se repite hasta hoy. El Estado mayor del ejército federal pretende ocultar el hecho, pero es imposible: Una tristísima noticia se repite y se repite sin cesar: ¡Zamora ha sido asesinado! ¡Zamora ha sido asesinado! (…) El ambiente comenzó a violentarse, a cargarse de dudas. En las trincheras, en los fosos de tiradores, en plena operación militar la enardecida tropa se consume en reflexiones: ¿Hubo algún señuelo para el crimen de San Carlos? ¿Qué facciones intervinieron para que el disparo pudiera ser tan bien dirigido y tan efectivo hacia el kepis que cubría la cabeza de un hombre tan astuto y escurridizo como el líder federal? ¿Por qué pretendieron ocultar su cadáver? Y si el balazo salió de las filas enemigas como quieren hacernos creer, ¿por qué no aparecieron los “héroes” que tenían que disputarse su muerte? ¿Es que no se dieron cuenta, los centralistas, del prestigio que ganaba el hombre que matara al General Zamora? La duda de los soldados federales era lógica: veintiún días después del asesinato escribía Juan Vicente González en El Heraldo: ¡Bala afortunada! Bendita sea mil veces la mano que la dirigió… Lógicamente no apareció esa mano. Claro… era un nuevo judas que no podía cobrar el precio de su traición. A posteriori se aclararía el panorama del trágico suceso: un oficial federal de apellido Morón sirvió de ingenuo instrumento para la infeliz coartada. El asesinato tuvo un móvil, una finalidad concreta y una dirección previamente organizada. (…) La secreta jugada del jaque mate quedará enterrada con Zamora en el suelo de San Carlos, el 10 de enero de 1860”. Como puede apreciarse en realidad es poco lo que aporta el autor respecto al tema de la muerte de Zamora, más allá de su posición respecto a considerar el acontecimiento como parte de un intriga y –al igual que el Dr. Brito– califica el hecho histórico como un asesinato, sin abundar en las fuentes confiables para tal afirmación. La versión del Coronel Emilio Navarro En la misma línea que sostiene la existencia de una conspiración contra Zamora se ubica la versión

que aporta el Coronel Emilio Navarro, un oficial coriano que (según él mismo afirma) formaba parte de las tropas de Zamora en 1860, en el momento del hecho en cuestión. Navarro escribió un manuscrito que años después (a finales del siglo XIX) fue comprado por Don Andrés F. Ponte y el 03 de octubre de 1919 éste se lo regaló al Gral. Manuel Landaeta Rosales, el cual lo tuvo en su colección documental; luego en 1976 dicho trabajo fue publicado por la Oficina Central de Información en el marco de la conmemoración del 116 aniversario de la federación, con el título La Revolución Federal, 1859 a 1863. Este trabajo constituye la fuente que da sustento a las afirmaciones expuestas por el Dr. Brito Figueroa en su libro Tiempo de Ezequiel Zamora, convirtiendo a Navarro en una especie de oráculo respecto a la muerte de Zamora. En ese libro (entre las páginas 55 y 107) Emilio Navarro narra una serie de hechos que buscan discernir los elementos extraños asociados a la muerte de Zamora, especialmente lo relativo al distanciamiento entre los Generales Falcón y Zamora, y a los presuntos incidentes ocurridos a lo largo de la campaña desarrollada después del triunfo de Santa Inés, en Barinas; en este texto Navarro destaca un en-

En la página anterior Guzmán Blanco (Richard Oviedo, 2014, mixta sobre papel 21x25 cm.), uno de los presidentes más odiados por la oligarquía. Sus restos esperaron para la repatriación hasta 1999, gobierno de Hugo Chávez. Lo vinculan a Cojedes: El balazo del 10 de enero de 1860 (muerte de Ezequiel Zamora), el fusilamiento de Matías Salazar (17 de mayo de 1872), y la donación de la imprenta a la municipalidad de El Baúl, donde se editó “El Tribuno” (1884-1886).

contronazo, arma en mano, que él afirma ocurrió entre ambos jefes en la ciudad de Barinas. Por otro lado, con relación al hecho puntual de la muerte de Zamora el Coronel Navarro refiere lo siguiente: Como tenía que dar al Gral. Zamora las novedades diarias de las fuerzas de retaguardia, me dirigí al Estado Mayor para cumplir mi cometido; supe entonces por el Gral. José Desiderio Trias y el Coronel José Rivero, que el Gral. Zamora había muerto. En atención a esta tremenda noticia, me dirigí a la casa del Dr. Acuña donde se me informó se hallaba su cadáver, frente al templo de San Juan de aquella ciudad, y pasé a una pieza de lo interior del local en la que ciertamente vi el cadáver de Zamora... La víctima había recibido un balazo atravesándole el cerebro: entróle el proyectil por debajo del ojo saliéndole por el punto indicado. Una señora Coello, hija de la ciudad, limpiábale la herida con un pañuelo blanco y le espantaba las moscas...”. Más adelante, al analizar lo relativo al posible autor de la muerte de Zamora, el Coronel Navarro dice: “Tomaré en esta relación para formar mejor juicio lo que oí de todos aquellos jefes y oficiales que se hallaban en el combate contra la plaza de San Carlos y que decían saber lo ocurrido; ...El Gral. Jesús María Hernández decía: “Que el Gral. Falcón con los suyos eran los agresores y autores de este atentado; que muchas veces habían premeditado este asesinato, no pudiendo llevarlo a termino por la multitud de dificultades que se oponían a su consumación y el enorme peso de la

responsabilidad; que se hacía preciso para verificarlo se presentase una ocasión propicia en que el crimen quedase impune; y que comprendiendo Falcón con los suyos que la papa estaba pelada por consecuencia de la batalla de Santa Inés y que el Gral. Ezequiel Zamora era un obstáculo a sus designios, lo precipitaron todo y resolvieron dar el golpe decisivo”. Para mí, en mi concepto, hallo muy fuerte este raciocinio, pero si veo allí como una presunción legítima, por el conocimiento que tuve del Gral. Ezequiel Zamora, el que se le hubiese dado muerte en medio de su ejército y que no hubiese una sola persona que presenciase este hecho. El Gral. Hernández dice así: “El Gral. Zamora fue muerto en una conferencia secreta para la que fue llamado por Falcón en la casa del Dr. Acuña y que Morón le dio ahí un balazo de acuerdo con ellos”. Soy testigo de que muchas veces el valiente Gral. Jesús María Hernández dijera al Gral. Zamora de una manera afirmativa: “Pele el ojo General, no se descuide un solo momento porque el Gral. Falcón juntamente con los suyos meditan darle un balazo, y después de hecho este atentado, no hay remedio y pobre de nosotros”. Dudas e inconsistencias en esta versión Emilio Navarro en su libro La Revolución Federal 1859 a 1863 manifiesta un claro sentimiento adverso hacia el General Falcón y, desde esa posición, ofrece su narración cargada de subjetividad. Desde un comienzo dicho autor descalifica a Falcón, construyendo


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progresivamente una imagen negativa del mismo, que favorece la formación (en el lector) de un juicio desfavorable hacia el jefe federalista, hasta llegar al punto de convertirlo en el indiciado principal de la muerte del General Zamora. Esto se comprueba en las afirmaciones que hace Navarro desde la pagina 81 de su libro, donde expone que la actuación militar de Falcón, con su invasión por la costa de Palma Sola, no fue por iniciativa propia de este caudillo sino por la presión del Dr. Estanislao Rendón, quien lo forzó a dicho acometimiento; de esta forma continúa tejiendo una opinión desfavorable al caudillo coriano a lo largo de las páginas del texto, creando la visión de una acentuada rivalidad entre Falcón y Zamora. Finalmente, para alejar cualquier duda de la culpabilidad atribuida a Falcón, Navarro esboza la presunción de un plan macabro urdido por la gente cercana a dicho jefe, destinado a eliminar a Zamora en San Carlos, lo cual según él fue tramado en Araure (p. 100). Dado que según el mismo Navarro lo afirma él era un oficial de la Federación, su narración debería gozar de credibilidad, sin embargo incurre en inexactitudes que le despojan de esa cualidad; ejemplo de ello se observa cuando al referirse al sitio de San Carlos el 10 de enero de 1860, afirma (p. 102): “Trabóse el combate dentro de la ciudad, los defensores de la plaza sosteníanse con denuedo bajo un fuego nutrido y terrible por ambos combatientes, haciendo esfuerzos supremos para defender la plaza; combatióse ocho días sin tregua ni descanso y terminado que fue el combate murió el General Ezequiel Zamora”. Cabe preguntarse: ¿Por qué Navarro afirma que Zamora murió al octavo día de estar sitiada la ciudad si es por todos conocido que dicho caudillo murió el primer día del ataque? Seguidamente Navarro expone: “Yo, su ayudante, quedé a retaguardia por su orden para que le comunicase sus instrucciones a las infanterías y caballerías de reserva y le pusiera en cuenta de las novedades ocurridas”; también aquí surge la duda: ¿Era en verdad Navarro el ayudante de Zamora? Más confusa aun es la siguiente afirmación de Navarro: “Como tenía que dar al General Zamora las novedades diarias de las fuerzas de retaguardia, me dirigí al Estado mayor para cumplir mi cometido; supe entonces por el General José Desiderio Trías y el Coronel José Rivero, que el General Zamora había muerto. En atención a esa tremenda noticia me dirigí a la casa del Dr. Acuña donde se me informó se hallaba su cadáver, frente al templo San Juan de aquella ciudad, y pasé a una pieza de lo interior del local en la que ciertamente vi el cadáver de Zamora”. Lo antes expuesto incrementa la desconfianza en la certidumbre de la narración de Navarro, ya que cabe preguntar-

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se: ¿Cuales novedades diarias tenía que dar si Zamora muere en la mañana del primer día del ataque a San Carlos? ¿Cómo es eso de que le informaron de la muerte de Zamora y él se trasladó a la casa del Dr. Acuña y allí encontró el cadáver de Zamora, si todas las narraciones de los presentes afirman que la muerte del caudillo se mantuvo en secreto hasta el momento posterior a la rendición de la ciudad, el octavo día, y además se afirma que el cuerpo de Zamora fue enterrado comenzando la madrugada del día 11 de enero, con escasos testigos? También afirma Navarro (p. 103): ”Después de un rato salí al corredor de la casa, encontré al Coronel Reique, hijo de la heroica Barinas o de La Guaira, que me decía y repetía en alta voz a las puertas de la casa, que ese infame de Morón había muerto a traición al General Ezequiel Zamora, que este era su asesino (…) bien pues, este Morón era coriano, hijo de José Aquilino Morón, que murió también en la campaña de los cinco años”; esta afirmación tiene una carga subliminal, pues deja entrever que el asesino es oriundo de la misma tierra del General Falcón, por tanto queda abonada la posibilidad de la existencia de algún nexo entre ellos. En las páginas 106 y 107 Nava-

Bigotte fue sin dudas un personaje controversial

que participó activame-

te en la dinámica política de finales del siglo XIX, cuyas cortas pero lacerantes palabras acusatorias (escritas en El Libro de Oro) serian utilizadas posteriormente por quienes (tanto en el siglo XX como en el XXI) exaltan y proyectan la figura de Zamora” rro asesta el golpe definitivo contra Falcón, cuando al tocar el tema de la muerte de Zamora y su causante, inteligentemente afirma: “no fui testigo presencial en la consumación de este hecho; muy posiblemente pudo una bala del enemigo, dirigida de la casa de balcón del General Figueredo, sita en una de las esquinas de la plaza, dar muerte al general Zamora”; con esta exposición busca aparecer neutral en el asunto, y seguidamente busca acentuar dicha “neutralidad” afirmando: “Ciertamente

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encuentro muy terrible para creerlo que el General Juan Crisóstomo Falcón, junto con los suyos, los autores de este atentado”; pero contrario a lo referido sobre la posibilidad de que hubiese sido una bala enemiga, él da por sentado que fue un atentado, vale decir una traición. Respecto a la posición asumida por Navarro el Dr. Adolfo Rodríguez afirma en su libro La llamada del fuego… (p. 347) que una especie divulgada por Jesús María Hernández y que acogió Félix Bigotte (1868), sirvió a Navarro para echar las culpas a Guzmán y Falcón. Esa especie a que se refiere Rodríguez es la narración donde Navarro (p. 107) expone: Tomaré en esta relación para formar mejor juicio, lo que oí de todos aquellos jefes y oficiales que se hallaban en el combate contra la plaza de San Carlos y que decían saber lo ocurrido, así es que puedo aseverarlo en obsequio de la verdad, dimanada del general Jesús María Hernández, el intrépido coriano, y demás jefes y oficiales y por lo que yo pude presenciar. El General Jesús María Hernández decía: Que el General Falcón con los suyos eran los agresores y autores de este atentado; que muchas veces habían premeditado este asesinato, no pudiendo llevarlo a termino por las multitud de dificultades que se oponían a su consumación y el enorme peso de la responsabilidad; que se hacía preciso para verificarlo se presentase una ocasión propicia en que el crimen quedase impune; y que comprendiendo Falcón con los suyos que la papa estaba pelada por consecuencia de la batalla de Santa Inés y que el General Zamora era un obstáculo a sus designios, lo precipitaron todo y resolvieron dar el golpe decisivo. Y para dar mayor fuerza a su juicio Navarro dice lo siguiente: “Para mí, en mi concepto, hallo muy fuerte este raciocinio, pero si veo allí como una presunción de legitimidad”. Finalmente Navarro da la “estocada” final: “El General Hernández dice: El General Zamora fue muerto en una conferencia secreta para la que fue llamado por Falcón en la casa del Dr. Acuña y que Morón le dio ahí un balazo de acuerdo con ellos”. Para fortalecer la presunta afirmación de Hernández y blindar la acusación que viene tejiendo, el Coronel Navarro señala: “Soy testigo de que muchas veces el valiente General Jesús María Hernández dijera al General Zamora de una manera afirmativa: Pele el ojo, General, no se descuide un solo momento porque el General Falcón juntamente con los suyos meditan darle un balazo, y después de hecho este atentado, no hay remedio y pobre de nosotros”. La versión del General Félix Bigotte Otro oficial federal que escribió (tangencialmente) una versión sobre la muerte de Zamora fue el Gral. Félix Bigotte, quien estuvo presente en la toma de San Car-

M/G Jacinto Pérez Arcay ha sido uno de los principales estudiosos de la Guerra Federal / FOTO: AVN los en 1860 (donde murió Zamora) y luego en 1868 acompañó a las tropas de la Revolución Azul a esa ciudad, siendo entonces testigo de la exhumación de los restos de Zamora y su posterior traslado a Los Teques. Bigotte publicó un libro a finales de 1868 titulado “El Libro de Oro, a la memoria del Gral. Ezequiel Zamora”, en una cita de pie de página insertada en el prologo, paginas XXV, XXVI y XXVII, narra una corta versión de los hechos relativos a la muerte del caudillo federal, la cual también fue tomada por el Dr. Brito para nutrir su tesis del asesinato: Todos saben la operación militar que practicaba el general Zamora en San Carlos en el momento en que murió. La casa en que se encontraba haciendo la perforación de las tapias del fondo para ir con mas prontitud al centro, está situada al sur, quedando el fondo de esta línea recta al norte; bis a bis del agujero que ya se había practicado quedaba por la parte exterior, a cierta distancia, una cepa de cambur entre la cual fue encontrado el rifle que todos conocían en el ejercito como el rifle del general Falcón, y un pañuelo. El individuo que lo presentó a Guzmán Blanco fue amenazado de muerte si refería esta circunstancia, dándole en aquel momento otra interpretación al negocio. Se dice generalmente que Guzmán y Falcón fueron los del complot, y se nos ha asegura-

do que hay una historia escrita sobre este suceso que verá la luz pública muy pronto. Mientras tanto, las sospechas del público respecto del miserable que sirvió de instrumento para ejecutar el crimen fluctúan entre dos individuos; nosotros suponemos que el historiador nos hará conocer el verdadero culpable, y con las pruebas podrá la justicia ordinaria abrir el sumario a los asesinos, mientras la justicia divina les envía el condigno castigo. Félix Bigotte fue sin dudas un personaje controversial que participó activamente en la dinámica política de finales del siglo XIX, cuyas cortas pero lacerantes palabras acusatorias (escritas en El Libro de Oro) serian utilizadas posteriormente por quienes (tanto en el siglo XX como en el XXI) exaltan y proyectan la figura de Zamora, a la vez que “juzgan y sentencian” a Falcón y a Guzmán Blanco desde la posición del fanatismo. Con relación a Bigotte y su versión cabe acotar algunas palabras del Dr Simón Alberto Consalvi publicadas el diario El Nacional del domingo 18 de marzo de 2012, en un artículo titulado “El hombre que se comió un libro”: Félix Bigotte fue opacado por su propia anécdota, por los avatares políticos de una época en que para sobrevivir debía pactarse con los caudillos o arriesgarse a que se les


4 1/2 DÍA DEL DOMINGO cerraran todas las puertas con excepción de una, la de la cárcel o el exilio. Escribió El Libro de Oro, una requisitoria contra la autocracia de Guzmán Blanco que lo condenó al desierto. Hizo después las paces con el caudillo, y fue elegido para el Senado por Aragua. Y allá pronunció palabras de contrición, y dijo que estaba dispuesto a comerse el libro en prueba de penitencia. Arrancó algunas hojas e hizo el gesto patético.

vil engendro, jamás se hubiese atribuido a Guzmán, ni como autor en el inventado horrible drama, ni siquiera con los tristes honores del instrumento. Cayo todo el peso de la calumnia sobre el hermano de la victima… ¿Falcón, matador de Zamora?

La versión del Gral. Jacinto Regino Pachano En un folleto titulado Muerte del General Ezequiel Zamora (1893) el General Jacinto Regino Pachano, integrante del ejército federal, ofrece su versión acerca de la muerte de Zamora. Allí publica varios documentos (cartas) dirigidas a personajes de su época, en las cuales expone su punto de vista respecto al tema en cuestión. En una carta dirigida al Gral. Santos Mattey el 20/08/1893, refiriéndose a la muerte de Zamora y al rumor acusatorio que se difundió, en el que se sospechaba de Falcón como autor intelectual, Pachano señala (p. 37):

En San Carlos no hubo crimen. El crimen de San Carlos fue la vileza de haberlo inventado (…) Murió Zamora bizarramente como cumplía a un capitán de su talla y de su fama. Cuanto se diga para empañar la gloria del héroe, que es empañarla hacerle aparecer victima de sus propios compañeros de armas; cuanto se diga para deslustrar su causa y mancillar nombres de personajes a ella adscritos, procede del inmundo mundo de la calumnia.

Cabía, si, el espíritu de rivalidad entre Falcón y Zamora, por su notoria talla de caudillos, y de ahí que al nacer el

Además de la exposición en que con tan imparcial criterio como con severa lógica trata usted el asunto, motiva-

Más adelante (pp. 40-41) Pachano afirma que no hubo crimen ni traición sino que Zamora murió combatiendo:

En el mismo folleto publicado por Pachano éste incluye la carta respuesta que a él le envía Mattey el 26 de agosto de ese mismo año, y entre otras cosas señala (pp. 43-45):

Jacinto Regino Pachano, fue director de la Casa de Moneda de Caracas en 1886, tocándole dirigir la primera acuñación de la moneda de Bs. 100 de oro

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do de su mencionada carta, puedo, en aseveración de sus muy bien fundadas consideraciones y consecuencias que establecen en su verdadero punto de vista la impostura de los que desatinadamente han querido hacer motivo de acusación de la muerte del General Zamora contra el General Falcón, primero, y después contra el General Antonio Guzmán Blanco; puedo, repito, agregar lo que como testigo presencial me consta. Era el primer día del sitio de la ciudad de San Carlos, y serian como las diez de la mañana cuando el general Zamora se presentó al cuartel del Estado Mayor General que en aquel momento ocupaba unas piezas altas y torre de una iglesia situada dentro y hacia el sur de occidente de dicha ciudad, y dirigiéndose al Jefe de Estado mayor, General Wenceslao Casado, le dijo: necesito que usted ponga a mis órdenes al Comandante José Manuel Montenegro, que pertenece al Estado mayor General, para que me sirva de guía en las operaciones de estrechar el sitio que personalmente estoy ejecutando, puesto que el, como sancarleño, es conocedor de esta ciudad. Inmediatamente le fue puesto a su disposición y partió minutos después acompañado de dicho Comandante Montenegro, con esa inquietud, movilidad y actividad que eran características del General Zamora. Instantáneamente desaparecieron el General Zamora y su acompañante Comandante Montenegro, y se internaron en la ciudad perforando paredes y atravesando corrales para situar convenientemente guerrillas, las cuales componían de las fuerzas de su confianza que llevaba… Como fácilmente se comprenderá, dado el carácter y cualidades sobresalientes que distinguían como militar al General Zamora, y con la especial circunstancia de ir acompañado de fuerzas que le eran personalmente adictas, ¿quién podría saber, ni mucho menos estar seguro, del lugar en que en aquellos momentos podría encontrarse el impaciente jefe? Y más todavía ¿A dónde pensar dirigirse para preparar una celada que pusiese al alcance y seguridad del acechador de la víctima, y contar al mismo tiempo el victimario con la ocultación para no dejar en descubierto al criminal? Apenas habría transcurrido una hora de la separación del General Zamora del cuartel del estado Mayor General, cuando tuvo lugar el fatal acontecimiento. Como fue inmediatamente sabido, le derribó una bala enemiga de los combatientes que tenia al frente. Estos estaban situados, unos dentro de una casa con solo una calle de por medio, y otros en los balcones y torres de las iglesias y de las casas situada en la plaza principal y sus contornos, desde donde podían muy bien distinguir y hasta reconocer la persona del General Zamora, que se señalaba por su traje, a lo que se agrega, la particular circunstancia de que fue al presentarse por segunda vez en la trinchera que había dispuesto levantar en el corral bastante espacioso de la casa de los señores Acuña, cuando recibió el balazo de frente y en el lagrimal del ojo izquierdo, si mi memoria no me es infiel (…) Al comunicarse la muerte de Zamo-

ra al Jefe de los Ejércitos de la Federación y al Jefe de Estado Mayor General, se recomendó a los que eran sabedores de ella la mantuviesen en el mayor sigilo para evitar el natural desaliento que esta produjera en las tropas que con tanto ardor continuaban estrechando a los sitiados. El mismo o mayor interés se tomó para mantener en secreto el lugar donde fue sepultado su cadáver, para preservarlo de cualquiera profanación que pudiesen intentar más tarde los enemigos al volver a ocupar aquella plaza (…) Por todo lo expuesto claramente se deduce que solo podían saber donde se encontraba Zamora, durante las pocas horas que dirigió el sitio, las personas que estaban cerca de él y las que le rodeaban.

llevó a la casa donde había muerto Zamora y me dijo: Esta casa la tenían ustedes y esa de enfrente la tenía yo, vea esos dos cueros que están en la ventana marcados por una bala que dirigí yo a un hombre que vi en el patio, de color catire, bigotes muy pronunciados, con kepi, casaca y pantalón militares, yo vi que cayó, pero no sé si murió; dígame ¿quién sería? Le contesté: Uno de tantos que nos han muerto ustedes. Así le contesté, porque al decirme vestido de militar no quise que supiera que habíamos perdido al gran Zamora; siendo de advertir que en el ejercito de la federación nadie usaba vestido con divisas militares, porque no las había, sino únicamente el General Zamora. El joven matador era de apellido Quintana, hermano del Doctor Daniel Quintana, de San Carlos.

Esta casa la tenían ustedes y esa de enfrente la tenía yo, vea esos dos cueros que están en la ventana marcados por una bala que dirigí yo a un hombre que vi en el patio, de color catire, bigotes muy pronunciados, con kepi, casaca y pantalón militares, yo vi que cayó, pero no sé si murió; dígame ¿quién sería? Le contesté: Uno de tantos que nos han muerto ustedes. Así le contesté, porque al decirme vestido de militar no quise que supiera que habíamos perdido al gran Zamora”

Otro valiosísimo documento que Pachano incorpora a su trabajo es un escrito del Gral. Rafael Casper, sobrino de Zamora, que también fue publicado en el periódico La Opinión Nacional. Allí Casper señala (p. 49):

Otro importante documento que presenta Pachano en su trabajo es un escrito del Gral. Desiderio Trias, publicado en el periódico La Opinión Nacional del 1º de marzo de 1886, en el cual dicho oficial federal, uno de los más cercanos al Gral. Zamora, señala (p. 48): Jamás he podido atribuir la muerte del General Zamora a ningún compañero, porque soy yo quien ha sabido por una casualidad quien fue el matador de aquel jefe, pues aunque el General Payares Seijas, jefe que estaba a su lado cuando aquel murió, me sostuvo había sido un curioso, el cual me nombro y que yo conocí, mas no recuerdo su nombre, tengo motivos para creerle mal informado. Es lo cierto que los enemigos atrincherados en la plaza de San Carlos propusieron capitulación al General Falcón, y fue esta pactada. Salí al día siguiente a la calle, y al llegar a la esquina de la cuadra en que fue muerto el General Zamora, me encontré con un hombre robusto, como de treinta años, cara redonda, lampiño, color prieto, quien me saludó con afecto, y tomándome de la mano me dijo: venga conmigo, General Trias. Me

Como sobrino del General Zamora y como amigo que fui además del General Falcón, cumple a mí deber protestar el cargo atroz con que en vano se pretende oscurecer el nombre de este invicto caudillo. (…) No y mil veces no. Falcón no pudo ser jamás el vil asesino, ni mucho menos el inicuo sacrificador de su propio hermano. Otro importante soporte documental que Pachano incluye en su folleto es la carta que Falcón le envía a su hermana Estéfana, viuda de Zamora, el mismo 10 de enero de 1860, en la cual se expresa de la forma siguiente (p. 50): Querida hermana: Decirte que te acompaño en tu pena seria innecesario. El que sepa que en tu esposo perdí a un hermano y un compañero de martirios y de gloria; el que conociera nuestras relaciones íntimas extrañaría que te escribiera para expresarte mi dolor. No lo haría, pues, en una materia tan ingrata, exponiéndome a lastimar la llaga de tu corazón, si no tuviera que destruir en tu entendimiento una idea que te martiriza y te hace más amarga tu pena. La bala que mató a Zamora no fue una bala aleve lanzada por un fusil federal, como te han hecho sospechar. Las circunstancias todas del acontecimiento convencen hasta la evidencia de esta verdad, y es necesario una profunda maldad para envenenar tu dolor haciéndote concebir una idea semejante. ¿Cómo suponer semejante crimen en medio de un ejército que yo mandaba y que tanto lo quería? Tal vez me sienta yo mas indignado que nadie contra el que por su conducta ha excitado sospechas; peor aun estas son injustas por ese respecto. El no hubiera sobrevivido un momento a su crimen. ¿Que nos resta hoy que hacer? A ti llorar a tu valiente esposo, a mi vengarlo dignamente, y a Venezuela glorificar su nombre.


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