Teorías del Sujeto
UC3M
Un perverso juego de perspectiva La estupidez como trampantojo
José Ramón Suárez Villalba
Un perverso juego de perspectiva La estupidez como trampantojo
José Ramón Suárez Villalba
“Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. jonathan swift. La conjura de los necios
Una grieta, un ojo de cerradura, nos invitan siempre a mirar al otro lado. Porque hay algo detrás que espera ser mirado (quizás algo que espera mirarnos a nosotros mismos. Uno nunca está seguro de ser espectador o espectáculo). A veces rezuma y se escurre por sus fisuras, otras permanece alerta, agazapado en su escondite. Después de nueve meses de la muerte de Duchamp (nueve meses de gestación hasta el parto), se abrió en el Museo de Filadelfia la sala que muestra (y esconde y hace posible) la obra que a lo largo de sus veinte últimos años de vida, el eterno enfant terrible del arte moderno mimó y perfeccionó protegida de extrañas miradas, en la soledad de su estudio privado. No aquel en que recibía visitas, sino el contiguo, donde trabajaba ajeno a ese desquiciado mundo del arte del que renegó, después de marcar su curso de un modo definitivo. Un espacio vedado incluso a sus íntimos. Justo al otro lado de la pared, latiendo y perturbando la vista oficial. Duchamp quería trabajar bajo tierra. Etant Donnés parece en un principio tan sólo un muro hecho con ladrillos. Pero esta pared esconde ojos. En el muro hay una puerta; en la puerta, dos agujeritos. Los ojos , aquí, son los del propio Marcel Duchamp. Corremos, claro, a mirar por ellos. Al otro lado un espacio oscuro, cerrado por otra pared, “¿un Limbo antes del Paraíso, una de esas tierras de nadie?”1. Podría 1 Cabanne, Pierre, Conversaciones con Marcel Duchamp. This Side Up, Madrid 2013. p. 87
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ser, porque más allá, tras una grieta, vemos una especie de jardín del Edén. Un paisaje, una mujer desnuda, un sol falso, el hipnotizador fluir de agua que corre. Decía Duchamp que el espectador hace la pintura. Y ciertamente la mirada a través de la puerta hace Etant donnés. “¿Existe Etant Donnés cuando nadie mira por el ojo de la cerradura?”2 Duchamp nos invita a ejercer de voyeurs. Arrodillados mirando a través de una puerta, somos fisgones, intrusos que profanan una escena que permaneció hasta entonces oculta para sus ojos. Pero también, en ese mismo gesto, orienta muestra mirada, nos fuerza a inclinarnos, en un gesto de humildad, y cambiar nuestro punto de vista, adoptar una nueva perspectiva que nos permite ver algo que, de otro modo, nos hubiera pasado inadvertido. Al arrodillarnos y estrechar nuestro rostro contra la puerta, nuestros ojos son los de Duchamp, nos metemos en su piel para encontrar algo nuevo. “Lo que uno gana al lograrlo no es un mero placer, sino una provechosa formación, una ampliación del horizonte visual”3. Gozar de la posibilidad de adoptar diversos puntos de vista, poder ponerse en los zapatos de un otro para ver desde donde este mira, poder entender que a la especificidad de cada circunstancia corresponde la formación de un juicio concreto y disponer del algo así como un repertorio de ellos, para poder discernir en cada caso cual corresponde aplicar, es ser un hombre inteligente, una persona cuya razón posee ciertos recursos que le ayudan a enfrentar la heterogeneidad del mundo. “Tratar con las más distintas personas, viajar y quién sabe cuántas cosas más (…) con el fin de que primero se conozcan otros puntos de vista y después se aprenda a aplicarlos”4, son formas de ampliar nuestros horizontes, de conocer nuevas perspectivas que enriquezcan nuestro entendimiento y nos doten de nuevas herramientas racionales. Claro está que en el acto mismo de juzgar un particular, este es subordinado bajo nuestro parecer, poniendo el caso en relación con las ideas que viven en nosotros; la cuestión para poder decir que se algo se juzga con inteligencia será que la variedad de estos pareceres sea amplia. “Cuanto más se multiplican dichos puntos de vista, más 2 Cabanne, Pierre, Conversaciones con Marcel Duchamp. This Side Up, Madrid 2013. p. 89 3 Erdmann, J. E. Sobre la estupidez en Sobre la estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 108 4 Ibid. p. 109
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inteligente se vuelve la persona; cuanto más se reduce su número y, por ende, se estrecha el círculo visual, más estúpida se vuelve”5. Por tanto, y realizando un razonamiento en sentido inverso, “si nos imaginamos un número cada vez menor de puntos de vista, es decir, el estrechamiento progresivo de su suma, del círculo visual y horizonte, llegamos finalmente a un punto en el que el radio de las ideas coincide con su centro, en que no es posible pensar ya una limitación mayor, un volverse todavía más estúpido, habiendo dado, por tanto, con la forma nuclear de la estupidez. El punto central de todos los puntos de vista, el que todos ellos presuponen porque sólo mediante él son suyas las ideas de un hombre, es el propio yo”6. Es en el yo nuclear, en una imaginaria subjetividad simple, ensimismada en su propia razón, poseída de sí y a sí misma, donde encontramos el paradigma, imposible de encontrar por otro lado, del estúpido. No del tonto o el ignorante, que son casos bien distintos. El tonto, por un lado, es “aquel ser tan débil que se deja llevar por todos los vientos”7; no así el estúpido, que permanece siempre inmóvil, fiel a sí mismo, en su razón acomodado. La ignorancia, por el otro, no tiene necesariamente una relación directa con la estupidez; si bien el incremento de conocimiento puede ahuyentarla, en tanto supone una ampliación de los puntos de vista. De modo que consideramos estúpido al simple, a aquel que a la desnudez de su yo no ha incorporado nuevas capas, no ha sabido/ querido cultivar el espesor de su persona y por ello el sentido que rige sus juicios, en otros apropiados y variables según cada caso, en él es inmóvil y único. Para abandonar su simpleza, tendría que considerar las cosas desde una óptica distinta, tomar conciencia de su estupidez, ser espejo para sí, obrando “una duplicación de sí mismo, un salir de sí mismo, al que se podría llamar un intelectual salirse de sus casillas”8, y por lo tanto adoptando un modo complejo de pensar, y no simple. Sin embargo esto se nos antoja casi imposible pues, si bien la estupidez se nos presenta como un error y como tal puede ser subsanada, ”por 5 Erdmann, J. E. Sobre la estupidez en Sobre la estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 91. 6 Ibíd. p. 91 7 Duque, Felix. Dejarse de tonterías es una estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 10. 8 Erdmann, J. E. Sobre la estupidez en Sobre la estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 104
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lo común cada uno está tan contento de su razón que no quisiera más de la que ya tiene”9, y esto es muy doblemente cierto en el caso del estúpido. Podríamos pensar que la estupidez es un infeliz infortunio y que aquel que se rige bajo su signo es desdichado por ello. Sin embargo, el estúpido “goza creyendo que todos los demás obran así” y las más de las veces “no tiene conciencia de su propia estupidez”10. Cómo él mismo es un insensato, estima que todo el mundo lo es. Sólo ante la mirada de los demás, al verse reflejado en ella, el estúpido puede verse como tal. Y sin embargo, a pesar de reprocharles su error y de admitir que su actitud produce en nosotros (y con ello nos supongo ajenos al club, que tenemos plena y libre capacidad de juicio) una cierta impaciencia, que en ocasiones torna en exasperación e irritación, no podemos dejar de encontrar en la figura del estúpido algo a un tiempo ridículo y fascinante, que genera una cierta atracción en nosotros. Erdmann hablaba de un placer por lo individual que el estúpido despierta en nosotros, una melancólica añoranza de la “antigua patria” o quizás un “débil reflejo del placer por todo ser”11, por todo particular. No olvidemos que llamábamos simple o estúpido a aquel cuyo horizonte era puntual, al que se acerca al mundo a través de una rendija cuyo diámetro es cero, de forma que la complejidad no puede traspasar esa frontera sin verse sometida bajo el único punto de vista del propio yo. Sin embargo, “hay una cosa que, con toda certeza, no se podrá negar al respecto de dicho punto (de vista): que sólo existe una vez; todos los demás puntos de vista en que alguien se coloca pueden ser adoptados asimismo por otros mientras que aquél es del todo peculiarmente suyo”12. “Se dice que un hombre simple es alguien original. Justamente porque lo es puede una persona especialmente estúpida poseer una gran fuerza de atracción par ale observador agudo, y hay hombre inteligentes e incluso ingeniosos que se complacen en el trato con dichas personas originales”13. En la observación de una perspectiva que podríamos calificar de estúpida, encontramos por tanto no sólo un cierto placer estético, 9 Descartes, René. El Discurso del método, Akal, Madrid 2007, p. 45 10 Duque, Felix. Dejarse de tonterías es una estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 11. 11Erdmann, J. E. Sobre la estupidez en Sobre la estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 108 12 Ibíd. p. 109 13 Ibíd. p. 108
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derivado de su singularidad y de la identificación que en nosotros despierta por estadios propios y vivencias de antaño, sino que, más allá de eso, podemos encontrar en ello algo provechoso, con un potencial formativo, que puede derivar en un posible rendimiento intelectual. Si bien sabemos que “lo que garantiza más ganancia es, naturalmente, el contacto con quienes poseen un gran número de puntos de vista”14 para nosotros desconocidos, no es menos cierto que en aquellas perspectivas obtusas, inamovibles y tozudas hallamos puntos de vista “que nadie había adoptado hasta entonces”15, perspectivas originales por tanto, capaces de llevarnos a nuevos lugares o de abrir nuevos caminos hasta entonces insospechados. Ser sensibles a estas posibilidades parece harto enriquecedor. “Para el modo clásico de pensar, la estupidez es una desviación empírica y accidental que no produce ningún daño a la estructura real, profunda y transcendental del pensamiento, y que , desde luego, no puede ponerla en cuestión”16. Es un error ocasional y como tal merece ser obviado, sin embargo, pudiera ser que el estúpido (o la estupidez misma) entrase a formar también parte de ese juego por el cual la razón se amplía constantemente y el sentido se cuestiona a sí mismo, en un movimiento en el cual la inteligencia se orienta hacia aquello que le es fundamentalmente ajeno, lo obtuso, lo otro, para encontrar en ello nuevas formas de entendimiento. Quizás por eso Duchamp nos invita a mirar a través de la rendija de esa puerta, porque nunca sabemos donde podremos encontrar nuevas cotas de sentido, y las mayores sorpresas las hallamos en los lugares más insospechados. Si hubo un artista preocupado por la estupidez, ese fue Flaubert. Durante años se dedicó a acumular frases que encontraba en las publicaciones de su época. “El matrimonio es un desinfectante”, “El patíbulo es un altar” o “Los perros son generalmente de dos colores opuestos, uno claro y otro oscuro, a fin de que estén donde estén en la casa, puedan ser percibidos contra los muebles, con cuyo color se confundirían de no ser así”17, se le antojaban a Flaubert auténticas cumbres de la imbecilidad. Bajo el título de Estupidiario, este archivo de insensateces 14 Erdmann, J. E. Sobre la estupidez en Sobre la estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 109 15 Ibid. p.109 16 Breeur, Roland. La estupidez transcendental en Sobre la estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 29 17 Flaubert. Guastave. Estupidiario, Valdemar, Madrid 2000, p. 64
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estaba destinado a ser parte de Bouvard y Pécuchet, su gran novela inconclusa. La estupidez le parecía a Flaubert “un modo confortable de ir por el mundo”18, y como tal, una forma de librarse de decepciones, dudas y demás sin sabores. De este modo la estupidez se vincula a la felicidad, y no nos es de hecho poco familiar, escuchar que los simples, bobos e imbéciles son más felices o bien que todos ellos, a pesar de su tara, tienen suerte. “Sólo un idiota puede ser totalmente feliz” o “existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra, serlo”19, son tan sólo dos ejemplos de ilustres citas que coinciden en este parecer. El propio Flaubert opinaba que las tres condiciones parar ser feliz eran “ser estúpido, egoísta y estar bien de salud (…) Pero si os falta la primera, estáis perdidos”20. En contraposición, sin embargo, el autor nos hablaba de “ese terrible talento que acaba con la alegría de vivir”, haciendo temblar los propios cimientos del sentido de las cosas. “El ojo para la estupidez” es una peculiar habilidad para subvertir las pautas del sentido, por la cual “nuestros actos necios y mecánicos” que “tienen como efecto secundario el orden”21, se rebelan como faltos de objetivos en toda su idiotez, de modo que la frontera entre lo convencionalmente estúpido y las estructuras lógicas que sustentan el discurrir cotidiano torna borrosa. En un aparentemente incongruente fragmento del tercer libro del Paraíso Perdido (versos 418-196) John Milton nos describe el paraíso de los necios, un vasto limbo en el que aquellos que pretendieron alcanzar la gloria del más allá con vanas acciones esperan eternamente (y de nuevo en vano) que las puertas del cielo se abran para ellos. “La crítica a los papistas, el grotesco estilo, el carácter incompleto y la posición curiosa y aislada de esta sátira dentro del conjunto, por lo demás tan grave”, parecían notas discordantes dentro de su magna obra, elaborada de forma estricta y armoniosa. Este fragmento muestra una funesta visión en torno a las pueriles pretensiones y la ambición humana que por medio de ridículos caminos quiere procurarse la trascendencia en la gloria eterna. La idea de que el ser humano pudiera conquistar un lugar en el más allá con tan vanas acciones le parecía a Milton insostenible. 18 Flaubert. Guastave. Estupidiario, Valdemar, Madrid 2000, p. 21 19 Son citas atribuidas a Mario Vargas Llosa y Sigmund Freud, respectivamente. 20 Flaubert. Guastave. Estupidiario, Valdemar, Madrid 2000, p. 17 21 Van Boxsel, Matthijs. Enciclopedia de la Estupidez, Sintesis, Madrid 1999. p. 90
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Durante su visita a Italia en 1638, Milton pudo conocer a Pietro da Cortona, que trabajaba por entonces en los últimos detalles del techo de la apoteosis del Palazzo Barberini, en el cual la Divina Providencia otorgaba eterna gloria e inmortalidad al papa Urbano VIII y su familia. “En una trepidante representación di sotto in su, vemos cómo los príncipes de la iglesia y del Estado son elevados hasta el cielo por ángeles, rodeados de los símbolos de su poder terrenal y figuras alegóricas que representan sus virtudes, como la Piedad, la Justicia y el Arte de Gobernar. En el borde del techo vemos a los herejes representados como Gigantes que son expulsados de la composición por Minerva, que encarna a la Sabiduría”22 La quadratura no sólo dota de una impresión de realidad pasmosa la representación, sino trae a nuestra presencia un acontecimiento metafísico. “La representación en perspectiva atrae la mirada del espectador hacia la libertad del espacio infinito. Ver es creer”23. La estética del trampantojo nos libera de las limitaciones físicas del espacio trayendo a la tierra la gloria celestial. En este tipo de representaciones, a menudo en el suelo se indica un punto desde el cual la escena adquiere profundidad y solidez. Es el lugar exacto en que toda la construcción geométrica de la perspectiva adquiere su pleno efecto. Si abandonamos el punto en cuestión, una profunda decepción nos invade, la ilusión que sostenía las gloriosas formas se desmorona y torna en un confuso juego geométrico carente de sentido. No sólo parece derrumbarse el orden aparente, sino que además el efecto de vértigo hace dudar de los fundamentos del mundo que se halla fuera de esta perspectiva. “Los diseñadores, en su mayoría jesuitas, consideraban este método como una lección para quienes no habían adoptado la posición correcta dentro de su religión. Asimismo, el punto central era una metáfora del absolutismo de los soberanos y la inefabilidad del Papa”24. Dar un paso a un lado supone descubrir el absurdo del eje en torno al cual se genera el efecto. La ilusión responde a la lógica de la estupidez, en tanto el sinsentido del conjunto no puede determinarse sin salirse del punto asignado, que obtiene su fuerza retrospectivamente de todo el sistema. La ilusión se esfuma, Milton la rechaza con su gesto. Al mimar la tercera dimensión, 22 Van Boxsel, Matthijs. Enciclopedia de la Estupidez, Sintesis, Madrid 1999. p. 101 23 Ibíd. p. 102
24 Ibíd. p. 103
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el trampantojo pone en duda la propia realidad de esta tercera dimensión. Al apartarse del eje, el centro del sentido se quiebra, revelándose menos firme de lo que nos figurábamos. Parece dudar en un equilibrio precario. La mirada oblicua despoja al poderío de las pretensiones de toda perspectiva. La armonía se revela como una farsa. Visto de este modo, el techo de la apoteosis se asemeja más al Paraíso de los necios, en tanto la ambición desarmada se revela como estupidez. La pintura inmortaliza su caída. Lo fundamental de esta experiencia es que despierta en la mirada la duda, la cual se extiende más allá del juego de ilusiones. Del mismo modo que si dentro de la quadratura se hallara, busca afuera el eje que sostiene el sentido y presiente que su desplazamiento esta cercano. Es quizá esta la mirada de la que hablaba Flaubert. En otras palabras, el buen sentido se ve afectado y, llegados a este punto, resulta difícil distinguir de qué lado se halla lo inteligente y de que lado lo estúpido, de qué lado la verdad y de qué lado el error. Si no queremos que el suelo se nos hunda bajo los pies, hemos de hacernos el tonto ante la estupidez que hay en el corazón de todos los sistemas que prometen la sabiduría. “Esta estupidez parió los estados, gracias a ella se mantienen los imperios, las magistraturas, la religión, los consejos y tribunales, y la vida humana no es otra cosa que una especia de broma de la estupidez”25. “Tengamos cuidado ahora, porque si llevamos este razonamiento al extremo, tentados estaremos de decir que (…) toda la legión de predicadores que (…) hablan en nombre de Dios o de la Razón (de lo que sea, con tal de que sea Absoluto y que mande incondicionalmente) son el prototipo (también él, el Absoluto) de estúpido”26. En Los Embajadores, de Hans Holbein, encontramos un nuevo ejemplo de este juego que pone en marcha una insospechada perversión del sentido por medio de una práctica de anamorfosis. En esta pintura, una parte de la escena percibida aparece distorsionada de modo tal que solo adquiere su perfil propio si se la contempla desde un punto de vista específico que desdibuja la realidad restante. De este modo, cuando percibimos claramente la mancha como una calavera el resto de la realidad deja de ser discernible. “De tal modo tomamos conciencia de que la realidad siempre involucra nuestra mirada, de que 25 De Rotterdam, Erasmo. Elogio de la estupidez. Akal, Madrid 2011. p. 110. 26 Duque, Felix. Dejarse de tonterías es una estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 15
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esta mirada está incluida en la escena que observamos, de que esta escena ya nos mira”27. Lo que la anamorfosis revela es que sólo desde una determinada posición el conjunto adquiere sentido y al abandonar esta posición todo lo que parecía coherente se derrumba en un caos informe, al tiempo que descubrimos nuevos espacios de la verdad. Se derrumba así “esta seguridad de que un método puede despertar nuestro impulso innato por conocer la verdad”28, una verdad sin fisura aparente, certera y plena de sentido. El método de la razón debía ser el canal, hacer que a través de él el pensamiento se desarrollase y desplegara hacia la verdad. Sin embargo el desplazar el eje, al cambiar nuestro punto de vista, esta rectitud y certeza del pensamiento se ven cuestionadas y el conjunto de perspectivas que creíamos coherentes y que sustentan el orden de las cosas, parecen ahora “estúpidas por demás y para reírse de ellas no bastará un solo Demócrito”29. “Sus convicciones racionales y sus verdades pueden ser acaso el fruto de profundas reflexiones, pero éstas sólo han sido formadas en un intento por aplacar el fondo irracional. (…) la estupidez nos confronta con la terrible vulnerabilidad”30 del sistema que teníamos por garante de la verdad. De ahí probablemente la inquietud que genera en nosotros y el motivo de su existencia como tal, como estupidez, como fallo, como tara del pensamiento. La estupidez existe para conseguir que todo lo demás se muestre pleno de sentido, “al modo como las prisiones existen para ocultar que es todo lo social, en su banal omnipresencia, lo que es carcelario”31. Al entender la estupidez como fallo, como incidencia, desactivamos su potencial creador, situándola al margen de lo que es propiamente tenido en cuenta en el ámbito de producción de sentido y verdad. Sin embargo, “la estupidez es una estructura del pensamiento como tal: no es una forma de equivocarse, sino que expresa por derecho el sinsentido del pensamiento. La estupidez no es 27 Zizek, Slavoj. El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política. Paidos, Buenos Aires 2001. p. 88. 28 Breeur, Roland. La estupidez transcendental en Sobre la estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 26 29 De Rotterdam, Erasmo. Elogio de la estupidez. Akal, Madrid 2011. p. 112. 30 Breeur, Roland. La estupidez transcendental en Sobre la estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 48 31 Baudrillard, Jean. La precesión de los simulacros, Kairós, Barcelona 2012. p. 30
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un error”32. Esta sedicente rectitud del pensamiento, estos supuestos métodos que bien orientados son capaces de encontrar lo correcto en todas partes y en toda ocasión, emprenden “un auténtica cruzada contra todo lo que muestre signos de oscurantismo (…) con la asistencia de códigos generales de pensamiento, gramáticas de conceptos etc., ese pensamiento se erige en una especia de tribunal transcendental que abuchea a los demás señalando sus insuficiencias intelectuales ( sus paradojas, formas incorrectas de argumentación, etc.) En una palabra, se les culpa de estupidez”33. Pero lo que se hace evidente en esta violencia ejercida es la vulnerabilidad del propio sistema, el terror que en él despierta todo lo que no puede abarcar, aquello que no puede subsumir a sus reglas. Tendemos a tildar como estúpido todo aquello que no nos parece convenientemente dispuesto, que no respeta o sobrepasa las lógicas de sentido convenidas. Y sin embargo así dejamos pasar inadvertidas todas las posibilidades que promete esta subversión de los esquemas. Al fin y al cabo, “un pensamiento articulado, y en cierto sentido coherente, debe ser conquistado y adquirido: es decir, creado”34. ”Pensar es crear”, es “engendrar pensamiento en el pensamiento”35. La cuestión aquí se dirime en quien ostenta el estandarte del pensamiento legítimo. El conflicto se debate en torno a las “dificultades de derecho que conciernen y afectan a la esencia de lo que significa pensar”36. Burlarnos del carácter de las cosas cuyo significado no podemos captar y negar su valor, es una manera de excluirías de nuestro mundo, una modo de estrechar el campo de lo que cuenta y de lo que está en juego en nuestra existencia. “Ese estrechamiento significa finalmente una disminución de la responsabilidad, esto es, de mi necesidad de alcanzar y comprender las cosas vitalmente”37. Si en la estupidez no vemos el 32 Deleuze, Gilles. Diferencia y Repetición, Amorrortu, Madrid 2002. p. 147 33 Breeur, Roland. La estupidez transcendental en Sobre la estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 32 34 Ibíd. p. 34 35 Deleuze, Gilles. Diferencia y Repetición, Amorrortu, Madrid 2002. p. 190 36 Ibíd. p. 191 37 Breeur, Roland. La estupidez transcendental en Sobre la estupidez, Abada, Madrid 2007, p. 35
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fallo, sino atendiendo a todo su potencial comprendemos que en ocasiones implica la generación de modos de coherencia que, lejos de ofender o ultrajar al sistema convenido, sirven como vía de enriquecimiento y cuestionamiento del propio sistema, que en un movimiento de ampliación y reapropiación ve sus lógicas ampliadas. Así se plantea el problema de un tránsito de la razón a través de la aberración y la necedad, tránsito previo a una auténtica y renovada sabiduría.