Budapest: recuerdos del imperio

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L l o b r e g a t

Revista bimestral gratuita · Nº 46

EDURNE El PALAU NOVELLA, LA MANSIÓN QUE SE CONVIRTIÓ AL BUDISMO

DESLUMBRA EN EL MUSICAL GREASE

ENTREVISTA AL DIRECTOR JAUME BALAGUERÓ ENCUENTRO CON MARTÍN BERASATEGUI

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VIAJES / BUDAPEST

Recuerdos del imperio El Danubio, que antes dividía y servía de frontera y protección ante ataques, ahora unifica. Y así quedaron vinculadas las antiguas Buda y Pest. Buda, al oeste, se alza sobre las colinas. Fue la primera, y como tal, conserva el área monumental más antigua y pintoresca. Al este, Pest, es más señorial, moderna y cosmopolita. Pero esta distinción es desde el punto de vista turístico, porque luego todo es parte de la misma y fascinante ciudad de Budapest, la capital de Hungría. Texto y fotos: Juan Pedro Chuet-Missé +46


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ay que poner un poco de imaginación para creer que el Danubio es tan azul como lo bautizó Johann Strauss. Pero da igual, porque este río es el cordón umbilical de diversas zonas de Europa del centro, y al pasar por Budapest, se convierte en una de sus postales más emblemáticas. Se sabe el origen de Budapest pero no de sus habitantes originales. Los magiares, se supone, provenían de los Cárpatos. Otros arriesgan que húngaro proviene de huno, los terribles guerreros de Atila que castigaron Europa como un azote. Sea como sea, en estas tierras de bosques y ríos se asentaron hace más de mil años, y luego ellos tuvieron que resistir otras in-

vasiones, pero cada una dejó su huella en la ciudad. Por ejemplo, cuando en 1526 los turcos invadieron el país y de paso casi se comen cruda a Viena, dejaron de recuerdo la costumbre de los baños termales. Sucede que Budapest se encuentra en una geografía privilegiada, en la que las aguas termales afloran con facilidad. Así, uno puede sentirse que se traslada a los inicios del siglo XX cuando se pasan unas horas en los baños del hotel Gellért, construido y decorado con los patrones del art-nouveau, dejando que el cuerpo sea invadido por las aguas calientes, y de paso, someterse a terapias de masajes y rejuvenecimiento. Cabe destacar que los

habitantes de Budapest usan los baños termales con la misma costumbre que en Barcelona se sale a tomar cañas. Es parte del folclore local, y por ello los precios para disfrutarlos no son tan altos. A finales del siglo XVII los Hasburgo reconquistaron las tierras, y hasta la Primera Guerra, pusieron su sello hasta llevar a Hungría a ser parte de la monarquía dual del Imperio Austrohúngaro. Una de estas huellas es el Castillo Real de Buda, de estilo barroco y hogar de un museo de arte, que permite tener una de las mejores vistas de la ciudad, del río y sus puentes. Pero la joya de la corona está a unos pasos, en el pintoresco Barrio del Castillo, un pequeño entramado de ca-

La silueta neogótica del Parlamento húngaro (izquierda) y el esplendor de los baños Gellért (derecha). / J.Ch. +47


El Puente de las Cadenas, un reflejo de la añoranza de cuando el país era parte del imperio Astrohúngaro. / J.Ch.

sas bajas y coloridas, antiguo hogar de artesanos y ahora sede de restaurantes y hoteles de categoría. Allí se alza el Bastión de los Pescadores, que debía servir de muralla de defensa y ahora es un recomendado mirador, y un par de callejuelas con adoquines y tilos imprimen el costado más romántico al paseo. En la orilla de enfrente, destaca la silueta neogótica del Parlamento húngaro, que tiene al Danubio como su puerta de entrada. La visita es recomendada, pero hay que prepararse para perderse una mañana por las colas para +48

Los habitantes de Budapest usan los baños termales con la misma naturalidad con la que en Barcelona se sale a tomar unas cañas

poder acceder. La alternativa, siempre vigente, es recorrer las calles de los alrededores, y descubrir edificios pomposos como la Basílica de San Esteban, o mejor aún, sorprenderse con las construcciones estilo Secesión, una modalidad de la arquitectura que equivale, en importancia, al Modernismo para Barcelona, aunque por estética está más cercano al art-nouveau. Su arquitecto más representativo ha sido Ödon Lechner, quien dejó su legado de formas curvas y orgánicas, un barroco del siglo XX que al principio puede incomodar a


El secreto de Szentendre

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einte kilómetros remontando el río Danubio, tras cultivos y carreteras, aparece Szentendre. Se trata de un poblado que pareciera perdido en el tiempo, aunque el secreto está en una cuidadosa restauración para que simule estar detenido en el siglo XVIII. Aunque su origen es milenario, fue a partir de aquel siglo cuando diversos contingentes serbios lo habitaron y le imprimieron un sello distintivo al lugar. Sus callejuelas de adoquines, sus

casas con techos de colores y sus comercios de aspecto familiar invitan a una visita de una jornada, que se puede matizar con un paseo en carruaje. Inclusive, el pueblo tiene una alta concentración de museos y galerías de arte, y numerosos artistas han decidido instalarse en Szentendre para inspirarse y exponer sus obras. Aunque ya no hayan quedado habitantes eslavos, su memoria perdura en museos, iglesias, e incluso en la señalización de las calles.

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El Bastión de los Pescadores ofrece una de las mejores vistas. / J.Ch.

Las calles del Barrio del Castillo, el paseo más romántico. / J.Ch.

De la gran estatua de Stalin, la revuelta de 1956 sólo dejo sus botas. / J.Ch. +50

la vista hasta que los sentidos le encuentran una extraña belleza. A lo largo de la elegante avenida Andrássy, se llega a la fastuosa Plaza de los Héroes, y ahí cerca, al castillo de Vajdahunyad, que en realidad es una copia de un palacio de Transilvania que combina un diverso collage de estilos (desde el gótico al barroco), en medio de un bosque que es el paseo preferido de los húngaros, amantes de pasarse las tardes templadas con bocadillos y vinos de la región. ¿Alguien se puede imaginar crear un parque temático de los monumentos franquistas? En Budapest hicieron algo por el estilo: tras la caída de la dictadura de influencia soviética en 1991, las autoridades democráticas se cargaron todas las estatuas y placas de los años del comunismo y los llevaron a un parque situado a media hora del centro. La visita al Memento Park es algo cara (17€ la entrada y el transporte), pero para los amantes de la historia moderna es interesante. De todas formas, a cualquiera le impacta ver esos monumentos de soldados y obreros en poses marciales, de hasta seis metros de altura, mirando al infinito para legitimar una revolución que terminó siendo un sinónimo de opresión. Por suerte para los húngaros, ahora soplan vientos mejores, y las calles de su capital reflejan su atmósfera distendida, cercana, y hasta un toque provincial.


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