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Revista bimensual gratuita · Nº 8
Salta a Telecinco y regresa a la gran pantalla PILAR RUBIO
VIAJES / SAHARA
Un bereber guía a dos turistas por las dunas del este marroquí. En el horizonte está la frontera con Argelia. / J.Ch.
La ruta del pueblo bereber El Sahara, visto desde la altura de una duna gigantesca, parece una metáfora del universo: uno divisa un océano de arena hasta donde alcanza la vista, y así como el cielo estrellado, sabe que lo que contempla es una porción ínfima de un gigantesco tapiz, que en este caso, se extiende desde Marruecos hasta el Nilo egipcio. Es el desierto más grande del mundo, y así como el universo, también engaña a los sentidos. Y derriba sus propios mitos. Textos y fotos: Juan Pedro Chuet-Missé. na de las puertas de entrada a este mundo de temperaturas extremas y grandes distancias es por Merzouga, un pueblecito al este de las montañas del Atlas y llegando a la frontera con Argelia. El visitante no tiene mucho que hacer allí, y ni le preocupa: este lugar, eso sí,
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está bien dotado de albergues y proveedores turísticos. Se trata de llegar, acomodar los huesos tras el viaje nocturno en bus –o en coche, si fuera el caso–, y esperar con un buen desayuno a que los guías preparen la caravana para sumergirse en el desierto. En el albergue Les Roches
(www.auberge-mer zouga. com), como en todos los demás, sus guías y empleados van y vienen a ritmo frenético. Todos pertenecen a la etnia bereber (como el 60% de los marroquíes), y aquí se rompe el primer mito: aunque estén en las puertas del desierto, y parecieran aislados del mun-
do, todos hablan tres o cuatro lenguas (francés, árabe, bereber y unas buenas dosis de inglés, francés e italiano), son usuarios frecuentes de Internet y tienen un privilegiado oído musical que les permite entonar las canciones milenarias de su pueblo con ritmo candente. La historia de los bereberes es fascinante: el nombre proviene del “bárbaro” que le endilgaron los romanos, que no pudieron vencerlos. Ni los cartagineses. Y si son musulmanes, fue por el convencimiento de la doctrina religiosa y no por la fuerza de las armas de los árabes omeyas. Sin embargo, con cinco mil años de existencia a sus espaldas, los bereberes también se dan a conocer como Imazighen, que significa “hombres libres”. Su alfabeto parece un código de niños que juegan a los espías,
y apenas se usa; por lo que es una lengua eminentemente oral y que se refuerza con sus tradiciones de cantos y cuentos a la luz de las fogatas.
Este ecosistema, que parece sólido y contundente, es sumamente frágil. Y el turismo intensivo no lo está ayudando Hacia el desierto Uno piensa que si ese tremendo animal llamado dromedario se pone un poco nervioso, se terminará mordiendo la arena desde más de
dos metros de altura. Pues no: este primo del camello es una de las bestias de carga más tranquilas que se puedan conocer. Se deja acariciar, y pese a estar bien regenteado por el guía, apenas se altera para masticar unos pastizales. Desde ese atalaya animado, se descubre otro paisaje: no todo el desierto son dunas. Es más, sólo una cuarta parte es arena; el resto es grava y piedra. E inclusive, en sitios como Merzouga puede llegar a llover con furia. Y cuando esto sucede, queda una costra de arena húmeda que parecen como las manchas sobre el disco del sol. Cuando se tiene la oportunidad de trepar a la cima de una gran duna, pareciera que Dios está jugando con el Photoshop y que se le da por colorear y cambiar de tonalidades al paisaje a lo largo del día. Al
El turismo motorizado en el Sahara está degradando este delicado ecosistema a grandes pasos. / J.Ch. +53
amanecer, las dunas adquieren un color rojizo, que deriva al amarillo conforme pasan las horas, y tuerce al anaranjado cuando cae el sol. El atardecer es uno de esos momentos en que el silencio es el mejor aliado. Y prepara la llegada al cielo más estrellado que se pueda conocer. Cada tanto se adivina la presencia de algún satélite furtivo o de una estrella fugaz, y si la noche presentara una luna llena, las sombras adquieren un delicado tono azul pálido. El desierto juega con las temperaturas: desde que el sol dice presente, sus rayos parecen alfileres que se cla-
Pareciera que Dios juega con el Photoshop y que se le da por cambiar de tonalidades al paisaje a lo largo del día van sutilmente en todo el cuerpo. Los bereberes, con siglos viviendo en estos parajes, saben lo que hacen y siempre están cubiertos de pies a cabeza con su galuba (túnica de azul oscuro) y su arsei (turbante); prendas livianas pero que impiden las filtraciones solares.
Vida y futuro El desierto no es tan de+54
Los bereberes tienen una relación especial con el desierto y sus animales. / J.Ch.
sierto: hay vida. Obviamente, el hombre hace de las suyas y los guías de Merzouga preparan las jaimas (tiendas) con las mayores comodidades que se puedan disponer en el desierto. Así, el guía Adi prepara un potente tayín de pollo con patatas, olivas y tomates, cocinados a fuego lento en el cuenco de barro que bautiza el plato; y luego deja que el visitante se encuentre ante la inmensidad del desierto. La otra vida, la natural, se descubre con sutilezas. Si se agudiza la vista, se pueden detectar verdaderas autopis-
tas de huellas de animales, sobre todo de escarabajos, de aves como el gorrión de desierto o el chotacabras egipcio, y del feneco, una especie de pequeño zorro de orejas gigantescas y patas cubiertas de pelos. Este ecosistema, que a simple vista parece sólido y contundente, es sumamente frágil. Y el turismo intensivo no lo está ayudando. Más concretamente, las excursiones en 4x4 y motos contribuyen a su degradación. Sucede que estos vehículos destrozan las finas capas de arena,
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Un joven bereber prepara el dromedario para una excursión. / J.Ch.
Cartel de un ciber de Merzouga, escrito en el particular alfabeto bereber. / J.Ch.
Un feneco, especie de zorro del desierto, en el pueblo de El Merdani / J.Ch. +56
que quedan flotando en el aire y que luego se esparcen por otras latitudes por los fuertes vientos del desierto. En síntesis: que según los científicos la producción de polvo en el norte africano ha subido un 1.000% en medio siglo, y esto perjudica a la delicada agricultura de los países saharianos, porque la arena en suspensión impide la formación de nubes, los campos no se riegan y se incrementa la sequía. Por ello, aunque uno comprende las necesidades económicas de los marroquíes en ofrecer servicios turísticos motorizados si hay demanda para ello, quizás es mejor descubrir el desierto en forma más natural, a bordo de un dromedario y evitar que el molesto ruido de un motor altere la paz de este oasis de tranquilidad. Si la sequía no viene por la falta de lluvia, puede llegar por el agotamiento de algún acuífero. Esto sucedió en el poblado de El Merdani, a dos horas de dromedario de Merzouga. El guía Adi nació y vivió en este pueblo, en el que sólo queda una familia con sus pocos animales. De su casa natal, sólo quedan un par de paredes de adobe en ruinas. A Adi no le afecta ver el estado de abandono de su pueblo. Lleva la sangre bereber, y como los de su etnia, consideran que el desierto impulsa a ser nómada, a que el futuro no golpea en la puerta de la casa sino que hay que moverse y salir a buscarlo. Aunque sea cruzando las dunas del desierto del Sahara. +