VENTANAS J.Pedro Pomares
3
Mª. José Ramírez Berenguer
PRÓLOGO En esas oscuras piezas donde yo paso, días agobiantes, voy y vuelvo, arriba y abajo, para hallar las ventanas. -Cuando se abra una ventana habrá un consueloMás las ventanas no están, o no puedo encontrarlas. Y mejor quizás que no las halle. Acaso la luz sea un nuevo tormento, Quien sabe que cosas nuevas mostrará.
El mirar sin ser visto es un anhelo intrínseco en el ser humano. Violar la intimidad de una vida que no es la tuya y desearla por segundos. Asomarte a realidades compartidas por el simple y cotidiano, o de repente planeado hecho, de dejar una ventana abierta. Tras ella todo lo que quieres ver, porque siempre verás lo que deseas. No importa lo que haya detrás, dentro o fuera, deseas lo que buscas, buscas lo que deseas y finalmente lo ves, y lo quieres para ti. En arquitectura los “vanos” son bocas de luz en las fachadas, pues una casa es inhabitable sin ellos y un hogar no subsiste sin el sol. Pero aprendí que el ser humano también está dotado de una arquitectura propia que plantea así misma las ventanas por las que entra y sale el alma cuando le apetece. Ventanas que abrimos y cerramos, las que dejamos eternamente abiertas (y que entre la gracia de Dios), las que cerramos con fuerza alejando el temporal de nuestra casa, rompiendo los cristales e invadiendo el alma que creí4
mos dejar fuera a merced de los truenos, llenando de esquirlas la que dejamos dentro. Las hay que se atascan y pretenden cerrarse sin lograrlo. “Una habitación blanca de cama con dosel y puertas con mensajes ocultos a la vista de todos. Dormía con esa paz que sólo da un sueño cumplido y alguien a su lado la observaba sonriendo sabiéndose situado en un hogar imaginado sin techo ni paredes. De este lugar colgaban recuerdos de tiempos pasados y la promesa latente de una unión como jamás hubo otra. Entonces sus manos entrelazadas cerraron de un portazo la ventana que los abría al mundo, y se mantuvieron por siempre en la oscuridad buscando realidades paralelas. Acaso la luz sea un nuevo tormento” Lo que tiene en sus manos, querido lector, es la búsqueda constante y a veces inconsciente de un alma que escapó de una ventana entreabierta y espera volver. Para ello, el autor se detiene en cada tragaluz y se asoma a cada realidad que la vista y la curiosidad, quizá el morbo, le proporcionan. ¿Quién sabe las razones por las que cada cual busca a través de algo ajeno los propios anhelos, o descubre en cada observación elementos para completar sus deseos? ¿Quién sabe el por qué dejamos las ventanas abiertas ,mientras compartimos nuestra cotidianidad, mezcla de exhibicionismo y necesidad de contactar con el mundo exterior y gritar en silencio...!Estoy aquí! Esto último sin más, es esta publicación, una colección de portillos, aberturas, troneras, tragaluces y miradores con historias ajenas hechas propias, con sensaciones de un alma escapada, con realidades triviales aún vitales, con búsquedas inconclusas y eternas...Lo que tiene usted en sus manos , querido lector, es la ventana del autor abierta de par en par. 5
A ti que tanto me das; a ti que tanto me quitas. A quien estuvo y a quien estĂĄ. A mis tĂos que no lo son. A mi padre y al pintor. A mi madre. A mis hijos.
7
Mi sensación de libertad.
T
al vez sea la ventana de una habitación de lectura, de esas en las que cuelgan libros del techo y quedan adheridos de por vida al cielo ceroso de su estancia, libros que visten años de tabaco y polvo, de páginas amarillentas donde vale más el tiempo que la letra. Tesoros escondidos tras las ventanas que se dejan. Imagino un sillón tapizado con damasco, una mesita auxiliar con una lamparita que ha dado luz a mil y una batallas. Sobre la mesita, tabaco de picar, una pipa con cenizas aún de la última calada, un árbol de humo creado con las turbulencias del último capítulo. Pañuelo de seda al cuello, batín de andar por casa, babuchas que visten unos pies vividos… Es la libertad, pienso, lo que debe movernos a buscar, descubrir, rechazar, amar… y qué mejor manera de encontrarnos que vivir libres, desnudos. Me gusta ser libre y vivir desnudo y así es como afronto los retos. Me reto a mí o a lo que hay dentro de mí y que aún no conozco, ni tengo perspectiva de cómo es ni que es lo que busca, a veces, ni si quiera sé qué quiere decirme. Y de igual forma afronto el reto de conocer personas. Me gusta retarme a conocer por dentro a las personas con las que comparto la nata vaporosa de una leche que se torna en nube a las primeras de cambio y las nubes, me gustan libres. Me gustan las ventanas abiertas y libres también. Las ventanas son las zonas de tránsito, como lo son las puertas, para descubrir desde fuera el mundo de quien a ella se asoma y otear el tránsito de quienes son libres. Ante la libertad de pasear, la de mirar desde una ventana abierta. Como fotógrafo siento especial curiosidad por la gente, por las ventanas, por sus dueños, por sus vidas. 8
9
De camino al cielo.
Z
ona de transición entre el adentro y el afuera, entre lo íntimo y lo público, entre lo tuyo y lo del resto, entre el tú y el yo. Útiles para iluminar estancias oscuras, airear zonas hediondas, para despedir o recibir con agrado, huecos trazados, inventados para sufrir y amar, ¿quién no ha sufrido en una ventana? Yo una vez amé. Y se visten o arreglan hacia afuera, para que el peatón, tú o yo, nos hagamos una idea –tantas veces inventadade quién vive dentro. Pasamos bajo ellas o a su altura, ojeando su interior -si se deja- e inventándonos escenas, fantaseando y morboseando con la inquilina o dueña de la ventana que ilumina el dormitorio con camas sin hacer de la noche anterior, sábanas húmedas de sofocantes fantasías o de llantos sin consuelo, de rímel, de besos perdidos, de sudores, de perfumes… Dormitorios donde se sueña más que se duerme, de tacones tirados,caídos, dejados. De tiritas que aliviaban ampollas, de esperas y esperanzas, de camisas de amantes con restos de maquillaje, de quédate o vete, de galanes de noche a medio vestir, de encajes, satín y juegos, medias de liga sin ligueros, de velas sin pabilos, de deseos. Habitaciones más públicas que privadas. A la altura del transeúnte, todo se vuelve exhibicionismo. Conocí una alcoba de tránsito al cielo, se accedía con las llaves de otro, se llegaba con la vida tachada; allí los sueños ni se contaban, ni se escribían. Donde las sábanas más que arropar provocaban, las paredes más que separar, juntaban, y los besos cuando querías, se daban. 10
11
Libertad de expresión.
M
e encontré con una casa cerrada con cincuenta y cuatro ventanas abiertas, pero no fui capaz de asomarme.
Entré en una casa con la ventana abierta de par en par, tal y como me gustan las ventanas, pero era todo fachada. Por dentro ni las cortinas bailaban, ni las nubes volaban. Las nubes, antes, eran el pasatiempos de los enamorados –ahora son los whatsapp- antes las nubes adoptaban formas y contaban cosas porque eran libres. Hoy día siguen siéndolo pero ya nadie las cree, ni las ve, ni las piensan. Ni camina por ellas. Me gustan las ventanas abiertas, las nubes libres. La gente desnuda. Hace ya tiempo me asomé a una ventana abierta donde veía a una periodista haciendo su trabajo, me sonreí, curioseé,… Pensé si sería demasiado atrevimiento descubrir sobre que escribía, si se escribía ella o lo hacía para nosotros. Ella lo hace así habitualmente y leo que mira también a través de las ventanas, nos mira y nos enseña lo que ve a su manera. Es prácticamente como yo, como un fotógrafo que mira y enseña… y produce, me produce -y a ti debería pasarte igual- decía, me produce morbo.
Mirar con total libertad a través una ventana.
12
16
17
20
21
SOĂ‘AR
La sutil diferencia entre ver y mirar.
V
olví de una posguerra con media vida por estrenar, al menos, esa era mi intención. Me juré promesas sin cumplir, me atreví a contarte el amor que no viví. Rechacé casualidades mundanas para sentirme lo que quiero ser y nunca fui. Sentí que te ibas y volví. La primera y más dura despedida,la última, la única. Adiós. Dormimos -o lo intentábamos- en habitaciones vetustas, el nombre del hotel ya decía mucho: “Eros”. En Mostar aprendí a ver por las ventanas, me contaban cuentos –así lo quiero entender- con finales tan desagradables que nunca superaban la realidad. Las fachadas desnudas de los edificios mostraban un pasado atroz y algún lugareño se enorgullecía de que así permanecieran. No había cemento que cicatrizara las mordeduras de aquella fiera a la que sigo son poner nombre. No lo tiene, ni lo tendrá, pero a día de hoy la historia se repite una y otra vez, en una ciudad o en otra incluso más cerca de lo que crees. En tu barrio. En tu calle, en tu portal, en tu casa. Aquel fue un viaje como los de Coelho, un sentir cada segundo para convertirlo en experiencia y cada ventana que veía se convertía en la historia de una familia, si había suerte. Otras veces, la mayoría, eran ventanas sin familia, sin personas, ya no eran ni ventanas. Me traje los recuerdos de otras vidas que no eran la mía, pero las vestí; no puedo decir que las viviera. Quise compartir con los míos aquellos cuentos y los conté, hoy en día los sigo contando, pero cuando veo los ojos de quienes me escuchan, tengo la sensación de que sus ventanas no dan a la misma calle que las mías. 23
26
27
AMAR.
Sin condiciones
H
ay ventanas modernas y otras más antiguas –a mí me gusta llamarlas añejas- y éstas, son las que más me atraen. En sus vidrios quedan las huellas de un siglo de amaneceres, los marcos visten a la vez cinco y hasta seis manos de pinturas. Conservan los agujeros inquietos de la sujeción de sus visillos, se sabe o intuye que la dueña de estos postigos guarda con recelo su intimidad, lo que produce mayor morbo. Al ritual de la mañana, le servía de banda sonora el quejido de la madera hinchada del relente, jamás pensó en llamar a un carpintero para rebajar los postigos, el jabón le iría mejor. Le hacía bien. Aireaba el dormitorio cada mañana mientras él seguía unos minutos más en la cama –remolonearse en la cama es un placer- y ella accedía con gratitud. Sonreía y buscaba el paso ligero de los vecinos del barrio que iban a por la primera hornada de pan de la mañana. Cuestionaba el vestuario de los caballeros y el peinado adormilado de las señoras que por aquel entonces solían llamarse amas de casa. Tenía calculado el tiempo que podía permanecer asomada por la ventana, oculta de la vista de transeúntes, antes de que el centenario olivo de la plaza dejara de eclipsar el sol. Me buscaba desde su ventana, aguardaba cada mañana a que yo abriese las puertas de mi otra vida -la de verdad- , se vestía -solía colocarse cualquier “cosa” y con cualquier “cosa” que se colocara rutilaba, se despedía del marido aún adormilado, bajaba fugazmente las escaleras, cerraba con sigilo el portal y cruzaba la vía que nos separaba. -Buenos días...
29
30
31
32
33
VIVIR.
En la soledad de sus recuerdos.
J
amás me fue fácil la despedida. Creo de hecho, que sólo me he despedido una vez. Me gusta recibir, descubrir, pero odio decir adiós, ni tan siquiera, hasta luego. Empero la vida nos lleva por caminos diferentes y todo depende de nosotros -es cuestión de saber elegir-. Tuve que elegir por obligación, tuve que cerrar aquella ventana para siempre, a sabiendas que continuaría habitada y jamás coincidiría de nuevo con ella –la dueña-. Un abrazo de despedida, un beso no dado -tal vez más por pudor que por deseo- y adiós. Quedaba demasiado por descubrirnos, por abrazarnos, aún quedaban viajes por querernos, besarnos, mentirnos, incluso quedaba mucho por mirarnos.
E
nfrentarme a una ventana tapiada me produce una inquietante sensación e infinidad de dudas: ¿por vacaciones?, ¿Por abandono?, ¿Por cambio de domicilio? Me entristece descubrir que, de lo que fue un hogar sólo queda la maltrecha fachada, saber que con el paso del tiempo se irá deteriorando hasta desaparecer. Algunas veces, vuelvo a pasar por delante de la que fue mi ventana preferida, la de la casa del número ochenta y tres de aquella avenida que siempre fue calle y que la era de pan, de comidas caseras y de ramos de crisantemos, de la calle decían que era cuesta que se subía y no se sabía si se bajaba. Era mi calle y en mi calle mi ventana, a la que me asomaba para ver jugar a mis amigos, para recibir a mis abuelos, para despedir a mis padres los viernes, me asomaba para gritar al mundo, para decir hola a los desconocidos con la inocencia y el descaro propio de un chiquillo. Ahora, hoy, la octogenaria ventana soporta el cansancio propio de los recuerdos de una posguerra, de alfarería sevillana, de pueblo que suena a llamada, de viajes, de ida, de vuelta, de familias separadas, de tiempo que quita y da, de encuentros, de viajes con diez pesetas y “que te sobre”... cansada de la única despedida y de soledad. 35
36
37
MIRAR. A diferencia de ver.
L
as prisas, la falta de tiempo, la bulla con la que vivimos, viajar extremadamente acelerados, sin detenernos ni a pensar -si alguno aún lo hace- obviamos los detalles nimios que a la postre son el cultivo en el que se desarrolla nuestra vida. Queremos hacer propio lo inalcanzable. Abdicamos sin esfuerzo, ¡que nos lo den todo hecho! Mire usted cuando viaje, mire por las calles de los barrios por donde pase, mire usted por las ventanas que se le crucen, mire usted a las personas a sus vidas y trate de entender su elección, los pasos, el sentido de su dirección. Haga el esfuerzo de prestar atención, busque el mensaje -que lo hay- y valore todo lo que le rodea. Sea capaz de entender que mirar no es lo mismo que ver. Si durante todos estas historias usted sólo ha visto ventanas, déjeme advertirle que sólo ha mirado las fotos. Vuelva atrás cuando quiera, vuelva usted mañana. Pase por las ventanas y mire, piense, deduzca o invente, exhíbase y deje verse, viva libre, deje que le miren y deje mirarse. Pase por una ventana y busque, abra las suyas para que le encuentren. Si se enamora, viva la experiencia desde una ventana, si debe despedirse, utilice cualquier ventana pero jamás diga adiós, si viaja o si sueña, que sea desde su mejor ventana, hágalo también si añora, si olvida. Conozca desde una ventana e invite a pasar, -hay sitio-. Tienda su ropa, la íntima y hágalo en la ventana, salude, sonría, corra la cortina, suba la persiana y analice el día -seguro que hace bueno-. Mire y deje mirar, vea y deje verse, pero le aconsejo que preste atención y descubra. Y si le apetece, puede acordarse de mí.
39
40
41
42
43
J.Pedro Pomares www. fotosdediario.blogspot.com.es
漏 J.Pedro Pomares. Melilla 2015 Queda prohibida la reproducci贸n total o parcial del contenido de esta obra, asi como el uso de cualquier imagen o texto con fines lucrativos y/o publicitarios sin menci贸n ni permiso del autor.