Globalización y Democracia: Complejidades y desafíos del Estado-nación1 Juan Montenegro Ordoñez Sociólogo Chiclayo, setiembre 2007. Como todos los fenómenos, objeto de estudio de las ciencias sociales, de igual modo, resulta difícil consensuar la definición de globalización; pero sí es posible aproximarnos conceptualmente a sus características y señalar sus manifestaciones, coincidiendo en muchos aspectos. Que es un fenómeno que está poniendo en jaque la soberanía de los estados-nación, por ejemplo; que el sentido de pertenencia, en términos de patria, de los ciudadanos y ciudadanas transita por una encrucijada y ahora parece que optan por señalar al mundo en sí —a la humanidad toda—, como el referente que les otorga sentido a sus existencias, también es otro ejemplo. El Estado, como organización jurídico-política, hegemónica y legítima —esta última cualidad, a pesar de los múltiples sentidos que se le pueda otorgar, puede sostenerse que se da en la gran mayoría de los países del orbe—, cede parte de sus facultades de regular la conducta social en cuanto a los sistemas de producción, distribución y redistribución de la riqueza, a esta otra institución social emergente que llamamos mercado. Quizás sea ese el objetivo de la globalización, o de quienes lo jalan y empujan sin cesar —me veo obligado a utilizar esta metáfora, aunque guardo algunas reservas—: “hacer funcionar al mundo como un mercado”2. Al punto que muchos analistas señalan que el Estado está siendo reemplazado por éste, y reduciéndose a una mínima expresión y hasta adquiriendo el carácter de inútil para dirigir el porvenir de las sociedades altamente organizadas. Los Estados, “se entremezclan e imbrican mediante actores trasnacionales y sus respectivas probabilidades de poder, orientaciones, identidades y entramados varios”, acierta Ulrich Beck3, dejando entrever que los Estados pierden autonomía y originalidad, dejando de ser lo que son, y dejando de actuar como se espera que actúen. En este sentido, Marcos Kaplan, otro analista de asuntos políticos, ha señalado que el Estado “está amenazado por crisis nacionales y mundiales sin precedentes, disminuido en su capacidad de acción hacia adentro y hacia fuera del espacio nacional”4. Esto es, el Estado está perdiendo poder, transformándose; quizás, en un Estado trasnacional. Puesto que sus adversarios —es el término preciso— son corporaciones trasnacionales y planetarias, el Estado necesita, le urge, adquirir cualidades también trasnacionales, aunque no logre alcanzar una beligerancia que le permita defender sus intereses, suponiendo que le sean propios. Este Estado, circunscrito a un territorio delimitado y en el cual ejerce su soberanía, al cual solemos llamar “Estado-nación”, ha dejado de ser el mismo. Ya no es el Leviatán de Hobbes. Paradójicamente, no es motivo de celebración alguna. “Bajo el impacto de la globalización, la soberanía se ha vuelto borrosa” 5 ha escrito Giddens, aunque considera que los Estados siguen siendo poderosos. La degradación del Estado, hasta parecer un ente básicamente observador u actor pasivo que ya no es capaz de tomar decisiones soberanas inconsultas o a espaldas de los intereses y fines de entidades financieras súper poderosas y en proceso de expansión, es una realidad percibida en todo el planeta. No ha perdido la razón el japonés Kenichi Ohmae, escritor financiero, citado por Giddens, 6 cuando dice que los Estados “se han convertido en meras ficciones” . La población —me limito al caso latinoamericano—, también tiene esta percepción, cuando ve que sus Estados (léase: sus gobiernos), asumen actitudes débiles y comportamientos subordinados a situaciones en las cuales, sentado frente a organizaciones trasnacionales en procesos negociadores, toman decisiones que no favorecen a sus gobernados, sino, los perjudican y les bloquean toda 1
Ensayo publicado en: Entera Voz. Ideas, creación y sociedad. Año I, número 0 (pp. 03-07). Chiclayo, noviembre 2007. (Publicación dirigida y editada por Stanley Vega Requejo). 2 AMIN, Samir. El capitalismo en la era de la globalización; p. 13. 3 BECK, Ulrich. ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización; p. 29. 4 KAPLAN, Marcos. Estado y globalización. Universidad Nacional Autónoma de México; México, 2002; p. 411. 5 GIDDENS, Anthony. Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas; p. 92. 6 GIDDENS, Anthony. Op. Cit.; p. 21.
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esperanza de ascendencia social, negándoles el derecho de asegurar una vida de calidad, para ellos y para sus descendientes. El Estado, otrora, organismo todopoderoso, se convierte en una abstracción inconcebible y casi risible. Tal vez, en un absurdo. En un mero pretexto para seguir creyendo que la convivencia humana puede encuadrarse dentro de la lógica de la “voluntad de las mayorías”. Pero la globalización, abarca otras cosas. Más allá de sus manifestaciones en el terreno económico y político, está sacudiendo, alterando y transformando la diversidad cultural de las naciones del mundo, generando y contribuyendo a la emergencia de complicados conglomerados culturales nunca antes imaginados. La sociedad civil, también se mundializa ha escrito un autor 7 (fenómeno al que llama “globalidad” ), constituyendo la primera piedra para la edificación de una cultura mundial sin precedentes, y por ahora, difícil de entender y concebir. La sociología, la antropología y hasta la pedagogía —principalmente; porque otras ciencias sociales como el derecho y la psicología, también están inmersas—, encuentran nuevos y más grandes desafíos para encajar en este nuevo mundo en formación, buscando entender y explicar, lógica y coherentemente, los diversas transformaciones que expresa, experimenta y padece. El mundo de hoy es así, un laberinto en permanente movimiento y dinámico e inestabiliza a los individuos, generando caos y confusión en todo el orbe. Los gobiernos y las corporaciones, empresariales o no, no escapan a ello. Necesitamos pues, una reformulación y reconstrucción de conceptos antiguos y que se muestran desfasados y carentes de sentido, así como la creación de otros nuevos que nos faciliten la comprensión de la avalancha de cambios impensados que mortifican nuestra existencia y quiebran nuestra cosmovisión, dejándonos perplejos. (El concepto de Estado, por ejemplo, necesita reformularse con urgencia. Lo mismo, soberanía, y otros que tengan que ver con sus alcances conceptuales). El alud de cambios actuales, nos encuentran desarmados y nos vuelven presas fáciles de la incertidumbre y la desesperanza. “Los conceptos están vacíos, y ya no aprehenden, iluminan ni seducen. Lo gris, que impregna todo el mundo, tiene probablemente también su fundamento en un enmohecimiento de las palabras” afirma Torre Eiffel (citado por: Ulrich Beck)8, y no se equivoca. Por otro lado, el británico Giddens señala que la globalización “esta reestructurando nuestros modos de vivir, y de forma muy profunda”9. Por lo tanto, “todos debemos reorientar y reorganizar nuestras vidas y quehaceres, así como nuestras organizaciones e instituciones, a lo largo del eje local-global”10, enfatiza Beck. Globalización y glocalización, van de la mano, en el análisis de este autor. La sociedad se mundializa, en relación directamente proporcional a la regionalización y localización de los grupos humanos. Empezamos a mirar el mundo desde una óptica bastante amplia y abierta, a la vez que no abandonamos nuestras localidades en las cuales discurre nuestra cotidianidad. Nos preocupan tanto los daños al ecosistema y los conflictos armados que se dan en la otra cara del mundo, como los asaltos a mano armada de la esquina y la inseguridad ciudadana en nuestras calles. Al mismo tiempo, capturamos la atención de nuestros gobernantes y les demandamos mayor energía y autoridad para enfrentar y combatir los problemas que no nos dejan vivir en paz y dificultan nuestros objetivos individuales o grupales. Pedimos mayor presencia al Estado, mayor fuerza y mayor injerencia en los asuntos públicos, sin violar nuestro ámbito privado. Estas demandas coinciden con Francis Fukuyama cuando sostiene la tesis del desafío de los Estados de hoy: hacerse más fuertes, más firmes y más presentes y operativos, como eficaces y eficientes, en atención a las peticiones y observaciones de su ciudadanos y ciudadanas11. Esta etapa que obedece a una feroz competencia por conquistar y copar nuevos mercados por parte de gigantescos conglomerados empresariales, políticos y sociales que perforan toda frontera y avasallan toda soberanía, presentan una alternativa a los estados-nación: Hacerse más fuertes.
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BECK, Ulrich; Op. Cit. BECK, Ulrich. Op. Cit. p. 26. 9 GIDDENS, Anthony. Op. Cit.; p. 15 10 BECK, Ulrich. Op. Cit.; p.30. 11 FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial Planeta S. A.; Barcelona (España), 1992; pp. 461 8
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Pero el Estado se encarna y se materializa en los representantes políticos, quienes lo personalizan; en los comportamientos que asumen y en las acciones que ejecuten en su nombre, los gobernantes, adquiere cuerpo, mente y espíritu este ente abstracto. Se visibiliza el Estado y le toca enfrentar desafíos atemorizantes. Atender a sus poblaciones, porque en ellas, descansa y se sostiene su razón de ser. Pero nuestras voces, no siempre son escuchadas; y si son escuchadas, difícilmente pueden nuestros gobernantes, atendernos, por más voluntariosos y honestos que puedan ser. Se necesita más que buena voluntad y fuerza para poder salir airoso en esta contienda planetaria, de la que nadie puede señalar con certeza hacia donde nos lleva. Entonces, los pactos sociales que emanan casi inevitablemente de la convivencia humana, para regularla conducirla y proveerle de sentido y objetivos alcanzables, de pronto se resquebrajan y necesitan asumir nuevas presentaciones y operar otros mecanismos más acordes con las demandas y exigencias de los grupos humanos de hoy. La democracia, es uno de esos pactos sociales que de pronto, aparece como un mecanismo que no puede ya, monopolizar el sostén del orden social, actuando como lo ha hecho hasta hoy —con serias discriminaciones y exclusiones de ciertos grupos humanos, para favorecer a otros—, generando nocivas fracturas sociales que podríamos considerar hasta irreversibles. Hernando de Soto12, considera a la globalización una “avenida de doble vía”, en tanto implica beneficios para unos y no para otros, sobretodo, en el terreno de la economía y la productividad de los países, y dentro de estos, a sus poblaciones. No todas resultan beneficiadas con los cambios que trae la globalización. Además, explica De Soto, hasta las economías ricas también corren el riesgo de sufrir recesiones y crisis; hasta los países “poderosos” temen no poder enfrentar y salir airosos ante el acecho de los acelerados cambios que vienen, uno tras el otro, interminablemente, asolapados bajo la sombra de este fenómeno que todo lo mundializa, lo sacude y lo transforma, pero a la vez, lo regionaliza, localiza y tribaliza. Entiéndase la globalización, básicamente, como el nuevo nombre del expansionismo del libre mercado, que nadie lo niega, es la ideología que ha triunfado en la “guerra de las ideologías”, que es la batalla que ha cobrado vigencia y hegemonía en el ordenamiento del mundo en los últimos 100 años, a costa de millones y millones de muertos y miles de ciudades reducidas a escombros apocalípticos. Francis Fukuyama prefiere referirse a ello, como “El fin de la historia” pero que bien podría desembocar en lo que llamaríamos “el fin del hombre”. Otra autora, Cynthia Hewitt, dice que la globalización se ha degenerado en “economicismo”; mientras que Giddens anota que “de ninguna manera es totalmente benigna en sus consecuencias”13 porque no está evolucionando equitativamente. Evidentemente, la brecha entre ricos y pobres —que resultan las variables más palpables, aunque manoseadas hasta el hartazgo, para explicar las inequidades y desigualdades sociales—, en unos países más que en otros, se está ensanchando a dimensiones espeluznantes e irónicas, por no decir, perversas e inhumanas. Otros analistas no parecen mostrarse tan fatalistas ni pesimistas con la globalización. Samir Amin, por ejemplo, dice que “no es un hecho de la historia moderna que deba difuminarse con una respuesta culturalista y autárquica, sino un hecho positivo, un progreso en la historia”14. Otro autor, Octavio Ianni, piensa que la globalización ha permitido que “el planeta tierra se convierta en el territorio de la humanidad”15 debido, ente otras cosas, a las grandes masas de migrantes que trasladan su residencia en lugares bastante lejanos de sus orígenes; a veces, son viajes de ida y vuelta, constantemente, sin una localización precisa; fenómeno al que denomina “desterritorialización”. Y no sólo son personas, también son instituciones políticas, económicas, sociales y culturales, de alcances globales pero descentralizadas. Están en todas partes y en ninguna, porque “la globalización tiende a desarraigar a las personas, las cosas y las ideas”, sostiene Ianni16. El mismo De Soto17, piensa que la globalización está permitiendo que los países en vías de desarrollo y los que están saliendo del comunismo, incrementen su comercio internacional y la 12
DE SOTO, Hernando. El misterio del capital. Empresa Editora El Comercio S. A.; Perú, 2000; pp. 287 GIDDENS, Anthony. Op. Cit.; p. 27 14 AMIN, Samir; Op. Cit.; p. 95. 15 IANNI, Octavio. La sociedad global. Siglo XXI editores S. A. de c.v.: México, 1999; 2da. edición; pp. 131 16 Idem; pp. 58-70 17 DE SOTO, Hernando; Op. Cit. 13
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inversión privada, trayendo beneficios a sus poblaciones, la mayoría de ellas, sumidas en condiciones de pobreza y extrema pobreza. Estas discrepancias entre percepciones analíticas, no deben ensombrecer ni invalidar las conclusiones finales que se elaboren. Unas y otras, contribuyen a entender fenómeno tan impredecible y avasallador como lo es la globalización. Las poblaciones “nacionales” por decirlo de alguna manera consensual, emigran a otros lugares fuera de “la patria que los vio nacer”, obligados por situaciones intolerantes y nocivas para sus existencias; situaciones que han surgido a consecuencia de la inoperancia y deficiencia en la gestión de los pocos recursos que poseen sus tierras por parte de sus gobiernos, legítimos o no. Las políticas que los gobiernos nacionales elaboran y ejecutan ya no son capaces de atender satisfactoriamente la diversidad de demandas y exigencias de sus ciudadanos y ciudadanas frente a un mundo en el cual, países altamente desarrollados y tecnificados, así como consorcios empresariales monopólicos, imperan, haciendo prevalecer sus intereses y su poder. Las protestas sociales, surgen inevitablemente, y se muestran incontrolables y expansivas. Las movilizaciones de la sociedad civil se presentan en una secuencia ascendente y en contra de la democracia, a la cual jaquean, paralizan y desestabilizan, porque la señalan como la responsable de todos sus males. Esto podría explicar el sentido anti-mercado, como lo llama Julio Burdman18, que están sumiendo los gobiernos de América Latina, en la última década. Caracterizándolo como la emergencia de un populismo que agrupa en su mayoría a las antiguas fuerzas de izquierda, las que incorporan nuevos elementos a sus típicas reivindicaciones antisistema, y por otro lado y paralelo a ello, señala una “ráfaga neo-nacionalista” que destaca su marcado espíritu anti-globalización. Estos fenómenos son los que, en la región latinoamericana, se perfilan como las fuerzas más organizadas y de gran impacto contra la buena salud de la democracia. Es innegable pues, que la globalización expresa el sentido y los intereses de grandes grupos económicos altamente organizados y cohesionados bajo una misma meta: forzar la construcción de un mercado mundial, e imperar en él. Alain Touraine, prefiere llamarlo por “su verdadero nombre, la ofensiva capitalista” y que no es otra cosa que “americanización”, al mismo tiempo que lo considera un farragoso tema “que parece tener efectos narcóticos”19. La existencia de innumerables convenios y acuerdos interestatales e interempresariales, lo manifiestan. Lo que algunos llaman “capitalismo global”, el cual se presenta mucho más organizado, maduro y perseverante que el “Imperialismo” de Marx, avanza a paso seguro y acelerado, sin desviarse de su bullicioso camino, y va dejando a su paso un altísimo porcentaje de seres humanos excluidos de sus beneficios, condenándolos a una vida que no promete más que frustraciones, angustia y muerte. La realidad es cinematográfica, casi inconcebible; propia de guionistas de ficción. En esta etapa, “Se impone la primacía mundial de las corporaciones trasnacionales, que mundializan sus estrategias, sus políticas, integran sus actividades a escala planetaria y compiten 20 en mercados globalizados” señala Marcos Kaplan . Estos intereses económicos trasnacionales y dominantes, participan abiertamente en la elaboración, aplicación, monitoreo y evaluación de los programas económicos, políticos y sociales de los gobiernos nacionales y regionales de los países que no han alcanzado un desarrollo científico y tecnológico, como aquellos del denominado “primer mundo”. Los gobiernos de los países que algunos aun prefieren llamarlos —eufemísticamente— “en vías de desarrollo”, se enfrentan a una situación bastante difícil de administrar si persiguen atender las demandas de sus poblaciones menos favorecidas. Entonces, es la independencia política de estos gobiernos la que nuevamente es cuestionada y en algunos casos, satirizada. Los monopolios y oligopolios muestran más poder y tenacidad frente a los Estados en los cuales mantienen presencia y desarrollan sus operaciones comerciales; actividades que necesitan estar acompañas —para tener éxito— de operaciones políticas, sociales y culturales. 18
BURDMAN, Julio: “El Giro Anti-Mercado en América Latina”. En: Alerta Bibliográfica N° 1; pp.4-9; ONPE, Centro de Investigaciones Electorales; Lima, 28 de enero del 2003. 19 TOURAINE, Alain. ¿Cómo salir del liberalismo? Ediciones Paidós Ibérica S. A.; Barcelona, 1999; pp. 123. 20 KAPLAN, Marcos; Op. Cit.
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Surge así, una relación desigual e injusta entre intereses trasnacionales (privados) e intereses de gobiernos nacionales (no privados o de dominio público), dando paso a un contexto ingobernable y conflictivo, en el cual, la “inestabilidad e ingobernabilidad están siempre presentes, 21 como amenaza virtual o fenómeno endémico”, como señala Kaplan . La democracia, es la víctima. Aunque hablar de ella, la democracia, se sospecha no hablar el mismo idioma. Definirla es pues, “una cuestión espinosa” señala Giddens, sin embargo, acepta el riesgo y la define como “un sistema que implica competencia efectiva entre partidos políticos que buscan puestos de poder”. Pero esta “competencia efectiva”, que no exageramos si la llamamos “guerra” — porque exactamente, es eso; y las diferencias con los conflictos bélicos convencionales, son de forma, y no de fondo—, involucra el presente y el futuro de todas las personas, involucradas o no, en sus “movidas”. Esto es, participa en la elaboración, transformación, dirección o entorpecimiento del futuro de las sociedades humanas. 22
Otro analista, Hans Kelsen , también atribuye a los partidos políticos el papel fundamental en un sistema democrático, tanto así, que su participación es clave y prioritaria para considerar un sistema de gobierno, como democrático. “Solo por ofuscación o dolo puede sostenerse la pasibilidad de la democracia sin partidos políticos” señala Kelsen, y agrega que “la democracia, necesaria e inevitablemente, requiere de un Estado de partidos” o lo que otros prefieren llamar “sistema de partidos”. Y en nuestro caso, miembros del Congreso, en un dictamen previo a la aprobación de la llamada “Ley de Partidos”, sostienen que “los partidos políticos son indispensables para la subsistencia del régimen democrático”23, y lo consideran un principio fundamental. Pero los partidos políticos son también agrupación de personas, creados por y para personas. Está en juego la valoración de la persona humana como una integridad, tal y como la concebimos al iniciar este tercer milenio de civilización cristiana. Y hemos adquirido la premisa que nos ha vendido la democracia, esa que nos enseña que “todos somos iguales ante la ley”, por lo tanto tenemos el mismo derecho, y el deber, no solo de gozar, sino, de tener iguales oportunidades de acceso a situaciones que permitan mejorar siempre nuestra calidad de vida, sin discriminación alguna. La democracia, se ha permitido la facultad de monopolizar esta tarea —a sabiendas de no tener una idea clara y consensuada de su esencia y significado—; pues, “no sólo tiene diferentes características según las distintas regiones sino que enfrenta, además, desafíos cambiantes” sostiene Dieter Nohlen24. La democracia es una y muchas otras cosas a la vez, dependiendo del contexto cultural y sociopolítico donde se asiente o pretenda acoplarse. Para lamento de muchos —o de toda la humanidad, dada la situación globalizante en la que estamos inmersos—, presenta un aspecto multifacético, tan complejo y versátil, que difícilmente puede adquirir y mostrar una presencia y sentido uniformes, dada la particularidad de los grupos humanos involucrados. Entonces, y a pesar de todo, compete a los políticos, gobernantes o no, doctrinarios de las teorías de la democracia, asumir la validez universal de la premisa “todos somos iguales ante la ley” y participar en la desenfrenada lucha por el poder con el único objetivo de contribuir a generar, crear y mantener situaciones estables y permanentes que resulten satisfactorias para todas las personas que están ubicadas en su circunscripción política, en el afán de edificar una vida digna a su condición de “seres humanos”. Pero la democracia está acorralada. Su libertad de movimientos es corta, imprecisa, casi diminuta e imperceptible. El Estado, el Leviatán de Hobbes, cobra cuerpo y se mueve, pero ya no es tan poderoso como antaño. Otros monstruos, más gigantescos, saludables, fuertes y agresivos, lo han neutralizado. Los monopolios y oligopolios, entes que también se materializan en 21
Idem. KELSEN, Hans. “Esencia y valor de la democracia”. En: Materiales de Derecho Constitucional. Facultad de Derecho; Universidad de Valladolid; setiembre, 2000. 23 Congreso Nacional. Dictamen de la Comisión de Constitución, Reglamento y Acusaciones Constitucionales. Lima, 2003. 24 NOHLEN, Dieter. “Desafíos de la Democracia Contemporánea”. En: Revista Elecciones N° 2; pp. 11-22; ONPE, Centro de Investigaciones Electorales; Lima, diciembre de 2003. 22
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“personas”, fragmentan el mundo, casi lo esclavizan, y la primera víctima, parece ser el Estadonación, y con él, su sistema de vida: La democracia. Ante esta increíble realidad que expande sus desigualdades y atrocidades en todos los rincones del planeta, Giddens apuesta por “democratizar la democracia”, devolviendo el poder a quien pertenece (los ciudadanos y ciudadanas), y afirmar la autoridad, acentuándola, en obediencia a la soberanía popular. Colosal desafío para el Estado, en esta época turbulenta y difusa; y colosal riesgo para la democracia, también, el permanecer e imperar en una inestabilidad global sin perder ni transformar su real esencia que le dio la vida: Ser la voz y voluntad de los gobernados. Estos últimos, sin duda, constituyen un conglomerado humano altamente heterogéneo y, por lo tanto, difícil entenderlo en base a características y cualidades uniformes que permitan la elaboración y ejecución de políticas masivas en atención a sus petitorios y necesidades. Nada más complejo, por cierto. Bibliografía consultada AMIN, Samir. El capitalismo en la era de la globalización. Ediciones Paidós Ibérica S.A.; Barcelona, 1999; pp. 188. BECK, Ulrich. ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Ediciones Paidós Ibérica S.A.; Barcelona, 1998; pp. 224. CARAZO ODIO, Rodrigo (compilador). La tercera vía. ¿Es posible en nuestra América? Libro Universitario Regional (EULAC-GTZ); Costa Rica, 2000; pp. 125. DE SOTO, Hernando. El misterio del capital. Empresa Editora El Comercio S. A.; Perú, 2000; pp. 287. FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial Planeta S. A.; Barcelona (España), 1992; pp. 461. La reconstrucción del Estado. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI. Ediciones B, S. A.; Barcelona, 2004; pp. 201. GIDDENS, Anthony. La tercera vía: La renovación de la socialdemocracia. Grupo Santillana de Ediciones S. A.; Madrid, 1999; pp. 198. Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Grupo Santillana de Ediciones S. A.; Madrid, 2000; pp. 117. HELD, David. La democracia y el orden global. Del Estado moderno al gobierno cosmopolita. Ediciones Paidós Ibérica S. A.; Barcelona, 1997; pp. 367. IANNI, Octavio. La sociedad global. Siglo XXI editores S. A. de c.v.: México, 1999; segunda edición; pp. 131. La era del globalismo. Siglo XXI editores S. A. de c.v.: México, 1999; pp. 215. KAPLAN, Marcos. Estado y globalización. Universidad Nacional Autónoma de México; México, 2002; pp. 411. TOFLER, Alvin. La tercera ola. Plaza y Janes Editores; España, 1983; pp.494. TOURAINE, Alain. ¿Cómo salir del liberalismo? Ediciones Paidós Ibérica S. A.; Barcelona, 1999; pp. 123.