1/2 Día del Domingo Nº 15

Page 1

R e v o l u c i ó n

a

D i a r i o

DOMINGO 2 DE FEBRERO DE 2014 / CIUDAD COJEDES

1

½ DÍA DEL

DOMINGO

RAZÓN BELLEZA y REVOLUCIÓN

Nº 15 Dirección: Miguel Pérez Coordinación Editorial: Daciel Pérez Diseño y Diagramación: Luis Daboe Correo electrónico: mediodiadeldomingo@gmail.com @Mdíadeldomingo

JOSÉ MARTÍ (2014) DETALLE

de Richard Oviedo Mixta sobre papel, 31 x 25,6 cm

Venezuela en Martí, 133 años de su visita

“Del muerto tronco el vivo espíritu lleva” Recepción de la experiencia histórica venezolana en el discurso revolucionario de José Martí (Fragmento) Los seis meses que vivió Martí en Venezuela reajustaran y fortaleceran sus convicciones respecto a las alternativas reales e inmensas dificultades de independencia y progreso en América Latina. A partir de esta experiencia, afinó su idea de que realidades originales reclaman soluciones originales.

Salvador E. Morales Pérez (ESPECIAL)

C

uando José Martí desembarcó en enero de 1881 en La Guaira, Venezuela, era ya un intelectual que tenía en su haber el “primer grado de alta madurez”. A Caracas llegaba un mediano conocedor del país y de sus hombres más destacados hasta donde se podía alcanzar en aquella época. En Martí, había una inclinación positiva hacia las realizaciones del gobierno presidido por Antonio Guzmán Blanco, el cual ofrecía una imagen de “adelanto en cierto modo explosivo”, imagen refractada por la vistosa reforma liberal venezolana encabezada –y mediatizada o radicalizada, según el problema y el momento– por el “ilustre americano”. La Venezuela de entonces no tenía mala imagen en el exterior.

El cubano iba a comparar, obviamente, el proyecto liberal venezolano con los que recién había experimentado en el México postimperial y con el guatemalteco encabezado por los cafetaleros bajo la égida de Justo Rufino Barrios. Pudo observar de cerca otras peculiaridades y coincidencias. En Venezuela sectores progresistas de las clases poseedoras y dominantes llevaban a cabo una “modernización”, parcial y socialmente limitada, del país. Implantaron los “progresos de la civilización” europoide cristiana capitalista en la superficie social. Antonio Guzmán Blanco había sabido conciliar los intereses de las clases y capas dominantes concentrando a la vez en sus manos una cuantiosa fortuna y los mecanismos del poder. Su gobierno puso tregua a las guerras civiles que habían jalonado la vida política venezolana post-independentista, organizó un Estado Nacional de relativa estabilidad y obtuvo logros y adelantos en lo económico y cultural, se destacó además por otras significativas reformas. Hacia 1870 implantó la instrucción pública, obligatoria y gratuita; bajo su mandato se renovó la legislación civil, penal, mercantil y militar; se construyeron caminos y carreteras; se auspició la organización de un sistema de créditos; Guzmán se enfrentó al poderío económico y espiritual del clero católico; y sostuvo una política exterior acentuadamente nacionalista. Guzmán hizo del centro Caracas un pequeño París, cuando erigió, Teatro de la Opera, Santa Capilla y palacios para los poderes del Estado. Éstos y otros avances, aparentes y reales, crearon una imagen de Venezuela positiva, en lo económico, social y político. No debe extrañarnos que “el adelanto en cierto modo explosivo”, calificado por Martí, poco antes de desembarcar hacia tierra venezolana, tuviera por fundamento noticias de estos avances, los cuales influyeron en su determinación de trasladarse a Venezuela. Es obvio que el emigrado cubano contaba con un factor histórico especial más para predisponer simpatía hacia el gobierno liberal guzmacista. Entre los países que aportaron una ayuda efectiva al primer esfuerzo cubano por la independencia estaba Venezuela, con toda la carga histórica emocional que se le atribuía. Venezuela era considerada la cuna de la independencia americana y de su muy admirado Simón Bolívar cuando la primera guerra independentista cubana, iniciada en octubre de 1868, el gobierno venezolano dio pasos diplomáticos y cooperaciones efectivas, como no lo había hecho ningún otro gobierno latinoamerica-


2 1/2 DÍA DEL DOMINGO no. EI 11 de mayo de 1869 el gobierno venezolano reconoció el derecho beligerante y la legitimidad del Gobierno Revolucionario Cubano. Luego, en su primer período, el gobierno de Guzmán Blanco sufragó la Expedición Venezolana de Vanguardia, la cual desembarcó con éxito en las costas orientales de Cuba a mediados de 1871 (Llerena, M. 1971: 342). Permitió la subsiguiente salida de otra expedición algo menor. A esto hay que añadir las gestiones diplomáticas venezolanas ante la República española establecida en 1873, a fin de que otorgase la independencia a Cuba (Márquez S., M. 1967: 118). El vapor cubano Virginius, bajo la jefatura del general Manuel Quesada, había prestado apoyo logístico a Guzmán Blanco para derrotar a sus adversarios. Una real simpatía de la clase política venezolana impulsó el gesto de positiva solidaridad. La expedición del Virginius zarpó de Venezuela con hombres, armas y animales. Desembarcó por el sur de Oriente en un momento difícil para la insurrección cubana. El refuerzo fue base de la victoria en el combate de Sabana del Ciego. Motivo para una carta de gratitud del presidente Carlos Manuel de Céspedes a Guzmán Blanco. El “ilustre americano” fue más allá. En el terreno diplomático dio instrucciones a su representante en España para que “procurase que el gobierno de la República Española haga justicia a Cuba y le otorgue la independencia.” Guzmán creía que los cubanos independientes ayudarían “a acrecer los intereses de Sudamérica que una resistencia contumaz, de parte de la metrópoli, acabaría por lanzar del lado de otros intereses (Márquez S., M. 1967: 118). Coincidimos con Márquez Sterling en la importancia de esta alusión al peligro expansionista se Estados Unidos. Esta percepción basada en un interés geopolítica para Venezuela y para la América Latina refiere muy bien el lugar estratégico de Cuba en la región. Eso lo tuvo claro José Martí. Por otra parte, para redondear la disposición de ánimo de Martí hacia la Venezuela liberal, debe considerarse la hospitalidad brindada por el país a los cubanos cuando concluyó la primera contienda independentista en 1878. A estos dos elementos se suma un tercero: la oportunidad de estudiar el pasado revolucionario de Venezuela y la vida de los fantásticos jefes que lo dirigieron. Con el apoyo de compatriotas allí refugiados y de los nuevos amigos adquiridos, en Caracas pudo obtener un buen caudal de información, no sólo en lo tocante a la época colonial, de tan singular interés, sino también de la más reciente, para recrear una historia prácticamente inédita, la historia que necesitaba dominar al dedillo

para poder dar consistencia al proyecto magno de unidad latinoamericana anunciado en el discurso del Club de Comercio y redondeado de modo más concreto en los números de la Revista Venezolana. Particularmente ansiaba ensanchar su saber acerca de las guerras revolucionarias e independentistas y muy en especial todo lo relativo a Simón Bolívar –por quien sentía una desmesurada admiración más allá del brillo de su gloria épica– dado su interés por desentrañar los misterios de su volcánica literatura. Como en otras ocasiones los rastros de sus lecturas son escasos. Por ahí menciona la historia de Rafael María Baralt, Resumen de la historia de Venezuela, publicada en parís (1841). El Informe Oficial sobre el Orinoco… de Francisco Michelena Rojas publicado en 1867, El Orinoco Ilustrado y defendido de José Gumilla. De modo aún más vago registra los nombres de Andrés Bello y Fermín Toro; desde luego, Cecilio Acosta. Probablemente las memorias de Páez. Entre colecciones de periódicos menciona la Gaceta de Venezuela; de José de Oviedo y Baños, “Historia de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela; de Juan Bautista de Toro, “El Secular Religioso”. Las obras de Álvarez de Velasco impresas en Madrid, 1703. Menciona la obra del jesuita, “Historia de las Mi-

... en su primer período, el gobierno de Guzmán Blanco sufragó la Expedición Venezolana de Vanguardia, la cual desembarcó con éxito

en las costas orientales de Cuba a mediados de 1871.”

siones de los llanos de Casanare y los ríos Orinoco y Meta” (1728), entonces manuscrita, y la de José Cassani, “Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús del Nuevo Reyno de Granada en América” (1741). También menciona la de otro jesuita expulso, Antonio Julián, “Historia y Geografía del Magdalena”; “El Marañón o Amazonas”; del jesuita Manuel Rodríguez, de Carlos Cuervo y Márquez, “Prehistoria y viajes”; y de Mariano Eduardo Rivero “Antigüedades Peruanas”. Parece que fue en esa época cuando leyó el drama en quechua “Ollantai”. Es sabido cuán grande interés le despertaron las coplas llaneras que luego recogió Ovalle. Creo que es obvio reconocer su interés por todo lo referente a Bolívar y esa ge-

CIUDAD COJEDES / DOMINGO 2 DE FEBRERO DE 2014

neración rebelde que acaudilló (Estas referencias están tomadas de los cuadernos de apuntes de Martí, Obras Completas 1963-1965: XXI). Los regímenes de Guzmán Blanco habían iniciado el oficial culto a Bolívar, muy bien analizado por Germán Carrera Damas, en su libro El culto a Bolívar: La oficialización de toda una mítica y ritual, semejante al luego conocido en Cuba en torno a Martí. A pesar de estas intenciones autolegitimadoras y desvirtuantes en lo íntimo, no cabe duda que se había puesto el papel histórico del Libertador sobre el tapete. Muchos de sus documentos y cartas fueron recogidos en libros e impresos por cuenta del Estado. Eso permitió, junto al diálogo con personalidades que habían conocido a Bolívar o lo habían estudiado, un grado mayor de conocimiento y de asimilación de las ideas y acciones del héroe caraqueño. Entonces pudo Martí completar una nueva noción de la historia junto a hombres cultos como Pedro Santacilia, Ignacio Ramírez, Cecilio Acosta, Eloy Escobar, por mencionar algunas destacadas personalidades. Para el yerno de Juárez, desde que la historia “dejó de ser una simple narración de los acontecimientos en orden cronológico”, y tomó “el carácter crítico que la distinguió después”, “fue la literatura uno de los síntomas que más observaron los historiadores para escudriñar las condiciones políticas y al estado social de los pueblos” (Santacilia, P., 1983, II: 92). Otro amigo frecuentado por Martí, Cecilio Acosta, apuntaba en semejante noción renovadora de la historia. Acosta, al decir del propio Martí: “era de los que hacen proceso a las épocas, y fallan en justicia. Él ve a los siglos como los ve Weber; no en sus batallas, ni en luchas de clérigos y reyes, ni dominios y muertos, si no parejos y enteros, por todos sus lados, en sus sucesos de guerra y de paz, de poesía y de ciencia, de arte y costumbres” (Martí, J. Op. Cit. II: 92). Lo citado ilustra una atmósfera propicia a la recepción de la experiencia histórica con una amplitud novedosa y dentro de una función de conocimiento y práctica política social viva. De modo que cuanto leyó y platicó en las tertulias de Caracas, se integró a lo ya acumulado y le facilitó un decisivo redimensionamiento y reasimilación de las magnitudes de la práctica y el pensamiento revolucionario bolivarianista. Dista mucho de la especulación suponer que aquellos estudios contribuyeron al encuadre y fortalecimiento de su estrategia política y cultural a escala continental. La lectura detenida de sus escritos de 1881 revela un renovado y más maduro acento en la producción de ideas latinoamericanistas. Aunque los indicios dejados por escrito son pocos, en compa-

Antonio Guzmán Blanco de joven ración con otros episodios de más participación publica, no afloran dudas, que la experiencia directa en materia de vida política y cultural activa debe haber sido muy significativa para Martí. Los seis meses vividos en Venezuela fueron para Martí una formidable lección histórica para reajustar y fortalecer sus convicciones respecto a las alternativas y dificultades de desarrollo para Latinoamérica. Los gobiernos de Guzmán Blanco dejaron tras sí un caudal de documentos para conocer el proyecto político que prevaleció, la situación sociopolítica de los grupos sociales y su concepto y praxis del ejercicio del poder. En 1881 estaban bien definidos los principios doctrinales de la institucionalización liberal como se entendía desde el liberalismo caudillista. Ya se habían acallado las polémicas acerca de la democracia, los partidos políticos, las elecciones, los valores constitucionales, los derechos humanos, la legitimidad de la guerra. La escena política era dominada por los métodos caudillescos y autocráticos bajo el vestido de una ideología liberal. Estaba muy clara la evolución experimentándose desde 1810: constituciones e instituciones de referencia liberal, pero

más ideales que reales, porque el poder y la operatividad política se realizaba por medio de la fuerza cruda, con el auxilio del carisma personal y un aparataje represivo no exento de crueldades evidentes. El caudillismo y sus efectos no eran nuevos para el revolucionario cubano. En diversas latitudes había apreciado las nocividades del sistema caciquil, (incluso en Estados Unidos, donde operaban los bosses) desde los más toscos hasta éste venezolano de barnices refinados. El 1881 fue año muy elocuente del saldo dejado por esas prácticas. Fue momento estelar de centralización mediante nueva constitución, lo cual hizo más sensible el monopolio de poder personal. Un Estado así constituido facilitaba ver en una voz como la de Martí, concitadora de simpatías juveniles, un elemento de participación en donde reinaba el discurso altisonante, monocorde, del “caudillo ilustrado” (Morales, S. 1983). El escritor cubano intentó en México, Guatemala y Venezuela, mantenerse al margen de los conflictos políticos internos, algo difícil para un periodista combativo. Por más protestas de no injerencia expresa en sus cartas, fue inevitable la expresión de disconformidad de las


R e v o l u c i ó n

a

D i a r i o

concepciones, ya desarrolladas en su intelecto de la problemática de los países de Latinoamérica. Los contrastes debieron hacerse presentes en Martí, subyacente o evidentemente. La relativa democracia del gobierno de Lerdo de Tejada en México, si excluimos el fraude electoral de 1876 (interrumpida por el caudillismo porfiriano), comparada con el liberalismo a fusta desnuda de Barrios en Guatemala, debió contrastar con la autocracia liberal “civilizadora” con fusta envuelta en seda, del “culto” caudillo venezolano. La experiencia testimonial en estos países vivida introdujo serios impactos con su formación política e ideológica. Se pudo redondear su comprensión respecto al ejercicio político caudillesco y su discrepancia se hizo más fuerte. Nunca le llevó a desdeñar la importancia del liderazgo. En mi opinión de aquí nació su preocupación por dar cause a formas políticas más democráticas. Veamos que al año siguiente, 1882, procuró por vez primera la formación de un partido político revolucionario en histórica carta al general Antonio Maceo. Un partido político moderno a tono con los tiempos sociales que estaban brotando en América. Para mí, comienza un proceso de distanciamiento del liberalismo, llevado a la práctica, que es donde se manifiestan los divorcios entre la idea que se profesa y el funcionamiento real del modelo de Estado nacional que se establece. La historia política muestra que el liberalismo selectivo puesto en práctica dentro del sistema capitalista desprecia en los hechos un

DOMINGO 2 DE FEBRERO DE 2014 / CIUDAD COJEDES

número importante de sus postulados: los conceptos marginados o mal asumidos fueron esgrimidos, mediante cierto grado de reelaboración ideológica por las clases subalternas, la pequeña burguesía, el artesanado, la naciente clase obrera: del liberalismo radical, al liberalismo socializante, hay nutrientes para una concepción del mundo que intenta rescatar lo positivo de la herencia cultural humana: humanismo, “humanitarismo” dirá Martí. Entre esas aguas conceptuales se ha venido perfilando su pensamiento, sin retrocesos, pues su brújula indica “echar la suerte con los pobres de la tierra”, guardando siempre la distancia entre lo ideal y lo posible, como político clarividente y práctico que fue. Ello es un buen resultado de una múltiple observación del pasado y del presente. La recepción de estas experiencias de estudio analítico la colocan en una perspectiva crítica y ante una opción distinta: a partir de la historia propia, elaboran propuestas congruentes. Un claro contraste con la opción defendida y puesta en práctica desde el poder y la cultura dominante: el paradigma de elaboración ajena. Martí observó la discordancia oficial con las especificidades del país, cosa que a partir de entonces jamás perdió de vista. La mayor de todas, la incapacidad de la nueva oligarquía de enrumbar seriamente, con sentido nacional, el “progreso” del cual se creía portadora. En la Venezuela conocida esta incompetencia había alcanzado la máxima expresión. La crítica más fuerte que se conoce de Martí a los grupos sociales dominantes lati-

1/2 DÍA DEL DOMINGO 3

noamericanos es la expresada en su mencionado Voyage á Venezuela. En ella el artista se parea con el sociólogo para retratar las entrañas de un modelo de desarrollo social frustrado: el modelo liberal venezolano. Este proyecto daba ya las señales de su fracaso: no todo dependía, como creyó Guzmán Blanco, de inyectar inmigrantes, hacer caminos y alfabetizar, construir palacetes y difundir el francés. A partir de la experiencia de Venezuela de 1881, afinó la convicción de que realidades originales reclaman soluciones originales. Estaba convencido de que la copia mecánica de soluciones no sólo conducía a la ineficiencia sino también al perjuicio, puesto que baldaba la capacidad y energías creadoras propias y era expresión de cuán incompleta había sido la descolonización. A pesar de los cuestionamientos de Simón Rodríguez, Andrés Bello y otros, esa tendencia extranjerizante se habría adherido como tapa al discurso de progreso de los abanderados del liberalismo. El guzmanato había llevado a límites de absurdo el “copismo”, más en lo formal que en lo sustancial. Europeísmo de fachadas, pues las estructuras de la dependencia empobrecedora y del atraso técnico-económico se mantuvieron intocadas por el nuevo pacto, neocolonial, que venía condensándose entre las potencias industriales y los países exportadores de productos primarios. Quizás la novedad de su experiencia no radicase tanto en la comprobación del hecho deformante (no pocos latinoamericanos lo observaron antes), en su más alto exponente de la nocividad imi-

Por el antiguo Camino de los Españoles (Caracas), hoy de Los Libertadores, hay un monolito, con las figuras a relieve de Simón Bolívar y José Martí. Recuerda el paso del viajero antillano./ Foto Miozotis Fabel

José Martí según José Luis Fariñas tacionista, sino en la convicción de que las “clases directoras”, de Venezuela, también pudiera decirse de toda Latinoamérica, estaban obnubiladas, absolutamente enajenadas, por esos patrones foráneos que consideraban óptimos para el proyecto de nación y para las clases que representaban y por lo tanto eran incapaces de romper con ellos. A la dependencia económica se adhiere la dependencia política y cultural, la pérdida de las propias identidades. Por esa razón combate con acritud la identificación de los criollos blancos dominantes con los valores europeístas y su corolario, el desdén de lo propio. Era necesario, fue la conclusión, otra vía, otros métodos. Desde luego, otro proyecto, fundado en las más amplias condiciones propias. De cierto modo, era su hito de continuidad con las ideas expresadas por Bolívar en el discurso de Angostura (1819), los planteamientos de Simón Rodríguez y Andrés Bello. La crítica se extiende a la intelectualidad venezolana, más interesada en ofrecer su inteligencia en los cargos de la burocracia gubernamental que en las labores de estudio de las características nacionales y en la acción creadora que debe derivarse en ella: “Cuando el pueblo en que se ha nacido no está al nivel de la época en que se vive, es preciso ser a la vez el hombre en su época y de su pueblo, pero hay que ser ante todo el hombre de su

pueblo” (Martí, J. Op. Cit. XIX: 154). De este modo sentencioso, reaccionaba simultáneamente frente a la ignorancia de los elementos y fuerzas de actuación real del país, frente al mimetismo pueril de trasladar mecánicamente instituciones, soluciones y modas foráneas y al excesivo idealismo de los políticos superficialmente teóricos. Todo un planteamiento cuestionador extensible a los días de hoy, cuando las clases directoras de América Latina aplican sin más modelos de economía, política y cultura de elaboración ajena y perjudicial al conjunto de cada nación. En resumen, aquel convencido de la fuerza de las ideas conocía sus límites, los límites impuestos por la historia. Y si de algo sirvió esta experiencia venezolana, fue también para redondear su concepción de que las etapas del proceso histórico no se pueden saltar, no

Cuando el pueblo en que se

ha nacido no está al nivel de la época en que se vive, es

preciso ser a la vez el hombre en su época y de su pueblo, pero hay que ser ante todo el hombre de su pueblo”


4 1/2 DÍA DEL DOMINGO

CIUDAD COJEDES / DOMINGO 2 DE FEBRERO DE 2014

Un poema y una carta

Briznas al Viento Caracas, 27 de julio de 1881

José Martí

Sr. Fausto Teodoro de Aldrey

Domingo Triste Las campanas, el sol, el cielo claro me llenan de tristeza, y en los ojos llevo un dolor que el verso compasivo mira, un rebelde dolor que el verso rompe ¡y es, oh mar, la gaviota pasajera que rumbo a Cuba va sobre tus olas! Vino a verme un amigo, y a mí mismo me preguntó por mí; ya en mí no queda más que un reflejo mío, como guarda la sal del mar la concha de la orilla. Cáscara soy de mí, que en tierra ajena gira, a la voluntad del viento huraño, Miro a los hombres como montes; miro como paisajes de otro mundo, el bravo

(Viene de la página 3) se pueden forzar, por más hermoso y querido que sea el proyecto social a que nos alineamos. Naturalmente, eso implica, y lo fue para Martí, porfiado campeón de un estado apetecible en que disfruten todos, como sostuvo en el ensayo “Nuestra América”, un drama intelectual, moral, práctico. Lo supo sobrellevar con singular maestría dialéctica en sus proyectos revolucionarios: nunca dejó de conjugar lo existente con lo posible. A cada paso preparaba el siguiente. De ahí su famosa respuesta al convite de los anarquistas en Estados Unidos acerca de la lucha por la sociedad colectivista: “Ustedes quieren llegar sin recorrer el camino, yo quiero recorrer el camino para llegar” (de Quesada y M., G. 1948). A mi juicio, esa lección la aprendió estudiando las realidades americanas y particularmente las venezolanas, principalmente las peripecias políticas, donde se movieron desde la independencia las utopías por encima de las realidades. Se intentó imitar a Estados Unidos, a Suiza, a Francia, todo lo cual resultaba una “inconformidad absoluta entre la educación de la clase dirigente y las necesidades

es ya más infeliz: ¡suyo es el aire, y el lodo en que muere es suyo! Siento la coz de los caballos, siento las ruedas de los carros; mis pedazos

vacía, sin fruta, desgarrada, rota.

codear, el mugir, el teatro ardiente

de la vida en mi torno: ni un gusano

palpo: ya no soy vivo: ¡ni lo era cuando el barco fatal levó las anclas que me arrancaron de la tierra mía!

reales y urgentes del pueblo que ha de ser dirigido”. El copismo no era un mal exclusivo de Venezuela ni de aquellos tiempos solamente. Toda nuestra América, sostuvo con más rigor, debía sacudirse, de un modo, revolucionario si fuese necesario, el pesado fardo del atraso con respecto a Europa y la América del Norte. Estaba persuadido de su importancia, el carácter continental de su tarea ideológica y política, sin perder de vista el horizonte universal y humanista de sus anhelos de libertades y justicia social. La Revista Venezolana, fundada por Martí en Caracas, es ilustrativa de una conciencia y compromiso con lo nuestro y con los nuestros, con nuestra historia pendiente de construcción. Es reiterativo con el pronombre posesivo. Como es natural, este énfasis hacia lo propio antagonizó con el proyecto imitacionista. Intentó echar los cimientos de un proyecto alternativo continental que vendría a condensarse en los planteamientos analíticos y propositivos de “Nuestra América,” texto que sintetiza coherentemente los anticipos críticos de sus experiencias en México, Guatemala y Venezuela. No dispongo ahora del espacio y tiempo para ir marcando el desarrollo entre los es-

Amigo mío: Mañana dejo a Venezuela y me vuelvo camino de Nueva York. Con tal premura he resuelto este viaje, que ni el tiempo me alcanza a estrechar, antes de irme, las manos nobles que en esta ciudad se me han tendido, ni me es dable responder con la largueza y reconocimiento que quisiera las generosas cartas, honrosas dedicatorias y tiernas muestras de afecto que he recibido estos días últimos. Muy hidalgos corazones he sentido latir en esta tierra; vehementemente pago sus cariños; sus goces, me serán recreo; sus esperanzas, plácemes; sus penas, angustia; cuando se tienen los ojos fijos en lo alto, ni zarzas ni guijarros distraen al viajador en su camino: los ideales enérgicos y las consagraciones fervientes no se merman en un ánimo sincero por las contrariedades de la vida. De la América soy hijo: a ella me debo. Y de la América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro, esta es la cuna; ni hay para labios dulces, copa amarga; ni el áspid muerde en pechos varoniles; ni de su cuna reniegan hijos fieles. Déme Venezuela en qué servir-

tudios in situ, de 1875 a 1881 y la cristalización teórica presente en “Nuestra América”, pero la evidencia del nexo es clara, un trazado más preciso queda pendiente para una próxima versión. Ahora deseo concentrarme en puntualizar dos aspectos básicos de su proceder en la recuperación de la memoria histórica americana: uno es el examen y la valoración de los líderes del movimiento revolucionario independentista desde una perspectiva de continuidad contestataria y de parangón igualitario con las personalidades de la historia en el ámbito de Europa y Estados Unidos; el otro, la exposición y difusión de una pedagogía histórica orientada hacia el más amplio y profundo conocimiento de las historias nacionales, la historia americana continental, es decir, conocimiento destinado a reforzar las identidades y una práctica política y cultural bien enraizada en lo propio. Estos acentos tan bien definidos en aquellos momentos implicaban un intento de corrección del programa del gobierno que pretendía: “En la ciudad, París: en el campo Persia”. La discrepancia de enfoques sólo necesitaba una chispa para dejarse ver. Cecilio Acosta, notable escritor venezolano con quien Martí hizo migas, falleció a mediados de 1881. Acosta había criti-

la: ella tiene en mí un hijo. Por de contado cesa de publicarse la Revista Venezolana; vean en estas frases su respuesta a las cartas y atenciones que, a propósito de ella, he recibido, y queden excedidas por mi gratitud las alabanzas que, más que por esas paginillas de mi obra, por su tendencia, he merecido de la prensa del país y de gran suma de sus hombres notables. Queda también, por tanto, suspendido el cobro de la primera mensualidad: nada cobro, ni podrá cobrar nadie en mi nombre, por ella; la suma recaudada ha sido hoy o será mañana, devuelta a las personas que la satisficieron; obra a este objeto en manos respetables. Cedo alegre, como quien cede hijos honrados, esos inquietos pensamientos míos a los que han sido capaces de estimármelos. Como que aflige cobrar por lo que se piensa; y más si, cuando se piensa, se ama. A este noble país, urna de glorias; a sus hijos, que me han agasajado como a hermano; a Vd., lujoso de bondades para conmigo, envía, con agradecimiento y con tristeza, su humilde adiós.

cado a Guzmán: “la República no quiere señores, sino ciudadanos”. En elogio a Cecilio Acosta, escrito por Martí y publicado en el segundo número de la Revista Venezolana, se exaltó de Acosta, la honradez de su pluma y su rebeldía al gobierno. Le llamó “un justo”. En su apología también subrayó la identidad con ciertos ideales anti-dependentistas de Acosta: “quería hacer la América próspera y no enteca: dueña de sus destinos, y no atada como reo antiguo, a la cola de los caballos europeos” (Martí, J. Op. Cit. VIII: 158). Por su sagacidad, Martí debió saber que este elogio sería un rompimiento público con Guzmán Blanco, atado al carro de los comerciantes alemanes. La conminación de partir no se hizo esperar. El 28 de julio salió hacia New York. Un ciclo de experiencia testimonial quedaba cerrado con esa lección de vida política. La importancia de la experiencia venezolana puede apreciarse como un momento significativo dentro de un proceso de desgaste y crisis del ideario liberal, aún apegado a él en sus formas doctrinales más puras, en riña con la puesta en práctica parcial y torcida de los principios que lo conforman.

Estos elementos democráticos adquiridos estaban integrados ya en un ajuste conceptual de sólida estructura humanista, bajo la forma de un radicalismo democrático, de avanzada y ancha base, que no desdeñaba la vía revolucionaria popular como medio para avanzar hacia un mundo distinto, mejor, en el cual imperase la igualdad real entre los hombres y las naciones, y por lo tanto un mundo contrario a nuevas desigualdades y fuertes dependencias. Consecuencias intelectuales concretas se afincan en su ideario: el rechazo al mando unipersonal y a las intrigas de las camarillas circundantes, fueran civiles o militares; comprendió mejor la necesidad de establecer una democracia real y no aparente. Sobre todo fortaleció su convicción de crear fórmulas y vías propias para el desarrollo de la región, e hizo sistemática condena a la enajenación y copia de los modelos foráneos aceptados con pocas resistencias por la intelectualidad burocrática arropada al poder, sin repudiar a priori, cuanta experiencia ajena fuese aplicable beneficiosamente. Los interesados en la bibliografía citada consultar: http://www2.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S079829682005000100005&lng=es&nrm=i


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.