Piarres tenía frío, estaba mojado, no podía andar. Ya no podía más.
-¡Malditos seáis!
-gritó- ¡Parad
de una vez y dejadme en paz!
Mal hecho. Por todos es sabido que eso está totalmente prohibido. Nunca se puede gritar ni increpar al viento, ni a la tormenta, ni a la lluvia, porque los dioses que los provocan se ofenden y se enfadan muchísimo. De hecho, Ipar Haizea le oyó y le miró con furia. - ¿Quién eres tú para hablarme así? - le dijo. Alargó entonces sus brazos, lo rodeó por la cintura y se lo entregó a su hermana Luna. 82 • Cuentos de mitología vasca