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DOMINGO 15 DE JUNIO DE 2014 / CIUDAD COJEDES

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MAURICIO PÉREZ LAZO: EL POETA DEL TIRGUA DACIEL PÉREZ

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ecordado como uno de los primeros poetas de Cojedes, nació en Tinaco el 22 de septiembre de 1842 y murió en San Carlos, también en septiembre pero de 1937. Durante su vida desempeñó multitud de cargos en la administración pública en Tinaco, San Carlos y Guanare. Fue funcionario judicial, Concejal, Legislador, Secretario General de Gobierno. Se dedicó, además, a

las actividades comerciales, pero halló tiempo para leer, sobre todo poesía, y forjarse una cultura humanística. En diversas oportunidades presidió la Asamblea Legislativa, como lo encontramos en la primera constituyente del Estado Cojedes en 1909. Llegó a ocupar interinamente la Presidencia del Estado, hacía 1925, durante la administración de Arcay. Fue presidente de la Corte Suprema de Jus-

½ DÍA DEL

DOMINGO RAZÓN BELLEZA y REVOLUCIÓN

ticia de San Carlos hasta 1935. En Cojedes lo recordamos como el poeta por antonomasia, autor de la letra de nuestro Himno Regional cuya música le pertenece al Miguel Ángel Granado, decretado como tal por el Presidente del Estado Cojedes general José Rafael Luque el 1 de enero de 1910. En esa misma fecha se oyeron las notas del Himno ejecutada por la Banda del Estado Cojedes, dirigida por Miguel Ángel Granado en acto realizado en la Plaza Bolívar. Mauricio Pérez Lazo es un escritor poco conocido en Venezuela, por las circunstancias en que publicó su obra (precisamente en momentos iniciales del modernismo). Sus poemas se hayan dispersos en periódicos de provincia… Sus primeros textos líricos los firmó con el seudó-

nimo de Maury. Entre sus poemas más conocidos está “Las siete palabras”, dedicada a su madre y reeditada multitud de veces por su alto contenido religioso. Este poema aparece en su libro Crepúsculos (Imprenta de El Cojo, 1896), prologado por Santiago González Guinán, del que se publicó una selección con el título de “Auroras” bajo el cuidado de Francisco Javier Frías. En mayo de 2008 el Sistema Nacional de Imprentas Cojedes (Editorial el Perro y la Rana) lo reedita con nota introductoria de Eduardo Mariño, recuperando el título original de Crepúsculos y el añadido de la letra del himno de nuestro estado. Pendiente queda un estudio de la obra y vida de Mauricio Pérez Lazo, tanto en lo poético como en la hoja de servicio rendida al Estado. Nuestro Complejo Cultural lleva su nombre.

Fuentes: ARCHIVO HISTÓRICO DEL ESTADO COJEDES. Libro de Decreto 1908-1910 pp. 310 y 310/. MARIÑO, EDUARDO. Prólogo, Crepúsculos, Fundación Editorial el Perro y la rana (2008), pp. 9-11, San Carlos-Venezuela. TINACO TRICENTENARIA. Órgano del Ateneo Francisco María Arias. Macapo, Septiembre 1980. (p. 35).

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2 1/2 DÍA DEL DOMINGO Las siete palabras A mi querida madre, señora Dolores Lazo de Pérez. Noche aciaga, sombría, cubre el orbe. Sordo retumba en el espacio el trueno. Pesadas gotas que la tierra absorbe Lanzan las nubes del oscuro seno. A trechos el relámpago ilumina Bosques y ciudad y alcores y desierto, Mientras un grupo de hombres se encamina A la vecina soledad de un huerto. De súbito se paran y platican; Y de cuatro que son, tres en postura Humilde a los mandatos no replican Del que se interna en la alameda oscura. Allí los tres sentados en la alfombra De césped y de musgo, triste el ceño, silenciosos y ocultos en la sombra, les sobrecoge a su pesar el sueño. En tanto el Salvador, triste, de hinojos, Al Padre celestial suplica y ora, Miran al cielo sus cansados ojos, Gime, padece, se resigna y llora. Inmenso es su dolor, tanta su angustia, Que desfallece y su valor se agota, Y corre por su faz doliente y mustia Rojo sudor que de la frente brota. Y allí ¡oh prodigio! de su sangre pura Las tibias gotas que la brisa orea, En púrpura transforman la blancura De las flores del trébol de Judea. Al padre ruega y le abandona el Padre: Satán le acosa y sin piedad le tienta; No hay blasfemia que su alma no taladre; Mas sufre humilde en su aflicción la afrenta. Y al gemido jadeante de su seno, Y a los acentos de Luzbel, altivos, Responde sólo en el espacio el trueno Y el suspirar del viento en los olivos. Mas de Getsemaní la selva oscura, Oye que cruzan el ambiente frío Estas palabras que Jesús murmura: “Cúmplase pues, tu voluntad. Dios mío”. Por la ciudad se agita Grupo marcial de continente duro: El paso precipita; Y traspasando el muro Al frente se halla del desierto oscuro. Uno grita: adelante; Y abrupta senda a los esbirros muestra con gesto horripilante; Cruel ansiedad demuestra Aun más que su actitud su faz siniestra. Revelan su mirada, Su roja barba y cabellera hirsuta, Un alma depravada; Y va, mientras disputa, Corriendo casi por la sesga ruta.

CIUDAD COJEDES / DOMINGO 15 DE JUNIO DE 2014

Es Judas Iscariote, El discípulo infiel de infausto sino, A quien tocara en lote, Por seña del destino, Vender, infame, al Redentor divino. Apenas se divisa Jerusalén, y del Cedrón el lecho La airada turba pisa; Ya pasan… y en acecho El aliento comprimen dentro el pecho. Está menos oscuro La tierra que el nublado firmamento… Siente el alma pavura; Y el búho grazna hambriento En el aire con tétrico lamento. Ya llegan… el asilo Del Justo por doquier les brinda acceso; Jesús ora tranquilo; y el discípulo avieso Vende al Maestro con mentido beso. Beso cruel y maldito Que en los abismos de Luzbel retumba como un eco infinito; Eco que oirá la tumba De todo aquel que a la traición sucumba. Eco que en ansias muda Oye el traidor; que el alma le intimida Presa de inmensa duda; Que le grita: deicida; Que le arroja a la muerte del suicida… En hórrido tumulto Recibe el Nazareno un pueblo ingrato; Y atado, entre el insulto, La befa, del desacato Camina hasta el pretorio de Pilato. Allí Pedro le niega, El pecho de terror sobrecogido Y es por la turba ciega Barrabás preferido, Jesús abofeteado y escupido. Sobre el hombro el madero del suplicio, Trepa el Mártir el Gólgota pendiente; Tres veces falleciente Al paso de la cruz del sacrificio Toca la tierra su marchita frente… Ya en la cumbre del monte, De su túnica santa despojado, Fue con saña fierísima enclavado; Y a la cárdena luz del horizonte Sobre aquel leño aspérrimo tendido, fue en medio a dos ladrones colocados, Y entre el cielo y la tierra suspendido. Le insultan los soldados, Y se juegan la túnica inconsútil Al tambo de los dados; Con tono fiero y ademán altivo El manto se disputan y deshacen; El los ve compasivo, Y profiere: “Perdónalos oh Padre, Que ignoran lo que hacen”, Con voz tan impregnada de dulzura Cuanto es de acerba en su alma la amargura.

Hoy en portada: Mauricio Pérez Lazo de Richard Oviedo (Mixta sobre papel, 20,5 cm x 25,5 cm). Dirección: Miguel Pérez / Coordinación Editorial: Daciel Pérez/ Diseño y Diagramación: Luis Daboe Correo electrónico: mediodiadeldomingo@gmail.com / Twitter: @Mdíadeldomingo / Facebook: Mediodía del domingo

La madre desolada allí agoniza, Juan solloza y padece, Pardo nublo la atmósfera obscurece, Y entre nubes de cálida ceniza El relámpago crece… El Salvador la humildad perdona: Aunque el dolor su corazón taladre, Su amor al hombre abona; Y dióle a Dios por padre Y en herencia los cielos cuando dijo: “María, ese es tu hijo”, Y al discípulo amado: “Esa es tu madre”. Al buen ladrón que a su derecha implora La virtud de su fe premiarle quiso, Y hoy, conmigo serás, mientras que llora, Oye Dimas, allá en el paraíso. Vibró en los aires el acento tierno, Gimió Satán, se estremeció el infierno; Y desde aquella hora, Nos refrenda la fe dulce promesa De otro mundo mejor tras de la huesa. El trueno ruge airado En la comba sin luz del firmamento En tanto que el señor grita angustiado: ¿Por qué Dios mío, Dios mío, Tú me has desamparado? Y se pierde su acento acongojado En la tétrica sombra del vacío. Y en su alma lacerada no hay consuelo: No hay tregua a sus dolores. La sudorosa faz inclina al suelo Demudada, tristísima, doliente, Y murmura, “Sed tengo”, el que entre flores Hizo correr la cristalina fuente; Mas por mengua y agravio, Con vinagre y con hiel mojan su labio. Oculta el sol su desmayada lumbre: Rojizas las estrellas, Cruzar se ven la sideral techumbre: Al fuego y estridor de las centellas Desalojan las fieras su guarida: Vuela azorada el ave, Dejando atrás pérdida Cuidada prole, el nido abandonado: Cuando pronuncia con acento grave El autor de los mundos, TODO ESTÁ CONSUMADO: Y ruedan de sus ojos moribundos Dos amorosas lágrimas, vertidas Para lavar la mancha del pecado. Trema la tierra con furor horrendo: Abrese en grietas el temblante muro: Y van los muertos con pavor saliendo Del antro de sus tumbas frío y oscuro… Exclama el Salvador: PADRE EN TUS MANOS MI ESPÍRITU ENCOMIENDO… Cúbrese el orbe de funérea gasa: Con su lanza Longinos El costado a Jesús fiero traspasa: Sangre y agua en arroyos purpurinos Vierte la herida cárdena, humeante, Y sella de su amor en lo profundo Con la postrera gota vacilante, El hombre Dios la redención del mundo.

Mauricio Pérez Lazo Nuestra Tierra, 1951.


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Entre riberas de silvestre grama La fuente opresa murmurando está. Y en los penachos del clavel derrama Perlas que el sol evaporando va. Tu flora duerme al delicado arrullo De ambiente puro en tu feraz pénsil; Y de uno en otro virginal capullo La miel se roban mariposas mil. Cuelgan sus nidos de la rama espesa, El parlero arrendajo y el turpial, Y cantan la magnífica belleza De su amado vergel meridional. Fúlgido el sol tras la gigante falda Del Tiramuto despuntar se ve, Y en esa bellas olas de amaranto y gualda, Su luz lo inunda de la cima al pie. Lujosa pompa tropical despliega La noche hermosa en tu región feliz, Y con perfumes y diamantes riega Tu siempre verde perennal tapiz. La casta luna entre celajes riela En la azul y serena inmensidad, Y como virgen desposada vela Con níveas gasas su gentil beldad. En el espejo de tus ondas bellas, Yo no me canso de admirar jamás, El reflejo de innúmeras estrellas Y del cocuyo el relucir fugaz. Retrato más conocido del poeta Mauricio Pérez Lazo.

Al Tinaco Dedicada á mi amigo el señor Iginio Bustos.

I

Grato es vivir bajo la fresca sombra Que da el follaje de la verde encina, En la de césped campesina alfombra, Orillas de tu linfa cristalina.

Aquí la vida se desliza en calma Sin que la turbe la calumnia ruin, Ni se envenene el corazón y el alma En turbulento, bacanal festín. Aquí no existe la mujer liviana, La mercadera de brutal favor; Aquí la dulce campesina indiana Amor nos paga con eterno amor.

Quédese allá con su etiqueta odiosa El pobre morador de la ciudad; Que yo prefiero mi mezquina choza, Mi campesina fiel, mi soledad. Que aquí a la sombra de la encina hojosa, Sobre este blando virginal tapiz, Disfruta el alma libertad dichosa, Respira alegre el corazón feliz. Y auras, perfumes, majestuoso río, Árboles, fuentes, mariposas, flor, Aves, pastores, en consorcio pío A Dios tributan eternal loor. Y a ese concierto universal que sube, Incorporada mi plegaria va, Y de una en otra misteriosa nube Llega a los pies del inmortal Jehová. 1876. De Crepúsculos, 1896.

VII No te impacientes que yo te juro Más con mis quejas no importunarte, Y ahogar por siempre dentro del pecho Mis sufrimientos y mis pesares. Que en esta lucha desgarradora Frágil mi cuerpo debe quebrarse, Y libre entonces mi alma de penas Irá a los cielos a reposarse. Venga, pues, pronto la dulce muerte De mis tormentos a libertarme, Selle mis labios su helado beso, Dentro mis venas el fuego apague, Y que mi boca Se quede muda, Como la sombra, Como la tumba. 1889.

Aquí, Tinaco, en tu ribera umbría, Trepando lomas y rompiendo zarzas, Ver levantarse a la presencia mía Nube de níveas perezosas garzas. Ora admirando tu soberbio Salto, Ver las aguas correr vertiginosas, Y arrojarse en tropel desde lo alto En mugidoras crenchas espumosas. Y ver al choque desatarse en niebla De fina lluvia la revuelta onda, Prisma que el sol reverberante puebla, De iris bordando la fulgente blonda. Ora en La Caja verte pavoroso, Estrellando entre inmóviles peñascos, De tumbo en tumbo hasta salvar furioso El laberinto de sus negros cascos. Y siguiendo tu curso en la llanura, Entre floridos cármenes vagando, Oír como canta en la vecina altura Pastor alegre su redil guardando. Aquí corona el floreciente mayo De blancos lirios la gentil colina, Donde fingiendo seductor desmayo, Su frente el aura con amor reclina.

Al centro de la foto Mauricio Pérez Lazo, rodeado de notables hombres de la época. COLECCIÓN DE CÉSAR MALPICA

De Crepúsculos, 1896.


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Mujer y ángel

A San Carlos

A mi querida hermana Sara Pérez Lazo.

Alta es su frente, su mirar sereno Crespa su libre cabellera blonda; Y alza entre encajes suspirando el seno, como entre espumas la argentada onda.

Dormida en las riberas Del Tirgua rumoroso, Lánguidas palmeras Bajo dosel frondoso, Respira auras balsámicas San Carlos, la gentil: Ceñida de guirnaldas La majestuosa frente, El manto de esmeraldas, Y túnica esplendente De flores fragantísimas De guarda y carmesí.

Las abejas en dulce desvarío, Si la miran reír, sueñan su boca Clavel que guarda matinal rocío, Y a saborear su néctar las provoca. Es como un lirio que al amor colora Cada mejilla rozagante y bella; Tiene su frente rosicler de aurora, Hay en sus ojos resplandor de estrella.

Un bosque de rosales Y dulce limoneros, De verdes naranjales Y erguidos cocoteros, Expándase bellísimo Bajo su cielo azul: Lucen allí sus galas Las lindas mariposas, Y el colibrí sus alas Brillantes y sedosas, De flor en flor cerniéndose, Bañándose de luz. Es tibia y refulgente La luz de sus auroras, Gratísimo su ambiente, Sus aves trinadoras, Magnífico el crepúsculo Del moribundo sol; Su noche misteriosa De estrellas coronada, Alumbra silenciosa La casta desposada, La luna amorosísima Que va de Febo en pos. Y en ese paraíso Do acumular Natura Todo su encanto quiso, Su pompa y hermosura, Es la mujer purísima Simpática beldad. De lirios y de rosa La cándida mejilla, La frente pudorosa; Y su mirada brilla Como el destello nítido Del astro matinal. Allí corrió tranquila Mi dulce edad primera, Sin llanto en la pupila, Sin que el dolor hiriera Con dardo aceradísimo Mi incauto corazón. Y si hoy me brinda lejos De su vergel florido La ausencia amargos dejos, No puede el negro olvido Tender su niebla frígida Entre su suelo y yo.

Su níveo cuello que despide aroma. Si negra cinta con primor lo ciñe, Es el cuello gentil de alba paloma Cuando collar de tornasol lo tiñe. Es con su talle, opreso entre el justillo, Y con sus brazos de belleza rara, El busto de una virgen de murillo Que Amor copiara en mármol de Carrara. Es una ninfa de la hermosa Grecia, Es una criolla de andaluza gracia, Con la virtud de la inmortal Lucrecia, Y la hermosura sin rival de Aspasia. Yo veo con la mirada Del alma entristecida Su pampa dilatada, Y la onda adormecida Del Tirgua, en cuyas márgenes En la niñez jugué; Recuerdo los bucares Cuyas raíces baña, Sus ceibas, sus palmares, Y de su verde caña El majestuoso y lánguido Murmurador dosel;

Y al ver su cuello, su redondo seno Y de sus negros ojos los hechizos, Su rojo labio de sonrisas lleno, Y de su frente velada entre los rizos, No es su belleza lo que mi alma adora: Algo más grande que me embriaga siento: Amo su corazón, flor que atesora El amor, la virtud, el sentimiento. 1897. Tinaco Tricentenaria

La regalada sombra Que sus jabillos presta A la tupida alfombra De grama do recuesta La frente el blando céfiro Delicia del Abril; Y la alta cordillera A cuya fresca falda Se extiende la pradera Vestida de esmeralda, A la que da sus ósculos La linfa de zafir. Que el Dios Omnipotente Proteja el paraíso Donde natura riente Regocijarse quiso, En él vertiendo prodiga Su savia y robustez. Y acójalo en su manto De estrellas y de armiño, La que con gozo tanto Vio sonreír al Niño En pesebre humildísimo De la feliz Belén.

1879. De Crepúsculos, 1896.

Portal de la Casa del coronel Teodoro Figueredo, una de las imagenes más representativa de la ciudad de San Carlos. FOTO MANUEL ABRIZO


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