Fortificaciones de Pamplona. La vida de ayer y hoy en la ciudad amurallada, 2012

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Otros títulos publicados Fortificaciones de Pamplona. Pasado, presente y futuro AA.VV., Pamplona, 2010 Fortín de San Bartolomé Centro de Interpretación de las Fortificaciones de Pamplona AA.VV., Pamplona, 2011 La Ciudadela de Pamplona MARTINENA, J.J., Pamplona, 2011


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El contenido de esta publicación está basado en las actas del ciclo de conferencias “Fortificaciones de Pamplona: La vida de ayer y hoy en la ciudad amurallada” celebrado en el Palacio del Condestable de Pamplona los días 25 de enero, 1, 8, 15 y 22 de febrero y 1 de marzo de 2011. Edita: Autores:

Ayuntamiento de Pamplona Luis Eduardo Oslé Gerendiáin, Fernando Cobos Guerra, Juan José Martinena Ruiz, Juan Manuel Alfaro Guixot y Gabriel Morate Martín

Coordinador: José Vicente Valdenebro García Realización: Formas de Proyectar Fotografías: Archivo Municipal de Pamplona (AMP), Archivo General de Simancas (AGS), Instituto de Historia y Cultura Militar (IHCM), Luis Prieto y Ayuntamiento de Pamplona Impresión:

Litografía Ipar

ISBN: D.L.:

978-84-95930-57-6 NA-140/2012

© De la edición Ayuntamiento de Pamplona © De los textos y fotografías sus autores Pamplona, enero 2012 www.pamplona.es www.murallasdepamplona.es Impreso en papel TCF libre de ácidos y dioxinas, biodegradable y reciclable.


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Índice

Presentación

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La vida en la plaza fuerte de Pamplona durante la Guerra de la Convención

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Luis Eduardo Oslé Guerendiáin. DOCTOR EN HISTORIA. CORONEL DE INFANTERÍA

La huella de la muralla en la ciudad

35

Fernando Cobos Guerra. ARQUITECTO.

Protagonistas de la Pamplona Amurallada

61

Juan José Martinena Ruiz. DOCTOR EN HISTORIA. ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA Y EX DIRECTOR DEL ARCHIVO GENERAL DE NAVARRA

El uso social del patrimonio monumental militar

87

Un caso excepcional: San Fernando de Figueres Juan Manuel Alfaro Guixot. PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN LES FORTALESES CATALANES

La dimensión económica del patrimonio:

99

costes y beneficios de su conservación Gabriel Morate Martín. DTOR. DEL PROGRAMA DE CONSERVACIÓN PATRIMONIO HISTÓRICO ESPAÑOL DE LA FUNDACIÓN CAJA MADRID Y DTOR. DE LA SECCIÓN TÉCNICA DE LA ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE AMIGOS DE LOS CASTILLOS [AEAC]

DEL

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Presentación

Durante los primeros meses de 2011 pudimos acercarnos, a través de un ciclo de conferencias, a la historia y al presente de las fortificaciones de Pamplona. En aquellos encuentros, que quedan recogidos en esta publicación, tuvimos la oportunidad de profundizar en el tipo de vida que se realizaba en el interior de la ciudad amurallada y en la relevancia que han tenido estos elementos defensivos en el desarrollo de nuestra ciudad. Gracias al trabajo desarrollado por expertos como Luis Eduardo Oslé, Fernando Cobos, Juan José Martinena, Juan Manuel Alfaro y Gabriel Morate, el Ayuntamiento de Pamplona pone en sus manos esta obra, en la que se detallan, entre otros asuntos, la evolución que han dibujado los límites amurallados del recinto fortificado y las vicisitudes que entrañaba vivir en una plaza fuerte de este calibre. Al mismo tiempo, las páginas de este libro dejan constancia de la relevancia que siempre ha tenido la Ciudadela, declarada Monumento Histórico-Artístico Nacional en la década de los años setenta, y que hoy en día constituye la joya de la corona del conjunto fortificado, por su céntrica ubicación geográfica, por sus dimensiones, por sus zonas verdes y por constituir, por sí misma, un elemento patrimonial de primer orden. En este sentido, y con una visión global, podemos afirmar que estamos ante uno de los recintos abaluartados mejor conservados de Europa. Por todo ello, para el Ayuntamiento de Pamplona supone una gran noticia editar esta obra e incrementar la información existente sobre uno de los elementos patrimoniales más importantes de Navarra. En esta línea, es mi deseo que este título, así como el resto de iniciativas que se están desarrollando en torno a las murallas, como la apertura del Centro de Interpretación de las Fortificaciones en el Fortín de San Bartolomé, sean del agrado de los pamploneses, y sirvan para garantizar su promoción y su conocimiento, para que futuras generaciones, al igual que hemos hecho nosotros, tengan la opción de disfrutar de este conjunto defensivo. Enrique Maya ALCALDE DE PAMPLONA

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La vida en la plaza fuerte de Pamplona durante la Guerra de la Convención Luis Eduardo Oslé Guerendiáin [DOCTOR EN HISTORIA. CORONEL

DE INFANTERÍA]

La llamada Guerra de la Convención (1793-1795) tuvo su origen en la ejecución del rey Luis XVI por la Francia Revolucionaria en enero de 1793 que determinó la participación de España de Carlos IV junto a las principales monarquías europeas. El teatro de operaciones situó a Navarra en primera línea de combate y sufrió sus graves consecuencias. Comencemos por situarnos en la Ciudad de Pamplona al inicio de la guerra: recordemos que estaba considerada una plaza fuerte desde el siglo XVI e iba a verse muy comprometida en la guerra contra la Francia Revolucionaria(1). A lo largo de los años, los continuos proyectos y trabajos daban cuenta del interés por mantener la capacidad de defensa de sus murallas y de la Ciudadela, pero a pesar de estos esfuerzos, en el momento de la ruptura con Francia, no se encontraban en muy buen estado. En el juicio crítico sobre el valor militar de la Plaza de Pamplona emitido por aquellos años por “la brigada de oficiales Generales” se terminaba afirmando que, aunque tenía defectos en (1) Para la realización de este trabajo me he basado fundamentalmente en los Libros de Actas del Ayuntamiento de Pamplona, nº 56, 57, 58 y 59, y legajos de Guerra, 106, 133 (a y b), 159 (a), y 92, del Archivo Municipal de Pamplona, así como en mi tesis doctoral publicada por la UPNA y el Ministerio de Defensa en 2004, con el título de Navarra y sus Instituciones en la guerra de la Convención.

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sus fortificaciones, “desvanecidas éstas por obras, que oportunamente se hayan proyectado y hechas de difícil y larga expugnación, será una fuerte llave del Reino, un antemural de la frontera, que quite al enemigo la idea de penetrar en ella y un apoyo sólido y vigoroso para un ejército o cuerpo de tropas”. No obstante, un informe del ingeniero Cabrer, de 1787, dio cuenta de que había 47 cañones, siendo así que la Ciudadela debía tener por lo menos 126 y la plaza 104, es decir, 230. Incluso la guarnición permanente no sobrepasaba a tres compañías de tropas regladas del Regimiento de Inválidos “hábiles”, que no llegaban a 200 soldados. Desde que comenzaron los problemas con la Francia Revolucionaria, la Ciudad, con sus cerca de 15.000 habitantes, experimentó una importante concentración de tropas destinadas a la frontera, y muy pronto sus cuarteles quedaron abarrotados, ocasionando graves problemas sanitarios. En este sentido, el virrey, conde de Colomera, en el mes de octubre de 1792 solicitó al Ayuntamiento que autorizase el uso del Hospital General a los militares enfermos del Cuartel de Caballería, que hasta entonces servía de hospital provisional, y dos meses después, tras las obras necesarias, los soldados enfermos ocuparon sus estancias, lo que ciertamente comprometió el futuro de la asistencia sanitaria a la población civil. Al iniciarse el año de 1793 el Ayuntamiento vio aumentar las peticiones que le hacía el Virrey, que estaba desbordado por las necesidades del ejército. El convento de la Merced se acomodó para alojar tropas y el Ayuntamiento cedió la Casa Hospicio de los niños de la doctrina, que se ocupó el 19 de febrero para destinarla a hospital de sangre. Los niños y niñas que la habitaban fueron trasladados a la Casa de Misericordia. Como curiosidad, el Ayuntamiento, incluso, tuvo que entregar parte del tablazón de roble seco del cerramiento de la plaza de toros, para ponerlo en el suelo en el Palacio de Arazuri que había sido destinado para guardar los barriles de pólvora, y destinó también 732 tablas del mismo cerramiento para hacer camas para la tropa. El virrey de Navarra, conde de Colomera, se había ido a Madrid y el Regente, Antonio Villanueva Pacheco, encargado del despacho,

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hizo llegar al Ayuntamiento la orden del nuevo general del Ejército de Navarra, Ventura Caro, que decía que: “con el concurso de todos los pueblos de su Partido, diese todos los auxilios a la tropa y facilitase alojamientos y edificios para hospitales, almacenes de víveres y todo lo que fuera necesario”. Además, el día 6 de marzo los regidores pamploneses se reunieron en la sala de consultas para tratar de la Real Cédula en la que se ordenaba el alistamiento de voluntarios para aumentar el ejército real. La Diputación se había adelantado en el alistamiento de los navarros, no solo exigiendo razón o lista de las personas útiles para presentarse armados y de las armas de fuego y blancas que tuvieran, sino pidiendo también a las Justicias y a los Eclesiásticos que inflamasen los ánimos de los naturales a alistarse voluntarios en la tropa nacional y se esmerasen en la defensa. El Ayuntamiento disintió sobre la publicación de la Real Cédula y de su ejecución, apreciando en ella un ataque directo contra sus privilegios y regalías y al mismo tiempo estudió la carta de la Diputación referente al alistamiento general. A este respecto, los abogados informaron “que desde tiempo muy antiguo, siempre que el virrey había instado a los pamploneses a alistarse para defender su ciudad habían cumplido sus órdenes”. No obstante, el Ayuntamiento se vio obligado a obedecer la Real Cédula y convocó en su sala capitular a los párrocos y priores de vecindario, encargándoles que se pusieran a cumplir la orden exhortando a sus vecinos y mozos a emplearse voluntariamente a servir de soldados en el ejército. Se congregaron los regidores y los párrocos de San Nicolás y San Juan y los tenientes de los de San Cernin y San Lorenzo (sus titulares no pudieron asistir por estar indispuestos) y los diecinueve priores de Barrios, incluidos los dos de extramuros. No sabemos si animaron poco o mucho al vecindario, pero de

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Dos vistas de Pamplona de la epoca.

cualquier modo la respuesta de éste fue nula, ya que tan solo un vecino del barrio de Pellejerías, Antonio Gamio se presentó como voluntario por un año al ejército real. Para entonces la guerra ya era un hecho y los problemas iban en aumento; el Intendente ordenador del ejército embargaba carros y acémilas en Pamplona y se tuvo que reparar la tejería de la Cruz Negra para fabricar ladrillos y tejas para las obras y reparaciones de las fortificaciones de la plaza. Así las cosas y, a través del regente, el 1 de abril el mariscal de campo e ingeniero director (Segismundo Font) comunicó al Ayuntamiento que las unidades militares que guarnecían la plaza habían ido a la frontera por lo que no podía disponer de soldados para las obras de fortificación, y le solicitaba 300 hombres que debían presentarse en la Ciudadela para trabajar en dichas obras, pagándoles el jornal acostumbrado. El Ayuntamiento se negó a hacerlo por entender que a él no le correspondía dicho cometido. En medio de estas discusiones, el 3 de abril se conoció en la ciudad la declaración de guerra y sus autoridades, ante este hecho, cambiaron de actitud. En efecto, ese mismo día los regidores acordaron el alistamiento de sus vecinos y se procedió a hacer la lista de todas las personas de entre 18 y 60 años que estuviesen en Pamplona y fueran capaces de tomar las armas, tomándose nota de aquellas que cada uno tuviese. Se encargó de ello a los

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priores de barrios, con asistencia de sus mayorales y apoyados por los escribanos que se designase. La declaración de guerra puso sobre el tapete la necesidad de poner a punto su sistema defensivo y de acelerar los trabajos, lo que supuso otro esfuerzo más para los vecinos que debieron aportar caballerías, carros y sobre todo hombres. Los ingenieros militares decidieron terraplenar la explanada de la Ciudadela y fijaron la atención en los fortines de San Roque y Gonzaga especialmente. También se realizaron trabajos en el baluarte de San Bartolomé y la Taconera. El proyecto anterior de un fuerte de campaña en Mendillorri con campamento atrincherado no pasó de su fase de iniciación. El alistamiento se hizo por parroquias, y en resumen fue el siguiente: APTOS ESCOPETAS TRABUCOS

PISTOLAS

ESPADAS

13

13

23

57

8

12

37

3

1

---

117

15

46

235

23

---

---

18

62

200

11

3

1

San Cernin

526

San Lorenzo

758

San Nicolás

695 1.367

118

San Juan

69

SABLES BAYONETAS BROQUETES 61

10

3

Así pues, en total había 3.346 hombres aptos, 361 escopetas, 54 trabucos, 143 pistolas, 533 espadas, 47 sables, 7 bayonetas y 4 broquetes. Curiosamente, este alistamiento no se comunicó a la Diputación y el Ayuntamiento se resistió a hacerlo argumentando que sus vecinos, según el privilegio municipal, debían defender única y exclusivamente la ciudad. De igual manera, las necesidades de ejército en la frontera repercutían en la vida de los vecinos de Pamplona, cientos de ellos fueron impelidos a trabajar como peones para la fortificación, y otros obligados a aportar caballerías de carga para transportar víveres. Ante la gravedad de la situación, el Ayuntamiento cedió, advirtiendo que lo hacía sólo por esa vez, y ordenó a los portaleros que no permitieran salir de la ciudad las caballerías de sus vecinos. Qué duda cabe que estos hechos

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Izda. los puestos a guarnecer en la Plaza y Ciudadela (Actas del Ayuntamiento). A la dcha. calzado de los voluntarios navarros.

muestran a una ciudad agobiada por sus limitaciones ante la presencia masiva de militares en las fortificaciones que la rodeaban. Mientras esto sucedía en la ciudad, se desarrollaban las acciones ofensivas del ejército de la Monarquía, apoyado por los dos batallones de voluntarios navarros y paisanos de los valles fronterizos, en la campaña de la primavera de 1793, que tuvo por finalidad expulsar al enemigo de la frontera y hostigarlo para comprobar sus fuerzas que cada día se veían reforzadas peligrosamente. Como consecuencia de esas acciones, el 14 de noviembre desde Irún, el general Caro comunicó al Ayuntamiento que se veía obligado a destinar todas las tropas del ejército a la frontera. Pidió también que los vecinos de Pamplona contribuyesen a la seguridad y defensa de la Plaza y su Ciudadela, y que el Ayuntamiento se encargase de su guarnición, cubriendo todos los puestos que señalase el mariscal de campo José de Estachería, gobernador de esta plaza, con quien tendría que ponerse de acuerdo para que le facilitase armas y municiones. El Ayuntamiento contestó dos días después manifestando estar deseoso de mostrar su fidelidad al rey y nombrando al regidor Alejandro Dolorea para esa misión. El 17 de noviembre, se congregó el Ayuntamiento, en reunión extraordinaria; Dolorea expuso en ella que ese mismo día la guarnición que estaba de guardia tenía que ser relevada, por lo que la ciudad debía inmediatamente tomar las medidas para que sus vecinos se encargasen de las Guardias de la Plaza y

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Ciudadela y, puntualizó que de los puestos en los almacenes de pólvora de Euza y Arazuri se encargarían las compañías de Inválidos que existían en la Plaza y que le había entregado el detalle de los puestos que debían guarnecer, que era el siguiente: INDIVIDUOS DE TROPA QUE SE NECESITA PARA GUARNECER LOS PUESTOS DE ESTA PLAZA PUESTOS

OFICIALES

SARGENTOS

TAMBORES

SOLDADOS

TOTAL

Bibac

1

1

CABOS 1

1

12

16

Pta.San Nicolás

1

1

2

1

24

29

Pta. Taconera

1

1

2

1

20

25

Pta. Nueva

1

1

1

1

16

20

Pta. Rochapea

0

1

1

0

12

14

Pta. Francia

1

1

2

1

20

25

Pta. Tejería

1

1

2

1

16

21

(junto a la Merced)

0

1

1

0

16

18

Hospital (militar)

0

1

1

0

8

10

Palacio

0

0

1

0

4

5

0

0

1

0

1

2

Escolta presidiarios 0

0

3

0

12

15

Stª María Ciudadela 1

1

2

0

24

25

Bóveda

Hospital de Convalecencia

Guardia de Principal Ciudadela

1

3

1

40

46

91

Total

8

11

23

7

225

274

Inicialmente eran 228 hombres armados que la ciudad debía poner diariamente para el Servicio de Guardias, y como al día siguiente debían quedar guarnecidas, fueron citados los vecinos de los barrios de Bolserías, calle Mayor y de Pellejerías por sus priores para las 16,30 h. Se resolvió que mientras se diera forma al Tercio de Vecinos, los oficiales serían los que habían sido Regidores y estuviesen en actitud de prestar el servicio y después serían elegidos entre aquellos vecinos que se considerasen adecuados incluso para sargentos y cabos. Quedó reunido el consistorio hasta las dos de la noche trabajando para nombrar las guardias y hacer las listas de los que debían

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entrar en ellas. También se decidió que las guardias se montasen en la casa del Ayuntamiento cada día a las diez de la mañana y darle carácter militar al Tercio de Vecinos nombrando Maestre de Campo, Sargento Mayor, Capitanes, Oficiales y demás subalternos, y para Valle del Baztán, el 27 de julio de 1794 desempeñar mejor el servicio, (del Museo Vasco y de la Tradición de organizado por Compañías. Pero Bayona). además la guardia principal de la Ciudadela pasó a guarnecerla la ciudad, aumentado en un oficial, un sargento, tres cabos, un tambor y 40 soldados. Las faltas de asistencia a las guardias de ciertos vecinos, como los criados del Oidor de Real Consejo, y otros, así como la negativa de los Relatores y Secretarios del Real Consejo y los Escribanos Numerales de la Real Corte a hacer la guardia en calidad de oficiales… trajeron problemas entre instituciones: el Ayuntamiento, que no cedía y el Regente. Durante cerca de 10 meses, la Ciudad, no sin grandes dificultades, prestó el servicio de guardias con una estructura basada en 30 compañías y nombró todos los mandos, la mayoría de los cuales pertenecían a familias de título o de renombre por sus actividades comerciales. Así se nombraron como Maestre de Campo al Marqués de Besolla, como sargento mayor al conde de Guendulain, y como capitanes al conde de Agramonte, Antonio María Sarasa, Máximo de Echalaz, Juan Antonio Irigoyen, Joaquín María de Mencos y Eslaba, Fausto de Elío y Aguirre, Julián María de Ozcáriz, Miguel José Balanza y Castejón, Juan Agustín de Monzón, Manuel Ángel de Vidarte y Solchaga, Javier de Vidarte y Mendinueta, Joaquín de Sagardiburu, José de Zaro, Manuel Ochotorena, Ramón Ignacio de Esaín, José Carasa, Miguel Garde, Vicente de Zuza y Eleta, José Antonio Berrueta, Juan Prudencio de Indaixo, Fermín de Segardiburu, Luis Jerónimo de Muez, Isidro Ferrer, Pedro Joaquín de Escudero, Juan Hernández, Manuel de Zaro, Pedro Armendáriz, José Jerónimo de Elso,

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Manuel Ramón García Herreros y Vicente Barbería. Estos nombramientos se comunicaron al comandante general interino José de Estachería, gobernador de la Plaza, notificándole al mismo tiempo las preeminencias que correspondían al Maestre de Campo del Tercio, entre las que estaba el recibir el Santo y Seña de cada día de boca del Virrey. El Consistorio mantuvo una postura más rígida en sus determinaciones sobre el servicio de guardia que la propia Diputación en los alistamientos. También fue muy firme en la defensa de sus leyes y privilegios, aunque esta postura le acarreó graves problemas, incluso pretendió que no hubiera ninguna inspección por los oficiales del Estado Mayor de la Plaza, cosa que no consintió el Rey, aunque condescendió a que se recibiese “a boca el Santo y Seña del Virrey”. Ante las continuas faltas de ciertos funcionarios a las guardias, el Ayuntamiento, tras largas sesiones, confeccionó una lista de exenciones pero, salvo dichos casos, el resto de pamploneses entre 18 y 60 años estaban obligados a hacer el servicio. Se permitió también la posibilidad de enviar un sustituto, si así lo aprobasen los priores de barrio. Pero esta facultad la tendrían los oficiales sólo en caso de urgencia. El Ayuntamiento hizo público por Bando el reglamento de exenciones, pero, aún así, todavía se produjeron muchos desacuerdos en su aplicación. También tuvo que enfrentarse a un buen número de solicitudes de vecinos que pedían que se les exonerase de hacer el servicio de guardias alegando un sinfín de motivos. Dichos recursos fueron cerca de 400, de los que el 10% correspondían a personas con más de 60 años, el 28% a otras que alegaban enfermedad, el 30% a las que pedían que se les pasase de la lista de sargentos o de oficiales, a la de soldados, para poder poner sustitutos. El resto, un 32%, se presentaron por motivos diversos: ausentes sirviendo en la frontera, empleados en distintos oficios o trabajos que eran imprescindibles, voluntarios en los dos Batallones organizados por la Diputación para colaborar con las tropas reales. De su lectura se deduce que el Ayuntamiento estuvo muy firme en que, se hicieran las guardias por todos aquellos que debían hacerlas, que procuró que nadie se librase sin motivo justificado y que, en los casos de sustitución, fue muy exigente con las alegaciones que debían ir acompañadas

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St. Jean de Luz General Muller Urrugne Gral. Fregeville Hendaya St. Pée Cambo Bouquest Ascain Espelette Bariatou Solinsont Irún Gral. Dagobert Pasajes Delaborde La Rhune Sare Ainhoa Pinet San Sebastián Oyarzun Ibardin General Moncey Montes de Haya Bera Hernani Urdax Harispe Zugarramurdi Lesaka Pto. de Etxalar Maya Pto. de Iparla Fuenterrabía

Maya Errazu

Goizueta

Pto. Izpegui St. Etienne de Baigorry Diagonel Banca

Elizondo Pto. Berderitz

Tolosa Santesteban

Irurita

Alduides

St. Jean de Pied de Port

Arneguy Valcarlos

Lefranc Urepel

Castillo Pignon Urkulu

Pto. Velate Arquisun Lekunberri

Campaña de primavera-verano de 1794. La invasión del Baztán.

con las certificaciones correspondientes, aplicando multas a aquellos que no asistían a las guardias. Este servicio costó a las arcas del Ayuntamiento 8.000 pesos. La Campaña de primavera de 1794 aparecía con malos augurios: por un lado, llegaba desde la frontera un número cada vez mayor de soldados enfermos y el consistorio se quejaba de que dicha afluencia no se repartiera entre otros lugares y que sí se hiciera sobre “una población murada, cuya conservación y la de su vecindario es tan interesante al Rey”; por otro, llegaban noticias preocupantes de que los franceses se preparaban para la invasión. Ello hizo necesaria la Convocatoria de los Tres Estados a Cortes Generales para el 11 de Mayo, ya que la situación bélica exigía tomar decisiones muy importantes, y la Diputación no tenía atribuciones para hacerlas frente. La invasión parecía inminente y era necesario el aumento del esfuerzo bélico de los navarros. El 31 de mayo el consistorio, consciente de la gravedad de la situación, acordó que “por la felicidad de las armas de España contra los enemigos de la Francia

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y por la serenidad y templanza del tiempo, y que calmen los recios nortes que hacen muchos días corren, con sumo sentimiento de los frutos del campo, se celebrase nueve misas cantadas al Patrono San Fermín”. Por estas fechas, se guardaron en la ciudadela 2.600 quintales de pólvora, causando gran preocupación entre los vecinos, aumentada por la instalación de un pararrayos en la ciudadela, de cuya utilidad desconfiaban. Los mismos diputados y regidores se hicieron eco del ambiente de la calle y lo expusieron en un memorial que causó cierto sonrojo entre los técnicos civiles y militares. En la frontera y después de organizar y reforzar su ejército, los franceses iniciaron la campaña de verano de 1794 apoderándose de los puestos fronterizos. Ante ello, el día 9 de junio el Ayuntamiento decidió que, de acuerdo con el obispo, se hiciera una “procesión general a las cuatro de la tarde con el glorioso patrón San Fermín para que por su poderosa intervención se consiga, si conviene, la felicidad de nuestras armas sobre los enemigos”. Los franceses concentraron en la frontera una fuerza muy superior a la española, a pesar de haberse reforzado ésta con miles de navarros llamados a fuero, y se produjo la ruptura del frente y la consiguiente invasión, con la pérdida del valle del Baztán en los días finales de julio. Fue entonces cuando las Cortes decidieron completar los dos batallones de voluntarios navarros y levantar 2.000 hombres de servicio permanente durante el conflicto, organizados en batallones, en lugar de los que servían temporalmente que por carecer de instrucción eran poco útiles. De todos modos las noticias que llegaban eran peores cada día. Cuando el 2 de agosto se conoció la toma de Irún por los franceses se resolvió nombrar una Junta de Guerra para atender a la defensa de la Capital y de todo el reino con todas las facultades para tomar las medidas necesarias para la guerra y, asimismo se pidieron al Rey más auxilios militares. Se realizó otro nuevo alistamiento donde deberían entrar los domiciliados y habitantes de Pamplona. El virrey Colomera fue nombrado general en jefe de las tropas navarras y del frente occidental ante la dimisión del general Ventura Caro.

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La convulsión en el pueblo navarro fue enorme y el propio obispo de la diócesis de Pamplona, Esteban Antonio Aguado y Rojas, dirigió una proclama a sus sacerdotes, clérigos y estudiantes para enardecerlos a tomar parte en la guerra, unos con las armas en la mano y otros como capellanes. El cabildo hizo la oferta de Las miserias de la guerra (Alejandro Ferrant). la mitad de su plata, unas 20 robadas y, el arcediano de la tabla, Xavier de Úriz, de ochocientos pesos y alhajas. Las rogativas y procesiones de los patronos se hicieron muy frecuentes. La situación llegó a ser tan apurada que se produjeron emigraciones a otras regiones de España ante la incapacidad de Pamplona para absorber a todos cuantos habían huido de las zonas ocupadas. El propio Ayuntamiento estaba muy preocupado con la limpieza de la ciudad, exigiendo a los vecinos y a las tropas acuarteladas, medidas especiales sobre las basuras. Las viviendas estaban abarrotadas, los tres hospitales del ejército y el Hospital General saturados con muchos enfermos con “fiebres pútridas” (tifus) que desde hacía casi un año se encontraba presente en muchos. Había escasez de alimentos y sus precios eran muy elevados. El consistorio estaba exhausto pues, además de atender a los gastos de las guardias para la defensa de su ciudad había tenido que acumular provisiones para el caso de asedio, había entregado edificios para guardar cartuchos, o ser utilizados como almacenes de pólvora, y hasta había tenido que ampliar el cementerio por el alto número de fallecimientos. La derrota del ejército en la operación del verano de 1794 y la consiguiente retirada a la segunda línea de defensa “Lecumberri-Velate” llenó de angustia a los navarros. La turbación era tan patente que el propio cabildo de la catedral invitó a los pamploneses a “una rogación a María Santísima del Sagrario” con ocho días de misa y una procesión con la Virgen. Muchos vecinos habían emprendido la marcha a lugares más seguros al extenderse la idea de que

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Pamplona iba a ser sitiada por los franceses. Como se ha dicho, el 4 de agosto las Cortes decidieron hacer un alistamiento general de los solteros y viudos sin hijos, mayores de 18 años con la finalidad de reorganizar los dos batallones de voluntarios y crear otros cinco. La circular, una vez recibida en el Ayuntamiento de Pamplona, fue leída ante los regidores que la consideraron muy grave y transcendente, por lo que se llamó a los consultores y tras dar su opinión, el Ayuntamiento respondió a las Cortes en una escueta nota en la que señalaba que “se había instruido de los libros y documentos que obraban en su Archivo y por lo que de ellos resulta, no tengo arbitrio para condescender con lo que VSI me pide, sin faltar gravemente a los privilegios, usos y costumbres, que tengo jurados, cuya observancia la testifican aquellos”. Con esta resolución el Ayuntamiento se enfrentó a las Cortes y al propio Virrey durante mucho tiempo. En realidad, la contribución que se pedía se limitaba a que 104 vecinos de Pamplona debían presentarse para completar los batallones y al envío del alistamiento de los mozos y viudos sin hijos. El contencioso duró casi diez meses. La persistencia del consistorio llegó a tal extremo, que incluso dio largas a las precisas órdenes que el propio Virrey le envió el 2 de enero de 1795. Ello exasperó a las Cortes que enviaron al propio Rey una representación. El Ayuntamiento empleó toda clase de pretextos legales, demorando los trámites, aprovechando incluso la marcha del virrey Colomera, ya que no se nombró nuevo virrey al Príncipe Castelfranco hasta primeros de mayo de 1795. A pesar de que el nuevo representante real ordenó de inmediato la entrega del contingente en un plazo de cuatro días, el Consistorio, alegando el estudio de las solicitudes de exención y dificultades en el sorteo, retrasó su decisión hasta el 26 de mayo, quejándose de la presión de las Cortes e incluso elevando una nueva representación al Rey por medio del virrey justificando su actitud. Aunque formalmente cumplió al fin las órdenes de alistamiento, buscó por todos los medios librar de él al mayor número posible de sus vecinos, de tal modo que, una vez realizada la medición, el reconocimiento y las alegaciones, de un total de 1.516 alistados sólo se considero útiles a un 15%, ya que un 35% resultaron cortos de estatura, un 30% exentos, un 10% de ausentes y otro 10% eran enfermos, inútiles o habían fallecido. Los sustitutos

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fueron el 5% de los útiles. En consecuencia, a finales del mes de junio de 1795 aún faltaban de presentarse unos 24 que habían expuesto diversas alegaciones todavía por resolver. Pero volvamos al verano de 1794, cuando con fecha de 11 de agosto el Consistorio recibió la orden de cesar en el servicio de guardias de la ciudad y de que dicho servicio pasase a depender de los cuerpos de Veteranos y Provinciales que se hallasen en Pamplona. A pesar de ella, sintió un gran desasosiego al ver muy posible el sitio de la Plaza en un futuro más o menos inmediato, alarmado porque la propia Junta de Guerra le pidió que le informase de los auxilios que necesitase y le instó a que se aprovisionase urgentemente. El Ayuntamiento le informó que la disposición de “abastos y provisiones” se reducía a “276 fardos de abadejo, sebo para hacer velas 350 arrobas (4687 Kgs.), de tocino 31.248 Kgs. 9.079 carneros y 445 bueyes, de aceite 12.865 l, grasa de ballena 4.464 Kgs, de vino pequeño en las tabernas 74.151 litros, y de grande 3.331, en el valle de Ilzarbe 22.278 litros. Trigo y harina 880.000 Kgs…”. Ante esta respuesta del Ayuntamiento, el gobernador de la plaza y la Junta de Guerra quedaron preocupados por la escasez de provisiones, y aunque reconocían la falta de datos para calcular lo que se necesitaba, insistieron en que las autoridades municipales acopiasen legumbres, sal, especias, vinagre, aguardiente, queso y mantas, y respecto a la leña y el carbón que buscasen soluciones… La respuesta inmediata del consistorio fue que “el Intendente de guerra se encargase pues se carecía de caudales”. Por igual motivo, el 27 de agosto de 1794 las Cortes decidieron hacer una “Derrama” de 200.000 pesos entre todos los navarros con objeto de captar dinero para atender a los gastos de los batallones y otras necesidades con ocasión de la guerra, asignando 30.000 pesos entre los comerciantes y el resto, 170.000, entre todas las ciudades, valles y pueblos a excepción de los ocupados por los franceses. A Pamplona le correspondió 98.112 pesos. Entre los 458 comerciantes reseñados, 138 eran de Pamplona y se recaudaron 30.772 pesos. Del resto de la derrama se tardarían años en darla por concluida por lo complicado del reparto, las continuas protestas y alegaciones de los pueblos y las circunstancias bélicas.

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Irún San Sebastián

Oyarzun Gral Pinet 16/10

Bera

Andoain Gral Mauco Gral Fregeville St. Jean de Pied de Port

Goizueta Zubieta

Gral Delaborde Elizondo

St. Etienne de Baigorry

Tolosa Santesteban

16/10

Arneguy Valcarlos

15/10

Gorriti Eugui Lekunberri 18/10

Roncesvalles

16/10 Guelbenzu 17/10

Latasa

Viscarret Burguete Mezquíriz

Aróstegui Irurzun

Villanueva

Zubiri

Ostiz

Gral Urrutia

Orbaiceta 17/10 Aribe

Olagüe

Alaiz

Larrasoaña Abaurrea Gral Duque de Osuna

Sorauren Gral Horcasim Pamplona

Aoiz

Campaña de otoño de 1794.Operación Roncesvalles.

No quedaba otra alternativa que la mirada al cielo: el Ayuntamiento volvió a tomar parte en las frecuentes rogativas públicas pidiendo auxilio divino, se suspendieron los festejos populares, cosa que ya se había hecho en las fiestas de San Fermín, en las que también se habían suprimido los toros. Llegados a la Campaña de Otoño de 1794, se produjo la segunda fase de la invasión de Navarra, con la operación francesa sobre Roncesvalles, Irurzun, y Olagüe, que consiguió cerrar su frente sobre Pamplona. Ambos ejércitos contendientes estaban agotados; a pesar de ello, a mediados de noviembre los franceses intentaron acercarse a la capital navarra mediante unas acciones ofensivas sobre la posición de Huarte, pero fueron repelidos. Ante la proximidad del enemigo, Pamplona se estremeció y vio inmediato el asedio, por lo que su Ayuntamiento impulsó las medidas a tomar ante la extrema situación.

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St. Jean de Luz Fuenterrabía

Hendaya

Irún San Marcial Zarauz

Zumaya

Orio

San Sebastián

Astigarraga Ibarrieta Gral Laroche 1ª División

Hernani

Cestona

Sare

Oyarzun

Andoain

Bera

Urnieta Gral Moncey 3ª División

Gral Marbot Delaborde 4ª División

Villabona Gral Fregeville 2ª División

Azpeitia Azcoitia

Tolosa Santesteban

Elizondo Pto. Berderitz

Errezil

Alduides

Albiztur Pto Bidania Zumárraga

Alegría de Oria

Pto. Velate Lekunberri

Para solucionar el grave problema de abastecimientos y dado el volumen de gasto que suponía la compra de víveres, el Ayuntamiento decidió pedir dinero prestado a los comerciantes y personas acaudaladas: 50.000 pesos al 4%. Con este objeto se escribieron cartas de las que sólo un 60% tuvo respuesta positiva y el Ayuntamiento instó al Real Consejo a que abriese expediente para obligar a los que no respondieron a adelantar sus cuotas. La respuesta apenas tuvo éxito y a mediados de diciembre el Ayuntamiento se quejó amargamente de la situación en los siguientes términos: “estoy viendo con el mayor dolor burladas mis fatigas y esperanzas porque no hallo quién lo quiera dar a censo o por otra vía, ni han bastado los oficios activos y amorosos que tengo dirigidos a estos ciudadanos, creyendo hubieran acreditado su patriotismo, porque, si bien algunos han respondido, muchos, de los más acaudalados se han ausentado con sus tesoros, y aunque he recurrido al Intendente del Ejército para que me alargue hasta 100.000 pesos, excitando al mismo tiempo la protección del Virrey, tampoco ha surtido efecto, ni el Reino ha contestado dos oficios pidiéndole 60.000 pesos”.

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Pto. Izpeg St. de


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to. Izpegui St. Etienne de Baigorry

s

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St. Jean de Pied de Port

St Michel Gral Mauco 5ª División

Orbaiceta

Cuarteles de invierno del ejército francés 1794-1795.

Otro de los asuntos que tuvo que afrontar fue el de tomar medidas para que los vecinos de los barrios extramurales de San Juan de la Cadena, Rochapea, Magdalena y los conventos religiosos de las cercanías, desalojasen sus respectivos edificios por temor a un sitio o bloqueo de la Plaza tal como había ordenado el Virrey el 21 de octubre. El Ayuntamiento informó al virrey de que las religiosas de San Pedro y Santa Engracia, que eran las únicas situadas fuera de las murallas se habían alojado ya dentro en los conventos de Agustinas Recoletas y casa de Beatas Dominicas y que sólo quedaban por desalojar a los Trinitarios Descalzos Capuchinos. En cuanto a los habitantes de los barrios de Magdalena, Juslarocha y San Juan de la Cadena, ordenó a sus Priores que debían estar preparados para el desalojo de sus casas. Las sucesivas llegadas de tropas que desde la frontera se habían replegado sobre Pamplona, exigieron tomar decisiones muy comprometidas, pues se tuvo que conceder permiso para que se establecieran órganos logísticos militares en casas abandonadas de la ciudad que sirvieran de cuartel de tropas, como el convento de los Agustinos Recoletos. Así se hizo con la casa

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de Vidarte, ausente de la ciudad, que se cedió para almacenes de carne con la condición de que se dejase el piso superior para oficinas del representante de la familia; también fueron cedidas las casas del duque de Frisas y de Jerónimo de Elso, que estaban asimismo ausentes. Las unidades militares y los refugiados que llegaban a Pamplona saturaron la ciudad creando gravísimos problemas de higiene pública, agudizada por el brote epidémico de tifus. El Ayuntamiento ordenó a sus vecinos limpiar sus calles y que se sacaran los animales muertos fuera de la ciudad bajo multa de dos ducados. El Hospital General se llenó de paisanos enfermos y hubo gran cantidad de fallecimientos. Hubo que atender también otras peticiones, como vasijas para guardar 1.900 quintales de aceite, según solicitara el Intendente. El propio Virrey pidió que los maestros alarifes (maestros de obras) hicieran un reconocimiento exacto de las casas para saber si podrían resistir el “estremecimiento de la artillería” para, en su caso, apuntalarlas o recomponerlas. Asimismo, al Ayuntamiento se le solicitaron bodegas y molinos, y tuvo que establecer normas severas de limpieza del estiércol de las calles por el exceso de carruajes y caballerías que circulaban, además de reparar los daños que éstos hacían sobre el empedrado. La demanda de carruajes y caballerías de monta, con ocasión de la salida de sus vecinos en busca de lugares más seguros, llegó a tal extremo que el precio exigido por los carruajeros y conductores se desorbitó y tras consultar al Ayuntamiento, el real Consejo tuvo que intervenir para imponer límites a dichos precios que se habían triplicado en muchos casos. Pero, el mal tiempo fue el mejor aliado de los navarros: los caminos se hicieron día a día impracticables, los transportes muy dificultosos y los soldados franceses extenuados por la falta frecuente de alimentos, muchos de ellos semidesnudos y en estado miserable iban en montón a los hospitales, pues fueron víctimas de la terrible epidemia de tifus y padecieron no pocas deserciones. Su general en jefe Moncey pensó inteligentemente en cómo salvar sus tropas y colocó sus cuarteles de invierno en posiciones

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TOLOSA Morand Merle Willot

Elizondo Zubieta Santesteban Diagonet Leiza Saldías Donamaría Ezcurra Labayen Gorriti

Areso

Azcárate Betelu Azpíroz

Huici Beruete

Pto. Velate

LEKUNBERRI Arruiz Alli Astiz Odériz Madoz

Latasa

IRURZUN

Alsasua

Erratzu Collado Ollaregui

Osquía

Aizcorbe Gulina Sarasate

Atondo Lizarbe Anoz

Erice Berrioplano PAMPLONA

Acción ofensiva francesa para apoderarse de Pamplona (22 de julio de 1795).

perfectamente comunicadas entre sí y con su retaguardia, y el 29 de noviembre evacuó gran parte de Navarra. Pamplona pudo respirar, viendo cómo se alejaba temporalmente el peligro de ser sitiada. El invierno paralizó las operaciones y ambos contendientes lo aprovecharon para recuperar a sus tropas y reforzarlas. Las francesas habían quedado muy disminuidas con cerca de 10.000 bajas, por lo que el general Moncey tuvo que esperar refuerzos, pero no abandonó la idea de sitiar Pamplona, encargando al coronel Marescot (distinguido en la conquista de Maëstrich) tal misión, mientras se acumulaban materiales de sitio y puentes en Bayona. Las españolas, en territorio propio, sufrieron en menor medida los efectos del tifus y se dispusieron a defender la plaza fuerte de Pamplona. Hasta la primavera de 1795 los franceses no reanudaron la ofensiva, y ésta comenzó en el frente de Vizcaya. También realizaron acciones ofensivas de tanteo en Navarra y establecieron campamentos en Donamaría y Gaztelu. Por

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aquel entonces, las tropas contendientes abrigaban esperanzas de una paz próxima por los rumores que llegaban de unos encuentros entre enviados especiales de ambos bandos. A pesar de ello, la guerra continuaba y las Cortes y el Ayuntamiento tuvieron que resolver otros asuntos, como fue el aporte de personas y medios para las importantes obras de fortificación de la Plaza que apremiaban ante el inminente peligro de ser sitiada. El brigadier Masdeu era el responsable de las obras de fortificación y se quejaba de la falta de operarios (peones, carpinteros, canteros y albañiles), acémilas y carros, y las Cortes tuvieron que establecer el servicio de fortificación con otro alistamiento que se encomendó a las justicias. Hubo frecuentes incidentes ante el abandono del tajo pues no se les pagaba diariamente el jornal. Masdeu se comprometió a solucionarlo, pero se quejó de que se debían tomar medidas para que asistieran los peones pedidos “ya que las Cortes deberían ser las más interesadas, junto al Ayuntamiento de la ciudad, en poner en el mejor estado posible su defensa”. La respuesta disgustó a ambas instituciones que ya aportaban 500 hombres diarios en dichos trabajos y exigieron el pago de los jornales. Como asistían también peones de los pueblos cercanos se tuvo que acomodar como dormitorio la iglesia que “fue de los exjesuitas”, a cuyo efecto hubo que desocuparla y se nombraron algunos peones para que cuidasen el edificio y que no se cometiesen excesos en los efectos que había en él. Otro asunto de gran preocupación fue el promovido por los memoriales enviados por los propietarios de las casas, conventos y oficinas públicas situadas en los arrabales de Juslarrocha y Magdalena de Pamplona que temían su demolición para preparar la defensa de la plaza evitando que el enemigo pudiera aprovecharse de lugares a cubierto. En la sesión del 20 abril las Cortes acordaron pedir al virrey Castelfranco que suspendiese la demolición hasta que el rey contestase a la representación que el Ayuntamiento de Pamplona había elevado en ese sentido. El 11 de mayo, el virrey manifestó que el rey no había condescendido a la petición de Pamplona y que le ordenaba la inmediata ejecución de las demoliciones, por lo que pedía su colaboración para que se convenciera a sus

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vecinos e interesados de los edificios de extramuros de Pamplona de la necesidad de cumplir las órdenes. Las Cortes pidieron al Virrey que, al menos se comenzase por aquellos edificios que verdaderamente ponían en riesgo la seguridad de la plaza y aquél accedió, ordenando a los ingenieros militares un estudio minucioso de los edificios que deberán ser derribados. No obstante, las Cortes elevaron una nueva representación al rey intentando convencerle de que dichos ingenieros militares realizaran un nuevo estudio y, de esa forma, demorar las demoliciones. En ella se expuso, entre otras cosas, que suponía la ruina de edificios en los que habitaban unas 1.200 personas, además de los lavaderos de lanas y fábricas de papel que eran del Hospital General y, que por tanto, dependían para su sustento. Alegaban, además, que los ingenieros no tenían claro la necesidad de la demolición, pues muchos edificios podían ser compatibles con las obras de fortificación y que los escombros podrían ser aprovechados por el enemigo para parapetarse en ello, ya que no habría suficientes obreros para retirarlos. Terminaba solicitando un nuevo examen de los ingenieros militares. Pero todo fue inútil, los barrios extramuros fueron asolados y la propia basílica medieval de San Juan de la Cadena fue derribada. La campaña de verano de 1795 se caracterizó por las diversas operaciones francesas para apoderarse de Pamplona. Aunque las noticias sobre la firma de la paz eran cada vez más esperanzadoras, las Cortes de Navarra, temiendo el repliegue de las tropas a la línea del Ebro, efectuaron la llamada general al “Apellido” a todos los navarros. El virrey, sin embargo, ordenó poner a Pamplona en estado de guerra, e instó al Ayuntamiento a que sacase los documentos que creyese pudieran tener importancia y avisase a las comunidades eclesiásticas para que hicieran lo mismo y proveyese lo necesario para la subsistencia del vecindario y de las tropas. No se disponen de los autos correspondientes de las sesiones del Ayuntamiento por aquellas fechas, pero sabemos que el consistorio contestó al virrey el 8 de julio que haría cuanto se le ordenara e informó de los víveres que tenía. El virrey advirtió a las Cortes que los franceses podrían atacar la ciudad, si no en forma de sitio, al menos con partidas que interrumpiesen las

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comunicaciones y los suministros, alarmando al vecindario a todas horas. Y, como el peligro era inminente, les ordenaba que “sin pérdida de tiempo pusiera la plaza en estado militar, haciéndola evacuar de la gente y efectos inútiles. Teniéndolo todo pronto para salir de esa capital en el momento que vean por sí el peligro, porque en lo vivo de las acciones que suelen acarrear estas desgracias, no tendré yo tiempo, ni lo dan ellas, para escribir oficios”. Cada día, pues, se aceleraban los acontecimientos. El día 10 de julio, el comandante militar de la plaza, Domingo Izquierdo, concertó una reunión con una comisión del Ayuntamiento para tratar de las medidas a tomar y el 12 avisó al cabildo de la Catedral, a las de las cuatro parroquias y a los prelados de los siete conventos de religiosos (Santo Domingo, el Carmen, San Francisco, San Agustín, La Merced, Descalzos y Capuchinos) para que sacasen los documentos importantes. El virrey desde su cuartel general en Berrioplano el 19 de julio ordenó poner a la plaza en riguroso estado de guerra y hacer salir ese mismo día a todos los que no sirvieran a la defensa. Ante la dramática situación, el Ayuntamiento acogió bien la llamada al Apellido que el día 31 hizo pública a son de clarines y timbales. Cumplió la orden del levantamiento y presentó un listado de 2.405 hombres útiles, que no llegaron a movilizarse porque pronto se expandieron las noticias de que se había firmado la paz. Fue el 9 de septiembre cuando se recibieron los ejemplares impresos del tratado de Paz con Francia, y en las Cortes se pensó celebrarla con dos corridas de toros, pero fueron persuadidas por el Ayuntamiento de los muchos inconvenientes que suponía organizarlas por la falta de materiales y los perjuicios que podrían resultar entre paisanos y militares, por lo que acordaron suspenderlas y limitar la celebración al día 26 de septiembre con sendas funciones religiosas de acción de gracias por la paz a los santos patronos, en Pamplona, Tudela y las demás parroquias de Navarra. La falta de recursos, la necesidad de normalizar la vida del reino y la miseria en que habían quedado muchos pueblos, habían desanimado a las Cortes y al Ayuntamiento a festejar

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la paz; las necesidades de los navarros para que pudieran sembrar sus campos, reconstruir sus casas eran enormes y las Cortes se veían impotentes para afrontarlas. Pamplona, sufrió, como hemos visto, una verdadera conmoción en su vida cotidiana durante el periodo de esta guerra y sus secuelas tardaron mucho tiempo en curarse por la turbulenta historia del siglo XIX.

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Relación entre la muralla medieval y la moderna en la fortificación de Ciudadela en Menorca según un plano del siglo XVIII (Valladolid. Archivo General de Simancas MPyD XXVI-112).


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La huella de la muralla en la ciudad Fernando Cobos Guerra [ARQUITECTO]

Aunque en Europa casi todas la ciudades tuvieron muralla (el concepto de ciudad antigua va ligado directamente al concepto de ciudad amurallada), no todas la muralla han dejado la misma huella en el territorio, en la ciudad y en sus habitantes. Si quisiéramos establecer una graduación de menor a mayor de la importancia y perduración de esta huella, empezaríamos en la ciudad amurallada medieval, pasaríamos la ciudad amurallada renacentista y moderna, con muchas más solicitaciones a la ciudad y a sus habitantes, y llegaríamos finalmente a la ciudad amurallada renacentista y moderna de frontera. Es en las fronteras donde este híbrido de ciudad civil y militar ha perdurado más tiempo, donde la relación entre forma urbana y uso ha estado más condicionada y donde los sentimientos de amor–odio de los ciudadanos hacia su muralla son más intensos. La vida en las ciudades de frontera, o más bien, la huella que perdura en un tiempo en el que ese concepto de frontera se ha diluido por razones políticas o tecnológicas, es el tema de esta conferencia y para ello repasaremos los casos de algunas ciudades fronterizas dentro y fuera de España.

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Las necesidades de la nueva fortificación(1) La adaptación a la artillería de las fortificaciones medievales supuso una transformación radical de estás. Inicialmente supuso el reforzamiento de las murallas medievales para hacerlas más resistentes al fuego enemigo y para habilitar plataformas para situar los cañones, pero llegó un momento en que las necesidades de espacio y las acciones constructivas de las nuevas murallas sobrepasaron en mucho las estructuras conocidas hasta entonces en las ciudades y villas medievales. Normalmente se construyeron las nuevas fortificaciones por fuera de las murallas medievales, para no derribar el caserío, pero a veces existían problemas importantes de relación con la ciudad medieval cuyo irregular borde era necesario rectificar. Para evitar esto que no resolvía el regruesar las murallas por el exterior, se optaba por construirlas bastantes metros por fuera de la vieja muralla de forma que se va dejando un espacio intermedio tal como ocurrió en Fuenterrabía, en Ibiza, en Ciudadela de Menorca y también, en alguna medida en Pamplona. Otra causa por la que la fortificación tuvo que experimentar un cambio sustancial está en la condición de la fortificación moderna que obliga a que las cortinas y los baluartes se cubran por el fuego del baluarte opuesto. Esta necesidad de cruzar fuegos, con trayectorias rectilíneas, y de mantener por tanto un espacio, despejado y alineado, de grandes dimensiones, entre el punto desde donde se produce el fuego y el punto que queda cubierto por este fuego significó la necesidad de tener un gran espacio exterior perfectamente controlado y geometría definido y acotado y por supuesto libre de edificaciones lo que condicionaría definitivamente el crecimiento urbano de los siglos posteriores.

(1) Sobre los condicionantes técnicos de la fortificación abaluartada ver “La formulación de los principios de la fortificación abaluartada: de la "Apología" de Escrivá (1538) al ‘Tratado’ de Rojas (1598)“, de F. COBOS, en M. SILVA (coord.) Técnica e ingeniería en España. I. El renacimiento (Zaragoza, 2004), y “La fortificación española en los siglos XVII y XVIII: Vauban sin Vauban y contra Vauban”, de F. COBOS, en M. SILVA (ed.) Técnica e ingeniería en España II : el siglo de las luces (Zaragoza, 2005), págs. 469-519.

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Dos frentes de la muralla de Ferrara, uno con la fortificación antigua y otro fortificado a la moderna con cortinas articuladas en espiga. FRANCISCO DE HOLANDA, “Album dos Desenhos das Antigualhas hacia 1538”, Biblioteca del Escorial (Madrid).

Un tercer aspecto también muy relevante fue la necesidad de buscar formas regulares generada a partir del cálculo matemático de las trazas de la fortificación. Condicionar una fortificación a un polígono regular normalmente exigirá más espacio alrededor de las ciudades medievales y esta geométrización o regularización de la traza normalmente se consiguió haciendo las trazas con los desarrollos mucho más grandes que las murallas medievales contenidas aunque a veces esta decisión también significaba la destrucción de barrios exteriores y arrabales o monasterios extramuros muy frecuentes en la ciudad medieval. La última vuelta de tuerca surge en la segunda mitad del XVII y todo el XVIII con la construcción de las obras exteriores y la ocupación y geometrización de extensiones enormes del campo circundante. Esta defensa en profundidad con la empalizada primera, el glacis, el camino cubierto, el fosos de obras

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Traza de una fortificación a partir del ángulo central del polígono Juan de SANTANS Y TAPIA “Tratado de fortificacion militar destos tiempos breve e intelegible puesto en uso en estos estados de Flandes” (Bruselas, 1644).

avanzadas como hornabeques o contraguardias, luego estas mismas piezas, los fosos de revellines y medias lunas y, tras éstas, los fosos principales de cortinas o baluartes más el grosor de éstos, ocupa una superficie cada vez mayor. El resultado fue que mientras la muralla medieval con sus fosos podía medir 15 metros de ancho (el ancho de su huella), la renacentista rondaba los 50 y la dieciochesca superaba con creces los 200. Las ciudades fortificadas de la frontera y los sistemas fortificados fronterizos La huella de las muralla en las ciudades de frontera fue más intensa no sólo porque estuvieron más tiempo en servicio y la mayor parte perduraron mucho más que las murallas del interior de los países, sino porque la propia condición de frontera transformó radicalmente la percepción de la condición de la ciudad amurallada y sus habitantes. Ya no era una ciudad que se fortificaba para defenderse, era una ciudad que se fortificaba para defender la frontera y esta razón de Estado era mucho más importante que las razones de los propios habitantes de la ciudad, que la propia idea de ciudad. La huella es por tanto social, como ya veremos pero también física pues algunas ciudades se crearon, se transformaron o se cambiaron de lugar al servicio de la estrategia de defensa de un país o un territorio. No es lo mismo una frontera existente desde antiguo

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con ciudades preexistentes que una frontera nueva sobre ciudades preexistentes o que una frontera nueva con ciudades nuevas, como el caso de Neuf Brisach en la Alsacia, donde la huella de la muralla en la ciudad es la totalidad de la ciudad militar así creada. Pero incluso en fronteras muy antiguas la trasformación urbana y social de la fortificación puede ser más intensa y así sucede en los casos de la Frontera de Portugal con Castilla o en otro más disperso pero no menos intenso como la frontera marítima del Imperio Español.

Portugal y las ciudades amuralladas de frontera(2) Cuando en 1640 Portugal se sublevó contra la Corona Española, la antigua frontera sólo tenía algunas fortificaciones medievales después de más de 150 años de alianzas y monarcas comunes. Se producía además un fenómeno realmente singular en la frontera, generándose una fuerte asimetría entre el lado portugués y el lado castellano. Para la Monarquía Española (a partir de la Secesión portuguesa el término España empezó a usarse para designar la parte no portuguesa de la Península Ibérica), no tenía sentido fortificar una frontera que no se reconocía como tal y desde la que no era previsible sufrir una invasión. Por el contrario, para Portugal, la raya debía fortificarse para ser capaz de resistir el ataque de la que entonces era la primera potencia militar del mundo. Esta asimetría se traducía también en la propia estrategia de ambos bandos. Para España, la campaña de Portugal era, en el mejor de los casos, la consolidación de posiciones para cuerpos de ejército que llegado el caso pudieran reconquistar el territorio portugués y por tanto las pocas obras que se plantearon eran básicamente fuertes de campaña. Para Portugal la defensa de la frontera recaía sobre el conjunto de la población y el sistema defensivo se basaba en ciudades fortificadas que aprovechaban núcleos previos existentes pero en los que las nuevas defensas, normalmente mucho más extensas que las medievales, supusieron grandes fenómenos de transformación y crecimiento urbano. De esta forma mientras en ciudades

(2) Hemos desarrollado ya este tema en Almeida on the Raia. Report on the fortifications of the Portuguese border line for its designation as a candidate for world heritage site, F. COBOS, in CEAMA n 4 Almeida (Portugal, 2009).

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Perspectiva caballera de un sistema completo de fortificaciones. Escuela de Palas (Milan 1693) Tomo II. pag 147.

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como Tuy, Ciudad Rodrigo o Badajoz los planes de fortificación siempre suponían la destrucción de parte del caserío existente, en las “nuevas” ciudades fortificadas portuguesas el problema era rellenar con nuevo caserío el espacio existente entre las murallas medievales y las mucho más amplias murallas modernas. Se daba además la paradoja de que la estrategia defensiva portuguesa necesitaba de la participación directa de la población mientras que la estrategia ofensiva española se encomendó, en las pocas ocasiones que esto ocurrió, a cuerpos de ejército. Podría pensarse que las nuevas ciudades fronterizas portuguesas se concibieron como una especie de repoblación o reordenación de la población de la frontera con la intención de tener núcleos urbanos potentes que sirvieran de tapón fronterizo. La singularidad portuguesa radica pues en que mientras en el lado español las ciudades fronterizas tenían un tamaño e importancia significativa desde la Edad Media (las tres citadas son sede episcopal), las poblaciones portuguesas enfrentadas al otro lado de la frontera eran respectivamente mucho más pequeñas, y la fortificación que en ellas se construyó fue extraordinariamente más potente que la que se hizo en las ciudades españolas. El efecto de esta operación fue que todos los núcleos urbanos se ampliaron enormemente y se construyó ciudad con todos los edificios militares que la frontera necesitaba (hospitales, intendencias, parques de artillería, cuarteles, casernas…). La huella de la frontera afectó incluso a las tipologías de vivienda. Hoy en Elvas podemos ver hiladas de pequeñas viviendas adosadas con sus prominentes chimeneas que no son otra cosa que las casernas de rancho, bien los originales de la guarnición o copias y desarrollos de esta tipología que hoy forman parte del caserío más popular de la villa. Esta simbiosis entre ciudad militar y civil se plasmaba también en el derecho/obligación de los jóvenes de estas ciudades de hacer el servicio militar en su propia ciudad; los soldados de estas fortificaciones eran al tiempo sus propios moradores.

La frontera marítima y la elección del lugar de la ciudad en el Imperio Español(3) A finales del S.XVI la necesidad establecer un dominio estratégico mundial de

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los océanos frente a potencias y armadas extranjeras se hizo más patente y entonces se extendieron a las costas americanas los modelos de dominio estratégico que la corona española había aplicado en el Mediterráneo y en el frente atlántico de la península Ibérica. Siendo imposible para la monarquía española disponer de suficientes hombres en cada plaza y siendo las distancias tan grandes que hacían poco operativo enviar refuerzos a tiempo, la única estrategia posible era aparentemente muy sencilla: las galeras de guerra del Mediterráneo y cualquier otro tipo de barco en el Atlántico o en el Caribe necesitaban necesariamente puertos donde refugiarse y si no podían entrar en puerto quedaban, como decía Silvestre Abarca en su estudio para la defensa de la Habana de 1771, “expuestos a que el intemperie del clima los destruya en menos de tres meses”. Esta estrategia había llevado a la monarquía hispánica a dominar y fortificar las entradas de todos los grandes puertos del Mediterráneo occidental con castillos, rodeados muchas veces de territorio enemigo (presidios), cuya misión no era tanto proteger el puerto para usarlo por la flota española como evitar que cualquiera otra flota pudiera usarlo. Es el caso de las fortalezas del peñón de Argel, de la goleta de Túnez, o de los Estados de los Presidios en la costa toscana. Cuando el puerto era propio se vio la necesidad de proteger la punta de la barra de la bahía con fortificaciones expresamente diseñadas para estos lugares. El temprano tratado del valenciano Escrivá (Nápoles 1538) había definido un sistema de fortificación atenazada sin baluartes que se adaptaba con eficacia a los bordes de estas puntas costeras, tal como ocurriría en el proyecto de San Telmo en Nápoles o en el del castillo de Mazalquivir en Orán. Rojas en su tratado de 1598 define un fuerte con dos semibaluartes hacia tierra y una muralla en tijera hacia el mar que en el fondo es heredero de los diseños de Escrivá, de Malta, de los proyectos de Vespasiano Gonzaga para Mazalquivir y Peñíscola, de toda la fortificación de las barras portuguesas en torno a Lisboa que emprende Felipe II a partir de 1580 y de las obras que el (3) Hemos desarrollado ya este tema en Engineers and Spanish Fortification schools in Europe and America, F. COBOS, in CEAMA n 1 Almeida (Portugal, 2008).

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Planimetría continua del sistema fortificado de Goián-Vilanova con las trazas a escala real de los fuertes y fortificaciones de Vilanova, Lovelhe, As chagas, San Lorenzo, Concepción y Medos o Santiago Carrillo. (Plan Director de las fortalezas transfronterizas del bajo Miño).

propio Rojas había hecho en los fuertes de Brest y el actual Port Louis en la Bretaña francesa o el mismo fuerte de Santa Catalina en Cádiz. Este es el origen de los referentes más precisos que Tejada y Bautista Antonelli (aprendiz con Vespasiano Gonzaga) llevaron a América para la construcción de las primeras fortalezas “de morro”. El morro de La Habana, de Santiago de Cuba, de San Juan de Puerto Rico, o el castillo de los Tres Reyes Magos en Natal, en el Rió Grande de Brasil, son ejemplos señeros de este tipo de fortificación. Esta estrategia de control de todos los puertos suficientemente capaces para albergar una flota en la creencia de que si el enemigo no conseguía forzar la entrada, tarde o temprano

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Bombardment of Morro Castle,1 july 1762. Richard Paton (1717-91). National Maritime Museum. Londres. Durante el asalto inglés a la Habana, cuatro navíos de guerra que intentaban atacar el castillo del Morro, tuvieron que retirarse con grandes pérdidas tras seis horas de infructuoso bombardeo.

vendría una borrasca o un huracán que hundiría su flota resultó enormemente eficaz tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico salvo en los casos en los que el ataque se producía con un número tan grande de efectivos que podían intentar por tierra el ataque que por mar era imposible. La base de este sistema era pues el fuerte abaluartado de morro, guarnecido por una fuerza militar y rápidamente se vio que la defensa de la ciudad, la propia defensa de la población era un factor secundario. Cuando a Calvi le reprocharon que en la muralla diseñada en Ibiza no cabía toda la población para refugiarse, contestó que podían esconderse en el monte, que él tenía el encargo de defender la isla con poca guarnición y no a sus habitantes(4). Después del ataque turco en 1565 a Malta donde el castillo de San Telmo cayó finalmente atacado por tierra (aunque impidió durante un mes que la flota turca

(4) De la fortificación de Yviça, F. COBOS y A. CÁMARA (Eivissa/Ibiza, 2008).

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se refugiara y dio tiempo a la flota española a llegar desde Sicilia), se vio la necesidad de defender estos puertos desde tierra; se fortificaron entonces con baterías las ensenadas y playas donde el enemigo podía desembarcar, con fuertes avanzados los altos desde donde el enemigo podía batir el puerto, se rodearon de muros las ciudades: Cádiz, La Habana, Campeche, Cartagena y Cartagena de Indias, son ejemplos de ellos. Solución mixta de frente abaluartado y Tijeras en el Sin embargo el modelo Tratado de Luis Escrivá (Nápoles, 1538). estratégico no había cambiado realmente. No se trataba de defender las ciudades una vez que hubiese caído la boca del puerto, sino de hacer que la fortificación de la ciudad sirviese de defensa avanzada del propio fuerte del morro. En Malta se fundó una ciudad nueva, La Valetta, para proteger el fuerte de la punta que cerraba el puerto colocando sus murallas justo donde los turcos habían colocado sus baterías; En Santiago de Cuba se pensó en trasladar la ciudad al cerro del Morro; En Río la ciudad portuguesa fue cambiada de lugar; en Cartagena, pese a que en 1741 la ciudad resistió después de haber caído la boca del puerto, las nuevas fortificaciones principales se situaron en dichas bocas. En La Habana, tras haber sido tomado el puerto finalmente en 1762 por los ingleses, las fortificaciones que diseñaba Silvestre Abarca tenían por objeto retrasar todo lo posible el asalto al morro y como el propio Abarca reconocía en su estrategia de defensa de 1771, hasta la propia ciudad debía capitular (obligando a los enemigos a mantener a la población) para retrasar el asalto a la última defensa que debía ser el castillo del morro, “pues (así, sin poder entrar los barcos enemigos) se abanza el tiempo, que seguramente los

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Descripción de la fortificación de la isla de Malta con el parecer de Juan de Médicis en 1639-1640. (F. Negro y C. M. VentiMiglia: Atlante di cittá e fortezze del regno di Sicilia 1640, Biblioteca Nacional de Madrid, Mss. 787).

destruxa”. Esta ciudad de frontera marítima era aún mas ingrata para la población que la de frontera terrestre y no ya en los presidios rodeados de enemigos por todas partes como Ceuta, Melilla u Oran, donde todo de puertas a fuera era territorio hostil, también en las costas propias la situación de peligro era más evidente; en tierra la invasión enemiga podía proveerse incluso mejor que la llegada de una flota de enemigos o piratas. Son muchas las ciudades de frontera que hasta hace no demasiados años seguía cerrando sus puertas por la noche. En Ibiza, por ejemplo esto ocurrió, hasta el inicio del turismo, marcando siglos después la diferencia entre los que tenían derecho a dormir dentro (las clases privilegiadas de la isla) y los que habían de buscar refugio en el monte.

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Derribo de la ciudadela de Amberes por los flamencos en 1577 (Valladolid. Archivo General de Simancas MPyD XIX-141).

La fortificación Represiva La huella de la muralla en la ciudad podía ser aún más intensa si además de ser una fortificación abaluartada de frontera, el Estado no confiaba en los propios pobladores y la fortificación debía servir también para controlar a unos vecinosa los que se creía dispuestos a ayudar al enemigo. Aunque muchos castillos españoles, empezando por los diseñados por Escrivá en Nápoles y L’Aquila entre 1535 y 1538, cumplieron la misión de sujetar a la población, el Imperio Español dispuso de un prototipo de fortificación, las ciudadelas militares, especialmente diseñado para controlar a la población en muchos lugares como Mesina o la famosa ciudadela de Amberes, derribada por los propios vecinos en los baluartes que daban hacia la ciudad ya que la defensa frente al enemigo exterior, que acabaron siendo los propios españoles, debía mantenerse.

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Derribo del castillo de Astorga (León) en 1872, según un grabado de época.

En la frontera de Francia esto ocurrió en tres casos: Pamplona, Jaca y Barcelona, aunque no al tiempo ni por las mismas razones. Resulta curioso ver como el capitán general de la frontera, Sancho de Leiva, en 1542 proponía otro castillo para sujetar a los pamplonicas al tiempo que disculpaba el hecho de que las llaves de las fortificaciones y de la casa de munición de San Sebastián las tuviera una vecina que vivía cerca ya que “la gente de esta villa y toda esta provincia son todos tan leales basallos de Vuestra Magestad que de ellos se puede hacer toda confianza”(5).

(5) Evolución de la fortificación abaluartada española. La frontera con Francia 1512-1571, F. COBOS y J. DE CASTRO, en MURARIA (Gobierno de Navarra, 2005).

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Esta confianza en la lealtad de los castellanos, ya fueran de Logroño o de Guipúzcoa, contrastaba con la desconfianza que durante mucho tiempo se tuvo de los Navarros. En 1603 por ejemplo se condenaba al cabo de guardia a 4 años de galeras por haber dejado las llaves de la muralla de Pamplona al alguacil del obispo “porque han andado esta noche por la ciudad en manos de un natural”(6). La percepción de la fortificación moderna como patrimonio(7) Quizá una de las formas de calibrar la huella de la muralla en la ciudad más allá de sus restos físicos sea estudiar la percepción que tiene cada sociedad de su fortificación como patrimonio y los significados y valores que a ésta le atribuye o le reconoce. De hecho, la percepción de la fortificación moderna como patrimonio monumental no ha sido unánime ni generalizada hasta hace pocos años y varía sustancialmente de unos lugares a otros. El hecho ya reseñado de que esta fortificación se concentrara en los límites fronterizos o en puntos singulares para el control de cada país había hecho que, aunque ya sin utilidad defensiva, muchas de ellas siguieran en manos de los ejércitos nacionales, asumiendo papeles no siempre del agrado de las distintas poblaciones y, en todo caso, poco propensos a su valoración como monumento dado su uso y acceso restringido. Es cierto también, que esta tutela militar ha permitido por lo general que las fortalezas se conservaran a cambio transformaciones de carácter funcional que, salvo raras excepciones, no suponían daños irreversibles. Pero no podemos olvidar que tratándose de un patrimonio que ha jugado un papel importante (bueno o malo) en la formación de las naciones modernas, nuestra identificación con ellas y con los sentimientos nacionalistas asociados perturba nuestra valoración. Igualmente ocurre cuando la muralla ha sojuzgado física o políticamente a la ciudadanía y las imágenes de los maragatos (6) Las fortificaciones de Pamplona y el castillo viejo, F. IDOATE, en MURARIA (Gobierno de Navarra, 2005). (7) Hemos desarrollado ya este tema “The perception of the value of the bastioned fortifications as monument heritage”, F. COBOS, en Reconstruction or new construction of medieval castles in the 19th century. Europa Nostra Bulletin 61. Gianni Perbellini (editor) (Verona-Italia,

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demoliendo con saña el castillo feudal de Astorga en el siglo XIX, sacudiéndose al tiempo la jurisdicción señorial que el castillo sustentaban o el júbilo, con banda y gigantes y cabezudos de los pamploneses dinamitando las murallas que encerraban a su ciudad en 1915, no son muy distintas de la imagen de los flamencos de Amberes demoliendo la ciudadela española hace más de 400 años. Les contaré una anécdota respecto a lo segundo: hace ya ocho años, cuando mi hijo Alonso tenía cuatro, visité con él el Centro de Interpretación de la Muralla Púnica en Cartagena (de España), donde se conservan los restos de esta muralla con un interés arqueológico indiscutible. Su trascendencia como patrimonio conservado y la explicación de los valores documentales y arquitectónicos quedaba patente en el programa expositivo del centro, pero también se proyectaba un vídeo –excelente– de recreación histórica de la Cartagena púnica y romana. El vídeo comienza con la fundación de la Cartagena púnica, la construcción de la muralla, y las guerra púnicas, narrado en primera persona por los cartagineses; mi hijo, feliz, era entonces un guerrero cartaginés subido en su elefante, cruzando los Alpes a la conquista de Roma. De repente, sin previo aviso, como de hecho sucedió realmente en la época, se presenta, ante los muros de Cartagena, Publio Cornelio Escipión, y a partir de ese momento, el asalto a la ciudad púnica está narrado en primera persona por el famoso general romano; mi hijo, también feliz, era entonces un centurión romano ordenando la aproximación de la tortuga y el fuego de las catapultas. Pero apenas acabó el vídeo, se volvió hacia mí y me dijo: “Pero entonces, papá, ¿nosotros –los buenos– quiénes somos?”. Evidentemente, para los españoles del siglo XXI, la identificación histórica con cartagineses o romanos no nos crea ningún trauma de identidad nacional, ni de valoración del patrimonio de ambas culturas. No podemos decir lo mismo de nuestro grado de identificación con la España islámica, aunque la conservación y defensa de un patrimonio como la Mezquita de Córdoba o en la Alhambra de Granada, nos redime, pese a que aún no entiendo esa obsesión de adjudicar su autoría a los moros como si sus autores no hubieran sido los andaluces de entonces que entonces eran musulmanes, dando por supuesto que el esplendor de Al Andalus lo hubieran traído de África y no hubiera nacido directamente aquí.

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Foto aérea del fuerte español de L’Aquila (Italia) antes del reciente terremoto.

En un país como España, donde generalmente ningún noble o monarca picaba o destruía las inscripciones o símbolos de la anterior dinastía o régimen cuando reformaba algún edificio, limitándose a añadir su heráldica en las partes nuevas, podría parecernos que nuestra percepción del patrimonio monumental no está condicionada por nuestra identificación nacional, cultural o religiosa, aunque también podríamos decir, simplemente, que dejamos caer los monumentos con la misma indiferencia en todos los casos. Sin embargo esto no es realmente así ni dentro ni fuera de las fronteras actuales de España y la percepción del “valor de la huella” varía sustancialmente. En el norte de África, la fortificación moderna hispana o portuguesa, genéricamente

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Planta del castillo español del Salsas (Perpiñán, Francia) en 1784, cuando fue indultado por Vauban.

llamada “cristiana”, representa un periodo histórico diferenciado de la fortificación andalusí, hispana pero no cristiana, que dominó algunas de estas ciudades en la época del califato de Córdoba, y del más reciente proceso colonial hispano– francés de los siglos XIX y XX. En algunas de estas plazas, españolas durante más de 500 años, las fortificaciones siguieron en uso hasta hace poco y su renovación constante aseguraba al tiempo su conservación. En otros casos, las fortificaciones abandonadas en los siglos XVI (Túnez, Bujía…) o XVIII (Orán, Mazalquibir) han tenido diversa suerte, muchas de ellas expoliadas e ignoradas (aunque no más que muchos fuertes en Europa) y, en todos los casos, difícilmente reconocidas como patrimonio “propio” del país. Curiosamente la influencia de renegados cristianos o moriscos españoles hizo que en Argel o en el fuerte de los “andaluces” de Bizerta, por ejemplo, se adoptara un tipo de fortificación en nada distinto a la “cristiana” conservada en el Fuerte Imperial de Bujía o en la plaza de Orán.

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En el antiguo reino de Portugal, y en sus dominios de Brasil, Azores, Madeira o Cabo Verde, las fortificaciones construidas durante el período de la unión ibérica (1580– 1640), fueron conservadas después de la Independencia en cuanto que constituían la base del sistema de defensa marítima (y ocupación del territorio en Brasil), con el que Portugal habría de defenderse a partir de ese momento de otras potencias, incluyendo a la propia España. En Portugal, curiosamente, y aunque los Austrias españoles fueron reyes legítimos, se picaron los escudos de Planta de fuegos desde casamatas de la Fortificación de Ibiza (F. Cobos. Plan Director los reinos de Felipe II y Felipe III para de la muralla renacentista de Ibiza). sustituirlos por las armas de Portugal solo, con lo que las fortalezas pasaron a ser simplemente portuguesas con un velo, no siempre levantado, que oculta este periodo histórico. En Francia sin embargo, en las fortificaciones construidas por la monarquía española que terminaron incluyéndose en territorio francés, se respetaron las divisas heráldicas e incluso se recrea la memoria histórica del dominio español en los edificios hoy visitables. Salsas o Perpiñán en el Rosellón son un espléndido ejemplo de ello. Ocurre algo parecido en las fortificaciones de la frontera con la actual Bélgica, si bien muchas de éstas últimas sufrieron importantes reformas tras su conquista francesa en los siglos XVII y XVIII y sólo los estudios más recientes han identificado las partes hispanas. El mayor intercambio de estudios entre España y Francia está propiciando en los últimos años un mayor conocimiento de las fuentes documentales españolas de estas fortalezas.

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Variantes de las trazas de diversos polígonos fortificados en función de las medidas de flancos y para lado o línea de defensa invariable (F. COBOS “La fortificación española en los siglos XVII y XVIII: Vauban sin Vauban y contra Vauban” en M. Silva (coord.) Técnica e ingeniería en España: el siglo de las luces. Vol I. De la ingeniería a la nueva navegación (Zaragoza, 2005).

En Italia hay algunas diferencias entre los territorios tradicionalmente vinculados a la corona hispánica, Nápoles y Sicilia, y los ducados y territorios del norte de Italia donde el dominio fue más corto, menos expreso (salvo en Milán y el estado de los Presidios) y sostenido fundamentalmente por la no muy querida presencia de tropas. Puede decirse que las fortalezas del período construidas en Sicilia o en Nápoles son vistas antes como sicilianas o napolitanas que como españolas, al menos en la misma medida que se consideran como propias (con toda la razón del mundo) las fortificaciones normandas, federicanas, angevinas, o aragonesas. Más al norte, los fuertes y fortificaciones son expresamente “espagnolos”, conservando intactos sin embargo sus escudos e inscripciones, con la excepción tan sólo, si es que llegó a existir realmente, del AD REPRIMENDAM AUDACIAM

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AQUILANORUM, que Escrivá habría ordenado colocar en el fuerte de L’Aquila construido como represalia contra la sublevación de la ciudad . Y es que, como ya hemos dicho, en la valoración de la fortificación hispánica desde el punto de vista de la identificación histórica con el monumento, las ciudadelas merecen una reflexión especial. Con las fortificaciones de la monarquía hispánica en Bélgica y en América ocurre algo parecido a lo dicho para la Italia meridional, son tenidas justamente como propias y, en el caso americano principalmente, como parte esencial de su paisaje urbano y de su patrimonio monumental. En su moderna identificación histórica y, salvo los casos de el Callao o de San Juan de Ulua en las guerras de independencia del XIX, no hay muchos acontecimientos que pudieran inducir significados negativos en las fortificaciones conservadas por su condición de españolas y, por poner un ejemplo, los ciudadanos actuales de Campeche o de Cartagena (de Indias) probablemente tendrían claro, si alguna vez hacen un video para un centro de interpretación, que “ los buenos” eran, sin duda, ellos mismos, es decir, los que estaban dentro de las murallas cuando atacaban los ingleses. Pero con independencia de la valoración y grado de identificación histórica que tengamos con, por ejemplo, Felipe V, los valores artísticos, arquitectónicos y arqueológicos de las fortificaciones borbónicas en Cataluña (centrándonos ahora en España) son susceptibles de ser considerados en sí mismos sin caer en la trampa de la valoración histórica, positiva o negativa, que algunos sectores de la sociedad actual pretenden establecer respecto al pasado. Algo así como distinguir entre Fernando VII y el retrato que hace Goya de Fernando VII, entendiendo que, por más que ambos, el personaje histórico y el personaje retratado, nos resulten igual de antipáticos, el cuadro merece conservarse y exponerse en el Prado. La percepción de los valores técnicos por encima de los valores de identificación histórica La fortificación abaluartada, y especialmente la de los siglos XVII y XVIII, oculta en el perfil del campo circundante, no goza de la vistosidad de las murallas medievales y sus fuertes no tienen el componente romántico y pintoresco que atribuimos a los castillos medievales. Pero aparte de los valores de significado

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histórico, y de las cualidades estéticas, artísticas y documentales de la fábrica(8), son pocos los casos en los que la fortificación moderna ha sido valorada como monumento en función de sus cualidades propias como ejemplo señero de fortificación abaluartada, entendiendo la fortificación, en suma, como sistema arquitectónico regido por unas leyes geométricas y matemáticas concretas que la dan sentido como obra y que definen los parámetros que deben ser valorados y conservados; como máquina, en definitiva, entendiendo por máquina la definición que daba Covarrubias en su Tesoro de la lengua Castellana (1611): “fábrica grande e ingeniosa”. Posiblemente la primera obra de fortificación que fue conservada por sus valores técnicos pese a que ya no era útil militarmente, fue el castillo español de Salsas, al norte de Perpiñan. Cuando, a mediados del siglo XVII, el Rosellón pasó a manos francesas, la destrucción o transformación de esta vieja fortaleza construida por Ramiro López para los Reyes Católicos en 1497 parecía segura, pero, tras la paz de los Pirineos, pasó por allí el mismísimo Vauban, quien, en un bello informe, reconocía que Salsas –que aún hoy conserva en su portada el escudo de Isabel y Fernando con el águila de san Juan– era “obra de un ingeniero excelente” y ordenaba su reparación sin transformaciones(9). Es posible que la sorprendente valoración que Vauban hizo, aparentemente contradictoria con los modelos fortificatorios de la época que él mismo representaba, estuviera en parte motivada por su desconocida admiración por las casamatas y caponeras de esta fortaleza, adelantándose en años al pensamiento de Montalembert(10), pero el caso es, en fin, que Vauban, indiscutible gran conocedor de la fortificación, salvó Salsas por sus méritos técnicos y, años después, aparte de Salsas, las primeras fortificaciones valoradas como ejemplos señeros del arte y la ciencia

(8) F. COBOS, Planes Directores de Restauración, Criterios de Análisis e Intervención en Grandes Conjuntos Fortificados, Actas del simposium “A intervençào no patrimonio práticas de conservaçao e reabilitaçao” (Porto-Portugal, 2004). Problems & Methodology in the study & repair of fortifications, en Europa Nostra- Bulletin 58, the Hague (Holanda, 2004). (9) Ver “Los orígenes de la escuela española de fortificación del primer renacimiento”, de F. COBOS, en VALDES, A (coord.) Artillería y fortificaciones en la Corona de Castilla durante el reinado de Isabel la Católica (Madrid, 2004), págs. 261-262. (10) “La fortificación española en los siglos XVII y XVIII: Vauban sin Vauban y contra Vauban”, de F. COBOS, en M. Silva (coord.) Técnica e ingeniería en España: el siglo de las luces. Vol I. De la ingeniería a la nueva navegación (Zaragoza, 2005), págs. 449-499.

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de la fortificación en Francia fueron las del propio Vauban y hoy los franceses muestran, ambas, con orgullo. El salto cualitativo que establece la valoración técnica de la fortificación moderna, avalada por la cada vez más desarrollada historia de la ciencia y de la técnica, es determinante para definir criterios de conservación ajenos al subjetivismo del valor paisajístico y más adecuados al objeto protegido que la simple preservación material de las piedras que conforman los muros.

Planta del fuerte de Medos, en la ribera del Miño (Pontevedra) sobrepuesta al bosque que la cubre actualmente. (Plan Director de las fortalezas transfronterizas del bajo Miño).

La traza, como resultado de un modelo geométrico que responde a una elaboración técnica muy precisa; las rasantes, con el equilibrio entre el trabajo de desmonte y terraplén y la disposición y buzamiento de cámaras, casamatas, troneras y parapetos; y, fundamentalmente, la relación con el entorno, donde el espacio exterior (foso, glácis, explanada), trabajado geométricamente, liberado de obstáculos, jerarquizado por los fuegos defensivos y sometido a un controlado juego de zonas descubiertas y ocultas, define un paisaje artificial completamente ajeno a cualquier idea subjetiva de protección paisajística del entorno. Además, la traza geométrica, que explica por sí sola qué tratado, qué escuela, qué tecnología está detrás de cada obra, es independiente del material del que están hechas las murallas. En casos extremos, como en los fuertes de tierra de la ribera del Miño, ocultos por el bosque, el paisaje artificial–natural del monte, con revellines, baluartes y obras coronadas, es sólo geometría y naturaleza sin que la piedra o la heráldica nos distraigan(11). Resulta así que la expresión huella cultural más importante del conocimiento científico que está detrás de la fortificación abaluartada es su traza y no sus piedras y hoy, paradojas del destino, gracias a la difusión de la imagen satélite

(11) Ver sobre este Plan, encargado por la Xunta de Galicia, F. COBOS y A. HOYUELA, “Metodología de estudio e intervención del Plan Director de las Fortalezas Transfronterizas del Bajo Miño”, en Actas del III Congreso de Castillología Ibérica (Guadalajara, 2005).

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Foto aĂŠrea de la ciudadela de Pamplona en la actualidad.

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y el acceso universal por internet que facilitan servidores como Google Earth, la traza es la imagen de la ciudad. Hagan la prueba de buscar Nicossia en Chipre, por ejemplo y comprobaran como, pese a que el caserío se ha comido la muralla, su traza regular y perfecta se percibe con una fuerza infinitamente mayor que la impresión que tendría cualquier visitante que allí estuviera. Resulta paradójico que cuando hace siglos se trazaron estas ciudades, la traza, que define cada diseño con precisión, no fuera percibible para nadie y ahora la traza ha dejado de ser una elaboración teórica sólo percibida en plano para convertirse en la imagen primera de la ciudad. Hubo un tiempo en que la imagen de la ciudad, según llegábamos desde el mar o el campo definía los valores monumentales de la ciudad. Segovia, Lisboa, Toledo, Venecia… componían estampas contra las que las invisibles ciudades abaluartadas no podían competir. Ahora sin embargo, cuando el potencial visitante se interese por Pamplona, una de las primeras imágenes que verá será la foto satélite y, entonces, de todas las huellas que en la ciudad han ido conformando su historia, no habrá ninguna tan potente como la traza mutilada de una perfecta estrella de 10 puntas.

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Pamplona con sus murallas, en 1719.

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Los protagonistas de la Pamplona amurallada Juan José Martinena Ruiz [DOCTOR EN HISTORIA. ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA DE HISTORIA. EX–DIRECTOR DEL ARCHIVO GENERAL DE NAVARRA]

El recinto amurallado de Pamplona, a lo largo de su trayectoria histórica de cinco siglos, ha conocido una amplia y variada galería de protagonistas, activos unos, pasivos otros, muchos de los cuáles lo fueron en virtud de determinadas circunstancias e incluso algunos de ellos bien a su pesar. Junto a personajes o figuras individuales señeras, como Pizaño, Fratín o Gonzaga, que tuvieron un destacado papel en los proyetos de fortificación y en su ejecución, hubo otros cuya participación fue más coral, en tanto formaban parte de un colectivo, como sería el caso de la gente de guerra, esencial en la defensa, o a un nivel más local y cotidiano, los portaleros. Otros lo fueron en razón de su cargo, como en el caso de los distintos virreyes que pasaron por este reino. Otros serían los presos, algunos de ellos ilustres, encerrados en la Ciudadela. Otros podrían ser los viajeros de fuera, a veces espías camuflados de la vecina y poderosa Francia, siempre temida. Y por supuesto, los pamploneses, en parte beneficiarios y en parte sufridores de aquel cerrado corsé de piedra. Tres reyes que fueron decisivos El primero, Carlos I, en cuyo reinado se construyó la parte más antigua del actual recinto: la comprendida entre el baluarte de Labrit y el de Santa Engracia, con el Redín y los portales de Francia y de Rochapea. También otros bastiones que más tarde desaparecerían con la construcción de los nuevos frentes que hubo que trazar para unir la ciudadela con las murallas de la plaza.

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A la izquierda, retrato de Carlos V, pintado por Tiziano en 1548 (Pinacoteca de Munich). A la derecha, retrato de Felipe II, pintado por Díaz del Valle en 1797 (Ayuntamiento de Pamplona).

Don Carlos –emperador desde 1520– visitó Pamplona en dos ocasiones: la primera en octubre de 1522 tuvo carácter militar, pensando en un posible ataque de la vecina Francia; pero la aprovechó para confirmar el juramento de guardar los fueros, que el año anterior había prestado en su nombre el virrey conde de Miranda. La segunda visita tuvo lugar en junio de 1542 y tenemos noticia de ella gracias a la colección de viajes reales de Gachard. El 13 de dicho mes hizo su entrada en la ciudad, a cuyas puertas fue recibido por el virrey, el obispo, el Consejo Real y el Regimiento o Ayuntamiento. Formaron para la revista 1.500 soldados. El 14 visitó el castillo y fortificaciones. Tal vez se puso entonces sobre la puerta el magnífico escudo imperial que luego se pasó al palacio del virrey. El 15, que era la octava del Corpus oyó misa en la catedral y por la tarde recorrió las afueras; tal vez para comprobar sobre el terreno lo que le había informado Pizaño sobre la conveniencia de prohibir que se edificase en lo que luego se llamarían zonas polémicas. De hecho, unos meses después despachó la real cédula estableciendo la prohibición.

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A la izquierda, retrato de Felipe IV, pintado por Velázquez (Museo de Viena). A la derecha, retrato del Príncipe Baltasar Carlos, pintado por Velázquez hacia 1640 (Museo de Viena).

En tiempos de Felipe II -1571- se inició la construcción de la ciudadela y la de los frentes de la Taconera, San Nicolás y Tejería, con los baluartes de Gonzaga, Taconera, San Nicolás y la Reina. El monarca estuvo en nuestra ciudad en noviembre de 1592 con la reina Ana de Austria, el príncipe don Felipe y la infanta Isabel Clara Eugenia. Hizo su entrada el viernes día 20 y tenemos una crónica de la visita real gracias al holandés Enrique Cock, arquero de la guardia real. Desde la ciudadela, que estaba aún sin acabar, se dispararon 60 piezas de artillería “una a una, que atronó toda la gente”. La ciudad reclutó por orden del virrey don Martín de Córdoba tres mil hombres de armas de sus ciudadanos, “mil de ellos con lanzas y el resto arcabuceros, los cuales pasaron todos a vista de su majestad. Estaba la guarda del reino de trecho en trecho, armada, en sus caballos ligeros sin moverse y nuestra compañía –la de los arqueros de la guardia– junto a la tienda del rey, donde le vinieron a besar las manos el dicho virrey, el obispo con

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“Vista de Pamplona”, pintado por Manuel Pérez Tormo, copia del original de Juan Bautista Martínez del Mazo con motivo de la visita de Felipe IV. Obsequio de don Jesús Rubio y GarcíaMina, Ministro de Educación Nacional, al Excmo. Ayuntamiento de Pamplona con oportunidad de la Exposición “Velázquez y lo Velazqueño”, celebrada en Madrid en 1960. AMP

su clerecía y los jurados de la ciudad, vestidos de ropas largas de terciopelo hasta los pies, y otros caballeros principales”. Se derribó el portal de San Llorente junto a la torre de San Lorenzo, y se cegó la cava de la muralla vieja y se quitó un pozo que había en la calle Curia, para que el cortejo subiera sin dificultad al Tedeum en la Seo. El pintor Juan de Landa, que decoró los tres arcos triunfales, pintó una vista de la ciudad y su ciudadela “de la manera como al presente está”. ¿Dónde habrá ido a parar? Al día siguiente, a pesar de que llovió casi todo el día y el rey padecía gota y otros achaques, acudió a visitar la ciudadela para comprobar por sus propios ojos el estado de las obras, iniciadas en 1571. El domingo 22 tuvo lugar en la catedral la ceremonia de la jura del príncipe por el Reino y por parte del rey, el juramento de guardar y hacer guardar los fueros y leyes de Navarra. En 1665, a punto de finalizar el reinado de Felipe IV, se dio por terminada la obra de las murallas, en lo que se refiere al cierre del recinto principal. Ese año se colocó en el desaparecido baluarte de la Reina la correspondiente

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inscripción conmemorativa. El rey había estado de visita oficial en la ciudad veinte años atrás. El solemne recibimiento tuvo lugar el 23 de abril de 1646. En el portal de la Taconera el regidor cabo del burgo de San Cernin don Miguel Daoiz le hizo entrega de las llaves, tres doradas y tres bruñidas “las doradas que significan riqueza y las bruñidas fortaleza, en una fuente de mucho precio y valor”. Entró bajo el palio, cuyas varas llevaban los regidores, y se dirigió a la catedral, al acostumbrado Tedeum. El día 26, sábado, tuvo lugar en la misma iglesia la jura del príncipe Baltasar Carlos. En estas solemnidades dio escolta al rey la compañía de arcabuceros voluntarios de la ciudad, formada por unos 400 hombres, cuyo capitán era don Martín Cruzat, señor de Oriz. El domingo por la tarde, la comitiva real salió camino de Zaragoza, donde el príncipe enfermaría de viruela, falleciendo el 9 de octubre. De aquella visita nos ha quedado un importante testimonio gráfico: un cuadro pintado por Martínez del Mazo, yerno de Velázquez, que representa la llegada del rey en su carroza a la puerta principal de la ciudadela.

El capitán Luis Pizaño y las primeras trazas conocidas En 1542, al inicio de la guerra con Francia, el duque de Alba fue comisionado por Carlos V para visitar varias plazas fuertes del norte de España, entre ellas Pamplona. Por orden del Emperador le acompañaba en la visita el capitán Luis Pizaño, uno de los ingenieros más prestigiosos que había en aquel momento. Militar veterano y curtido, había servido en las guerras de Italia bajo el mando del célebre Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán, y allí tuvo ocasión de conocer las nuevas técnicas de la fortificación abaluartada. Su paso por nuestra ciudad supuso un verdadero punto de inflexión en las obras del recinto amurallado iniciadas hacía más de 20 años. El 5 de febrero de 1542 firmó dos interesantes informes detallando las obras que debían hacerse con carácter urgente, tanto en el castillo como en las fortificaciones de la plaza. Pero tal vez lo más interesante de la labor de este ingeniero es que las trazas que dibujó en junio de 1548 de una parte de las murallas –frente de Tejería y baluarte de Labrit– se han conservado en el archivo de Simancas. Y aparte de su valor documental intrínseco, dada su

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Traza del Castillo Viejo en 1548, por Luis Pizaño. AGS

fecha, constituyen los dos únicos dibujos conocidos –uno de ellos delineado con más detalle– del desaparecido castillo mandado construir por Fernando el Católico en 1513, cuyo proyecto, obra del maestro Pedro de Malpaso, encarnaba el modelo de transición entre los ya obsoletos castillos medievales y las nuevas fortalezas artilleras. “Los Fratines”: Giacomo, Jorge y Francisco Palear Giacomo Palearo o Palear –Jácome en la documentación de la época– fue el ingeniero que proyectó, junto con el virrey Gonzaga, la ciudadela de Pamplona. En 1571 tenía unos 40 años y estaba en el apogeo de su prestigio. Contaba con la plena confianza de Felipe II, que le encargó las obras de más responsabilidad y prohibió expresamente que ningún maestro modificase sus trazas. Parece que la primera traza de la ciudadela data de 1570–71. Su construcción había sido propuesta al rey por Juan Bautista Antonelli en 1569, en un informe relativo a la plaza de Pamplona y a la defensa del reino, que mereció la atención inmediata del monarca. El diseño de la planta es pentagonal, con baluartes en los cinco ángulos, como Paciotto de Urbino proyectó la de Amberes. Al principio, Antonelli, don Juan Manrique y el anterior virrey, duque de Medinaceli, la

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Traza del baluarte de Labrit en 1548, por Luis Pizaño. AGS

concibieron casi pegada a la muralla de la ciudad, lo que exigía tirar muchas casas para habilitar el espacio necesario, por lo que hubo que desechar la idea y sacar la fortaleza más al exterior. En 1574 Fratín estaba en Pamplona y un año después, tras la definitiva marcha de Gonzaga, quedó el solo al frente de la obra. Parece que entonces introdujo algunos cambios respecto a lo que Vespasiano había dejado indicado. En 1576, estando ocupado en la fortificación de los presidios de África, se le ordenó ir en persona al Escorial a mostrar la traza al rey. El nuevo virrey, Sancho Martínez de Leiva, consultó con Gonzaga sobre los baluartes, en vista de que Fratín había empezado a trazarlos según su propio parecer. En 1578 el rey le ordenó un reconocimiento general de la plaza y ciudadela: en esta última estaban hechos tres de los baluartes y dos comenzados. Fratín volvió a Navarra en 1584 y estuvo aquí todo el año siguiente. Entre otras cosas, por entonces se acometió el derribo de las murallas viejas. Jácome Palear, llamado también Fratín el Viejo, falleció en 1586 y le sucedió en el puesto su hermano Jorge. Consta que sus trazas y demás papeles pasaron al maestro mayor Jerónimo Marqui. Al parecer se quemaron en 1589 al incendiarse su casa.

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Traza de la ciudadela en 1635, con la estacada que la rodeaba. AGS

En 1590 trabajaba ya también Francisco Fratín, hijo de Jorge y sobrino de Jácome. Dos años después, el memorial de Antonio de Herrera dice que Jorge cambió el proyecto de su hermano Jacobo, contra las órdenes del rey. Este documento afirma que desoyó los consejos que se le dieron por personas entendidas, buscó el apoyo de amigos para ocultar su impericia y llegó a recurrir incluso al soborno. Como se ve, los celos y rivalidades entre gentes del mismo oficio –incluyendo la intriga para desacreditar al compañero– no son algo que se haya inventado hoy.

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Perspectiva aérea de la ciudadela en 1608. IHCM

Vespasiano Gonzaga, el virrey poliorceta Gonzaga era un noble italiano al servicio de Felipe II. Ostentó los títulos nobiliarios de marqués de Sabioneda y duque de Trayetto. Conocemos su verdadera efigie por la escultura de Leone Leoni que adorna su mausoleo en la iglesia la Incoronata en Sabioneta su ciudad natal. Hombre representativo de su época, conocía las artes y las letras, y había acreditado su valor como militar en el campo de batalla y también sus dotes en tareas de gobierno. Tenía 40 años en 1571, cuando fue nombrado virrey de

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Estado de las obras de la ciudadela en 1587, dibujo de la época. AGS

Navarra en sustitución del duque de Medinaceli, por ser experto en fortificación. Había leído a los tratadistas y conocía y se había relacionado con los más notables ingenieros del momento. Llegó a colaborar con Antonelli y el Fratín. Como es sabido, los italianos dominaban entonces este campo de las defensas abaluartadas mejor que los de otros países de Europa. En Pamplona coincidió con Fratín y conoció la memoria y la traza de Antonelli, pero ante la amenaza turca, tuvieron que partir los dos por orden del rey a fortificar los presidios de Africa. En 1574 regresan a Pamplona, pero en 1575 vueven a marchar. Esta vez Gonzaga ya no volvería, aunque dejó bien atado todo lo referente a la ciudadela y demás fortificaciones. A pesar de lo cual, Fratín, como ya hemos dicho, empezó enseguida a actuar con sus propios criterios. En 1590 Antonio de Herrera elevó un memorial a Felipe II en defensa de la actuación de Gonzaga en Pamplona. “Tiene por hija a la Ciudadela” llega a decir, refiriéndose al italiano, que moriría un año después. En 1592, Herrera dirigió un nuevo memorial al rey, para que lo viera antes de venir a Pamplona: según este documento, todos los aciertos eran de Gonzaga y los fallos de los Fratín: En lo primero que acertó fue en sacar la ciudadela hacia el campo, para evitar derribar casas. Y entre los otros aciertos, señala que diseñó los baluartes mucho mayores que los que se habían previsto al principio y pudo

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tomar el agua dentro de la fortaleza. Los principales inconvenientes del emplazamiento elegido fueron el desnivel del terreno y la necesidad de prolongar las murallas de la ciudad para conectarlas con la ciudadela; pero con ello se ampliaba también el glacis interior, orientado hacia la plaza. El memorial es un ataque a los Fratín, sobre todo a Jorge y Francisco, profesional y personalmente, ya que les acusa de que, al revés de lo que ellos decían, lo cierto era que con mucho dinero hicieron poca obra y mal hecha. Escultura que representa a Vespasiano Gonzaga, en su sepulcro de Sabioneta, en Italia.

Del virrey Gonzaga hay que decir una cosa más en su favor. Y es que estableció en Pamplona un hospital para la gente de guerra, que se tiene por el primer hospital militar que hubo en España. Contaba con ocho camas y su creación fue muy bien acogida por soldados y oficiales, que llegaron a ofrecer para su mantenimiento los primeros medio real de su paga todos los meses y los segundos, la cantidad que les correspondiese. Se le llamó hospital de Santiago y también de San Nicolás, por estar situado cerca de la iglesia parroquial de esta advocación, en lo que hoy es paseo de Sarasate. La gente de guerra Según Jerónimo Zurita, el duque de Alba en 1512 dejó para guarnecer la Pamplona recién conquistada 200 hombres de armas, 200 jinetes y 500 soldados. A lo largo del siglo XVI, ese número fue variando en función del riesgo que pudiera haber en cada momento. En 1521, cuando el famoso asedio francés con el apoyo de los agramonteses, el conde de Miranda dejó dos compañías de 500 o 600 soldados veteranos, “y con saber los de Pamplona que Asparrós traía 150 lanzas y de 5 a 6.000 infantes, antes de que llegase a Roncesvalles se pusieron en armas contra la gente de guerra y los echaron de la ciudad, saquearon la casa del duque y sitiaron la fortaleza”. Por eso, el nuevo virrey conde de Alcaudete se lo recordaba al

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emperador en 1533 y le decía: “yo no se ninguna razón por donde me pueda fiar de los de la ciudad, ni creer que dexarían perder sus haciendas y esperar ser cercados, no habiendo en el reino mil hombres de Castilla”. Por entonces había en la ciudad 300 soldados cuando para una defensa medianamente eficaz hacían falta al menos, según el virrey, 400 lanzas, 500 infantes y 50 artilleros. Hoy nos resulta extraño el hecho de que los soldados, que los había de 50 y 60 años, podían ejercer simultáneamente oficios manuales, y a menudo aparecen en la documentación como canteros, albañiles, carpinteros o zapateros. Era una forma de garantizarles el sustento, ya que lo habitual era que la paga llegase con retraso, a veces de varios meses. La permanente escasez de militares profesionales se paliaba en parte con la movilización de los paisanos armados, a los cuáles el virrey pasaba revista en el alarde. En 1542 formaron 1.800 hombres y dice al respecto don Juan de Vega: “…si tuvieran mala intención los de Pamplona, el día del alarde, que iban armados, pudieran executar cualquier mal pensamiento que oviera en ellos. Lo cual verdaderamente no creo, sino que los franceses, por indignar a Vuestra Magestad publican estas nuevas”. En momentos de guerra o de peligro se solían traer de refuerzo las llamadas guardias de Castilla, compañías de caballería ligera. En 1635 eran unos 350 hombres. Y estaba también la compañía de remisionados, de a pie y de a caballo, unos 50 hidalgos navarros exentos del pago de cuarteles, que debían estar siempre preparados por si eran llamados para acudir con sus armas al servicio del rey. En 1612, don Carlos Ramírez de Arellano, en nombre de las Cortes, propuso al rey la sustitución de las compañías de guardas castellanas por otras integradas por remisionados naturales del reino. El Consejo de Guerra se opuso, alegando que la seguridad de la frontera no podía dejarse en manos de quienes no eran militares profesionales. Otra cosa eran las milicias urbanas y las de los valles, sobre todo de la montaña, con sus famosos capitanes a guerra. En 1644 un memorial dirigido al rey decía que la guarnición se reducía a 150 soldados. Los 90 del castillo no cobraban su paga, “los más andan desnudos y mendigando”. Poco después, una descripción del reino fechable hacia 1650 dice que de las tres compañías ordinarias de infantería que desde mediados del siglo

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XVI componían la guarnición, una estaba de servicio en el palacio del Virrey “y de allí sale a las puertas y garitas de la ciudad cada día, hecha la salva en palacio”. En 1699, guardaban la ciudadela 250 hombres con 8 artilleros. La guarnición de la plaza sumaba 500 soldados repartidos en tres compañías. Se consideraba necesario aumentar en 100 la de la ciudadela y hasta 40 los artilleros. En 1849 anotaba Pascual Madoz que para una prolongada y vigorosa defensa de la plaza, “atendido el estado actual de sus fortificaciones y el gran desarrollo de éstas” hacían falta 7.500 hombres: 240 artilleros con 600 sirvientes, 80 zapadores y minadores con 450 sirvientes y operarios, y 300 soldados de caballería. En cuanto a la artillería se consideraban precisas 150 piezas entre cañones, morteros y obuses, además de pedreros de todas clases y calibres. No deja de sorprender que al principio –siglo XVI y buena parte del XVII– no había cuarteles, salvo para la guarnición de la ciudadela. Existía un cargo municipal, llamado aposentador de la gente de guerra, con sueldo de 45 ducados al año, cuya función consistía en llevar el control y registro de las casas y posadas donde se alojaban los soldados, así como del dinero que se pagaba por ellas. Para hacernos una idea del gasto que ello le suponía a la ciudad, diremos que en 1588 y 1589 se pagaron 1.826 ducados y 2 reales este concepto. El aposentador titular contaba con dos ayudantes, que percibían 10 ducados anuales. Aunque el asunto del aposentamiento ya fue objeto de negociación en la capitulación de la ciudad ante el duque de Alba, la real cédula que solicitaban las Cortes se despachó en 1522. En ella se establecía “que no se pueda hacer el dicho aposento de la gente de guerra y guarnición sino con intervención de algún regidor o regidores, diputados por el Regimiento de la ciudad… y se haga el dicho aposento según la disposición y facultad de la casa y ropa della y calidad de la persona aposentada”. En 1561 se acordó con el virrey don Gabriel de la Cueva comisionar a dos regidores para aposentar a los soldados en posadas voluntarias “y si no bastasen aquellas, aposenten en otras que les pareciere”. Ya en el siglo XVIII se construyeron dos cuarteles: el de San Martín para Infantería, que se mantuvo hasta 1850 en el actual Paseo de Sarasate, y el de Caballería, lo que hoy es la calle Estella, que duró hasta 1927. Hay que decir que bastantes militares y soldados se casaron con mujeres de aquí y se quedaron a vivir en Pamplona. Muchos de ellos se enterraron en las

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Sobre estas líneas y en la foto de la izquierda de la siguiente páginas, soldados de mediados del siglo XVI. Pintura mural procedente del palacio de Oriz. Museo de Navarra

iglesias de los antiguos conventos: San Francisco, Santo Domingo, el Carmen, la Merced o San Agustín. En esta última iglesia tuvo su sepultura y capilla propia el capitán Alonso de Cosgaya que mandó la primera guarnición de la ciudadela. ¿Visitantes extranjeros o simplemente espías? En 1655 se detuvo en Pamplona Antoine Brunel, señor de Saint Moritz, acompañado de un noble holandés, el señor de la Plaatte. Gracias a la cortesía del virrey don Diego de Benavides, conde de Santesteban, pudieron visitar la ciudadela en compañía de un oficial. En la descripción que hizo de ella, anotó datos que no debería conocer un extranjero: “…aunque es la plaza más importante del reino y la única que puede impedir a los franceses llegar hasta Madrid, no está muy bien guarnecida. Las fortificaciones necesitan repararse en muchas partes y la guarnición es

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A la derecha, Lápida sepulcral del capitán Alonso de Cosgaya, que mandó la primera guarnición de la ciudadela. Procede de la iglesia de San Agustín. Museo de Navarra

mezquina, pues hay muy pocos soldados y para suplirlos obligan a los campesinos de las inmediaciones a presentarse al primer llamamiento que se les haga. A fin de que no la encontrásemos tan desprovista de todo, habían hecho entrar a un buen número de ellos, que se mezclaron con los soldados, pero nos fue fácil reconocerlos, porque aparte de que muchos de ellos tenían cara de no haber manejado una espada, muy pocos la llevaban y hacían la parada con un simple mosquete o una vieja pica, y la llevaban tan mal que se conocía estaban más habituados a manejar la azada que las armas”. En los parapetos pudieron observar la escasez de centinelas y de piezas de artillería, aunque les llamó la atención una culebrina con las armas de Francia y la inicial de Francisco I. Al tratarse de extranjeros, no les enseñaron el arsenal, por lo que no pudieron averiguar el número de cañones. Finalizada la visita, el lugarteniente del gobernador de la ciudadela les convidó a merendar en su casa, “con mejor intención y galantería que buena mesa”.

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En 1659 pasó por Pamplona François Bertaut, señor de Freauville y consejero del parlamento de Rouen. Venía acompañando al mariscal de Gramont, cuya misión en España era pedir la mano de María Teresa de Austria en nombre de Luis XIV. Anotó noticias de indudable interés militar como que la ciudad no tenía murallas por la parte que mira a la ciudadela. Las fortificaciones tienen necesidad de reparaciones en muchos sitios y su guarnición es bastante escasa, porque hay pocos soldados y para paliar este defecto obligan a los campesinos a dirigirse allí a la primera orden que se les da. Quiso ver la ciudadela, pero por lo visto no había oficiales y les dijeron que volvieran al día siguiente. “Yo creo que esto era a causa de los pocos soldados que allí había” escribió. Visitó al virrey conde de Santesteban, cuyos hijos hablaban francés. Como magistrado que era, fue a ver al alcalde de corte más antiguo para que le permitiese visitar la casa de las audiencias y aún tuvo ocasión de saludar al regente del Real Consejo don Lope de los Ríos y Guzmán. Al salir camino de Francia, no lejos de Pamplona toparon con soldados de la guarnición que les pidieron limosna, cosa que les sorprendió. “La mala fe de los que manejan ese dinero que se saca en Navarra para sostenimiento de sus guarniciones, que allí deberían estar mejor pagadas que en toda España, hace que esos pobres soldados estén reducidos a la miseria y que el servicio del rey esté tan descuidado que parece que si se enviase allí un ejército haría enseguida grandes progresos”. En 1670 nos visitó Jean Herault, señor de Gourvilles. Este personaje fue condenado a muerte por haberse quedado con los fondos reservados que le habían sido confiados. Huyó de Francia y recorrió varios países como lo que hoy diríamos agente secreto. No debió de hacerlo mal, porque al final Luis XIV le confió algunas misiones delicadas y más tarde le concedió el indulto. Nada más volver a París le contó al ministro Louvois que de Madrid a la frontera no había otra ciudad fortificada que Pamplona, que no valía nada y que la ciudadela estaba construida según el modelo de la de Amberes. Cuando poco después se declaró la guerra, que terminaría en 1678 con la paz de Nimega, nuestro espía propuso a Louvois que enviase un ejército de 18.000 infantes y 6.000 de a caballo a sitiar Pamplona, y que una vez tomada la plaza,

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llegaría sin problema hasta la capital de España. El ministro del Rey Sol no debió de verlo tan claro y –suponemos que afortunadamente– no tomó en consideración la idea. El cuerpo de Ingenieros del Ejército Este cuerpo militar fue creado mediante una real orden de Felipe V de fecha 17 de abril de 1711, a imitación del que años atrás estableció en Francia el rey Luis XIV. Fue esta una de las primeras medidas de modernización introducidas por la casa de Borbón en el anticuado y mal organizado ejército español. El primer ingeniero general fue Jorge Próspero de Verboom, discípulo de Sebastián Fernández de Medrano en la academia militar de Bruselas y que ya como ingeniero general en Flandes conoció y colaboró con el célebre mariscal de Vauban. En el momento de la creación del cuerpo, Verboom estaba prisionero en Barcelona -eran los años de la Guerra de Sucesión- y tras ser liberado en julio de 1712, sería confirmado en el puesto por el rey. Las primeras ordenanzas de los ingenieros datan del 4 de julio de 1718. Ese año se incorporaron al cuerpo unos 60, que aumentarían a 86 cinco años después.

A la izquierda, uniforme de oficial del cuerpo de Ingenieros hacia 1770. Dibujo de T. Berraondo. A la derecha, uniforme de oficial del cuerpo de Ingenieros hacia 1810 (Dibujo de T. Berraondo).

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Verboom emprendió inmediatamente un plan de visitas de inspección por las plazas más importantes, dentro del cual permaneció en Pamplona de julio de 1725 a septiembre de 1726 y en ese tiempo elaboró un proyecto general de fortificación de la plaza y su ciudadela, que se iría ejecutando al menos en parte a lo largo del siglo XVIII. Jaime Sicre, Pedro Moreau, Carlos Blondeaux, Ignacio Sala, Luis de Langot, Francisco Larrando de Mauleón, Jerónimo Amici y algún otro fueron los ingenieros militares que trabajaron en Pamplona a lo largo del primer tercio del siglo XVIII. Los archivos militares guardan Retrato del conde de Floridablanca, pintado por prácticamente todos sus proyectos, Goya. incluso los que no se realizaron, recogidos en unos planos muy bien delineados, coloreados a la acuarela, técnicamente precisos y a la vez de una gran belleza plástica, que sin duda constituyen la época dorada de la cartografía militar española. Presos ilustres en la ciudadela Debido a sus condiciones de seguridad, la ciudadela sirvió de prisión de estado, especialmente a partir de la llegada de los Borbones en 1700. Ya en plena Guerra de Sucesión estuvieron presos en ella destacados partidarios de la causa del archiduque de Austria, como el marqués de Leganés o el duque de Medinaceli, que murió aquí, aunque no falta quien dice que lo mataron. También estuvieron algunos religiosos, como fray Francisco Sánchez, de la orden de la Victoria, que con su cruel muerte, encadenado dentro de una jaula, dio nombre al siniestro calabozo del fraile. También llegaron a estar presos por entonces algunos condenados por el tribunal del Santo Oficio: la Inquisición.

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El conde de Floridablanca fue sin duda uno de los españoles más insignes de la época de la Ilustración y el mejor ministro de Carlos III. Cuando en 1792, reinando ya Carlos IV, cayó en desgracia por la enemistad de la reina Mª Luisa y del conde de Aranda, fue desposeído de su ministerio y procesado por malversación de fondos. Detenido como un vulgar malhechor en su casa de Hellín, fue conducido a Pamplona y encerrado en la ciudadela, en prisión incomunicada. Cuando después se produjo la caída de Aranda, nuestro eximio Retrato de don Mariano Luis de Urquijo, preso fue absuelto de la injusta pintado por Goya en 1798. acusación y puesto en libertad. Por entonces estuvo también preso el inca Yupanqui, que llegó a redactar en la soledad de su celda un Epitome de la Historia de Navarra. En 1800 fue encerrado don Mariano Luis de Urquijo. Fue secretario de embajada en Londres de 1795 a 1797 y después ministro de estado de Carlos IV. Considerado responsable de una epidemia de fiebre amarilla que causó mucho daño en Andalucía, por haber permitido desembarcar en Cádiz a un intendente que venía de La Habana en un barco infectado, fue destituido y condenado a prisión en la ciudadela, donde estuvo año y medio, privado de luz, tinta, papel y libros. Durante la ocupación napoleónica estuvieron prisioneros numerosos guerrilleros como el célebre Javier Mina, y muchos detenidos por la temible gendarmería de Mendiry. También pasó por la ciudadela, como preso político, el laureado poeta Manuel José Quintana. Detenido por sus ideas liberales en 1814 por orden de Fernando VII, permaneció aquí nada menos que seis años, sin permitirle escribir ni tener trato con sus amigos. En marzo de 1820, a raíz

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de la sublevación de Riego, fue liberado y nombrado gobernador civil de Navarra, cargo al que hubo de renunciar por haber sido llamado a Madrid por el gobierno constitucional para presidir la junta superior de censura y ser restituido en todos los empleos y honores que gozaba antes de su prisión. Hay que decir que una noble dama pamplonesa, la marquesa de Vesolla, visitaba a menudo al poeta gracias a su amistad con el virrey conde de Ezpeleta, acompañada muchas veces por el sacerdote y literato don Alberto Lista, a quien por entonces tenía alojado en su casa como preceptor de sus hijos. La actitud tolerante del anciano virrey hizo posible que se reuniera en el pabellón que ocupaba Quintana una ilustrada tertulia literaria. Más curioso resulta consignar que, sobre todo durante el siglo XVIII, algunas familias nobles y acaudaladas mandaban encerrar en la ciudadela a sus hijos, en el caso de que se obstinasen en casar con mujeres de condición plebeya o simplemente de clase social inferior. Los portaleros Eran los empleados municipales encargados de cobrar los arbitrios o impuestos que gravaban los artículos “de comer, beber y arder” que entraban en la ciudad. Como es natural, el lugar donde desempeñaban su función eran los seis portales de la muralla. San Lorenzo luego de la Taconera, Santa Engracia más tarde Portal Nuevo, la Rochapea, Abrevador o de Francia, Tejería y San Nicolás. En el siglo XVI eran además los encargados de abrir las puertas por la mañana y cerrarlas al anochecer, entregando las llaves al regidor responsable. Por cierto, que en 1542 se le dieron al virrey unas instrucciones reservadas, una de las cuáles era que procurase tener dos llaves de cada portal, convenciendo antes con diligencia a los regidores de que ello no significaba desconfianza, sino que obedecía solamente a la preocupación por la mayor seguridad de la plaza. En tiempos de Felipe II el salario de los portaleros se reducía a 13 ducados, que se les pagaban en tres plazos. A esta cantidad había que añadir la modesta gratificación de 9 reales que se les daba por pascua de resurrección, en compensación del perjuicio que les supuso la supresión del derecho que antes tenían de poder tomar un leño de cada carga que entraba en la ciudad, derecho que hacia 1560 pasó a ejercer el verdugo. Este suplemento se mantuvo hasta 1965, fecha en que

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El Portal Nuevo de las murallas en 1906. Se puede ver al portalero y a la matrona encargada de registrar a las mujeres. AMP

desaparecieron los portaleros y por entonces consistía en 3 pesetas diarias que se les pagaban de noviembre a marzo, para comprar carbón y leña con que alimentar la estufa que tenían para calentarse. Antiguamente, los portaleros vivían en la casilla contigua al portal que tenían asignado. Como dos de ellos no contaban con dicha casilla, en ese caso el regimiento les abonaba a los afectados 4 ducados anuales en concepto de ayuda por el alquiler de su vivienda. En 1567 se nombró a un zapatero para el portal de Tejería con la condición expresa de ceder la casilla a la viuda de otro portalero, que murió del disgusto por haber tenido que matar a una persona en defensa de la ciudad. Dado que el salario de estos empleados era tan modesto, y su horario de servicio les impedía poder tener otra ocupación, ocasionalmente el Regimiento les ofrecía trabajar como peones municipales en obras próximas a su respectivo portal y les libraba otro mísero estipendio por limpiar los caminos y las cavas o fosos más cercanos. El puesto más codiciado era el del portal de San Nicolás, cuyo portalero gozaba un sobresueldo de tarja

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y media al día –al año le suponía 10 ducados con 47 tarjas y media– por controlar el vino que se traía de fuera con destino a la fortaleza, el obispo, el cabildo de la catedral y la tabernilla de la gente de guerra. Durante mucho tiempo su función se regía por unas ordenanzas del año 1430. El horario de apertura y cierre lo marcaba la campana de San Cernin. Por entonces debían estar armados y dos por portal, llevando cuenta de los que entraban y salían. Y si entraba cualquier extraño, uno de ellos debía acompañarle hasta la posada y mandar al posadero que no le permitiese andar por la ciudad hasta ser interrogado por uno de los regidores acerca de su identidad, procedencia y motivo de su venida. En caso de epidemia o cualquier otra situación de peligro, se ponían guardias. Desde que el reino pasó a la corona de Castilla, se puso en los portales guardia militar, cosa que se mantendría hasta el derribo de las murallas. Los sufridos vecinos de Pamplona Parece que, en un primer momento, los pamploneses padecieron más que por causa de las murallas, por razón de los soldados que debían guardarlas y defenderlas. Dice Santiago Lasaosa en su documentada tesis doctoral sobre El regimiento municipal de Pamplona en el siglo XVI, publicada en 1979, que las tropas que se asentaron en la ciudad tras la conquista por el duque de Alba no siempre mantuvieron buenas relaciones con sus habitantes y en numerosas ocasiones surgieron fricciones entre ambas partes. Ya en 1519 los vecinos se quejan al rey Carlos de “las muchas afrentas y daños que les causan los soldados” y que aunque en distintas ocasiones le habían pedido al virrey que pusiera remedio castigando a quienes se propasasen, no había hecho nada. El monarca atendió la súplica y en una real cédula dada en Barcelona el 16 de agosto del mismo año ordenó al virrey proveer lo necesario para impedir que la gente de guerra maltratase o vejase a los vecinos. En el fondo, lo que se aprecia es que todavía por esos años las tropas se comportaban como en tierra conquistada y así lo percibían también los pamploneses. Ya hemos visto que incluso algunos virreyes no tenían ninguna confianza en la población y dudaban de su lealtad en el caso de un asedio por

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parte de Francia. Este panorama iría mejorando a lo largo del siglo XVII y sobre todo el XVIII con el advenimiento de la Casa de Borbón. Otra reclamación se produjo en 1575, año en que la ciudad se queja a Felipe II de que “la gente de guerra que está en las puertas de la dicha ciudad hacen malos tratos a los forasteros que vienen a ella con leña y otros bastimentos, tomándoles por fuerza la leña y de los bastimentos lo que les parece… por lo cual se excusan de traello y es causa del encarecimiento de las cosas y que haya falta dellas”. Con fecha del 16 de enero, el rey despachó en Madrid una real cédula ordenando al virrey que cesasen los atropellos. El alojamiento de soldados en casas particulares dio lugar también a otro tipo de abusos y conflictos de índole más privada, pero en muchas ocasiones punibles penalmente, que acabaron en los tribunales del alcalde de las guardas y del auditor de guerra. En cuanto a la construcción y mantenimiento de las murallas, hay que decir que en 1542 el Real Consejo ordenó que la ciudad debía invertir en su reparación todo lo que sobrase de sus rentas ordinarias una vez hechos los pagos y atendidos los gastos ordinarios, con arreglo a lo dispuesto en el capítulo 13 del Privilegio de la Unión. En diciembre de 1512, al poco tiempo de la entrada del duque de Alba, los comisionados de la ciudad solicitaron al rey que no se construyese fortaleza en la ciudad. Sin embargo, prevaleció la razón de estado y unos meses después empezaba la construcción del castillo mayor de Santiago bajo la dirección y proyecto de Pedro de Malpaso. Los años siguientes conocieron el inicio de las obras de adaptación del recinto de la plaza, que exigieron numerosos derribos y ocupaciones de terrenos, dentro y fuera de los muros, que dieron lugar a las correspondientes indemnizaciones a las personas y comunidades afectadas. Los hubo en 1517, 1521–23 y 1542, entre otras fechas. Como era normal en la época, a la hora de los pagos, se dio prioridad a los religiosos, ya que se demolieron los conventos de dominicos, franciscanos y mercedarios, que hubo que reedificar con sus respectivas iglesias. En 1547 los derribos afectaron a la rúa de las Carnicerías Viejas, hoy Descalzos, con el fin de habilitar el espacio necesario para el camino de ronda. La reclamación de los perjudicados llegó

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a las Cortes, las cuales se dirigieron al virrey, que les respondió que “vistas las tasaciones y habiendo fondos, se proveerá”. En octubre de 1543, una real cédula prohibió, bajo pena de 200 ducados al dueño y de 100 azotes y dos años de destierro a los maestros y peones, “edificar, plantar ni reparar lo edificado ni reponer lo plantado, desde el prado que llaman la Taconera hasta el castillo y desde el castillo hasta el cubo que llaman de Caparroso y hasta el río, mil varas en torno a la dicha ciudad, contadas desde las murallas hasta el edificio que se hubiere de hacer o reparar, sin que para ello tenga nuestra expresa licencia…”. Este fue el origen de las famosas Zonas Polémicas, que se mantendrían vigentes hasta 1920 aproximadamente. En lo referente a la obligación de trabajar en las obras, que dio lugar a continuos problemas, quejas y reclamaciones, el asunto afectó más que a los pamploneses a los vecinos de las aldeas de la cuenca, que se vieron forzados, con sus carros, bueyes y caballerías, a efectuar labores de acarreo de cal, piedra, madera y otros materiales. Y también a trabajar de peones, incluso en momentos en que las faenas agrícolas exigían su presencia en sus pueblos, por cuyo motivo llegaron a producirse situaciones de gran tensión. En 1549 varios lugares acudieron a las Cortes en demanda de que se les liberase de esta carga. Sobre los agravios que padecían los que eran obligados a trabajar en las murallas, resulta elocuente el memorial dirigido al rey por el licenciado Olano en 1571. Lo que sí afectó a la ciudad, representada por su Regimiento, fue la contribución económica al pago de las obras de fortificación. La endémica penuria de las arcas reales andaba siempre a la caza de cualquier ayuda o aportación que saliese de la ciudad o del reino. Para ello, en 1539 el fiscal recibió orden de solicitar ante el Real Consejo el cumplimiento de lo dispuesto en el capítulo 13 del Privilegio de la Unión, que mandaba destinar el sobrante de las rentas de la ciudad a las citadas obras. En el proceso que se originó, el Regimiento alegó que el sobrante, cuando lo había, se destinaba a paliar el déficit de otros ejercicios, y que por otra parte, desde tiempo inmemorial no se recordaba haber gastado nada en este capítulo. Como era previsible, la sentencia del Consejo,

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en vista y revista, dictada el 22 de abril de 1542, condenó a la ciudad a cumplir lo establecido en el privilegio de 1423. Como apuntó acertadamente Lacarra, aquello era una interpretación un tanto forzada del documento, que pretendía velar por la defensa de la cabeza del reino y de sus vecinos, mientras que lo que se quería ahora era que la ciudad entrase al pago de unas fortificaciones pensadas ya más en la defensa de la frontera de España frente a la vecina y poderosa Francia; es decir, una fortaleza “de estado”. Al final, puesta la ley puesta la trampa, lo que procuraban los sucesivos ayuntamientos era gastar totalmente los ingresos municipales, de manera que no quedase remanente – o quedase el mínimo posible– para dedicarlo a las murallas, que debían construirse y repararse, como así se hizo en lo sucesivo, con dinero de la real hacienda y en momentos de necesidad, recurriendo a la aportación del reino, mediante el servicio ordinario o aportaciones de carácter extraordinario, e incluso a la venta de gracias y mercedes. Con el paso del tiempo, el principal problema que las murallas crearon a los pamploneses fue el del ahogo. Un sentimiento colectivo de claustrofobia respecto a aquel “corsé de piedra” que impedía la expansión urbana que empezaban a desarrollar otras ciudades y obligaba a que las casas creciesen en altura, haciendo las calles más estrechas, oscuras e insanas. Por eso, sobre todo desde que hacia 1860 se autorizó el derribo de las murallas de Barcelona y de San Sebastián, los sucesivos ayuntamientos se fijaron como objetivo irrenunciable lograr eso mismo para nuestra ciudad. En 1884, el informe municipal solicitando la autorización para el ensanche decía: “Donde en 1847 vivían con no excesiva holgura 16.000 habitantes viven hoy más de 28.000, en una ciudad cuyo perímetro es el mismo que hace tres siglos. Pamplona es una de las capitales más malsanas no sólo de España sino de Europa”. Y en 1892, el arquitecto Julián Arteaga llegó a decir que no era una ciudad fortificada, sino una fortificación urbanizada. Cuando en 1915 se procedió al solemne acto del derribo de la primera piedra, un periódico local lo calificaba de “sublime por su significado, por el inicio de una nueva era de progreso y engrandecimiento para Pamplona, y triste por el abatimiento humilde, generoso e indefenso de unas piedras que fueron un día la salvaguarda fuerte de esta población, que en ellas confiaba”.

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Fortaleza de Cardona.

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El uso social del patrimonio monumental militar Un caso excepcional: San Fernando de Figueres Joan Manuel Alfaro Guixot [PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN LES FORTALESES CATALANES]

Antes de entrar en el tema objeto de esta intervención, quizá será conveniente realizar una breve introducción sobre los orígenes y situación del Patrimonio Monumental Militar de Cataluña. Entre finales del siglo XV y principios del XVI tuvo lugar en Europa la aparición de los estados modernos. Aquellas nuevas unidades políticas, que venían a superar la trama jurídica de la sociedad feudal, dieron lugar a la configuración de unas nuevas fronteras que, evidentemente, convenía proteger. Paralelamente, tenía lugar un hecho de indudable trascendencia histórica: la generalización del uso de la pólvora. Las nuevas piezas de artillería ponían en cuestión las antiguas defensas medievales, condicionando la técnica de la fortificación de tal manera que se dio paso a un nuevo tipo de construcción: la fortaleza abaluartada. Aquellas obras diseñadas específicamente para servir a las necesidades de la artillería de la época, fueron desplazando a los castillos y vinieron a situarse en el lugar que éstos hubiesen podido ocupar como centinelas fronterizos de los nuevos estados. Las fortalezas, sobre todo las ciudadelas, y en muchos casos también las plazas fuertes, constituían el sistema defensivo del territorio bajo la autoridad directa del Estado, a la vez que eran bases logísticas para el control

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de los conflictos internos. El sobrenombre de fortalezas de Estado, bajo el cual también son conocidas estas obras define, de manera clara, y más que ningún otro, tanto su titularidad como su función específica. No es preciso decir que la renovación total de las fortificaciones de Cataluña con arreglo al sistema abaluartado hubiese significado un coste muy elevado. Por esta razón tan sólo se construyó de nueva planta en aquellos lugares estratégicos realmente amenazados, como era el caso de la frontera marítima o la entonces frontera terrestre, situada en el Rosellón. La guerra estaba lejos y los escenarios bélicos de los Austria españoles se hallaban en Italia o en los Países Bajos. Aquella situación militar y la conveniencia económica fueron razones para que en el interior del Principado se siguiesen manteniendo las viejas fortificaciones medievales, es decir a la antigua. Al estallar mediado el siglo XVII la Guerra de Separación de Cataluña, o Guerra dels Segadors, buena parte de las fortificaciones de Cataluña eran todavía medievales. Por ello hubo que reforzarlas mediante obras temporales realizadas con tierras, faginas y piedras siguiendo trazas abaluartadas o a la moderna. En 1659, la Paz de los Pirineos trasladó la frontera catalana con Francia a su lugar actual y esta variación de límites transformó la estrategia defensiva del Principado. Las antiguas fortificaciones fronterizas de uno y otro lado dejaron de serlo, al no coincidir su ubicación con los nuevos límites. Aquella nueva situación vino a otorgar un relieve inesperado a viejas plazas medievales, todavía fortificadas a la antigua y en ocasiones alejadas de la frontera. Éstos fueron los casos de Seu d’Urgell, Berga, Cardona y Hostalric. Desde la Paz de los Pirineos hasta el inicio de la Guerra de Sucesión se produjeron otros cuatro conflictos armados con Francia, las llamadas Guerras de Vecindad. A lo largo de ellas las comarcas pirenaicas sufrieron una sucesión de ocupaciones por parte de los ejércitos franceses. Si las fortificaciones hubieran sido puestas al día en su momento y mantenidas operativas, es muy probable que el país se hubiera evitado infinidad de calamidades.

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Fortaleza de Hostalric.

Sea como fuere, a lo largo de este periodo se produjo la progresiva transformación de aquellas obras temporales de la Guerra de Separación en obras permanentes de cal y canto. El proceso fue lento. Se vio agilizado por la Guerra de Sucesión, para luego decaer con la consolidación de la nueva dinastía y la entrada de la monarquía española en la órbita francesa a través de los Pactos de Familia. A lo largo del siglo XVIII, en Cataluña tan sólo se construyeron dos obras abaluartadas de nueva planta: la ciudadela de Barcelona y la monumental fortaleza de San Fernando de Figueres. Así pues, la Guerra de la Convención encontró la mayor parte de las fortificaciones catalanas inacabadas y en un estado de abandono deplorable. En algunos casos, poco más que viejos cuarteles rodeados de ruinas. Los cuantiosos recursos aportados por el gobierno de Godoy, ante la inminente invasión de los ejércitos de la joven república francesa, dieron un giro insospechado a la situación. Aquello que debió hacerse a lo largo de casi ochenta años de paz, se hubo de realizar en poco más de año y medio de conflicto.

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Fortaleza de Montjuïc. Barcelona.

En general, no se alcanzó un estado de defensa aceptable, pero se llevó a cabo una gran tarea que trece años después, durante la Guerra de la Independencia, sería finalizada y ventajosamente aprovechada. Esta nueva guerra con Francia no fue una sucesión de campañas al uso de la época. Antes fue una guerra de sitios en un momento en que se suponía que éstos habían pasado a la Historia. Sin el amparo de las fortificaciones y el desgaste que significó para los invasores su ocupación una tras otra, difícilmente la resistencia se habría podido prolongar a lo largo de seis años. El aspecto de la mayoría de los monumentos militares catalanes que han llegado a nuestros días, es resultado de las obras realizadas con motivo de los antes citados conflictos. A lo largo del siglo XIX tan solo se construyó una obra importante de nueva planta en Cataluña: el fuerte Sant Julià de Ramis, única muestra de fortificación poligonal existente en el Principado. A finales del mismo siglo, los viejos recintos

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Nido ametralladora 11 CR nº 11. La Jonquera.

abaluartados urbanos comenzaron a ser derribados, a excepción de la plaza fuerte de Roses. Las fortalezas, obsoletas ya como tales, lograron sobrevivir en su mayor parte reutilizadas como acuartelamientos. Dejando al margen algunas tempranas cesiones, como fueron en su momento las fortalezas de Cardona (1908) y Hostalric (1929), finalizada la década de los pasados años cincuenta todavía una gran parte de las instalaciones militares en Cataluña se hallaban ubicadas en edificios de época. Tal fue el caso de monumentos medievales como la Seu Vella de Lleida o ruinas clásicas como las bóvedas del circo romano de Tarragona. También fortalezas notables como San Fernando de Figueres y Montjuïc de Barcelona o vetustos conventos convertidos en cuarteles, se hallaban afectos a las diferentes armas y servicios del Ejército de Tierra.

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A la izquierda, vaciado del terraplén de un semibaluarte (Seu d’Urgell). A la derecha, piscina sobre explanadas de cañón (Tortosa).

En la década de 1960, el país inició el rápido desarrollo económico que todos conocemos y la mejora en las dotaciones presupuestarias permitieron el paulatino abandono de las viejas instalaciones. De esta manera se iniciaba un proceso que bien podríamos bautizar como de desamortización de los bienes inmuebles militares. Situaciones semejantes se producían en nuestro entorno internacional cercano pero con una notable diferencia: en Cataluña –y en España en general– no se daba la cesión de uso, se cedía la propiedad. Ello se tradujo en una venta de bienes culturales, bajo la sola protección de una legislación patrimonial ambigua y en ausencia de una opinión pública sensibilizada. Este cambio de propietarios no aportó grandes novedades, ni conceptuales ni materiales, y las construcciones militares siguieron al margen de la corriente de recuperación cultural del país. En las obras no catalogadas se procedió al derribo, con el consiguiente aprovechamiento del suelo urbano y en el caso de las que si lo eran, como ocurre con las fortificaciones, fueron objeto de reutilizaciones alternativas. Así, algunas de ellas han venido a ocupar un prestigioso lugar en el acreditado universo de la hostelería catalana. Si dejamos al margen el gran número de pequeñas obras realizadas durante la última Guerra Civil y sobre todo durante la posguerra, deberemos convenir que nos hallamos frente a un Patrimonio muy corto. Algo menos de una docena de bienes repartidos entre diez poblaciones. La propiedad de las mismas se distribuye entre municipios e inversores privados y tan solo una pertenece todavía al Estado español. Cronológicamente, el Patrimonio Monumental Militar de

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Cataluña moderno y contemporáneo, comprende desde principios del siglo XVI hasta finales de la década de 1940. Durante más de medio siglo de usos alternativos, el Patrimonio Monumental Militar de Cataluña ha venido pagando un duro precio por su supervivencia física aparente. Se ha visto agredido y mutilado por la práctica de reutilizaciones alternativas, en su mayoría irreversibles, guiadas por el comprensible deseo de rentabilizar inversiones y sobre todo emplazamientos. Paralelamente, este periodo tampoco significó prácticamente nada en cuanto a la definición, valoración, interpretación y difusión de dichos bienes culturales. Ni el Estado desamortizador cuidó de ello, ni mucho menos lo hicieron sus nuevos titulares. Hasta julio de 1996 no tuvo lugar un solo intento formal de interpretación en ningún monumento militar de Cataluña. La apertura a la visita pública de la fortaleza de San Fernando de Figueres inició un ligero cambio de la situación. Pero debemos admitir, en honor a la verdad, que dicha decisión no fue producto de una demanda social, sino fruto de una conjunción de ilusiones y voluntades. De tal

Polvorín alojando transformador eléctrico. Cardona.

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Fortaleza de San Fernando. Figueres.

manera, el impacto mediático de aquello que pudo considerarse un acontecimiento histórico fue irrelevante y la trayectoria –hasta llegar a su consolidación– dura, incierta y escasa de apoyos. La apertura de San Fernando constituyó para nuestra empresa(1) un verdadero reto profesional. No se conocía cual iba a ser la reacción del público, que en determinados círculos se presagiaba iba a ser negativa. Por ello el análisis de los primeros datos y, sobre todo, las primeras encuestas fue realmente emocionante. Los primeros setenta días de apertura a la visita pública del Castell de Sant Ferran de Figueres fueron una experiencia realmente aleccionadora, a la vez que emotiva e inolvidable. Ello nos hizo modificar de modo sensible los criterios previos que teníamos sobre la naturaleza del Monumento, su propiedad(2) , su

(1) Sistemes Didàctics Interactius. (2) La fortaleza de San Fernando de Figueres es propiedad del Estado español y se halla adscrita al Ministerio de Defensa. En el año 2005, la gestión de la mayor parte del Monumento, por un espacio de cincuenta años, fue cedida al consorcio Castillo de San Fernando de Figueres, entidad jurídica constituida por el Ministerio de Defensa, la Generalitat de Catalunya y el Ayuntamiento de Figueres.

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gestión y potenciación. El Castell de Sant Ferran a pesar de sus innumerables deterioros, no había sufrido alteración apreciable en su esencia utilitaria, ni había sido objeto de un abandono total y prolongado. Eran bien visibles los largos años de ausencia de mantenimiento, pero no ofrecía en absoluto la imagen de ruina. El impacto del Monumento sobre quienes lo visitaron por primera vez fue formidable. A nuestro entender, en el caso de Sant Ferran se daba una doble monumentalidad: la construcción en si misma y el ambiente que la envolvía. Del diálogo establecido entre el Monumento y sus visitantes pudimos extraer unas secuencias realmente interesantes. La primera correspondió al periodo inicial de apertura, con un público escaso y de tipo mayoritariamente marginal: visitantes casuales, o curiosos atraídos por la repercusión que el hecho tuvo en la prensa comarcal, y público local en actitud crítica o de recelo, portador de clichés preconcebidos. A continuación se abrió una segunda etapa caracterizada por la aparición de un notable porcentaje de lo que podemos considerar como turista standard, atraído por los diferentes y limitados medios publicitarios. Fue en este momento cuando se iniciaron los primeros sondeos entre el público. La secuencia final se caracterizó por la aparición de un público comarcal, que se mostraba notablemente sorprendido por el efecto positivo que le causaba la visita del Monumento, del cual ya tenían referencias previas. Para la realización de las mencionadas encuestas, fueron entrevistadas un total de cuatrocientas personas, elegidas entre aquellas que no mostraban hallarse ligadas emocionalmente al Monumento (servicio militar, etc.). El resultado fue el siguiente: PROCEDENCIA DE LOS VISITANTES

VALORACIÓN GENERAL DE LA VISITA

Ciudad de Figueres

8%

Negativa

Resto de Catalunya

62%

Regular

0% 7%

Resto del Estado

18%

Buena

93%

Extranjeros

12%

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El público fue invitado a formular las sugerencias que juzgase oportunas sobre el futuro del Monumento. El resultado obtenido puede agruparse, en líneas generales, en las siguientes opciones: AMPLIAR LAS ZONAS VISITABLES

23%

ADECENTAR Y RESTAURAR

21%

ADECENTAR ÚNICAMENTE

20%

USOS CÍVICOS

12%

VARIOS

11%

NO SABÍAN

8%

DEJARLO COMO ESTABA

5%

Por último se planteaba una pregunta razonada, sobre la cual gravitaba nuestro análisis: ¿hasta qué punto podía ser aceptada una gestión del Castell de Sant Ferran que respetase su naturaleza de elemento integrante del patrimonio monumental militar? Sorprendentemente la respuesta fue positiva. Tan sólo un 12% se mostró rotundamente contrario. Pero dejando aparte los porcentajes, es evidente que dicho resultado ofrecía unos claros matices y era mayormente favorable ante las épocas pretéritas de la Fortaleza que ante las recientes. Es obligado recordar que el Castell de Sant Ferran fue el primer Monumento de Cataluña en realizar su visita total y absolutamente guiada de manera verbal, fuera mediante el sistema de audioguía o mediante guías–monitores. Esta circunstancia sitúa a sus visitantes en un plano de conocimiento muy por encima de la media usual en cualquier otro lugar e incrementaba, más si cabía, el grado de fiabilidad de las valoraciones y sugerencias aportadas. Concretamente, un 28% de las opiniones favorables sobre la visita basaban totalmente su buena impresión en la calidad de los comentarios ofrecidos por las audioguías. Como ya queda dicho, la fortaleza de San Fernando de Figueres fue el primer monumento de Cataluña en ser abierto a la visita pública de modo permanente y organizado, e interpretado con arreglo a su propia naturaleza castrense. El ejemplo vivo y próximo de San Fernando, los referentes de nuestros vecinos del norte y la percepción de la existencia potencial de un nuevo producto turístico cultural, unidos a la actividad de nuestra recién creada Fundación, fueron dando

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Imágen de la visita a La Catedral del Agua (San Fernando de Figueres). Paseo en embarcación neumática por las cisternas.

lugar a un ligero cambio. Éste se materializó en algunos municipios poseedores de patrimonio militar, conscientes de las antes referidas posibilidades turísticas, como Cardona, Hostalric y Roses. Hoy en día, luego de transcurridos quince años desde su apertura, el aspecto del Monumento es bien distinto. La impresión de soledad que recibían sus primeros visitantes ya no existe. Además de las visitas turísticas, se realizan infinidad de actividades discrecionales, tanto culturales como deportivas y comerciales que dan vida y animación constante al Monumento. Una muestra de la solidez con que se ha implantado San Fernando en el ámbito turístico– cultural la tenemos en que existe un público capaz de realizar reservas, hasta con semanas de antelación, para las visitas activas de la Fortaleza, proyectar un desplazamiento a Figueres y afrontar el consiguiente costo económico. Unas últimas consideraciones: El valor de aquello que denominamos patrimonio monumental, reside en su naturaleza documental. Por ello, la preservación de la

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Otra imágen de la visita a La Catedral del Agua (San Fernando de Figueres), en este caso traslado de visitantes por el foso en vehículos 4x4.

autenticidad del documento es primordial para que éste pueda seguir considerándose como tal. En razón de lo dicho, la gestión del patrimonio monumental público debiera contemplar exclusivamente una función didáctica. Pero la realidad nos hace recordar que los problemas de recuperación y mantenimiento derivados del estado y, sobre todo, de la magnitud de un monumento, no tienen solución en una explotación exclusiva con finalidades escolares o turistico–culturales. Dicho tipo de gestión que, a nuestro juicio, es tanto material como moralmente la más respetuosa, sólo puede aspirar, en el mejor de los casos, al mantenimiento de sus propias estructuras funcionales. La conservación general siempre es onerosa y, por ello, su autofinanciación total mediante fórmulas de gestión estrictamente patrimonial, es un mito en la inmensa mayoría de las ocasiones. Si las administraciones no asumen este diferencial económico y, en lugar de ello, arbitran usos alternativos irreversibles, la autenticidad del bien se resentirá indefectiblemente.

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Tan sólo la financiación mixta puede permitir la preservación. En consecuencia de ello, son perfectamente compatibles los usos puntuales de carácter lúdico, social o comercial que colaboren a sufragar costes de mantenimiento. Siempre y cuando dichos usos, no alteren ni dañen los valores documentales del bien. Esta es la forma en que el monumento puede servir a la sociedad, sin que la sociedad llegue a servirse de él. Evidentemente, si nuestra economía no permite esta fórmula de Una de las contraminas de la fortaleza. financiación, deberemos ser consecuentes y reconocer nuestras dificultades para mantener la autenticidad del legado monumental de nuestros mayores. No ocurrirá nada extraordinario, el mundo seguirá girando, el Sol saldrá cada día, pero habremos evitado el mayor de los absurdos: engañarnos a nosotros mismos.

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Dimensión económica del patrimonio e innovación Costes y beneficios de su conservación Gabriel Morate Martín [DTOR. DEL PROGRAMA DE CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO HISTÓRICO ESPAÑOL DE LA FUNDACIÓN CAJA MADRID Y DTOR. DE LA SECCIÓN TÉCNICA DE LA ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE AMIGOS DE LOS CASTILLOS -AEAC-]

El análisis del impacto económico de la cultura empieza a adquirir relevancia en España a partir de la década de los noventa, pese a que se desarrolla en EEUU en la década de los setenta y en Europa en los ochenta. Este reciente interés por la participación de la cultura de la economía española ha dado ya a luz diversos estudios que analizan con profusión las llamadas industrias culturales y su contribución a la riqueza nacional, que muchos sitúan en torno a un 10% del PIB, pero todavía apenas ha dado lugar a análisis rigurosos y periódicos sobre el impacto económico en concreto del patrimonio histórico, que los economistas tienden a medir por la contribución de éste al PIB y al empleo. Es verdad que cada vez son más los estudios de caso que se realizan sobre monumentos o sitios históricos concretos como la Alhambra, la Catedral de Vitoria ó ciudades como Ávila o Salamanca, utilizándose en muchos de ellos la técnica del estudio de impacto económico. Es verdad, también, que en los últimos años han surgido algunos, muy pocos, análisis del patrimonio histórico español en su conjunto desde una perspectiva económica, destacando los trabajos de la profesora Eva Vicente Hernández y de los profesores Juan Alonso Hierro y Juan Martín Fernández(1). Pero aún así, sólo nos es posible de momento hacer aproximaciones a una dimensión del patrimonio, la económica, que, como vemos, sólo ha estado presente en las políticas de patrimonio de

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manera esporádica y sin planificación. Incluso hoy, en plena crisis, la dimensión económica del patrimonio inspira recelos en muchos profesionales del patrimonio, como si hablar de economía en nuestro ámbito contaminara nuestra noble misión, pusiera en riesgo la profunda significación del patrimonio y su valor cultural, o fuera, en fin, una suerte de pecado de simonía. Por otra parte, tampoco los economistas se han sentido cómodos ante un tipo de bienes, los integrantes del patrimonio histórico, tan difíciles de valorar en relación al medio de cambio por excelencia, el dinero. Como actualísima consecuencia de lo anterior y de la carencia de indicadores y análisis económicos, parece no haber argumentos para defender las inversiones en patrimonio en un momento de fuertes ajustes presupuestarios como el actual, siendo difícil calcular el coste de oportunidad de éstas inversiones frente a otras. Por lo que respecta a la innovación, tampoco cabe decir que ésta haya estado presente de manera relevante en las políticas de patrimonio ni en los distintos agentes que en él intervienen. Y es que la innovación parece casar mal con un sector más reactivo que pro–activo y acostumbrado a las políticas públicas de subvención a fondo perdido con un horizonte temporal de cuatro años. Innovación en primer lugar y sobre todo en los sistemas organizativos y gerenciales. E innovación también tecnológica en los procedimientos de identificación, protección, conservación preventiva, restauración, difusión, comunicación y disfrute del patrimonio(2). Por lo que respecta a lo primero, la innovación en la gestión, debe decirse que la organización y los procedimientos de protección, tutela y fomento de la administración cultural autonómica son prácticamente un calco de la antigua estructura administrativa y gestión de la Administración General del Estado(3). La poca o mucha innovación que en este terreno haya habido no ha venido principalmente de las direcciones

(1) VICENTE HERNÁNDEZ,Eva (2007). Economías del patrimonio cultural y políticas patrimoniales. Madrid. ALONSO HIERRO, Juan y MARTÍN FERNÁNDEZ,Juan (2000,2004 y 2008) Conservación del patrimonio histórico español desde una perspectiva económica. Madrid. (2) MORATE MARTÍN, Gabriel y PRIETO VIELBA, Juan Carlos. (2010) La innovación en el patrimonio histórico. Fundación Cotec. Madrid. (3) BARRERO RODRÍGUEZ, Mª Concepción. La organización administrativa de las Bellas Artes. Patrimonio Cultural y Derecho (1997).

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Gasto presupuestado en conservación, rehabilitación y restauración del patrimonio histórico (2004) Administración Central (clasificación orgánica y económica) CLASIFICACIÓN

SECCIONES PRESUPUESTARIAS Asuntos Exteriores Fomento Educación, Cultura y Deporte Trabajo y Asuntos Sociales(1) Ciencia y Tecnología Administraciones Públicas Medio Ambiente Economía Presidencia Diversos ministerios(2) Entres territoriales(3) Fondo de Compensación Interterritorial TOTALES

Corriente ----148.570,01 123.071,29 --------75.760,97 --18.421,02 --365.823,29

ECONÓMICA.

Capital 3.942,95 53.546,94 217.755,17 2.578,68 594,91 380,00 10.004,60 952,00 28.964,50 3.013,09 4.008,00 13.631,99 339.372,83

GASTO(*)

Total 3.942,95 53.546,94 366.325,18 125.649,97 594,91 380,00 10.004,60 952,00 104.725,47 3.013,09 22.429,02 13.631,99 705.196,117

(*)

En miles de euros (1) Estimación a partir de proyectos que han actuado en conservación, restauración y rehabilitación del patrimonio en el año 2004. (2) Dirección General del Patrimonio del Estado. (3) Dirección General de Fondos Comunitarios y Financiación Territorial. Fuente: Alonso Hierro, J. Martín Fernández, J., Conservación del patrimonio histórico en España. Análisis económico. Estudios de Patrimonio. Fundación Caja Madrid, 2008

generales de patrimonio; mucho menos de la Iglesia, el segundo gran agente gestor del patrimonio histórico español, sino de otro tipo de instituciones como los consorcios (Santiago, Mérida, o Gerona, por ejemplo), los institutos de carácter científico y técnico, destacando el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, los gestores de determinados monumentos, sitios o museos, como puedan ser el Cabildo de la Catedral de Sevilla o el equipo de Atapuerca, el especial caso del Servicio de Patrimonio Arquitectónico de la Diputación Provincial de Barcelona que dirigiera Antoni González Moreno–Navarro, o las fundaciones, como la Fundación Santa María de Albarracín, Fundación Catedral de Santa María de Vitoria, Fundación Patrimonio Histórico de Castilla y León, Fundación Santa María–Centro de Estudios del Románico de Aguilar de Campoó o la Fundación Caja Madrid, siendo estas dos últimas las únicas de dimensión nacional.

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Conservación, rehabilitación y restauración del patrimonio histórico (2004). Administración Central del Estado: distribución del gasto total por ministerios Educación, Cultura y Deporte (51,9%) Trabajo y Asuntos Sociales (17,8%) Presidencia (14,9%) Fomento (7,6%)

Entes territoriales (3,2%) Fondo de Compensasión Interterritorial (1,9%) Medio Ambiente (1,4%) Asuntos Exteriores (0,6%) Diversos ministerios (0,4%) Economía (0,1%) Administraciones públicas (0,1%) Ciencia y Tecnología (0,1%)

Por lo que respecta a lo segundo, la innovación tecnológica, el sector, salvo en el ámbito de la difusión y el disfrute, apenas encuentra estímulos o motivos para invertir en I+D+i en un ámbito en el que el 90% del gasto en patrimonio lo hacen las administraciones públicas a través del citado mecanismo de la subvención a fondo perdido. La dimensión económica del patrimonio y la innovación han de incorporarse de manera seria y rigurosa a la preservación del patrimonio. Esta incorporación no es una mera oportunidad para que el sector del patrimonio sea más competitivo o eficiente, sino que es una necesidad. Necesidad porque sin el concurso de la economía y de la innovación España no puede conservar ni hacer accesible y disfrutable todo su patrimonio, sino tan sólo, como así viene ocurriendo, una parte del mismo. Suiza, un país pequeño y muy rico, quizá si pueda. España no. El potencial económico del patrimonio histórico español puede ilustrarse bien tanto por su cantidad y calidad desde un punto de vista cultural, como por la espectacular progresión del turismo cultural y la evolución de sus

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Vista aérea de Pamplona. A la izquierda, de arriba hacia abajo, el revellín de los Reyes, baluarte bajo del Pilar, el Archivo de Navarra (antiguo Palacio de Navarra) y el baluarte de Parma. Clasificación funcional del gasto de las administraciones públicas (2004) GRUPOS FUNCIONALES Servicios generales de las administraciones públicas Defensa Orden público y seguridad Asuntos económicos Protección del medio ambiente Vivienda y servicios comunitarios Salud Actividades recreativas, cultura y religión Gasto en Patrimonio Histórico Educación Protección Social TOTALES

% TOTAL

% PIB

12,3% 2,8% 4,8% 13% 2,2% 2,1% 14,2% 3,7% 0,4% 11,4% 33,5% 100%

4,8% 1,1% 1,8% 5% 0,9% 0,8% 5,5% 1,4% 0,14% 4,4% 13% 38,8%

Fuente: Elaboración propia con datos de la Intervención General de la Administración del Estado y del Instituto Nacional de Estadística

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Gasto presupuestado consolidado en conservación, rehabilitación y restauración del patrimonio histórico (2004). Comunidades Autónomas COMUNIDADES AUTÓNOMAS Andalucía Aragón Asturias Baleares Canarias Cantabria Castilla-La Mancha Castilla y León Cataluña Comunidad Valenciana Extremadura(1) Galicia La Rioja Madrid Murcia Navarra País Vasco Ceuta y Melilla TOTAL NO CONSOLIDADO

CLASIFICACIÓN Corriente 43.020.439 6.231.394 6.006.678 2.344.824 1.011.017 1.201.804 14.080.740 18.710.322 39.416.287 22.628.400 8.424.557 8.036.656 1.008.118 15.758.341 4.673.145 7.741.446 12.005.256 877.709 213.177.132

ECONÓMICA.

Capital 68.023.656 25.223.963 10.707.433 3.726.086 3.283.320 6.552.940 14.026.634 57.691.586 22.854.618 13.314.910 4.993.332 47.249.461 4.506.363 24.764.164 14.929.296 15.644.666 8.706.384 3.182.836 349.381.647

GASTO(*) Total 111.044.095 31.455.357 16.714.111 6.070.910 4.294.337 7.754.744 28.107.374 76.401.908 62.270.905 35.943.310 15.322.166 55.286.117 5.514.481 40.522.505 19.602.441 23.386.112 20.711.640 4.060.545 564.463.057

(*)

En euros (1) La suma de corriente y capital no coincide con el total de GPH. Véase Anexo 3. Fuente: Elaboración propia, con datos de los presupuestos de las respectivas Comunidades Autónomas, 2004

comportamientos en un mundo cada vez más globalizado. El turismo en general es un sector que representa el 6% del Producto Bruto Mundial y ocupa uno de cada quince puestos de trabajo, estimándose que en 2011 el turismo representará el 9% del Producto Bruto y uno de cada once empleos. Su crecimiento es tan espectacular como el de los medios de transporte, la demografía y tantos otros aspectos: en 1950 se realizaron veinticinco millones de viajes internacionales; en 1970, ciento sesenta y cinco millones; en 2000, setecientos millones; se calculaba que en 2010 serían mil millones, cifra que ha sido rebasada, y en 2020, mil seiscientos millones. La Organización Mundial del Turismo, que aporta estos datos, no ha llegado aún a formular datos tan fiables sobre el índice de turismo cultural en relación al turismo global, pero sí

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Esfuerzo relativo de las administraciones autonómicas en la preservación de su patrimonio histórico (2004) COMUNIDADES AUTÓNOMAS

GP

PIBBR

TOTAL(*)

PM(*)

Andalucía 22.174 115.272 Aragón 3.911 25.922 Asturias 3.154 17.996 Baleares 1.867 21.087 Canarias 4.962 34.178 Cantabria 1.759 10.493 Castilla-La Mancha 6.256 28.418 Castilla y León 7.931 45.667 Cataluña 19.116 157.818 Comunidad Valenciana 9.811 81.727 Extremadura 3.802 13.975 Galicia 8.160 42.840 La Rioja 908 6.222 Madrid 13.848 148.702 Murcia 2.974 21.132 Navarra 2.974 14.273 País Vasco 6.191 51.415 Ceuta 198 1.260 Melilla 180 1.151 TOTALES 119.991 840.106 (*)

HABITANTES

GPH(*)

7.611.849 111,04 1.236.182 31,46 1.059.588 16,71 944.886 6,07 1.886.739 4,29 548.108 7,75 1.839.900 28,11 2.465.737 76,40 6.710.823 62,27 4.459.265 35,94 1.067.415 15,32 2.709.098 55,29 291.351 5,51 5.763.371 40,52 1.283.039 19,60 576.837 23,39 2.099.136 20,71 71.405 2,22 67.022 1,84 42.691.751 564,46

GPH/ GP TOTAL 0,50% 0,80% 0,53% 0,33% 0,09% 0,44% 0,45% 0,96% 0,33% 0,37% 0,40% 0,68% 0,61% 0,29% 0,66% 0,84% 0,33% 1,12% 1,02% 0,47%

GPH/ GPH/ PIBR PM HABITANTES 0,10% 0,12% 0,09% 0,03% 0,01% 0,07% 0,10% 0,17% 0,04% 0,04% 0,11% 0,13% 0,09% 0,03% 0,09% 0,16% 0,04% 0,18% 0,16% 0,07%

14,6 25,4 15,8 6,4 2,3 14,1 15,3 31,0 9,3 8,1 14,4 20,4 18,9 7,0 15,3 40,5 9,9 31,1 27,4 13,2

En millones de euros

Fuente: Elaboración propia, con datos de las respectivas comunidades autónomas (2004); Contabilidad Regional de España, Base 2000, Instituto Nacional de Estadística; Proyecciones de población, Base Censo 2001, Instituto Nacional de Estadística.

ha señalado que es uno de los sectores de más rápido crecimiento y de más posibilidades de futuro. Estos dos factores citados como indicadores del gran potencial económico del patrimonio histórico español, su cantidad y calidad, y la importancia y proyección del turismo, son también dos importantes problemas de cara a garantizar su conservación futura. Es difícil conservar tanto patrimonio con presupuestos siempre escasos, y es difícil preservar su calidad y autenticidad ante una cada vez mayor presión turística. Por ello, la innovación en el ámbito del patrimonio, no es una opción, sino una acuciante necesidad en una doble dirección: innovación para hacer económicamente viable la conservación de

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La Ciudadela de Pamplona. En primer plano, baluarte y caballero Real y revellín y contraguardia de Santa Clara. A la izquierda, baluarte de Santa María y, en proceso de restauración, el revellín y contraguardia de Santa Isabel y la Puerta de Socorro.

tanto patrimonio, desarrollando nuevos modelos de explotación y gestión sostenible de recursos patrimoniales; e innovación para mejorar y ampliar la demanda de conocimiento y de turismo cultural a través de una oferta planificada y de calidad: Una oferta que sea capaz, en primer lugar, de convertir los recursos patrimoniales en productos culturales y económicos; porque, sin necesidad de poner y desarrollar ejemplos, sólo un porcentaje pequeño de nuestros monumentos y sitios históricos son también productos culturales y económicos, ya que la mayor parte de los esfuerzos técnicos y económicos que se hacen van exclusivamente dirigidos a la conservación y restauración en sentido estricto, y no a todas las actividades que conforman la cadena de valor del patrimonio. Y una oferta, en segundo lugar, capaz también de adaptar los

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Distribución del GPH consolidado de las administraciones públicas (2004) Administración Central (40,0%) Comunidades Autónomas (30,7%)

Corporaciones locales (29,3%) Ayuntamientos (19,0%) Provincias (10,3%)

Distribución del GPH del sector privado (2004) Iglesia Católica (53,6%) Fundaciones (37,1%)

Particulares (6,5%) Empresas (2,8%)

comportamientos de la demanda a las necesidades de preservación de los valores culturales del patrimonio de modo que ésta, la demanda, tenga tan difícil el mero consumo turístico como fácil el acceso a la cultura a través del patrimonio. El patrimonio histórico español constituye, utilizando el feliz término que acuñara David Throsby(4), uno de los mayores stocks de capital cultural del mundo, compuesto de bienes físicos –como monumentos, archivos, bibliotecas, bienes muebles, conjuntos urbanos históricos, zonas arqueológicas (4) THROSBY, David. Cultural Capital. Journal of Cultural Economics (1999).

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Vista aérea de la Catedral de Pamplona, cuya fachada ha sido recientemente restaurada con la financiación de la Fundación Caja Madrid.

o paisajes– y bienes inmateriales –como determinadas manifestaciones del folclore, la tradición o la gastronomía, por citar algunos ejemplos–. Un extraordinario stock, sólo comparable a Italia o Francia, de bienes económicos y productivos, pero de naturaleza peculiar, tal y como han señalado diversos economistas: son bienes extraordinariamente heterogéneos, gran parte de su valor es intangible, no son renovables, su ciclo de vida es extremadamente largo, lo que influye en los costes asociados a su depreciación y conservación, y el ejercicio del derecho de propiedad sobre ellos está extraordinariamente limitado en función de su valor social. La protección, la conservación y el acceso a estos bienes son un deber y un derecho en toda sociedad avanzada y libre, y son también la piedra angular de

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GPH total consolidado de España (2004) EUROS Administración Central 677.836.387 CC.AA. 520.140.257 Corpor. locales 495.676.433 Diputaciones 173.839.040 Ayuntamientos 321.837.393 TOTAL adm. públicas 1.693.653.077 Iglesia Católica 91.160.237 Fundaciones 63.131.000 Particulares 11.130.000 Empresas 4.800.000 TOTAL sector privado 170.221.237 TOTALES 1.863.874.314

%TOTAL 36,37% 27,91% 26,59% 9,33% 17,27% 90,87% 4,89% 3,39% 0,60% 0,26% 9,13% 100,00%

%PIB 0,08% 0,06% 0,06% 0,02% 0,04% 0,20% 0,01% 0,01% 0,00% 0,00% 0,02% 0,22%

%GASTO TOTAL

GPH

ADM. PÚBLICAS

PER CÁPITA

0,21% 0,16% 0,15% 0,05% 0,10% 0,52% ------------

15,37 11,79 11,24 3,94 7,30 38,40 2,07 1,43 0,25 0,11 3,86 42,26

Macromagnitudes 2004 (Instituto Nacional de Estadística) PIB pm(*) Gasto administraciones públicas(*) Población (*)

840.106 325.540 44.108.530

En millones de euros

Fuente: Alonso Hierro, J. Martín Fernández, J., Conservación del patrimonio histórico en España. Análisis económico. Estudios de Patrimonio. Fundación Caja Madrid, 2008

un importante mercado cada vez más amplio, global y exigente. Pero, como habíamos dicho, tenemos mucho patrimonio, y, además, el número y el tipo de bienes protegidos crece exponencialmente y los procedimientos y técnicas de preservación e intervención se hacen cada vez más complejos y costosos. Por todo ello los esfuerzos económicos dedicados a la conservación del patrimonio serán también cada vez mayores. Por otra parte, la demanda de turismo cultural en el mundo crece también de manera espectacular, como crece así mismo su nivel de información y conocimiento. Las tendencias a largo plazo de la sociedad global van encaminadas en este sentido: aumento de la esperanza de vida, aumento del tiempo de ocio, aumento de los niveles de información y conocimiento o aparición de las líneas aéreas low cost.

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Actividades de recreación histórica en el Fortín de San Bartolomé, recientemente rehabilitado como Centro de Interpretación de las Fortificaciones de Pamplona.

Estas circunstancias conllevan una paulatina mayor exigencia de la demanda ante una oferta que habrá de mejorar su calidad para ser competitiva, y que, en todo caso, habrá de cambiar en muchos lugares para ser compatible con la correcta conservación de los valores culturales y ambientales del patrimonio histórico. En cierto modo, podríamos decir de manera expresiva que la mayor parte de la oferta de turismo cultural es pasiva, limitándose, y no siempre, a abrir las puertas. De esta manera, la demanda, o bien no encuentra atractiva la visita a gran parte de nuestros monumentos, o bien se focaliza en muy pocos (5) TROITIÑO VIÑUESA,Miguel Angel. Patrimonio y turismo: una complementariedad necesaria en un contexto de uso responsable y cualificación de la visita. Patrimonio Cultural de España (2010)

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Una de las salas abovedadas a prueba de bomba del Fortín de San Bartolomé, uno de los nuevos espacios expositivos del Centro de Interpretación de las Fortificaciones de Pamplona.

lugares, aquéllos de muy especial relevancia pública, guiada no por el gestor cultural o el conservador del monumento, sino por el operador turístico, que es en estos casos quien prácticamente controla las condiciones de la visita y la información que se transmite del monumento. De nuevo la innovación, ante el atractivo mercado del turismo cultural, resulta crucial para España; un mercado, es importante recalcarlo, cuyo principal recurso es el patrimonio histórico, resultando por tanto paradójica la poca atención que el gestor cultural le ha dedicado(5). Resulta sólito escuchar que España es el segundo país del mundo, después de Italia, con más patrimonio histórico. Este axioma es difícilmente contrastable, teniendo su probable origen en la posición que ambos países ocupan en la engañosa lista de patrimonio mundial de la UNESCO, pero bien

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El Centro de Intepretación de las Fortificaciones de Pamplona es el punto de partida del recorrido por las murallas de la ciudad.

puede ser cierto. Sí es empero contrastable constatar que, a pesar de ello, los índices de turismo cultural de países con aparentemente menos patrimonio, como Gran Bretaña o Francia, son superiores al nuestro. Siendo las causas de esta contradictoria realidad variadas, cabe ahora apuntar dos muy claras: el patrimonio histórico de esos países está en su conjunto mejor conservado y gestionado que el patrimonio español; por otro lado, el aprovechamiento cultural y turístico de los recursos patrimoniales de España es mucho menor que el de aquéllos. Y es que, como señala Xavier Greffé, la existencia de monumentos, sitios arqueológicos, museos, paisajes, etc., no supone ningún beneficio económico automático para un territorio, ya que en la demanda de cultura no se requiere un bien en particular, sino el conjunto de valores y servicios que a él estén asociados(6).

(6) GREFFÉ, Xavier. (1990). Valeur économic de patrimoine.

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La pasarela del Labrit, a la vez que mejora la continuidad del paseo por las murallas, facilita la comunicación entre el Casco Antiguo y el Segundo Ensanche de Pamplona.

Una vez más, ante estas evidencias, el concurso de la innovación en la definición de objetivos y en los procedimientos de gestión de la administración pública encargada del patrimonio y de otros agentes se hace necesaria, de modo que se actúe coordinadamente en toda la cadena de valor del patrimonio. El análisis de la cadena de valor es una herramienta creada por Michael Porter cuya finalidad reside en la búsqueda de la ventaja competitiva empresarial. De acuerdo con esta herramienta, cada una de las actividades individualizadas que conforman la actividad de una empresa, debe generar un valor agregado. Las actividades que conforman la preservación del patrimonio en sentido lato pueden agruparse en cuatro: actividades de investigación, identificación y protección, actividades de conservación, mantenimiento continuado y gestión, actividades de restauración, y actividades de uso, disfrute, comunicación y difusión. Se trata por tanto de actuar coordinadamente para ir agregando valor al patrimonio en todas y cada una de estas actividades. Ocurre en la práctica

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Peregrinos del Camino de Santiago haciendo su entrada a Pamplona bajo la presencia del baluarte del Redín y del baluarte bajo de Nuestra Señora de Guadalupe.

que muchas de estas actividades no agregan valor, sólo agregan costes. Se llevan a cabo con gran descoordinación y centrando la mayor parte de los esfuerzos y recursos en sólo una de ellas, la restauración. Para ello el conservador, el restaurador, el profesional del patrimonio, debe abrirse sin recelos al conocimiento que otras disciplinas no tradicionales en este ámbito pueden ofrecer, y las direcciones generales de patrimonio deben ampliar sus miras y trabajar de forma eficazmente coordinada, primero con otras áreas de la cultura, segundo con otros órganos administrativos encargados de aspectos tales como el turismo, el urbanismo, la ordenación del territorio y el medio ambiente, la ganadería o la agricultura, porque la respuesta eficaz a muchos de los problemas del patrimonio antes tendrá que venir de estos sectores coordinados entre sí, que desde la subvención a fondo perdido

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para la conservación y la restauración, instrumento de fomento casi único de la administración pública cultural(7). La conservación y la gestión cultural, social y económica de todo este vasto patrimonio es, decíamos, la piedra angular de un amplio mercado en constante crecimiento. ¿Es el gasto que se realiza para conservar y gestionar este patrimonio suficiente? Los costes de la conservación La Fundación Caja Madrid viene dedicando un esfuerzo sostenido desde 1998 en la investigación de esta materia fundamental para la gestión del patrimonio histórico e incluso de la hacienda pública. Por difícil que pueda parecer, no se sabía hasta entonces cuál era el gasto en patrimonio. Incluso hoy, a pesar de este esfuerzo que se ha ido afinando con el tiempo, persisten algunas lagunas en el gasto de determinados agentes, derivadas de lo poco consolidado que está el sector del patrimonio en su contabilidad o del escaso nivel de respuesta de los llamados a aportar datos. De esta manera, especialmente en el caso de las corporaciones locales y sobre todo del sector privado, incluyendo en él a la Iglesia Católica, tan sólo es posible de momento en algunos ámbitos hacer aproximaciones al gasto. La investigación, que ha dado a luz como resultados más directos tres publicaciones dentro de la serie Estudios de Patrimonio de la Fundación Caja Madrid (2000, 2004 y 2008), ha sido llevada a cabo por Juan Alonso y Juan Martín, profesores del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid. De acuerdo con estos estudios, el conjunto de la inversión pública y privada en este sector en España se sitúa, eligiendo datos de 2004, en no menos de 1.864 millones de euros. Esta cifra supone un 0,22% del PIB español y representa un gasto per cápita en patrimonio de 42 euros.

(7) MORATE MARTÍN, Gabriel. La gestión del patrimonio histórico más allá de su dimensión material en la intervención. Restauro (2008).

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El antiguo horno de pan de la Ciudadela de Pamplona funciona hoy como centro de exposiciones e instalaciones vanguardistas.

Los beneficios del patrimonio A la pregunta que nos hacíamos –¿es suficiente el gasto realizado para conservar nuestro patrimonio?–, podemos responder claramente que no desde un punto de vista cultural y social en atención a muchas de las consideraciones hechas, y ello sin entrar a considerar los niveles de eficiencia e incluso eficacia de ese gasto. Pero ya podemos, con datos, contestar a otra pregunta más: ¿Es nuestro gasto en conservación del patrimonio razonable desde un punto de vista estrictamente económico o empresarial, pues ya hemos visto que el patrimonio genera riqueza? La vía más utilizada por los economistas para analizar la capacidad generadora de riqueza del patrimonio es el consumo turístico cultural, cuya principal aunque no única motivación reside en la visita a monumentos, museos y sitios

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históricos. Quedan pues fuera de este tipo de análisis otros muchos aspectos relevantes, tales como los efectos indirectos o multiplicadores que genera el turismo, o la incidencia de otros sectores de la economía estrechamente ligados al patrimonio, como la construcción y rehabilitación, la seguridad, el sector audiovisual o la compra–venta de antigüedades. De acuerdo con los últimos análisis de los profesores Alonso y Martín, el consumo turístico cultural en España en 2007 fue de 49.073 millones de euros(8). ¿Es por tanto razonable desde un punto de vista estrictamente económico el gasto en patrimonio a la luz tan sólo de este indicador? Otra aproximación a este difícil cometido de análisis beneficio–gasto, se hizo por los mismos autores desde un punto de vista micro económico en Albarracín, dentro del último de los estudios de la Fundación Caja Madrid. En esta comarca de 4.900 habitantes el consumo turístico en 2004 fue de 8.073.894 euros, sin contar los efectos indirectos o multiplicadores que el turismo genera en la economía. Por el contrario, el gasto en conservación del patrimonio fue de 312.860 euros.

(8) ALONSO HIERRO, Juan y MARTÍN FERNÁNDEZ, Juan. Un análisis económico de la conservación del patrimonio histórico de España. Patrimonio Cultural de España (2010).

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www.murallasdepamplona.es

978-84-95930-57-6


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